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8 de febrero Un juicio justo

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“Pero sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según la verdad” (Romanos 2:2).

Cierta vez, en una ciudad, estábamos pasando frente al Ministerio de Justicia y escuché que se referían a ese edifico público como “el Ministerio de Injusticia”. Esto es algo natural que suele suceder en el imaginario colectivo. El ser humano se ha desviado tanto del camino de Dios que muchos de sus actos son el reflejo de su inconducta y de su falta de valores.

Al contrario de lo que sucede en este mundo, Pablo dice que el Juicio de Dios no será sobre supuestos, engaños, pruebas fraguadas o falsos testigos; sino según la verdad.

El Juicio de Dios es universal; es para todos y a la vez es para cada uno, sea judío o gentil, creyente o ateo.

El Juicio de Dios será ecuánime, ya que todos serán juzgados sobre la misma base: el metro tendrá 100 centímetros para todos.

El Juicio de Dios no es optativo; es obligatorio, no hay vías de escape, ni atajos, ni salida lateral. No hay arreglos especiales, ni excusas válidas.

El Juicio de Dios tendrá en cuenta el conocimiento de la voluntad de Dios adquirido por las personas, como así también las oportunidades ofrecidas y aprovechadas de conocer y practicar el mensaje de Dios.

El Juicio es inevitable pero el amor de Dios es incomparable. Él nos ha creado a su imagen con libre albedrío; es decir, con la capacidad de elegir. Es en el mal uso de la libertad, al separarnos de Dios, que creamos este mundo de pecado y sus consecuencias. El Señor no vino para condenar, sino para salvar. Cuando gritaban “a otros salvo a sí mismo no puede salvarse”, estaban gritando una verdad.

No vino a salvarse, vino a salvarnos. El Juicio pondrá en evidencia que los actos de la vida han mostrado la aceptación del plan de Dios, de su amor, de su sacrificio, ya que ninguna condenación hay para los que descansan en Jesús.

Escuchemos el fuerte llamado del Señor, reflexionemos y actuemos:

“¿Qué diré para despertar al pueblo remanente de Dios? Me fue mostrado que nos esperan escenas espantosas; Satanás y sus ángeles oponen todas sus potestades al pueblo de Dios. Saben que, si los hijos de Dios duermen un poco más, los tienen seguros, porque su destrucción es cierta. Insto a todos los que profesan el nombre de Cristo a que se examinen, y hagan una plena y cabal confesión de todos sus yerros, para que vayan delante de ellos al Juicio, y el ángel registrador escriba el perdón frente a sus nombres” (Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 91).

Pablo: Reavivado por una pasión

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