Читать книгу La forja de un escritor (1943-1952)) - Camilo José Cela - Страница 20
SIR JOHN EN SU JARDÍN
ОглавлениеHa sido declarado monumento nacional el jardín de San Carlos, de La Coruña.
(De los periódicos)
Por el balcón, sobre la misma mar que lo trajo de la rubia Glasgow, mira sir John perennemente para la otra banda, tan próxima, a veces, a veces tan difusa: la verde banda de Mera, de Santa Cruz, de Bastiagueiros —la playa del Pazo—, de la dormida Santa Cristina, que yace como una muchacha desnuda; mojón que marca la linde donde la alborotada mar deviene dulce ría.
Sir John, que defendió contra el francés la misma tierra que contra el inglés —otro inglés que no era sir John— defendiera la fervorosa, la dulce, la encolerizada María Pita. Y en el breve, romántico jardín de tiernas parejas de núbiles, casi infantiles enamorados; jardín de vagarosos, tenues poetas entristecidos prematuramente; jardín de viejos capitanes mercantes que gustan de la tierra que, como una proa, hiende las sometidas aguas; en el umbrío y recoleto jardín, decía, sir John duerme, ¡ay!, para siempre ya. Lejos de las arboledas galanas, de los mansos ríos de las riberas verdes, de los cisnes blancos de las Britanas Islas que para ti, sir John, cantó Rosalía: el más bello arcángel de la poesía española, la mujer que vio besarse a las palomas; que voló en alas de rápida golondrina, llevada por el viento que juega con las margaritas; que escuchó a las lavanderas que cantaban a dúo con la fuente eterna que en aquella tierra jamás se cansa de fluir.
Y para ti, sir John, para que tu recuerdo sonara eternamente en la vetusta lengua de las alabanzas de san Pedro de Mezonzo a Nuestra Señora, compuso Rosalía ciento y pico de tiernos endecasílabos de mármol que —¿por qué, Dios, me fuerzas a tantos y tantos motivos de agradecimiento?— dedicó a mi bisabuela María Bertorini, «miña amiga nativa d’o país de Gales».
Sobre tu tumba, sir John, quedó grabado, para que las gaviotas que la galerna nos envía sobre la tierra lleven lejos, muy lejos, el testimonio de la verdad.
El niño que juega con la tierra del jardín de San Carlos lee el gallego de tu tumba, sir John, sin saber lo más grave, lo más misterioso de esa vida que Soult, el del «Vive l’Empereur!», te quitó al tiempo mismo de limarse la espada contra tu cráneo, sir John, que se abrió como una granada para salvarnos.
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Hoy los hombres quieren que nadie mueva una flor del jardín, que nadie se lleve en la suela del zapato una arena del jardín, que nadie huela demasiado el aroma de tu jardín, sir John, que huele a mar salobre y a tierna madreselva, que es del color de la ola y del nácar del tímido jacinto, más terso todavía que el nácar de la vieira y de la caracola.
Y tú, sir John, que desde el Cielo sonríes a todas las humanas fatigas y desazones, porque sabes cómo todo ha de terminar, dejas vagar la «meiga» de tu recuerdo por las puertas que, del jardín al mar, cruzó Carlos I cuando quiso venir a Compostela para oír hablar el viejo castellano casi recién nacido, entonces, del más viejo y siempre dulcísimo gallego que sirvió para grabar tu epitafio, la última carta que te dirigieron y la más bella, John Moore, joven general inglés.
¡Cuán lonxe, cánto, d’as escuras niebras,
D’os verdes pinos, d’as ferventes olas
Qu’ó nacer viron!
¡Qué lejos y con cuánta tristeza, ahora que solo nos acordamos de ti, John, cuando de repente descubrimos, ay, que es hermoso tu cementerio!
Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena.
Dicen también que más vale tarde que nunca.
Tú, John, sabrás perdonarnos. ¡Hemos estado tan ocupados!…