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El Dabaibe
En 1513, desde Santa María de la Antigua del Darién, Vasco Núñez de Balboa escribía una carta al rey de España dando cuenta “de las cosas y grandes secretos de maravillosas riquezas que en esta tierra hay”, entre las cuales destacaba que, partiendo del golfo de Urabá, treinta leguas por el río del Darién (Atrato) arriba, y luego, entrando dos días por un afluente de su margen izquierda:
[…] estaba un cacique que se dice Davaive; es muy grand señor y de muy grand tierra y muy poblada de gente; tiene oro en mucha cantidad en su casa, y tanto, que para quien no sabe las cosas de esta tierra, será bien dudoso de creer; esto sé de nueva cierta; de casa de este cacique Davaive viene todo el oro que sale por este golfo, y todo lo que tienen estos caciques de estas comarcas; es fama que tienen muchas piezas de oro de extraña manera, y muy grandes; dícenme muchos indios que lo han visto, que tiene este cacique Davaive ciertas cestas de oro, que cada una dellas tiene un hombre que llevar á cuestas; este cacique no coge este oro porque está apartado de la sierra, é la manera como lo ha es, que dos jornadas de allí hay una tierra muy hermosa, en que hay una gente que es muy caribe y mala; comen hombres cuantos pueden haber; esta es gente que está sin señor y no tiene á quien obedescer; es gente de guerra; cada uno vive sobre sí; son señores de las minas; son estas minas, segund yo tengo la nueva, las más ricas del mundo; estas minas son en una tierra que hay una sierra la más alta del mundo á parescer, y creo que nunca se ha visto otra de tan gran altura; nace de hacia la parte de Uraba de este golfo, algo la tierra adentro, que podrá ser de la mar veinte leguas; va su vía de esta sierra metiéndose á la parte de mediodía; es tierra llana do comienza; desde el nacimiento della va creciendo en mucha cantidad; es tan alta que se cubre con las nubes; dos años ha que estamos de que nunca se ha visto lo alto della sino dos veces, porque á la contina está cobierta con los cielos; desque llega en la más altura torna á decaer; fasta allí va montosa de grand arboleda, y desde allí van cayendo unas cordilleras de sierras sin monte ninguno; va á fenescer en la más hermosa tierra del mundo y más llana junto con este cacique Davaive; las minas muy ricas están en esta punta de esta tierra, volviendo hacia la parte del nacimiento del sol; el sol las dá en nasciendo; hay dos jornadas desde este cacique Davaive fasta estas ricas minas (Núñez de Balboa 1913, 132).
Dada la descripción geográfica, ¿podría corresponder esta narración —como lo plantearían luego Hermann Trimborn (1943) y Carl Sauer (1966, 228)— con las primeras noticias que tuvieron los europeos sobre las regiones mineras situadas en lo que hoy es el noroccidente de Antioquia, entre Dabeiba, Frontino y Buriticá? Y más ampliamente, ¿remite a un circuito de intercambio de bienes de prestigio que vinculaba dicha área con Urabá, el Sinú y la Baja Centroamérica? Sobre este último aspecto resulta elocuente lo planteado por Núñez de Balboa en la misma misiva al rey:
[…] estos indios que cogen este oro lo traen en granos como lo cogen por fundir, y lo rescatan con este cacique Davaive; dales en precio por rescate indios mancebos y mochachos para comer, y indias para que sirvan á sus mujeres; no las comen; dales puercos, en esta tierra muchos; dales mucho pescado y ropa de algodón y sal; dales piezas de oro labradas como ellos las quieren; con solo con este cacique Davaive tienen este rescate aquellos indios, porque por otra parte no hay lugar (Núñez de Balboa 1913, 133).
Desde principios del siglo xvi, los europeos que se encontraban en Santa María de la Antigua del Darién recibieron noticia de la riqueza aurífera de las montañas situadas al oriente y aguas arriba del río Atrato, lo cual dio pie a la realización de algunas incursiones y a la elaboración de no pocas menciones acerca de la existencia del tesoro del Dabaibe.4 Según Pedro Mártir de Anglería, quien durante la segunda y tercera décadas del siglo xvi compiló relatos de los españoles que habían estado en el Darién y Urabá, Dabaibe era un cacique poderoso y respetado con mucha riqueza de oro, cuyo pueblo estaba a cuarenta o cincuenta leguas del Darién, pero era también el nombre del país que este dominaba, de las montañas y la región rica en depósitos de oro que se encontraban en sus inmediaciones y de un río, que en ocasiones asimila al río Grande o río San Juan (Atrato), y en otras, a un afluente de este (Mártir de Anglería 1912, vol. 1, 226, 233, 264, 266, 331 y 351; vol. 2, 51, 199, 318, 326 y 333). Dice que el toponímico derivaba de Dabaiba, una mujer que de acuerdo con las tradiciones indígenas poseía gran inteligencia y extraordinaria prudencia, y quien luego de su muerte se convirtió en una divinidad adorada por las gentes de la región. Madre del dios creador, Dabaiba enviaba tormentas y relámpagos y destruía las cosechas cuando se enojaba. Por ello, los indígenas le ofrecían sacrificios en cierta época del año, cuando, en un santuario y templo hecho en su honor, se celebraban grandes reuniones oficiadas por sacerdotes que observaban estrictas reglas de castidad y limpieza. A estas ceremonias los caciques “aun de los más distantes países” enviaban esclavos para ser sacrificados en honor a Dabaiba. Tanto la convocatoria como la ceremonia se realizaba con música de trompetas y campanas de oro, de las cuales dice Mártir que los españoles quitaron una muestra muy representativa a un cacique que hallaron a orillas del río Dabaibe: cerca de 14 000 pesos de oro, entre los cuales se contaban 1300 campanas (Mártir de Anglería 1912, vol. 2, 318 y ss.).
Cabe preguntarse a propósito de la leyenda del Dabaibe, tal como lo hicieran Carmen Bernard y Serge Gruzinski: “¿Se trata de un eco deformado de las riquezas del Sinú o de otras poderosas jefaturas de los Andes colombianos? ¿O debemos reconocer ahí el espejismo de las minas de Salomón y de la legendaria Ofir bíblica?” (Bernard y Gruzinski 1996, 363). Es claro que las narraciones efectuadas por los europeos que viajaron a América en el siglo xvi no pueden ser tomadas como descripciones fieles de las realidades americanas. Ello, porque, como todo relato, están constituidas por particulares estrategias retóricas, regímenes de historicidad y experiencias del tiempo (Borja 2004). Pero a menos que el establecimiento del régimen de historicidad (Hartog 2007, 29) de los escritos del siglo xvi se encuentre acompañado de una aproximación crítica y contrastada de estos, que incluya en el mejor de los casos el estudio de evidencias arqueológicas, su lectura conduciría únicamente a un análisis autorreferencial del espacio sociocultural de los narradores, y en poco o nada aportaría a una aproximación al mundo americano.
Tal como lo ha señalado Fernando Ainsa, “el Nuevo Mundo es una ‘realidad’ geográfica que, al mismo tiempo, objetiva en su territorio los mitos del imaginario colectivo clásico y medieval” (Ainsa 1998, 30). Es decir, que los europeos anticipaban y prefiguraban estas tierras antes de llegar a ellas o, en todo caso, que cuando llegaban comenzaban a darles sentido de acuerdo con códigos previamente establecidos en su imaginario cultural. Pero esa realidad extraña también actuaba sobre su imaginario, logrando poner en marcha un proceso de objetivación que, dependiendo de las circunstancias y los sujetos, podía confirmar, o bien transformar, lo anticipado (Ainsa 1998, 33).
En esta perspectiva, las narraciones sobre el Dabaibe tenían lugar y se conformaban entre el espacio de experiencia y el horizonte de espera de los españoles en América —para emplear los conceptos de Koselleck (1993)—. Pero también en relación con las dinámicas sociales que durante la época precolombina se venían constituyendo en la cuenca del río Atrato, las cuales no se reducían a un asunto de comunidades aisladas, sino que trascendían hacia espacios de interacción que involucraban diversos grupos del Darién, el Sinú y las vertientes andinas. En este doble movimiento, resultaban fundamentales los conocimientos locales acerca de las geografías y los caminos, a los cuales accedieron los europeos para conformar, conjuntamente con sus experiencias de navegación y expectativas de riquezas y paraísos perdidos, las cartografías tempranas del Darién, las cuales resultaron definitivas para la definición de aquello que desde inicios del siglo xvi se denominaría América (Fuentes 2016; Pimentel 2019).
En este sentido, efectuar un seguimiento a las narraciones sobre el Dabaibe, más que pretender encontrar la localización geográfica precisa de un lugar legendario, permite hacer visibles redes de interacción social que caracterizaban el Chocó norte en la primera mitad del siglo xvi, las cuales determinaron en buena medida las rutas de penetración de los europeos en pos de sus imaginarios de riqueza, así como el tipo de contenidos con que llenaron, aun cuando a menudo parcialmente, dichas expectativas.
Entre 1513 y 1515 son varias las comunicaciones dirigidas al rey de España por funcionarios radicados en Santa María de la Antigua del Darién que mencionan el Dabaibe como la provincia más rica y promisoria para la obtención de oro en la región (cf. Medina 1913). Las esperanzas puestas en ella se derivaban principalmente de las expediciones realizadas tempranamente por Vasco Núñez de Balboa por el río Atrato y sus afluentes (Núñez de Balboa 1913). Este dijo haber llegado al pueblo mismo del cacique Dabaibe (Núñez de Balboa 1993, 86), en donde presumiblemente halló 7000 castellanos de oro en las casas abandonadas (Mártir de Anglería 1912, vol. 1, 227). Seguramente las cifras no eran precisas, ya porque exageraban el monto de las riquezas para impresionar a la Corona con los resultados de las empresas imperiales, ya porque reducían el registro del valor de los botines, para aminorar el cobro del “quinto real”. Como quiera que sea, lo cierto es que en 1515 el tesorero de la Casa de la Fundición de Santa María registró 154 pesos de buen oro (unos 717 gramos de oro de 22,5 quilates) provenientes de la entrada que hizo Núñez a la “provincia de Dabaibe” (Medina 1913, 400), mientras que en las cuentas de archivo consultadas por el historiador Hermes Tovar (1997, 104 y 120) se encuentran cantidades similares provenientes de Dabaibe, así como de otros lugares cercanos como Ybeybeba y Abraime.5
En las siguientes dos décadas, fueron las riquezas de las tierras situadas en la cuenca del río Sinú las que atizaron durante años la codicia de los españoles, llegando a proporcionar un cierto principio de realidad a la leyenda del Dabaibe. En 1515 el gobernador Pedrarias Dávila, el obispo Juan de Quevedo y los oficiales de Santa María de la Antigua del Darién escriben al rey que en la provincia del Cenu6 es de “donde [se] cree que son las riquezas que publican del Davaive” (Medina 1913, 253).
Los mitos acerca de legendarias riquezas, al igual que astrolabios y brújulas, acompañaban los ejercicios tempranos de cartografiar el Nuevo Mundo, de tal manera que en un mapa anónimo de América, elaborado hacia 1519, aparece de forma destacada el nombre Dabaiba. Localizado en el extenso y desconocido territorio al sur y oriente del golfo de Urabá, una leyenda en latín dice: “Dabaiba hic quedam Regina dominatrix cuius imperio plurimi populi finiuntur multi auri ditissimi [Dabaiba, esta suerte de reina es la señora que domina los pueblos que tienen mucho oro]” (Uhden 1938), lo que sugiere una significación divina y femenina del mito del Dabaibe, estrechamente relacionada con el oro. Y pocos años luego, en el mapa hemisférico de Franciscus Monachus (1527), la relevancia de Dabaiba es más que elocuente, cuando este nombre cubre buena parte del noroccidente de Suramérica (véase figura 1.1).
Figura 1.1 Hoc orbis Hemisphaerium cedit regi Hispaniae
Fuente: Tomada de Monachus (1527), original en The John Carter Brown Library (https://jcb.lunaimaging.com).
A partir de la década de 1530 los españoles asentados en Cartagena comenzaron a realizar entradas de manera continua hacia el este de Urabá, a la provincia de Nore7 y al Cenu, en una empresa de intenso saqueo de templos y sepulturas que dio como resultado lo que puede ser interpretado, sin exageración, como una de las mayores riquezas de oro conseguidas por los europeos en el Nuevo Mundo (Tovar 1997, 118).8 Expediciones como las de Pedro de Heredia, su hermano Alonso, el capitán Francisco César y el licenciado Juan de Vadillo fueron una escuela en la que los europeos aprendieron a identificar y saquear las tumbas y santuarios indígenas del noroccidente de lo que hoy es Colombia, dando especial atención a los túmulos funerarios, monumentos de origen precolombino visibles en los paisajes del Sinú y de algunas provincias de las “sierras” o “sabanas” que se ubicaban en lo que hoy es el noroccidente de Antioquia.
Para 1537 la leyenda del Dabaibe seguía sirviendo como motor de búsqueda de las riquezas indígenas de la cuenca del río Atrato. Ese año, el capitán Francisco César, siguiendo órdenes del licenciado Juan de Vadillo, partió desde Urabá hacia el río Sinú, siguiendo por sus riberas veinte leguas en dirección sur, hasta encontrar un camino “por donde contrataban los yndios” que lo llevó hasta “encumbrar muchas sierras, encima de las quales ay sabanas e sierras peladas sin monte e gran número de gente” (Vadillo 1864b, 402). Había llegado el capitán César, según dice Vadillo, al territorio del cacique Nutibara, hijo de Nunaybas y vecino de otros caciques como Tateepe y Nutepe y de ricas minas como las de Buriticá y Nore. En uno de estos sitios, César y sus soldados obtuvieron un botín de aproximadamente 20 000 pesos de oro (unos 92 kilogramos) provenientes del ajuar de una sola sepultura, localizada en el interior de un templo.9 Con este significativo rescate y llevando consigo noticias esperanzadoras que confirmaban los rumores escuchados dos décadas atrás por Núñez de Balboa, César regresó por la vía de Urabá, completando así el recorrido por un circuito de intercambio que conectaba al Cenu con las tierras cordilleranas de Antioquia y el Chocó, y a estas con Urabá. En efecto, el oro del Cenu, fuera en bruto o en pequeñas piezas llamadas “caricuries”, provenía de las tierras altas, en donde sus pobladores lo daban a cambio de mantas, sal, indios y piezas de oro labradas (Vadillo 1864b, 406).
Mientras organizaba una expedición para seguir la ruta de César, el licenciado Vadillo envió al teniente Alonso López de Ayala tras la Dabaiba, “[…] que a lo que se cree debe ser casa de devoción o perdición de los indios, que dizen que fue una cacica antigua en quien ellos tienen gran devoción, que dizen quando atruena questá enoxada la Dabayba” (Vadillo 1864b, 407). Y agrega más adelante: “dizen que ay dos casas, la una es un buhio rico del diablo e el otro es la casa de la Dabayba, que dizen que guarda un tigre y que le dan cada una una moça a comer” (Vadillo 1864b, 408). El teniente Ayala, remontando el río Atrato desde Urabá, no pudo llegar al mítico lugar, pero en cambio encontró varios caciques, uno de los cuales, amenazado, tuvo que entregarles 2000 pesos de oro “en las mesmas piezas que las del Cenu; por donde se cree que aquello e lo del Cenu e lo que descubrió Cesar, es todo una contratación, e quel oro de allá e del Cenu viene de las Sabanas” (Vadillo 1864b, 408).
Basado en estas noticias, a principios de 1538, Juan de Vadillo partió de San Sebastián de Buena Vista, y llegando primero al pueblo de Urabaybe siguió su viaje por los ríos del Gallo, Las Guamas y Los Caricuris, para remontar las sierras de Abibe y dar en las provincias de Cuguey, Guanchicoa y Tinya, cuyo señor, según Fernández de Oviedo, era Antibara o Mutibara; sin duda el mismo Nutibara mencionado antes a propósito de la entrada de César. De allí, siguió por la sierra de Piten y el valle de Peta hasta llegar al río Tirubi, en donde entró en tierras del cacique Quinochu, hermano de Nutibara. Siguiendo el mismo río, que por las catas efectuadas por Vadillo demostró ser rico en oro, llegó al valle de Nore, y de allí hacia los nacimientos del río Tirubi, en donde halló el pueblo de orfebres de Buy y las minas de Buriticá (Fernández de Oviedo 1852, 454 y ss.). Luego, cruzando las partes más altas de lo que denominaba “la sierra”, para referirse a la cordillera, llegó a la cuenca del río Cauca, por donde proseguiría su viaje hacia el sur, para encontrarse con Sebastián de Belalcázar en Cali.
La reconstrucción de la ruta seguida por Vadillo desde Urabá hasta Buriticá es difícil de precisar, pero un análisis comparado de fuentes documentales, mapas antiguos y toponímicos actuales sugiere que desde el bajo Atrato remontó alguno de sus afluentes, sea el río Sucio o el Murrí, pasando por los actuales municipios antioqueños de Dabeiba, Frontino y Cañasgordas, hasta cruzar la cordillera Occidental y llegar aproximadamente a la zona en donde hoy se encuentra el municipio de Buriticá. Esta ruta es la misma que recorrerían sin mucha variación en los años siguientes el licenciado Santa Cruz, enviado por Heredia en contra de Vadillo, y luego Jorge Robledo, en sentido inverso, en su viaje desde Popayán hasta Urabá. Se infiere que dicha ruta hacía parte de un circuito de intercambio regional de origen precolombino, el que sirvió para que los españoles supieran del Dabaibe y fueran en su búsqueda, y por el cual transitaron los rumores que llevaron a que las comunidades indígenas de las montañas se enteraran de la presencia española en Urabá y el Darién, antes de su arribo.
Pedro Cieza de León, cronista que hizo la ruta con Vadillo y luego con Jorge Robledo, es elocuente al respecto. Anota que la provincia de Nore estaba “a toda parte cercana de grandes provincias de indios muy ricos de oro, porque todos lo cogen en sus propios pueblos. La contratación que tienen es mucha. Usan de romanas pequeñas y de pesos para pesar el oro” (Cieza de León 1941, 38). Es importante, a efectos de situar geográficamente la provincia de Nore, tener en cuenta la descripción que Cieza hizo por entonces de los túmulos funerarios: “Antiguamente había gran poblado en estos valles [de Nore], según nos lo dan a entender sus edificios y sepulturas, que tienen muchas y muy de ver, por ser tan grandes que parescen pequeños cerros” (Cieza de León 1941, 35).
Noticias del siglo xix e investigaciones arqueológicas de los últimos años han permitido establecer que en las cuencas superiores de los ríos Sucio y Murrí, afluentes del Atrato, se encuentran centenares de túmulos funerarios, llamados localmente “pirúes” o “perúes”, cuya densidad es especialmente significativa en el área de los actuales municipios de Frontino y Dabeiba (Piazzini 2004 y 2009b; White 1884).
Por otra parte, de Buriticá dice Cieza que “cierto se tiene que deste cerro fue la mayor parte de la riqueza que se halló en el Cenu en las grandes sepulturas que en él sacaron” (Cieza de León 1941, 42). Y de la gente de Urabá menciona que “hay entre ellos grandes mercaderes y contratantes que llevan a vender la tierra dentro muchos puercos de los que se crían en la misma tierra […] llevan también sal y pescado; por ello traen oro, ropa y de lo que más ello tienen necesidad” (Cieza de León 1941, 23). Por último, señala que “la tierra dentro hay algunos indios y caciques, que solían ser muy ricos por la gran contratación que tenían con los que moran en la campaña pasadas las sierras y en el Dabaybe” (Cieza de León 1941, 22). Con estas apreciaciones coincide Gonzalo Fernández de Oviedo, quien, si bien no participó de las expediciones mencionadas, había vivido en Urabá en años anteriores y, posteriormente, consultó documentos y habló con testigos de estos acontecimientos: “Creese por dichos indios [de Buriticá] é por lo que les paresció á los españoles que fueron con el licenciado [Vadillo], que estas son las mayores e mejores minas de la Tierra-Firme, é de donde se ha sacado todo el oro que ha ydo á la provincia de Cartagena, y el que baxa por el río de Sancta Marta [Cauca] é del Darién [Atrato]” (Fernández de Oviedo 1852, 456).
En muy pocos años, entre 1537 y 1541, las incursiones españolas arrasaron con poblaciones enteras, robando y destruyendo cuanto podían en Guaca, Nore y Buriticá. Para 1542, Juan Bautista Sardella, escribano de Jorge Robledo, observaba: “salimos a los valles de Nori e a la provincia del Guaca que solía ser una de las mejores poblazones que en toda aquella comarca avía, y estaba todo destruydo e abrasado por las armadas de Cartajena que por allí avían pasado que hera la m(a)yor lástima del mundo ver las arboledas y frutales y asientos de bohíos y fuentes hechas a mano todo estaba destruydo” (Sardella 1993, 322). Asimismo, los indígenas de la provincia de Hebexico le contaron que “tenyan noticia que otros onbres como nosotros avían pasado por unas provincias de Nori e Buritica e Guaca… que avían muerto todos los yndios e Señores dellas”, lo cual endosaba Sardella a las armadas de Vadillo y Juan Graciano, que “como no llevaban yntención de poblar la tierra y permanecer en ella robaron e destruyero(n) todo por donde pasaro(n)” (Sardella 1993, 316).
De alguna manera esta tragedia había sido anunciada. Cieza de León se refiere así a lo dicho por una mujer de Guaca, cuando estuvo allí en la entrada de Vadillo en 1538:
[…] hallamos algunas destas sepulturas sacadas y la casa o templo quemada. Una india de un Baptista Zimbrón me dijo a mi que después que Cesar volvió a Cartagena se juntaron todos los principales y señores destos valles, y hechos sus sacrificios y ceremonias, les aparesció el diablo (que en su lengua se llama Guaca), en figura de tigre, muy fiero, y que les dijo cómo aquellos cristianos habían venido de la otra parte del mar, y que presto habían de volver otros muchos como ellos y habían de ocupar y procurar de señorerar la tierra; por lo tanto, que se aparejasen de armas para les dar la guerra. El cual, como esto les hobiese hablado, desapareció; y luego comenzaron de aderezarze, sacando primero gran suma de tesoros de muchas sepulturas (Cieza de León 1941, 34).
Podría pensarse que entre las gentes de Guaca, con las palabras puestas en boca de este sobrenatural felino, se trataba de dar explicación al arribo de esos extraños seres que eran los europeos, a la vez que se llamaba a tomar las armas para defender sus tierras y resguardar los tesoros dispuestos en tumbas y santuarios.
Durante los siglos xvii y xviii, los españoles continuaron en búsqueda del Dabaibe, pese a la transformación radical que desde mediados del siglo xvi se había operado en relación con las dinámicas sociales configuradas durante el periodo precolombino. En un mapa del Chocó, dibujado en 1610, enviado al rey por el gobernador de Popayán Sarmiento de Sotomayor, se destaca en las cabeceras del río del Darién (Atrato) la figura de una gran casa, rodeada de una empalizada, a la cual corresponde el toponímico del Dabaibe, lo que recuerda la referencia a un santuario dedicado a la diosa Dabaiba, efectuada por Mártir de Anglería (véase figura 1.2).
Figura 1.2 Mapa del Chocó enviado al rey de España por el gobernador de Popayán Sarmiento de Sotomayor en 1610
Fuente: Tomada de Romoli (1975), original en Archivo General de Indias.
Pocos años luego, en 1622, el cronista Vásquez de Espinoza decía que:
En vno destos ríos que entran en el Darien [Atrato] ay noticia, que está el rico templo del Dios Dabaybe, que es vn león de oro, donde ay innumerable riqueza, que de grandes edades han ofrecido los Barbaros a su Dios, por ser aquel el mayor Santuario, que tienen en todas aquellas Prouincias. Y aunque muchos han intentado llegar a este Santuario de los Gentiles, no han podido, por ser grande tierra muy dilatada. De grandes arcabucos y montañas impenetrables (Vásquez de Espinosa 1948, 313).
Todavía en 1712, el gobernador y capitán general de la provincia de Antioquia, José López de Carvajal, refiere haber enviado a varios “indios chocoes”, que se encontraban reducidos en el sitio de Murrí, a explorar por la cuenca del río Verde hacia el norte, hasta llegar a las cabeceras del río Sinú, en donde se tenía noticia de estar “el santuario del Davaide que en estas partes llaman el Oromira” (Archivo Histórico de Antioquia, s. f. Tierras, t 146, d 3979, f 179r).
Sin embargo, en la literatura de interés histórico y arqueológico producida entre los siglos xviii y xx, la leyenda del Dabaibe perdería legibilidad, sobre todo a causa de la emergencia y recreación de aquella otra, la de El Dorado, que animaría la realización de no pocas expediciones por el oriente de Colombia y las llanuras del Orinoco, además de suscitar la escritura de un sinnúmero de páginas en crónicas, relaciones y estudios históricos. Y a partir del siglo xix, la figura de un cacique dorado sumergiéndose en una laguna sagrada o navegando en una balsa de oro por sus tranquilas aguas resultó funcional a la edificación del “cronotopo muisca”, mediante el cual se construyó y consagró una jerarquía cultural y política de la altiplanicie cundiboyacense, y muy especialmente la sabana de Bogotá, como centro de la República de Colombia, jerarquía que, al decir de anticuarios e historiadores, hundía sus raíces en épocas precolombinas (Piazzini 2016b).
Volver sobre las referencias escritas y cartográficas en torno al tesoro del Dabaibe y creencias asociadas permite prefigurar la existencia, por lo menos en el siglo xvi, de una dinámica de interacción social en el Chocó norte, que trascendía la esfera de las comunidades locales. Varios estudios históricos así lo han sugerido (Helms 1979; Romoli 1987, 165; Sauer 1966; Trimborn 1943, 1944 y 1953; Vargas 1993), mientras que hallazgos aislados, reportes incidentales e investigaciones arqueológicas permiten plantear, como se propone en este texto, que dichas interacciones eran el resultado de procesos históricos centenarios, cuando no milenarios. Como hipótesis de trabajo, soportada en varias líneas de evidencia, se considera que durante los últimos dos mil años de la época precolombina núcleos densos de población se establecieron en las llanuras aluviales y las costas, también en las vertientes montañosas; asimismo, asentamientos jerarquizados y particulares formas de enterramiento, como son los túmulos funerarios, que dicen de la configuración de unidades políticas, territorialidades y geografías sagradas precolombinas; sistemas de cultivo mediante campos elevados indican, por lo menos en el Sinú y Urabá, la existencia de formas de organización del trabajo y la producción de alimentos, para sustentar una población elevada; finalmente, sistemas de intercambio que vinculaban a una numerosa serie de pueblos se establecieron a raíz de la riqueza aurífera del área, del desarrollo de técnicas de minería y metalurgia, así como del papel activo que tuvieron los artefactos de orfebrería en la generación y la sustentación del prestigio político.
Estos procesos sucedieron a una prolongada historia de poblamiento temprano, varias veces sospechada por la posición geográfica del Chocó norte, pero poco indagada mediante investigaciones en campo; historia que apenas comienza a constatarse en las vertientes cordilleranas. Por otra parte, están los procesos más recientes, acaecidos durante los periodos colonial y republicano, varios de los cuales, pese a contar con el apoyo de las fuentes escritas y las cartografías, aún esperan ser comprendidos en sus matices. Las continuidades y discontinuidades entre el mundo indígena precolombino y colonial; la emergencia de nuevas identidades de tipo étnico entre las sociedades indígenas y afrodescendientes que repoblaron el área en los últimos cuatrocientos años; la aparentemente mejor conocida historia de los establecimientos europeos del periodo colonial; el desarrollo de la minería de aluvión y veta, en torno de la cual arribaron europeos, criollos adinerados y mineros pobres; en fin, toda una serie de aspectos a los que la arqueología que se haga a futuro en el área debería prestar atención.
Por ahora, es posible delinear a grandes trazos lo que desde la arqueología compone la geohistoria del Chocó norte, teniendo como condición de posibilidad el presente ejercicio de compilación y análisis de distintas referencias, de muy disímil procedencia, la mayoría de las cuales se encuentran hasta ahora dispersas.
4 A menos que se indique expresamente lo contrario, emplearemos el término Dabaibe para referirnos al cacique, sus tesoros y su pueblo, así como a los toponímicos que designan la provincia y el río situados en sus inmediaciones. Por otra parte, con la denominación Dabaiba nos referiremos a la divinidad indígena. En la documentación consultada estas denominaciones poseen múltiples grafías, a veces intercambiables (Davaive, Dabaybe, Dabaibe, Dabeiba, Dibaiba, Dabaiba y Dobaiba, entre otras), incluso en el interior de una misma fuente. Sin embargo, es posible derivar una distinción entre ambas entidades, de las fuentes más tempranas, como son las cartas de Vasco Núñez de Balboa (1913 y 1993) y la crónica de Pedro Mártir de Anglería (1912). Sobre Dabaibe como “El Dorado de Urabá”, véase Trimborn (1943, 49; 1953). Finalmente, conservamos Dabeiba para referirnos al nombre del municipio actual.
5 Siguiendo a Tovar (1997, 196), un peso de buen oro de 22,5 quilates equivale a 4,6 gramos en el sistema actual de pesos y medidas.
6 Cenu se encuentra también escrito como “Cenú” y “Zenú”. A menos que se indique lo contrario, aquí se emplea Cenu, siguiendo la denominación dada por Vadillo (1864b), quien participó en algunas de las más tempranas entradas de los españoles a esta zona.
7 El toponímico Nore también se encuentra en algunas fuentes del siglo xvi como “Nori”. Se adopta aquí Nore para referirse a la provincia y valles del siglo xvi, siguiendo a Cieza de León (1941), quien estuvo en esa zona.
8 Se sabe, por los datos de reparto del botín de Pedro de Heredia en 1534, que se obtuvieron 3207 pesos de buen oro (más de 14 kilogramos). En general, las riquezas obtenidas en Cartagena entre 1533 y 1537, por parte de Heredia, del licenciado Juan de Vadillo y de otros españoles, sumaban la elevada cifra de 301 421 pesos de oro fino (aproximadamente 1,38 toneladas), de los cuales la mayor parte provenía del Cenu, siendo también importantes las cifras de la provincia de Abreba y figurando el Dabaibe y Tierra Adentro entre los lugares de rescate (cf. Tovar 1997, 118 y 123).
9 Esta cifra es dada por Vadillo (1864b, 405). Fernández de Oviedo (1852, 454) dice que fueron 25 000 pesos, mientras Cieza (1941,34) habla de 40 000 ducados.