Читать книгу Deseo ilícito - Chantelle Shaw - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеQUÉ HOMBRE más insolente! Isla había tratado de contener la ira a lo largo de la interminable cena. No había podido dejar de pensar en el comentario de Andreas. Por suerte, él se había sentado al otro lado de la mesa, pero no había dejado de sentir su mirada azul observándola continuamente. Aquella mirada se había añadido a la tensión que sentía por una situación que ya le resultaba bastante incómoda.
También había sido consciente de las miradas venenosas que le dedicaba la hija de Stelios. Al final de la cena, Stelios se puso de pie y les pidió a todos los invitados que levantaran sus copas para brindar por su prometida. Aquello era llevar la ficción demasiado lejos y las dudas de Isla sobre lo que ella estaba haciendo en Louloudi se habían intensificado.
Suspiró suavemente y abrió las puertas acristaladas para salir a la terraza. Ya había oscurecido y la imponente vista de los jardines, que llegaban hasta el mar, quedaba oculta. Aunque el verano estaba ya llegando a su fin, la noche era cálida y el aire estaba perfumado con el aroma del romero y la lavanda que crecían en grandes macetas de terracota.
Se llevó la mano al collar de rubíes y diamantes que llevaba alrededor de la garganta y, una vez más, comprobó que estaba bien abrochado.
–Me asusta pensar que puedo perderlo –le había comentado a Stelios mientras posaban para los fotógrafos en la sala de juntas de Karelis Corp en Atenas–. El collar debe de valer una fortuna. Me habría sentido mejor llevando algo menos ostentoso.
Stelios había calmado su preocupación y le había tomado la mano para llevársela a los labios y besar el enorme anillo de diamantes que le había puesto en el dedo aquel día, justo antes de que se enfrentaran a las cámaras.
–Estoy seguro de que no tengo que recordarte la importancia de conseguir que nuestro compromiso resulte convincente delante de la prensa. En estos momentos de turbulencias financieras, es vital que la competencia de Karelis Corp crea que soy un líder fuerte. Igual de importante es que quiero ocultar mi enfermedad a mi familia hasta después de que mi hija cumpla veintiún años.
–Sé que estás tratando de proteger a Nefeli, pero creo que deberías decirle la verdad a Andreas y a ella. A tus hijos no les agradará nuestro compromiso. No les caigo bien.
La hija de Stelios apenas había podido ocultar su hostilidad hacia Isla cuando ella visitó a su padre en la casa de Kensington. Y Andreas solo sentía desdén hacia ella. Isla estaba totalmente segura de eso, aunque solo le había visto en unas cuantas ocasiones. En apariencia se mostraba cortés hacia ella, encantador de hecho, pero a Isla no le engañaba. Su aire relajado y su sonrisa no encajaba con la cínica expresión de sus ojos.
No sabía por qué Andreas había mostrado desaprobación hacia ella cuando su padre la contrató como ama de llaves ni por qué la había besado la última vez que había dio a Londres. El beso había sido inesperado y esa era la única razón por la que ella había respondido. O, al menos, eso se aseguraba.
–Te equivocas. Estoy seguro de que mis hijos piensan que eres encantadora –le había dicho Stelios para tranquilizarla–. Necesito que seas tú el foco de atención. A todo el mundo le fascinará mi hermosa prometida y así no se darán cuenta de que he perdido peso. Les hablaré de mi enfermedad cuando sea el momento adecuado. Quiero que Nefeli disfrute de su fiesta de cumpleaños sin saber que yo no estaré presente en el futuro para celebrar cumpleaños con ella.
Isla no podía discutirle el deseo de proteger a su hija. Ella misma comprendía muy bien lo que se sentía ante tal pérdida. Le había llevado mucho tiempo superar la muerte de su madre en un horrible accidente. Desgraciadamente, Stelios había llegado a Inglaterra para buscar a Marion seis meses demasiado tarde. Los sonidos de la fiesta llegaban hasta la terraza, por lo que Isla se alegró de estar en el exterior, alejada de la atención de todos los presentes durante unos minutos. El collar de rubíes le pesaba en el cuello y deseó no haberle permitido a Stelios que la convenciera para ponérselo. Él había insistido en que era el complemento perfecto para los pendientes y el vestido rojo que había sugerido que se pusiera para la cena. El vestido se ceñía a su cuerpo más de lo que a ella le habría gustado y el escote mostraba demasiado para sentirse cómoda. Ella no solía llevar prendas tan llamativas. El objetivo de aquel atuendo tan sensual era, al igual del anuncio del compromiso, alejar la atención de la mala salud de Stelios.
Al escuchar pasos a sus espaldas, sintió que el vello se le ponía de punta. Un sexto sentido le advertía de un inminente peligro. Se quedó inmóvil al escuchar una voz burlona.
–¡Vaya, la futura novia! Eres una chica muy lista, Isla.
El corazón le dio un vuelco, como le ocurría siempre que el hijo de Stelios estaba cerca de ella. Necesitó una gran fuerza de voluntad para darse la vuelta hacia él cuando su sentido común le pedía que saliera huyendo.
–¿Qué quieres decir, Andreas? –le preguntó ella con una sorprendente tranquilidad.
El simple acto de pronunciar su nombre despertó en ella un salvaje calor. Rezó para que él pensara que el rubor que habría en sus mejillas fuera por la cálida temperatura de Grecia. No le gustaba que Andreas Karelis le hiciera sentirse como una torpe adolescente, pero sospechaba que él ejercía el mismo efecto en la mayoría de las mujeres.
La palabra «guapo» se quedaba corta para describir su apostura. Esculpidos rasgos, afilados pómulos, mandíbula cuadrada y una boca muy sensual que parecía haber sido formada tan solo con el propósito de besar. Su cabello era castaño oscuro, de la misma tonalidad del café griego que ella le había servido cuando visitó la casa de su padre en Kensington.
No era su imponente altura ni sus atractivos rasgos, dominados por unos brillantes ojos azules, lo que lo hacían destacar de otros hombres. Andreas poseía una abrasadora sensualidad que Isla era incapaz de ignorar por mucho que lo deseara.
Aunque se había retirado ya del mundo del motociclismo, aún se le consideraba una leyenda del deporte. Su reputación como playboy se veía reforzada por una vida amorosa perfectamente reflejada en las portadas de periódicos y revistas. A Isla no le importaban los escandalosos titulares, pero sabía que a su padre lo disgustaban mucho, por lo que había decidido proteger a Stelios de todo el estrés y la preocupación que pudiera durante el tiempo que a él le quedaba de vida.
Era inexplicable el modo en el que el pulso se le aceleraba y los pechos se le erguían cada vez que estaba cerca de Andreas, pero lo peor era que él sabía el efecto que ejercía sobre ella. Él sonrió y el modo en el que lo hizo le recordó a un lobo que acababa de acorralar a su presa. Durante un instante, Isla pensó en salir huyendo de allí tan rápido como se lo permitieran sus altísimos tacones, pero antes de que pudiera moverse, Andreas la acorraló contra la balaustrada de piedra.
A la luz de la luna, parecía más corpulento y amenazador. Decidió que no había nada que pudiera hacer más que enfrentarse a él. Se obligó a levantar la cabeza y a mirarlo a los ojos.
–Me da la sensación de que, cuando dijiste que yo era muy lista, no se trataba de un cumplido.
Andreas entornó la mirada, pero no antes de que Isla pudiera notar un gesto de sorpresa ante el tono desafiante de su afirmación.
–Hay palabras para describir a las mujeres como tú, pero ninguna de ellas es un cumplido.
Isla parpadeó, sorprendida por la ferocidad de las palabras de Andreas. El gesto de desprecio de su rostro le provocó una presión en el pecho. Entonces, cuando él levantó la mano para deslizar el índice sobre los rubíes del collar, sintió que los latidos del corazón se le aceleraban.
–Muy bonito –dijo con el mismo tono duro que parecía surgir desde muy dentro de él. Después, realizó el mismo gesto con los pendientes que le colgaban de las orejas–. ¿Fueron estas joyas, junto con el anillo que llevas en el dedo, el precio por acceder a casarte con mi padre?
–Yo no tengo precio.
Andreas lanzó una carcajada de incredulidad.
–Dime una cosa, Isla. ¿Por qué se iba a comprometer una mujer joven y hermosa como tú con un multimillonario de mucha más edad que ella si no fuera por una compensación económica?
–¿Acaso crees que soy una cazafortunas?
–Muy bien. Ya te he dicho que eres muy lista.
Aquello era una injusticia. Durante un instante, Isla sintió la tentación de defenderse explicándole la verdad sobre su relación con Stelios. Sin embargo, le había hecho una promesa al padre de Andreas. Seguiría guardando el secreto, un secreto que tendría enormes implicaciones para la familia Karelis y posiblemente para su negocio petrolero. Andreas aún no sabía que Karelis Corp estaba amenazada por una OPA hostil por parte de otra empresa. No tardaría mucho en saber que el compromiso de Isla con Stelios era tan solo para hacer que él pareciera fuerte al frente de la empresa. Tal vez entonces, Andreas tendría que darle las gracias.
–Tu padre y yo tenemos un acuerdo….
–¿Sabe Stelios lo nuestro?
–¿Lo nuestro? –le preguntó Isla con frío desdén–. Nunca ha habido nada entre nosotros.
–Nos besamos apasionadamente en la casa de mi padre en Londres. Theos! La química entre nosotros era explosiva –le recordó Andreas.
Isla se sonrojó. No tenía necesidad de que nadie le recordara un comportamiento tan poco propio de ella. Había declinado la invitación de Stelios para que tomara café con Andreas y él. Con la excusa de tener tareas que hacer, había regresado a la cocina. Sin embargo, más tarde, había sido el propio Andreas el que le había llevado la bandeja a la cocina.
–Gracias, puedes dejar las tazas en el fregadero –le dijo ella esperando que captara la indirecta y regresara al salón con su padre. Sin embargo, él se reclinó sobre la encimera.
–Veo que no estabas mintiendo –murmuró él mientras observaba la bandeja de magdalenas que ella acababa de sacar del horno–. Creía que habías dicho que tenías que hacer tareas solo porque querías evitarme.
–Yo nunca miento –replicó ella mientras centraba toda su atención en colocar las delicadas magdalenas sobre una bandeja para que enfriaran.
–Me alegra oírlo. Tal vez entonces me puedas explicar por qué mi padre se ha quedado dormido en el sillón cuando es aún de día. Sé que los años no pasan en balde, pero siempre ha tenido la energía de un hombre mucho más joven.
Las sesiones de quimioterapia habían terminado por pasarle factura a Stelios, pero Isla no le podía revelar a Andreas que su padre estaba sometiéndose al tratamiento para el cáncer. Y le había dicho que ella no decía mentiras…
–Tu padre ha estado trabajando mucho últimamente –murmuró–. ¿Y por qué iba yo a evitarte?
Le había hecho aquella pregunta para desviar la atención de la salud de Stelios y su plan funcionó. Andreas se acercó un poco más a ella con un pícaro brillo en los ojos. Entonces, le deslizó la mano por debajo de la barbilla y la obligó a levantar el rostro.
–Dímelo tú, omorfia mou. ¿Acaso crees que no he notado cómo me miras cada vez que voy a ver a mi padre?
–Yo no…
El rostro le ardía de vergüenza ante el hecho de que Andreas hubiera adivinado la fascinación que sentía hacía él. Era muy poco propio de ella.
–Claro que sí –afirmó él–. Más aún, deseas besarme…
–Eso no es… –susurró, pero no pudo terminar la frase cuando él bajó la cabeza y acercó los labios a pocos centímetros de los de ella, dejando que su cálido aliento le acariciara la piel.
–Mentirosa.
Entonces, la besó, aunque besar no era una descripción adecuada para el modo en el que Andreas reclamó sus labios con arrogante posesión. Isla capituló ante su maestría, incapaz de resistir la fiera pasión y las descaradas caricias de la lengua de Andreas entre los labios.
El beso no se pareció en nada a lo que Isla había experimentado antes. Otros hombres la habían besado, unos pocos, aunque se podía contar con los dedos de una mano el número de citas que habían terminado en beso. Cuando Andreas la besó, descubrió un lado profundamente sensual de su naturaleza que la escandalizó. Sin embargo, antes de que tuviera oportunidad de explorar cómo él le hacía sentirse, Andreas apartó su boca de la de ella tan abruptamente que Isla tuvo que agarrarse a la encimera de la cocina para no caerse. El duro rostro de Andreas no reveló pista alguna sobre sus pensamientos y salió de la cocina sin decir palabra.
Isla se sintió humillada por su rechazo, lo que evocó dolorosos recuerdos de su adolescencia, cuando se presentó a su padre. Tal vez había sido una ingenua al esperar que David Stanford estaría encantado de conocer a la hija a la que había abandonado cuando tenía pocos meses de vida, pero el hecho de que él insistiera tanto en que no había lugar para Isla en su vida había sido un brutal final para las esperanzas de tener una relación con su padre. Isla se había jurado que jamás permitiría que otro hombre volviera a hacerle daño.
Regresó al presente cuando sintió la presión del muslo de Andreas contra el suyo. No había sido consciente de que él se había movido, pero se encontró atrapada contra la balaustrada. Sintió que la respiración se le cortaba cuando él le deslizó el dedo ligeramente por la mejilla. Se dio cuenta de que había estado observando su sensual boca mientras revivía el beso que los dos habían compartido en Londres. El brillo de los ojos le dijo que él había leído sus pensamientos.
–Háblame de tu romance con mi padre –inquirió él con voz cínica–. Me parece todo muy repentino. Hace unas pocas semanas trabajabas para él como ama de llaves y pareció que no te importaba besarme…
–Ese beso fue un error del que me arrepentí inmediatamente –replicó ella, sonrojándose vivamente cuando él la miró con incredulidad–. Es cierto. Tú eres un playboy que utiliza a las mujeres para tu propio placer y las descarta como si fueran basura cuando estás aburrido de ellas. Me has preguntado por qué acepté la propuesta de tu padre y te lo voy a decir. Stelios es un caballero. Es amable y dulce…
–¿Esperas que me crea que la riqueza de mi padre no ha tenido nada que ver con tu decisión de aceptar esta propuesta de matrimonio?
–No me importa lo que tú creas. La verdad es que quiero mucho a tu padre.
–¿Que lo quieres? –replicó él con tono burlón. Entonces, le agarró la muñeca entre sus fuertes dedos–. Podría besarte ahora mismo y tú no lo impedirías, a pesar de que mi padre, al que tú afirmas querer, y los invitados que han venido para celebrar vuestro compromiso están a pocos metros de nosotros.
Andreas le miró el escote, en el que el pecho subía y bajaba agitadamente. Isla sabía que debería exigirle que la soltara, pero no podía hablar ni casi pensar. El aroma que emanaba de su piel, una mezcla de colonia y de algo muy masculino, la paralizaba por completo. La boca de Andreas, que tan cerca estaba de la de ella, suponía un tormento insoportable. El calor se apoderó de ella y sintió una profunda tensión en la pelvis. Los pechos se le volvieron pesados y ella deseaba… Dios… Deseaba sentir la boca de Andreas por cada centímetro de su piel.
Debía de estar loca para permitirle minar sus defensas de aquella manera. A pesar de que no había sido idea suya fingir el compromiso con Stelios, sería una idiotez sucumbir al deseo que sentía hacia Andreas. Ningún otro hombre la había excitado de la manera en la que Andreas lo conseguía. Ansiaba apretarse contra su cuerpo y arder en su fuego. Sin embargo, resultaba evidente que el beso que habían compartido en Londres no había significado nada para él, dado que se había marchado de su lado sin ni siquiera mirar atrás. Se negaba a ser el juguete de Andreas. Le colocó la mano en el pecho para apartarlo. No supo si sentirse aliviada o desilusionada cuando él bajó los brazos y se apartó de ella.
En ese momento, la luz del interior de la casa iluminó la terraza cuando la puerta se abrió. La figura de Stelios apareció en el umbral.
–¿Isla?
–Estoy aquí –dijo ella. Dio las gracias al cielo por haber recuperado el sentido común y haber impedido que él la besara.
–¿Y qué estás haciendo ahí fuera? –le preguntó Stelios.
–Yo le estaba enseñando a Isla las luces de los edificios más importantes en tierra firme –le dijo Andreas a su padre–. Le estaba explicando que la mansión está en una colina y que, por eso, tiene unas vistas excelentes.
Stelios quedó en silencio unos instantes mientras los observaba a ambos.
–Sí, ya lo veo…
Isla rezó en silencio para que Stelios no hubiera comprendido lo que había ocurrido entre ellos. Resultaba ridículo sentirse culpable. Stelios le había prometido que le explicaría a su familia la razón de aquel falso compromiso después de la fiesta de cumpleaños de Nefeli.
El afecto que Isla sentía hacia él era real y le sonrió cuando entrelazó su brazo con el de Stelios.
–Siento que hayas estado buscándome. Debería haberte advertido de que iba a salir a la terraza para tomar un poco de aire fresco.
–Necesito tu consejo –repuso Stelios–. Mi amigo Georgios está planeando visitar el Museo Británico de Londres y le interesa mucho ver la colección de antigüedades griegas que exponen allí. Le he explicado que tú podrías aconsejarle sobre qué galerías y salas le gustarían más.
–¿Te pasas mucho tiempo en los museos, Isla? –le preguntó Andreas con escepticismo.
–Trabajo como comisaria adjunta del departamento de Roma y Grecia del Museo Británico. El puesto es a tiempo parcial, lo que me permite encajarlo con las horas que trabajo como ama de llaves de tu padre en Londres además de estudiar para mi doctorado en Civilizaciones Clásicas.
Aquella afirmación dejó a Andreas sin palabras. Isla contempló con satisfacción cómo el gesto de burla desaparecía de su rostro y permitió que Stelios la acompañara al salón donde estaban el resto de los invitados. Andreas la había acusado de ser una cazafortunas.
Miró por encima del hombro y vio que él los había seguido hasta el salón para luego tomar una copa de uno de los camareros. Andreas debió de sentir que ella lo estaba mirando, porque se volvió para mirarla directamente a los ojos. Entonces, levantó su copa a modo de saludo antes de tomársela de un solo trago. Isla observó el movimiento de la nuez mientras tragaba.
Andreas era un hombre descaradamente masculino. Isla recordó el contacto de su cuerpo cuando la atrapó contra la balaustrada. Su piel olivácea relucía como el bronce y, cuando se mesó el cabello con las manos, ella ansió poder hacer lo mismo.
Nunca se había sentido tan fascinada por un hombre antes. Había salido con algunos en la universidad, pero siempre había sentido miedo de que pudieran hacerle daño y jamás había querido que ninguna de aquellas relaciones progresara hasta el dormitorio. Precisamente por eso no podía sentir su reacción a Andreas. No le gustaba ni confiaba en él. Entonces, ¿por qué sus sentidos cantaban y parecían hacer cobrar vida a su cuerpo?
Seguramente, tenía el poco deseable título de ser la virgen de más edad en todo el mundo, aunque dudaba que Andreas se lo creyera. La expresión cínica de su rostro cuando vio el anillo de compromiso en el dedo de Isla había indicado perfectamente que estaba convencido de que ella había utilizado sus armas de mujer para cautivar a Stelios.