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Orden y exclusión

CARLOS ALEJANDRO CORDERO GARCÍA

La exclusión no se refiere a niveles de desigualdad,

sino a mecanismos que operan para apartar a grupos de personas

de la corriente principal de la sociedad.

ANTHONY GIDDENS (2000, P.125)

Los ricos se encerrarán cada vez más en su burbuja para evitar

que su sensibilidad quede herida si entran en contacto

con las clases inferiores. Todos esos mecanismos

de corrección política no están para proteger a las víctimas,

sino para protegernos de las víctimas (inmigrantes, refugiados,

violadores y terroristas) y volverlas de ese modo

socialmente invisibles. Este mundo dividido, que tiene cada vez

más miedo de sí mismo, es la realidad de la utopía capitalista,

liberal, globalizada y unida que imaginábamos hace 25 años,

cuando creímos en el fin de la historia.

SLAVOJ ZIZEK (2016)

El siglo XXI, pese a todo pronóstico, no ha sido el siglo de la utopía materializada que auguraba Francis Fukuyama en su ensayo El fin de la historia, en el que la democracia liberal y el capitalismo neoliberal se erigían como los dos pilares sobre los que descansaría el orden mundial, dado que la era de las ideologías había sido superada y, en buena medida, ambos principios habían conseguido una década de paz aparente al finalizar el siglo XX. Por el contrario, los pocos años trascurridos del siglo XXI se han caracterizado por la emergencia de fenómenos políticos y económicos que han puesto en jaque aquella fantasía de los felices noventa.

El terrorismo, las crisis económicas, el aumento de los radicalismos políticos y el calentamiento global son solo algunos de los problemas a los que el mundo se enfrenta y que no han podido ser resueltos por vías democráticas o con ayuda del libre mercado. En lugar de ello, las fórmulas convencionales para restablecer el orden en el sistema internacional —por ejemplo, las intervenciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para manejar las crisis económicas de los países, o bien el fracaso de los Objetivos del Milenio que han tenido que postergarse—, fuera de mitigar los conflictos los han recrudecido. Así pues, lo que se presentaba como la fórmula perfecta para construir un futuro esperanzador, ha generado un ambiente complejo e incierto que obliga a repensar las maneras en que se ha construido ese aparente orden en el que los conflictos no cesan, por el contrario, mutan y se recrudecen.

Para muestra dos ejemplos: el primero es la lucha internacional contra el terrorismo, que ha propiciado la aparición del autodenominado Estado Islámico, al que se le puede señalar como consecuencia de las intervenciones militares de Occidente en Iraq y Siria, y que ha conseguido perpetrar ataques terroristas funestos en las principales capitales europeas, pero sobre todo que ha podido reclutar a miles de seguidores en todo el mundo. En poco más de 15 años de guerra contra el terrorismo, los atentados siguen cobrando la vida de centenares de personas alrededor del mundo y no se ve el final de esta confrontación en el corto plazo.

El segundo ejemplo es el aumento de los radicalismos políticos, ya sean de izquierda o de derecha, que, recurriendo a la estrategia populista, han empezado a avivar los temores del nacionalismo y el proteccionismo económico, lo que planta un claro desafío a la interdependencia económica internacional que se produjo con los avances tecnológicos y las gestiones políticas internacionales del siglo XX. El presente capítulo está encaminado a identificar esta nueva fuerza social conformada por aquellos sujetos que han sido excluidos o apartados del orden, como consecuencia a las propias dinámicas de este.

Se tiene como propósito hacer una aproximación a este fenómeno desde las relaciones internacionales, para intentar explicar cómo el mismo orden hegemónico es el que propicia esa dinámica. Para ello, se parte desde la hipótesis de que la exclusión económica y política es uno de los principios ordenadores del sistema y las consecuencias de esta manera de operar son las que han generado la propia crisis del sistema, lo que ha tenido como consecuencia una reacción violenta reflejada en dos fenómenos: el terrorismo y el radicalismo político. Se tomará como marco referencial el trabajo de cinco autores: Robert Cox y Achille Mbembe, para explicar la configuración política del orden internacional, relacionando su trabajo con las propuestas de Zygmunt Bauman, Saskia Sassen y Sayak Valencia, para señalar cómo este orden ha producido una nueva configuración social como consecuencia de la exclusión.

En la primera parte del escrito, se explicará la propuesta teórica de Cox para entender la configuración del orden internacional, recurriendo a Mbembe con sus aportes sobre necropolítica, para señalar cómo esta práctica política es producto del constreñimiento de la estructura internacional y no exclusiva del nivel estatal, lo que proporcionará el marco teórico en el que se sostiene el argumento central del capítulo.

En la segunda parte, se analiza el “sujeto excluido” desde las propuestas de Valencia, Bauman y Sassen, referente a los sujetos que han quedado al margen de la sociedad como consecuencia de la dinámica de exclusión impuesta por la estructura internacional y ejecutada a través de la necropolítica. También se señalan las maneras en que estos sujetos infieren en el orden a través de manifestaciones violentas.

Finalmente, se explicará cómo estos “sujetos excluidos” pueden ser analizados como una nueva fuerza social emergente que puede inferir cambios no intencionados al orden establecido, desde el propio constreñimiento de la estructura del sistema internacional, y cómo este constreñimiento se ve reflejado en el terrorismo y el radicalismo político.

ESTRUCTURAS HISTÓRICAS Y ORDEN MUNDIAL

El trabajo de Robert Cox presenta una propuesta teórico–metodológica para identificar y estudiar la configuración de elementos que generan un orden mundial. Para Cox, este orden deviene de la configuración de tres fuerzas: las capacidades materiales, las ideas y las instituciones, que a su vez interactúan entre sí en tres niveles: las fuerzas sociales, las formas de estado y los órdenes mundiales.

Desde el materialismo histórico, Cox pone el énfasis en la determinación material de la realidad y con ello identifica las dinámicas organizativas y los recursos acumulados como la primera fuerza que influirá en la codificación del orden mundial, entendida esta como capacidades materiales. Pero su análisis va más allá al identificar en las dinámicas organizativas aquellos potenciales productivos y destructivos sobre los que recae el poder material (2014, p.141). Un ejemplo de ello se podría identificar en la configuración actual del modelo de producción globalizado y la deslocalización de la cadena de valor en el proceso productivo manufacturero que impera en la economía actual. Desagregar los procesos productivos en función de los costos de producción hace que la cadena de montaje de la industria de la trasformación localice partes del proceso en diferentes países del mundo. Entendido de esta manera, la cadena de valor desagregada se convierte en parte de una dinámica organizativa que se erige como elemento de una fuerza que permeará en la configuración del orden internacional. (1)

La segunda fuerza a la que alude Cox son las ideas, las cuales están implícitamente relacionadas con la tercera fuerza que constituyen las instituciones. Explica que estas últimas estabilizan las ideas y contribuyen para que puedan tornarse hegemónicas. Desde este punto, las ideas —entendidas como construcciones intersubjetivas que codifican el entendimiento del mundo— aportarán el elemento del determinismo histórico al análisis de Cox, pues desde su planteamiento estas no están dadas ni son continuas, por lo que podrán coexistir diferentes ideas contrapuestas en un punto histórico común. Sin embargo, serán aquellas que logren erigirse como hegemónicas en las que se identifique la segunda fuerza del orden; para ello, las instituciones actuarán como el medio estabilizador que las sostenga. En este sentido, Cox es muy claro y apunta a señalar que las instituciones no pueden ser entendidas como la hegemonía, por el contrario, deben ser vistas como un reflejo de ella (2014, p.143).

Retomando el elemento señalado de la cadena de valor desagregada, se podrían señalar al libre comercio y el derecho a la propiedad privada como unas de las ideas que sostienen al capitalismo neoliberal —entendido como uno de los dos pilares del orden hegemónico actual—, pues sin ellas la cadena de valor desagregada no podría ser atractiva para la producción, ya que la red internacional de acuerdos de libre comercio —que ofrecen garantías en la reducción de impuestos arancelarios y el respeto a la propiedad privada— es la red que proporciona los elementos para que la producción se localice en uno u otro estado. Sin embargo, serán las instituciones que vigilan y procuran el cumplimiento de estos principios económicos, como la Organización Mundial del Comercio (OMC), y el éxito que tengan para hacerlo, las que armonicen estas ideas, haciéndolas hegemónicas o no. De esta forma, Cox describe cómo las instituciones internacionales creadas después de la Segunda Guerra Mundial contribuyeron a estabilizar las ideas propuestas por los vencedores de la guerra en torno al libre comercio y a la democracia (2014, p.147).

EL ESTADO Y LA NECROPOLÍTICA

Las tres fuerzas descritas hasta aquí interactúan en una configuración precisa a la que Cox analiza desde el modelo de las estructuras históricas, (2) en las que ubica tres niveles o esferas de análisis:

El método de las estructuras históricas se aplica a los tres niveles o esferas de actividad [de las fuerzas del sistema internacional] : 1) la organización de la producción, más particularmente en relación a las fuerzas sociales engendradas por el proceso de producción; 2) las formas de Estado como deducidas del estudio de los complejos Estado/sociedad; y 3) los órdenes mundiales, esto es, las configuraciones particulares de las fuerzas que sucesivamente definen la problemática de la guerra o la paz para el conjunto de estados (Cox, 2014, p.144).

Es aquí donde se encuentra el vínculo con Mbembe, que apuesta por una teorización política desde un enfoque postcolonial. En Necropolítica (2011), este autor describe y teoriza sobre una configuración peculiar de estado, en la que plantea la continuidad de una práctica colonialista en el mundo descolonizado. Esta configuración fundamenta–sostiene su soberanía en el ejercicio de la necropolítica y tiene su origen en el orden colonial que se impone en función de la capacidad que tienen los centros del poder político —en la metrópoli— para determinar quiénes de sus ciudadanos deberán morir y quiénes deberán vivir —en la colonia.

El planteamiento de Mbembe se inspira en la propuesta foucaultiana sobre el biopoder y la biopolítica, pero no solo se enfoca en el poder centrado en la vida o en cómo la promoción de ella sostiene al soberano que gobierna–ordena bajo su soberanía. Por el contrario, la necropolítica de Mbembe enfatiza en su opuesto, en la capacidad del colonizador para ejercer su soberanía en las colonias a través de dispositivos que ejecuten la muerte; en este sentido, parte del supuesto de Foucault de que “la soberanía consiste en ejercer un control sobre la mortalidad y definir la vida como el despliegue y la manifestación del poder” (p.20).

El argumento se fortalece al comparar la definición de Carl Schmitt de soberanía que recurre al principio de igualdad jurídica entre los estados, (3) lo que provoca que para garantizar su soberanía los estados habrán de civilizar sus métodos para ejercer la violencia en la población, específicamente civilizando la manera en que ejercen su derecho a matar. Desde el planteamiento postcolonialista de Mbembe, los enfrentamientos entre estados serán considerados guerras civilizadas. Sin embargo, las colonias, al permanecer en una condición anterior a la de los estados modernos, se presentarán como el enemigo discursivo que amalgamará la noción de soberanía en aquellos estados colonizadores. Así, la paz tendrá un rostro de guerra sin fin en la que se contrapongan la política del colonizador por encima de la política del colonizado (p.37). Si bien Mbembe señala a ese orden como el orden europeo, para el propósito de este trabajo se considera como aquel que emanó después de la Guerra Fría y a partir de ahora se podría señalar como la estructura histórica que se analiza en este trabajo.

Para entender mejor esta lucha entre el modelo colonizador y el colonizado, Mbembe recuerda que la inferioridad de las colonias nunca estuvo sostenida en función del color de la piel, como sí en las prácticas naturales de los pueblos doblegados (p.34), y es justamente esta precisión en donde se encuentra el vínculo con Cox, pues en el fondo esta confrontación de modelos históricos se puede identificar desde el modelo de análisis de las estructuras históricas.

Retomando el ejemplo del modo de producción sostenido en el libre comercio, específicamente de la cadena de valor deslocalizada, este podría entenderse como el elemento colonizador que se impone frente a otros modelos anteriores, como puede ser el caso de las reformas laborales de México en 2012 o en Francia en 2016, que han tenido que ajustar sus legislaciones laborales para facilitar el flujo de capitales internacionales, pero sobre todo que esos ajustes van encaminados a facilitar la localización y deslocalización de cadenas de valor en cada país. Si bien México y Francia no son consideradas naciones colonizadas, estas políticas se entienden como un ajuste de la política interna, provocado en buena medida por la presión externa que ejerce la estructura del orden internacional, pues dichas reformas políticas han atendido al proceso de desregulación estatal del mercado laboral, que es uno de los pilares con que opera el capitalismo neoliberal actual.

Por otro lado, Mbembe profundiza su análisis y retoma de Fanon la idea de la fragmentación territorial como orden para poder ejecutar las políticas colonizadoras en los territorios que habrán de adoptar el nuevo modelo político. En la colonia existe una exclusividad recíproca entre los colonos y los colonizados. Mbembe sitúa su evidencia empírica en los territorios ocupados palestinos, en donde Israel, como poder colonizador, ha fragmentado los territorios para poder administrarlos, aislando para coartar toda posibilidad de organización social que pudiera replicar aquellas prácticas naturales del grupo social vencido, en ese caso el de los palestinos. En este sentido, se genera toda una industria tecnológica del control territorial que excluye a los colonizados de los colonizadores.

Retomando a Cox, este planteamiento podría ser considerado como una capacidad organizativa, así como ya se analizó la fragmentación de la cadena de valor en los procesos de producción. En el caso de Palestina, la exclusión de los territorios ocupados respecto de Israel permite eficientar los costos del control sobre los grupos sociales dominados. Y, de esta manera, la muerte se civiliza al convertirla en un acto más preciso. Si bien son numerosos los casos de imprecisión en la historia militar del conflicto árabe–israelí, en lo que respecta al principio de igualdad jurídica Israel ha podido permanecer exento del juicio internacional. (4)

Hasta aquí, Mbembe nos aporta una descripción peculiar del estado en el que la soberanía recae en la capacidad para hacer morir a aquellos que no se sujetan a las prácticas sociales hegemónicas colonizadoras, pero sobre todo aquellos que representan una amenaza a la supervivencia de estas. Pero, para entender mejor la relación entre el colonizador y el colonizado es necesario resaltar la explicación necropolítica que Mbembe hace del holocausto judío y la construcción del estereotipo judío como amenaza a la supervivencia del estado nazi. Para él, la construcción discursiva del estereotipo judío se fundamentaba en la existencia del otro como atentado a la propia vida, esto es, la existencia del judío como amenaza a la raza aria. Por lo tanto, su eliminación biofísica —la de los judíos— refuerza el potencial propio de vida y seguridad: la de los arios. Sí bien hoy en día el nazismo como ideología ha muerto, el ascenso de los nacionalismos radicales que recurren a la práctica populista centran su construcción discursiva en la identificación de un ellos, al señalar la imposibilidad de su continuidad para poder restaurar los valores sociales en los que recae su identificación como pueblo (nosotros). (5)

NECROPOLÍTICA Y EXCLUSIÓN

La necropolítica, entonces, se podría entender como el poder soberano que se ejerce a través de la fragmentación de aquellos grupos vencidos, sobre los que recae la construcción discursiva de inferioridad y amenaza a la propia supervivencia del estado colonizador. Esta fragmentación tendrá como objetivo eficientar y civilizar el uso legítimo de la fuerza al interior del estado, para evitar la confrontación con otros y con ello garantizar la propia soberanía.

En este punto, la propuesta de Mbembe se vincula con la de Cox (2014, p.144) en lo que se refiere a los tres niveles de la estructura del orden internacional, específicamente con el nivel de las fuerzas sociales y las formas de estado, producto de una codificación específica de ideas, instituciones y capacidades materiales. Para el caso del estado necropolítico de Mbembe, se puede identificar en los colonizados a una fuerza social que se articula entre los territorios o estados que viven bajo un tipo de colonización, ya sea por no contar con un método eficiente para ejercer la violencia, o bien por no replicar las prácticas sociales hegemónicas del sistema internacional, en este caso el capitalismo neoliberal o la democracia.

Por ello, la exclusión territorial se articularía en función de aquellos territorios en los que la democracia y el capitalismo neoliberal no sean aplicados de acuerdo con los designios del orden hegemónico. Para ejemplificar esto, la deslocalización de la cadena de valor podría ser entendida como esa capacidad material que se relaciona con las ideas capitalistas neoliberales del libre tránsito de mercancías y capitales y que se sostiene en instituciones como la OMC, encargada de procurar el libre comercio; o el FMI, encargado de procurar el buen funcionamiento de los sistemas financieros nacionales, en concordancia con el sistema financiero internacional.

Este reflejo del orden internacional, reflejado en el entramado institucional del sistema financiero, irá a ejercer la necropolítica para afianzar su hegemonía en aquellos territorios en donde las prácticas sociales y políticas pongan en riesgo su propia supervivencia. De esta manera, una práctica de política como el mal manejo de la deuda soberana, o el robustecimiento de las instituciones de bienestar social estatales, como le sucedió a Grecia en 2010, sería razón suficiente para que este estado sea sujeto de segregación y de un tratamiento de crisis permanente para poder intervenir en él e imponer las prácticas hegemónicas, relacionadas con la socialización de la deuda pública, la trasparencia y la reducción del estado de bienestar.

SOBERANÍA Y MERCADO–NACIÓN

Otro concepto que abona a entender estas formaciones estatales peculiares que devienen de la configuración de la estructura histórica es el de mercado–nación, propuesto por Sayak Valencia, para quien el estado ha dejado de ser el resultado de un pacto social en el que se cede el uso de la violencia al soberano; por el contrario, el estado contemporáneo es el resultado del estallido del estado benefactor:

El estallido del Estado benefactor, puede observarse en el desplazamiento de la gubernamentalidad dirigida por la economía (las empresas trasnacionales legítimas e ilegítimas, que hacen que las lógicas mercantiles sean adoptadas inexorablemente por todo el sistema) transformando el concepto del Estado–nación, por el de Mercado–nación, es decir, transformando una unidad política en una unidad económica regida por las leyes del beneficio y del intercambio empresarial, y conectada por múltiples lazos al mercado global (2010, p.31).

Esta propuesta conceptual de mercado–nación evoca la unidad económica con la que se administra el orden en la estructura histórica. Se enfoca en el mercado en lugar de la nación, pues son ahora los mercados las unidades de análisis del sistema económico internacional. Respecto a ello, Valencia encuentra que el neoliberalismo presenta a la globalización económica fundamentada en la igualdad, pues en un ambiente de libre acceso a las mercancías “se ordena a la aceptación del mercado como único campo que todo lo iguala pues instaura necesidades, naturalmente artificiales, que incitan al consumo sin diferencia alguna”, y en el que “un nuevo formato de nacionalismo que apela a los conceptos de unión e identificación a través del consumo tanto de bienes simbólicos como materiales” (pp. 32–33).

De esta manera, el mercado–nación también se erige como un nivel de análisis de la estructura histórica que impone el orden, en el que converge el estado necropolítico, pues los mercados se convierten en “territorios subjetivos conquistables” a los que se podrá imponer una nueva lógica organizativa a través de la fragmentación espacial. Una vez más, las reformas laborales se erigen como un ejemplo obvio de estas prácticas, en la que los países flexibilizan sus mercados labores en función de las sugerencias y observaciones que hacen instituciones internacionales como el FMI o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), para garantizar la armonización de las ideas hegemónicas sobre cómo debe ser manejada o no la economía.

El estado necropolítico y el mercado–nación se convierten en una configuración que refleja la lógica del orden hegemónico construido por la articulación de capacidades materiales, ideas e instituciones en un punto histórico preciso, que reproducen una práctica excluyente hacía aquellos sujetos que se presentan como residuales o superfluos.

EL SUJETO EXCLUIDO

Una vez revisado de manera general el marco explicativo para el orden internacional, es necesario exponer de qué manera impacta este orden en el sujeto; para ello es necesario recordar que este análisis está encaminado a identificar a esta nueva fuerza social conformada por aquellos sujetos que han sido excluidos o apartados del orden, como consecuencia a las propias dinámicas de este.

Como ya se ha expuesto, el orden democrático–neoliberal ha formado estados necropolíticos que fragmentan sus territorios y someten a sus ciudadanos a regímenes de excepción frente a la crisis, para poder ejercer su soberanía a través de la necropolítica, excluyendo a grupos de personas del orden. Desplazados por conflictos armados, migrantes económicos, desempleados, reos, indígenas desplazados por proyectos extractivos, habitantes de suburbios urbanos, campesinos olvidados por las políticas públicas, son algunos de los perfiles sobre los que se ejerce la necropolítica, al excluirlos económicamente o políticamente del orden. Además, estos estados han adquirido la categoría de mercados–nación desde los que se impone el orden de exclusión.

Para construir este perfil del sujeto excluido es necesario identificar cómo es que estos permanecen al margen del orden. Al respecto, Bauman explica la condición general en la que se sitúan, citando a Czarnowski:

En una brillante penetración en la condición y conducta de las personas “supernumerarias” o “marginadas” el gran intelectual polaco Stefan Czarnowski las describe como “individuos declasessés que no poseen ningún estatus social definido, considerados superfluos desde el punto de vista de la producción material e intelectual y que se ven a sí mismos como tales”… La “sociedad organizada” los trata como “gorrones e intrusos, en el mejor de los casos les acusa de tener pretensiones injustificadas o de indolencia, a menudo de toda suerte de maldades como intrigar, estafar, vivir una vida al borde de la criminalidad, mas, en cualquiera de los casos, de parasitar en el cuerpo social” (2005, p.59).

Una prueba de ello: bastaría revisar el perfil de aquellos migrantes económicos indocumentados que se han convertido en el objeto de ataques de las facciones populistas ultraconservadoras en Europa en años recientes.

EXCLUSIÓN ECONÓMICA Y CONSUMO

Un elemento común en estos perfiles es su incapacidad por insertarse en el aparato productivo del orden democrático–neoliberal. Respecto a ello, Bauman explica a la sociedad de consumo como consecuencia del orden económico que se ha moldeado a finales del siglo XX y principios del XXI. Señala que en la sociedad de consumo el ciudadano deviene consumista, y dentro de esa sociedad, aquellos que no cuenten con el potencial económico para consumir, podrán calificarse como “consumidores fallidos”:

En una sociedad de consumidores, se trata de “consumidores fallidos”, personas que carecen del dinero que les permitiría expandir la capacidad del mercado de consumo, en tanto que crearan otra clase de demanda, a la que la industria de consumo orientada al beneficio no puede responder ni puede colonizar de modo rentable. Los consumidores son los principales activos de la sociedad de consumo; los consumidores fallidos son sus más fastidiosos y costosos pasivos (2005, p.57).

Así, los consumidores fallidos podrían ser identificados como una fuerza social que nace como consecuencia del orden: desempleados, migrantes económicos, pero, sobre todo, los excedentes de la población productiva serán los principales grupos sociales que conformarán el perfil del consumidor fallido. Bauman explica que estos son consecuencia del propio modelo productivo, pues en su diseño el propio modelo se centra en la producción de bienes y servicios de consumo con una vida útil temporal, que obliga a una constante trasformación de los modos de producción a través de la innovación. Aquellos sujetos que no cuenten con la capacidad suficiente para adaptarse a dichos cambios e insertarse en las dinámicas productivas innovadoras, serán los que queden al margen de los beneficios del propio sistema. (6)

Un ejemplo de ello se puede observar en los efectos de las crisis financieras en las dinámicas de la deslocalización de la cadena valor. Después de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos, la industria automotriz se vio fuertemente afectada, lo que generó que grandes centros industriales tuvieran que migrar a otros territorios para reducir los costos de producción. La reducción de costos, por medio de la deslocalización de la cadena de valor, puede ser vista como un proceso innovador que se pudo articular en un momento determinado en el que el libre comercio lo permitía. De esta manera, las plantas productoras tuvieron que migrar a otros países en donde la mano de obra fuera más barata. Tras de sí, dejaron ciudades en bancarrota que debieron asumir las consecuencias de este desplazamiento, (7) enfrentando incrementos en las tasas de desempleo y aumento en los índices de delitos (González, 2013).

Este tipo de fenómenos genera la migración económica de personas que dejan sus lugares de residencia en busca de oportunidades de trabajo, y que, de manera general, podrían ser comparados con los refugiados y expulsados por conflictos armados; sin embargo, el tratamiento que se le da a ambos es distinto, pues a diferencia de los refugiados, los migrantes económicos son un subproducto consecuente del diseño del orden (8) y por tanto una consecuencia de sí mismo.

LA EXPULSIÓN COMO CONSECUENCIA DEL ORDEN

Para profundizar en el análisis de la emergencia de esta fuerza social constituida por consumidores fallidos y sujetos excluidos, se debe puntualizar en la dinámica de exclusión que opera como principio de la estructura del orden internacional actual. Al respecto, Saskia Sassen señala que el modo de producción actual se ha reestructurado desde los años ochenta, con base en dos lógicas:

Una es sistémica y se conecta a las políticas económicas y (des) reguladoras de la mayoría de los países, la más importante de las cuales son la privatización y la eliminación de aranceles a las importaciones [...] La segunda lógica es la transformación de áreas cada vez mayores del mundo en zonas extremas para esos modos nuevos y muy aumentados de extracción de beneficios. Las más conocidas son las ciudades globales y los espacios para el trabajo tercerizado (2015, p.30).

Sassen argumenta que el nuevo modo de producción está encaminado hacia la construcción de zonas de extracción de beneficios, de las que se obtienen recursos materiales y energéticos para suministrar las cadenas de producción internacional. Sin embargo, en este proceso los grupos humanos que habitan esas zonas se convierten en elementos que habrá que remover o expulsar para poder conseguir el suministro de esos insumos, de tal manera que se convierten en espectadores del proceso productivo, que en el mejor de los casos se integrarán temporalmente a la actividad económica, pero quedarán al margen de los beneficios que esta produce; pues la lógica extractiva conlleva que las utilidades se desplacen hacia otras latitudes desde donde se opera esta acción, una evidencia más de la relación colonizador–colonizado que plantea Mbembe.

Regresando al ejemplo de la deslocalización de la cadena de valor, se puede observar cómo los vaivenes de los mercados internacionales propician que los puntos extractivos se muevan de una región a otra en función de los beneficios económicos y las políticas diseñadas para la atracción de inversión en los diversos mercados–nación que integran el sistema internacional. Ahora bien, estos no operan bajo la voluntad egoísta de sus gobiernos, por el contrario, se ven determinados por el conjunto de normas y acuerdos internacionales que sostienen una estructura hegemónica construida por la articulación de capacidades materiales, ideas e instituciones que en este caso constituyen el orden democrático–neoliberal planteado al comienzo de este trabajo.

Esto quiere decir que esas expulsiones no son simplemente resultado de la decisión o la acción de un individuo, una empresa o un gobierno. Es verdad que tales decisiones y acciones cuentan, pero son parte de un conjunto mayor de elementos, condiciones y dinámicas que se refuerzan mutuamente (Sassen, 2015, p.92).

Pero no podemos decir simplemente que el FMI y el Banco Central Europeo (BCE) sean responsables de los resultados externos examinados en este capítulo; las decisiones de esos actores poderosos son parte de un conjunto mayor de cambios institucionales implementados en nombre de “la forma apropiada de manejar una economía”, idea que se remonta a la década de 1980 y que ahora se ha extendido por todo el mundo (Sassen, 2015, p.93).

De esta manera, Sassen evidencia la construcción de una idea hegemónica relacionada con la “forma apropiada de manejar la economía” y con ello presenta el marco de analogía para la propuesta de Mbembe para la relación entre el modelo político del colonizador y el colonizado. También se muestra cómo este modelo productivo tiende hacia una lógica predatoria al crear regiones en las que la extracción de beneficios genera una expulsión de individuos que se colocan al margen de aquellos de estas dinámicas, y produce consumidores fallidos que se convierten en los pasivos del sistema, de los que el propio sistema —orden— habrá de apartarse conteniéndolos a través de una lógica de fragmentación territorial.

Tensiones y transiciones en las relaciones internacionales

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