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Introducción

Carlos Alberto Barzani

¿A qué nos referimos cuando hablamos de pornografía o decimos que algo es pornográfico?

Éste es uno de esos términos o conceptos que hablan más del sujeto clasificador que de los objetos o sujetos que son clasificados. En este sentido Raquel Osborne señala que existen tantas definiciones de pornografía como personas deseen proponer una, de este modo “se habla de obscenidad, erotismo, pornografía o indecencia para referirse a las mismas cosas, dependiendo de quién use estos términos.”1 Algunas definiciones apuntan al contenido del material: toda representación -texto, imagen- de sexo explícito no simulado, destinada a ser consumida por el público. Otras más en términos funcionales: el material que apunta a estimular la fantasía con el fin de provocar la excitación sexual. Hasta llegar a afirmaciones que develan el carácter polisémico y moralizante del término como la del escritor francés Alain Robbe-Grillet: “la pornografía es el erotismo de los otros”. El intento de distinguir entre “erotismo” y “pornografía” ha sido una tarea controvertida a lo largo de la historia del cine. Dependiendo del censor o el ente calificador, determinado film ha sido permitido, prohibido, censurado o calificado como “X” o “condicionado”. ¿Las películas “El imperio de los sentidos” (Nagisa Oshima), “Calígula” (Tinto Brass) y “Emanuelle” (Just Jaeckin) son eróticas o pornográficas? Hacerse esta pregunta en la actualidad puede llevarnos a una respuesta obvia; pero ¿qué habrían respondido distintos sectores sociales en la década de 1970, cuando fueron estrenadas? Sin dudas, la respuesta nos lleva a darle crédito a la irónica frase que postula que la pornografía de hoy no es más que el erotismo de mañana.

Pierre Bourdieu califica la oposición entre pornografía y erotismo como “hipocresía esencial”, ya que “enmascara, gracias a la primacía concedida a la forma, el interés otorgado a la función, y lleva a hacer lo que se hace como si no se hiciera.”2 La operación de distinguir estos dos campos demuestra el esfuerzo por legitimar ciertas expresiones socio-culturales sobre otras, siguiendo la lógica de la jerarquización de las diferencias (“la distinción”) de esas mismas expresiones, teniendo como objetivo el logro y mantenimiento de cierto capital cultural y social.3 La misma lógica de jerarquización podemos observarla en la idealización de la sexualidad heterosexual genital en detrimento de las diversas formas de sexualidad y de erotismo no heterosexuales, no reproductivas y/o no genitales que históricamente fueron expulsadas de la bendita “normalidad” a las tinieblas de las “perversiones”. En síntesis, podríamos decir que cualquier demarcación entre erotismo y pornografía será ideológica.

En la línea que venimos argumentando, Jorge Leite Jr. advierte que lo importante no es si algo es erótico o pornográfico, sino más bien la representación de la sexualidad como un negocio, tanto la perteneciente a la élite empresarial y culturalmente valorada (“arte erótico”) como las provenientes de sectores populares que comúnmente son consideradas inferiores, vulgares u obscenas (pornografía). Y propone una definición de pornografía centrada en la sexualidad como producto de consumo: “toda clase de producción escrita, musical, audiovisual o plástica orientada a un mercado específico y que tiene como principal objetivo el logro de beneficios económicos mediante la excitación de sus consumidores.”4

Desde una perspectiva psicoanalítica hablar de consumo de pornografía o de erotismo no depende tanto del material en cuestión, sino del sujeto que lo consume. Las mismas imágenes pueden ser utilizadas como parte de los juegos eróticos de un sujeto o una pareja y como motor del deseo, a lo que podríamos llamar erotismo, o bien, puede tratarse de un consumismo compulsivo y repetitivo propio de la pulsión de muerte; es decir, angustia automática que se libera en forma de “descarga sexual” y que tiene resonancias con la compulsión a la repetición.

Si bien los investigadores coinciden en fechar el surgimiento de la pornografía en el Renacimiento, ubicando que una gran parte de la producción de obras pornográficas de esta época tenían como finalidad el cuestionamiento y la crítica a las autoridades políticas, militares y religiosas, y burlarse de los valores morales de la burguesía;5 entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX se produce un alejamiento de la crítica político-social al tiempo que con el afianzamiento del capitalismo y el desarrollo de la cultura de masas y la industria del entretenimiento se acrecienta el valor del sexo como un producto en el mercado del placer.6 No es la primera vez en la historia (ni la última) que un movimiento crítico, instituyente es asimilado y engullido por el poder instituido.7 Paul B. Preciado8 ubica que luego de la Segunda Guerra Mundial comienza a operarse otro cambio en la “subjetividad sexual” cuyos indicadores paradigmáticos son la píldora anticonceptiva y la revista Playboy. Se trata de la instauración de un capitalismo que designa como fármaco-pornográfico. Con este adjetivo hace referencia a una economía que funciona con el despliegue simultáneo e interconectado de la producción de cientos de toneladas de esteroides sintéticos, la difusión global de imágenes pornográficas, la elaboración de nuevas variedades psicotrópicas sintéticas legales e ilegales y la extensión a la totalidad del planeta de una forma de arquitectura urbana en la que vastos sectores que viven en la extrema pobreza conviven con nudos de alta concentración de capital.9 Como señala Enrique Carpintero, una cultura caracterizada por la ruptura del lazo social donde “el ‘individualismo negativo’ ha transformado el deseo sexual en una obligación y debe ser vendido según las leyes del mercado capitalista.”10 La sexualidad pasó de ser algo connotado como privado y secreto a ofrecerse como un producto más y, al igual que con cualquier mercadería u objeto, el otro se vuelve descartable, se pueden tener infinidad de relaciones sexuales, pero no intercambios intersubjetivos. Si bien, el discurso pornográfico se propone como “un saber” acerca del “secreto” acerca del sexo; la pornografía más que develar “una verdad” sobre el sexo, transmite una ideología sobre él. Para Preciado se trata de “sex design”.11

Asimismo, no podemos soslayar que el origen y evolución de la pornografía está en estrecha relación con la satisfacción de los deseos sexuales de los varones heterosexuales.

El investigador chubutense Daniel Jones a través de una investigación sobre sexualidades adolescentes realizada en Trelew encuentra que ver pornografía grupalmente es algo frecuente entre varones de 12 a 15 años, no así en las mujeres, a quienes no les interesa, la rechazan y si lo hacen lo ocultan por el rechazo social que implica. Parte de los varones entrevistados afirma que lo hace por la curiosidad típica de esa edad y para divertirse, mientras que otros valoran la pornografía como fuente de conocimientos, ya que se aprenden “cosas que no te cuentan” en la familia o en la escuela: “el cuerpo completamente desnudo de una mujer (en una actitud erótica), el sexo oral y el sexo anal, las diferentes posiciones para tener relaciones y otros asuntos relativos al placer.”12 Afirmaciones equivalentes pudimos hallar en talleres sobre sexualidad realizados con jóvenes de escuelas públicas del conurbano bonaerense.

¿Qué tipo de sexualidad se “aprende” al ver una película porno tradicional?

En primer lugar: un discurso normativo acerca del sexo y la sexualidad y, al mismo tiempo, sistemas de valores de género. Como lo denuncian infinidad de agrupaciones y autoras feministas, las actividades sexuales que expone y difunde este género de películas degradan, someten y/o cosifican a las mujeres. Sus contenidos, pensados por y para varones heterosexuales, responden a una lógica de erotismo masculino reproduciendo valores de género tradicionales. Imágenes femeninas estereotipadas con grandes pechos y en actitudes de sumisión, docilidad y de admiración de la conquista y la agresividad masculinas. Centralización de la escena y de los planos en cuerpos fragmentados, en primer lugar, en el pene -siempre en erección e invadiendo diversos territorios: boca, vagina, ano y cuanto hueco pueda encontrar a su paso-, la eyaculación -siempre afuera- sobre el cuerpo de la mujer, por lo general la cara o la boca y el encumbrado rendimiento masculino y en segundo lugar en rostros -siempre en éxtasis-. Si bien la pornografía hegemónica no inventa estos valores, los reproduce y los refuerza, interviniendo en la construcción de sistemas de valores sexuales y de género de los varones que la consumen. A éstos -como muestra la investigación de Jones- lo que más les gusta de tener relaciones sexuales “coincide con cuestiones que conocieron a través de estas películas: recibir sexo oral y experimentar diversas posiciones en las relaciones sexuales.”13

Como observa Lynn Hunt la pornografía es una “categoría de pensamiento, de representación y de regulación”14 que constituye uno de los engranajes del dispositivo15 de producción de sexualidades descripto por Foucault. En este sentido se trata de un dispositivo sexo-político-social más que opera -al igual que la medicina, las instituciones familiares, etc.- sobre la construcción del género, portadora de una ideología y un discurso sobre el sexo que actúa “pedagógicamente” modelando prácticas sexuales, nos dice qué tipo de sexo es placentero o gozoso y -nos enseña- cómo tener sexo, de qué manera, con quién, etc.

La idea de este libro es presentar diversos debates, perspectivas, voces, miradas en torno al campo del erotismo y la pornografía. Raquel Osborne profundiza lo esbozado en esta introducción acerca de la complejidad que implica una supuesta diferenciación entre erotismo y pornografía. Poniendo de relieve que se trata de un terreno muy resbaladizo y donde los sesgos de todo tipo, tanto más se filtran, cuanta mayor es la intención de diferenciar entre estos dos conceptos; qué debemos tener en cuenta y las cautelas necesarias antes de delimitar una frontera clara entre ambos términos. Michela Marzano llama la atención sobre la paradoja de la sociedad contemporánea que se enorgullece de su discurso sobre las relaciones íntimas, presentándolas como la expresión de un intercambio basado enteramente en la autonomía y la libertad individual y propone cuestionar el verdadero resultado de la liberación sexual. Para esta autora la libertad y la liberación no parecen coincidir. Parte de una frase de Susan Sontag: “Hacer el amor, en sí, no libera a las mujeres. La cuestión es saber de cuál sexualidad deben liberarse las mujeres para vivirla bien” con el fin de cuestionar los estereotipos de género de cierta pornografía contemporánea. Irene Meler aborda las tendencias contemporáneas de la sexualidad desde una perspectiva que articula el enfoque de Género con el análisis de las subjetividades. Los deseos y las prácticas sexuales constituyen analizadores privilegiados del estado de las relaciones de género, donde el poder se anuda con el deseo de modo inextricable. Propone la denominación de “polisexualidad mercantil” para caracterizar al régimen posmoderno de regulación de las sexualidades. Además, plantea un alerta ante expresiones políticas de la sexualidad ya que para esta autora, su aparente carácter liberador encubre una cooptación insospechada por parte de la tradicional dominación social masculina. Jorge Leite Jr. discute el predominio de la imagen del ano en la pornografía heterosexual convencional contemporánea. Sea en las prácticas sexuales (sexo anal) o principalmente como exposición de órgano, el ano en estas producciones parece cada vez más tomar el lugar que, históricamente, estaba reservado para la cara: la expresión de la individualidad humana. En un procedimiento de adjudicación de las inversiones y la parte inferior del cuerpo típico del realismo grotesco, la imagen de esta parte del cuerpo, tan oculta y secreta en otros discursos audiovisuales, aquí parece ser polisémica e indica tanto la voracidad del capitalismo, como el cuestionamiento de nuestra humanidad o incluso la aparición de una política sobre el sexo y el género. Finalmente, el texto de mi autoría realiza un acercamiento crítico al movimiento posporno nacido en torno a los debates del movimiento queer y el transfeminismo y en contraposición a un feminismo abolicionista y que ha bregado por la censura de la pornografía. Asimismo se reflexiona acerca de los aspectos revolucionarios y de apertura, y por otro lado, el riesgo de que el posporno, como otrora la teoría queer, sea capturado y neutralizado por la pornografía mainstream y el sistema heteronormativo capitalista.

1. Osborne, Raquel, La construcción sexual de la realidad, Madrid, Cátedra, 1993, p. 28.

2. Bourdieu, Pierre (1979), La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998, p. 198.

3. Bourdieu, op. cit. p. 198.

4. Leite Jr, Jorge, “Labirintos conceituais científicos, nativos e mercadológicos: pornografia com pessoas que transitam entre os gêneros”, Cadernos Pagu, N° 38, Campinas, Enero 2012, 99-128, p. 101. Si bien no se sabe exactamente el tamaño que tiene este gran mercado y distintas fuentes dan cifras muy dispares, según el sitio web estadounidense Business Pundit un estimativo en 2006 indicaba que la industria global de pornografía generaba ganancias por 97 billones de dólares y es el sector comercial más activo de internet el cual ha tenido un rol relevante en el crecimiento de esta industria. Ese mismo sitio estimaba en que cada segundo había una media de 28.000 usuarios consumiendo porno en la web sólo en Estados Unidos.

5. Por ejemplo, García Rodríguez, Amaury, “Desentrañando ‘lo pornográfico’”, Revista Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, Vol. XXIII, N° 79, 2001, 135-152; Leite, Jorge, “A pornografia ‘bizarra’ em três variações: a escatologia, o sexo com cigarros e o abuso facial” en Díaz Benítez, Maria Elvira y Fígari, Carlos, Prazeres Dissidentes, Río de Janeiro, Garamonde, CLAM, 2009, 509-536.

6. Leite, Jorge, op. cit., 2009, p. 510.

7. Por ejemplo, lo que a fines del siglo XIX y principios del siglo XX constituyó un “logro” -despenalizar las prácticas de sodomía a través de la invención del concepto de homosexualidad- a lo largo del siglo XX fue fagocitado por los sectores reaccionarios y antihomosexuales para justificar la discriminación, la exclusión, las terapias aversivas y en algunos casos el encierro (manicomial). Cf. Barzani, Carlos: “Homofobia”, Revista Topía, Buenos Aires, Nº 51, Noviembre 2007, p. 23.

8. Paul B. Preciado, Beatriz hasta el año 2015, es un filósofo y teórico queer devenido transfeminista. En el texto nos referiremos al autor por su nombre actual. Es posible que gran parte de la bibliografía citada sea hallada con el nombre de Beatriz.

9. Preciado, Paul B. (2008), Testo Yonqui, Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 34. Este contraste podemos visualizarlo en la Ciudad de Buenos Aires con el hacinamiento y superpoblación de la villa 31 ubicada a pocas cuadras del obelisco y entre Puerto Madero y Recoleta, los dos barrios más exclusivos y lujosos de la ciudad.

10. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014, p. 85.

11. Preciado, Paul B. op. cit., p. 36. El autor se refiere a la capacidad de la ciencia para crear subjetividades. “ya no se trata de revelar la verdad oculta de la naturaleza, sino que es necesario explicitar los procesos culturales, políticos, técnicos a través de los cuales el cuerpo como artefacto adquiere estatuto natural.”

12. Jones, Daniel: Sexualidades adolescentes: amor, placer y control en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, CICCUS - CLACSO, 2010, Cap. 2.

13. Jones, Daniel, op. cit. pp. 34 y 77.

14. Hunt, Lynn, The Invention of Pornography: Obscenity and the Origins of Modernity, 1500-1800. New York: Zone, 1996, p. 10.

15. “El dispositivo, antes que todo, es una máquina que produce subjetivaciones y, por ello, también es una máquina de gobierno.” Agamben, Giorgio: “El dispositivo”, Revista Sociológica, México, N° 73, mayo de 2011, pp. 249-264, p. 261.

Actualidad de erotismo y pornografía

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