Читать книгу Entre Colombia y Panamá - Carlo Emilio Piazzini Suárez - Страница 5
ОглавлениеIntroducción
Pocas regiones en el ámbito subcontinental resultan igual de cruciales como el Darién colombo-panameño y áreas aledañas para la elaboración de interpretaciones sobre los procesos de poblamiento de Suramérica, el milenario establecimiento de sociedades de lengua chibcha en Centroamérica, Colombia y Venezuela, la ocurrencia de movimientos de población e intercambios a los que se atribuye el tránsito de productos y saberes entre Suramérica y Mesoamérica, la interacción de sociedades cacicales durante la fase final del periodo precolombino, y la génesis de nuevas etnicidades indígenas y afrodescendientes durante los últimos cuatro siglos.
Pese a ello, la región adolece de un estado crónico de desconocimiento de su arqueología, a lo que se suma una cierta amnesia de los antecedentes de investigación y de los procesos geohistóricos que los han condicionado. En un texto titulado “Cruzando el tapón del Darién: una visión de la arqueología del istmo desde la perspectiva colombiana”, un clásico de la literatura arqueológica de la denominada Área Intermedia, el arqueólogo inglés Warwick Bray planteaba en 1984 que la frontera entre Panamá y Colombia era una “creación artificial” que podía ser ignorada para el periodo prehistórico (Bray 1990, 29). Sin embargo, aparte de notables excepciones, como la prospección efectuada por el sueco Sigvald Linné a principios del siglo xx (Linné 1929), la arqueología en el área se ha efectuado con estricto apego a los límites nacionales establecidos a partir de 1903. Se trata de una naturalización de las divisiones geopolíticas contemporáneas, a través de las prácticas científicas, que resulta elocuente acerca de aquello que más ampliamente puede denominarse como una geografía del conocimiento arqueológico (Piazzini 2015). Como consecuencia, los mapas y las regionalizaciones arqueológicas, ingenuamente tomados como un reflejo más o menos preciso de la espacialidad de las sociedades pretéritas, podrían ser más bien el resultado de las geografías contemporáneas.
Aun cuando no deben despreciarse las restricciones de accesibilidad, los suelos anegadizos, las abruptas topografías de las vertientes montañosas que van a morir a las llanuras del Atrato y la vegetación cerrada como factores que dificultan la aplicación de los protocolos de trabajo de campo de la arqueología, la incipiente trayectoria y el estado actual de las investigaciones en el área se deben en buena medida a su carácter de frontera geopolítica y a su condición marginal o periférica respecto de la institucionalidad desplegada desde Colombia y Panamá, incluyendo las prácticas científicas. Ello se traduce en que desde los centros de producción de conocimiento arqueológico más cercanos (Ciudad de Panamá, Bogotá y Medellín), las iniciativas de investigación hayan sido pocas. Y en los últimos años, cuando la denominada arqueología de rescate ha implicado la realización de investigaciones por fuera de las zonas en las cuales tradicionalmente se habían concentrado los esfuerzos de los arqueólogos, en el área de referencia han sido pocas las investigaciones de este tipo, ya sea por la relativa ausencia de proyectos de infraestructura y explotación de recursos naturales o porque estos se realizan sin incorporar los programas de arqueología preventiva que exigen las legislaciones de Colombia y Panamá.
Tampoco se puede desconocer la situación de violencia que a raíz de las tensiones por el dominio y el uso de la tierra, el conflicto armado y el narcotráfico ha vivido la zona durante décadas (Aramburo 2009; Steiner 2000), lo cual a menudo hace del trabajo de campo una actividad no confortable y arriesgada, además de poner a prueba el sentido mismo de las investigaciones arqueológicas.
A lo anterior hay que añadir una serie de “borramientos” y “olvidos” históricos acerca de las riquezas del Darién y zonas aledañas, por efecto de sucesivos auges de extracción de oro y actividades de guaquería efectuadas en otras regiones de lo que hoy son Panamá y Colombia. Muy temprano en el siglo xvi, la búsqueda frenética de sepulturas y santuarios indígenas en el Darién, el Atrato y el Sinú sentó las bases de la leyenda del Dabaibe, predecesora poco recordada de aquella otra que, con el tiempo, alcanzaría mayor renombre, como es la de El Dorado.
Tres siglos después, proyectos mineros y exploratorios para la construcción de canales y caminos activaron prácticas de guaquería que hicieron visibles las riquezas del área para las nacientes comunidades de anticuarios y arqueólogos de la Nueva Granada, Europa y Norteamérica. Pero nuevamente esta importancia fue desdibujada por efecto de las fiebres de oro que durante la segunda mitad del siglo xix se desataron en torno a las guacas de Chiriquí, en Panamá, y de la zona quimbaya en Colombia. De tal forma que el Darién, el Chocó y el Occidente de Antioquia aparecieron tenuemente identificados o simplemente fueron espacios en blanco en la mayoría de los mapas arqueológicos de los dos países que comenzaron a confeccionarse en la primera mitad del siglo xx (véanse figuras 1 y 2).
Figura 1 Principales yacimientos arqueológicos de Panamá (1949)
Fuente: Reproducido de Rubio (1950, 19).
Estos procesos dicen de unas condiciones geohistóricas y unas geografías del conocimiento que deben ser advertidas a la hora de establecer, como se propone en el presente libro, los antecedentes, el estado actual y las perspectivas de investigación de los estudios arqueológicos en un área que en términos generales corresponde al sector norte del Chocó biogeográfico en los actuales territorios de Panamá y Colombia.
El Chocó biogeográfico es una denominación de carácter ecológico que en su acepción más amplia se aplica a un conjunto de ecosistemas de la cuenca del Pacífico, entre la provincia del Darién en Panamá, pasando por Colombia, hasta la provincia de Manabí en Ecuador, incluyendo las vertientes cordilleranas de los Andes, en donde se registran condiciones semejantes de humedad, precipitación, diversidad y endemismo biológico (Poveda, Rojas, Rudas y Rangel 2004, 2). La alta pluviosidad (hasta 13 000 mm/año y no menor de 3000 mm/año), considerada como una de las mayores de la Tierra y originada por el fenómeno climático de El Niño, así como el aislamiento geográfico frente a otros grandes ecosistemas como la cuenca del Amazonas, le imprimen a esta región ecológica un carácter particular. No obstante, su variabilidad interna es enorme y es la que explica su alto grado de biodiversidad y endemismo, también considerado como uno de los mayores del planeta.
Figura 2 Sitios arqueológicos de Colombia y sus investigadores
Fuente: Dibujo de Luis Alfonso Sánchez, reproducido de Hernández de Alba (1938).
Geomorfológicamente, se trata de un mosaico de planicies fluviomarinas, llanuras aluviales, valles estrechos y empinados y escarpes montañosos que se suceden desde el nivel del mar hasta los 4000 m s. n. m. en Colombia y más de 5000 m s. n. m. en Ecuador. En términos de ecosistemas, se encuentran manglares, ciénagas, bosques inundables, secos, húmedos, nubosos, y páramos (Ideam, iavh, Invemar, Sinchi e iiap 2011, 158; Poveda et al. 2004, 3). Las características de biodiversidad y endemismo de fauna y flora del Chocó se vinculan con procesos muy antiguos de contacto entre las poblaciones biológicas de Norteamérica y Suramérica a partir de la emergencia del istmo centroamericano (hace entre 3,2 y 3,7 millones de años) y más recientemente con su condición de refugio pleistoceno (Cooke 2005).
Para los efectos de este libro, se tomará en cuenta un área geográfica que en términos generales coincide con el sector norte de esta gran región ecológica, a la que en adelante se hará referencia como Chocó norte: desde el límite occidental de la provincia del Darién en Panamá hasta el límite sur del departamento del Chocó en Colombia, delimitada al oriente por la cima de la cordillera Occidental y la serranía de Abibe, que incluye sectores occidentales de los departamentos colombianos de Córdoba, Antioquia, Risaralda y Valle del Cauca (véase figura 3).
Figura 3 Mapa del Chocó norte con los principales lugares mencionados en el texto
Fuente: Elaborado en Quantum Gis 1.8.0 con mapa base de Apple Iphoto map.
Aun cuando las características biofísicas resultan fundamentales para definir el Chocó norte, no se trata ni mucho menos de una región “natural”. La información generada por investigaciones efectuadas en el área sugiere la ocurrencia de prácticas de recolección, cacería, pesca, cultivo y minería que tuvieron un papel definitivo en la conformación ecológica del área, en un proceso que podría remontarse a finales del Pleistoceno (11700 ap), o cuando menos al Holoceno temprano y medio (11700-4200 ap).1 Recientes investigaciones en Frontino, en la vertiente andina hacia el Chocó, indican la presencia humana desde hace unos nueve mil años (Piazzini, Posada, Arango y Escobar 2009), mientras que en el Darién panameño el factor antrópico parece haber incidido en la conformación ecológica por lo menos desde hace unos cuatro mil años, a juzgar por evidencias de cultivo de maíz y perturbación del bosque por quemas, representadas en muestras de polen fosilizado, fitolitos y carbón obtenidas en perforaciones efectuadas en sedimentos de dos pequeños lagos (Lake Wodehouse y Cana) (Bush y Colinvaux 1994; Piperno 1994). Por otra parte, se sabe que el cultivo de maíz y yuca ya se había establecido en la vertiente andina hacia el Chocó desde hace unos dos mil años, como indican macrorrestos y evidencias de polen fósil (Piazzini et al. 2009), mientras que en la laguna de Jotaordó cerca de Quibdó se han obtenido muestras de polen de maíz datadas hacia el 1000 ap, asociadas a un descenso en los registros de polen de palmas, debido probablemente al aprovechamiento humano de estas (Berrío, Behling y Hooghiemstra 2000). Asimismo, huellas de antiguos drenajes en la cuenca del río León, en Urabá, dicen del desarrollo de sistemas de cultivo con campos elevados, semejantes a aquellos que en la vecina región del San Jorge han sido datados hacia el primer milenio d. C. (véase capítulo 7).
La condición “natural”, “salvaje” y acaso “inhóspita” que se ha asignado al Chocó norte en los imaginarios geográficos proyectados desde el Panamá central y la Colombia andina, se derivan en alguna medida de la situación de relativo aislamiento frente a los proyectos de control territorial españoles y nacionales criollos de los últimos quinientos años. Ello, aunado a procesos de repoblamiento por parte de comunidades indígenas y afrodescendientes con prácticas de subsistencia de bajo impacto, implicó la regeneración de la vegetación de bosques y ciénagas durante cuatro siglos. Ya en el siglo xx, las prácticas de minería, extracción de maderas y desmonte para el establecimiento de cultivos y ganadería han venido afectando de manera preocupante los ecosistemas nativos, sobre todo en el sector colombiano.
Con todo, aún se observan ecosistemas con un nivel de conservación significativo, cuyo reconocimiento ha dado lugar a que el Estado colombiano estableciera en 1959 la enorme Zona de Reserva Forestal del Pacífico (originalmente 11 155 214 ha) y luego realizara las declaratorias de los parques nacionales naturales de Tatamá, Utría, Las Orquídeas, parte del Paramillo y Los Katíos, este último también declarado en 1994 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como Patrimonio Mundial. Por su parte, en territorio panameño se ha establecido el Parque Nacional del Darién, declarado Patrimonio Mundial en 1981 y Reserva de la Biosfera en 1983, también por la Unesco.
Actualmente tienen sus territorios en el área comunidades embera, cuna, zenú y afrodescendientes, las que desde el siglo xviii han entrado en tensión con grupos de colonos, ganaderos y mineros provenientes del área andina, sobre todo de Antioquia. Con una historia reciente muy activa de movilidad territorial, procesos de poblamiento e interacciones que van desde el conflicto hasta el sincretismo cultural, la manera en que estas comunidades se fueron configurando étnicamente y consolidando territorialmente requiere para su comprensión investigaciones en las cuales la arqueología no debe ocupar un papel secundario.
Es necesario advertir que la regionalización aquí propuesta no descansa en consideraciones sobre la homogeneidad de procesos históricos, como tampoco aspira al establecimiento de un “área cultural”. Más bien apela a una categoría producida desde la ecología histórica, que en términos geográficos resulta funcional para el abordaje de dinámicas de cambio e interacción sociocultural que conectan diversos ámbitos locales, lo cual contribuye a dimensionar el valor de los hallazgos reportados y los contextos arqueológicos hasta ahora investigados, a la vez que a trazar posibles rutas de investigación hacia futuro. Asimismo, es necesario precisar que el tratamiento de las cronologías arqueológicas, lejos de reflejar temporalidades pretéritas, constituye un recurso metodológico para establecer un orden de causalidad o contemporaneidad entre diferentes eventos arqueológicamente identificados. Por ello el marco cronológico general que se ofrece en este libro2 es apenas un aspecto necesario para avanzar en la reconstrucción de las dinámicas de cambio e interacción social.
En general, el asunto de las regionalizaciones y las cronologías es tratado aquí desde una perspectiva orientada hacia la comprensión de procesos geohistóricos, entendidos como la resultante de interacciones entre factores geográficos e históricos que han modulado particulares trayectorias sociales.3 Se trata de un enfoque simétrico que parte de considerar espacio y tiempo como producciones sociales estrechamente ligadas (Soja 2010, 362). En esta agenda, resulta crucial el aporte que la arqueología puede realizar a partir del estudio de las huellas y materialidades que aún persisten de esos procesos. Ello, siempre y cuando se superen aproximaciones al espacio como mero contenedor o medio en el que se desarrollan las acciones humanas o simplemente como una extensión cartesiana en la cual se localizan dichas acciones. Igualmente, es necesario superar conceptualizaciones del tiempo como simple cronología o como ámbito en el que se desenvuelven de manera unilineal o evolutiva los procesos sociales. Es deseable, entonces, que, desde la arqueología, además de ordenar espaciotemporalmente las evidencias en series cronológicas y mapas, se trate de comprender las experiencias de espacio y tiempo propias de las sociedades que se estudian, así como las implicaciones de estas en los procesos mismos de cambio social (Piazzini 2006). Es así que paisajes ceremoniales, sentidos de lugar, territorialidades, rutas y redes de interacción, por ejemplo, deben entenderse como producciones espaciales, mientras que monumentos, memorias y, más ampliamente, dinámicas de cambio social, como producciones sociales del tiempo.
Dadas las características de la información disponible y las concepciones espaciotemporales que han orientado buena parte de los estudios arqueológicos del Chocó norte, esta apuesta por una arqueología que aporte a la comprensión de procesos geohistóricos no puede aún mostrar muchos resultados concretos. Pero dibuja el horizonte interpretativo que ha animado la elaboración de este libro, así como buena parte de las investigaciones en que ha participado el autor, cuyos resultados generales se presentan en el capítulo 8.
Algunos ejercicios de balance o síntesis se han elaborado previamente sobre las investigaciones arqueológicas en áreas geográficas que vienen a estar total o parcialmente incorporadas a lo que aquí denominamos Chocó norte. Como es de esperarse, la mayoría se ha realizado con estricto apego a las fronteras nacionales entre Panamá y Colombia. Quizá la más temprana se deba a Jacinto Jijón y Caamaño (1974 [1956]) sobre el Chocó, y el golfo de Urabá en Colombia; posteriormente, Reina Torres (1971 y 1972a) efectuó un balance sobre los estudios realizados hasta principios de la década de 1970, con especial énfasis en el Darién panameño. En una perspectiva más amplia, pero con el Darién en primer plano, Warwick Bray (1990) trató de ordenar los pocos datos existentes para el área en el marco de una interpretación de larga duración histórica sobre las relaciones entre Panamá, el norte de Colombia y Venezuela. Luego, a finales de la década de 1980, como parte de una síntesis de la arqueología efectuada en Colombia promovida por el entonces Instituto Colombiano de Antropología —hoy Instituto Colombiano de Antropología e Historia (icanh)—, el área fue abordada desde tres diferentes subregiones: Leonor Herrera (1989) se encargó de la subregión Pacífico norte, que es más restringida espacialmente que la aquí propuesta; igualmente de la subregión Mesa del Chocó; y Ana María Groot (1989) compiló lo concerniente a la subregión de Urabá y el alto Sinú.
Más recientemente, Richard Cooke (1998) ha empleado una gran parte de la información disponible para el área, a propósito del tratamiento de problemas de investigación del oriente de Panamá, o de síntesis sobre la arqueología de ese país, realizadas en compañía de Luis Alberto Sánchez (Cooke y Sánchez 2004a y 2004b). Finalmente, Juan Guillermo Martín (2002) ha efectuado una síntesis a propósito de la identificación de las dinámicas culturales y de interacción que caracterizarían la denominada región del Gran Darién, trascendiendo las fronteras nacionales.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, la singularidad del presente ejercicio estriba en el interés por aportar a la reconstrucción de los procesos regionales mediante una revisión de información previa que consideramos exhaustiva. Sin embargo, es necesario advertir que no se incluye una síntesis de la abundante bibliografía de carácter histórico y etnográfico sobre el Chocó norte, y solo se hará mención de esta allí en donde lo requiera la comprensión de las dinámicas sociales a las que remiten las evidencias arqueológicas. Adicionalmente, se incorporan algunos resultados o avances derivados de estudios recientes en los que ha participado el autor en las vertientes cordilleranas del norte de los Andes, una espacialidad que no ha sido frecuente a la hora de mirar hacia el Chocó norte. Todo ello permite ofrecer un balance crítico y unas perspectivas de investigación desde la óptica interpretativa de la geohistoria.
1 Para la periodización del Holoceno se emplean aquí las fechas estandarizadas siguiendo a Walker et al. (2012).
2 En este libro la referencia a dataciones por radiocarbono se hará básicamente por la edad radiométrica convencional (ap) y solo en ciertos casos se refieren los resultados de su calibración (cal.) en años calendario (a. C./d. C.), empleando para ello los datos referidos en la tabla A1 en anexos. Para una cronología general de los periodos, fases, estilos o complejos arqueológicos acuñados por los diferentes autores, se puede consultar la tabla A2, también en anexos.
3 Fernand Braudel (2002, 78) se refería ya a la geohistoria como el estudio de la doble relación del hombre con la naturaleza y de la naturaleza con el hombre. Sin embargo, prevalecía una concepción del espacio como algo fundamentalmente ligado al ámbito de la naturaleza, así como a los ritmos casi estáticos de la larga duración. Dos aspectos que fueron posteriormente criticados desde posturas que se aproximan al espacio como producción social (Lefebvre 2013) y como un factor tan dinámico y cambiante como el tiempo (Soja 1989).