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7 de febrero Cuando Dios tiene ira

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“La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18).

¿Sufriste alguna vez un ataque de ira? ¿Fuiste la víctima o el victimario? Algunos hasta lo consideran un asunto normal, de supervivencia y universal; es decir, algo que todos experimentan.

Pero, la ira de Dios es más difícil de entender y de aceptar. ¿Cómo es que un Dios bueno puede tener ira? La Biblia habla de la ira del hombre, y nos advierte de toda ira desenfrenada o arrebato de furor, y de la ira de Dios. Así como la justicia de Dios se revela, la ira de Dios también “se revela”.

El destinatario de la ira de Dios es la impiedad y la injusticia de los pecadores. No se trata de un sentimiento, una emoción o un enojo de parte de Dios; sino un acto de retribución y justicia divinas. Es un hecho contra la impiedad y la injusticia. La impiedad es el mal hacer contra Dios y la injusticia es el mal hacer contra los hombres. La impiedad es el mal en el corazón (o sea, la semilla) y la injusticia es el mal en la acción (es decir, la planta y el fruto).

Dios ama al pecador, pero odia al pecado; porque el pecado ha dañado a su criatura y un día su ira (es decir, su justicia) será manifiesta. “Los hombres se están dejando adormecer en una seguridad fatal y solo despertarán cuando la ira de Dios se derrame sobre la Tierra” (Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 47).

¿Qué es lo que apacigua la ira de Dios? La muerte y el sacrificio de Cristo apaciguan la ira de Dios. Cuando aceptamos ese sacrificio en nuestro lugar, estamos “huyendo” de la ira de Dios. En la historia de Jonás y su envío a Nínive resulta claro el propósito divino. Dios envió al profeta a salvar Nínive. Él quería destruir a esa gente. El Señor le dio a Jonás un mensaje para transmitir: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida”. El tiempo otorgado era un llamado al arrepentimiento y la vida. El mensaje fue oído; las oportunidades, aprovechadas; y las personas fueron alcanzadas por la salvación. Eso muestra que Dios no quería destruir sino salvar.

El gran día de la ira de Dios está cercano. Él no quiere la muerte del que muere, sino que todos procedan al arrepentimiento. Vivimos con un dilema: por un lado, anhelamos que Dios haga justicia y, por otro, reclamamos porque hace justicia.

La promesa es segura: Dios hará cielos y Tierra nuevos, en los cuales mora la justicia. Quien no acepta a Jesús como su Abogado lo enfrentará como Juez. Puedes quedar afuera de la ira de Dios, si tan solo quedas adentro del amor del Señor.

Pablo: Reavivado por una pasión

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