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17 de febrero Adán versus Cristo

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“No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Romanos 5:14).

¿Cuál es el descubrimiento más grande de la historia? Algunos hablan del fuego, de la rueda y de la imprenta. Otros, de la computadora y de Internet. Pero Pablo, en Romanos 5, habla de dos acontecimientos y dos personas que marcaron la historia.

Se trata del primer Adán y de Cristo, el segundo Adán. Uno es el gran perdedor; otro, el gran ganador. Uno es el fracasado; otro, el victorioso. Uno es quien fundó y fundió la raza humana; otro, el que la redime y la refunda. Uno nos llevó a la muerte; el otro nos lleva a la vida.

Por uno perdimos el Edén y la herencia; por el otro recuperamos la herencia y el nuevo Edén. Por uno terminó todo lo bueno; por el otro terminará todo lo malo, y lo bueno será recuperado para siempre. Uno viene de la Tierra, el otro viene del cielo. Por la desobediencia de uno entró la muerte, y por la obediencia del otro se recupera la vida.

Adán fue probado en un jardín hermoso; Cristo fue tentado en el desierto. El Antiguo Testamento es el “libro de las generaciones de Adán” y termina con una maldición (Mal. 4:6). El Nuevo Testamento es el “libro de la genealogía de Jesucristo”, y termina con la promesa de que no habrá más maldición (Apoc. 22:3).

En resumen, Adán y Cristo ilustran dos escuelas de vida y dos reinos. Uno es terrenal, y el otro es celestial.

La transgresión de Adán es también la nuestra. Literalmente, “transgredir” significa pasar la línea. ¡Y vaya si nosotros la hemos traspasado!

Somos descendientes de Adán, heredamos su naturaleza pecaminosa y sus consecuencias. Pero Cristo asumió nuestros pecados y sufrió nuestro castigo. Cristo venció donde Adán falló.

Por eso, Satanás es un enemigo vencido, y “nadie está eximido de entrar en la batalla del lado del Señor, pues no hay razón para que no podamos ser vencedores si confiamos en Cristo: ‘Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono’ (Apoc. 3:21)” (Elena de White, La temperancia, p. 250).

¡Gracias, Señor, porque juntos podemos vencer!

Pablo: Reavivado por una pasión

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