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ОглавлениеPrólogo
Crónica del retorno y el retorno a la crónica
A buena hora el Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central propone y organiza el Concurso Nacional de Crónica y Testimonio, porque con esta convocatoria se promueve un género que recuerda esa imagen que hizo Alfonso Reyes del ensayo, cuando lo compara con un centauro: parte fuerza, parte pensamiento. En este caso, la crónica sería una sirena, por estar entre el relato periodístico y la literatura, y por tener la mitad del cuerpo lleno de escamas que resisten las fuerzas del mar, mientras que la otra mitad ilumina con la belleza de una mujer que canta.
Escribir crónica es caminar sobre la cuerda floja como lo hace el malabarista: sin exagerar las inclinaciones. Las exageraciones llevan a la caída, a dejar de ser para convertirse en otra cosa.
Escribir muchas crónicas, muchos testimonios, debería ser la tarea para traer de nuevo a un primer plano la memoria de los pueblos. La historia, en su escritura, se comporta a veces, por su rigidez, como un trasatlántico de pedal, al que muy pocos lectores se le miden a mover, a darle pedalazos en su lectura. El cronista tiene el olfato de conquistar al lector, de ser el rescatador de los temas menudos que muchas veces la historia pasa desapercibidos.
La Antigüedad clásica conocía de la crónica. Los cuatro evangelistas concibieron, en línea de cronos, a Cristo desde su nacimiento en Belén hasta su segunda venida. Europa ejercía la crónica desde antes de la llegada del navegante genovés al Caribe y a América. Ya en el Nuevo Mundo la primera crónica tiene fecha: la noche del 11 de octubre, cuando Cristóbal Colón en su Diario describe las llamas de una hoguera sobre la oscuridad de una isla a la que arriba por primera vez. Los cronistas posteriores redactaron como niños sorprendidos lo que veían. Américo Vespucio relataba que los indígenas tenían la costumbre de no comer tres veces al día, sino cuando tenían hambre. Otros cronistas, los llegados a las grandes cuencas de los ríos, veían mujeres pez como las describió Homero en la Odisea, pero acá, esos seres fantásticos le daban de mamar a sus hijos y, en la visión nueva americana, se registraba como un hecho real que no era más que una hembra manatí que alimentaba a su cría.
Para la época no había periódico ni periodistas, pero Cristóbal Colón, con sus Diarios de abordo; fray Bartolomé de Las Casas, con Brevísima relación de la destrucción de las Indias; Hernán Cortés, con Cartas de relación, y cientos de cronistas más parecían estar escribiendo para las páginas de El País de España, es decir, con la puntualidad de hacer conocer a unos supuestos suscriptores el acontecer de los días.
La crónica en la nación llamada hoy Colombia ha tenido sus cronistas, desde Gonzalo Jiménez de Quesada hasta Alberto Salcedo Ramos, y, en medio de esos dos extremos, el chisme brillante, el señalamiento voraz con Cordovez Moure, Rodríguez Freyle, Osorio Lizarazo, Alberto Lleras Camargo, Daniel Samper Pizano y Gabriel García Márquez.
En Crónica del retorno, de Carlos Alberto Martínez, ganador del Concurso Nacional de Crónica y Testimonio 2016 de la Universidad Central, el lector se halla ante un equilibrista de la cuerda floja que, en su andar narrativo, tiene un punto equidistante entre el relato periodístico y la literatura.
En los Montes de María, Bolívar, está el eje de la memoria a rescatar. Es una crónica que vibra con el lenguaje para que nada se olvide. Cada palabra es nueva, una epifanía del Caribe reencontrado. Un mundo en su inmensidad aparece con términos como aguaitar, añingotado, hamaca enrollada o sombrero vueltiao, y todo ello en los años de la guerra de guerrillas. Describe él al Partido Comunista (ml) del epl, de línea de la China de Mao Tse-Tung, en lo que fue una extraña combinación del bollo de yuca, las carimañolas, el suero atollado, el tabaco con hojas de jamicha, capote y capa, mezclado todo ello con los lejanos cerezos en flor, con el aroma del té.
Crónica del retorno nos vuelve ahora un oriente en nuestro lado: ese sorprendente trasplante de China acompasado con cumbias, porros y vallenatos, con las letras de las canciones de Leonardo Favio, Leo Dan, Sandro de América, Palito Ortega, Piero, Julio Iglesias y Paloma San Basilio; para que los pueblos de San Jacinto, Ovejas, El Carmen, San Cayetano, San Juan de Nepomuceno y sus gentes renazcan en la crónica, en los detalles de una escritura que ve con microscopio unos años de esperanza, violencia y deseos de libertad que terminaron por desvanecerse con la hecatombe de unos jóvenes que militaron hasta morir. Porque, como dice Carlos Alberto Martínez, “a fuerza de enfrentar el mal, nos volvimos malos, a fuerza de acercarnos al abismo, terminamos por convertirnos en el abismo”.
álvaro miranda
Poeta, novelista, historiador, ensayista,
editor y director de revistas.