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ОглавлениеEl universo del que proceden los artículos que componen esta selección, La forja de un escritor (1943-1952), alumbra la obra creativa de Cela, a la par que contiene semillas de lo que el maestro Darío Villanueva llamó «el otro Cela», es decir, «el filólogo, geógrafo, pensador del oficio literario e incansable editor de revistas»23. Los límites que nos hemos impuesto son la condición por la que no aparecen todas las caras del poliedro CJC.
Valgan unos someros apuntes para certificar el valor de los artículos. Muchos de los agrupados en «Experiencias vitales» guardan estrecha relación con su primer libro de memorias, La cucaña. Memorias de Camilo José Cela. Infancia dorada. Pubertad siniestra. Primera juventud. Libro primero. La rosa (Barcelona, Destino, 1959). Relación que se fortalece a la luz de la datación de la primera serie de entregas que fraguó el volumen: del 1 de junio al 15 de noviembre de 1950 en el Correo Literario. Arte y Letras Hispanoamericanas, revista que pertenecía a la órbita de Alfredo Sánchez Bella y del Instituto del Mundo Hispánico, y que dirigía el buen amigo de Cela Leopoldo Panero. Meses después de esta serie de entregas, CJC buscaba que Josep Vergés, copropietario de Destino, acogiese en el semanario la segunda serie de entregas de La rosa. Una carta del escritor del 24 de julio del 52 es bien expresiva:
Hace un par de años, empecé en Correo Literario la publicación de mis memorias bajo el título de La cucaña. Iban quedando muy bien y divertidas, pero me incomodé con el periódico y les di golletazo. Pienso que ahora pudiera ser un buen momento para abordarlas de nuevo.
Esa querencia celiana se cumplió meses más tarde. El semanario Destino iniciaba el segundo tramo de la publicación por entregas de La rosa el 4 de abril de 1953.
En «Experiencias vitales» el lector encontrará el artículo «Redescubrimiento de Barcelona», primera colaboración de Cela en La Vanguardia Española y punto de partida de una relación básica para su obra: la que se inicia en el otoño de 1945 con las editoriales barcelonesas. A su ya consolidada vinculación a Ediciones del Zodiaco, donde publicará Pisando la dudosa luz del día (1945) y la cuarta edición de La familia de Pascual Duarte (1946), con prólogo de Gregorio Marañón, se suman los diálogos editoriales con Josep Janés, Josep Vergés y Pepiño Pardo (de Noguer). Sin Barcelona no hubiese existido esta segura fragua del escritor gallego.
Capítulo esencial también en este aspecto es «El escritor y la escritura», donde el lector adivinará la sustancia seminal de sus reflexiones de madurez publicadas con firma o sin ella en Papeles de Son Armadans. En el haz de artículos de esta sección, Cela reflexiona sobre su vocación, sobre la función social del escritor y su responsabilidad, sobre el escritor y sus críticos, alrededor de la novela, sobre las herramientas del quehacer novelesco y otras tareas afines. Se trata de una ética-estética de los años en que se anda fraguando su personalidad y su obra.
Al margen de estas consideraciones genéricas, el joven Cela nos muestra en esta «escritura del día» algunas cartas de su baraja de creador. El artículo «Los libros de viajes» (10 de julio de 1946), publicado unos días después de finalizar su viaje por la Alcarria, es una buena poética de lo que pretendían el Viaje a la Alcarria (1948) y sus libros de viajes sucesivos. El papel esencial de la mirada en La colmena (1951), una de las obras maestras de la historia de la novela española, se justiprecia mejor a la luz de tres artículos magistrales procedentes de La Vanguardia Española: «Con los ojos abiertos» (15 de junio de 1950), «Esa ventana abierta sobre cualquier paisaje» (5 de septiembre de 1950) y el formidable «Elogio del mirón» (15 de octubre de 1952), una poética de la mirada y el signo. Para el recto análisis de una novela moderna, sugestiva, brillante y profunda como es Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) deben tenerse en cuenta las reflexiones de CJC sobre el género epistolar (15 de octubre de 1952), y para la clave temática de la novela, el artículo «Elogio de la samba» (7 de mayo de 1949) es una ayuda segura24.
Por los artículos de esta segunda sección fluyen las reflexiones acerca de la memoria, el otro gran sumando narrativo, junto a la mirada, de la obra de Cela. Baste anudar los artículos y los cuentos alrededor del reloj; o la mezcolanza que se produce con la memoria como fuente del dolor entre un relato ficcional, que acabará nutriendo Baraja de invenciones (1953) y asimismo La rosa, con mención expresa en el prólogo del libro de memorias del relato «La memoria, esa fuente del dolor» y con su integración en la andadura autobiográfica de la primera edición (1959).
«La pintura y otras artes» nos acerca a una vocación no cumplida, al talento del joven Cela para definir la naturaleza de la producción de una docena de pintores y para adelantar una de las líneas maestras de Papeles de Son Armadans, su interdisciplinariedad. Papeles dedicó extraordinarios a Picasso, Miró, Tàpies, Solana, el grupo El Paso, etc. En consecuencia, en estos artículos laten algunas querencias de la empresa mallorquina y liberal de años después. Entre las colaboraciones agrupadas en este tercer capítulo quiero llamar la atención sobre «El alma de Madrid en 34 acuarelas» (3 de agosto de 1945), una de las pruebas de la temprana ideación de La colmena: «El Madrid de nuestros días, que busca el novelista que escriba su novela, ha encontrado el pintor que la supo retratar», escribe Cela a propósito de Juan Esplandíu25.
El ideario ético, estético, artístico y sobre todo literario que se aprende en esta forja del escritor gallego permaneció en muchos aspectos inalterable a lo largo de su trayectoria. Buena prueba de ello es que el último Cela echó mano de algunos de estos artículos para volverlos a publicar, con ligerísimas alteraciones de título y texto, en la serie «El color de la mañana» que publicó en ABC desde 1993 hasta su muerte al alborear 2002. Tal es el caso de «Una ventana abierta» (21 de noviembre de 1999), que se corresponde con «Esa ventana abierta sobre cualquier paisaje» (5 de septiembre de 1950), y «El viejo reloj del solitario» (19 de diciembre de 1999), que lo hace con «Meditación ante un viejo reloj» (4 de noviembre de 1950). Ambos se reproducen en el presente libro.
Como escribíamos al principio de este pórtico, estos artículos nos proporcionan un auténtico perfil autobiográfico, que engarza los discursos del yo con los discursos del mundo, que Cela llamaba —con precisión absoluta— la crítica benévola del mundo en torno. En la «Nota» que abre La rueda de los ocios, fechada en Palma de Mallorca en julio de 1957, Cela escribe: «Nadie sabe —nadie supo jamás— si es bueno o malo esto de detenerse, volver la vista y reparar, medio nostálgica y medio resignadamente, el calendario del tiempo que hemos ido quemando»26. Este libro permite enjuiciar esos tiempos a los lectores actuales.