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Psicología de la visión

Hablar de la psicología de la visión puede resultar extraño si no se tiene en cuenta que la Psicología, como ciencia que estudia el comportamiento de los seres vivos, abarca todos los acontecimientos que ocurren dentro del cuerpo, desde las contracciones musculares difíciles de observar a simple vista o las secreciones hormonales, hasta los movimientos visibles o el habla como medio de comunicación.

Otras ciencias, como la Anatomía y la Fisiología, también estudian el funcionamiento de las diversas partes de los órganos corporales y, por tanto, explican cómo son y cómo funcionan los ojos y los diversos componentes de la visión, pero estas ciencias nada explican sobre lo que ocurre cuando esas partes se activan en la vida real, en ese todo mucho más complejo que es el ser humano.

Aquí es donde la psicología juega el papel de puente de unión entre unas ciencias tan diferentes, y estudia por qué los organismos vivos se comportan y actúan de determinadas maneras y de qué modo emociones tan poderosas como el temor, la ira o los impulsos sexuales influyen y modifican el funcionamiento de sus órganos.

Investigaciones relativamente recientes han demostrado que la forma particular que cada persona tiene de andar, de mover las manos y las diferentes partes del cuerpo, sus gestos, sus miradas…, forman parte de un lenguaje corporal a través del cual el individuo expresa sus sentimientos. En realidad, todo el cuerpo es utilizado, muchas veces de forma inconsciente, como vía de comunicación no verbal, y en este lenguaje participan de forma importante la mayoría de los sentidos.

Del mismo modo, una rama de la medicina —la Psicosomática— investiga de qué forma los tics, los dolores, las alteraciones en el funcionamiento de las diversas partes del organismo y las enfermedades que el ser humano padece también forman parte, podría decirse, de ese lenguaje corporal con el que habla la mente.

El sentido de la vista cuenta con un lugar privilegiado entre los sentidos que participan del lenguaje corporal, ya que los ojos, además de ser los órganos de la visión, también realizan otras funciones muy importantes para la vida de relación del individuo. Los ojos proporcionan a la persona infinidad de formas de placer, desde el placer estético que experimenta al contemplar la belleza de la naturaleza o de la obra de arte, hasta el placer erótico que suscita la visión del objeto del deseo, pero también y por la misma razón, su funcionamiento puede resultar seriamente alterado por el conflicto entre las diversas y a veces antagónicas emociones que la misma visión provoca.

Por otra parte, los ojos como vía de comunicación no verbal se encuentran estrechamente unidos a la comunicación verbal que establecen los seres humanos entre sí, en la cual las palabras solo representan la mitad del mensaje, según reconocen los psicólogos, antropólogos y sociólogos, entre otros profesionales que investigan dentro de las ciencias de la comunicación.

Las investigaciones sobre la comunicación no verbal han despertado un enorme interés en el público, lo que «parece ser parte del espíritu de nuestro tiempo, de la necesidad que mucha gente siente de restablecer contacto con sus propias emociones; la búsqueda de esa verdad emocional que tal vez se expresa sin palabras». (F. Davis)

Si la psicología estudia el comportamiento del ser humano para poder ayudarle a desarrollar sus potencialidades y a relacionarse mejor en su medio circundante, en nuestra cultura, en la que priman los estímulos visuales, no puede omitirse el estudio y la divulgación de ningún factor que participe en la percepción de los objetos, ya que el comportamiento del ser humano, tanto como su salud o las enfermedades que padece, su realidad total en pocas palabras, es el resultado de la continua interacción entre su naturaleza biológica y su medio social, y el lenguaje visual, como vía de comunicación, participa activamente en todo ello. Razón por la que comenzaremos por hablar de estas cualidades, ya que divulgar estos aspectos menos conocidos, pero tan importantes para el proceso de la visión, es uno de los objetivos principales de este libro.

LOS OJOS, ÓRGANOS DE COMUNICACIÓN

Todas las descripciones que se hagan de las estructuras y del funcionamiento de los órganos de la visión no podrán dar una idea, ni siquiera aproximada, de lo que origina la mirada ni por qué el lenguaje popular, con su sabiduría profunda, siempre llamó a los ojos «el espejo del alma».

Los ojos, lejos de ser unos simples receptores de la luz, son los principales emisores de señales y receptores de información con los que cuenta el ser humano, y desempeñan un papel primordial en las relaciones que establece con su entorno. Se puede decir que la forma en que se mira a alguien suele decidir cómo serán las relaciones futuras entre ambos.

Mirar a los ojos de alguien es un acto de comunicación superior a cualquier palabra, como demuestra el hecho de que, en esta civilización en la que cada vez existe menos comunicación personal, mirar a los ojos resulta embarazoso, o cuando menos inquietante, y se hace en pocas ocasiones; generalmente se dirigen breves miradas a los ojos, o se mira a cualquier otra parte del interlocutor, pero rara vez se mantiene una conversación mirándose fijamente a los ojos.

Y sin embargo, una discusión podría ser mucho más amigable con solo intentar comprenderse a través de la mirada. Suele ocurrir lo contrario. Cuando comienza un diálogo, lo primero que se hace es romper el contacto visual: el que habla mira hacia otro lado. En general, se mira más cuando se escucha que cuando se habla, pero, en cualquier caso, la mirada delatará a ambos interlocutores: mirando a los ojos de quien habla se conoce su sinceridad, y según el interés que demuestra su mirada se sabe si el interlocutor escucha o tan solo oye.

Si durante el transcurso de una conversación, después de haber estado escuchando, se desea tomar la palabra, lo primero que se hace es restablecer el contacto visual, lo que sustituye a pedir el turno para hablar. Quien está hablando se da cuenta inmediatamente de la intención, pero, si no desea ser interrumpido, la mejor solución será evitar la mirada, dificultando así la interrupción. En estos casos, la mirada proporcionará también a quien desea interrumpir la forma de conseguirlo. Si se comienza a mirar hacia otro lado, sin dejar por ello de permanecer atento a quien habla, este, sintiendo la falta de atención que significa no mirar a alguien mientras habla, pronto le dirigirá la mirada intentando captar un signo de interés. Si en ese momento preciso se le devuelve la mirada, ya se puede tomar la palabra con decisión, especialmente si la conversación tiene lugar en un grupo, ya que en esos casos la mirada juega un papel aún más importante que si se desarrolla entre solo dos personas.

Mientras se tiene la palabra, también se utiliza la mirada para captar el interés de quienes escuchan, y si se quiere hacer especial hincapié en algún punto, nada mejor que recorrer con los ojos a los participantes para establecer un mayor contacto con ellos. Al final de la intervención, si alguien ha manifestado interés por hablar, se le mira para cederle la palabra, y caso de que haya desistido, mirar a los restantes participantes facilitará que otra persona lo haga.

El contacto visual utilizado hábilmente es una ayuda inestimable para toda persona que deba hablar en público, pero no hay que olvidar que «los ojos son el espejo del alma» y también puede volverse contra quien la utiliza de forma artificial o engañosa.

LA MIRADA EXPRESA LOS SENTIMIENTOS

Los ojos, «espejos del alma», son utilizados habitualmente, aunque a veces de forma inconsciente, para expresar del modo más eficaz los sentimientos profundos que alberga el ser humano.

El simple hecho de mirar tiene un significado: por lo general es signo de afecto. Se mira, sobre todo, a las personas que resultan simpáticas, las cuales, a su vez, interpretan positivamente esos mensajes y se sienten más atraídas por quienes les distinguen con la mirada; las personas que buscan afecto y las que se gustan mutuamente se miran más directamente a los ojos.

Mirar a los otros y cruzar las miradas es un indispensable primer paso para iniciar una amistad, siempre que esas miradas sean cálidas y suaves, y no fijas, penetrantes o insistentemente mantenidas, hecho que podría ser considerado en las culturas occidentales, según los casos, como un ataque sexual o signo de hostilidad.

El individuo puede sentir la mirada fija como una amenaza, pero algunos psicólogos de la Universidad de Delaware (EE UU) que han estudiado la comunicación del hombre con algunos animales en base a la comunicación visual, han descubierto que los monos también son especialmente sensibles ante una mirada fija. Uno de los experimentos que realizaron consistía en encerrar a los monos en unas jaulas en el interior de una habitación vacía: si el investigador se aproximaba a la jaula con la mirada baja y mirando tímidamente a un mono, este apenas reaccionaba, pero si le miraba fijamente a los ojos en forma desafiante, el animal comenzaba a enseñar los dientes y movía la cabeza de forma amenazadora. En otro experimento, el investigador permanecía oculto a la vista del mono mientras le miraba fijamente; por extraño que parezca, el mono comenzaba pronto a mostrarse deprimido y, al registrar sus ondas cerebrales, se comprobó que estas se alteraban cada vez que el investigador lo miraba fijamente. Algo que, sin conocer todavía a qué es debido, se parece mucho a la sensación que a veces experimentan las personas cuando alguien detrás de ellas les está mirando, lo que, generalmente, resulta ser cierto.

También se ha comprobado que el ritmo cardiaco de una persona se modifica y tiende a aumentar si se le mira insistentemente, lo que podría ser una razón de los nervios que pueden padecerse al hablar en público, ya que el orador recibe las miradas fijas de todo su auditorio.

En realidad, cuando dos personas se miran a los ojos se produce una sensación similar a cualquier tipo de contacto físico, y su cualidad variará según sean los sentimientos que esas personas deseen transmitir al otro, ya que existe una estrecha relación entre la expresión de los sentimientos y la mirada.

La mirada puede ser dura y producir la sensación de una bofetada, o suave como una caricia. Puede «desnudar» o suplicar afecto, dominar y poseer, reafirmar la seguridad personal o expresar unos sentimientos de inferioridad. Con la mirada, las parejas expresan su deseo. Con la mirada se rechaza a quien molesta.

Las miradas penetrantes alejan a las personas, o mantienen un distanciamiento emocional cuando se desea evitar los riesgos que siempre trae consigo la comunicación afectuosa a quien carece de la fuerza necesaria para sentir la ternura y aceptar el riesgo que implica el contacto humano.

La mirada, en ocasiones, se utiliza como forma de agresión. Pocas palabras podrán resultar más hirientes que una mirada llena de desprecio. Hace falta mucha seguridad en uno mismo para sostener una mirada altiva que intenta rebajar o colocar en un papel de subordinado a quien está dirigida.

Mantener la mirada en situaciones conflictivas demuestra seguridad, orgullo y, en último caso, desafío leal. Bajar la mirada es signo de sometimiento, como demuestran las personas que se sienten inferiores y que casi nunca miran a los ojos cuando hablan con alguien a quien consideran superior, a diferencia de quien se considera superior, el cual pocas veces evita las miradas.

También se utiliza la mirada como forma de dominación cuando se reprende a quien se considera subordinado, al exigirle en el transcurso de una reprimenda, por ejemplo, que levante la vista si la hubiera bajado: «Mírame cuando te hablo», dicen algunos padres cuando reprenden a sus hijos.

Quien desea dominar necesita ver la sumisión reflejada en los ojos del sometido, en algunos casos para recrearse con el miedo que causa y, siempre, para evitar la desconfianza que, aun inconscientemente, provoca quien no se atreve a mirar de frente.

La manera de mirar es un signo de poder, y no solo entre los seres humanos, sino también entre los animales. Cuando un mono líder mira a otro al que considera subordinado, este bajará los ojos o mirará hacia otro lado. Algunos etólogos sostienen que entre los primates el dominio lo ostenta y lo mantiene quien puede sostener una mirada desafiante, más que por sus actos agresivos. Cada vez que dos monos cruzan la mirada y uno la desvía, confirman el lugar que a ambos les pertenece en la jerarquía del poder.

También hay miradas que asustan. La indefensión del niño ante una mirada colérica de sus padres paraliza sus músculos oculares en una expresión de terror (y puede ser origen en algunos casos de una miopía posterior).

Hay ocasiones en que una mirada produce desazón, un inexplicable malestar que, al desconocer su causa, en tiempos pasados se interpretaba como algo maléfico capaz de acarrear la enfermedad o la desgracia, y que se dio en llamar «el mal de ojo». Pero también se creía que podía tratarse de una maldición que sufría un inocente; al papa Pío IX se le consideraba una de estas víctimas, y su bendición era considerada como la causa de males y desgracias.

Muchas personas ignoran a nivel consciente el lenguaje de la mirada, pero inconscientemente lo intuyen y eluden el contacto visual como forma de evitar que sus ojos revelen su yo más íntimo, razón por la que dos personas que se conocen poco y mantienen una conversación de compromiso evitarán el contacto visual, ya que, de producirse repetidamente, podría dirigir la conversación hacia temas más personales.

La franqueza y la capacidad de mirar a alguien a los ojos van estrechamente unidas en la mayor parte de las personas. Poder mirar a los ojos de otro expresa la seguridad en uno mismo y la sinceridad de lo que se dice. En una situación difícil, cuando se disimula o se miente, el contacto visual aumenta la ansiedad, por lo que se intenta evitar. También hay quien aprende las «tácticas» del lenguaje visual para controlar sus sentimientos y ser capaz de mentir mirando directamente a los ojos.

Aprender la manera de establecer contactos más afectuosos con el prójimo puede ser una gran ayuda para quien desee hacer de la vida social una fuente de satisfacción personal como solo el contacto humano afectuoso puede proporcionar. Algo de lo que nunca podrá disfrutar quien únicamente esté interesado en aprender técnicas para controlar o manipular a otro ser humano.

EL TAMAÑO DE LAS PUPILAS

Un psicólogo norteamericano de la Universidad de Chicago, Eckhard Hess, descubrió en sus investigaciones sobre la percepción visual que no solo los movimientos de los ojos intervienen en el lenguaje visual, sino que también el tamaño de la pupila expresa lo que las personas piensan y sienten.

Hess comprobó, por ejemplo, que la pupila se dilata cuando la persona mira algo placentero, y se contrae ante lo que le resulta desagradable. En sus experimentos, que consistían en mostrar diversas diapositivas a hombres y mujeres de diferentes edades, observó que las pupilas de los hombres se dilataban más que las de las mujeres ante la imagen de una chica desnuda, y las de las mujeres más que las de los hombres a la vista de un hombre desnudo. Por su parte, las pupilas de los homosexuales se agrandaban ante los desnudos de personas de su mismo sexo.

Otro experimento consistía en mostrar diapositivas de suculentos platos de comida a las personas antes y después de que hubieran comido, y resultó que sus pupilas se dilataban más cuando más hambre tenían. Lo mismo sucedía al escuchar el sonido de su música preferida. Sin embargo, ante imágenes extremadamente desagradables o que les inspiraban temor, las pupilas se agrandaban súbitamente para contraerse a continuación.

Pero el experimento más curioso fue el siguiente: Hess presentó diversas fotografías a varios hombres; dos de ellas, las que representaban a la misma atractiva mujer. Eran idénticas, excepto que una de las fotografías había sido retocada para agrandar las pupilas de la modelo y la otra se había retocado para hacerlas más pequeñas. El resultado del experimento fue que las pupilas de los hombres se dilataron el doble ante la fotografía que tenía las pupilas agrandadas, a pesar de que ninguno había apreciado que eran diferentes. Solo uno mencionó que una de las dos fotografías, a pesar de ser idénticas, dijo, le había resultado más bonita. Este resultado parece demostrar que, para los hombres, a un nivel subliminal, resultan más atractivas las pupilas grandes, quizá porque es lo que le ocurre a una mujer cuando está interesada en un hombre.

Los experimentos de Hess también demostraron que las mujeres y los hombres homosexuales prefieren las fotos de hombres con las pupilas grandes y que las mujeres las tengan pequeñas; las mismas preferencias demostraron los hombres que en sus relaciones personales estaban más interesados en lograr una conquista sin implicaciones emocionales que en obtener una respuesta afectuosa.

Hess llama a sus estudios «pupilometría» y dice que con ellos se puede medir la capacidad de decisión de un individuo. «Embriológica y anatómicamente, el ojo es una extensión del cerebro —dice—, es casi como si una parte del cerebro estuviera a la vista del psicólogo.»

EL CONTACTO VISUAL SEGÚN LOS SEXOS

Numerosos estudios han demostrado que las mujeres sostienen más la mirada que los hombres cuando se relacionan socialmente y que ello ocurre ya desde la infancia. Tanto los hombres como las mujeres miran más cuando alguien les resulta agradable, pero los hombres mantienen más tiempo la mirada cuando escuchan, mientras que las mujeres lo hacen cuando son ellas las que hablan.

El investigador Ralph Exline realizó el siguiente experimento: hizo un test de personalidad a unos voluntarios en el que se les preguntaba, entre otras cosas, cuanto afecto brindaban a los demás y cuanto pretendían recibir. La mayoría de los hombres mostraba estar dispuesto a dar y recibir menos que la mayoría de las mujeres. Sin embargo, se dieron algunos casos de hombres más afectivos y de algunas mujeres menos afectivas que la media correspondiente. Cuando Exline examinó el comportamiento visual de esos individuos, descubrió que los hombres afectivos intercambiaban miradas con otros en la misma proporción que las mujeres, mientras que las mujeres menos afectivas presentaban un comportamiento ocular semejante al del hombre medio.

Una explicación de estos hechos podría ser la diferente forma de educar a los niños y a las niñas en cuanto a controlar sus emociones. Las mujeres suelen ser menos inhibidas a la hora de expresar lo que sienten y son más receptivas a las emociones de los otros. También dan más importancia a la información que sobre las emociones se transmiten con la mirada y sienten una necesidad mayor de saber qué siente el otro, sobre todo si se trata de alguien que le agrada. La mujer suele tener más dificultades para hablar si no puede ver a su interlocutor, mientras que el hombre, en esos casos, habla con más facilidad.

Algunos psicólogos encontraron en todo ello la explicación a por qué las mujeres suelen estar más cómodas cuando hablan entre ellas, ya que, como se sabe, los contactos visuales recíprocos hacen que la conversación sea más positiva. Otros explicaron esta notable diferencia en los hábitos visuales de hombres y mujeres diciendo que si las mujeres utilizan más su mirada es porque, al haber estado tradicionalmente sometidas al hombre, necesitaban conocer sus intenciones lo mejor posible: como forma de supervivencia utilizada por quien se sabe poco valorado y, por tanto, en peligro. También podían necesitar y buscar instintivamente con la mirada la comunicación personal y el reconocimiento que socialmente se les negaba.

Pero en los últimos años otra explicación comienza a insinuarse: la liberación femenina ha puesto al descubierto las profundas inseguridades que ocultaba el varón bajo la culturalmente obligatoria apariencia de fortaleza y seguridad que su fuerza física, superior a la de la mujer, le facilitaba. Expresiones tales como «los hombres no lloran», «al verdadero hombre, lo único que le importa es triunfar», «los sentimentalismos son cosas de mujeres», etcétera, significan considerar los sentimientos como signo de debilidad y han protegido secularmente al hombre de los riesgos que supone liberar los afectos; pero no le han impedido que, interiormente, sienta la inseguridad personal propia de quien ha mutilado una parte de su ser; quizá por eso evita las miradas, gesto habitual en quien se siente inseguro o sufre sentimientos de inferioridad.

Tal vez la mujer, al no haber tenido que dedicar tanta energía al triunfo social y económico durante siglos, ha podido desarrollarse más como persona, lo cual, al ser lo único que proporciona la verdadera fortaleza interior, le permite mirar más a los ojos a las personas con las que se relaciona, hecho natural para quien posee un yo fuerte aunque se encuentre hábilmente disimulado bajo una apariencia de «debilidad femenina».

EL CONTACTO VISUAL SEGÚN LAS CULTURAS

Las razones que mueven al ser humano a realizar cualquiera de sus actos difícilmente se deben a una causa única, sino que, por el contrario, son el resultado de múltiples motivaciones y, entre ellas, las costumbres sociales desempeñan un papel tan importante que no deben olvidarse nunca si realmente se desea conocer el porqué de sus actos.

El contacto visual, al igual que otras formas de comunicación no verbal, también es diferente según las distintas culturas. En la mayor parte de los países árabes o en América latina, el contacto físico entre las personas es muy frecuente. Los contactos visuales —suelen mirar a los ojos insistentemente, lo que incomoda al extranjero—, igual que la costumbre de tocarse mientras hablan o caminar cogidos de la mano, es algo habitual en estas culturas, tanto entre hombres como mujeres, lo que provoca gran cantidad de malentendidos en cuanto a su significado y se siente, en muchos casos, como gestos de amenaza o insultantes. Del mismo modo, la forma de mirar característica de los norteamericanos y europeos se siente en otras latitudes como signo de hipocresía o, al menos, de mala educación. Por el contrario, los orientales consideran de mala educación mirar a la otra persona mientras se conversa.

Hay tribus en Kenia en las que está prohibido mirar a la suegra a los ojos; en ciertas regiones de Nigeria, los inferiores no miran a los superiores, y quienes pertenecen a ciertas etnias de América del Sur no se miran jamás entre sí durante una conversación.

También entre las culturas occidentales pueden encontrarse diferencias notables: los ingleses miran menos a los ojos que los norteamericanos, pero demuestran su interés en la conversación con su mirada fija, mientras que los norteamericanos alternan continuamente la mirada de un ojo a otro ya que para ellos la mirada insistente es signo de atracción sexual, cuando no una intromisión en la intimidad. Para los israelíes, sin embargo, es habitual no solo mirar fijamente a alguien, sino también de arriba abajo.

Este tipo de diferencias pueden causar inconvenientes en las relaciones sociales entre personas de culturas diferentes, y graves problemas a quien se vea obligado a trabajar en un país extraño al que debe adaptarse, pero lo cierto es que la mayoría de las culturas que consideran tabú el exceso de intimidad, que reprimen la sexualidad y ejercen un mayor control sobre las emociones, también reprimen en la misma medida el contacto ocular «ya que intensifica la intimidad, expresa y estimula las emociones y es un elemento importante en la exploración sexual». (F. Davis)

Una leyenda relativa al Sol y a la Luna que existe entre los sereres, pueblo de Senegal, demuestra sin lugar a dudas que existen muchos puntos en común entre culturas muy diversas:

Un día, la madre del Sol y la de la Luna se bañaban enteramente desnudas. Mientras el Sol se volvía para no ver a su madre de aquel modo, la Luna, por el contrario, no quitaba el ojo de la suya. Tras el baño, la madre del Sol dijo a su hijo: «Hijo mío: siempre me has respetado y quiero que Dios te bendiga. No has querido mirarme mientras me bañaba, y como tus ojos se apartaban de mí, deseo que Dios no permita que ningún ser vivo pueda contemplarte a ti fijamente». La Luna fue llamada a su vez por su madre: «Hija mía, tú no me has respetado cuando me bañaba. Me has mirado, por el contrario, fijamente y has visto mi desnudez. Pues bien, yo quiero que todo el mundo pueda mirarte a ti igual, sin que sus ojos se fatiguen por ello».

LA MIRADA Y LA PERSONALIDAD

Algunos rasgos de la personalidad influyen en el tipo de contactos visuales que se mantienen habitualmente, tanto en los hombres como en las mujeres. Por ejemplo, los extravertidos, más sociables y en general más seguros de sí mismos, mantienen más la mirada que los introvertidos, y ante este hecho algunos psicólogos defienden la hipótesis de que el sistema nervioso central de los extravertidos, al ser menos sensible que el de los introvertidos, necesitaría más estímulos para satisfacer sus necesidades emocionales; esta necesidad quedaría parcialmente satisfecha por el contacto visual.

La mirada expresa la personalidad y, en muchos casos, también las enfermedades mentales. Es característica la mirada del esquizofrénico, que parece mirar sin ver, lejana y vacía como si la persona no estuviera en ese cuerpo sino «ida», en otro lugar. Al mirar a los ojos de un esquizofrénico no se siente sensación de contacto, ya que no traslucen sentimientos.

Las personas más afectuosas suelen mirar más, así como quienes tienen más necesidad de afecto y desean mantener relaciones más íntimas y afectivas con otras personas. Del mismo modo, la persona emocionalmente inestable expresa con la mirada su indefensión; en ella hay una petición de ayuda, con la mirada suplica el afecto del que, tal vez, careció en su infancia, lo que le ha podido impedir crecer a nivel emocional, al igual que la falta de alimentos le hubiera dificultado el crecimiento físico.

La persona rígida y fría suele tener una mirada intensa y penetrante, que en muchos casos puede considerarse agresiva o incluso despiadada. Con frecuencia, esas personas han aprendido a proteger con esa capa de dureza que muestran sus ojos —ventanas del mundo interior— una gran sensibilidad que de otro modo las convertiría en fácilmente vulnerables.

Quien posea en su personalidad un alto componente masoquista, en sus ojos expresará el sufrimiento, la tristeza sin la cual los sentimientos de culpabilidad inconscientes que alberga no encontrarían su castigo.

El carácter autoritario con obsesión de dominio y de control se evidencia en una mirada despótica y penetrante que invade al otro para obligarle a aceptar su voluntad.

LOS FACTORES EMOCIONALES EN LA VISIÓN

Al ser la mente, como veremos más adelante, la que da forma definitiva a las imágenes, es natural que los estados emocionales jueguen un papel importantísimo en la calidad de las imágenes finales que el sujeto percibe.

Las emociones contenidas que no se expresan adecuadamente tienen su propio lenguaje para hacerlo a través del cuerpo. Y lo hacen de diferentes formas eligiendo diversos órganos según sea la clase de emoción, la personalidad del sujeto y sus condiciones físicas.

Las emociones negativas, el miedo, la angustia, la ansiedad o el dolor, si no se liberan y permanecen estancadas durante mucho tiempo, forman bloqueos energéticos y contracciones musculares que pueden llegar a dañar seriamente el órgano o la parte del cuerpo donde se localicen.

Los ojos, al ser órganos de doble función —de visión y de contacto— se ven afectados con frecuencia por las emociones reprimidas. El miedo puede quedar bloqueado en los ojos, lo que tiene como consecuencia que estos queden muy abiertos y fijos, que la forma del globo ocular se modifique y la visión se dificulte, como ocurre en el miope. Los músculos oculares pueden quedar contraídos y tensos, aun cuando ya no experimenten la emoción que originó la citada contracción.

La persona con graves perturbaciones mentales puede sufrir alucinaciones y ver perfectamente algo que no está ocurriendo en ese momento. De la misma forma, hay ocasiones en las que una persona puede perder la visión como consecuencia de una alteración nerviosa.

A pesar de que todo esto se conoce desde hace muchos años, se ha escrito e investigado muy poco sobre la influencia de las emociones en los trastornos de la visión, y mucho menos se han tenido en cuenta a la hora de intentar solucionarlos. La medicina ha conseguido grandes avances tecnológicos y científicos, pero ha evolucionado poco en su vertiente humanística. Y no podía ser de otro modo dado que los profesionales de la medicina, no lo olvidemos, son seres humanos, y el ser humano ha desarrollado en menor medida sus facultades sensoriales que de raciocinio.

Todo estudiante de medicina aprende, o al menos lee en sus libros de texto, la importancia de los factores emocionales en el origen o posterior desarrollo de las enfermedades, pero, cuando ejerce como profesional, no siempre dedica el tiempo necesario a escuchar a sus pacientes. Los oftalmólogos conocen perfectamente los mecanismos de la visión, pero pocos recomiendan algo más que gafas o algún medicamento, dejando los factores emocionales para las brillantes exposiciones en los congresos.

La medicina consigue cada día mayores logros, pero cada vez se consumen más medicamentos, lo que parece indicar que algo falla, ya que sus avances no sirven de mucho para aumentar la salud. Las lentes están muy perfeccionadas, pero los niños las empiezan a usar en edades muy tempranas, lo que a su vez indica (sin hacer referencia a razones económicas) que la visión del ser humano no mejora.

Tal vez los espectaculares avances de la medicina no resultan tan eficaces como podrían ser porque están dirigidos a tratar solo un cuerpo, unos órganos, y los trata como piezas de un engranaje que hay que reparar, olvidando que en ese cuerpo, en esos órganos, existe un psiquismo y que el estado anímico del individuo puede modificar el funcionamiento de todo su organismo.

Bien es verdad que desde sus inicios, el ser humano siempre ha sabido que la esencia profunda de su ser está más relacionada con sus emociones que con su capacidad intelectual, y que las alteraciones que sufre en su organismo guardan una estrecha relación con su estado anímico. Y nunca han faltado las referencias a esta realidad, aunque siempre escondidas detrás de un mito o subestimadas por la simple razón de estar recogidas en el lenguaje popular.

Quizá la explicación de este querer ignorar una parte del porqué de nuestros males se deba, parafraseando a don Miguel de Unamuno, a que la sociedad se formó y se ha perpetuado al amparo de la razón de la fuerza y no de la fuerza de la razón, y en estas situaciones las emociones siempre resultan incómodas.

SEXUALIDAD Y VISIÓN

A la vista se la ha llamado «el sentido de la vida» pues juega un papel de suma importancia en la estructuración de la personalidad. Las investigaciones científicas, las obras literarias o los relatos mitológicos han puesto siempre de relieve el valor capital, la preponderancia del sentido de la vista, y han indicado, unas veces veladamente, otras de forma directa, el significado inconsciente de los ojos como órganos sexuales, así como el erotismo de la mirada.

Los personajes mitológicos que fueron castigados con la pérdida de la vista por alguna falta cometida relacionada con la sexualidad son abundantes y se encuentran en las más diversas culturas. No podemos aquí comentarlos todos, pero sí citaremos algunos de los más famosos que demuestran la importancia que se ha atribuido a la visión y su significación sexual, unido muchas veces al deseo de saber, desde los albores de la Historia.

En la Biblia leemos que el escándalo no está en el coma etílico de Noé, sino en que sus hijas vean su desnudez; la misma falta que en la mitología griega comete Psique, culpable, no de ser la amante de Eros, sino de haber visto su rostro. Eros la visitaba todas las noches en un palacio encantado y le prometió que su dicha sería eterna con tal de que no intentara verle el rostro. Pero una noche, Psique, temerosa de que su amante fuera un monstruo, encendió una lámpara para salir de dudas, con tan mala fortuna que una gota de aceite de la lámpara cayó sobre Eros, lo que hizo que se despertara y huyera, a la vez que el palacio se desvanecía y Psique quedaba a merced de la envidiosa Afrodita, que la obligó a bajar a los infiernos.

La curiosidad resultó también fatal para la mujer de Lot, transformada en estatua de sal por desobedecer las órdenes de los ángeles y mirar hacia atrás para saber qué ocurría cuando, junto con su familia abandonaba Sodoma, destruida por el castigo divino.

Los mitos de la Antigüedad, primeras referencias escritas que se tienen del pensamiento humano, ya contenían el significado psicológico que hoy se atribuye a la visión y a sus trastornos, y esas narraciones están repletas de remisiones a ellos en las historias de numerosos personajes a quienes el deseo de ver acarreó un castigo. En efecto, las faltas cometidas con la vista son castigadas de diferentes formas, pero generalmente con la ceguera. Al privar a los ojos de su función, la vista, los dioses castigaban al culpable a través del órgano por el que había pecado.

Los dioses del Olimpo, o quienes escribieron su historia, ya conocían el significado y la importancia de la vista y utilizaron la ceguera como castigo universal para las transgresiones a sus normas, aunque la utilizaban con más frecuencia para castigar las faltas que guardaban una relación con la sexualidad.

Así, el más famoso entre los que pagaron con la ceguera su pecado, Edipo, debe arrancarse los ojos (para el psicoanálisis, símbolo de castración) por haber matado a su padre y haber poseído a su madre. Bajo la apariencia de un mito, Sófocles, autor de la tragedia que narra su historia y que vivió casi 500 años antes de Jesucristo, descubre los instintos incestuosos mucho antes de que Freud los reconociera y hablara de ellos abiertamente. Deseos infantiles que, a partir de la difusión del psicoanálisis, han sido integrados por la cultura bajo el nombre de «complejo de Edipo».

También Tiresias, célebre adivino de Tebas que ayudó a Edipo a descubrir el misterio de su nacimiento, perdió la vista por haber visto desnuda a la diosa Atenea mientras se bañaba. Atenea, diosa guerrera hija de Zeus, símbolo de la victoria de la razón sobre el valor en el combate, también condenó a la ceguera a Ilos, fundador de Troya, por haber visto la estatua de la diosa desnuda cuando quiso salvarla del templo en llamas.

Y Orfeo, poeta y músico de leyenda, que con su canto y el sonido de su lira podía dominar a todas las criaturas y encantar a los animales, y hasta a las plantas y a las rocas, pudo haber rescatado de la muerte a su esposa Eurídice, pero no cumplió la única condición impuesta por Hades, dios del mundo subterráneo, imperio de los muertos, para que pudiese lograr su deseo: Orfeo se volvió a mirar a su esposa para saber si era verdad que le seguía en el camino de retorno al mundo de los vivos y Eurídice desapareció para siempre.

Según una leyenda inglesa, lady Godiva, esposa del conde de Chester, suplicó a su esposo que disminuyera los impuestos con que abrumaba a los habitantes de su feudo. El conde accedió con una condición: ella debería atravesar la ciudad de Coventry completamente desnuda. Así lo hizo lady Godiva a lomos de un caballo y cubriéndose solamente con su larga cabellera. Los habitantes de la ciudad se quedaron en sus casas y cerraron las ventanas para hacer menos penosa la exhibición de la dama. Solo un hombre espió su paso a través de las rendijas de una ventana: peeping Tom (Tom el fisgón) quien, como castigo, se quedó ciego.

Todos estos casos indican que la mirada sustituye a la posesión cuando lo deseado es prohibido e inalcanzable. El lenguaje popular lo revela con las expresiones «desnudar con la mirada» o «devorar con los ojos», e incluso insinúa el tema de la curiosidad y la perversión del erotismo en el placer de ver que se da en un cierto tipo de voyerismo. Si los dioses castigaban por haber visto la cosa prohibida que siempre guardaba una relación con el sexo, los hechos apuntaban la relación entre ceguera y deseo de saber, unida a la noción de culpa.

La relación que existe entre el sexo y el contacto ocular es muy fuerte y desde tiempos remotos se ha creído que el exceso sexual causaba debilidad en la vista e incluso ceguera. «El contacto ocular nos hace sentir vivamente abiertos, expuestos y vulnerables. Tal vez sea esa una de las razones que inducen a la gente a hacer el amor a oscuras, evitando la clase de contacto, el ocular, que más tiende a profundizar la intimidad sexual» (F. Davis).

También la psicología actual relaciona los trastornos de la visión con las dificultades para asumir la propia sexualidad, debido a los sentimientos de culpabilidad que la acompañan con tanta frecuencia. Sexualidad y culpabilidad que nos remiten al significado profundo de la expulsión del paraíso de Adán y Eva por haber comido la fruta prohibida del árbol de la ciencia, que les hizo ver su desnudez y les descubrió su sexualidad. Lo que demuestra el arraigo profundo en el alma del hombre de la relación entre visión-sexualidad-conocimiento-castigo, reflejado perfectamente en ese pasaje de la Biblia.

La historia de otros personajes mitológicos expresa claramente la idea de la sabiduría que se atribuye tradicionalmente a los ciegos, que en compensación por no poder ver con los ojos del cuerpo, ven más profundamente con los ojos del alma.

Fineo, rey de Tracia, eligió perder la vista para adquirir el don de la adivinación, y el Sol, indignado de que hubiese preferido otra cosa al brillo de su luz, envió contra él a las arpías, demonios alados que le atormentaron de mil maneras.

Una de las versiones de la ceguera de Tiresias habla del conocimiento que este tenía sobre quién disfrutaba más del amor, si los hombres o las mujeres, por haber sido mujer durante siete años. Hera, furiosa tanto por ser desmentida en su enfrentamiento con Zeus por esta causa, como por haber sido revelado el secreto de la feminidad, convirtió en ciego a Tiresias; entonces Zeus, en compensación, le dio el don de la sabiduría y de la clarividencia.

Consecuencia trágica tuvo el deseo de saber de las mujeres de Barba Azul, que quisieron ver lo prohibido, la habitación secreta de su marido, símbolo a su vez de la zona privada de cada persona, de la intimidad que no puede ser compartida con nadie.

También el lenguaje nos demuestra que utilizamos la palabra «ver» en el sentido de comprender, de conocimiento: «ya veo lo que quieres decir», «ya lo veo más claro» (ya lo entiendo mejor); I see («veo, comprendo», en inglés).

Un personaje de André Gide resume el concepto de la visión como sinónimo de sabiduría en la psicología existencialista: «Ser ciego, para creerse feliz. Creer que se ve claro para no intentar ver, ya que uno no puede verse sino desgraciado». Y otro personaje responde: «Ser feliz por ser ciego. Creer que se ve claro para no intentar ver, ya que solo se puede ser desgraciado al verse a sí mismo».

Todos estos personajes de ficción y mitológicos nos hablan de la importancia de la vista como «sentido primordial», «sentido divino», o «sentido peligroso», en las relaciones de los hombres con los dioses y entre ellos mismos. La expresión máxima se encuentra en algunas religiones que representan la sabiduría del Dios que todo lo ve, que todo lo sabe, en la figura de un solo Ojo.

PSICOPATOLOGÍA DE LA VISIÓN

Desde que nace, el bebé varía el sistema de focalización según su estado anímico, y puede variarlo en poco tiempo, puede pasar de una miopía importante a ser hipermétrope. Esta es la razón por la que los ópticos prefieren examinar a los niños por las mañanas y cuando están muy tranquilos (no cansados), y a los bebés después de haber mamado y en brazos de la madre, ya que si lloran o están muy alterados, los valores encontrados variarán negativamente.

Más adelante, las tensiones escolares y los problemas que sufra el niño en su proceso de adaptación al nuevo entorno serán los causantes, en muchos casos, de su temprana miopía, de otros trastornos en la visión o de enfermedades, y responsables, a menudo, de que pierda el interés por el estudio y, por tanto, del fracaso escolar.

Los padres no siempre son conscientes de lo desvalido que puede llegar a sentirse un niño, un ser carente de recursos y que depende absolutamente de sus padres o de quien haga el papel de ellos, ni de la indefensión que siente ante un gesto hostil, una mirada cargada de rabia o de desamor, cuando no de odio. El niño, al tener menos desarrollada la razón, permite a los instintos estar más a flor de piel, y capta perfectamente los sentimientos y tensiones de quienes le rodean, e incluso los deseos y rechazos inconscientes de unos padres que se esfuerzan en demostrar lo contrario con sus actos.

Generalmente, el niño, ante una situación que le asusta, reacciona con llanto o con una explosión de rabia, lo que libera su cuerpo de la contracción que habrá sufrido por efecto del miedo o de la angustia. Pero si esta situación se repite con frecuencia, o si el niño no acierta a librarse de las tensiones, las contracciones musculares permanecen y el consiguiente gasto de energía que se utiliza para mantenerlas debilita el organismo. Esta es la causa de la mayor parte de las enfermedades, según la OMS (Organización Mundial de la Salud), las cuales variarán o serán más o menos graves según la predisposición genética de la persona y sus características psicológicas y ambientales.

Pero también en los adultos los problemas de adaptación a una nueva situación de su vida, el estrés, pueden estar en el origen de una disfunción visual o de una enfermedad.

La interpretación psicológica de las diferentes alteraciones en el funcionamiento del organismo se basa en el conocimiento de la importancia que tiene la clase de función que realiza cada órgano para ser escogido como vía de expresión de las emociones reprimidas. Por tanto, el significado psicológico de los trastornos visuales es que al que los padece puede no gustarle su situación personal, las circunstancias que le rodean, o incluso algunos aspectos personales que va descubriendo, y decide tomar la decisión de «no ver», de no mirar hacia fuera, característica principal de los tímidos, introvertidos e inseguros que, como se sabe, abundan entre las personas que ven mal.

No hay que olvidar tampoco que para que la «decisión» del sujeto de expresar sus conflictos a través de un trastorno en su visión o de una enfermedad pueda llegar a realizarse, se necesita también que las circunstancias lo faciliten. Esto puede fácilmente ocurrir si existe una debilidad congénita de los ojos y hábitos de vida contrarios a su buen funcionamiento.

Otro factor frecuente es la poderosa identificación que puede existir con alguna persona que padezca esos trastornos y a la que se desee imitar, como ocurre con frecuencia en los niños: en algunos casos, el niño puede sentir que sus padres no le quieren y culparse a sí mismo de no ser merecedor de su afecto, ya que, para ellos, los padres son como sus dioses y nunca creen que puedan dejar de quererle sin motivo: si los padres se lamentan de no ver bien, el niño puede desear igualarse a ellos como muestra de amor para ganar su afecto, lo que, a la vez, incluye su castigo.

El Maestro Eckhart cuenta en su sermón LXXXVIII un caso de identificación por amor que puede relacionarse con la idea de castigo:

Había una vez un hombre y una mujer muy ricos; la mujer tuvo la desgracia de perder un ojo, lo que la afligió sobremanera. Su marido le dijo: «Mujer, ¿por qué te afliges tanto? No tienes que lamentarte tanto por haber perdido un ojo». Ella le contestó: «No es por haber perdido un ojo que me siento tan desgraciada, sino porque temo que tú ahora me ames menos». Entonces su marido le dijo: «Mujer, yo te amo». Poco tiempo después, se saltó él mismo un ojo, fue junto a su esposa y le dijo: «Para que estés segura de que te amo, me he vuelto igual que tú; ahora, yo también tengo un sólo ojo».

De igual modo, las alteraciones de la visión pueden presentarse a pesar de que no existan las circunstancias anteriormente descritas. Por ejemplo, si la tensión emocional que se soporta es muy fuerte y se mantiene durante mucho tiempo. O cuando en los momentos de cambio biológico, como puede ser la adolescencia, se produce en el organismo una descompensación que puede hacer resurgir antiguos conflictos, a la vez que se crean otros nuevos. Generalmente, también la sexualidad asusta y origina infinidad de tensiones a todos los niveles debido a la insuficiente o mala información con que se cuenta sobre un tema tan esencial para la vida.

Asimismo, recordemos que el ser humano es un ser unitario, y si los procesos mentales influyen en el funcionamiento de su organismo, también lo que ocurra en el cuerpo tendrá repercusiones en su mente; las personas que ven mal, o quienes pierden la visión, ya sea debido a una enfermedad, a su herencia genética o a alguna alteración orgánica, pueden sufrir alteraciones en sus procesos mentales y su personalidad estar condicionada por su deficiencia física.

ALTERACIONES DE LA VISIÓN Y PSICOANÁLISIS

Las alteraciones psicológicas pueden llegar a afectar seriamente la vista hasta el punto de que pueden ser la causa de la pérdida total de la visión. A principios del siglo XX ya se conocía la ceguera histérica, muy frecuente entonces, que estaba considerada como el prototipo de los trastornos visuales psicógenos y que, como se comprobó con los experimentos de Charcot principalmente, podía ser provocada de forma experimental por hipnosis.

Sigmund Freud publicó en 1910 su concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la visión dentro de su teoría sobre la vida sexual y las neurosis, y sentó con ello las bases de la medicina psicosomática. Lo que sigue a continuación es un resumen de los puntos capitales de su trabajo.

En los casos de ceguera histérica, y según el modelo de la hipnosis sugerida, la idea de estar ciega no nace de algo ajeno a la persona, sino espontáneamente, por autosugestión. La idea de «no ver» es tan fuerte que se convierte en realidad en un proceso similar al que ocurre en las alucinaciones o en otros fenómenos sugeridos en estado hipnótico.

La escuela francesa decía que la ceguera histérica no se debe exactamente a la autosugestión, sino que es a consecuencia de la disociación entre los procesos mentales, conscientes e inconscientes, del acto de ver; la idea de «no ver» es la expresión exacta de la situación psíquica, y no la causa de tal situación.

Freud estableció la disociación entre consciente e inconsciente como un juego de fuerzas que se favorecen o se molestan unas a otras. Cuando hay una fuerte oposición entre ellas, las que vencen pueden aislar en el inconsciente a las fuerzas vencidas. A ese proceso se le llama represión, y esos contenidos reprimidos en el inconsciente, que se expresan a menudo a través de síntomas, son de extraordinaria importancia para la vida anímica del individuo.

Según la teoría psicoanalítica, los trastornos psicógenos de la visión son debidos a la existencia, en algún momento de la vida de quien los sufre, de un conflicto entre las representaciones visuales y otras más fuertes que se reúnen bajo el nombre del «yo», que se opone a ellas. En esa lucha, la fuerza de las representaciones visuales es la más débil y, al ser vencida, es reprimida en el inconsciente. Y «este instinto reprimido se venga de la coerción opuesta a su desarrollo psíquico, intensificando su dominio sobre el órgano puesto a su servicio».

Pero ¿por qué entran en conflicto esas fuerzas? La razón de esta pugna hay que buscarla en los instintos, que siempre intentan imponerse y que no siempre son compatibles los unos con los otros, por lo que sus intereses respectivos entran muchas veces en oposición. «La investigación psicológica de nuestro desarrollo cultural nos ha enseñado que la cultura nace esencialmente a expensas de los instintos sexuales parciales, y que estos han de ser sojuzgados, restringidos, transformados y orientados hacia otros fines para establecer las construcciones anímicas culturales». Es decir, la explicación estaría en que los deseos sexuales, que utilizan los ojos como una de sus vías de expresión, suelen ser contrarios a las normas sociales y se oponen a ellas. «Los instintos sexuales y los del yo tienen a su disposición los mismos órganos y sistemas orgánicos».

El placer sexual no se enlaza exclusivamente con la función de los genitales. La boca sirve para besar tanto como para comer o para hablar, y los ojos no perciben tan solo las modificaciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también aquellas cualidades de los objetos que los hacen eróticos, o sea, «sus encantos». «Ahora bien: es muy difícil servir bien simultáneamente a dos señores. Cuanta más estrecha relación adquiere uno de estos órganos de doble función con uno de los grandes instintos, más se rehúsa al otro. Este peligro tiene ya que conducir a consecuencias patológicas al surgir un conflicto entre los dos instintos fundamentales y proceder el yo a una represión del instinto sexual parcial correspondiente».

Freud prefiere una explicación que transfiere la actividad al otro instinto, a la tendencia sexual visual reprimida. «Queda perturbada de un modo general la relación de los órganos visuales y de la visión con el yo y con la conciencia. El yo pierde su imperio sobre el órgano, el cual se opone por entero a la disposición del instinto sexual reprimido. Parece como si el yo llevara demasiado lejos la represión, no queriendo tampoco ver desde que las tendencias sexuales se han impuesto a la visión».

Se podría resumir afirmando que la aparición de una ceguera histérica supone para la persona un ponerse a cubierto, una defensa contra el deseo de ver precisamente lo que está prohibido. El ciego histérico se retira del mundo; es como si los ojos no debieran verlo, o como si el sujeto debiera ser castigado por haber disfrutado de lo visto, por haber buscado el placer de los ojos.

«Con respecto al órgano visual, traducimos nosotros los oscuros procesos psíquicos que presiden la represión del placer sexual visual y la génesis de la perturbación psicógena de la visión, suponiendo que en el interior del individuo se alza una voz punitiva que le dice: “Por haber querido hacer un mal uso de tus ojos, utilizándolos para satisfacer tu sexualidad, mereces haber perdido la vista”, justificando así el desenlace del proceso.»

En este sentido, Freud dice que «nuestra explicación de los trastornos visuales psicógenos coincide realmente con la que hallamos en mitos y leyendas».

VOYERISMO Y EXHIBICIONISMO

Es «la impresión visual —dice Freud— lo que despierta con más frecuencia el deseo. La mirada así erotizada aparece como la vía más segura del “placer anticipado”. Cuando esta función está alterada se habla de voyerismo y de exhibicionismo que aunque parecen ser dos situaciones distintas, en realidad son dos formas de expresar un mismo conflicto».

El voyerismo es la reacción opuesta a la ceguera histérica. Existe un voyerismo normal que tiene como función mirar para ir adaptando progresivamente los deseos de la acción. Para este tipo de voyerista, mirar los objetos o situaciones que avivan su deseo es algo que experimenta como una promesa, la preparación de lo que se realizará más tarde; es un placer compensatorio visual que despierta el sentimiento de que las cosas pueden ser de otra manera y la esperanza de que así será.

En el voyerismo patológico solo mirar es posible. Ninguna acción realiza el deseo despertado por la mirada; se tiene miedo del acto que se desea y, por tanto, se obtiene el placer sustituyendo la acción por la mirada. El voyerista se identifica con uno de los personajes que actúan, participa del acto, protegido de los riesgos que para él conlleva la sexualidad. Según Henri Ey, el voyerista realiza el más breve de los coitos, el coito visual. El cine, las revistas pornográficas, o el striptease, no son más que la comercialización de esta tendencia tan extendida que hunde sus raíces, en muchos casos, en el miedo a la sexualidad.

Del mismo modo, el exhibicionista, a pesar de la distancia que pone entre él y el objeto de su deseo, entra en contacto con él a través de la mirada. Ese contacto implica el erotismo visual en dos direcciones opuestas: su propia mirada a quien él se exhibe y el erotismo que supone en la mirada de quien lo ve.

Cuida tus ojos

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