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Las derechas y su ideología

Jean-Yves Camus

Si hacemos remontar la emergencia de los populismos de extrema derecha al comienzo de los años 1980, veremos que han pasado más de treinta años sin que aparezca en la abundante literatura científica una definición a la vez precisa y operativa de esta categoría política. Es necesario, entonces, tratar de ver más claramente a qué se llama comúnmente “extrema derecha” o “populismo” (1).

En Europa, desde 1945, la expresión “extrema derecha” designa fenómenos muy diferentes: populismos xenófobos y “antisemitismo”, partidos políticos nacionalistas-populistas, a veces fundamentalmente religiosos. La consistencia del concepto está sujeta a caución en la medida en que, desde un punto de vista más militante que objetivo, los movimientos rotulados con esta etiqueta son interpretados como una continuación, a veces adaptada a las necesidades de la época, de las ideologías nacionalsocialista, fascista y nacionalista-autoritaria en sus diversas declinaciones. Y esto no refleja la realidad.

Es verdad que el nacionalismo alemán –y el Partido Nacional Demócrata en cierta medida– y el neofascismo italiano (reducido a CasaPound Italia, Fiamma Tricolore y Forza Nuova, o sea el 0,53% de los votos en total) se inscriben en la continuidad ideológica de sus modelos, lo mismo que los avatares tardíos de los movimientos de los años 1930 en Europa Central y Oriental: Liga de Familias Polacas, Partido Nacional Eslovaco, Partido de la Gran Rumania. Sin embargo, en el plano electoral, únicamente el difunto Movimiento Social Italiano, cuya historia se interrumpió en 1995 con el giro conservador impulsado por su dirigente Gianfranco Fini, logró salir, entre los integrantes de esta familia política, de la marginalidad en Europa Occidental (2); y en el Este, hoy marca el paso. Aun si los sucesos de Alba Dorada en Grecia y de Jobbik en Hungría (3) prueban que no está definitivamente enterrada, actualmente [2014] esta corriente es muy minoritaria.

En una época en la que no se estiman demasiado las grandes ideologías que predican el advenimiento de un hombre y de un mundo nuevos, los valores de esta extrema derecha tradicional se muestran inadaptados. El culto al jefe y al partido único no convienen del todo a las expectativas de sociedades nacientes, individualistas, en las que la opinión se forja a través de los debates televisados y la frecuentación de las redes sociales.

Sin embargo, el legado ideológico de esta extrema derecha “a la antigua” sigue siendo fundamental. Es, en primer lugar, una concepción etnicista del pueblo y de la identidad nacional, de la cual se desprende el doble encono por el enemigo exterior –el individuo o el Estado extranjeros– y por el enemigo interno: las minorías étnicas o religiosas y el conjunto de los adversarios políticos. Es también un modelo de sociedad organicista, a menudo corporativista, fundado sobre un antiliberalismo económico y político que niega el primado de las libertades individuales y la existencia de los antagonismos sociales, excepto el que opone al “pueblo” y las “elites”.

Los años 1980-1990 conocieron el éxito electoral de otra familia, que los medios y numerosos analistas siguieron llamando “extrema derecha”, incluso cuando algunos sentían ahora que la comparación con los fascismos de la década de 1930 ya no era pertinente, lo que impedía a la izquierda elaborar una respuesta a sus adversarios que no fuera mágica. ¿Cómo nombrar a los populismos xenófobos escandinavos, al Frente Nacional (FN) en Francia, al Vlaams en Flandes, al Partido de la Libertad en Austria (FPÖ)? Comenzaba la gran batalla terminológica que aún no ha terminado. “Nacional populismo” –utilizado por Pierre-André Taguieff (4)–, “derechas radicales”, “extrema derecha”: la exposición de las controversias semánticas que enfrentan a los políticos necesitaría un libro entero. Sugerimos, pues, simplemente, que los partidos mencionados han mutado de la extrema derecha hacia la categoría de las derechas populistas y radicales.

La diferencia consiste en que, formalmente y con mucha frecuencia, estos partidos aceptan la democracia parlamentaria y el ascenso al poder por la única vía del voto en las urnas. Si bien su proyecto institucional continúa siendo confuso, está claro que valoriza la democracia directa por medio del referéndum de iniciativa popular, en detrimento de la democracia representativa. El eslogan del “escobazo” destinado a eliminar del poder a las elites consideradas corruptas y apartadas del pueblo es común entre ellos. Apunta a la vez a la socialdemocracia, los liberales y la derecha conservadora.

El pueblo es para ellos una entidad transhistórica que engloba a los muertos, los vivos y las generaciones venideras, ligados por un fondo cultural invariable y homogéneo. Lo que induce la distinción entre los nacionales “de raigambre” y los inmigrantes, en particular extraeuropeos, cuyos derechos de residencia habría que limitar, así como los derechos económicos y sociales. Si la extrema derecha tradicional sigue siendo a la vez antisemita y racista, las derechas radicales privilegian una nueva figura del enemigo, a la vez interior y exterior: el islam, al cual están asociados todos los individuos originarios de países culturalmente musulmanes.

Las derechas radicales defienden la economía de mercado en la medida en que ésta permite al individuo ejercer su espíritu de empresa, pero el capitalismo que promueven es exclusivamente nacional, de allí su hostilidad a la globalización. En suma, son partidos nacional-liberales, que admiten la intervención del Estado no solamente en los campos que son de su propia competencia, sino también para proteger a los marginados de la economía globalizada y financiarizada, como lo prueba el discurso de Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional (FN) (5).

¿Después de todo, en qué se distinguen las derechas radicales de las derechas extremas? Sobre todo, por su menor grado de antagonismo con la democracia. El politólogo Uwe Backes (6) muestra que la norma jurídica en vigencia en Alemania admite como legítima y legal la crítica radical del orden económico y social existente, mientras que define como un peligro para el Estado el extremismo, que es un rechazo en bloque de los valores contenidos en la Ley Fundamental. Sobre la base de esta clasificación, parece pertinente nombrar “derechas extremas” a los movimientos que rehúsan totalmente la democracia parlamentaria y la ideología de los derechos del hombre, y “derechas radicales” a los que se acomodan a ellos.

Las dos familias ocupan además un lugar diferente en el sistema político. No solamente la extrema derecha se encuentra en la situación de lo que el investigador italiano Piero Ignazi llama el “tercero excluido” (7), sino que se vanagloria de esta posición y obtiene beneficios. Las derechas radicales, en cambio, aceptan participar en el poder, sea como socios de una coalición gubernamental –la Liga del Norte en Italia, la Unión Democrática del Centro (UDC) en Suiza, el Partido del Progreso en Noruega–, sea como fuerzas de apoyo parlamentario de una Cámara en la cual ellas no tengan escaño: el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders en Holanda, el Partido Popular danés. ¿Su permanencia está asegurada? Este tipo de partidos vive constantemente en el borde entre una marginalidad que, si dura, lleva a un “techo de vidrio” electoral, y una normalización que, si resulta demasiado evidente, puede conducir a la declinación.

El ejemplo griego es un caso de manual. Después de casi treinta años de existencia grupuscular, el movimiento neonazi Alba Dorada logró el 7% aproximadamente de los votos durante los dos escrutinios legislativos de 2012 (8). ¿Hay que deducir que su racismo esotérico-nazi ganó súbitamente 426.000 electores? De ninguna manera. Estos últimos han preferido la extrema derecha tradicional, encarnada por la Alarma Popular Ortodoxa (LAOS), que entró en el Parlamento en 2007. Pero entre los dos escrutinios legislativos de 2012, se produjo un acontecimiento clave: la participación de LAOS en el gobierno de la Unión Nacional dirigido por Lucas Papademos, cuya hoja de ruta consistía en hacer aprobar por el Parlamento un nuevo plan de “salvataje” financiero, acordado por la “troika” (9) al precio de medidas de austeridad drásticas. Convertida en una derecha radical (10), LAOS perdió su atractivo a favor de un Alba Dorada que rechazaba toda concesión.

Inversamente, en la mayoría de los países europeos, las derechas radicales o bien suplantaron totalmente a sus rivales extremistas (Suecia, Noruega, Suiza y Holanda), o bien, como los Verdaderos Finlandeses, lograron surgir en países donde aquellas habían fracasado.

Cambio de paradigma de las derechas

Último caso representativo que se vuelve frecuente: aquel en el que la derecha radical sufre la competencia electoral de formaciones “soberanistas”. La voluntad de salir de la Unión Europea constituye el corazón del programa de estos partidos, pero explotan también la temática de la identidad, de la inmigración y de la decadencia cultural, sin por ello cargar con el estigma de un origen extremista y eludiendo la dimensión racista. Se puede mencionar la Alternativa para Alemania, el Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), la lista Stronach en Austria y De Pie la República, dirigida por Nicolas Dupont-Aignan, en Francia.

No carece de consecuencias el empleo sin ton ni son del término “populismo”, en particular para desacreditar toda crítica al consenso ideológico liberal, todo cuestionamiento a la bipolarización del debate político europeo entre conservadores-liberales y socialdemócratas, toda expresión en las urnas del sentimiento popular de desconfianza hacia el disfuncionamiento de la democracia representativa. Paul Taggart, por ejemplo, a pesar de las cualidades y la relativa precisión de su definición de los populismos de derecha, no puede impedir establecer una simetría entre estos últimos y la izquierda anticapitalista. Así soslaya la diferencia fundamental que constituye el etnicismo explícito o latente de las derechas extremas y radicales (11). En él, como en muchos otros, el populismo de la derecha radical no se define por su singularidad ideológica, sino por su posición de disenso dentro de un sistema político donde sólo sería legítima la opción de formaciones liberales o de centroizquierda.

Del mismo modo, la tesis defendida por Giovanni Sartori según la cual el juego político se ordenaría en torno de la distinción entre partidos del consenso y partidos protestatarios, siendo los primeros los que tienen la capacidad de ejercer el poder y que son aceptables como socios de coalición, plantea el problema de una democracia de cooptación, de un sistema cerrado. Si la fuente de toda legitimidad es el pueblo y una parte consecuente de éste (entre el 15 % y el 25% en muchos países) vota por una derecha radical “populista” y “antisistema”, ¿en nombre de qué principio hay que protegerla de ella misma manteniendo un ostracismo que mantiene a estas formaciones apartadas del poder –sin, por otra parte, conseguir reducir su influencia–? Este problema de filosofía política es tanto más importante considerando que concierne también a la actitud de los formadores de opinión respecto de las izquierdas alternativas y radicales, deslegitimadas porque quieren transformar –y no acomodar– la sociedad. Lo que les vale a menudo –según la vieja y falsa idea de que “los extremos se unen”– ser designadas como el doble invertido de las radicalidades de derecha. El politólogo Meindert Fennema construye así una vasta teoría de los “partidos protestatarios”, definidos como aquellos que se oponen al conjunto del sistema político, culpando a aquél por todos los males de la sociedad, y que no ofrecen, según él, ninguna “respuesta precisa” a los problemas que suscitan. Pero ¿qué es una “respuesta precisa” a los problemas que la socialdemocracia y la derecha liberal-conservadora no han logrado resolver?

¿El problema de Europa es además el ascenso de las derechas extremas y radicales o el cambio de paradigma ideológico de las derechas? Uno de los principales fenómenos de la segunda década del siglo XXI es que la derecha clásica tiene cada vez menos reticencias en aceptar como socios de gobierno a formaciones radicales tales como la Liga del Norte en Italia, la UDC suiza, el FPÖ en Austria, la Liga de las Familias Polacas, el Partido de la Gran Rumania, el Partido Nacional Eslovaco y ahora el Partido del Progreso noruego.

Sólo se trata de táctica y de aritmética electorales. La porosidad creciente entre los electorados del FN y de la Unión por un Movimiento Popular lo demuestra, al punto que el modelo de las tres derechas –contrarrevolucionaria, liberal y plebiscitaria (con su mito del hombre providencial)– elaborado antes por René Rémond, aun si se le agrega una cuarta encarnada por el Frente Nacional (12), no da cuenta del todo de la realidad francesa. Sin duda, vamos hacia una competencia entre dos derechas. Una, nacional-republicana, operaría una síntesis soberanista y moralmente conservadora de la tradición plebiscitaria y de la derecha radical frentista; sería el retorno de la familia “nacional”. La otra sería federalista, proeuropea, librecambista y liberal en el plano social. Con, por supuesto, variantes locales, la lucha de poder dentro de la gran nebulosa de las derechas se juega por todas partes en Europa alrededor de los mismos clivajes: Estado-nación contra gobierno europeo; “una tierra, un pueblo” contra una sociedad multicultural; “sumisión total de la vida a la lógica del beneficio” o primacía de la comunidad. Antes de pensar la manera de combatir las derechas radicales en las urnas, la izquierda europea deberá admitir las mutaciones de su adversario. Estamos lejos de ello.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

1 Serge Halimi, “Le populisme, voilà l’ennemi”, Le Monde diplomatique, París, abril de 1996, y Alexandre Dorna, “¿Hay que tenerle miedo al populismo?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2003.

2 Su partido Futuro y Libertad para Italia obtuvo 0,47% de los votos en las elecciones de febrero de 2013.

3 G. M. Tamás, “Una nueva derecha en Hungría”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2012.

4 Pierre-André Taguieff, L’Illusion populiste, Berg International, 2002.

5 Eric Dupin, “Las piruetas de Le Pen”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2012.

6 Uwe Backes, Political Extremes. A Conceptual History from Antiquity to the Present, Routledge, Abingdon (Gran Bretaña), 2010.

7 Piero Ignazi, Il Polo Escluso. Profilo del Movimento Sociale Italiano, Il Mulino, Bolonia, 1989.

8 Después de las elecciones legislativas de mayo de 2012, ninguna mayoría se desprendió para formar un nuevo gobierno; un nuevo escrutinio se realizó un mes más tarde.

9 La “troika” está integrada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea.

10 Georgios Karatzaferis, que lo dirige, pertenecía antes a la Nueva Democracia del primer ministro Antonis Samaras.

11 Paul Taggart, The New Populism and the New Politics. New Protest Parties in Sweden in a Comparative Perspective, Palgrave Macmillan, Londres, 1996.

12 René Rémond, La droite en France de 1815 à nos jours. Continuité et diversité d’une tradition politique, Aubier, París, 1954. Agregado tenido en cuenta por Rémond en Les Droites aujourd’hui, Audibert, París, 2005.

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