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INTRODUCCIÓN

VIDA DE CATÓN 1

Cuando a los ochenta y cinco años muere Marco Porcio Catón en 149 a. C., hacía ya tiempo que su personalidad constituía una leyenda; había abandonado treinta y cinco años antes su último cargo político, el de censor, pero apenas habían transcurrido unos meses desde su última actuación en los tribunales.

Nada en sus raíces familiares —ni apellido sonoro ni medios de fortuna— auguraba un porvenir lucido a aquel muchacho pelirrojo y de ojos verdes que a los diecisiete años, procedente de su Túsculo natal (Frascati), destripaba terrones en el predio que había heredado de su padre en la Sabina 2 . Aledaña a su propiedad estaba la finca que hasta hacía poco perteneciera a Manio Curio Dentato 3 , plebeyo de nacimiento, conquistador y censor cuya peripecia vital ofrece no pocas similitudes con la de nuestro personaje.

Dueño, pues, de una hacienda pobre y de un cognomen —Cato — que, como pronto se vería, cuadraba a su carácter 4 , aprovechó una leva extraordinaria para alistarse antes de los dieciocho años tras el desastre militar de Cannas 5 , no sabemos si a las órdenes de Quinto Fabio Máximo o de Marco Claudio Marcelo, pero lo cierto es que poco después, entre 214 y 211, o quizá 210, aparece acompañando a este último en Sicilia en calidad de tribuno militar 6 . Vuelto a casa y ocupado en labrar sus tierras y en defender como abogado a sus paisanos en pleitos de poca monta 7 , recibió de parte de Lucio Valerio Flaco, vecino suyo patricio pero antioligárquico, que había reparado en su talento, la invitación de trasladarse a Roma 8 , donde podría hacerse valer; esto debía de suceder en 209 o en todo caso antes del 204, pues en esta última fecha se reintegró al servicio para participar como tribuno militar, cargo que probablemente ocupaba sólo desde el 207, en la esperanzadora jornada del río Metauro, donde Asdrúbal habría de perder la vida 9 .

Ya en Roma «procuró también arrimarse» —dice Plutarco 10 — a Q. Fabio Máximo, personaje altamente prestigioso que venía combatiendo por peligrosas la política e intenciones de Publio Cornelio Escipión, empeño en que, tras su muerte en 203, le sustituirá Catón, con tal tenacidad que no había de parar hasta ver anulado al Africano. En efecto, Roma se debatía entonces entre dos posturas contrapuestas al respecto de su política exterior: a un lado formaban los círculos patricios dirigentes, que propugnaban una política imperialista e intervencionista favorecedora de intereses espurios, pero de fuerte sentimiento filoheleno, y frente a éstos se alineaban quienes veían asomar en esa tendencia los peligros resultantes de las ambiciones personales y de la corrupción moral. Conque alcanzada la cuestura para el año 204 11 y deseoso de vigilar los movimientos de Escipión, Catón se traslada a Sicilia, desde donde aquél iba a saltar pronto a África 12 ; los dispendios y la relajación militar 13 que observa lo incitan a desplazarse a Roma para dar cuenta a Fabio Máximo, pero de la investigación realizada por una comisión llegada de la capital no se deducen delitos en el general 14 . Zarpa, pues, la flota, cuya ala izquierda queda encomendada a Catón 15 , que permanece en África hasta finales del 203, año en que el resentimiento de Escipión halló una excusa para alejarlo, según parece, a Cerdeña con la misión de proteger las comunicaciones. Nepote da noticia de ese traslado y de su encuentro allí con el poeta Ennio, a quien pretendía llevar a Roma, pero la información es de dudosa veracidad 16 .

Entre los años 202 y 199, en que fue nombrado edil de la plebe 17 , carecemos de noticias sobre el personaje, pero sin duda la amistad de Valerio Flaco aceleró el ritmo de su ascenso en la administración, pues al año siguiente lo encontramos de pretor al frente del gobierno de Cerdeña 18 ; allí da ya pruebas manifiestas de su austeridad y honestidad incorruptible reduciendo sus gastos personales y poniendo coto a las exacciones de publicanos y usureros 19 .

Agotado el plazo de su pretura, regresó a Roma, donde en 195 gana las elecciones al consulado junto con su valedor L. Valerio Flaco 20 y obtiene por sorteo la Hispania Citerior. Es en este momento cuando comienza su actividad como orador al pronunciar un discurso en contra de la propuesta de derogación de la lex Oppia , que desde hacía veinte años venía limitando a las mujeres el uso del oro por encima de media onza; la intervención de Catón no impidió la derogación de la ley 21 . Más éxito obtuvo en la campaña de la Citerior, provincia en la que Escipión había comenzado a labrar su fama, circunstancia ésta sobre la que Catón debió de cavilar. La situación de rebeldía del territorio, reiniciada en 197, aconsejó al senado el envío de un cónsul con un fuerte contingente 22 , así que habiendo zarpado de Luna en abril o mayo del 195 23 atraca en Ampurias y al mando de treinta mil hombres —su pretor había ido por delante—, tras conciliarse al elemento griego y desalojar a la guarnición ibérica, derrota al enemigo, cuyas fuerzas alcanzaban los cuarenta mil combatientes 24 , y toma gran número de ciudades. La pacificación del Ebro le permite trasladarse a la Ulterior, donde operaban ya contra los turdetanos dos pretores, Apio Claudio y Publio Manlio, pero fracasa en el intento de tomar Segontia (Sigüenza) y se detiene ante Numancia, donde arenga a sus jinetes, prontos a la sedición 25 ; de allí regresa al Ebro para sofocar nuevos levantamientos, que concluyen con la captura y derribo de cuatrocientas fortalezas, más que días permaneció en Hispania, según gustaba de decir 26 . Efectivamente, no dejó nunca de exaltar su actuación en esta campaña, tanto en sus discursos 27 como probablemente en sus Origines , por más que en las fuentes antiguas parece algo sobrevalorada 28 , pues Roma no había conseguido ahondar su penetración en la Península. Así que a su regreso de allí a finales del 194 se decreta su triunfo, que el cónsul celebra repartiendo una libra de plata a cada soldado sin reservarse él nada 29 . Pero como luego veremos, habrá de defender en un célebre discurso su actuación al frente del consulado ante los ataques del partido de Escipión 30 .

Al poco de dejar el cargo contrae matrimonio con una jovencísima aristócrata de apellido Licinia Tercia, de la que le nace en 192 un hijo llamado Marco Porcio Catón Liciniano 31 . Catón se desveló por educarlo personalmente en las armas y en las letras, pese a que disponía de un esclavo experto en la materia 32 , y escribió para él, como luego veremos, unos Commentarii de Historia y el libro Ad Marcum filium 33 , pero el muchacho no era de la pasta del padre y hubo que suavizar la severidad de su aprendizaje; con todo, se distinguió luego en combate durante la campaña contra los lígures del año 173 y posteriormente en las operaciones de Macedonia a las órdenes de Emilio Paulo, con cuya hija se casó hacia 160; su sólida formación jurídica le creó un nombre como jurisperito, pero premurió a su padre en 152 como pretor designado 34 ; tenemos noticia de que un hijo suyo alcanzó el consulado en 118 y de que su nieto murió siendo pretor 35 .

La reincorporación de Catón a la vida pública lo llevó a actuar en los tribunales y a participar en el mismo año 194 como legado consular del cónsul Tiberio Sempronio en la campaña contra los boyos 36 .

El silencio de las fuentes entre ese año y el 191 se rompe con la convocatoria de elecciones al consulado, en las que triunfa la facción escipionista, y Catón, acaso para no perder de vista a sus adversarios, se agrega como tribuno militar o legado consular 37 junto con Valerio Flaco al cónsul Manio Acilio Glabrión, que se dirige a Grecia para frenar a Antíoco III de Siria, recién desembarcado en Eubea con la asesoría militar del propio Aníbal. A Catón se le encomienda la misión de recorrer varias ciudades griegas para substraerlas a la amistad de Antíoco, entre ellas Atenas 38 , donde asombra la concisión de su discurso, pronunciado en latín 39 y traducido simultáneamente al griego, aunque las fuentes aseguran que habría podido hacerlo en esta lengua. Seguidamente se dirige por Tesalia a encontrarse con Antíoco y los etolios en las Termópilas, y tal maña se da en socorrer al cónsul que su astucia y arrojo determinan la victoria y la huida del rey 40 . No tardará en atribuirse el mérito de la campaña 41 . Él mismo llevará la noticia a Roma 42 .

Sigue a éste un período en que las inquinas partidarias le obligan a defender su actuación durante el consulado en un célebre discurso 43 y lo estimulan a atacar a los escipionistas en la figura de Acilio Glabrión, competidor suyo por la censura del año 189, a quien acusa de haberse apropiado de una parte del botín tomado a Antíoco 44 , y tras conseguir que retire su candidatura —Catón tampoco resultó elegido— dirige sus golpes al menos contra otros dos personajes del círculo de Escipión: Quinto Minucio Termo 45 , cónsul en 193, cuyo triunfo logra impedir anulando así su carrera política 46 , y el cónsul del 189, Marco Fulvio Nobilior, paisano suyo, filoheleno, que en sus operaciones contra los etolios, nuevamente levantiscos 47 , se había hecho acompañar por el poeta Ennio con la intención de que lo enalteciera, como efectivamente hizo después en su tragedia pretexta Ambracia y en el libro XV de los Annales 48 ; pero a la campaña se había sumado también Catón como legado consular con la evidente finalidad de vigilar sus movimientos; no obstante, el cónsul pudo celebrar su triunfo en el año 187 49 .

Ese mismo año culminará su campaña contra los Escipiones: cuentan que al parecer Catón se sirve de dos tribunos de la plebe para acusar a Lucio Cornelio Escipión, hermano del Africano, de haberse apropiado de quinientos de los mil quinientos talentos a que ascendía la indemnización de guerra impuesta a Antíoco. El proceso permitió conocer a fondo el carácter de ese linaje, poco dado a la humildad 50 , y tuvo varias alternativas hasta concluir con la retirada voluntaria del Africano fuera de Roma, donde murió al poco, y la renuncia forzosa de su hermano el Asiático a competir por la censura: la oratoria catoniana se mostró de nuevo efectiva en el objetivo de desalojar de la vida pública a estos personajes 51 . Y no paró ahí la cosa: cuando Catón asuma el cargo de censor en 184, le obligará a vender el caballo que por su falta de condiciones físicas no puede ya montar.

Entre este proceso llamado «de los Escipiones» y el acceso de nuestro personaje a la censura se produce un hecho de capital importancia que convulsiona la paz social y que fue traído a Italia por emigrantes griegos: se difundió rápidamente un culto mistérico aglutinado confusamente de ceremonias báquicas y órficas en que se creyó detectar un grave peligro moral y sedicioso y contra el que se desató una represión severísima 52 . Del discurso catoniano, que lleva el significativo título de Sobre la conjura , no nos queda sino una palabra 53 .

Su inmediata candidatura a la censura para el año 184 logra imponerse a la competencia contra la que un nuevo frente patricio esperaba hacerle tropezar; es más, nuestro personaje accede al cargo en compañía de su íntimo Valerio Máximo 54 . La severidad de su censura, que fue proverbial e incorporó la novedad de acompañar sus decisiones con un discurso justificativo 55 , se ejerció en todos los ámbitos: expulsó del senado a siete de sus miembros por indignos 56 o por haber besado a su mujer en presencia de su hija 57 ; quitó el caballo, entre otros, como hemos visto, a Escipión Asiático, hermano del Africano 58 ; reprendió severamente a los agricultores que descuidaban las faenas 59 ; cuidó de aumentar el contingente de caballería o su estipendio 60 ; mandó limpiar y construir cloacas 61 ; edificó en Roma la primera basílica, que lleva su nombre 62 ; prohibió adornar las casas particulares con despojos del enemigo salvo los arrebatados por propia mano 63 ; aplicó un impuesto del tres por mil sobre los objetos de lujo 64 tras haber multiplicado por diez su valor; puso orden en la recaudación de impuestos encomendada a los publicanos anulando adjudicaciones y apartando de la subasta a algunos de ellos 65 ; hizo demoler en el plazo de un mes construcciones que habían ocupado terreno público 66 ; en fin, trató de regenerar la vida pública y los usos privados, y ello le valió una estatua en el templo de la Salud 67 , pero su actuación había perjudicado a demasiadas personas: hubo de defenderse en no menos de cuarenta y cuatro ocasiones en que fue citado ante los tribunales 68 , saliendo de todas ellas triunfante. En efecto, cuando al final de su mandato celebró la ceremonia de expiación (lustrum) y se le acusó de haber contravenido el rito provocando en consecuencia la infelicidad del lustrum , se vio obligado a argumentar en contrario en su discurso De lustri sui felicitate .

Tras abandonar el cargo siguió interviniendo, debido a su condición de senador, hasta su muerte treinta años más tarde, en cuantos asuntos importantes afectaban al Estado, así en política interior, derecho y moralidad como especialmente en temas relacionados con la expansión romana por el Mediterráneo 69 , pues al morir su amigo Valerio Máximo en 180, entró en relación con Lucio Emilio Paulo, el que llegaría a vencer en Pidna en 168, que representaba políticamente un punto de vista patricio pero liberal de fuerte contenido moral. La relación se estrechó también gracias al matrimonio del hijo de Catón, que había servido a las órdenes de Emilio Paulo, con la hija de éste 70 .

A esta alianza política aplicó Catón todas sus dotes, de manera que cuando en Pidna concluyó la última Guerra Macedónica y se abrió un período de discusión sobre el futuro de esa república, apoyó con un discurso 71 la postura de Emilio Paulo de mantener la libertad de Macedonia—cierto que sometida a tributo y tutelada políticamente— con la finalidad de hacer frente a las potentes monarquías de Asia Menor 72 . Intervino también en la misma línea cuando se trató de declarar la guerra a Rodas 73 bajo la acusación de haber favorecido al enemigo de Roma, y pronunció entonces un discurso tan memorable que él mismo decidió incluirlo en sus Origines 74 . No dudó tampoco en defender a su amigo y correligionario de los ataques de que lo había hecho objeto Servio Sulpicio Galba 75 , y aun al final de su vida, en 149, pocos meses antes de su muerte, arremeterá contra este personaje malvado y trapacero en un discurso que dejó memoria 76 .

Sin abandonar la actividad oratoria y política emprendió negocios tanto en asuntos agrícolas como mediante el préstamo denominado usura náutica, del que obtenía substanciosos dividendos con la ayuda de su liberto Quinción 77 , así como del comercio de esclavos, actividades éstas que si no estaban bien vistas en un caballero, desmerecían desde luego en la persona de un respetable excensor; así que cuando aumentó también su nivel de vida y se permitió algunos lujos, fue apercibido por el censor de turno entre 154 y 153 y hubo de defenderse —también brillantemente— argumentando que debía su fortuna a la austeridad y al ahorro 78 . Tenía a la sazón casi ochenta años.

Debió de ser por esta época cuando, viudo hacía ya diez años y engolfado en el trato de una concubina algo descarada, circunstancia que no podía dejar de enojar a su hijo y a su nuera, se dirigió a su cliente Salonio para solicitar a su hija como esposa, que obtuvo tras pintoresca y perentoria petición, pues en el mismo año 154 le nació un hijo que llevó por nombre el de Marco Porcio Catón Saloniano, luego tribuno de la plebe y abuelo de Catón el de Útica 79 .

Los últimos años de nuestro personaje transcurrieron entre la actividad política y las letras; sabemos, efectivamente, que con motivo del nacimiento de su primer hijo acometió la tarea de redactar una serie de obritas —especie de enciclopedia— que sirvieran a su educación, pero no disponemos de datos cronológicos incontrovertibles en lo que atañe a la redacción de sus demás trabajos. Sabemos, eso sí, que en Origines se afanó hasta el último día y que el portero de sus discursos precedió en pocos meses a su muerte 80 .

Y a muy anciano, en 150, intervino como senador en una legación que viajó a Cartago para terciar en las diferencias que habían surgido entre esa ciudad y el rey Masinisa de Numidia 81 ; el viaje no hizo sino confirmar su opinión, que ya venía manifestando, de que aquella potencia no había dejado de constituir para Roma una amenaza cierta y de que en consecuencia había que destruirla definitivamente 82 . Pronunció entonces un discurso 83 al que pertenece la famosa frase sobre la necesidad de destruir Cartago y que, al decir de Plutarco 84 , venía repitiendo desde hacía tiempo, viniera o no a cuento de los asuntos que se discutían en el senado. Efectivamente, Roma acabará atacando en el 149. Y ese mismo año pronuncia, sintiéndose ya sin fuerzas, un último discurso que incluirá inmediatamente en el libro VII de sus Origines , cuya cronología abarcaba hasta sus propios días: acusa a Servio Sulpicio Galba de haber asesinado a ocho mil lusitanos. No obtendrá su condena 85 .

Meses después, en otoño, le sobreviene la muerte a los ochenta y cinco años 86 . Su máscara en cera fue depositada en el senado 87 . El juicio de la posteridad poco más podrá añadir a la sentida semblanza que de él pintó Livio 88 .

OBRAS

Aunque de la actividad literaria de Catón poseemos abundantes noticias, la gran mayoría de sus obras se presenta en un estado tan fragmentario que hace muy difícil extraer conclusiones sobre su cronología, carácter y extensión. No obstante, tenemos conocimiento de un trabajo histórico datable entre 185 y 180 que sirvió a la formación de su hijo mayor en las tradiciones romanas, pues, como afirma Plutarco en la biografía de nuestro personaje 89 , lo escribió de su propia mano y en letras grandes.

Igualmente disponemos de fragmentos de un Commentarius , especie de apuntes sobre remedios medicinales de aplicación casera a los que el autor alude en otra obra titulada Ad Marcum filium . Esta última obra, que, como veremos en su lugar, aparece citada con diversos nombres, se presenta como un conjunto de libros encaminados también a la educación de su hijo primogénito y cuya temática abarca la medicina, la agricultura y la retórica. Considerada la primera enciclopedia romana, parece datar de los años 180-175. Sin duda adquirió difusión.

Conservamos también fragmentos de una carta dirigida por Catón a su primogénito Liciniano con posterioridad al año 168, en que se libró la batalla de Pidna, donde éste se distinguió. No debió de ser ésta la única que escribió.

Mucho más numerosos, en cambio, son los fragmentos —cerca de doscientos pertenecientes a unos ochenta títulos— que han sobrevivido de los discursos pronunciados por el autor «desde su adolescencia», según informa su biógrafo Cornelio Nepote 90 , hasta pocas semanas antes de su muerte. La actividad de Catón en este campo fue paradigmática e incansable, pues es sabido que Cicerón aún leyó con delectación más de ciento cincuenta de sus piezas oratorias 91 .

Además de las obras mencionadas encontramos tres tratados monográficos, de los que únicamente el titulado De agri cultura nos ha llegado íntegro; de los otros dos, el tratado denominado De re militari y los Commentarii iuris civilis , de insegura autoría, pues su hijo también destacó en la materia, no poseemos sino un puñado de fragmentos. Su cronología es insegura.

De época igualmente incierta data un trabajo de tono didáctico sobre la conducta moral, cuyo título, Carmen de moribus , indujo a algunos estudiosos a considerarlo obra poética. Probablemente circulara también fuera del ambiente familiar. La escasez de fragmentos no permite conclusiones definitivas.

Se conserva igualmente una colección de máximas conocida con variados títulos (Dicta, Sententiae, Apophthegmata) extraídas en su mayoría de los discursos catonianos por el propio autor, pero también reunidos por Polibio e incorporados por algún otro estudioso.

Finalmente, ha llegado hasta nuestros días un buen número de fragmentos de una obra histórica que bajo el título de Origines recorría en siete libros la historia de Roma desde los orígenes hasta los días del autor, aunque con alguna laguna. Este trabajo, escrito con indudable ánimo de publicación, fue el primero de su género redactado en latín y constituyó una tarea literaria de no pocos años que vino a concluirse al tiempo que la vida de su autor.

De todas estas obras pasamos a dar cuenta seguidamente comenzando por el tratado De agri cultura , único que ha sobrevivido íntegro.

TRATADO DE AGRICULTURA

Entre los méritos de esta obra se cuenta, además del de ser la primera en prosa escrita en latín que nos ha llegado en su integridad, el de constituir una fuente única para el conocimiento de las técnicas de construcción de prensas y molinos de aceite y del horno de cal, así como de recetas culinarias y dietéticas, contratos jurídicos, ritos agrarios y conjuros, y un testimonio valiosísimo de la entrada de la primitiva agricultura itálica en la economía de mercado.

Su título parece haber sido De agricultura , que indudablemente figuraba en el testimonio manuscrito más antiguo, el Marcianus , con el que lo conocieron Varrón y Gelio 92 , aunque este último alude también a ella con el nombre de De re rustica 93 coincidiendo con Cicerón, que en su tratado Cato Maior vel de senectute 94 la cita como De rebus rusticis .

Sobre su fecha de composición poco más podemos hacer que conjeturas; no obstante, la crítica concuerda mayoritariamente en situarla en los últimos años de la vida de Catón, aunque con ciertas reservas y salvedades, pues últimamente se ha insistido en atribuir una fecha muy temprana al prefacio de la obra atendiendo a que responde a circunstancias sobrevenidas a consecuencia de la II Guerra Púnica 95 . Aunque no hay que perder de vista la certeza de que Catón desarrolló toda su actividad literaria en la vejez, sin embargo, en obra de tanta variedad y complejidad como esta no sería inverosímil suponer una labor previa de acopio de materiales, acaso realizada durante la infancia de su hijo mayor, pero con posterioridad a la enciclopedia Ad Marcum filium a él dirigida 96 , y tras ello una elaboración lenta pero continua por espacio de unos veinte años 97 . Con todo, del testimonio de Plinio, Historia natural XXIX 14, a propósito de los capítulos de este tratado relativos a la medicina, así como del capítulo 3, 1 cabría deducir que la obra se escribió en torno al año 164 98 .

La obra, de moderada extensión, consta de 162 capítulos precedidos de un prefacio, y constituye una especie de guía o manual práctico, escrito en un tono preceptístico, admonitorio y seco, para uso de propietarios de haciendas agrícolas. Sin embargo, el autor no se dirige exclusivamente al amo, sino que en ocasiones interpela directamente al esclavo capataz en imperativo de futuro, muy abundante en todo el libro, e incluso enuncia preceptos en tercera persona de ese modo verbal. En contra de lo que su título anuncia no trata de todos los temas relativos a la agricultura, que en sí sólo ocupa un tercio de la obra, sino precisamente de la producción de aceite y vino soslayando el cultivo del cereal y la cría de ganado. A cambio incorpora recetas culinarias hasta ocupar un tercio del conjunto, y tratamientos curativos. Cada capítulo desarrolla un tema concreto y va antecedido de un título alusivo a su contenido que consiste generalmente en las primeras palabras de ese capítulo, pero acusa un origen incierto a pesar de estar presente ya desde los primeros testimonios manuscritos.

El prefacio viene a constituir un breve ensayo de estructura anular que sintetiza principios de sabiduría antigua en una lengua que refleja la experiencia poética arcaica 99 , pero en tono menos árido que el resto del tratado 100 . En el prefacio muestra Catón su verdadera personalidad como escritor: luego estudiaremos sus implicaciones retóricas. Digamos entre tanto que el autor pasa revista a los diversos modos de ganarse la vida distinguiendo los argumentos éticos de los económicos, lo honesto de los riesgos mercantiles 101 , hasta concluir que un tratado de agricultura representa un trabajo honesto porque la agricultura en sí encierra mucho mérito en cuanto fuente de ingresos respetables y seguros. Sin embargo, este proemio no adelanta el desarrollo del libro, no presenta el material, sino que más bien es un producto de ocasión 102 .

La desproporción que, según veremos, presenta la obra entre sus miembros se refleja también en la extensión de los capítulos y está relacionada con la complejidad del tema que se aborde, como es el caso de los aparatos de la prensa de aceite (cap. 18), recetas culinarias muy elaboradas (cap. 114), consejos sobre compra de indumentaria y dimensiones de diversas piezas de aparatos (cap. 135), contratos (cap. 144) y especialmente recetas médico-dietéticas (cap. 156). La crítica ha venido estableciendo varias clasificaciones de los capítulos atendiendo a sus contenidos; según unos 103 , los primeros 22 caps. se dedican a la compra y equipamiento de la hacienda; desde el cap. 23 al 53 parece seguirse un orden cronológico de labores, pero en adelante y hasta el final del tratado prima la agrupación por materias con toda clase de omisiones e interrupciones, si bien se detectan las siguientes agrupaciones: cuidado de los bueyes y esclavos (caps. 54-60), recolección de la aceituna y elaboración del aceite (caps. 64-69), remedios para los bueyes (caps. 70-73), pastelería (caps. 74-87), usos del alpechín (caps. 91-103), elaboración de diversos vinos (caps. 104-126), sacrificios y conjuros (caps. 131-141), contratos de venta y alquiler (caps. 144-150), usos medicinales de la col (caps. 156-158). Añádase a éstos una docena y media de capítulos que o bien aparecen indebidamente separados de su grupo temático o simplemente quedan sueltos.

Otros autores 104 identifican más bien una estructura en cinco secciones, de las que la primera (caps. 1-22) trata de la adquisición y gestión de la hacienda rústica, a continuación un calendario de labores (caps. 23-53) al que se añaden varios caps. (54-60) sobre el heno y la recogida de aceituna; la tercera sección, muy amplia (caps. 70-120), desarrolla recetas de diverso tipo; sigue a ésta una especie de antología de temas con amplio tratamiento de fórmulas varias (caps. 131-150) y se cierra la obra con diferentes preceptos de variada temática (caps. 151-162).

Cierto otro sector de la crítica 105 supone que la particular estructura de la obra en lo que se refiere al reparto y tratamiento de la materia refleja realmente una construcción bimembre no proporcionada y resuelta en una sección (caps. 1-22) sobre compra y gestión de la hacienda rústica en sí, y en otra (caps. 23-162) en la que se intenta establecer un calendario de labores agrícolas de tres añadas de duración, si bien se reconoce que están incompletas: la primera de ellas (caps. 23-56), única completa, reparte las cuatro estaciones entre los caps. 23-37, 1-3 (otoño), 37, 3-5 (invierno), 40-55 (primavera) y 56 (verano); la segunda añada (caps. 57-141) sólo incluye el otoño (caps. 57-126) y la primavera (caps. 127-141), en tanto que en la tercera (caps. 142-162) sólo se tratan las labores de otoño (caps. 142-154) y de invierno (caps. 155-162). Pero esta teoría, que achaca precisamente a la estructura de la obra las abundantes repeticiones y dobletes de capítulos, no es bastante para explicar tales anomalías, que, como luego veremos, han surgido más bien del propio proceso compositivo de la obra, esto es, de la concepción catoniana del tratado o sencillamente de interpolaciones y revisiones, según las últimas tendencias de la investigación.

En efecto, la obra, en general, es un conjunto incoherente, pues carece de ordenación previa, presenta desordenado el material, repite información, marcha en ocasiones adelante y atrás dando sensación de improvisación, deja ver omisiones y posteriores subsanaciones y está plagada de interrupciones y digresiones.

Detectadas estas deficiencias, la crítica se ha esforzado en identificar las causas que las originaron y ha parado su atención especialmente, como decíamos, en el proceso de formación de la obra, para la que se vienen postulando varias hipótesis, de las que ninguna termina de concitar el acuerdo unánime de los estudiosos. Se percibe en resumen la falta de un sistema o criterio unificador hasta el punto de que no pocas veces la obra marcha en una mezcla errática, inconexa, azarosa de temas concretos que sólo ocasional y tangencialmente se relacionan por momentáneas asociaciones de ideas de las que el autor suele retroceder para regresar bruscamente al punto previo a la interrupción, como acontece por ejemplo en el cap. 3 106 . El desorden se manifiesta no menos en el aludido problema de las repeticiones o dobletes que en algunos casos se limitan a unas pocas palabras o a simples paráfrasis de un capítulo anterior, pero en otras ocasiones constituyen una completa y verdadera duplicación con escasas diferencias. Ahora bien, si para las repeticiones de unas palabras o incluso de una frase basta como justificación la inexistencia de un rígido plan inicial, en cambio, para los dobletes de capítulos la explicación, requiere además otra clase de argumentos menos simples, de los que la crítica ha echado mano con profusión y originalidad.

Resumidamente, han venido adoptándose al respecto dos posturas: creen unos que hemos recibido el texto en el estado en que lo había dejado Catón, aunque admiten que fue sometido a cierta modernización tocante a su arcaica ortografía; otros, en cambio, ven en el texto el resultado de profundas revisiones e interpolaciones, si no de mutilaciones.

Quienes defienden que la obra es original 107 atribuyen sus desórdenes a la manera en que se compiló y publicó y mantienen que el tratado no es sino una recopilación de los commentarii privados o domésticos —lo que Hörle llama Notizbücher — de tema agrícola, de características similares a las de los demás comentarios privados de asunto médico a que alude Catón en los Libri ad Marcum filium . Añaden que tales comentarios fueron escritos poco a poco durante cuarenta años, clasificados deficientemente y publicados póstumamente —pues no había sido intención de Catón hacerlo— y que a eso se deben los dobletes de capítulos, Doppelfassungen en palabras de ese filólogo. Por último, defienden que la obra, tal como la conocemos, es la que conoció la Antigüedad, argumentando que las citas de este tratado transmitidas por autores posteriores a Catón muestran un texto coincidente con el que hoy leemos.

A esta teoría se ha objetado que es difícil admitir un proceso de composición de cuarenta años de duración y que si el tratado fuera una mera recopilación de comentarios privados, deberíamos encontrar en los capítulos de tema médico-dietético el mismo tono y contenido doméstico y privado que hallamos en los preceptos médicos de los Libri ad Marcum filium , esto es, que hay que pensar, por el contrario, que los comentarios privados estaban en el tratado de agricultura reelaborados con innegable intención literaria y que la obra no se remató quizá por la muerte del autor, con la consecuencia de que quedó expuesta a retoques y añadidos posteriores 108 en todo caso a aquellos autores antiguos cuyas citas dejan entrever una plena coincidencia con el actual estado del texto.

En cuanto a la segunda hipótesis arriba enunciada sobre la composición del tratado 109 , se postula que, si bien en origen la obra estaba completa y rematada, el estado en que nos ha llegado no es el original, sino que aparece incompleto y transformado profundamente por refacciones e interpolaciones quizá extraídas de otras obras de Catón por gramáticos latinos y expurgada de arcaísmos en época de Augusto 110 .

Frente a estos razonamientos, la crítica ha utilizado un argumento irrebatible a primera vista haciendo ver que si el tratado hubiera estado completo en origen, la obra debería haber incluido, además de los valores dietéticos y alimentarios de la col (caps. 156-157), el vino y la carne de cerdo (caps. 115, 2; 122-123; 125), otras prescripciones del mismo signo relativas a las legumbres, liebre, pato y paloma que efectivamente no comparecen, lo que vendría a significar que Catón no redactó todos los apuntes de su comentario médico-dietético, sino sólo los primeros 111 .

A ambas teorías sobre la formación del tratado han venido a sumarse las más recientes de Mazzarino y Astin que confluyen en la idea de que aquellos intentos de explicación no son excluyentes recíprocamente, sino más bien complementarios. Afirma Mazzarino que Catón había elaborado un comentario privado sobre medicina y dietética citado entre los preceptos de los Libri ad Marcum filium , donde no se hallaba el famoso «tratado sobre la col» (caps. 156-157 del De agri cultura ) por la sencilla razón de que aún no se había escrito; como quiera que el tratado de la col se dirige a lectores no específicamente domésticos, al contrario de lo que ocurría con el comentario privado dirigido «a su hijo, a sus siervos y a sus familiares», se concluye que Catón llegó a redactar en el tratado de agricultura los primeros temas de su comentario privado sobre la alimentación de los enfermos, pero no todos; es decir, que si la obra sólo hubiese estado constituida por los Hausbücher de que habla Hörle, encontraríamos en los caps. 156-159 todo el material doméstico y no sólo ya la parte que Catón llegó a transcribir y a redactar con intenciones literarias para el tratado de agricultura. Eso mismo sería prueba de que Catón no concluyó el De agri cultura acaso porque le llegó la muerte y en consecuencia la obra quedó expuesta a reelaboraciones e interpolaciones. En fin, los dobletes o duplicaciones de capítulos vendrían a ser precisamente consecuencia de tales refacciones, pero también del intento catoniano de imprimir una redacción más literaria a algunas partes de la obra.

A su vez, Astin 112 conviene con Mazzarino en que hay, sobre todo en las últimas secciones del libro, abundante material procedente de los comentarios domésticos e igualmente en que el tratado estaba expuesto, por naturaleza y quizá por haber quedado inconcluso, a todo tipo de interpolaciones. No obstante, este crítico atribuye las peculiaridades de la obra no tanto al proceso de compilación y edición como a la actitud de Catón ante su propia tarea literaria de fundador de la literatura latina en prosa, hasta el punto de que en la falta de un proyecto organizado debe de estar la causa de no pocas duplicaciones y repeticiones.

Cierto es que no todas las repeticiones deberían considerarse dobletes, pues en ocasiones aquéllas sólo afectan a una pocas palabras o a una frase o bien reflejan simplemente un nuevo aspecto del tema que el autor venía tratando. Pero, con todo, algunos dobletes escapan a esta explicación y han de atribuirse, como decíamos, a la falta de plan previo, a la deficiente compilación y edición y a glosas e interpolaciones, alguna de las cuales debió de ser muy antigua ya que Plinio, Hist. Nat . XVII 267, conoce el cap. 160, que no es sino un paralelo del 157, 7. Efectivamente, se ha señalado 113 que si, dada una pareja de capítulos duplicados, uno de los capítulos no llegó a ser conocido por un autor de la Antigüedad, ese capítulo fue introducido por glosa o interpolación en el texto catoniano: es el caso del cap. 133, 1-2 que Plinio no conoció y que viene a ser duplicación del cap. 51; igualmente podremos calificar de espurio el cap. 124, que Varrón, R. R . I 21 no conoce como catoniano. En conclusión 114 , en el caso de las parejas de caps. 63/135, 4-5, 91/129, 92/128, 114/115 y 156, 5/157, 9 se han detectado como originales Catonianos los caps. 135, 4-5, 91, 92, 114 y 156, 5.

Por otra parte, en lo que se refiere a las fuentes, el conocimiento del griego dio a nuestro autor acceso a obras y autores griegos sin los que su producción habría sido muy otra. La crítica no discute ya por evidente su conocimiento de esa lengua, pero no ha alcanzado un acuerdo sobre el momento de su aprendizaje y el dominio que de ella llegó a alcanzar. Varios datos indican que debió de iniciarse en el griego en fecha muy temprana: al comienzo de su carrera política pasó tres años en una zona muy helenizada de Sicilia, tuvo muy pronto contacto con Ennio 115 , a quien se llevó a Roma en 203, visitó Atenas en 191, donde habría podido pronunciar su discurso en griego, según afirma Plutarco 116 , y disponía en su casa de un esclavo de esa nacionalidad, cuya especialidad era precisamente la de maestro 117 ; además el propio Cicerón informa de que en el año 209 Catón estaba en condiciones de comprender a Nearco en su visita a Tarento 118 . Quizá, como se ha dicho, Catón perfeccionara en su vejez lo que había aprendido de joven 119 .

Su grado de conocimiento del griego y de la cultura helénica fue también asunto discutido en la Antigüedad. Parece que se remonta a la primera biografía que compuso Nepote, en quien luego se inspiró Cicerón, la especie de que Catón no poseía bien el griego, y algún rastro hay de esa afirmación en la segunda biografía, donde asevera que en una de sus obras, Orígenes , se echa de menos doctrina 120 ; pero conociendo a Catón no sorprende que hubiera prescindido en sus escritos de la filosofía, precisamente la rama de la cultura griega que junto con la dialéctica le inspiraba más recelos por su capacidad corruptora 121 . Sin embargo, sí se interesó vivamente en la retórica, la medicina dietética y en los historiadores, especialmente Tucídides, Polibio y Jenofonte 122 , y en oradores como Demóstenes (Filípica I); de ello hay huellas bien visibles en su obra, donde cita a Epaminondas, Pericles, Temístocles y Leónidas 123 . En fin, algo tendría que ver en esa opinión de Nepote la repugnancia catoniana frente al pueblo griego, en quien no veía sino servilismo, altanería intelectual, corrupción, venalidad e informalidad, sin que ello le impidiera tomar de esa cultura lo que se podía aprovechar sin peligro de contaminación moral 124 .

Ciñéndonos concretamente a las fuentes de que se sirvió Catón, no hay duda de que aplicó consejos de agricultores itálicos, como Minio Percenio de Nola y los Manlios 125 , aludidos en los capítulos 151, 1 y 152, y podemos asegurar que nuestro autor, cuya curiosidad intelectual está bien probada, tenía conocimiento de trabajos griegos especializados de botánica y técnica agrícola 126 . En el nivel léxico resulta llamativo el recurso a la terminología griega dentro del campo semántico de la medicina, la agricultura, los sistemas mecánicos, las medidas e incluso la repostería y la cocina 127 , que si bien es escasa en otras partes de la obra, comparece a menudo en estas secciones, con la particularidad de que voces empleadas allí en su forma latina aparecen aquí como auténticos préstamos griegos, como es el caso de veratrum (cap. 114) y laserpicium (cap. 116) luego cambiados por elleborum (cap. 157, 12) y silpium (cap. 157, 7) respectivamente. Pero es asunto que requiere prudencia, porque algunos de los vocablos que se presentan bajo la forma de préstamos y calcos griegos ya habían entrado en el latín antes de Catón 128 , que pudo entonces apropiárselos por vía oral o de la literatura contemporánea.

En lo que atañe al nivel compositivo y conceptual, no hay acuerdo en que la inspiración tuviera un motor griego, si bien se admiten estímulos concretos en la composición de la parte botánica y médica, dado que hay coincidencias muy notables con los tratadistas de esas materias que no pueden explicarse de otra manera. Se considera en general que el interés de Catón por estas disciplinas se alimentó de la literatura alejandrina impregnada de ideas peripatéticas y de la lectura, sea directa sea por autores intermedios, de las obras de Bolo Mendesio y de Crisipo de Cnido, así como de un repertorio herborístico que partiendo de las enseñanzas de Diocles de Caristo incluía prescripciones de Teofrasto, especialmente del De historia plantarum 129 . También se evidencia el conocimiento del De effectu herbarum atribuido a Pitágoras y de la tradición hipocrática 130 por medio de una fuente intermedia no identificada. Todo ello, según vamos viendo, demuestra cierta familiaridad con los escritores técnicos griegos cuya clasificación herborística incorpora Catón asumiendo la sistemática metodología teofrastea de la Historia plantarum 131 . Por último, en el prefacio, que como decíamos es un pequeño ensayo y ha llegado a calificarse exageradamente como una suasio en miniatura, así como en los primeros capítulos, dedicados a la compra y organización de la hacienda, se ha detectado la influencia de dos tratados de Jenofonte, el Hipparchikós y el Perì hippikés 132 , pero también del cap. V del Económico probablemente por influjo del primer estoicismo 133 .

En cuanto a influencia de obras no griegas, la inspiración del tratado en cuanto a concepción y estructura parece alinearse bajo el modelo de la obra del cartaginés Magón 134 que, si bien traducida al año siguiente de la muerte de Catón por Décimo Silano a instancias del senado, debió de ser conocida por nuestro autor, junto con la tradición agronómica púnica, a juzgar por las similitudes de otra manera inexplicables entre ambas obras. La del cartaginés respondía a una estructura socio-agraria que en manos de una aristocracia comerciante venía descollando hacía ya tiempo sobre todas las demás del Mediterráneo en los cultivos especializados 135 , como el aceite y el vino, destinados a la exportación, objeto final precisamente de la obra de Catón; por ende, la analogía se extiende no sólo también a la concepción enciclopédica de ambos tratados, que se interesan en varios temas, sino incluso a la propia construcción retórica del prefacio, donde además de encarecerse la necesidad de que el propietario esté presente en la hacienda se estimula su participación en la actividad agrícola, presupuesto que estaba ya perfectamente asumido en la agronomía púnica 136 .

El valor de la obra en cuanto documento social y económico 137 de la organización agrícola es enorme. Se conviene en que como consecuencia de las guerras libradas por Roma en este período, que concluyó en la II Guerra Púnica y trajo consigo expropiaciones y cambios en la propiedad de las fincas, junto con una enorme masa de esclavos, ganados y riqueza, se produjeron tales transformaciones en la agricultura romana que las haciendas rústicas vieron alterados muy significativamente sus dimensiones, cultivos y estructura de producción. El tratado catoniano no puede reflejar evidentemente la situación general itálica, pero constituye un testimonio importantísimo de la asunción de un modelo púnico en la concepción agrícola y de las condiciones en que se desenvolvía la agricultura en la zona del Lacio y la Campania. Habla de explotaciones de entre 100 y 240 yugadas (26-60 ha.), propiedad de un dominus absentista que, reservándose la fiscalización en visitas periódicas, delega su gestión en un villicus , esclavo de condición, el cual distribuye y dirige el trabajo de obreros también esclavos y frecuentemente especializados que en número de 13 o 16, según que se trabajen 240 yugadas de olivo o de viña, tienden a ser autosuficientes; el propio capataz y su mujer están incluidos entre ese personal. Sin embargo, cuando la faena es mucha —es el caso del olivo —, contrata a trabajadores de condición libre en número no inferior a 50, lo que habla de la abundancia de mano de obra temporera, y mantiene sobre ellos la autoridad delegada del amo, aunque no queda claro si esa misma autoridad se ejerce también sobre la persona a quien se otorga el contrato para la vendimia. La explotación de que habla Catón tiene por finalidad la producción de aceite y vino para vender, pues del resto de cultivos, para los que se recurre también a un colono aparcero y a un politor , sólo se obtiene el beneficio resultante de la manutención del personal y del ganado y de la venta del excedente. Se cuida especialmente de los bueyes y se menciona como muy útil el cuidado de los prados para producción de heno hasta el punto de que el tratado incorpora un contrato de arrendamiento y de riego; el resto del ganado no constituye objeto de explotación y en consecuencia sólo se alude al pastoreo en un contrato de venta donde se estipula que es el comprador quien debe proporcionar un pastor durante dos meses 138 . En fin, se advierte el paso del policultivo al monocultivo especializado y con ello la entrada en la economía de mercado, en virtud de la cual la explotación familiar cede ante nuevas fórmulas que intentan acomodarse a la demanda del mercado. Esta evolución se percibirá ya consumada en las obras de Varrón y Columela.

DISCURSOS

De la afirmación plutarquiana de que la oratoria constituía para Catón «un segundo cuerpo 139 » se desprende que su actividad en ese campo debió de ser incansable. En efecto, cuando Nepote 140 asegura que nuestro personaje empezó a escribir discursos desde la adolescencia, no hace sino insistir en un vehículo fundamental de su creación literaria y de su actividad política. Por más que el primer discurso de que tenemos noticia date del año 195 141 , las fuentes hablan de su actividad como abogado a la vuelta de Sicilia 142 , entre los años 214-210, y además no parece desatinado pensar que echara mano de su capacidad oratoria en las campañas electorales a las que se presentaba como un homo novus , de problemático futuro si hubiera carecido de tal capacidad 143 . La afirmación de Nepote resulta sugestiva, habida cuenta de que Catón publicó algunos de sus discursos y sería explicable que él mismo hubiera prescindido en sus ediciones de aquellas piezas que, por ser primerizas, carecieran a su parecer de la calidad suficiente 144 . Pero luego nos referiremos al problema de la publicación.

Por Cicerón sabemos que el número de discursos que llegaron hasta su época era de «más de ciento cincuenta 145 », a contar desde el año 195, como se ha indicado. Hoy en día sólo tenemos noticia de 79 títulos de discursos, a los que pertenecen buena parte de los 254 fragmentos conservados 146 , pues otros no han podido ser relacionados con título alguno. Lógicamente los fragmentos son de extensión muy diversa —desde una palabra (fr. 147) hasta unas pocas páginas (frs. 163-171, del discurso Pro Rhodiensibus )—, como diverso fue el interés de quienes se acercaron a su obra con ánimo de estudiarla y comentarla, mayormente oradores y gramáticos. Para alguno de los fragmentos no se ha conseguido determinar exactamente su pertenencia a un discurso en concreto y en el caso de ciertas piezas oratorias la cronología es muy discutida.

Sobre el problema de su publicación podemos hacer algo más que conjeturas, pues Cicerón 147 y Gelio 148 dan fe de que al menos incluyó el discurso Pro Rhodiensibus (frs. 163-171) y el Contra Galbam (frs. 196-198) en su obra histórica Origines; es más, el propio Gelio asegura que se publicó por separado el primero de esos discursos. Pero además Catón mismo da noticia en el fr. 173 de que tenía recogido por escrito el texto de un discurso anterior (fr. 203). Con todo, aunque la crítica considera acreditada la actividad de Catón como editor de algunas de sus piezas oratorias, es más discutida la afirmación de Calboli 149 de que los reunió en un corpus unitario, tesis en la que viene a coincidir con Bonanno 150 , quien basándose en Cicerón supone que nuestro autor procedió en su vejez a dar forma definitiva a sus discursos orillando aquellos que le parecían indignos de transmitirse y asimismo que esa selección es la que fundamentalmente alcanzó a ver Cicerón y parcialmente nosotros; se desprende, pues, de este aserto que de la labor correctora y compiladora pasó Catón inevitablemente a la tarea editorial. Menos verosímil se estima la hipótesis 151 de que Ático publicara entre 46 y 36 a. C. una selección de las piezas oratorias Catonianas 152 .

Sea como fuere, no debe soslayarse el hecho de que la oratoria, abstracción hecha de su concepción literaria o no, constituía en la diatriba política un arma de poderosos efectos y por ello digna de ser transmitida e imitada en sus manifestaciones más sobresalientes, y así debió de ser desde el momento en que varios de los discursos catonianos no perdieron nunca su validez como modelos de oratoria política 153 .

Ya en la Antigüedad llamó la atención la facilidad con que Catón se desenvolvía en los más variados tipos, estilos y temas 154 que ofrecía la oratoria y aún hoy en día la crítica, siempre ateniéndose a la relativa escasez de datos de que se dispone, concuerda en atribuirle esa misma cualidad, y acrecienta su elogio el hecho de que nuestro autor se construyera para su propio uso todo un armazón oratorio. Y para ello partió de una innata capacidad expresiva que dominaba todas las tesituras, desde la facilidad descriptiva y el tono incisivo de raíz campesina, mordaz y burlón en la invectiva, que con apoyo de sus profundos conocimientos jurídicos resultaba demoledora especialmente si iba dirigida contra quienes habían abusado de sus cargos públicos; dominaba no menos los registros más eficaces del razonamiento persuasivo, que se concretaba en máximas sin pedantería 155 . Todo ello viene a confirmar que la elocuencia catoniana no es producto de estudio, sino que parece fluir directamente de la vida y no tener como motor únicamente la actividad política y forense 156 .

En lo que nos es dado juzgar, podemos establecer una división cronológica y otra temática de sus discursos. La ordenación cronológica, en la medida en que lo permiten las lagunas de la tradición textual, viene definida por las diversas y consecutivas fases de su actividad política, esto es, discursos desde los comienzos hasta el año 184 en que alcanza la censura, piezas oratorias del período censorio propiamente dicho, discursos pronunciados una vez que cesó en ese cargo hasta el año 171, fecha en que pronuncia el De tribunis militum (frs. 152-153), piezas oratorias entre los años 171 y 167, año del famoso discurso Pro Rhodiensibus (frs. 163-171), discursos del período 167-154, fecha de su discurso Contra L. Thermum (frs. 177-181), y piezas que pronunció entre ese año y el de su muerte 157 .

Por lo que hace a los temas de sus discursos, debemos partir de la afirmación de que su oratoria está estrechamente ligada a su actividad política, de forma que la concepción catoniana de ese arte revela antes un interés político que jurídico; así, en el cómputo de su temática encontramos todo tipo de intervenciones relativas a la política exterior (discs. II, VI, VII, XLI, XLII, XLVIII, L), a la política interior y enfrentamientos con la nobleza (discs. VI-IX, XIII-XV), a las acusaciones de malversación y apropiación indebida y a la organización del Estado en sus aspectos más diversos (discs. V, XVII, XVIII, XXXIV, XXXV, XXXVIII, XL), especialmente en su época de censor, en la que habló en favor de las obras públicas promovidas (disc. XV), la vigilancia de los excesos del lujo (discs. XVIII-XIX), de los ritos religiosos (disc. XII) y hasta de las conducciones de agua (disc. XXIII), etc. Atendiendo, pues, a los temas y ámbitos en que fueron pronunciados encontramos discursos de defensa (LVIII), autodefensa —hubo de defenderse en cuarenta y cuatro ocasiones, de las que siempre salió triunfante— (IV, XXIX, XLV) y acusación pronunciados ante los tribunales (VIII, IX, XI), así como discursos en apoyo de leyes —suasiones — (XL, LXXIII, LXXV) o en contra de leyes —dissuasiones — (V, XXXIV, XXXV) dictaminadas en el senado o en las asambleas 158 .

Aunque, como se ha dicho, la cronología de todos ellos abarca la práctica totalidad de la vida pública de nuestro autor, de los fragmentos recibidos no podemos deducir evolución alguna en los tipos de estilo en que se mueven sus discursos —humile , mediocre , grande 159 — ni en los aspectos lingüísticos 160 . Sabemos, sí, que la utilización de recursos retóricos fue constante en su producción oratoria y por esa técnica manifiesta gran aprecio el propio Gelio 161 . Efectivamente, Catón conoce y emplea con soltura antítesis y paralelismo, parataxis y asíndeton, aliteración, sinonimia y neologismo y, de entre las figuras retóricas, destaca en el empleo de entimema, anáfora, epífora, complexio y praeteritio 162 . Las últimas aportaciones de la crítica coinciden en apreciar en su oratoria, además del empleo de ciertas figuras retóricas que alcanzan un alto nivel estilístico, el uso de cláusulas rítmicas 163 , de estructuras articuladas en cola y commata 164 , junto con el recurso estilístico de resaltar las primeras palabras para proseguir con un tono menos elevado o incluso con un anticlímax 165 .

Problema añadido es el de la procedencia y profundidad de tales conocimientos técnicos, sobre el que ha confluido la atención de varios estudiosos: hay quienes al negar cualquier pretensión estilística en su prosa oratoria, de carácter decididamente espontáneo, se ven obligados a descartar influencias de la oratoria griega 166 ; otros hay que admiten influencias de la retórica griega en cuanto que la catoniana está fundamentada sobre la misma téchne retórica 167 ; y comparece también la tesis equidistante, que sin admitir un profundo conocimiento de la retórica griega por parte de Catón rechaza desde luego que la desconociese 168 , considerando inverosímil que nuestro autor ignorara conceptos tan embebidos por la cultura de su tiempo, especialmente entre los adeptos del helenismo —véase el caso de Ennio —, y dejara de aplicarlos conscientemente 169 .

Esta constatación no empece la tesis de Von Albrecht de que la frase oracular de Catón rem tene, verba sequentur es en sí misma antítesis de la elección cuidadosa de las palabras, regla que compendiaba los principios de la retórica griega de su tiempo 170 , pues incluso en el estilo elevado, y particularmente en él, la prosa catoniana viene determinada por la palabra hablada, es decir, que subyacen siempre elementos del estilo oral visibles en las repeticiones verbales. Además de la lengua hablada, el estilo catoniano acusa la presencia e influencia de otros elementos que han podido identificarse 171 con la lengua arcaica, la lengua poética, deudora mayormente de Ennio, y los ecos de las lecturas de prosistas griegos, en especial de Demóstenes. En fin, el estado de la cuestión no permite dilucidar si Catón fue un innovador de la oratoria latina ni si incorporó elementos de la retórica griega 172 , pero en todo caso no debemos soslayar el hecho de que Gelio 173 advirtió ya en él el deseo de ir más allá de la oratoria de su tiempo y de intentar alcanzar lo que posteriormente logró Cicerón.

Sobre la extensión de sus discursos estamos en condiciones de afirmar que no alcanzaba ni mucho menos la de las piezas oratorias ciceronianas, pues no cabe pensar que tanto el discurso Pro Rhodiensibus como el Contra Galbam tuvieran cabida en su obra histórica Origines de haber sido muy extensos; más bien hay que convenir con Plinio el Joven 174 en que se trataba de piezas «concisas y breves», afirmación cuya verosimilitud parece confirmar la extensión actual del discurso Pro Rhodiensibus , que según la crítica nos ha llegado casi en su integridad a juzgar por la presencia de un «hilo lógico coherente y continuo 175 ».

De la estructura formal, de las partes del discurso 176 podemos formarnos una idea a través de los fragmentos supérstites. No disponemos de elementos para enjuiciar la verosimilitud del dato que proporcionan Símaco y Servio 177 , según los cuales el exordium de los discursos catonianos iba encabezado por una invocación a los dioses, pues los fragmentos ubicables en esa parte, entre otros los números 21, 50, 163, no permiten confirmarlo; sin embargo, bien pudo constituir un precedente de la oratoria posterior, especialmente la de Cicerón, quien también recurrió a esa fórmula en varios exordios. Asimismo los frs. 31-47 dan fe de la existencia de la narratio en las piezas catonianas, en tanto que la existencia de la partitio ha quedado testimoniada por Sulpicio Víctor 178 . De la argumentatio tenemos un excelente ejemplo en el discurso Pro Rhodiensibus , frs. 164-169, que en sí mismos constituyen el grueso de un sólido proceso argumentativo. Sobre la presencia de la conclusio hay dudas razonables que el fr. 49 no consigue disipar. De confirmarse, pues, la presencia de todas las partes mencionadas, habría que concluir que la oratoria de Catón disponía ya de las mismas partitiones que la oratoria posterior, especialmente la ciceroniana.

Y no es éste el único punto de contacto entre ambos oradores; recientemente se han estudiado 179 sus concomitancias hasta concluir que además de afinidades de carácter general se detecta ocasionalmente en Cicerón una dependencia ad verbum con respecto a Catón, cuya presencia en la obra del de Arpino es ligeramente más amplia en la primera parte de su producción, de modo tal que puede descartarse la afirmación de que Cicerón sólo conocía superficialmente la oratoria catoniana y de que únicamente profundizó en ella en la época de composición del Brutus .

ORÍGENES

Grande debió de ser la curiosidad que despertara en un principio este ensayo histórico que añadía al interés que de suyo suscitaba el tema —la historia de Italia y de Roma— el mérito de ser la primera obra de su género escrita en latín. En efecto, hasta entonces la historiografía latina, la de los llamados analistas, había venido escribiéndose en griego, no por otra causa sino porque esta lengua había sido soporte de muy prestigiosos trabajos históricos y seguía siendo la más manejada del Mediterráneo. Catón —dice Nepote 180 — le dio el título de Origines , con el que efectivamente aparece citada en la mayoría de los autores, pero no faltan otras denominaciones: así, Plutarco habla de Historía 181 , Dionisio de Halicarnaso la conoce como Archaiologouméne historía 182 , en tanto que Livio y Plinio la citan como Annales 183 . Esta diversidad de títulos venía sin duda motivada por el propio carácter y estructura de la obra, que al tiempo que trataba arcaicas leyendas fundacionales insistía en cierto modo en el esquema y método de trabajo histórico de los analistas 184 , único existente en Roma hasta la época; así lo entendieron Nepote y Festo 185 , quien afirma que el título no convenía al contenido de la obra, al menos a su totalidad.

Por el mismo Nepote sabemos de la fecha de inicio de composición, que sitúa en su vejez 186 , en torno a los sesenta años del autor, esto es, después del año 174, dato que no puede quedar invalidado ni por Livio, cuando con patente anacronismo deja ver que los Orígenes estaban ya escritos en el momento en que se discutía la abrogación de la lex Oppia 187 , ni por Plutarco, que los data en 180 al confundirlos con otra obra que Catón escribió para la formación de su hijo 188 . En fin, nada hay que estorbe el dato de Nepote, que queda además confirmado por un fragmento del libro II 189 alusivo a la guerra de Perseo, concluida en 168, término post quem , al menos para esa parte de la obra. A partir de esa fecha transcurren unos veinticinco años hasta la conclusión de la obra en el libro VII, rematado por el autor en vísperas de su muerte en 149 cuando, tras denunciar a Galba, introdujo allí el discurso de acusación 190 . La cronología de los restantes libros, si se admite su composición en orden cronológico, ha de moverse, pues, entre esas dos fechas, pero únicamente disponemos de referencias cronológicas concretas para el libro IV si, como sugiere Chassignet 191 , el fragmento IV 9 es trasunto del discurso De bello Carthaginiensi , pronunciado en 150.

La relativa escasez de fragmentos, ciento treinta y cuatro en la edición de Chassignet, todos los cuales han llegado a nosotros por tradición indirecta —luego veremos por qué—, permite poner a prueba el testimonio de Nepote 192 , fuente principal sobre el contenido y distribución de la materia en la obra. Según este biógrafo, el libro I trataba el período de los reyes, los libros II y III los orígenes de las ciudades de Italia, de donde la denominación de Orígenes con que se designaba la obra entera, mientras que en el IV y el V se estudiaban de modo sucinto la I y II Guerras Púnicas respectivamente; en los dos últimos libros se pasaba revista al resto de los conflictos bélicos hasta la pretura de Servio Sulpicio Galba, esto es, hasta la época del autor, sin hacer mención de los magistrados ni generales que intervinieron en ellas.

Sin embargo, este testimonio de Nepote ha dado pie a innumerables especulaciones, pues aun siendo claro resulta excesivamente conciso y simplificador en lo que atañe a los hechos y límites cronológicos fijados para cada libro, discordantes en ocasiones con el reparto de la materia y la cronología que una lectura detenida de los fragmentos permite establecer, y también en lo concerniente al sentido exacto del vocablo capitulatim , con que se describe el proceso narrativo catoniano.

Concretamente, el libro I no se atiene exclusivamente al período de los reyes, sino que trata también el anterior con leyendas relativas a Eneas y a la fundación de Roma (frs. 13-16) y alcanza incluso el posterior a la expulsión de los reyes en 509, como acredita el fr. I 26, que alude a la magistratura de los decénviros, establecida cincuenta años más tarde, quizá porque este hecho se estimaba cronológicamente más transcendente que la propia caída de la monarquía 193 . Por su parte, los libros II y III no se ceñían únicamente al origen legendario de las ciudades de Italia, sino que además aludían a las costumbres de esas tierras y, al menos en un caso, a un suceso histórico 194 . En cuanto al libro IV, supera los límites cronológicos a los que lo restringe Nepote desde el momento en que incluye tres fragmentos relativos indudablemente a la II Guerra Púnica 195 . A su vez el libro V sobrepasaba el período de la II Guerra Púnica, pues incorporaba el discurso que Catón pronunció en defensa de los rodios en 167, es decir, treinta años después del final de esa guerra 196 . Añádase a esto la imprecisión que comete Nepote al restringir a Italia y España las noticias de cosas y hechos curiosos o admirables (admiranda) , pues también encontramos tales noticias referidas a Iliria y a Cartago 197 .

En conclusión, tanto el título como la estructura de la obra y la distribución del material dentro de ella, así como los admiranda han dado lugar a discusiones y conjeturas muy diversas, de las que resumidamente pasamos a dar cuenta. Parece evidente que si la obra hubiera seguido un orden cronológico, el libro V debería haber incluido igualmente las guerras subsiguientes, esto es, las Macedónicas, la de Antíoco, las de los lígures y celtas y asimismo las de Hispania con la participación de Catón, en virtud de lo cual los libros VI y VII apenas abarcarían un lapso de veinte años para el relato de las guerras libradas a continuación, sin duda menos importantes, hasta la época del autor 198 . Salta además a la vista el descuido en que parece incurrir Catón cuando tras tratar la expulsión de los reyes pasa por alto la primera época de la República y la conquista de Italia por Roma para trasladarse inmediatamente a los acontecimientos de la I Guerra Púnica; cierto que esa misma laguna se había producido ya en cierto modo en la obra de los primeros analistas, Fabio Píctor y Cincio Alimento, que abordaron el asunto de manera sumaria, y en la de Ennio, que despachó el tema en tres de los dieciocho libros de sus Anuales . Pero en el caso de Catón esa ausencia se atribuye a varias causas: se ha sugerido 199 que quizá el material disponible fuera escaso, pues efectivamente no se disponía por entonces mas que de los archivos de las autoridades y de las familias importantes, junto con los anales de los pontífices, cuyo método histórico despreciaba, por cierto, Catón según se desprende del fr. IV 1; otros conjeturan 200 que en los libros II y III al narrar los orígenes de las ciudades de Italia se trataban también sus respectivas guerras con Roma, o bien suponen 201 que la narración de los orígenes de las ciudades de Italia vendría a ser una especie de substitución de las guerras de conquista por Roma y reflejaría las reticencias del autor a narrar enfrentamientos bélicos entre itálicos; en fin, también se ha aventurado la teoría 202 de que Catón sólo incluyó un breve resumen de la primera época de la República al comienzo del libro IV, hipótesis que resulta sugestiva por cuanto que un tratamiento tan sintético vendría explicado por la escasez de información.

Ahora bien, si aceptáramos que la ausencia de fragmentos al respecto responde en el original a un vacío consciente, resultaría entonces más sugestiva la hipótesis que supone la renuncia de Catón a tratar un tema que sus predecesores ya habían desarrollado 203 . En todo caso, no hay evidencia de que Catón dejara de tratar el tema 204 .

En cuanto al sentido del vocablo capitulatim con que describe Nepote 205 la narración de los hechos, ha de tenerse en cuenta que este autor solamente lo refiere a los cinco primeros libros, vale decir que en los libros VI y VII el relato debía de desarrollarse de una manera distinta que presumiblemente imprimía a la obra ese contraste 206 . Pero lamentablemente la crítica no concuerda en la interpretación del término capitulatim , sinónimo del polibiano kephalaiōdôs , que se ha entendido o bien como «resumidamente», «esbozando sólo los hechos más importantes», a la manera en que lo hacía Fabio Píctor, o bien en el sentido de «ordenados por capítulos», «por temas». La primera de las interpretaciones 207 sugiere un reparto cronológico de la materia tal como parece indicar el sentido del fragmento IV 9, sin que la propia crítica catoniana (fr. IV 1) de la rígida secuencia cronológica anual de los Anales de los pontífices sea bastante a invalidar un procedimiento connatural al relato histórico; por otra parte, ni la escasez de fragmentos en los últimos libros ni el testimonio de Nepote empecen una interpretación cronológica que parece también confirmada por un paso de Dionisio de Halicarnaso 208 y además por el hecho de que Catón enunciaba al principio de cada libro los temas que se disponía a tratar 209 .

Quienes en cambio postulan para esta obra un tratamiento «por capítulos» o «por temas 210 » sugieren un atractivo reparto geográfico de la materia, en virtud del cual los hechos relacionados en los libros IV a VII vendrían a ser, respectivamente, las Guerras Púnicas, las Guerras Macedónicas, las guerras contra Antíoco y de Oriente y las guerras de Hispania. No falta una representación de la postura ecléctica 211 que admitiendo un canon geográfico en el tratamiento temático quiere ver en cada libro un desarrollo cronológico.

En fin, las discusiones de los problemas que acusa la obra, según vamos viendo, en lo que atañe al título, la distribución de la materia por cada libro y el tratamiento —cronológico o temático— del relato han dado lugar desde mediados del siglo XIX a una profusa bibliografía que desde aquella época viene agrupándose fundamentalmente en dos hipótesis interpretativas: la primera cree detectar bajo el título único de Origines dos obras distintas, de las cuales una trataba los orígenes de Roma y de las ciudades de Italia y comprendía los actuales libros I-III, y la otra parte narraba los hechos de la historia contemporánea del autor en los libros VI-VII, redactada por tanto en sus últimos años de vida e inconclusa a su muerte en 149. De acuerdo con esta hipótesis, la fusión de ambas obras en una sola bajo el título de la primera fue posterior a la muerte del autor 212 . Efectivamente, ningún reparo hay que poner al hecho de que en una obra independiente se trataran los orígenes de Roma y de los pueblos de Italia, pues, como luego veremos, circulaban trabajos griegos de ese tenor a propósito de ciudades itálicas y sicilianas, ni tampoco estorba para la asunción de esta teoría que el título no convenga más que a los tres primeros libros, dado que, según se ha observado 213 , eso mismo sucede a obras históricas de la talla de la Ciropedia y de la Anábasis de Jenofonte. Por lo demás, esta teoría vendría a solventar el problema de la ausencia de tratamiento de la república temprana en vista de que sólo se tocaba la historia contemporánea del autor. Sin embargo, no hay evidencias en pro de la teoría que venimos exponiendo y que, como se ha afirmado 214 , no es sino un intento de explicar el título y la disparidad entre ambas partes de la obra.

Próxima a esta hipótesis se halla la de cierta parte de la crítica que basándose en el fragmento IV 1, en donde cree ver el prefacio de un nuevo programa, supone que la obra se escribió en dos momentos diferentes: en el primero el autor trató los orígenes de Roma y de las ciudades itálicas en los libros I-III, a los que convenía el título 215 , y tras una interrupción fijó en el fragmento IV 1 el programa de un nuevo proyecto concerniente a las guerras contemporáneas, proyecto estimulado por el nacimiento en Roma de una tendencia pragmática en la concepción histórica surgida con la llegada de las bibliotecas que Emilio Paulo había traído tras la derrota de Macedonia y con el nuevo ambiente intelectual creado en torno a los rehenes aqueos; la historia romana había cambiado, por lo que los libros I-III, nutridos de leyendas, no de hechos, podían juzgarse superados 216 .

En contra de esta interpretación surgió la llamada teoría unitaria, que considera los Orígenes una obra enteriza y única, y utiliza en su favor argumentos que también esgrimen sus contrarios, concretamente aduciendo que el título no invalida su teoría en vista de que otras obras —caso de la Ciropedia y la Anábasis ya citadas— se escribieron bajo un título que no cuadraba a la totalidad del relato, y que al igual que Catón hizo en el fragmento IV 1, con que parece iniciarse una segunda obra o un segundo momento de ella, también Ennio acudió a ese arbitrio en el libro VII de sus Anuales . Se añade, en fin, que la fractura que presenta la obra catoniana entre orígenes y guerras, es decir, entre leyendas y hechos no es un caso único en la literatura de la época, como demuestra el comienzo del Bellum Poenicum de Nevio 217 .

Sea como fuere, la impresión que produce la obra es de disparidad de temas y desproporción del espacio que su desarrollo exigía, lo mismo que en cierto modo acaece al tratado De agri cultura , lo que sugiere que Catón no disponía al comenzar mas que de una idea general del proyecto de su obra; de esa forma la misma iba progresando por un proceso de acumulación de información, al menos en lo que afecta a la composición de los tres últimos libros, sin que previamente se hubiese ponderado la adecuación de los temas al espacio que fuera menester. No debe soslayarse tampoco entre las causas de tales desajustes el hecho de que la obra constituía en sí misma una innovación en razón de su lengua, su temática y su carácter de experimento literario 218 .

Mayor acuerdo existe en cambio entre los estudiosos a propósito de las fuentes de las que se surtía nuestro autor. Aunque con matices, se conviene en que los Annales de Fabio Píctor y de Cincio Alimento, así como los Annales de Ennio y el Bellum Poenicum de Nevio influyeron en el esquema de la obra catoniana e incluso en los límites cronológicos de alguno de los libros, incluida la omisión de la historia republicana temprana 219 . Con la intermediación de Fabio Píctor llegó nuestro autor a conocimiento de la obra de Diocles de Pepareto, pionero del tratamiento de las leyendas etiológicas fundacionales de Roma; este tipo de literatura griega de fundaciones o ktíseis fue verosímilmente modelo de Catón para los libros II y III y se considera probable que para esos libros manejara, adaptando la cronología griega a la latina, la obra de Éforo y de Teopompo y Timeo de Tauromenio, que habían descrito los orígenes del occidente griego y de las ciudades itálicas y sicilianas 220 y de quienes recogió, a más de datos etnográficos, cosas y hechos curiosos o maravillosos 221 . El conocimiento de la lengua griega, asunto del que hemos tratado a propósito del tratado De agri cultura , debió de permitirle la consulta de otros autores griegos, como Heródoto, Tucídides, Jenofonte y aun Polibio 222 , a quien acaso conociera durante su permanencia en Roma, y de entre los oradores, Demóstenes 223 . A esta información que le procuraban las fuentes griegas y su propia experiencia personal se sumó la que Catón pudo conocer por tradición oral o por sus lecturas de crónicas locales 224 . Pero sobre este punto poco más se puede concretar. Suponemos en todo caso que, como afirma Astin 225 , la contribución catoniana a la materia fue sensiblemente más que una mera exposición de la información que transmitían sus fuentes.

En materia de discursos Catón no alcanzó a comprender lo que en la literatura griega representaban como síntesis de investigación y pensamiento político y como exponentes del carácter del personaje, pero utilizó el recurso creado por los historiadores griegos para enaltecer su propia actuación incluyendo al menos dos discursos, el Pro Rhodiensibus en el libro V y el Contra Galbam en el VII, que aunque por otros valores intrínsecos permiten sopesar los contactos entre esta obra y la historiografía griega, no contribuyeron al desarrollo del método histórico 226 .

En punto a estilo, nuestro autor no se aparta aquí, por lo que dejan entrever sus fragmentos, de la irregularidad y simplicidad y del lenguaje escueto y directo de que participaban sus discursos ni vemos tampoco en sus recursos retóricos divergencias con respecto a aquéllos en el empleo abundante de parataxis, pleonasmo, antítesis, asíndeton, sinonimia, clímax y anticlímax. Ya Nepote 227 advertía que la obra estaba elaborada nulla doctrina , es decir, sin hondura filosófica ni adornos retóricos, como atestiguan también el comentario de Ático 228 a propósito de la aridez de su estilo y la crítica ciceroniana 229 de sus deficiencias en materia de adornos retóricos. En este terreno Catón se movía también con un gran sentido práctico imprimiendo a su estilo un carácter eminentemente funcional, pero, con todo, mucho más desarrollado que en el tratado De agri cultura 230 .

En lo que hace al propósito de la obra, parece evidente que trataba de exaltar la superioridad y el genio romano e itálico en la idea de que sus virtudes tradicionales como pueblo proporcionaban a Roma unos éxitos que habrían resultado inalcanzables mediante el esfuerzo individual —a esta idea se atribuye la supresión de los nombres de jefes militares en los Orígenes 231 — y de que únicamente el empeño colectivo, el genio de la raza, autores de la constitución romana, habían creado la preeminencia y gloria de Roma e Italia. Así reafirmaba Catón al tiempo su identidad cultural frente a lo griego y lo hacía en latín por primera vez —cierto que más por un deseo polémico que por imperativo espiritual 232 — para demostrar que esta lengua era suficientemente flexible para acometer un trabajo histórico. Todo ello conduce a atribuir a la obra un patente propósito moral y patriótico que no excluye necesariamente, según se ha observado 233 , la finalidad práctica de servir de guía a políticos y jefes militares en el conocimiento del pasado.

Si atendemos al método, no encontramos en la obra unidad interior ni exterior ni el producto de esa reflexión histórica que sitúa y enmarca los hechos, busca sus causas y extrae las razones y consecuencias apoyándose al tiempo en una pericia descriptiva ordenada y amena. Del método de los analistas y de los historiadores griegos Catón tomó precisamente aquello que debería haber evitado, imposibilitando así el desarrollo de la historiografía romana posterior en tanto que la obra no avanzó en el método y por ello no tuvo imitadores, no sirvió de base a otra generación de historiadores, incapaces de manejarla por la ausencia de nombres de protagonistas, la necesidad de llenar los vacíos de la narración, el tratamiento desigual del material y el desorden compositivo 234 . Así, se ha llegado a afirmar que parte de la obra surgió en virtud de un proceso de acumulación, producto de la falta de un plan preconcebido 235 . Pero la crítica, a pesar de todo, no deja de alabar la contribución catoniana a la Historia precisamente por haberlo hecho en latín por vez primera y haberle abierto una inmensa perspectiva literaria.

CARTAS

La Antigüedad debió de conocer al menos unas cuantas cartas de Catón 236 , pues por Cicerón, De officiis I 37 sabemos de una dirigida a su hijo Liciniano en la que le advierte que, por haber sido licenciado, debe prestar nuevo juramento antes de volver a entrar en combate 237 , misiva en la que se transparenta el interés del remitente en asuntos militares y jurídicos ya manifestado en otros escritos. Dado que Liciniano hizo sus primeras armas en la batalla de Pidna el año 168, hemos de datar consecuentemente la carta con posterioridad a esa fecha. Acaso sea esa misma la epístola a que alude Plutarco citando un pasaje en el capítulo XX 11 de su biografía. Por su parte Festo cita en dos ocasiones cartas de Catón, y de Diomedes conservamos también una referencia aunque insegura 238 .

LA ENCICLOPEDIA «AD MARCUM FILIUM»

Conservamos unos pocos fragmentos de esta obra, cuyo título da fe de los azares de la transmisión textual, pues las fuentes no se refieren a la obra con la sola denominación de Ad Marcum filium , sino que dejan ver significativas diferencias en este punto; así, en Plinio y Prisciano 239 se la conoce simplemente como Ad filium , Diomedes 240 la llama Ad filium vel de oratore , Nonio 241 , Praecepta ad filium , en tanto que Servio 242 se refiere a ella como Oratio ad filium y el propio Prisciano 243 le da también la denominación de Epistula ad filium . Con todo, hay en la crítica un consenso muy mayoritario en favor del título Libri ad Marcum filium 244 .

La fecha de composición no debe de estar alejada de la edad en que su hijo mayor, nacido en 192, había adquirido el desarrollo necesario para aprovechar las enseñanzas de la obra, pues para él se había escrito, de forma que se puede datar en torno al año 180.

Esta obra constituía una verdadera enciclopedia pedagógica —la primera escrita en latín— cuya finalidad era la de instruir a Liciniano en los conocimientos imprescindibles para un varón romano de acuerdo con el ideal catoniano del vir bonus . Aparecía dividida en varios libros 245 que trataban al menos de tres materias, agricultura, medicina y retórica. No se admite unánimemente la integración de otras obras menores en este trabajo 246 . Su tratamiento tendía a establecer una preceptística dogmática que se expresaba en praecepta , preceptos o axiomas 247 elaborados de manera esquemática, es decir, se abordaba con una finalidad práctica, no desde un punto de vista metodológico teórico, sino entendido como una téchne a la griega 248 , carente de especulaciones teóricas 249 .

Aunque desconocemos su extensión, pues de la escasez de fragmentos no se puede deducir nada al respecto, no obstante sabemos de cierto que al menos incluía una sección de agricultura, otra de medicina y una tercera de retórica. En cuanto a la de agricultura, se daban preceptos sobre el cultivo de la hacienda rústica y otros asuntos relacionados con el tema, alguno de los cuales aparece citado en la Antigüedad por autores que aluden inequívocamente a esta sección y no al tratado denominado De agri cultura que constituía en sí mismo una obra independiente, como ya hemos visto. Pero entre ambos trabajos había sin duda diversos contactos, según se ha hecho ver 250 , en forma de reelaboraciones y préstamos. Esta relación resulta patente en la sección de medicina, pues parte del material que sobre esa técnica contenía el tratado De agri cultura influyó en esta sección 251 . Estaba compuesta de recetas empíricas tradicionales que el autor aplicaba a su propia familia, según informa Plinio, H. N . XXIX 14 s., quien en ese mismo pasaje da cuenta de la especial inquina catoniana contra los médicos griegos, en los que echaba en falta la moralidad exigible e imprescindible en la práctica de ese arte. La materia venía ordenada por capítulos que trataban del dolor, la fiebre, los emplastos y lavatorios y las virtudes de las hortalizas y legumbres, en un tono que, como se ha subrayado 252 , denota un naturalismo simplista que atribuía a los productos naturales toda clase de bondades.

En la última sección, dedicada a la oratoria 253 , el autor ponía en guardia a su hijo contra los rétores griegos, embaucadores que hacían de la palabra un fin en sí mismo al postular su puro valor formal; Catón tropezaba con estos postulados, pues por el contrario consideraba inseparable de la técnica oratoria la honestidad del orador, virtud que también exigía al agricultor.

La enciclopedia se convirtió luego en obra didáctica hasta el punto de servir no sólo a la educación de su hijo mayor, sino a los intereses de cuantos al ver en ella un manual de educación a la romana pudieron prescindir de los servicios de rétores y pedagogos griegos. Indudablemente la obra llegó a ser publicada 254 y conocida de varios autores, entre ellos Plinio y Plutarco, pero finalmente el paso del tiempo y la avalancha helenizante la hicieron sólo apetecible a gramáticos rebuscadores de arcaísmos lingüísticos.

CANTO SOBRE LAS COSTUMBRES

Constituía un conjunto de normas o preceptos morales elaborado con fines didácticos y prácticos de conducta en el que se postulaba el amor al trabajo y la austeridad y se condenaba la poesía y el lujo. Aunque el título, Carmen de moribus , parece aludir a una composición en verso, de las citas de Gelio, que nos ha conservado los únicos testimonios junto con Nonio, cabe deducir que se trataba de una obra en prosa en la que, como se ha observado 255 , el vocablo carmen adquiría entonces el valor de una fórmula genérica. No obstante, ha habido intentos de identificar en los fragmentos diversos metros latinos, como septenarios trocaicos, anapestos y sotadeos, y últimamente se ha desempolvado la vieja teoría de Ritschl en favor de los saturnios 256 . En realidad, la propia crítica catoniana de la poesía como pasatiempo de vagos tiende a invalidar cualquiera de tales intentos y lleva más bien a pensar en el característico carmen itálico construido a base de miembros o cola rítmicos 257 . Aunque ignoramos la época de composición, el tono de los fragmentos se aviene preferentemente con una época tardía de la producción catoniana o en todo caso anterior al tratado De agri cultura 258 . Nada impide suponer que más que una obra escrita con la sola finalidad educativa de su hijo mayor fuera puesta en circulación para general aprovechamiento 259 .

LIBRO SOBRE TEMAS MILITARES

Conservamos catorce fragmentos de este opúsculo escrito en un solo libro, cuyo título parece haber sido De re militari , pues así lo citan Festo, Nonio y Prisciano. Sin embargo, hay un testimonio de Plinio el Viejo 260 en favor de la variante De militari disciplina . Uno y otro títulos nos hablan de un trabajo innovador en la tradición literaria y militar romana, pues debía de tratarse de una especie de manual práctico de formación militar en su aspecto táctico, organizativo y disciplinario sin soslayar la prescriptiva toma de auspicios, según indica el fragmento n o 4 261 . El estado de la investigación no permite ahondar en detalles sobre estructura y composición, pero del fragmento n o 1 se ha deducido que la obra iba encabezada por un proemio 262 . Ignoramos si constituía una sección de su obra Ad Marcum filium 263 , lo que complica inevitablemente su cronología, o un libro independiente 264 . Parece haber sido escrito con vistas a su publicación, pues Polibio tuvo ocasión de manejarlo 265 y Vegecio, aunque indirectamente, no dejó de usarlo en su Epitoma rei militaris en grado aún por determinar, pero al parecer considerable 266 .

APUNTES DE DERECHO CIVIL

En las fuentes antiguas aparece ampliamente acreditada la extraordinaria competencia de nuestro personaje en materia jurídica. Así lo manifiestan entre otros Cicerón en su tratado De oratore 267 y Cornelio Nepote, que en el capítulo 3, 5 de su biografía lo considera peritus iuris consultus; igualmente peritissimus lo juzgan Livio y Quintiliano 268 , afirmaciones que tienen fácil verificación a partir de ciertos fragmentos de sus discursos y especialmente de los contratos incluidos en su tratado de agricultura. A tenor del fragmento transmitido por Festo debió de interesarse mayormente por el derecho augural y pontifical.

Sucede, sin embargo, que por ser su hijo mayor, Marco Porcio Catón Liciniano, un conocidísimo jurisperito, autor de un tratado titulado De iuris disciplina 269 según acredita Gelio 270 , la atribución de los fragmentos que se incluyen en este volumen es insegura, pues las fuentes no distinguen en ocasiones al padre del hijo. Aunque la crítica propende en general a identificar como pertenecientes al hijo de Catón la gran mayoría de las citas que con ese nombre aparecen en el Digesto y las Instituciones de Justiniano, incluida la famosa Regula Catoniana 271 , sin embargo, en el caso del fragmento transmitido por Festo 272 , en el que atribuye la autoría citando únicamente el cognomen Cato , la ambigüedad podría quedar despejada si atendemos a que en el resto de sus citas relativas indudablemente a nuestro personaje alude siempre a él con ese solo nombre 273 . En lo que atañe al fragmento del Digesto XLV 1, 4, 1, la referencia al «libro décimo quinto» de Catón vendría a avalar la teoría 274 de que no se está aludiendo a un voluminoso tratado jurídico, sino al número que ocupaba este pequeño tratado dentro de la obra miscelánea titulada Ad Marcum filium , hipótesis en la que se viene a coincidir con otros comentaristas que no ven en este tratado una obra independiente 275 ; en este caso la cronología de la obra debería fijarse entre los años 180 y 175 en que se data el resto de opúsculos que formaban la enciclopedia titulada Ad Marcum filium; si por el contrario no se adscribe este tratado a la mencionada enciclopedia, resultaría incierta su datación.

APOTEGMAS O DICHOS

Bajo los títulos de Dichos, Máximas, Sentencias o Apotegmas se conserva una colección de máximas sentenciosas atribuidas al menos en parte al propio Catón, ilustradora de las facetas más conocidas del carácter catoniano. Aparecen citadas por diversos autores, entre ellos Cicerón, Plinio y Gelio, pero sobre todo por Plutarco, especialmente en los capítulos VIII y IX de su biografía. El problema estriba en saber cuántos de los Dicta fueron recogidos por el propio Catón y cuántos se añadieron posteriormente a esa colección procedentes de diversos orígenes. En efecto, la afirmación de Cicerón 276 de que Catón recogió en su vejez no pocos de entre los que él mismo había pronunciado y de que en esa colección dio entrada a otros de distinta autoría 277 lleva a pensar que existía ya antes de la época del de Arpino y de Nepote una colección formada sobre un núcleo original que había ido engrosándose a partir de varias fuentes y que el propio Plutarco llegó a manejar, indirectamente 278 . Aunque no disponemos de datos que certifiquen la afirmación ciceroniana de que Catón compiló un núcleo original en su vejez, cabe suponer que emprendiera el trabajo cuando ya su renombre era legendario y su producción literaria había alcanzado un volumen y variedad considerables. Desde luego, nada impide deducir la existencia de un núcleo original y que fuera el propio Catón quien emprendiera el trabajo de selección 279 , dada su inmodestia, entresacando sentencias de sus escritos, en especial de sus discursos. No obstante, resulta evidente que hubo otros compiladores y que además echaron mano de dicta atribuidos póstumamente a Catón o sencillamente apócrifos, algunos de ellos de origen griego; no faltan tampoco máximas que no se acomodan con la personalidad de nuestro autor y que por tanto revelan la existencia de otras colecciones de frases sentenciosas y célebres que llegaron a contaminar la tradición de las atribuidas a Catón.

Se considera, en consecuencia, que debió de existir una colección griega de dichos catonianos —no necesariamente en griego 280 , pero griego era su título, Apophthegmata — derivada mayoritariamente de aportaciones de Polibio, que debió de ser manejada por Plutarco en la creencia de que era obra del propio Catón 281 , dado que asegura que este autor añadió a las suyas otras máximas traducidas literalmente del griego 282 .

LENGUA Y ESTILO 283

El manejo de los recursos lingüísticos quedaba en Catón amoldado al tono y tema de sus escritos. Es cierto que sus recursos no eran ilimitados, pues la prosa literaria latina, aún en sus primeros vagidos, tropezaba con dificultades a las que hasta el momento nadie se había enfrentado, y asimismo que abusaba de efectos que estimaba ajustados y rentables, y esa misma rentabilidad lo movía a aplicar frecuentemente las mismas soluciones a los mismos problemas. Pero los resultados que consigue con el material de que dispone son sorprendentes: maestro en el terreno de la innovación lingüística, aunque no se apartó nunca totalmente del sermo quotidianus o registro coloquial, que lo inclinaba de forma natural a la construcción paratáctica, creó, en su empeño en la innovación léxica, vocablos imprescindibles para su prosa, especialmente técnicos, adaptó otros tomándolos del griego, dio a algunos un sentido nuevo, traslaticio, modeló no pocos de gran volumen, sonoros, expresivos aunque ciertamente poco eufónicos, manejó con mano maestra los tria genera dicendi , es decir, los tres registros lingüísticos, sobre todo los llamados humilde y sublime, de acuerdo con los genera causarum 284 y, si bien con reservas, cultivó el elemento poético dentro del registro de lo suave, que no le era especialmente connatural, empleando medios muy expresivos capaces de imprimir a su prosa una plasticidad nunca vista en las descripciones.

Pero su terreno, como decíamos, era más bien el del nivel que llamamos sublime o patético, en que se desenvuelven sus Orígenes y Discursos , y el de tono más bajo o humilde que vemos empleado en su Tratado de agricultura . De forma que, sobre una base lingüística común, que es la lengua hablada, va incorporando los elementos diferenciadores de uno u otro nivel, cuyas fronteras aparecerán así perfectamente definidas: en ambos encontraremos las características del discurso coloquial, en cuanto que gusta de los diminutivos y la expresión plástica, el orden de palabras es más libre, la subordinación más escasa en beneficio de la parataxis y por ello la construcción se torna más lenta y redundante, y los períodos, desestructurados. No es este el caso de los Discursos , en los que la estructura de los períodos revela una elaboración cuidadosa e incluso puede hablarse propiamente de ritmo en sus cláusulas métricas, luego visibles en Cicerón, que producen un efecto conclusivo del discurso 285 . Son también identificares las divisiones estructurales (partitiones oratoriae) de sus piezas oratorias, donde se ha descubierto el empleo de proemium, narratio, partitio, argumentatio y conclusio , que valdrán igualmente de precedente a la arquitectura del discurso ciceroniano.

Sobre esa plataforma lingüística común a la que aludíamos, tanto los Orígenes como los Discursos levantan construcciones en paralelo y de estructura binaria, encadenan frases de distinta longitud por el procedimiento de posponer un miembro breve a uno largo, abundan en antítesis, establecen gradaciones ascendentes y descendentes de tono, participan de la sentenciosidad que caracteriza a nuestro autor y señalan el énfasis situando el verbo en posición inicial. Los recursos estilísticos son aquí numerosos.

Por el contrario cuando la materia se desarrolla en un registro más bajo, el humilde, como es el caso del Tratado de agricultura , se prescinde de todo adorno estilístico que carezca de una finalidad práctica, se escoge el léxico corriente pero acompañándolo cuidadosamente del vocabulario técnico de la botánica, el derecho, la medicina, los rezos y la práctica agrícola sin abandonar la estructura paratáctica, que produce una general sensación de monotonía y de desnudez en la armazón sintáctica.

Estilísticamente, el empleo de figuras en la obra catoniana se atiene a la antedicha división entre los dos registros lingüísticos: más abundante y diversa en Discursos y Orígenes , pero puramente funcional en el Tratado de agricultura . Así, en aquellas obras es frecuente el empleo del asíndeton, la aliteración, el neologismo —cierto que no siempre imprescindible— creado a partir de la analogía y de la contaminación, la paronomasia, el homeoteleuto, la sinonimia y la brevitas además de la estructuración del período en tres cola , y en general una variedad muy notable en el uso de medios tendentes a imprimir al discurso plasticidad expresiva.

PERVIVENCIA

La naturaleza del personaje revistió desde el primer momento su obra de un respeto fervoroso en el que sin duda se mezclaban el afecto a la persona del autor y el carácter pionero en su género y en la lengua latina del tratado De agri cultura , así es que sus primeros seguidores fueron sus coetáneos Casio Hemina y Celio Antípatro, y se discute si influyó en los proemios del comediógrafo Terendo 286 . En seguida sirvió también de modelo e inspiración a los Sasernas, padre e hijo, tratadistas del tema, y a Turranio Nigro 287 . También Varrón, que escribe medio siglo más tarde, lo cita frecuentemente en su De re rustica , e igualmente el hispano Columela lo tiene muy presente en su tratado en doce libros. Otro tanto hace Plinio el Viejo en su Historia natural , donde inserta numerosos pasajes, y el tratadista de agricultura Gargilio Marcial, muerto en 260 d. C., se sirve de la obra catoniana en sus Curae boum . En cuanto al último agrónomo latino, Paladio, que escribió su obra en torno al 470 d. C., parece ignorar ya completamente la obra del Censor. Habrá que esperar hasta la Edad Media para encontrar nuevos seguidores: así, Petrus Crescendus de Bolonia conoció y usó el tratado catoniano en la elaboración de su obra Ruralia commoda y, alrededor del 1400, otro escritor de agricultura, Corneolus Corneus de Perusa, se inspiró en él 288 .

En lo que se refiere a su obra oratoria, el conocimiento que de ella tuvo la posteridad es muy diverso 289 : así, Livio, aunque no acredita conocimiento del discurso De Macedonia liberanda , sí conoció el Pro Rhodiensibus y da cuenta de que Catón incluyó el discurso Contra Galbam en el libro VII de sus Origines 290 . Verrio Flaco, gramático y profesor de la época augústea, estudió la producción catoniana en dos obras hoy perd idas, el tratado De obscuris Catonis y el De significatu verborum , que luego serviría a Festo, en su De significatione verborum , como fuente para el conocimiento de la producción catoniana. Por su parte, Quintiliano no disponía, al parecer, mas que de dos repertorios escolásticos de la obra oratoria de nuestro autor, o de información sobre sus discursos sea por tradición oral sea escrita, y tras emparejar sus piezas oratorias con las de los Gracos 291 atribuye a la elocuencia la función de defender a los oprimidos 292 y comenta en términos elogiosos la famosa frase oracular vir bonus dicendi peritus , que introducía en el arte oratoria el concepto de moralidad 293 . En cuanto a Plutarco, su nivel de conocimiento, aun dependiendo de una fuente intermedia, es muy apreciable, sobre todo en lo que atañe al extracto de los Dichos o Apotegmas , y es el autor que enjuicia más profundamente la oratoria de Catón 294 , cuyo modelo detecta en Demóstenes 295 . En el siglo II d. C., con el surgir de tendencias arcaizantes, se revitaliza la oratoria de nuestro personaje por obra de autores como Frontón, buen conocedor de sus discursos 296 , y Gelio, que tiene a la vista el texto del Pro Rhodiensibus , nos da la fecha exacta del De sumptu suo y comenta el hallazgo de viejas copias de los discursos contra Termo 297 ; cien años después, Minucio Félix se servirá de un discurso de Frontón contra los cristianos, quizá basado en el discurso catoniano sobre las bacanales. Pero finalmente gramáticos como Carisio (siglo III ), que cita treinta y cinco pasajes de discursos, Servio (siglo IV ), comentarista de vocablos de alguno de ellos, y Prisciano (siglo VI ) ya no conocieron directamente a Catón 298 .

La obra histórica Origines nunca llegó a ser modelo de posteriores ensayos históricos pese al empeño que Catón puso en su elaboración; en efecto, no llegó a mostrarse como un historiador, y así lo entendieron los antologistas de la Antigüedad, que de la obra no nos transmitieron sino discursos o alusiones a ellos, junto con alguna noticia dispersa, como la hazaña del tribuno Cedicio (fr. IV 7), y colecciones de noticias raras y curiosas (admiranda) con las que nuestro autor creía entretener a sus lectores. Así, su influencia fue escasa, pero, con todo, en las alabanzas a Italia presentes en las Geórgicas y en la segunda parte de la Eneida virgilianas pervive el espíritu de la obra catoniana, así como en Livio 299 , interesado en su figura y obra, en Floro 300 y en las enumeraciones de ciudades italianas que Silio Itálico cataloga exhaustivamente a propósito de las guerras anibálicas.

En cuanto a su enciclopedia Ad Marcum filium y a su Epitoma rei militaris , ya hemos aludido en páginas anteriores 301 a que los valores que entrañaban los erigieron pronto en modelos y en fuente de consulta e inspiración.

La fama de las frases sentenciosas recogidas en la colección de Dichos o Apotegmas produjo con el tiempo una colección apócrifa en verso titulada Disticha Catonis 302 , quizá creada a partir de un pequeño núcleo original por un gnomógrafo quinientos años posterior. De la extraordinaria fortuna de esta obra, cuya popularidad fue aumentando desde el siglo VII para asentarse en las escuelas como lectura y tema de comentario durante la Edad Media y en épocas sucesivas 303 , dan fe las numerosísimas imitaciones, comentarios y ediciones que de ella se hicieron e incluso una traducción al griego a cargo de Máximo Planudes 304 . En lo que se refiere a España, baste decir que en nuestras bibliotecas se conservan no menos de quince manuscritos de la obra y más del doble de ediciones, traducciones y comentarios sólo hasta el siglo XVIII 305 .

Con todo, aún fue más importante la influencia ejercida por la personalidad de Catón: en el aspecto moral, como paradigma de austeridad, severidad —rigidus Cato se le llamaba en la Edad Media—, patriotismo y antiguas virtudes romanas, pero también en el enfoque práctico de su producción literaria, que situó las obras técnicas y de carácter utilitario en el origen mismo de la prosa latina.

HISTORIA DEL TEXTO

De los escritos de Catón sólo nos ha llegado por transmisión directa el tratado De agri cultura . Su tradición manuscrita comienza con un códice de difícil datación, hoy perdido, el Marcianus , que Poliziano fue el primero en utilizar en 1482 para colacionar el Parisinus 6842 A (siglos XII-XIII ) anotando las variantes de aquél en la edición príncipe de G. Merula aparecida en Venecia en 1471 o 1472, de modo que esa colación viene a ser el más importante testimonio del manuscrito. En 1530 volvió a colacionarlo Vettori (Victorius) para emplearlo en su edición lugdunense de 1541. Éste fue el último humanista que lo vio. Su colación no siempre concuerda con la de Poliziano y resulta difícil saber cuál es más fiel. Probablemente ese códice no era muy antiguo, pues no estaba copiado en escritura continua ni uncial, sino en minúscula, y podría datarse a finales del siglo X o muy a principios del XI . Se conservaba en la Biblioteca de San Marcos de Florencia y luego desapareció, pero llegó a ser padre o hermano gemelo de un apógrafo a partir del cual se transcribieron el Parisinus 6842 A, de en torno al 1200, y el Laurentianus 30, 10, de finales del siglo XIV o del primer cuarto del XV 306 .

En España se conservan dos manuscritos de esta obra 307 : uno, cartáceo del siglo XV , en la Biblioteca Central de Barcelona, siglado Ms. 626, que recoge también la obra agronómica de Columela y de Varrón; el otro, igualmente en papel, de la misma datación y en idéntica compañía, en la Biblioteca Escorialense, siglado R. I. 7.

NOTA TEXTUAL

Para el Tratado de agricultura hemos recurrido a la segunda edición teubneriana de A. Mazzarino, M. Porci Catonis De agri cultura ad fidem Florentini codicis deperditi , editado en Leipzig en el año 1982. Para Orígenes , a la reciente edición de M. Chassignet, Catón. Les Origines, fragments , impresa el año 2002 en las prensas parisienses de la colección «Les Belles Lettres». En cuanto a los discursos, nos hemos servido de la 4 a edición paraviana, ya clásica, de Enrica Malcovati, Oratorum Romanorum fragmenta liberae Rei Rublicae , publicada en Turín en dos volúmenes, el primero de los cuales, aparecido en 1976, incluye los textos (págs. 12-97 del vol. I), y el segundo, editado tres años más tarde, contiene los índices elaborados por H. Gugel, H. Vretska y K. Vretska. En fin, para el resto de las obras hemos empleado la edición de P. Cugusi y M. T. Sblendorio. Opere di Marco Porcio Catone Censore , en dos volúmenes, aparecida en la Unione Tipografico-Editrice Torinese en el año 2001 (págs. 405-497 del vol. I).

La presente es la primera versión al español de la obra completa de Catón.

Tratado de agricultura. Fragmentos.

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