Читать книгу Entre Colombia y Panamá - Carlo Emilio Piazzini Suárez - Страница 7

Оглавление

2

Entre lo chiriquí y lo quimbaya

Después de tres siglos durante los cuales las huellas materiales del pasado precolombino habían sido tratadas como indicio de tesoros legendarios, como materiales para fundición provenientes de minas y guacas o simplemente no poseían ninguna significación, en la Nueva Granada se generaron condiciones para que las “antigüedades indígenas” comenzaran a hacerse visibles a los ojos de anticuarios locales, viajeros, naturalistas, empresarios mineros y arqueólogos extranjeros (Piazzini 2009a). A raíz de ello, a finales del siglo xix y hasta inicios del siguiente, el Chocó norte logró adquirir cierta notoriedad, sobre todo en la literatura y el mercado internacional de antigüedades.

En la lectura de los cronistas del siglo xvi que acompañó la elaboración de las primeras narrativas de la historia nacional y regional de la Nueva Granada, algunas “provincias” y “tribus” indígenas del Chocó norte fueron destacadas como de un relativo estado de adelanto o civilización. Los denominados cuevas del Darién, así como los guacas y nores de la vertiente cordillerana de Antioquia, fueron descritos como grupos sociales con sistemas políticos centralizados y jerarquizados. Así, por ejemplo, en una de las primeras obras sobre la historia de Colombia, escrita por el coronel Joaquín Acosta, se valoró a las sociedades de la provincia de Guaca (en los actuales municipios de Frontino y Dabeiba, Antioquia) en los siguientes términos:

El valle de Cuaca ó Guaca era en aquella época una de las porciones más pobladas y más cultivadas del territorio que hoy comprende la provincia de Antioquia. Terreno limpio, casas grandes rodeadas de huertos de árboles frutales, entre los cuales menciona Cieza de León, soldado de aquella conquista, guavas, guayavos, aguacates, piñas y palmas de muchas especies. Los indígenas vestidos en parte, de manta de algodón, ricos é industriosos. Un cacique muy respetado, pienso que es el primero que hasta aquí habían hallado los españoles en tierra firme conducido por sus súbditos en andas doradas. Todo manifestaba que hacía muchos años que aquellas tribus habían dejado la vida de los bosques, y que se hallaban en el estado más favorable para recibir una civilización que la poca humanidad de la época en que se efectuó el descubrimiento no pudo brindarles (Acosta 1848, 144).10

Con todo, en las narrativas de las siguientes generaciones de historiadores neogranadinos, los vestigios de las sociedades indígenas del Chocó norte no figuraron en el panteón arqueológico nacional, el cual fue edificado dando preeminencia a las noticias históricas y evidencias atribuidas a muiscas y quimbayas.

La información de valor arqueológico disponible para el Chocó norte durante el siglo xix fue producida en su gran mayoría de forma incidental, en el marco de exploraciones orientadas a describir recursos minerales y bióticos y al estudio de posibles vías de comunicación terrestre o fluvial, respondiendo al potencial económico y geoestratégico que la región iba adquiriendo con el establecimiento de la vida republicana y la inserción del nuevo país en las dinámicas económicas internacionales. El área resultaba sumamente atractiva para los inversionistas extranjeros en materia de minería de oro y de extracción de recursos como el caucho y la tagua, además de estar en medio de la carrera emprendida por las potencias europeas y los Estados Unidos por establecer vías de comunicación entre el Atlántico y el Pacífico. Todo ello implicó que ingenieros, mineros y naturalistas alemanes, suecos, franceses, ingleses y norteamericanos recorrieran la región, advirtiendo en varios casos la existencia de antiguos sitios de asentamiento y cementerios, así como el hallazgo de piezas de orfebrería, alfarería y piedra. Adicionalmente, de la mano de la tardía colonización antioqueña hacia el oeste (Parsons 1996, 44), las prácticas de guaquería proporcionaron piezas arqueológicas a coleccionistas locales y extranjeros.

Los frentes más activos de estas diversas prácticas se concentraron en cuatro áreas: en el Occidente de Antioquia, en las cabeceras de los ríos Sucio y Murrí (actuales municipios de Dabeiba, Frontino y Urrao), en donde se establecían minas de oro de veta y aluvión por parte de compañías inglesas y antioqueñas, además de ser un frente activo, si bien tardío, de la colonización antioqueña; más hacia el sur, en la cuenca alta de los ríos San Juan y Andágueda (municipios de Pueblo Rico y Andes), en donde también los antioqueños avanzaban abriendo tierras para la ganadería y la agricultura; en el centro del Chocó (cuenca alta del río Atrato, cuenca media del río San Juan, cuenca baja del río Andágueda y el río Baudó), en donde se concentraban varios proyectos de minería de oro y platino, y se exploraba la posibilidad de aprovechar el llamado “canal de la Raspadura” para comunicar fluvialmente los ríos Atrato y San Juan; finalmente, la zona del Darién y el bajo Atrato, en donde también se exploraban posibles canales interoceánicos a través del río Napipí y los afluentes del río Chagres, además de algunos reconocimientos orientados a las antiguas minas de oro de Cana y alrededores.

Los hallazgos arqueológicos que de alguna manera quedaron reportados para estas áreas no parecen anticiparse a la segunda mitad del siglo xix, registrados en su gran mayoría en textos o colecciones extranjeras. En 1860, el químico y viajero inglés Bollaert refiere el examen que hizo de cuatro piezas de metal provenientes de túmulos funerarios del “Valle de Antioquia”,11 presentes en una colección conformada por el diplomático norteamericano Harrison Smith en Panamá. Las piezas, que habían sido halladas por el coronel Tomás Herrera, presumiblemente en una de sus campañas militares en las guerras intestinas de la Nueva Granada, son descritas así: “Un tiburón de tres pulgadas de longitud, una rana de una pulgada, una cabeza de animal y una deidad. El oro de estas figuras es de baja calidad, conteniendo cobre y probablemente algo de plata” (Bollaert 1860b, 39).

Esta es una de las referencias más tempranas sobre la existencia de túmulos funerarios en el Occidente de Antioquia, noticia que sería divulgada luego por el alemán Richard Andree (1876, 37) en una breve síntesis sobre antigüedades neogranadinas. Pero sería el inglés Robert B. White quien describiría las primeras referencias específicas sobre las características de sitios arqueológicos del Chocó y el Occidente antioqueño. White, un ingeniero de minas conocedor del occidente colombiano, presentó en 1883 a la Real Sociedad de Geografía de Londres un reporte en donde señalaba que en el alto río Atrato:

Antes de la conquista española parece haber existido una población nativa considerable, pues allí en donde se han explorado las selvas de esta región se encuentran en gran número extensos cementerios y sitios de pueblos o aldeas indios; en los flancos montañosos que terminan en Quibdó, estos antiguos vestigios son tan abundantes que uno podría pensar que allí existió una línea continua de aldeas (White 1883, 251).

Por las características de los hallazgos efectuados en esos cementerios y asentamientos, White deducía un bajo grado de civilización, que también atribuía a las poblaciones contemporáneas de indígenas chocoes. En general, consideraba que en el área situada entre los grupos de influencia mexicana en Centroamérica y los chibchas del altiplano cundiboyacense no se habían establecido sociedades civilizadas. Sin embargo, en un reporte efectuado al año siguiente ante el Real Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda, destacaba que entre Frontino y Dabeiba había existido “una gran raza indígena que fue justamente gobernada y federada”, la cual constituía una excepción. Estos pueblos, dice White:

[…] fueron los únicos de la región que enterraron sus muertos en túmulos, que se construyeron sobre las colinas y serranías, en donde pueden ser vistos por cientos. La medida promedio de un túmulo es de 40 pies de alto, pero los hay de mayor longitud. La entrada de los túmulos está siempre hacia el nacimiento del sol. En su construcción difieren, aparentemente, de acuerdo con el rango o la edad. Los de clase pobre fueron depositados sobre un piso preparado con algún tipo especial de tierra, con sus armas, herramientas y provisiones alrededor, y luego el túmulo fue edificado encima de ellos. Otros, probablemente los ricos, fueron protegidos por una rústica bóveda y depositados sobre un pavimento (White 1884, 242).

White asumía que los constructores de túmulos del Occidente de Antioquia constituían una sociedad diferente y más adelantada que los chocoes, que en épocas precolombinas y en el siglo xvi se hallaban asentados en las tierras bajas del Atrato. Estos últimos, y no los constructores de túmulos, serían los ancestros de las comunidades indígenas que en el siglo xix poblaban las vertientes andinas (White 1884, 243). Destacaba el autor que aun cuando los españoles habían saqueado muchos túmulos, y los actuales habitantes abrían esporádicamente algunos de ellos, aún permanecían bastantes intactos, los cuales esperaban ser explorados científicamente. White seguramente excavó varios de ellos, y se sabe que remitió numerosas piezas arqueológicas provenientes del occidente colombiano al Museo Británico (Botero 2006, 146 y 172).

Para la época, en Frontino se ofrecía a los viajeros extranjeros la posibilidad de excavar guacas con la finalidad de obtener antigüedades indígenas. En 1869 el médico francés Charles Saffray refería haber participado en una jornada de guaquería en el valle de Guaca, en la cual extrajo “vasos de tierra parda o negra, notables por la elegancia de la forma, la originalidad de los adornos, las curiosas imágenes y el barniz inalterable que los cubre […] así mismo objetos de oro, por demás interesantes desde el punto de vista de la ejecución” (Saffray 1948, 19) (véase figura 2.1). Una jornada semejante realizó en 1873 el suizo Constant Philippe Étienne (1887, 122) por la cuenca del río Sucio (Dabeiba) y Buriticá, en la que recolectó muestras minerales, objetos etnográficos y piezas arqueológicas obtenidas en antiguas tumbas, de las cuales no obstante se desconocen las características.

Figura 2.1 Piezas de oro obtenidas por Charles Saffray en el valle de Guaca (Frontino)

Fuente: Tomada de Saffray (1872, 134).

Según Parsons (1996, 60), a finales del siglo xix Frontino fungía como “cuartel general” de los extranjeros que venían a recolectar muestras o efectuar observaciones científicas en esa región de los Andes. Como hemos dicho, varios de ellos se interesaban igualmente por obtener antigüedades indígenas. En la colección del Museo Británico figura un “molde de piedra” con figuras talladas proveniente de Frontino, donado o vendido por el naturalista alemán Hermann Hopf.12 Asimismo, el geógrafo alemán Fritz Regel, en compañía de John Heinrich White, por entonces director de la mina de oro de veta de El Cerro en Frontino, recorrió en 1896 la cuenca superior del río Sucio, destacando la gran cantidad de “huacas” en el paisaje (presumiblemente túmulos funerarios), así como las labores de excavación de una enorme tumba indígena que efectuaba el minero inglés William Goyen en El Pital, Dabeiba.13 Regel adquirió varios objetos arqueológicos durante este recorrido, pero desconocemos sus características (Regel 1897; 1898, 155).

Viajeros más especializados, como el etnólogo alemán Adolf Bastian, se dieron a la tarea de recolectar personalmente piezas arqueológicas para alimentar las colecciones de museos estatales y soportar sus tesis sobre arqueología y etnología americanas. Bastian, por entonces director del Museo Etnográfico de Berlín, realizó un viaje por Colombia entre 1875 y 1876, efectuando recorridos por el Valle del Cauca, Antioquia, el Chocó, el Magdalena Medio, Cundinamarca y Boyacá. Entre Apía y Pueblo Rico obtuvo algunas piezas de cerámica recuperadas por guaqueros antioqueños que fueron a engrosar las colecciones de su museo (Bastian 1878, 271).14 En Medellín, conoció las colecciones privadas de los anticuarios Manuel Uribe Ángel, Leocadio María Arango y Daniel Botero, y logró comprar algunas piezas y recibir otras como obsequio. Asimismo, interesado por obtener listados de palabras en lengua chocó, entabló relación con el médico Andrés Posada Arango, quien había publicado en 1871 un vocabulario en su Ensayo sobre los aborígenes del Estado de Antioquia en Colombia, presentado ante la Sociedad de Antropología de París (Posada 1871). También conoció a Robert White, de quien supo sobre la existencia de túmulos funerarios en “Fronteiro” (Frontino), Murrí y las cordilleras del Chocó (Bastian 1878, 269-271).

La importancia que había llegado a tener durante el siglo xix la excavación de los montículos funerarios existentes en el este norteamericano, y los consiguientes debates acerca del origen de sus constructores (mound builders) (Fagan 1984, 217)15 puede explicar que la existencia de túmulos funerarios en Antioquia y el Sinú adquiriera cierta visibilidad en la literatura arqueológica internacional. En una síntesis sobre las razas nativas de Colombia, escrita en 1881 por E. G. Barney, se destacaba la presencia de una “nación de constructores de montículos” entre los ríos Sinú y San Jorge, sugiriendo, por su cercanía geográfica, algún tipo de relación entre estos y los que poblaban la cabecera de los ríos Guaca, Negro y Oromira, en Antioquia (Barney 1882, 173). Con base en la lectura de los cronistas del siglo xvi, y siguiendo muy de cerca lo escrito por fray Pedro Simón (1892, 33 y ss.) sobre el saqueo de tumbas efectuado por Alonso de Heredia en el Sinú, Barney elaboró lo que parece ser el primer dibujo de los túmulos funerarios del área (véase figura 2.2).


Figura 2.2 Esquema de planta y perfil de un túmulo funerario del Sinú

Fuente: Tomada de E. G. Barney (1882, 176).

Respecto de Antioquia, y ya en conocimiento del reporte de Robert White, el médico y antropólogo norteamericano Daniel Brinton, planteaba en 1891:

[En Antioquia] hay numerosos túmulos funerarios, especialmente en los distritos de Frontino y Dabeiba, los que rinden una rica cosecha a los anticuarios. Contienen figuras, vasos y ornamentos de oro, utensilios de piedra de extraordinaria perfección, espejos de pirita pulida y pequeñas imágenes de piedra y terracota (Brinton 1891, 193).

Hoy sabemos que la distribución de túmulos funerarios se extiende hacia el sur hasta Urrao, en la cuenca alta del río Penderisco, de donde provenían algunas piezas de orfebrería presentes en la colección del viajero francés Joseph de Brettes, quien recorrió Colombia entre 1890 y 1896. De acuerdo con una descripción realizada por Henri Arsandaux y Paul Rivet, se trataba de dos narigueras: la primera era pequeña, de forma triangular y fabricada en tumbaga; la otra, en oro y más grande, portaba a cada lado tres largas extensiones cilíndricas que asemejan dientes de peine (Arsandaux y Rivet 1922, 173) (véase figura 2.3).16

Figura 2.3 Narigueras de oro con proveniencia de Urrao

Fuente: Tomada de Arsandaux y Rivet (1922, lámina 4).

Para la misma época estaban ingresando bastantes piezas provenientes del río Atrato a colecciones norteamericanas, en su mayoría de hallazgos efectuados en el curso de explotaciones mineras. Hacia 1886 el abogado Samuel L. M. Barlow poseía un pectoral de oro circular, martillado y repujado con una figura antropomorfa, proveniente del río Atrato (véase figura 2.4). Había sido obtenido por intermedio del militar norteamericano W. T. Curtis a Eladio Ferrer, un comerciante, político y empresario minero de Quibdó.17


Figura 2.4 Pectoral antropomorfo con procedencia del río Atrato, de la colección de S. L. M. Barlow

Fuente: Tomada del catálogo en línea del Museo Metropolitano de Arte (https://www.metmuseum.org).

Esta pieza hacía parte de un lote compuesto adicionalmente por una nariguera semicircular en falsa filigrana (véase figura 2.5), una lámina plana martillada, un collar conformado por láminas, y cuatro narigueras sencillas.18 Según se indica, el hallazgo se produjo en una sepultura por parte de una minera negra (Kunz 1887), lo cual no parece ser un caso aislado para la época.


Figura 2.5 Nariguera con procedencia del río Munguidó, Chocó, de la colección de S. L. M. Barlow y J. M. Muñoz

Fuente: Tomada de Kunz (1887, 267).

En efecto, en esa zona se venían efectuando trabajos de guaquería asociados al nuevo auge minero del siglo xix, tal como se desprende de lo relatado por el ingeniero francés Jorge Brisson a propósito de una expedición para la Sociedad Exploradora del Chocó. Este refiere la existencia de “sepulturas indias” en varios puntos de la cuenca baja del río Andágueda, así como abundantes huellas de guaquería en sepulturas y “patios de indios” en la cuenca alta del río San Juan, tanto en el Chamí como en Pueblo Rico y Samarraya. A propósito, destacan en su diario de campo las referencias a “historias de guacas” contadas por pobladores negros del río San Juan, así como el hallazgo de las ruinas de una capilla doctrinera construida en 1777 en el Chamí (Brisson 1895).

Hacia 1891 figuraban varias narigueras de oro provenientes del Chocó en la colección de George Henry Story, curador del Museo Metropolitano de Arte (véase figura 2.6),19 mientras que en el nuevo siglo se registraron ventas o donaciones a varios museos extranjeros con piezas obtenidas en contextos mineros. Daniel C. Stapleton, un empresario minero del Chocó, vendió al reconocido coleccionista norteamericano George Heye tres piezas de oro provenientes de Quibdó y San Pablo, entre 1906 y 1908: una pinza en forma de ancla y una nariguera semilunar martilladas, así como una figurina antropozoomorfa fundida (véase figura 2.7).20 Entre 1928 y 1938, el sueco Gunnar William Bylander, de la Compañía Minera Chocó Pacífico, donó al Museo Etnográfico de Gotemburgo cuatro anzuelos y una nariguera de oro, provenientes de Lloró y Santa Ana, en el río Condoto.21 Dos adquisiciones más recientes del Museo Nacional de Historia Natural se componen también de anzuelos de oro provenientes del Chocó: tres donados en 1949 por el zoólogo M. K. Brady y dieciséis en 1950 por Frank M. Estes de la Compañía Minera Chocó Pacífico, provenientes estos últimos del río San Juan (véase figura 2.8).22


Figura 2.6 Narigueras de oro con procedencia del río Atrato, de la colección de George H. Story

Fuente: Tomada del catálogo en línea del Museo Metropolitano de Arte (https://www.metmuseum.org).


Figura 2.7 Pinza, nariguera y figurina de oro con procedencia del río Atrato, Chocó, de la colección de Daniel C. Stapleton

Fuente: Museo Nacional de los Indios Americanos, Instituto Smithsoniano (1/1227, 1/1228, 1/2294).


Figura 2.8 Anzuelos de oro con procedencia del río San Juan, Chocó, obtenidos por Frank M. Estes (1950)

Fuente: Departamento de Antropología, Instituto Smithsoniano (A396717, A396723, A396720, A396722, A396728).

Para el área del Darién las noticias no son muchas. En 1889 el médico y explorador francés Louis Catat refiere el hallazgo de los “vestigios de una antigua civilización, sus sepulturas y ruinas” en la cuenca superior del río Tuira, cerca de la loma del Espíritu Santo, en los alrededores de la antigua mina de Cana, explotada tempranamente por los españoles, pero abandonada desde el siglo xviii (Catat 1889, 417). Aunque la mayoría de las tumbas se encontraba saqueada, Catat registró en el valle del río Mono las dimensiones y la orientación de dos de ellas, así como algunos contenidos. Las tumbas eran, al parecer, rectangulares y de poca profundidad (entre 0,9 y 1,5 m). En la primera halló dos hachas pulidas de piedra y restos de cerámica; en la segunda, un “raspador de sílex” y dos vasijas en buen estado; una tercera, cuyas dimensiones no indica, contenía restos de cerámica y carbón, así como una piedra que podría ser un metate. Las vasijas corresponden a copas de base cónica y hombro aquillado, hechas de “terracota rojiza, fina y frágil” con decoración a base de líneas incisas diagonales en la base y el cuerpo, y sin rastros de pintura (véase figura 2.9).23


Figura 2.9 Vasijas del río Mono, Darién

Fuente: Tomada de Catat (1889, 419-421).

En cuanto a los anticuarios neogranadinos del siglo xix, estos no parecen haber tenido mayor conocimiento de la riqueza arqueológica del Chocó norte. Aunque el anticuario bogotano Liborio Zerda (1882, 359) incluía la “cordillera del Frontino” como una de las áreas en donde más se habían extraído objetos precolombinos de oro en Antioquia, y anotaba sobre la existencia de túmulos funerarios en Frontino y el Sinú, no disponía de mayor información sobre sus características. Por su parte, los anticuarios antioqueños consideraban que los indígenas precolombinos del Chocó habían vivido en un estado de salvajismo o barbarie semejante al que se les atribuía a los indígenas chocoes y cunacunas que para el siglo xix poblaban la región, por lo cual no ofrecía mucho interés el estudio de sus antigüedades (cf. Posada 1871; Uribe 1885).

Con todo, sabemos que algunas piezas del Chocó norte habían llegado a manos de los coleccionistas neogranadinos, quienes se valían de redes comerciales que los conectaban con guaqueros y mineros. El médico antioqueño Andrés Posada Arango, miembro de la Sociedad de Antropología de París, poseía dos cráneos humanos del Chocó.24 Y su paisano Vicente Restrepo tenía en su colección piezas de orfebrería provenientes de los ríos Verde y La Herradura (hoy municipio de Frontino), que fueron descritas así:

Una figura de oro con adornos de plumas en la cabeza, collar de tres hilos y cinturón; modelo que se repite con frecuencia. Dos aves de tumbaga, apareadas. —Dim., 6 cent. Un ave de la misma forma que las anteriores, de muy buen oro. Una empuñadura de bastón. —Dim., 8 cent […]. Un cincel. —Dim., 16 cent (Exposición Histórico-Americana de Madrid 1893, 70).25

Estos objetos fueron presentados por la delegación colombiana en la Exposición Histórico-Americana de Madrid en 1892, conjuntamente con láminas de otras piezas de Leocadio María Arango. Este último, uno de los coleccionistas colombianos más importantes del siglo xix, poseía una vasija subglobular policroma, así como un colgante en oro que representa una “divinidad”, ambos de Frontino.26 Además tenía piezas provenientes de las vertientes cordilleranas situadas más al sur: una vasija de Urrao, en la cuenca del río Penderisco, afluente del Murrí, y un poporo de oro con figura femenina de Samarraya, municipio de Pueblo Rico, en la cuenca alta del río San Juan (Arango 1905) (véase figura 2.10).27


Figura 2.10 Figuras de la colección de Leocadio María Arango: a la izquierda, colgante de tumbaga con procedencia de Frontino; a la derecha, poporo de oro con procedencia de Samarraya

Fuente: Colección Museo del Oro, Banco de la República. Fotos de Clark M. Rodríguez: izquierda, O00417, y Rudolf Schrimpff: derecha, O00382.

Por otra parte, en el Catálogo General del Museo de Bogotá, publicado en 1917, figura una “cabeza de piedra de forma elíptica, casi circular”, hallada por “el indio Marco” en una guaca en los alrededores de Baudó, de la que se indica también que se obtuvieron “unas 30 libras de oro” (Restrepo 1917a, 54).

Ahora bien, la relativa visibilidad que había alcanzado el Chocó norte en el panorama de la arqueología de finales del siglo xix e inicios del xx fue opacada debido a dos circunstancias. En primer lugar, predominaba la concepción de que el esplendor de las sociedades indígenas precolombinas había que buscarlo en otras regiones, sobre todo en aquellas en donde se encontraban las elites de los nacientes Estados de México, Perú y la Nueva Granada. Los denominados chibchas o muiscas de los alrededores de Bogotá fueron posicionados como la tercera civilización precolombina de América, solo superada por los aztecas y los incas, en un esquema de jerarquización que haría carrera por entonces y hasta tiempos recientes (Piazzini 2016b).

En segundo lugar, la riqueza arqueológica del Chocó norte, y la particularidad de las pocas evidencias allí registradas, fue obliterada, por efecto de la construcción de etiquetas como Chiriquí y Quimbaya. En la provincia de Chiriquí, al occidente de Panamá, se produjo una verdadera fiebre de oro a mediados del siglo xix, a raíz del descubrimiento de guacas indígenas que con frecuencia contenían piezas de orfebrería (Bollaert 1860a; Merrit 1869). A partir de entonces, y en la medida en que panameños y extranjeros de la más diversa procedencia participaban de los circuitos mercantiles que iban de las guacas a los intermediarios, las casas comerciales y de subastas, y de allí a las colecciones privadas y gubernamentales, durante la segunda mitad del siglo xix lo chiriquí adquirió gran renombre en el mercado internacional de antigüedades, así como en la literatura generada por anticuarios y arqueólogos. Como anotaba ya en el siglo xx el arqueólogo sueco Sigvald Linné, “se puede decir que no hay ningún museo importante para la etnografía en general cuya sección de América no tenga una colección más o menos extensa de vasijas de la provincia de Chiriquí” (Linné 1929, 95). Posteriormente, durante la primera mitad del siglo xx, se sumarían los hallazgos monumentales efectuados en las provincias de Coclé y Veraguas, tales como los cementerios de El Caño y Sitio Conte (Verrill 1927; Lothrop 1937), para consolidar el occidente de Panamá como la zona de mayor importancia arqueológica del país, afirmando así la marginalidad del área oriental y en especial de la provincia del Darién.

Por otra parte, durante la segunda mitad del siglo xix se desató un auge de guaquería en las vertientes del curso medio del río Cauca, como parte de la colonización antioqueña por el occidente de Colombia (Parsons 1997, 67; Valencia 1989), y del despliegue del mercado local e internacional de antigüedades. Ernesto Restrepo (1912) adscribió en 1892 buena parte de estos hallazgos a la tribu de los quimbayas, situada en la región del Quindío, según la lectura de los textos españoles del siglo xvi. Esta etiqueta pronto adquirió renombre internacional debido a los vistosos objetos de oro que solían asociársele (Brinton 1895; Seler 1893b). En consecuencia, a los quimbayas fueron atribuidos muchos de los hallazgos efectuados en áreas diferentes al Quindío, como Antioquia y presumiblemente también el Chocó.

En estas condiciones, se comprende que en las síntesis sobre Suramérica y Centroamérica que publicó el arqueólogo británico Thomas Joyce (1912 y 1916), entre Chiriquí al oeste y Quimbaya al este no existían básicamente más noticias que las crónicas del siglo xvi. No obstante, destacaba el autor que Antioquia y el Darién resultaban prioritarios para efectuar investigaciones que podrían contribuir a la comprensión de las relaciones entre sociedades precolombinas de Centroamérica y Suramérica, las cuales, conjuntamente con las áreas Quimbaya, Coconuco y Chibcha, conformaban los principales “centros culturales” de la antigua Colombia (Joyce 1912, 275). Esta distinción fue seguida de cerca en otros ejercicios de síntesis, como el de Clark Wissler (1922, 281), quien proponía una clasificación arqueológica de Colombia compuesta por las culturas de Antioquia, Cartago (Quimbaya), Popayán (Coconuco) y Chibcha, dejando por fuera el área del Darién.

Con respecto a esta última zona, en 1926, Herbert Krieger, al referirse a la antigüedad de las sociedades indígenas del sureste de Panamá, indicaba:

No se han descubierto trabajos de piedra antiguos, tampoco lugares de enterramiento que ofrezcan la riqueza de datos arqueológicos que han sido descubiertos y estudiados en las huacas y ofrendas de cerámica de Chiriquí, al oeste de Panamá. Semejanzas y diferencias en la lengua, los rasgos culturales y los tipos físicos presentes en las tribus existentes en el sureste de Panamá, en relación con los grandes centros culturales aborígenes hacia el norte y hacia el sur, respecto de los cuales son marginales, constituyen la única guía confiable para desentrañar su pasado (Krieger 1926, 12).

Es de notar que no aparecía en ninguna de estas tempranas regionalizaciones arqueológicas el área del Sinú, tal vez porque solo desde principios del siglo xx es cuando comienzan a reportarse con frecuencia hallazgos de interés arqueológico para la zona, lo cual se refleja en el ingreso de piezas en colecciones colombianas, pero sobre todo en los museos extranjeros (Falchetti 1995, 22; Orchard 1927; Restrepo 1917b; The Washington Post 1920) (véanse figuras 2.11 y 2.12).


Figura 2.11 Piezas con proveniencia del Sinú, en el Museo Nacional de los Indios Americanos

Fuente: Tomada de Orchard (1927, 120).


Figura 2.12 Piezas con procedencia del Sinú, en el Museo Nacional de los Indios Americanos

Fuente: Tomada de Orchard (1927, 121).

Hay alguna referencia más temprana sobre la excavación de “mogotes” o túmulos funerarios en el Sinú por parte de habitantes locales, tal como lo refirió a mediados del siglo xix el explorador francés Luis Striffler (1920, 44). Pero es posible que a principios del siglo xx los hallazgos se hayan incrementado a raíz de la expansión de las fincas ganaderas que los antioqueños comenzaron a establecer en la zona (Ocampo 2007, 16), tal como se deduce de las referencias que Luis Arango Cano hace de jornadas de guaquería en el Sinú (Arango 1924, 316). En todo caso, como habrá notado el lector, no pocas de las evidencias reportadas para el Chocó norte en el siglo xix poseen rasgos formales y tecnológicos afines a la orfebrería que hoy se denomina como estilo Zenú (Falchetti 1995). Semejanza que sería confirmada durante el siglo xx, cuando se realizaron las primeras excavaciones arqueológicas en ambas regiones.

La relativa escasez de información arqueológica para el Chocó norte contrasta con la profusión de noticias de valor etnográfico y lingüístico que se venían generando sobre las sociedades indígenas del área desde mediados del siglo xix (p. ej. Posada 1871; Bell 1909; Étienne 1887; Pinart 1887; Posada 1871; Reclus 1881; Seemann 1853; Uribe 1882; Uribe 1885; White 1883), repertorio al que se fueron sumando observaciones realizadas por misioneros durante la primera mitad del siglo xx (Anónimo 1929; Santa Teresa 1924; Santísimo Sacramento 1936). Ello implicó que antes del establecimiento de cualquier clasificación de carácter arqueológico se plantearan grupos lingüísticos para definir la identidad cultural de los indígenas contemporáneos o precolombinos. Por ejemplo, Daniel Brinton (1891, 175) estableció la existencia de un stock lingüístico chocó que incluía la lengua que se hablaba en Cañasgordas, y Walter Lehmann (1920, 70 y ss.) consideró el dialecto chocó como parte de la familia lingüística chibcha. Paul Rivet (1912 y 1943-1944), por su parte, se refería a un grupo lingüístico chocó que más tarde afilió al tronco lingüístico karib.

En estas y otras clasificaciones de la época, era frecuente que se combinaran diferentes indicios arqueológicos, históricos y lingüísticos, sin que mediaran consideraciones sobre los procesos históricos de cambio social y de movilidad territorial que habían tenido lugar entre los siglos xvi y xix. Listados de palabras nativas y observaciones etnográficas elaboradas en el siglo xix e inicios del xx, relaciones escritas del siglo xvi y los pocos datos arqueológicos disponibles soportaban el establecimiento de relaciones directas entre comunidades indígenas precolombinas, de los periodos colonial y contemporáneo. Por ejemplo, se trazó una relación directa entre los grupos que poblaban el Occidente de Antioquia en el siglo xvi, por lo general denominados catíos, y los chocoes que habitaban el área en los siglos xix y xx. Por consiguiente, a la lengua chocó o a la gran familia karib fueron adscritos grupos relacionados con toponímicos que en las relaciones y crónicas del siglo xvi aparecen en la vertiente cordillerana hacia el Atrato (Nore, Guaca, Buriticá, Corome, Funucuna, Dabeibe, Urabá, Ibexico, Peque, Norisco, Ituango, Teco, Penco, Carauta, Cuisco, Araque, Pevere, Nitana, Pubio, Guasuceco y Tuin) (cf. Mason 1950, 230). Lo anterior, pese a la nula o muy débil existencia de vocabularios o datos lingüísticos registrados en el siglo xvi para el área.28

En estos términos, y en medio del auge de las teorías invasionistas que animaban buena parte de las interpretaciones antropológicas de principios del siglo xx, el interés que el Chocó norte pudiera ofrecer a los etnólogos y arqueólogos estribaba en su carácter de eslabón para comprender la dispersión de las principales familias lingüísticas de Suramérica y Centroamérica, así como en su condición de territorio de paso, o bien como límite para las migraciones precolombinas provenientes de las más destacadas culturas indígenas de Centroamérica y Suramérica. Estas preocupaciones, planteadas en términos más o menos equivalentes, siguen siendo hoy materia de no pocas interpretaciones, tal como se verá más adelante.

10 Apoyado en lo anotado por el cronista Cieza de León, en el sentido de que el Guaca era un diablo en forma de tigre que se les aparecía a las gentes de la provincia gobernada por Nutibara (Cieza de León 1941, 34), el coronel Acosta estableció una relación con el significado de la palabra quechua huaca, que designaba ídolo o adoratorio. Aun cuando descartaba que en Guaca se hablara quechua, sugirió la posibilidad de que, a partir del hallazgo de grandes tesoros en las tumbas de esa provincia, posteriormente se haya generalizado el nombre de guaca o huaca para referirse a las tumbas indígenas de otras partes de América (Acosta 1848, 144). A esta posibilidad se suma la enigmática denominación de pirú o perú que tradicionalmente se ha empleado entre las gentes del noroccidente de Colombia para referirse a los túmulos funerarios. Le Roy Gordon (1983, 56), en su estudio sobre la geografía humana del Sinú, advirtió una posible relación entre tal denominación y la de Perú o la de Birú. Aunque no descartaba la posibilidad de que tal nombre fuera importado del Perú, se inclinaba por la tesis de un origen derivado de Birú (cacique del siglo xvi referido para la costa pacífica del Chocó), dado que los españoles penetraron primero en el área del Darién, el Sinú y el Chocó, antes que en el Perú. Esta última tesis es sostenida por varios historiadores peruanos, quienes han considerado que el nombre de Perú no era de origen inca (p. ej. Porras 1973). Lo que interesa destacar aquí es la probabilidad de que la denominación de los túmulos como “pirúes” o “perúes” constituya una huella histórica de la magnitud de las riquezas halladas en el Chocó norte en los primeros años de la penetración española en América, y de su impacto en el imaginario de los europeos. Por lo menos desde la segunda mitad del siglo xviii, perú aparece en los diccionarios como sinónimo de ganancia o riqueza (Terreros y Pando 1788).

11 A pie de página y siguiendo a Acosta (1848), Bollaert aclara que se refiere a Guaca.

12 Resulta enigmático o por lo menos sospechoso que este molde de piedra se asemeje a las matrices de orfebrería descritas para el altiplano cundiboyacense (Long 1989) (véase pieza n.º VA29625 del Museo Etnológico de Berlín, disponible en http://www.smb-digital.de/eMuseumPlus?service=ExternalInterface&module=collection&objectId=27278&viewType=detailView).

13 Se dice que Goyen, quien se había desempeñado como director de la compañía inglesa Frontino and Bolivia Gold Mining, gastó varios años y una fortuna en dicha excavación, en la que esperaba encontrar un tesoro semejante al del Dabaibe (Mesa 1905, 39),

14 En un catálogo de colecciones arqueológicas y etnográficas americanas del Museo Etnográfico de Berlín, publicado por Seler (1893a), aparecen piezas que muy probablemente correspondan a adquisiciones efectuadas por Bastian, ya durante su viaje, ya como consecuencia de envíos que recibió posteriormente. Son de destacar tres vasijas de Pueblo Rico y Morrón (láminas 55 y 56) en la cuenca alta del río San Juan, que por sus características se asemejan a la alfarería del periodo tardío del Cauca medio y concretamente al complejo Aplicado Inciso definido posteriormente por Bruhns (1970). También aparece una vasija de Frontino (lámina 55), con figura antropomorfa en el cuello y policromía. Por otra parte, en el catálogo en línea que actualmente suministra el Museo Etnográfico de Berlín, se registra un sello para impresión proveniente de Pueblo Rico (pieza n.º VA1022), obtenido por Bastian (http://www.smb-digital.de/eMuseumPlus?service=ExternalInterface&module=collection&objectId=1253&viewType=detailView).

15 El asunto de los “mound builders” fue de gran interés para los anticuarios norteamericanos del siglo xix, cuyo tratamiento puede verse por excelencia en el texto de E. G. Squier y E. H. Davis (1848) Ancient Monuments of the Mississippi Valley.

16 A juzgar por las fotografías, la nariguera pequeña es muy similar a las halladas en Filandia, Quindío, de la Colección Quimbaya que se encuentra en el Museo de América en Madrid (cf. Pérez de Barradas ١٩٦٥, figura ١٢). Por su parte, la otra tiene alguna semejanza con las narigueras con prolongaciones laterales del Sinú (cf. Falchetti 1995, 72).

17 Actualmente en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York (véase pieza n.º 86.17, disponible en https://www.metmuseum.org/art/collection/search/307476).

18 George Kunz, minerólogo, especialista en joyas y empleado de Tiffany, presentó en 1887 estas piezas ante los anticuarios norteamericanos, refiriendo su proveniencia como del río Munguidó, cerca de Quibdó. De acuerdo con las imágenes presentadas, mientras el pectoral se asemeja a los clasificados para la orfebrería Quimbaya Tardío del Cauca medio (Uribe 1991), la nariguera semiesférica es muy semejante a las halladas en el Sinú (Falchetti 1995, lámina 24).

19 Hoy en día estas piezas están en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York (véanse piezas 91.33.2.1 a 91.33.2.8, disponibles en https://www.metmuseum.org/art/collection/search/307502?searchField=All&sortBy=Relevance&where=Atrato&ft=Story&offset=0&rpp=20&pos=1). Se encuentran narigueras semilunares martilladas y narigueras de sección sólida (incluyendo los denominados “torzales”), que a veces poseen remates o extremos ensanchados, semejantes a las del periodo Quimbaya Tardío del Cauca medio, pero que no obstante también son frecuentes en otras zonas de Colombia (Uribe 1991, 87).

20 Estas piezas están en el Museo Nacional de los Indios Americanos (piezas: 1/1227, 1/1228 y 1/2294, disponibles en https://collections.si.edu/search/results.htm?q=Stapleton&fq=online_media_type%3A%22Catalog+cards%22&start=0). A juzgar por las imágenes, la pinza se asemeja a las halladas en el área Calima; la nariguera semilunar se parece a las del periodo Quimbaya Tardío del Cauca medio (Uribe 1991), mientras que la figurina posee una disposición general del cuerpo, el tocado y la hibridación entre ser humano y ave, que se encuentra en piezas de la región del Cauca o Popayán (cf. Piezas Museo del Oro, n.º 6414 y 3038).

21 Hoy en día estas piezas se encuentran en el Museo de la Cultura Mundial en Gotemburgo (piezas 1930.18.0001, 1930.18.0003 y 1938.12.0001, véase por ejemplo http://collections.smvk.se/carlotta-vkm/web/object/91986).

22 Piezas n.os A396715-0 a A396730-0 (https://collections.nmnh.si.edu/search/).

23 El autor destaca la diferencia de las vasijas del Darién frente a la cerámica muy decorada y pintada de Chiriquí (Catat 1889, 417). Linné, quien visitó luego el área, consideró que la cerámica del río Mono se relacionaba con aquella que documentó en la costa pacífica, específicamente en el sitio Cocalito (Linné 1929, 210). Teniendo en cuenta hallazgos posteriores, se puede decir que, por su forma y decoración, las vasijas registradas por Catat se asemejan a algunas vasijas provenientes de las vertientes cordilleranas al Atrato. Por ejemplo, compárese con la copa obtenida por Graciliano Arcila en una tumba de El Carmen de Atrato (Arcila 1960, figura 8). Pero no es de descartar que estas evidencias se relacionen con la alfarería contemporánea cuna-tule, a juzgar por registros etnográficos efectuados a principios del siglo xx (cf. Krieger 1926, lámina 15).

24 Estos cráneos se encuentran en el catálogo en línea del Museo Nacional de Historia Natural, en París (códigos: MNHN-HA-6625 y MNHN-HA-6625).

25 De acuerdo con la descripción, por lo menos las figuras zoomorfas y el remate de bastón podrían asemejarse a piezas frecuentes en la orfebrería del Sinú (Falchetti 1995, 37 y 119).

26 La vasija policroma de colores café y rojo sobre crema, conformando motivos en espirales concéntricas, no ofrece semejanzas con la cerámica policroma de las tradiciones alfareras conocidas en el centro de Antioquia. En cambio, tanto esta como la reportada por Seler (1893a, lámina 55), también para Frontino, son similares en forma y decoración a algunas piezas policromas de Panamá central que han sido catalogadas en el estilo Cubitá (Sánchez y Cooke 2000), con una cronología entre 550-700 cal. d. C. Por su parte, el colgante n.º 167 del catálogo de Leocadio María Arango es claramente del denominado estilo Darién (Falchetti 1979, 20). Las piezas de cerámica de Arango reposan hoy en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia; las de oro o tumbaga se encuentran en el Museo del Oro del Banco de la República.

27 Mientras la vasija de Urrao puede catalogarse en una variante específica del estilo Marrón Inciso para el Occidente de Antioquia (O00417; cf. Museo Nacional de Colombia y Museo Universitario de la Universidad de Antioquia 1993, 93-94), el poporo de Samarraya (O00382) ofrece gran similitud con la orfebrería del estilo Quimbaya Clásico. Su núcleo fue datado en 2350 ± 40 ap (B-144489) (Uribe 2005, 73), siendo entonces una de las fechas más tempranas de orfebrería en Colombia.

28 Que se sepa, el único vocabulario disponible sobre lenguas indígenas del siglo xvi en Antioquia corresponde a un breve listado referido por Antonio Vásquez de Espinosa (1948, 31).

Entre Colombia y Panamá

Подняться наверх