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PRÓLOGO

LOS NIÑOS Y EL TIEMPO

JAVIER URRA

Académico de Número de la

Academia de Psicología de España,

primer Defensor del Menor


Si hay algo que avanza y no vuelve atrás es el tiempo. Y, sin embargo, pocos conceptos tan inaprensibles, tan relativos.

Publicaba recientemente en la editorial Morata un libro que une tiempo y espacio, y que lleva por título Nostalgia del más allá.

Déjenme cuchichear con ustedes desde la imaginación unas palabras sobre ese niño que todos llevamos con nosotros y que vive de manera intemporal un presente continuo. El concepto de tiempo es abstracto. Antes de los dos años, la percepción temporal del niño es puramente fisiológica. De tres a cuatro años empieza a clasificar la sucesión de acontecimientos. Es a los cinco o seis años cuando distingue el antes del después o el mañana del ayer. Y en la edad clave de los siete años es cuando podemos hacerle entender que será la próxima semana cuando visitemos al abuelo.

Ya de adultos sabemos que una conferencia de una hora que empieza tediosa es agotadora, y es que no pasa el tiempo. Sin embargo, cuando estamos a gusto, el tiempo fluye de manera vertiginosa.

Nos cuesta pasar los días, las semanas, los años y, sin embargo, al mirar atrás es fácil decir: «Parece que fue ayer», o «la vida ciertamente es muy corta».

Y qué decir de la espera, por ejemplo, de la noche de Reyes, aquella en que el segundero lo marcan los latidos del corazón.

Es bonito ceñirse a emitir un mensaje de un minuto, exige ser selectivo. Y ya anticipamos las denominadas últimas horas de nuestra vida.

El tiempo: por una décima de segundo se gana o se pierde una medalla de oro. El tiempo cronológico, el emocional, el climático, el estacional. Todos sabemos que no es lo mismo un minuto dentro del WC que con necesidad fuera del mismo.

Miren el tiempo y los niños; quizá sea el tiempo y la existencia, porque no me negarán que con los años volvemos a ser cada vez más niños: fíjense en cómo terminó pintando Picasso, o percátense de lo que un anciano estima esencial: el contacto, la palabra cálida, una tierna sonrisa, el juego.

Sí, es verdad que los niños poco anticipan, que generalmente no hacen uso de la memoria, repito, viven el aquí y el ahora. Por eso, cuando un niño es llamado y dice: «Ahora voy», y tarda, y tarda, no está engañando.

Tiempo ha que, el día de la primera comunión, el padrino o el abuelo, alguien muy significativo, regalaba al niño que celebraba tan solemne y religioso acto un reloj.

El reloj que tantas veces se mira a lo largo de una existencia y que sirve como ejemplo a los psicólogos jurídicos para demostrar que los testimonios, que la atención, en muchas ocasiones, falla. No mire usted el reloj, no mire usted el reloj y dígase: ¿tiene números romanos o rayas? En el mejor de los casos, dudará.

El ser humano es muy de convenciones y se abraza al primero que tiene al lado cuando dan las campanadas de un nuevo año, y celebra o se disgusta cuando cumple otro año.

El tiempo y los niños. A veces los padres no quisieran que pasase el tiempo para que sus hijos siempre fueran unos bebés, para poder cuidarlos, pero el proceso no es así, y a veces, mirando la edad de nuestros hijos, empezamos a constatar que somos mayores, bastante más mayores de lo que generalmente estimamos.

Hay quien querría volver a tener dieciocho años, los hay que están muy a gusto en la fase que la vida les ha permitido vivir.

Estas palabras no son de psicología evolutiva, son palabras sin tiempo, sí, atemporales. Una ensoñación, como cuando uno sueña estar despierto y, al despertar, aprecia que está soñando.

Y, cuando decimos el niño y el tiempo, hemos de plantear cuándo y dónde se ha nacido. Cuál es la esperanza de vida en ese lugar. Si hay algo consustancial a los niños es su imaginación, su capacidad para desplazarse en tiempo y en espacio.

Por contra, vivir en sociedad exige limitar nuestras conductas y amoldarnos también en los horarios. Los niños precisan constancia, la limitación, la hora del baño, la de sueño. Y hete aquí que España se caracteriza por un desajuste horario grave. Nos acostamos muy tarde, dormimos poco.

Mi admirado y querido Ignacio Buqueras y Bach lleva tiempo luchando por la racionalización de los horarios; no se puede ser más Quijote en este país. Pues lucha contra los hábitos mal adquiridos.

Recuerdo mirar con detenimiento el reloj de arena. Ahora me llama la atención la austeridad del reloj de sol.

A mí, personalmente, me gusta llevar siempre un buen reloj, y, sin embargo, no son pocas las personas que, cuando inician sus vacaciones, se desprenden de ese instrumento horario.

El tictac parsimonioso, previsible, es lo opuesto a la ansiedad del niño. El tictac de un reloj por la noche puede adormecerte o desvelarte.

Y, cuando se tiene mucho sueño y se prevé que en breve suene el despertador, ¡qué sensación de impotencia!, y aun de desamparo.

El tiempo, qué gran tema. La espera, de un autobús, de un ser querido. La espera en una consulta médica, de una sentencia judicial.

Cadena perpetua o un tiempo que no avanza mientras el cuerpo envejece.

Hay quien quiere que lleguen rápido los viernes, las Navidades, las vacaciones estivales, y se le va la vida.

Si hay alguien que sabe emplear el tiempo, vivir el tiempo, son los niños, y, sin embargo, muchos adultos se confunden y creen que pierden el tiempo.

Lo triste, lo realmente triste, es matar el tiempo. Permítale al niño que va con usted un guiño, un jugar con el tiempo.

Dame tiempo

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