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PRÓLOGO

En una revisión historiográfica efectuada en 1998 por Juan Luis Guereña, se decía que la historia de la educación secundaria en España había constituido el «pariente pobre» de la investigación histórico-educativa durante la década de los ochenta del siglo XX, frente a la pujanza de los estudios sobre, por ejemplo, los procesos de escolarización y alfabetización o la historia de las universidades.1 Cuatro años antes, Ruiz Berrio, al analizar lo publicado desde 1982 a 1993, ambos años incluidos, en relación con la historia de la escuela pública en España, consideraba la historia de la educación secundaria como un campo «novedoso en nuestra historiografía educativa» que estaba llamado a ser un «tema estrella» en el próximo decenio.2 El tiempo parece haberle dado la razón, al menos desde un punto de vista cuantitativo. En un trabajo de inminente publicación sobre la evolución y las tendencias historiográficas en las tres últimas décadas -desde 1981 al 2009, ambos años incluidos- en relación con la historia de la educación secundaria en España,3 se recopilan algo más de ochocientos títulos entre artículos, libros y capítulos de libros sobre el tema, a los que habría que añadir, al menos por su relevancia, algún título más aparecido en el año 2010.

Una buena parte de esta producción, siquiera por razones conmemorativas, corresponde a trabajos sobre la historia de establecimientos educativos concretos, públicos o privados. Estas historias institucionales suelen matizar y concretar, en un caso específico, lo que la historiografía viene manteniendo, desde una perspectiva general, sobre la génesis y evolución posterior, hasta nuestros días, de lo que hoy llamamos educación secundaria y que en otros momentos recibió los nombres de segunda enseñanza, enseñanza media o bachillerato. A esta amplia serie de historias institucionales viene a sumarse el libro de Carles Sirera. Sin embargo, a diferencia de la práctica totalidad de ellas y de otras obras de enfoque más general, en ésta no siempre se confirman o matizan -más bien se ponen en cuestión- algunos de los supuestos que los historiadores del tema hemos mantenido en alguna ocasión en relación con dichas génesis y evolución.

El libro de Carles Sirera entronca tanto con la historia sociocultural como con la ideológica y política. En último término, conecta liberalismo y segunda enseñanza. Versa sobre la segunda enseñanza, en su doble versión -inestable y conflictiva- como bachillerato clásico y estudios de aplicación. Un nivel educativo creado por el régimen liberal o, si se prefiere -de ahí el título de la obra-, una enseñanza media para las nuevas clases medias. Al mismo tiempo, se trata, como se ha dicho, de una historia institucional, de una historia del Instituto de segunda enseñanza de Valencia en sus relaciones con otras instituciones educativas, públicas o privadas, y con la sociedad valenciana de la segunda mitad del siglo XIX. Combina, por ello, el análisis de la intra o microhistoria -micropolítica- del Instituto -organización interna, conflictos, tensiones, vida cotidiana, continuidades, cambios- con el de sus relaciones con el entorno social, político y cultural.

Quienes lean el libro destacarán en él, según sus intereses y puntos de vista, unos u otros aspectos. A mi juicio, son relevantes, entre otros, las páginas dedicadas a la composición social y las estrategias académicas del alumnado, al profesorado como grupo profesional -carreras docentes, espíritu de cuerpo, imagen pública, conflictos internos, asociacionismo, atención especial a los sustitutos y auxiliares-, a la enseñanza no oficial y al currículum, es decir, a los contenidos enseñados, exámenes, métodos, distribución del tiempo, etc. Asimismo, su lectura revela la importancia del Sexenio democrático (1868-1874) en nuestra educación secundaria. Un aspecto puesto también de relieve en una obra reciente sobre el Instituto madrileño del Noviciado -Cardenal Cisneros desde 1877- en cuanto laboratorio de ensayo de las fracasadas reformas de la segunda enseñanza, intentadas por los krausistas en 1869 y 1873.4 En la segunda enseñanza, como en tantos otros aspectos y cuestiones, hay un antes y un después del Sexenio.

Con independencia de ello, el libro de Carles Sirera constituye un análisis institucional concreto de la aplicación de las reformas, los planes de estudio y las disposiciones legales lanzadas o aprobadas en relación con la enseñanza media en la España de la segunda mitad del siglo XIX. Proporciona esa visión necesaria, en un caso determinado, de los procesos de adaptación, reinterpretación y modificación que implica la aplicación de las reformas y la legislación educativa en un establecimiento y entomo determinados. Además, desde esta perspectiva institucional concreta, cuestiona y fuerza a repensar algunos de los clichés y «verdades» admitidos y repetidos hasta ahora por la historiografía del bachillerato tradicional o de elite en relación con su carácter, sus destinatarios y su naturaleza dentro del sistema educativo.

Así, frente a la idea generalmente mantenida de un bajo porcentaje de fracaso escolar o alta eficacia interna de dicho bachillerato, Sirera sostiene que ello puede ser cierto si nos referimos al porcentaje de suspensos -un porcentaje que desciende a lo largo del período estudiado- a causa de la presión social y familiar, pero no lo es si dicho porcentaje tiene en cuenta los abandonos producidos por la larga duración del bachillerato y por causas personales o infortunios familiares.

Así mismo, frente a quienes afirman -y hemos afirmado- que el bachillerato, por su carácter propedéutico, se cursaba por lo general para acceder a los estudios universitarios, Sirera indica que ello sólo era así en el 35-40% de quienes obtenían el título de bachiller. A su juicio, pues, el bachillerato era un nivel educativo con entidad propia, claramente separado de la universidad y no su simple antesala.

Item más, tampoco parece ser cierto que el bachillerato se cursaba sólo con vistas a la obtención del título de bachiller: un buen número (el 35%) de los que finalizaban sus estudios no abonaban los derechos para la obtención de dicho título. Como tampoco puede decirse, según su análisis, que quienes cursaban estudios de aplicación o técnicos -comercio, agricultura, industria-, en el Instituto o fuera de este, pertenecían a clases o grupos sociales inferiores a quienes seguían el bachillerato clásico: ambos tipos de estudios ofrecían un alumnado de composición social similar. Por otra parte, no está de más señalar, en relación con este punto, que la explicación de la inexistencia en la España del siglo XIX de un bachillerato moderno o técnico, similar a los implantados en Francia y Alemania, o del fracaso de los intentos de implantarlo, radica para Sirera en la insuficiencia y debilidad, en el caso español, de la enseñanza primaria superior.

Por último, la tesis cuestiona -y este es el punto clave- otra idea asimismo generalizada: el carácter selectivo, elitista y restringido a las clases altas y medias-altas del bachillerato. En el caso valenciano, nos dice Sirera, el bachillerato constituía un espacio desde luego masculino, pero inclusivo y heterogéneo, que ofrecía un espectro social casi omnicomprensivo. En consecuencia, según sus palabras, no se puede afirmar que el título de Bachiller fuese un grado académico destinado exclusivamente, o principalmente, a las clases media y alta. No sólo no existían prácticas intencionadamente discriminatorias en su admisión, nos dice, sino que el fracaso escolar estaba transversalmente distribuido y más del 33% de los jóvenes que lograron titularse provenían de estratos familiares de clase media-baja.

Estas últimas afirmaciones, acordes con la imagen interclasista que ofrecía el Instituto de sí mismo en sus Memorias, plantean la necesidad de llevar a cabo análisis semejantes en otros institutos de la época con el fin de saber si el caso valenciano es la norma general o una excepción. Con independencia de ello, la cuestión planteada nos remite a otras no menos debatidas: la de la extensión de las clases medias en la España de la segunda mitad del siglo XIX, qué es lo que hay que entender por el cambiante y polivalente concepto de clase o clases medias -no es casualidad que «el primer uso conocido de esta expresión en nuestra lengua», efectuado por Marchena en 1792, esté ligado a la educación-5 y cómo cuantificar la composición social de la población estudiantil, temas todos ellos a los que Sirera se enfrenta en este libro a partir del análisis, documentado y riguroso, de una institución educativa concreta. Ello hace que su obra constituya, al mismo tiempo, el germen de un debate de amplia relevancia histórica, cultural, política y educativa, y una referencia obligada para cuantos se acerquen en el futuro a estas cuestiones.

ANTONIO VIÑAO

Universidad de Murcia

1. Jean-Louis Guereña: «La enseñanza secundaria en la historia de la educación española», Historia de la Educación 17, 1998, pp. 415-443 (referencia en pp. 415-416).

2. Julio Ruiz Berrio: «La escuela pública», en J.-L. Guereña, J. Ruiz Berrio y A. Tiana (eds.): Historia de la educación en la España contemporánea. Diez años de investigación, Madrid, CIDE, 1994, pp. 77-115 (citas en p. 110).

3. Antonio Viñao: «La educación secundaria», en J.-L. Guereña, J. Ruiz Berrio y A. Tiana (coords.): Nuevas miradas historiográficas sobre la educación en la España de los siglos XIXy XX, Madrid, Ministerio de Educación, en prensa.

4. Carmen Rodriguez Guerrero: El Instituto Cardenal Cisneros de Madrid (1845-1877), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientificas, 2009.

5. Juan Francisco Fuentes: «Clase media», en J. Fernández Sebastián y J. F. Fuentes: Diccionario político y social del siglo XIX español, Madrid, Alianza Editorial, 2002, pp. 161-166.

Un título para las clases medias

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