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EL ALMA DEL RENACIMIENTO

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El 29 de septiembre de 1516, Erasmo de Róterdam escribe a un buen amigo, que se siente desdichado, para recriminarle que ose hablar de infelicidad cuando él ha tenido la fortuna de visitar Italia en los años maravillosos en que florecían Angelo Policiano, Ermolao Barbaro y Giovanni Pico della Mirandola. Sobre todo este último, quien fue sin duda, como espero que se pueda comprobar a lo largo de estas páginas, el más profundo pensador del humanismo italiano. Seguramente, el humanista neerlandés pensaba, como lo hará siglos más tarde uno de sus principales intérpretes, el italiano Eugenio Garin, que el filósofo de la concordia fue el «alma del Renacimiento».

El Renacimiento nos atrae hoy con una fuerza especial. No como nos seduce el pasado y su historia, con esa mezcla de curiosidad y melancolía, sino como lo hace el futuro y sus promesas. Fue una etapa extraordinaria: audaz, inteligente, revolucionaria, atrevida, adolescente, viva. Por eso, no volvemos sobre ella para recordar sino para revivir porque, en el fondo, aunque lo parezca, no estamos mirando hacia atrás, sino hacia delante. No queremos hacer un inventario, sino seguir inventando; no vamos a profanar tumbas, sino a descubrirnos a nosotros mismos. Podemos decir, probablemente sin el beneplácito de la historia pero sí con el de la filosofía, que el Renacimiento es hoy.

Una época de cambios profundos, descubrimientos y contradicciones, como fue sin duda el quattrocento italiano (y el cinquecento), una época en la que la historia corría más deprisa que los hombres que la protagonizaron, una época marcada por lo «moderno», la búsqueda incesante y la pasión por el conocimiento, necesitaba un hombre joven, audaz y valeroso, capaz de interiorizar el tiempo que le tocó vivir. Ese joven fue Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), que saltó al escenario cuando el siglo del humanismo estaba ya acabándose, y desapareció por la trampilla antes de que se acabara. Como una estrella de rock de nuestros días, Pico vivió sus 31 años con apasionada intensidad, y su corta vida le deparó éxitos y fracasos, amores y desamores, momentos de euforia y de paz, amigos y enemigos, calumnias y alabanzas, envidias y reconocimientos. Es la factura que tuvo que pagar por ser un hombre de su tiempo.

El Renacimiento, lo forman, más que un estilo, unas ideas o nuevas teorías, sobre todo un conjunto de hombres. No en vano, el arquitecto renacentista Giorgio Vasari dice que «cuando la naturaleza crea a un hombre realmente excelso en su profesión, tiene por costumbre no crearlo solo, sino que sitúa a otro en un lugar próximo y en el mismo tiempo para que compita con él».

El historiador británico Peter Burke ha seleccionado a seiscientos personajes, solo italianos, que destacaron en esta época. Son pintores y escultores (314), científicos (55), músicos (50) y humanistas y escritores (181). Llama la atención, algo que el propio autor reconoce, que en esta «élite creativa» haya únicamente tres mujeres, las tres, poetisas: Vittoria Colonna (1492-1547), Veronica Gambara (1485-1550) y Tullia d’Aragona (1510-1556).

La época se inicia con Nicolás de Cusa (1401-1464) y se cierra con la trágica muerte de Giordano Bruno (1548-1600). Dos siglos de hombres, como Lorenzo Valla (1404-1457), Crisóforo Landino (1425-1498), Marsilio Ficino (1433-1499), Sandro Botticelli (1445-1510), Leonardo da Vinci (1452-1519), León Hebreo (1460-1523), Pietro Pomponazzi (1462-1525), Pico della Mirandola (1463-1494), Erasmo de Róterdam (1466-1536), Nicolás Maquiavelo (1469-1527), Nicolás Copérnico (1473-1543), Baltasar Castiglione (1478-1529), Tomás Moro (1478-1535), Francesco Guiccardini (1482-1540), Juan Luis Vives (1492-1540), Teofrasto Paracelso (1493-1541), Gerolamo Cardano (1501-1576), Bernardino Telesio (1509-1588), Guillaume Postel (1510-1581), Pierre de la Ramée (1515-1572), Francesco Patrizi (1529-1597), Etienne de la Boètie (1530-1563), Michel de Montaigne (1533-1592)…, hombres que crearon una nueva atmósfera intelectual y vital.

Se podría describir someramente esta atmósfera con las siguientes características:

Pluralidad. Frente a la filosofía medieval, en la cual, sin menosprecio de la variedad e independencia de opiniones, el desarrollo filosófico fue una empresa común, como si trabajaran en equipo; los «modernos» van por libre, cada cual hace la suya, porque el individuo alcanza una categoría que no tenía en la época anterior. De modo que se puede hablar de filosofía medieval, pero no de «filosofía» del Renacimiento, sino de una rica pluralidad de planteamientos. Pico della Mirandola es un buen ejemplo de este sincretismo, como pone de manifiesto su ideal de armonizar el pensamiento de Aristóteles y Platón.

Renacimiento. El Renacimiento supone, valga la redundancia, un renacimiento de la cultura clásica, tanto de la literatura como de la filosofía y de la sensibilidad artística, «un intento sistemático de avanzar retrocediendo», en palabras de Peter Burke, de buscar la novedad volviendo atrás. El modelo clásico grecorromano, que había sido sustituido por el caballero cristiano medieval, emerge, sin renegar de la carga profunda de la fe, en el cortesano renacentista, por utilizar, no sin reservas, la expresión de Baltasar Castiglione. Un dato: la recuperación de la mitología en este período no tiene parangón alguno con las lánguidas referencias mitológicas que se pueden encontrar en la literatura medieval. Sin ir más lejos, Pico es un ejemplo elocuente no solo del uso abundante de elementos mitológicos en su obra, sino del hecho más significativo si cabe de tomarse los mitos en serio o, cuando menos, de atenerse a ellos como fuentes de sabiduría, al igual que tuvo en consideración la magia, la Cábala u otros saberes esotéricos.

Antropocentrismo. Se ha dicho, demasiado lacónicamente, que la Edad Media es teocéntrica y el Renacimiento, antropocéntrico. La afirmación, siendo verdadera, no se ajusta del todo a la realidad, aunque, en sentido general, se puede decir que la nueva época es más laica que la anterior. Porque ni en el medievo se despreció al hombre, ni los humanistas son ateos en el sentido que le damos hoy en día. Bien es verdad que los pensadores renacentistas transmiten muchas veces una idea del hombre autosuficiente y sin conexiones aparentes con la religión; sin embargo, los autores de esas imágenes naturalistas del hombre fueron por lo general cristianos. Es decir, se preconiza una concepción del hombre autónomo que, aunque cristiana en general, era más naturalista que la medieval. Johan Huizinga, en El otoño de la Edad Media, dice que en esa época la gente trataba lo sagrado con una «familiaridad no exenta de respeto», algo que se puede aplicar perfectamente al Renacimiento con la salvedad de que la familiaridad no tenía por qué incluir el respeto. Pico, como muchos de sus contemporáneos, era profundamente creyente y, aunque se las tuvo que ver, como otros muchos, con la Inquisición, no renegó de su fe. Es más, acercó tanto el hombre a Dios que su doctrina puede ser llamada antropoteísmo. Veremos más adelante el alcance de esta denominación.

Nueva ciencia. En este período crece el interés por los estudios científicos. Lo peculiar del Renacimiento es, si no su nacimiento, por lo menos la concepción de la ciencia experimental tal y como ahora la entendemos y, sobre todo, la tendencia a considerar la naturaleza como un sistema autónomo gobernado por sus propias leyes. Leonardo da Vinci, por ejemplo, describe los tendones del cuerpo humano como «instrumentos mecánicos» y se refiere al corazón como un «instrumento maravilloso». ¿Se inicia aquí la visión mecanicista del mundo? La cosmología no se ha zafado completamente del esquema aristotélico-ptolemaico, aunque la confrontación con la rediviva cosmovisión platónica hace que la física aristotélica se tambalee hasta perder un equilibrio sostenido a base de demasiada metafísica. Pero para eso queda todavía mucho, los elementos antiguos siguen pesando incluso en el propio Pico, quien se muestra crítico con la astrología por considerarla peligrosa pseudociencia y echa mano de la autoridad de Aristóteles, mostrándose leal a la física aristotélica por considerarla una ganancia de la razón respecto a la superstición.

Libertad. De pronto el ser humano descubre la libertad. Eso es el Renacimiento. La humanidad ha llegado a la adolescencia y ha descubierto su bien más preciado. Ahora debe aprender a vivir con él, a gestionar el infinito interior que acaba de descubrir. La época valora ante todo el espíritu emancipado, la autonomía del pensamiento, la razón liberada de una autoridad externa, en definitiva, la autoafirmación de una voluntad que se ha descubierto a sí misma. La libertad irrumpe con una fuerza desconocida e insufla los espíritus de los hombres del Renacimiento. Pico siente con verdadera pasión esa libertad recién descubierta en su propia persona y acomete la primera definición del ser humano en términos de libertad.

Humanismo. Lo que hoy conocemos como estudios humanísticos proceden de los «estudios de humanidades» (studia humanitatis) de esta época, un conjunto de cinco disciplinas académicas: gramática, retórica, poesía, historia y ética (las dos primeras ya contenidas en el trivium). De modo general se puede decir que es humanista cualquier autor que con su obra transmite el legado cultural grecolatino. En este sentido, el humanismo pertenece con propiedad al Renacimiento, pero no con exclusividad, ya que en todas las épocas ha habido humanistas, también en la Edad Media y en la actualidad. Lo singular del humanismo renacentista es una vuelta radical a lo humano, una revolución copernicana, nunca mejor dicho, según la cual el centro del universo no es ya Dios ni la naturaleza, sino el ser humano. Pico dice del él, en su hermosa Oración sobre la dignidad del hombre, donde expone su «antropología humanista», que es copula mundi, cópula del mundo. Según Eugenio Garin, Pico della Mirandola es «humanista en el sentido más verdadero de la palabra», y lo es porque aplica al hombre lo que la teología escolástica había dicho de Dios (lo que hemos llamado antropoteísmo), a saber, que conociéndose a sí mismo, conoce todo: así, en el humanismo piquiano el hombre es quien le da ser a la realidad, quien la hace ser a la medida de su intelecto, porque él es, en sus propias palabras, un universi contemplator, un contemplador del universo, y un verdadero microcosmos.

Por todo esto y por mucho más que iremos descubriendo, Pico fue sin duda ninguna el alma del Renacimiento.

Pico della Mirandola

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