Читать книгу Sielf y la legión de los guardianes - Briggette Rodriguez - Страница 5

Parte 2 El internado espada y pluma:
los alumnos extranjeros

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El sobresalto de aquella escena la obligó a despertar bruscamente, aquello no había sido más que un sueño. Lo supo en cuanto miró a su alrededor, aún se encontraba en el lugar donde estuvo inicialmente, recostada sobre una gran cantidad de paja situada en la parte trasera de una vieja camioneta de carga. Su cuerpo no era el de una niña de siete años sino el de una joven de diecisiete a punto de cumplir los dieciocho.

“Querida Sielf esta pulsera es un reliquia familiar y deberás usarla todos los días de ahora en adelante...”. Las palabras de sus abuelos, con quienes se crió después de la muerte de sus padres en un accidente automovilístico, resonaron en su remembranza. Sus ojos se depositaron sobre su pulsera, era la misma de aquel sueño.

—Mis abuelos me la regalaron, recuerdo el momento, así que ese sueño no es más que ... un simple sueño —se dijo así misma en un susurro mientras escuchaba de fondo el ruido que producía el motor de la vieja camioneta celeste donde viajaba.

Transitaban sobre una pista rodeada de enormes árboles que conforme a la distancia se hacían más numerosos. La razón de estar en aquel lugar se debía a que Sielf decidiera concurrir a la Escuela Internado Espada y Pluma, situada en las profundidades del viejo bosque, hacia la que se dirigía.

Muchos jóvenes se rehusaban a estudiar en aquel lugar debido a la distancia y principalmente por las historias que se contaban del bosque que rodeaba el establecimiento, pues según los rumores estaba encantado y sucesos extraños acechaban en cada rincón. Sin embargo ella se propuso estudiar su último año en esa escuela ignorando ese tipo de relatos. Era bastante escéptica respecto de ellos, postura que adquirió de sus abuelos quienes nunca avalaron la existencia de seres o mundos mágicos.

La vieja camioneta donde viajaba no pertenecía a algún familiar sino a una pareja del campo a quienes había pedido el favor de trasladarla después de lamentar haber perdido el autobús.

—Espero no volver a perder el bus la próxima vez que venga—, musitó mientras observaba en el cielo las nubes grises que amenazaban precipitaciones, recriminándose no haber considerado el pronóstico del tiempo y prestado más atención a los horarios de los buses.

—Aquel objeto en la galería se veía tan interesante —repasó recordando la vidriera de una tienda cerrada ante la que se detuvo a contemplar un antiguo arco sin flechas—, en fin... de todas formas aún estoy a tiempo y esta podría ser una buena oportunidad para explorar un poco, quizás una vez dentro del Internado no se me permita salir, oí que son muy estrictos —reflexionó como si su pensamiento fuera un monólogo confidencial.

La lluvia que se iniciaba la distrajo del recuerdo. Rápidamente buscó el piloto guardado en el interior de la mochila, su color amarillo facilitó que lo encontrara al instante. Se cubrió la espalda, introdujo los brazos en las mangas y levantó la capucha cubriendo totalmente sus cabellos ondulados y castaños que se había trenzado. Le agradaba de cierto modo sentir el impacto de las gotas de lluvia contra su resbaladizo traje y la frescura que de aquellas gotas emanaba.

Entre sus manos llevaba un folleto con la ubicación del Internado Espada y Pluma, le echó un rápido vistazo para que la lluvia no lo arruinara, en ese preciso momento la camioneta se detuvo. Al levantar la mirada descubrió que ya habían llegado a la carretera que conducía al Internado, tal y como estaba marcado en el folleto, ella debía seguir por un camino alterno. Desde la ventana del chofer escuchó al conductor indicarle que tendría que continuar sola a partir de ese cruce pues ellos tomarían otra ruta. Sielf dio las gracias, se colocó la mochila de viajero y se apresuró en bajar su bicicleta. Mientras lo hacía se acercó una pequeña niña detrás de ella, su piel morena y cabellos ondeados contrastaba de forma especial con sus ojos pardos color miel y llevaba puesta una túnica naranja como el fuego de los rayos del sol. Sielf no la había visto antes pero supuso que se trataba de la hija de las personas de la camioneta.


—Hola —saludó Sielf mientras terminaba de bajar su bicicleta —, ¿viajabas con ellos? no te vi cuando subí a la camioneta —dijo esbozando levemente una sonrisa. Sin decir nada, la niña sonrió y extendió los brazos ofreciéndole una verdosa manzana.

—¿Es para mí? —preguntó Sielf esperando que le contestara, la pequeña afirmó con un ligero movimiento de cabeza —. Muchas gracias —dijo la joven cuando la niña colocó la manzana sobre su mano y giró para guardársela en el bolsillo del piloto. Al volverse advirtió que la niña había desaparecido. Consideró que habría subido al vehículo, que ya se alejaba, así que levantó los brazos para despedirse de ellos suponiendo que la verían por el retrovisor.

El camino a seguir era otro tramo largo, con una carretera rodeada de numerosos árboles, Sielf se ajustó la mochila, subió a su bicicleta Aurorita heredada de su abuela y se puso en marcha. La lluvia se había convertido en una tenue garúa que poco a poco se fue disipando hasta dar lugar a un brillante sol.

El paisaje era hermoso y el aire con aroma a césped húmedo le resultaba agradable, elementos que hacían placentero su andar. Durante la marcha se detuvo algunas veces para levantar y observar hojas secas.

Otra vez este hábito..., se dijo así misma esbozando una leve sonrisa. No recordaba desde cuándo la acompañaba esa costumbre de levantar hojas secas que le llamaban la atención cada vez que paseaba bajo los árboles. Al cabo de un rato sus piernas se cansaron de pedalear, aún tenía camino por recorrer así que tras cruzar un puente decidió detenerse para descansar.

Con pasos lentos descendió hacia el río que cruzaba bajo el puente y se sentó sobre el césped a orillas de él, sacó su botella con agua, bebió y la guardó. Su sed se había apaciguado no así los pensamientos respecto de lo solos que habían quedado sus abuelos con su partida; le preocupaba que tuviesen dificultades para realizar los quehaceres del hogar o algo cotidiano.

Basta, ellos estarán bien, se animó a sí misma, sacudiendo levemente la cabeza en un intento por librarse de aquellas ideas. Buscó la manzana en el bolsillo de su piloto y una vez que la sostuvo la acercó a su boca para darle una mordida pero en ese instante se detuvo pues se le ocurrió reservarla para más tarde; una vez más la guardó en su bolsillo.

Los rayos de sol se depositaron sobre su cuerpo, la calidez que emitían la invitó a cerrar los ojos. Después de batallar con el cansancio de una jornada ajetreada, terminó por ceder y, poco a poco, sin darse cuenta, se quedó profundamente dormida sobre el verdoso césped.

—¡Cielos! —exclamó al despertar luego de un rato. Los últimos destellos del sol se terminaban de ocultar dejando un rastro de color naranja y violeta en el cielo —Pronto oscurecerá, ya debo irme —dijo tras levantarse bruscamente lamentando que su siesta se hubiera prolongado tanto.

Un ave extraña se posó sobre una rama frente a ella, su aspecto era fúnebre y su cuerpo tenía una sombra que la envolvía por completo.

Qué especie desconocida, pensó al advertirla, entonces vino a su mente la viva imagen de aquella criatura de sombra que había aparecido en el sueño y se asombró de que volviera a su mente ese pensamiento.

Empezó a llover copiosamente, Sielf tomó sus cosas, subió a su bicicleta y se puso en marcha dejando atrás al ave que, emitiendo un sonido singular, alzó vuelo.

Mientras Sielf avanzaba le pareció extraño ver cada vez más aves sobre las ramas de los árboles, pero su atención estaba centrada en pedalear rápido para llegar antes de que oscureciera por completo. Más adelante, advirtió que un centenar de ellas la sobrevolaban y acercándose empezaban a picotearla.

—¡Oh… no! ¡Basta! —exclamó asustada, obligándose a pedalear con mayor energía ante aquel ataque repentino, sin embargo, por más que aceleró las aves volvieron a atacarla hasta que debido a ello y a la poca visibilidad perdió el control de la bici y se desvió bruscamente hacia el medio de la carretera que apenas podía vislumbrar. La oscuridad había caído como un manto espeso sobre el bosque. Fue entonces cuando vio brillar una de las piedras de su pulsera y segundos después cayó bruscamente sobre el concreto mojado. Al ponerse de rodillas sintió a las aves picotearla pero fue cegada por los faroles de una moderna camioneta color negro que se aproximaba a toda velocidad, puso los brazos delante suyo y se ensordeció con la ruidosa bocina, mientras que las aves desaparecieron en el acto. Antes de embestirla el auto frenó bruscamente a pocos centímetros de ella, ni siquiera le dio tiempo de gritar. Sielf sintió como si su corazón se hubiese detenido, todo fue rápido, tenía miedo pero también alegría de estar con vida. Ahora se encontraba inmóvil, de rodillas sobre el suelo con su mochila a un extremo. Escuchó el abrir y cerrar de una de las puertas, aún tenía la vista empañada, sin embargo pudo distinguir la figura de una persona aproximándose.

—¿Estás bien? —le preguntó un sujeto en voz alta, ataviado con un piloto color marrón y una capucha que casi le cubría todo el rostro.

—Sí, estoy bien... —mintió la joven sin mucho éxito pues la expresión de su pálido rostro indicaba lo contrario.

—¿Qué te pasó? —dijo el sujeto mientras la tomaba del brazo cuidadosamente ayudándola a ponerse de pie.

—Yo solo... —balbuceó Sielf —no estoy segura... caí...

—Déjame ayudarte—interrumpió el desconocido mientras levantaba sus pertenencias antes de que ella lo hiciera —. Vas al Internado Espada y Pluma, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? —contestó Sielf mientras lo observaba tratando de ver su rostro oculto.

—Por este folleto —contestó mostrando el papel con el mapa al Internado que la joven había guardado cuidadosamente en su bolsillo —Yo también voy, puedo llevarte —dijo amablemente.

—Creo que podré llegar sola... —opinó quitando la tierra de su ropa.

—¿En serio? —preguntó el joven señalando la cadena rota de su bicicleta —¿Acaso irás caminando?

—Hallaré una forma de repararla... —murmuró la joven.

—Debes ser citadina y pensar que voy a secuestrarte o algo así, ¿no? —dijo ante el silencio de la joven —Bueno, aquí tienes la prueba de que soy estudiante y voy hacia donde te diriges —explicó mostrando su carnet de alumno.

—Bien, de acuerdo... —aceptó sujetando su mochila para subir al asiento delantero luego de que el joven le abriera la puerta.

Una vez dentro se encendieron las luces, parecía seguro. Mientras aguardaba Sielf vio al joven guardar su bicicleta en la parte trasera, poco después ingresó al auto, retiró su capucha descubriendo el rostro y se mantuvo en silencio mientras puso la camioneta en marcha. Ella lo observó detenidamente, tenía grandes ojos y cabellos marrones de un tono similar al de los osos pardos Kodiak. En cuanto la descubrió observándolo le sonrió levemente, ella desvió la mirada y se mantuvo en silencio percibiendo su rostro reflejado en la ventana. Hacia fuera no podía distinguir con nitidez el paisaje, solo hasta donde alcanzaba la luz de los faroles delanteros, el bosque alrededor de la carretera parecía una gran muralla negra.

—¿Sielf? —dijo de repente el joven —¿Te llamas Sielf?

—Sí...—afirmó ella —¿Cómo lo sabes?

—Tu mochila llevaba ese nombre escrito —explicó sonriendo —¿Lo escribiste tú?

—No, no fui yo, lo escribió mi madre antes de que yo naciera —explicó la joven.

—Parece tener sus años.

—Sí que los tiene —dijo la joven —, le perteneció a mi abuelo, él se la entregó a mi madre y ella me la dio a mí.

—Qué coincidencia, también tengo una reliquia familiar —comentó el joven mostrando un extraño collar cuyo dije era una pequeña esfera —. Era de mi abuela, ella se lo regaló a mi padre y él me la obsequió, es un pedazo de hueso pulido de mi tatarabuelo... —dijo ante la desconcertada mirada de la joven —¡Nahhh!... es solo un extraño tipo de piedra —agregó sonriendo.

—Por poco te creo —sonrió la joven con alivio mientras observaba el collar detenidamente.

—Hubiese quedado mejor si tuviera mi nombre grabado —agregó él.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella.

—Soy Tom.

—¿Tom? —repitió Sielf —Me es familiar.

—Cielos, estás lastimada —dijo Tom señalando sus raspones —Ten, usa esto—añadió entregándole un pequeño botiquín con varios utensilios de medicina.

—Gracias —contestó la joven despegando un par de apósitos.

—¿De dónde eres Sielf?

—Creí que lo sabías... citadina... de una ciudad lejos de aquí ¿y tú de dónde vienes?

—No quise ofenderte, ni decir que los citadinos sean paranoicos... —interrumpió Tom —¡Uy! disculpa por eso último.

—Si con paranoicos te refieres a evitar subirse al auto de un desconocido pues sí, soy y quizás seamos paranoicos todos.

—Jamás juzgaría esa forma de pensar pero tratándose de elegir entre aquella situación o quedarse a solas en este bosque al anochecer, yo preferiría mil veces la primera opción —comentó el joven.

—¿Por qué?

—Porque no tienes idea del mal que habita en estos bosques.

—¿Mal? ¿Quieres decir secuestradores?

—Ahí va… paranoica de nuevo... —dijo Tom.

—Solo bromeaba —exclamó la joven sonriendo —. Te pusiste muy serio cuando dijiste “el mal que habita en estos bosques”, ¿eso qué quiere decir?

—Me refería a seres malignos.

—Espera… ¿qué? Ay… no puede ser. ¿Acaso hablas de fantasmas y cosas así?—preguntó Sielf en tono de burla.

—Obvio, ¿qué otra cosa podría ser?

—Tom yo no creo en…

—Espera, espera —la interrumpió el joven —, a lo que vayas a responder te pido que por favor le añadas también un porqué.

—¿Te parece que existe alguna explicación razonable para explicar la existencia de algo irrazonable?

—Me perdí un poco —comentó Tom —, entonces dejando de lado cualquier argumento cientificista explícame desde tu experiencia ¿por qué no crees en fantasmas, espíritus, etcétera…? y digo etcétera porque supongo que no crees en muchas cosas más.

—Así es, criaturas mágicas, encantamientos, etcétera, etcétera y todo eso, no. No creo.

—¿Por qué…? —cuestionó Tom con desconcierto.

—¿Te parece que deba decirte por qué? Porque no es posible —afirmó Sielf con convicción.

—¿Y qué te hace pensar que no lo es?

—Porque no tengo de donde sostener lo contrario, simplemente no existe —contestó finalmente —Ay, no quiero hablar de esto.

—Bien, respeto tu punto de vista —comentó Tom mirándola fijamente —aunque no sea nada firme.

—Olvídalo... Qué extraño eres —murmuró la joven. De repente un extraño ruido provino de su estómago, tenía hambre.

—¿Qué fue eso? —preguntó el joven sonriendo tras escuchar el ruido.

—No es nada... —dijo Sielf introduciendo su mano en uno de los bolsillos, descubrió que aún tenía la manzana verde. La observó y la volvió a guardar.

—Hummm, creo que deberías comer eso... —opinó Tom.

—Claro que no, es mi amuleto de la suerte —opinó sonriendo levemente.

—¿Perdón? ¿Qué? —interrumpió el joven confundido —Si acabas de decir que no crees en…

—¿Qué problema tienes con que yo crea o no crea en ciertas cosas? —interrumpió la joven.

—Ninguno, ninguno. El problema lo tendrás tú si no comes algo ahora —dijo sonriendo.

—Es que no me apetece una fruta sino más bien el paquete de chocolates que tengo en mi mochila, pero lo comeré más tarde.

—Y yo soy el extraño... —murmuró Tom guardando silencio unos minutos —Yo vengo de más lejos, más allá del pueblo y la ciudad —dijo cruzando miradas con la joven—¿Recuerdas que me habías preguntado de dónde venía?, te estoy contestando.

—¿O sea que eres extranjero?

—Algo así... creo que en parte sí y en parte no y es que mis abuelos me hablaron mucho de este lugar, de sus campamentos y excursiones en este bosque —comentó manifestando cierta nostalgia —y saber todo eso creo que no me hace tan extranjero... —hizo una pausa —¡Cielos!, es increíble todo lo que esos relatos sobre la naturaleza son capaces de enseñarle a un niño, aprendí mucho de esas historias. Ojalá hubiese tenido la oportunidad de vivirlo personalmente.

—Debes estar feliz de estar aquí ahora.

—Así es, estar aquí es como ver a un maestro y amigo, lástima que se haya corrompido... y perdona que insista con ello pero, en lo posible, evita entrar al bosque, sobre todo de noche... —dijo cruzando miradas con la joven, quien contuvo una carcajada pensando que se trataba de una broma.

—Está bien, está bien —aceptó ella en tono burlón.

Ambos se quedaron en silencio. El rostro de Sielf se mantuvo con una expresión neutra hasta que llegaron a una carretera iluminada lo cual indicaba que estaban cerca al Internado. La joven bajó los vidrios de la ventanilla, la lluvia se había convertido en una tenue garúa, entonces observó cómo se iban aproximando a la puerta principal del Internado Espada y Pluma y, una vez frente a la entrada, atravesaron un muro cubierto de ramas que dividía los bosques y la gran estructura académica. En el interior había un camino previo a las instalaciones del Internado con un centenar de flores a su alrededor, tan diversas como coloridas, que hacían más agraciadas a las esculturas que se levantaban por doquier. Y detrás de todo ese edén se hallaba el Internado, tan grande como una mansión pero con un visible rasgo de historia y antigüedad.

Tom estacionó el auto en donde se lo indicaron, descendió y abrió la puerta para que Sielf bajara.

—Olvidé preguntar si eres estudiante de último año —dijo el joven.

—Sí, ¿y tú?

—Qué coincidencia, yo también —comentó mientras ambos iban a la maletera de la camioneta. Al intentar sujetar su bicicleta Sielf no pudo evitar un quejido de malestar, aún le dolían los brazos por la caída.

—Déjame ayudarte —sugirió Tom extrayendo la bicicleta sin dificultad y posándola en el suelo.

—Gracias —dijo la joven al tiempo que un relámpago trajo consigo una lluvia más densa.

—Vaya clima que nos tocó, dejaremos tu bici aquí. Ahora tenemos que entrar... —opinó Tom sujetando una maleta que luego dejó en la entrada bajo techo antes de ingresar a la oficina de recepción junto a la joven.

—Buenas noches, qué feo clima el de hoy ¿no le parece? —dijo mirando a una señora cordial que se acercó solícita.

—Soy Rosa —se presentó —¿Son nuevos estudiantes?

—Sí —dijeron ambos al mismo tiempo mientras tomaban asiento.

—Bienvenidos al Internado Espada y Pluma. ¿Dejaron sus pertenencias en la entrada?

—Así es —respondió Tom.

—Yo no, pues lo mío solo es esta mochila —contestó la joven.

—De acuerdo, ahora les iré pidiendo a cada uno sus pases —dijo Rosa refiriéndose a un carnet específico de cada alumno que además de contener sus datos servía para diferenciar los grados y para marcar sus asistencias a los cursos.

—Aquí está el mío —dijo la joven cuyo aspecto sucio y desaliñado por su reciente infortunio llamaba la atención de modo tal que Rosa no pudo disimular la sorpresa que le generó ver a Sielf mientras entregaba su carnet color verde.

—Bien, probablemente ambos están informados acerca del reglamento interno así como la historia de la institución. Todo eso estaba en el folleto que se les dio el día que presentaron la solicitud de inscripción así que solo les reiteraré dos cuestiones que algunas veces pasan desapercibido. En primer lugar, el Director de la Escuela Internado, el señor Suus, es un hombre que se interesa y atiende las inquietudes de sus alumnos, no duden en hablar con él en cuanto surja alguna inquietud, siempre y cuando sea en horario de oficina. Él suele estar en su despacho en el ala oeste —Rosa indicó la dirección del sector con la mano —. Y en segundo lugar, deberán ser muy cuidadosos con las obras de arte que se exhiben en el lugar, cualquier daño o perjuicio de alguna de las piezas será penalizada, de más está decirles que tienen prohibido acercarse a ellas y, peor aún, tocarlas. Forman parte de la historia de este lugar así como la colección de nuestro director —explicó seguido de un relámpago estremecedor que hizo que las luces se apagaran y se volviesen a encender al segundo —y por cierto, no se asusten si se va la luz. Las tormentas suelen causar apagones pero no duran mucho.

—Gracias por la información —agradeció Sielf.

—Seremos muy cuidadosos con las obras de arte —opinó Tom.

—¿Alguna pregunta?

—¿Empezó la ceremonia de apertura? —consultó la joven mientras firmaba un papel.

—Finalizó hace unos minutos —contestó Rosa mientras guardaba en su archivero aquel papel —casi todos están en sus habitaciones.

—Claro... ya es tarde —dijo Sielf viendo poco alumnado transitando los pasillos.

—De todos modos, si tienen dudas respecto de lo que se informó en la ceremonia lo pueden consultar aquí —sugirió Rosa amablemente —, y si ambos desean cenar algo, tienen tiempo hasta treinta minutos más para acercarse a la cocina. ¿Saben los horarios del comedor?

—Sí —contestaron ambos al mismo tiempo.

—Ahora joven, permíteme tu carnet —solicitó Rosa.

Tom entregó un carnet igual al de Sielf pero de color rojo. Apenas Rosa lo observó no pudo evitar esbozar una leve sonrisa.

—Así que también eres extranjero —dijo mientras le hacía entrega de unos formularios —. Es curioso, este año tuvimos varias solicitudes de alumnos de fuera, al parecer el Internado se está volviendo famoso.

—Me alegro —comentó Tom entregando los papeles bajo la mirada de Sielf —, muchas gracias, Rosa.

—De nada, gracias a ti por elegirnos —contestó la mujer cordialmente.

—Tengo una pregunta —dijo la joven después de un silencio —, ¿es posible que encuentre aquí repuestos para bicicleta? Tuve un accidente mientras venía y se rompió la cadena de mi bicicleta.

—No lo creo... nadie suele venir en bici por temor al bosque, el traslado se realiza básicamente en autobús, de vez en cuando en transporte particular o una que otra motocicleta en el caso de los más osados —murmuró la señora —¿Tú viajaste en bici hasta aquí?

—Casi... Dime, ¿por qué le temen al bosque?

—Está encantado y criaturas malignas merodean en su interior —explicó Rosa —pero volviendo a tu pregunta inicial, en el pueblo hay muchas bicicleterías, lo que podríamos hacer es conseguir que alguien te haga el traslado para que puedas llevarla al pueblo.

—Eso sería de mucha ayuda —contestó la joven esbozando una sonrisa.

—Te estaremos informando, mientras tanto la dejaremos en el estacionamiento, y por la ubicación de tu habitación me parece que la podrás ver desde tu ventana.

—¡Genial!, gracias. Y disculpa, tengo una última pregunta... ¿Cómo llego a mi habitación?

—Cierto, ahí les digo. Por poco me olvido también de entregarles esto —recordó Rosa proporcionando a cada uno la llave de su habitación —. Como sabrán las habitaciones de hombres y mujeres están separadas, son individuales aunque el baño se comparte —dijo asomándose junto a ellos a la salida de la oficina —. Sielf, siguiendo este pasillo llegarás a un pequeño jardín, cruzas por ahí en la misma dirección y luego giras hacia tu derecha, allí encontrarás las escaleras a las habitaciones de las chicas; mientras que para llegar a las habitaciones de hombres, Tom caminas hasta el final de este otro pasillo y giras a tu izquierda, allí están las escaleras que conducen a las habitaciones de varones. ¿Alguna pregunta?

—No, creo que es todo —comentó Tom.

—Muchas gracias —dijeron ambos jóvenes.

—Gracias a ustedes, hasta luego —se despidió Rosa mientras los vio salir.

—Aquí nos separamos —comentó Tom en cuanto se encontraron con los pasillos que orientaban a los cuartos —, seguramente te veré mañana.

—Sí, muchas gracias por haberme traído.

—No fue nada... solo tengo una duda... —dijo el joven —¿No deberías ir antes a la enfermería?

—¿Por esto? —contestó Sielf mostrando sus vendajes improvisados con apósitos —Para nada, no fue grave, estoy bien, solo necesito un cambio de ropa urgente —dijo luego de ver las luces parpadear después de otro relámpago.

—Que descanses —dijo él dirigiéndose hacia el pasillo que le habían indicado seguido de otros compañeros —Ah… Sielf, ¡no te metas en líos! —exclamó de repente provocando que automáticamente todos se giraran a observar a la joven de aspecto casi andrajoso cuya trenza estaba totalmente desarmada. Ella solo lo miró y como respuesta levantó una mano haciendo un gesto de negación, luego caminó por el pasillo indicado.

En un principio pensó que llegaría pronto al final del recorrido, y durante su andar se tomó su tiempo para contemplar algunos cuadros y esculturas. Fue entonces que las luces se apagaron generándole un leve sobresalto, apenas podía vislumbrar por dónde seguir. De inmediato se detuvo bruscamente en cuanto estuvo frente a una puerta vidriada, la luz que género otro relámpago le permitió ver que se hallaba delante de un gran salón con enormes ventanales.

Fascinante, se dijo en cuanto pudo distinguir a través de los cristales la figura de una escultura inusual. Estirando la mano, tras maniobrar el picaporte, comprobó que la puerta permanecía cerrada. En ese momento volvió la energía y se iluminó el lugar, pudo ver que aquella escultura representaba a un guerrero arrodillado, lo cual le generó cierta pena.

Será mejor que me vaya, pensó retomando su camino, tal y como les había dicho Rosa, casi no había nadie en los corredores, la mayoría de los estudiantes se encontraba en su habitación.

En cuanto la joven cruzó el pequeño jardín, vio una pequeña fuente con el agua en calma, luego de atravesar ese espacio encontró las escaleras al dormitorio de mujeres. Subió con prisa hasta un pasillo angosto y rodeado de numerosas habitaciones.

—Aquí es —se dijo al ver una puerta con el número 7, su habitación. Abrió la puerta con llave, encendió las luces y colocó la mochila sobre el piso. Miró a su alrededor; un librero, una cama, un ropero y una mesita junto a la ventana. Echó un vistazo a la habitación y estirando los brazos se acercó a la ventana. Genial, pensó al ver que tenía vista a una parte del jardín y al estacionamiento.

—Allí estás, vieja amiga—, musitó al observar a través del vidrio su bicicleta entre un par de motocicletas. Respiró hondo e intentó ver hacia el bosque fuera de los muros del Internado, sentía curiosidad por recorrer tan inmenso lugar pese a los comentarios de peligrosidad absurdamente justificados para ella.

Cansada, empezó a sentir sueño, entonces se quitó el piloto sucio y húmedo, lo extendió y lo sacudió fuertemente haciendo salir disparada a la manzana, justo en este instante retumbó un relámpago que no solo apagó y encendió las luces en cuestión de segundos sino que además dejó en segundo plano el sonido de la manzana verde rodando bajo la cama.

—Uy, qué hambre —se dijo en cuanto oyó otro ruido, el de su estómago rugiendo pero esta vez por el paquete de chocolates guardado en la mochila. Sentada al borde de la cama probó un bocado de la barra de chocolate cuyo amargo sabor y la sensación del cacao derritiéndose en su boca hicieron que la llegada le resultara más placentera.

—Gracias abuelo, pensó al recordar cuando se lo había obsequiado.

Más tarde se dirigió a los baños que se encontraban a pocos metros, allí encontró las duchas, se dio un baño, cepilló sus dientes y volvió a su habitación. Después de ponerse el pijama, lentamente se recostó en la cama abrazando la almohada con aroma a lavanda. En cuanto las frazadas la envolvieron hasta la cabeza cerró los ojos y al cabo de un rato empezó a soñar…

Sielf y la legión de los guardianes

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