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Rut 1.1–6

Situaciones en dramas familiares I

El libro de Rut nos cuenta la historia trágica de una familia tras una migración forzada. Nos habla sobre lo cotidiano en un escenario que nos es conocido: Belén, una pequeña ciudad al sur de Jerusalén.

Rut es, a pesar de todo lo que ahí sucede, un espacio donde también crece la esperanza. Cada detalle es como el retoño de las flores de un jardín de amor, en tiempos en los que el desamparo parecía marchitar las flores de cualquier jardín.

Esta historia tiene como telón de fondo los tiempos de anarquía y malestar popular entre los hebreos, en el camino hacia la formación del go­bierno que Dios les había instruido. El período de los jueces, en la historia del pueblo hebreo, es rico en relatos sorprendentes. Fue un largo período de más de trescientos años que comenzó después de la muerte de Josué, y que sólo terminó con la concesión divina de un monarca en la persona del rey Saúl.

En ese tiempo, el pueblo de Dios parecía estar en un ascensor, porque vivía de arriba hacia abajo en su relación con Dios. Oscilaba entre su rebeldía a Dios y el regreso a Él. Por lo mismo, la inestabilidad política, el colapso moral y la infidelidad espiritual fueron las marcas distintivas de ese tiempo.

La época de Noemí y de Rut, su nuera, se aseme­ja a la actual en la crisis ética que condujo al hambre de mucha gente. Hoy tenemos un caos ético tal que ha afectado el sistema financiero con estafas, corrup­ción e inversiones que dañan el medio ambiente; este caos está trayendo desastres y más hambre al mundo. La historia de Rut es un relato inspirado por el Señor para hablarnos de realidades como estas, aunque nos cueste aceptarlas, por ser ellas muchas veces tan contradictorias.

El escenario del libro de Rut es Belén, una pe­queña ciudad con un nombre cargado de significado. “Belén” quiere decir ‘casa del pan’. Era la tierra donde abundaba “leche y miel”, pero en aquellos días estaba desolada. Esta ciudad había pasado a ser un lugar de desesperación y hambre. Sus habitantes tuvieron que buscar refugio en otros lugares, en los campos de Moab, por ejemplo, o entre los parientes lejanos de sus padres.

Cuando enfrentamos una crisis financiera y espiritual

Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra [...] (Rt 1.1a).

La crisis financiera mundial nos ha tomado por sorpresa, algunos economistas la anticipaban, pero los escuchábamos como a falsos profetas. No considerábamos sus advertencias. No era recomen­dable endeudarse para cumplir el sueño de la casa propia, la economía de las familias emergentes aún era débil. Cuando la crisis llegó, no discriminó a nadie, nos golpeó a todos: pobres y ricos, hombres y mujeres, negros y blancos.

Los “profetas” de Mamón1 nos están anuncian­do que la crisis ya terminó, pero estos desastres financieros no son acontecimientos puntuales y pasajeros, fácilmente eludibles con una inyección de recursos de un sector para salvar a otro sector. Son realidades más estructurales, que necesitan ser modificadas y reevaluadas, para llegar a lo más profundo del problema, o sea, al ser humano como transgresor y provocador de estos males. En nuestro caso, en particular, fuimos testigos del fracaso de las políticas neoliberales que desfallecían y no lograban mantenernos en la superficie de las aguas turbulen­tas de la especulación financiera. Fuimos testigos del Estado haciéndose cargo del juego “privado”. Esto es histórico, y lo hemos vivido, y lo estamos viviendo en tiempo real.

En los días en que gobernaban los jueces se vivía una recesión significativa, había desocupación a causa de la sequía en la región; motivo por el cual, el mercado agrícola de Belén estaba desabastecido. Después del liderazgo de Moisés, Josué, quien fue sucesor de Moisés, procuró, con pocos resultados, continuar con el mismo sistema de justicia, pues el mundo había cambiado. La falta de equidad, la violencia, la inseguridad, instalaron una situación anárquica en la vida del pueblo de Dios. Los ciuda­danos seguían las noticias con intenso interés y eran testigos oculares de un hito importantísimo de la historia de su nación. La crisis había llegado y los ricos veían sus negocios desmoronarse y sus tierras siendo embargadas. Elimelec era uno de ellos. Él era un hombre acomodado, tenía tierras, negocios y bienes. Sin embargo, la crisis lo golpeó, y el hambre también llegó a la casa de su familia.

En ningún caso, la crisis de la economía agrícola y el hambre son una casualidad, ni siquiera el resultado de una tragedia natural. Se trataba de las consecuencias de la desobediencia y era lo que de­bían esperar. Ellos, siendo el pueblo de Dios, habían permitido la injusticia, cada quien hacía lo que que­ría, la palabra divina que los orientaba escaseaba2, la desesperanza se imponía, y las decisiones se realizaban impulsadas más por la necesidad.

Rut, el libro, nos hace saber de las decisiones de una familia hebrea, decisiones que ellos tomaron en medio de aquellas circunstancias. A Elimelec le tocó el manejo de esta crisis. Nos preguntamos, quizá, ¿cómo manejó esta familia la crisis? Algunas reacciones de ellos nos permitirán ver ciertos principios, que tal vez nos puedan ayudar en nuestros propios dramas familiares.

Cuando tomamos malas decisiones

Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos. El nombre de aquel varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los nombres de sus hijos eran Mahlón y Quelión, efrateos de Belén de Judá. Llegaron, pues, a los campos de Moab, y se queda­ron allí (Rt 1.1–2).

Cuando las comodidades y la abundancia son nuestro estilo de vida, podemos encontrarnos como Elimelec ante la escasez y el hambre. Lo primero que va aparecer es el instinto de sobrevivencia, entonces nos haremos cargo de nuestra responsabilidad frente a la sobrevivencia familiar. Era evidente para los padres y los hijos jóvenes, que se debía tomar una decisión. No podían seguir viviendo con tantas limi­taciones. Huir del problema era el único recurso en ese momento para enfrentar las dificultades, así lo entendieron. Delante de alguna crisis, es inevitable el tener que tomar decisiones. Algunos colocan los pies en las “avenidas de la victoria”, enfrentando la situación para resolverla; otros avanzan por los atajos del escape, de la huida y, a veces, de la irres­ponsabilidad…

El libro de Rut nos llama la atención sobre la forma como Dios cambia las consecuencias de nuestras decisiones equivocadas. Nos muestra que enfrentar nuestros problemas en el lugar donde ocurren puede ser lo más recomendable o saludable y no así huir de ellos. Dios no desea darnos pies rápidos para huir, Él desea darnos coraje para vencer en tiempos difíciles, para asumir nuestros proble­mas con paciencia, voluntad y dedicación; porque tiene un proyecto exitoso para nosotros, pero este sólo se hará realidad luego de un esforzado trabajo. El diccionario es el único lugar donde “éxito” lo encontramos antes que “trabajo”.

La vida, dirigida por Dios, se ha encargado de hacer pedagogía a partir de nuestros problemas familiares. Y nos demuestra que huir de las circuns­tancias desfavorables no ha sido siempre el mejor camino, pues esta segunda opción podría ser la peor. Mientras estemos en este mundo y en su historia, siempre vamos a tener problemas con el entorno. Siempre van a aparecer situaciones que parecen amenazar nuestra integridad. Cuando entramos en conflicto con el vecino, con el marido, con la esposa, con el jefe, con los hijos, con los clientes, con los amigos, lo primero que consideramos es huir, irnos lejos y dejarlo todo. Imaginen lo que le dicen a Elimelec cuando anuncia que se va, que no soporta más la escasez de alimentos. Son muy pocos los que pensarían que lo mejor es dejar a la familia, terminar con el matrimonio o, tal vez, dejar el trabajo. Este relato nos enseña, lo remarcamos, que la segunda opción puede ser peor que la primera.

Elimelec, junto con su esposa e hijos, tomaron una decisión, a nuestro entender, equivocada; y a esta se añadió lo imprevisto. El refugio de Elimelec en Moab era extraño y contradictorio. Los campos de Moab se ubican en un lugar alto, al este del Mar Muerto, al otro lado del mar, enfrente de Belén, rodeando el mar a unos ochenta kilómetros. Era poblada por gente que había abandonado la adoración a Jehová, el único Dios, y que se había perdido en la adoración a imágenes equivocadas de Dios. Esta idolatría era utilizada entre los moabitas como ins­trumento de sometimiento y opresión.

En primera instancia, no se entiende por qué Elimelec toma esa decisión, pero es posible que haya sido la opción más rápida y fácil, pues tenía entre los pobladores de Moab parientes lejanos, de orígenes cuestionables; pero, en fin, parientes, descendientes de Lot, el sobrino de Abraham3.

El atajo más fácil no siempre es la alternativa más ética, segura y sensata. En el momento de cualquier crisis que nos toque vivir, deberíamos mirar hacia Dios, en lugar de mirar sólo las circunstancias. Cuando estamos acorralados por circunstancias ad­versas, necesitamos creer que Dios está por encima de ellas y al control de estas. Enfrentar la crisis es mejor que la fuga. Huir no es la decisión más segura. Por eso, debemos buscar abrigo debajo de las alas del Omnipotente, en lugar de andar descubriendo atajos peligrosos y cuestionables.

Cuando nuestras dificultades empeoran

Y murió Elimelec, marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos, los cuales tomaron para sí mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa, y el nombre de la otra, Rut; y habitaron allí unos diez años. Y murieron también los dos, Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido (Rt 1.3–5).

Las Sagradas Escrituras nos muestran que el Altísi­mo gobierna todas las cosas, no sólo sus bendiciones y manifestaciones, sino también los sucesos cotidia­nos de la vida, aquellos que nos dan alegría como también los que nos causan tristeza. Son estos los que nos ayudan a crecer y madurar, sobre todo cuando aprendemos a confiar en que Él no está distante. Nos permite ser libres, ser adultos, capaces de corregir lo que está equivocado, aun después de muchos años.

Por otro lado, hombres y mujeres somos respon­sables de nuestras decisiones y acciones, de aquellas que nos involucren y de aquellas que consintamos. El ser humano tiene que hacerse cargo de las consecuencias de sus obras, debe ser responsable y honesto delante de Dios. No tiene que ir buscando a quien echarle la culpa. Y, en el colmo de la soberbia pensar, por último, que puede hacer culpable a Dios de lo que le pasa.

Estas dos verdades bíblicas: la soberanía de Dios sobre todos los aspectos de la vida y la responsabili­dad del hombre sobre sus acciones, son verdades que no se contraponen, más bien se complementan, y conviven en la revelación de Dios en nuestra historia.

El refugio de la familia de Elimelec en Moab fue golpeado por desgracia tras desgracia, como conse­cuencia de un proyecto en el que la fe en la promesa no era una característica. Por el contrario, era noto­rio que remaban contra la corriente de lo que Dios quería para ellos. ¡Cuántas consecuencias hay en nuestra vida cuando nos alejamos del propósito de Dios! Sin embargo, esta decisión nunca estuvo fuera de la observación de Él. Dios utilizó esta decisión complicada para transformarla en una oportunidad para la bendición, como veremos más adelante.

El problema de Elimelec y su familia fueron sus expectativas de bienestar. En estas expectativas lo espiritual no tenía un lugar importante; estaban concentrados en lo material, tal vez en sus tierras. La pérdida de la cosecha les parecía el principio del fin. No pudieron soportar la escasez de alimentos. La austeridad, el sufrimiento, la angustia temporal, el tiempo de la prueba de fe no estaban en su visión de la vida en ese momento. Elimelec perdió la vida buscando la sobrevivencia en los campos moabitas, “queriendo ganar la vida, terminó perdiéndola”. Su fe no fue suficiente para impulsarle a buscar la provisión de Dios. Siempre se había autoabastecido; tal vez nunca había sufrido hambre, creció creyendo que los recursos alimentarios son inagotables.

La muerte de Elimelec es la muerte del padre de una familia patriarcal que no sólo trae profunda tristeza a la esposa y sentimientos de orfandad a los hijos, sino que también les deja con una sensación de gran desamparo. Más aún siendo inmigrantes lejos de su tierra natal. En este momento es cuando la fe de Noemí se realiza en medio de sentimientos encontrados. Por un lado, su profundo amor y fidelidad al amor de su vida, su esposo, y, por otro, sus sentimientos de amargura. La pérdida de un ser querido, y muy particularmente, la muerte de un cónyuge, no es un proceso fácil de asimilar.

Noemí esperó que las cosas tomaran otro color. Una luz de esperanza volvió a brillar en el camino cuando sus queridos hijos Mahlón y Quelión se ca­saron. Habían escogido a mujeres moabitas por esposas. Una de ellas fue Rut. La historia podría haber quedado ahí con un final feliz; pero, súbitamen­te, después de unos años, sin ninguna explicación, Mahlón y Quelión mueren. Al parecer, fue uno de esos casos en que los miembros de una misma fami­lia mueren uno tras otro, casi juntos. La tragedia en algunas familias es una de las experiencias más desoladoras de la vida, ante la que sólo nos queda en­mudecer. Hay pocas situaciones tan dolorosas como aquellas en que los padres entierran a los hijos.

¡Qué dolor para aquella mujer: perdió a su esposo, y ahora a sus hijos! Noemí había quedado completamente desamparada y sola. Ella era la fascinación de Elimelec. Lo había amado y seguido en busca de refugio hasta los campos de Moab.

Cuando las circunstancias no mejoran, cuando la vida se estanca, cuando la batalla se enardece y el camino se alarga, todo parece insoportable, injusto y triste. Cuando nosotros sólo vemos dolor, Dios jamás desperdicia el sufrimiento en la vida de sus hijos. Noemí, en medio de su dolor y resentimiento, debía seguir siendo una mujer hebrea que cree en el Todopoderoso, que lo ve como al Dios soberano que es. Él da y quita, y su nombre debe ser glorificado4. En adelante, ella tomará decisiones para superar el desamparo y no estará sola.

Cuando sabemos reconocer nuestros errores

Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan (Rt 1.6).

Volvamos nuestra mirada a Belén. Dios estaba disciplinando a su pueblo. El hambre era temporal. En medio de su ira por el caos social y político, se acuerda del amor por su pueblo. Lo que sucede luego en Belén, la “casa del pan,” nos muestra lo especial que es su pueblo para Dios.

Las crisis no duran para siempre, y el mismo Dios que envió el hambre, envío de nuevo el pan como un gran gesto y señal de su misericordia. Noemí no estaba escuchando noticias del tipo: “Hubo una gran inversión económica en la ciudad” o “Las cosas han mejorado en los mercados de Belén”. Las noticias llegaron como el evangelio llega a nosotros: Él nos ha visitado, ha llovido, el grano ha dado su fruto, las cosechas han sido abundantes, Dios ha dado una nueva gran oportunidad a su pueblo, un gran regalo del Todopoderoso.

Mientras atravesamos el escenario de la histo­ria, somos convocados a responder a cada una de las oportunidades que Dios nos da. Es nuestra gran oportunidad el desenvolvernos de la mejor manera posible. El Nuevo Testamento llama kairós a estas oportunidades o momentos, espacio de tiempo importante, ocasión adecuada o propicia. Algo así como lo que sucede con nuestra fruta predilecta si no hemos estado atentos, a su temporada de cosecha, para saborearla, no la veremos más hasta la siguiente temporada. Debemos estar atentos a lo que Dios está haciendo en la historia. Dios visitó a su pueblo, les prestó atención y les dio pan.

Noemí tomó valor, se levantó, la amargura no la iba a doblegar. Seguía confiando en el Dios que ha visitado a su pueblo. Era el tiempo oportuno para volver a su Belén querido, sus nueras irían con ella a Judá.

El tiempo oportuno de Dios exige atención y pronta reacción, pues puede pasar como un cometa a gran velocidad. Quien pestañó, se perdió el espec­táculo. No hay espacio para prórrogas y displicencias. La oportunidad en medio de la crisis exige sabiduría y disposición para tomar valor, y retroceder si es ne­cesario. Salir, cambiar, alejarse, regresar, afirmarse. En nuestro tiempo, los plazos necesitan ser liberados de la indiferencia, de la desidia, de los apuros compul­sivos, estresantes, sin sabiduría. El apóstol Pablo nos advierte que las circunstancias que nos rodean son malas. Cuando decimos “ahora es demasiado tarde, ya pasó el tiempo”, hemos dejado escapar la oportunidad que Dios nos estaba dando5.

Noemí supo aprovechar la oportunidad que Dios le entregaba y decidió caminar a la sombra de la eternidad. En tiempos difíciles, es necesario aprender a retroceder, a cambiar de dirección, y a volver sobre nuestros pasos. Cualquiera de nosotros podría decir lleno de orgullo: “No volvería nunca atrás, pues sería el hazmerreír de todo el mundo”. Sin embargo, para regresar no solamente se necesita humildad, también hace falta valentía, porque reconocer errores es de gigantes.

Uno de los problemas de las congregaciones de hoy es que no estamos abriendo espacio para que las personas se equivoquen. No es común escuchar en el liderazgo, entre los ministros del evangelio, que alguien reconoce que se ha equivocado, que tomó una mala decisión, que no consideró la voluntad de Dios, que invirtió mal el dinero del Señor, que no tuvo la palabra y la actitud adecuada ante una situación, o que le aterra la sola idea de la escasez y la austeridad. En una cultura que exalta el triunfalismo y la ley del que menos se equivoca, no hay cabida para el arrepentimiento y el reconocimiento del error.

La teología de Noemí es la de seguir creyendo en Dios, quien es todopoderoso y misericordioso (Rt 1.8, 20) a pesar de su resentimiento, el cual ella describe más adelante como “amargura”. Noemí es una mujer que lucha con sus contradicciones, no deja que la amargura se vuelva terquedad. No trató de probar a un Dios de misericordia en medio de justas consecuencias. Su teología no la dejó en un camino sin alternativas, con un Dios despreocupado de la historia, que no da nuevas oportunidades o no perdona. Porque al fin y al cabo ese también es el problema de nuestras familias, nos cuesta detenernos y regresar, ceder, volver atrás y ver el perdón como una acción real. Noemí inició el camino de retorno, la esperanza era muy leve en ella, sus sentimientos eran encontrados. En su mente, sólo estaba la idea de salir del lugar al que había ido. La mayor gracia en el creyente no consiste en no caer nunca, sino en levantarse cada vez que cae. El impío cae en el mal y no se levanta, pero el justo cae y se levanta6. Noemí era una mujer justa. Vio la muerte de su familia, quedó desamparada, se resintió contra Dios y allí estaba tomando valor, levantándose para regresar. El camino tomado por su familia lejos de Belén fue de muerte y perplejidad. En algo se habían equivocado y sólo ella, mujer y hebrea, sobrevive para contarlo. Aprendamos a reconocer nuestros errores. Dios no quiere avergonzarnos, quiere restaurar nuestra suerte, así como lo hizo con Noemí.


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1 Lucas 16.13. “Mamón” es el término utilizado en el Nuevo Testamento como el símbolo de la avaricia material o el dios de las riquezas. La versión en inglés King James traduce como “mammon”, sin embargo, la versión en español Reina-Valera 1960 lo hace como “riquezas”.

2 1 Samuel 3.1.

3 Génesis 19.37.

4 Job 1.21.

5 Efesios 5.16; Colosenses 4.5.

6 Proverbios 24.16.

Rut

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