Читать книгу Sielf y la legión de los guardianes - Briggette Rodriguez - Страница 7
Parte 4 El internado espada y pluma:
los alumnos extranjeros
ОглавлениеDe repente abrió los ojos y se levantó bruscamente. Las imágenes del sueño se iban disipando lentas, junto con la frase “Socorrista de Dragoncillos”. Sielf no comprendía los motivos por los cuáles había tenido aquel sueño que mezclaba sucesos que parecían reales con sucesos de cuento de hadas.
—Ese arete... —se dijo así misma mientras pisaba el suelo descalza aún —, ese arete es el mismo que perdí hace mucho tiempo... —reflexionó a media voz abriendo su cofre de alhajas donde conservaba solo un arete del par.
¿Por qué soñé esto?, se preguntó, entonces contuvo la joya en la palma de la mano durante unos segundos, luego suspiró y sin más lo guardó nuevamente en el cofre enfocando la mirada en la ventana cubierta por cortinas que los rayos de sol intentaban atravesar. Lentamente se aproximó y las corrió de par en par iluminando su habitación. Era de día y a su vez el inicio de cursada en el Internado. Curioseó la hora en su reloj y comprendió que su clase de deportes había empezado y ni siquiera había desayunado.
—¡Tardísimo! —exclamó mientras revoloteaba todo dentro de su mochila y después de pasar por el baño terminó de vestirse y descendió a toda prisa las escaleras que se interceptaban con otro pasillo. En cuanto dejó el último peldaño tropezó bruscamente con un muchacho que venía como una exhalación desde otro lado. En el choco inesperado ambos cayeron bruscamente al suelo.
—¡Ay, lo siento mucho! —se disculpó Sielf —¿Estás bien? —preguntó mirando a la persona con quien había tenido el inoportuno encontronazo. Guardó silencio y se avergonzó al ver que se trataba de un apuesto joven de finas facciones además del tono pálido de su rostro que contrastaba con sus cabellos negros y expresivos ojos azules. El muchacho, vestido de negro y con un extraño collar al cuello, llevaba un viejo libro, que rodó al piso tras el tropiezo.
—¿Acaso estás ciega? ¡Fíjate por donde caminas! —le recriminó inesperadamente rompiendo toda calma que la joven hubiese percibido al principio en él —Deberías tener más cuidado.
—Tú también venías distraído —se quejó Sielf —, de lo contrario me hubieses evitado.
Ambos se miraron con desdén. El joven tenía una expresión neutral para el tono de voz que usaba, sus penetrantes ojos la observaban con detenimiento.
—Te pedí disculpas —dijo ella una vez más.
—Aceptadas —agregó él refunfuñando mientras se ponía de pie y levantaba algunas hojas sueltas del libro con la cubierta de una extraña hoja, y que protegió más que a sí mismo cuando cayó al piso.
Esa hoja..., se extrañó secretamente Sielf al verla.
—¿Piensas quedarte ahí en el suelo o qué? —preguntó el joven mientras extendía su mano invitándole a ponerse de pie.
—Es mejor que seguir hablando contigo —contestó Sielf poniéndose de pie sola, sin embargo apenas lo hizo, el joven sujetó su mano.
—¿Qué haces? Ya estoy de pie, no necesito de tu caballerosidad retardada... —dijo Sielf viendo que observaba con fascinación la pulsera que ella llevaba en la muñeca.
—¿A qué se debe tanta prisa? —preguntó el muchacho soltándole la mano, como si hubiese quedado estupefacto tras descubrir la pulsera de Sielf.
—Intento llegar a tiempo a clases —aseguró ella mirando hacia el campo de deportes —¿Y tú?
—Yo intentaba encontrar a alguien... pero creo que ya lo hice... —murmuró en voz baja.
—¿Disculpa? —interrumpió la joven.
—Soy Zaell —dijo de repente volviendo su mirada a ella —, ¿y tú eres…?
—Sielf —contestó luego de una pausa.
—¿No te parece que corres demasiado para llegar a una clase donde te harán correr?
—No es asunto tuyo.
—Como tú digas, debo irme —dijo tras escucharla —, y no vuelvas a ser tan torpe —agregó con una leve sonrisa.
—Tú fuiste el torpe —contestó Sielf viéndolo perderse entre otros estudiantes —Ufff, qué molesto, pensó refunfuñando, y decidió pasar primero por el salón comedor donde tomó un desayuno a base de tostadas y un vaso de leche. Luego se dirigió al campo de deportes ubicado lejos de las instalaciones del Internado.
Una vez que llegó el instructor le recriminó la hora en que entraba, los demás alumnos habían hecho el respectivo calentamiento, ahora ella lo llevaría a cabo sola. Sin más demoras el instructor le indicó el sendero por el que debía trotar, este conducía al bosque neblinoso y apenas era visible entre los helechos. Sin embargo el instructor fue claro y le advirtió que no se desviara del sendero o se perdería, ella solo escuchó, asintió con un ligero movimiento de cabeza y luego de un suspiro empezó a trotar.
—Si supiera todo lo que corrí para llegar hasta aquí, al fin ese tal Zaell tenía razón—, se dijo a sí misma.
Aún tenía la barriga llena y eso le hizo más lento el trote, solo esperaba alejarse lo suficiente para empezar a caminar, al cabo de un rato sus pasos fueron más lentos y su trayectoria se alternó entre ir a veces sobre el sendero y otras por el bosque, hasta descender por completo varios pasos hacia su interior.
—Qué lindas hojas —susurró mientras levantaba una seguida de otra a medida que se adentraba entre el follaje —pero ninguna es como la de aquel libro...—aseveró recordando la hoja que había visto en la cubierta del viejo libro de Zaell.
Tampoco es que ande buscando precisamente esa hoja, pensó caminando cada vez más lejos del sendero hasta tomar asiento en un pedazo de tronco sobre el césped, estaba húmedo y tenía algo de musgo. Una por una observó en detalle las hojas que había encontrado, luego echó un vistazo a su alrededor, se puso de pie y caminó unos pasos más levantando un par de hojas secas. La niebla cubría el ambiente aunque eso no la incomodaba.
Un extraño silencio se apoderó del lugar, las avecillas que inicialmente hacían eco habían dejado de cantar y Sielf tuvo la sensación de estar siendo observada. El crujir de unas ramas detrás de ella la obligó a voltear rápidamente. Pudo distinguir la silueta de un individuo bajo un manto negro desaparecer entre la maleza.
—Rayos... ¿qué fue eso? —se intranquilizó recordando las advertencias de Tom acerca del bosque. Intentó regresar al sendero pero en cuanto retomó la dirección por la cual había descendido no encontró más que arbustos y árboles, no importaba por donde caminase siempre terminaba en el mismo lugar.
—No puede ser... me he perdido, pero ¿cómo? —, se inquietó abriéndose paso entre unas ramas caídas, fue cuando escuchó un ruido que le escarapeló todo el cuerpo, era el rugir de un animal oculto entre los arbustos.
Los vellos de sus brazos se erizaron del miedo, aquel ruido no provenía de un animal amistoso. Sielf dio un paso atrás y en cuanto iba a dar el segundo, el rugido se aproximó y de entre los arbustos apareció una extraña criatura de cuatro patas, similar a un zorro pero cubierta en sombras.
—Otra vez esos animales de sombras—, susurró dejando caer todas las hojas que atesoraba en las manos.
Los amenazantes colmillos de la criatura la obligaron a retroceder y en cuanto pudo agarrar una rama del suelo se la arrojó dándole una mínima oportunidad para escapar.
Corrió a toda velocidad pero a pesar de hacer diversas maniobras la criatura no la perdía de vista, tampoco tenía idea hacia donde escapar pero no se detuvo a pensarlo. En la huida su campera se enganchó en unos arbustos haciendo que se detuviera bruscamente, y en un rápido movimiento consiguió quitársela antes de que la criatura saltara sobre ella.
Sielf se sentía asustada, su vida corría peligro. No obstante el miedo no conseguiría paralizarla y se prometió hacer lo posible por ponerse a salvo. La fiera se detuvo, Sielf creyó que se había dado por vencida, pero no fue así, pues pegó un chillido que hizo aparecer dos criaturas sombrías que fueron cercándola.
—No puede ser… —se dijo así misma al ver que la piedra verde de su pulsera emitía un resplandor y al instante tuvo la sensación de estar siendo conducida a un lugar sin salida. Inquieta, atravesó unos arbustos y descubrió que había llegado al borde de un precipicio donde se elevaba un árbol semiseco a metros del acantilado que daba a un caudaloso río. Sin pensarlo dos veces Sielf trepó con agilidad las ramas del árbol e intentó subir lo más alto posible, lejos del alcance de aquellas tres criaturas feroces que empezaron a trepar sin éxito y con ira arañaron el tronco con intención de amedrentarla para obligarla a bajar.
Poco a poco la niebla empezó a disiparse y un enorme oso café emergió de entre los árboles haciendo retroceder a las fieras con un fuerte rugido.
—¿Osos? ¿Aquí?... —tartamudeo Sielf al distinguir un enorme animal de espeso pelaje, patas fuertes y gruesas, con uñas recias y ganchosas, y con una peculiar piedra preciosa de color verde sobre su frente.
Sielf, sorprendida, permaneció aferrada al árbol, no tenía seguridad de que el oso estuviera de su lado. Entonces se llevó a cabo una batalla, el oso se enfrentó a las criaturas con arriesgada valentía y a pesar de que las fieras se volvieron más numerosas con el pasar de los minutos el peludo animal no se amilanó y, sin dar marcha atrás se mantuvo como una barrera entre Sielf y sus atacantes. Era evidente que el peludo animal no pretendía lastimar a los otros, sino espantarlos, evitando que se acercasen a la joven. De repente las fieras fueron retirándose una tras otra, hasta que quedaron solo dos criaturas sombrías, una de las cuales saltó sobre el cuello del macizo animal dejándole una profunda mordida que terminó por derribarlo bruscamente. La joven, sin poder contenerse lo ayudó arrojando sobre la fiera una pesada rama que terminó por ahuyentarla.
El oso yacía herido en el suelo, aún quedaba una criatura maligna que empezó a rodear el árbol para atacar la joven, quien bajando sigilosa le tiró piedras para alejarlo antes de trepar nuevamente al árbol, aunque esta vez el tronco seco se inclinó hacia el río.
—¡Oh, cielos! —exclamó Sielf en cuanto descubrió que el tronco la dejó suspendida sobre el río y en peligro de caerse. Levantándose con dificultad el oso se reincorporó y en el momento en que se acercaba al tronco del árbol seco, Sielf cayó al río.
Nadó a la superficie pero la corriente la arrastraba sin darle la oportunidad de avanzar, desde allí se sorprendió al ver al oso corriendo río abajo en la dirección que ella iba.
—¡Ayuda! —exclamó repetidas veces, pero el peludo animal, mal herido, estaba imposibilitado de seguirle el rastro y quedó atrás.
Sielf siguió esforzándose por mantenerse a flote pues nadar contra la corriente era imposible y no pudo evitar desesperarse por la situación que la abrumaba así como por las criaturas que aparecieron corriendo en su misma dirección. En ese mismo momento la piedra azul de su pulsera emitió otro resplandor.
—¡¿Qué está pasando?! —se preguntó esforzándose por tomar aire. Observó correr del otro lado del río un lince robusto de gran tamaño con orejas grandes, erguidas y ciertos pinceles de pelo negro con una especie de gema azul sobre la frente. La forma en que corría mientras ingresaba al agua daba la impresión de que no había agua bajo sus pies, aunque a cada paso que daba las fieras caían sobre él y antes de que él alcanzara a la joven el río llegó a su fin y Sielf cayó al vacío.
La atracción de la gravedad era inaudita, Sielf apenas podía sentir su propia respiración debido a la agitación colosal del agua que caía sobre ella. Su pulsera brilló una vez más, en esta oportunidad una piedra de color rojo de la cual emanó un fuerte resplandor y pronto su cuerpo aterrizó bruscamente sobre una base plumífera que la apartó del agua en solo cuestión de segundos.
—¡¡Oh no!! —gritó desde lo alto al descubrir que había caído sobre un águila gigante —¡No puede ser! —se alarmó sujetándose con fuerza. Desde la altura pudo contemplar todo a su alrededor, era increíble verla volar con sus alas inmóviles y firmes.
—Esto no está pasando —se dijo a sí misma —tiene que ser un sueño —aseveró frotándose los ojos, no obstante no importaba cuantas veces lo hiciera, el imponente ave no desapareció, se mantuvo sobrevolando a grandes alturas hasta descender cerca al sendero en dirección al Internado y en cuanto pudo recostar sus patas sobre un árbol descendió una de sus alas hasta el suelo haciendo que la joven bajase por ella a tierra firme. Sielf comprendió que la estaba ayudando y bajó cuidadosamente y con premura.
Una extraña sensación de miedo y pleno agradecimiento caló en lo más profundo de su ser, tanto el oso, como el lince y el águila tendrían por siempre su gratitud.
—¿Qué son ustedes? ¿Quiénes son ustedes? —balbuceó tras observar que también poseía una piedra sobre su frente, de intenso color rojo con aspecto de rubí. De inmediato el ave alzó vuelo revoloteando primero a su alrededor. Luego Sielf caminó con prisa sobre el sendero rumbo al Internado.