Читать книгу Actualidad de erotismo y pornografía - Carlos Alberto Barzani - Страница 9
ОглавлениеLas paradojas de la pornografía contemporánea entre libertad, goce y estereotipos de sumisión
Michela Marzano
1.- Si bien las primeras películas pornográficas nacieron casi con el cine, la industria pornográfica empezó a afirmarse a comienzos de los años 1970, primero en Estados Unidos y luego en Europa. Una de las primeras películas en alcanzar gran éxito de público fue Garganta profunda, producida en 1972. El filme pronto se convirtió en una cult movie, transformó la pornografía en un fenómeno social e hizo de Linda Lovelace el símbolo de la mujer liberada.1 Al período 1975-1978, durante el cual casi la mitad de las películas producidas eran pornográficas, le siguió un tiempo de reflujo: la pornografía fue sometida a restricciones y relegada al terreno de lo X, prohibido para menores. Pero se trataba sólo de un reflujo aparente, de un retroceso que en realidad preparaba el terreno para una difusión más masiva de lo X y un acceso más fácil a lo porno. Es así como en los años 1990 la pornografía no solamente se hizo muy fácil de acceder por Internet, sino que también empezó a diversificarse.
El porno se internó progresivamente en una nueva vía: su meta ya no era poner en escena una sexualidad libre y plenamente desarrollada y utilizar para ello una estética cinematográfica próxima a la del cine tradicional, sino más bien dar a consumir escenas de sexo donde todo sea visible inmediatamente y susceptible de satisfacer las curiosidades más insólitas. El gonzo -videos constituidos por ocho a diez secuencias de actos sexuales- es la perfecta ilustración de ese movimiento: escenas de sexo sin vinculación entre sí desfilan bajo los ojos de un espectador-consumidor al que no le importa la intriga. No sólo se pone totalmente entre paréntesis lo fuera de campo -lo fuera de campo que, en el cine clásico le permite al espectador construir su propio mundo a partir del relato propuesto-, sino que el guión mismo ya no existe, dejando su lugar a primeros planos que se saturan de sexo. Como lo reconoce en 2002 el realizador John B. Root en una entrevista en Cahiers du Cinéma, la nueva estética pornográfica es la de la discontinuidad y del no-relato: “El porno, para mí, no es cine. Hacemos películas para que la gente se masturbe viéndolas (…) se trata de un consumo rápido, en el que el espectador está apurado y no quiere perder tiempo con una historia.”2
Hoy basta con teclear en un buscador la palabra “pornografía” para encontrarse ante una enorme lista de sitios X. Según empresas estadounidenses de filtrado de Internet -ComScore Media Metrix, N2H2, Internet Filter Review- habría en la web cuatro millones de sitios consagrados al X, es decir 12% de la cantidad total de sitios existentes. El contenido de esas páginas también parece inequívoco: “…Con el pene alzado como un estandarte, la toma,3 la da vuelta, la empala, la destroza…”; “…Perras que se hacen reventar la concha…”; “Cautivadas por nuestro taxi, estas zorras se hacen desarmar frente a nosotros…”; “Se la cogen furiosamente… antes de bañarla de leche…”; “…Fotos de tremendas putas que se hacen romper el culo…”; “Un tipo mira como serruchan a su mujer frente a él por dinero…”, etc.
Aun cuando el concepto de pornografía sea difícil de definir, estas pocas líneas alcanzan para saber lo que parece hoy corresponder al término “porno”. A menudo, son los mismos productores y divulgadores los que definen su universo; son los técnicos de los sitios X los que le dan las palabras clave al internauta deseoso de mantenerse al corriente de las novedades. Basta luego con un clic y cualquiera puede acceder al país del porno. Otro clic y se puede pasar del planeta de las Asiáticas al de las Negras, del de las Jovencitas al de las Mujeres embarazadas, del de las Lesbianas al de las Maduras.
Obviamente nadie obliga al internauta a ir a esos sitios, ni tampoco a tener acceso a las palabras clave de lo X tecleando el término “pornografía” en un motor de búsqueda. Tanto más cuanto que, respetando las leyes, antes de acceder a las fotos y los videos, el internauta es educadamente recibido con una advertencia del tipo: “Este sitio de encanto, al contener fotos y videos que pueden ser chocantes para ciertas sensibilidades, está reservado a un público mayor de edad y prevenido”. Pero ¿qué se entiende por “público prevenido”? ¿Qué es un video “chocante”? ¿Quiénes son los que deben abstenerse de “cliquear”?