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Capítulo 3
ОглавлениеANDREAS corría con fuerza por la playa, golpeando la arena justo donde las olas rompían contra la costa. El sol estaba alto en el cielo y la temperatura estaba subiendo. Normalmente, salía a correr al alba, cuando hacía menos calor, pero se había despertado tarde, tras una noche bastante inquieta. El sueño le había evitado durante horas. Le costaba comprender su comportamiento la noche anterior, cuando había seguido a Isla a la terraza y había estado a punto de besarla.
Ella le hacía temblar como si fuera un adolescente. La química entre ellos había sido casi tangible y, si ella no le hubiera apartado, dudaba que hubiera podido resistirse.
Estaba convencido de que Isla era una cazafortunas. Andreas había aprendido por experiencia propia que algunas mujeres no tenían escrúpulos y que serían capaces de cualquier cosa con tal de echarle mano a la fortuna de los Karelis. Recordó las mentiras de una ex, Sadie, y todo lo que había sido capaz de contarle a los medios de comunicación cuando él comprendió que tan solo trataba de engañarlo. Debería haberse dado cuenta antes de que Sadie estaba más interesada en sus cuentas bancarias que en él. Por ello, sería capaz de apostar toda su fortuna a que a Isla solo le interesaba la fortuna de su padre. Su aire de vulnerabilidad, que evocaba un instinto de protección en Andreas que ni él mismo había imaginado que poseyera, era sin duda parte de su fingimiento.
Echó a correr más rápidamente, forzándose hasta llegar al límite de su capacidad pulmonar. Llegó hasta el final de la bahía y empezó a subir por las rocas, casi sin fijarse en las increíbles vistas. No podía dejar de pensar en Isla con su sensual vestido rojo ni de recordar lo suave que era su cuerpo.
Ella había insistido en que quería a Stelios. Por supuesto. Qué iba a decir. Sin embargo, a pesar de todo su cinismo, no podía negar que había notado verdadero sentimiento en la voz de ella. También le había sorprendido saber que ella tenía educación universitaria y que trabajaba en un museo. Si hubiera sido una cabeza hueca, habría sido mucho más fácil despreciar la relación que tenía con su padre. Isla Stanford era realmente un enigma. Andreas ya no sabía lo que pensar de ella y eso le irritaba profundamente.
De camino a la mansión, su teléfono empezó a sonar.
–¿Estás seguro de esto? –preguntó, cuestionado al agente al que había pedido investigar el pasado de Isla–. Entiendo. Muy interesante. Sigue investigando, Theo.
Su padre e Isla estaban sentados en el porche, desayunando frente a la piscina infinita. Andreas esperó poder entrar en la casa sin que se percataran de su presencia, pero Stelios lo saludó con la mano. Andreas suspiró y se dirigió hacia ellos.
–Kalimera, papá. Isla…
Mientras realizaba el saludo, le pareció que su padre parecía más delgado que cuando lo vio en Londres hacía un mes. Sin embargo, al mirar a Isla, se olvidó de todo.
En contraposición a la imagen de bomba sexual de la noche anterior, aquella mañana parecía tan pura como la nieve recién caída. Llevaba puesto un vestido color amarillo limón, con unos finos tirantes que dejaban al descubierto sus delicados hombros. Era la primera vez que Andreas la veía con el cabello suelto y deseó poder deslizar los dedos a través de los rubios mechones de sedoso cabello que le caían sobre los hombros y la espalda.
La frustración se apoderó de él. La fascinación que sentía hacia Isla era algo que no había experimentado jamás. Las mujeres entraban y salían de su vida sin impacto alguno. Disfrutaba de su compañía mientras que fuera bajo sus propias condiciones y le gustaba el sexo sin complicación ni compromiso. Tal vez deseaba a Isla tan desesperadamente porque estaba fuera de su alcance.
Andreas se había despertado y había comprobado la tormenta que se había creado en las redes sociales por los planes de matrimonio de su padre. El anuncio había tenido como resultado un repunte en el precio de las acciones de Karelis Corp. A los inversores les gustaban los líderes empresariales fuertes y la noticia de que Stelios se iba a casar con una mujer mucho más joven que él demostraba que aún era una figura a tener en cuenta.
–Me sorprende que hayas decidido emitir un comunicado de prensa para anunciar tu compromiso, papá. Siempre te has mostrado muy crítico cuando mi nombre llegaba a los titulares.
–Una noticia sobre una de tus amantes no es lo mismo que el anuncio de mi futura boda.
–Siempre has mantenido tu vida privada separada de los negocios, pero según me han dicho invitaste a periodistas a la sala de juntas de Karelis Corp para entregarles ese comunicado. Simplemente estoy comentado que no es propio de ti cortejar a los paparazzi.
¿Fue su imaginación o pareció Stelios aliviado de que llegara el mayordomo con el café? Instantes más tarde, Toula, la esposa de Dinos, que llevaba trabajando muchos años como cocinera de la familia en la mansión, apareció en el porche llevando un plato con el desayuno favorito de Stelios, espinacas y queso feta envueltos en pasta filo. Andreas apreciaba mucho a la pareja, que lo habían cuidado cuando él era un niño y lo enviaban a Louloudi a pasar las vacaciones de verano porque su madre prefería que él estuviera lejos.
–Me alegra que ya no compitas con esa moto tuya tan grande –le dijo Toula después de saludarlo–. Siempre rezaba para que estuvieras a salvo. Cuando tuviste el accidente, estuve muy preocupada por ti.
–Como puedes ver, estoy totalmente recuperado –la tranquilizó Andreas, frotándose automáticamente la cicatriz que tenía sobre el pecho con la mano y que quedaba oculta por su camiseta. Era el recuerdo de un accidente que Andreas había sufrido durante una carrera hacía dos años en las que había sufrido un aneurisma de la aorta que casi le había costado la vida.
–Todos nos alegramos mucho de que Andreas por fin haya visto la luz y haya dejado de tontear con motocicletas y de montarlas a velocidades ridículas –comentó Stelios con voz ronca.
Andreas tensó los labios.
–Fui campeón del mundo de Superbikes durante cuatro años consecutivos –le recordó a su padre–. El equipo que tengo es líder mundial en el desarrollo de análisis utilizados para modernizar los motores. Aeolus Racing tiene patrocinadores por valor de cuatro millones de dólares. Yo no diría que eso es tontear.
Stelios frunció el ceño.
–Tu lugar está aquí, en Grecia, no en California. Ya sabes que me gustaría jubilarme y deberías estar preparándote para ocupar mi lugar como presidente de la empresa.
–Tú has pasado en Inglaterra la mayor parte de los últimos dieciocho meses –señaló Andreas–. Cada vez que te visitaba en Londres trataba de hablar contigo sobre Karelis Corp y, en particular, sobre algunos rumores muy preocupantes que había oído sobre la empresa, pero tú te negabas a hablar de nada conmigo.
Un gesto sombrío apareció sobre el rostro de Stelios.
–Necesito estar seguro de tu compromiso con Karelis Corp. Si pasaras menos tiempo seduciendo a mujeres y salieran menos escándalos sobre tu vida personal en los tabloides, yo me sentiría más seguro sobre el hecho de cederte el puesto de más poder en toda la empresa.
Andreas apretó los dientes.
–Sabes muy bien que la mujer que vendió esa historia a la prensa estaba mintiendo.
Sin embargo, el daño a su reputación ya estaba hecho. Cuando Sadie, que era modelo de lencería, le dijo que estaba embarazada, Andreas le pidió una prueba de paternidad. Entre lágrimas, ella lo acusó de no confiar en ella, pero Andreas insistió en hacerse la prueba. En vez de eso, Sadie les vendió a los periódicos una historia en la que decía que Andreas la había abandonado a ella y al bebé que estaba esperando.
La tormenta mediática estalló el mismo día que Andreas tenía que participar en una competición que, si hubiera ganado, le habría dado el título de campeón del mundo por quinta vez consecutiva. Sin embargo, una hora antes de la carrera, Stelios había llamado a Andreas y le había acusado de avergonzar a la familia Karelis y dañar a la empresa. El furioso intercambio de palabras con su padre había contribuido a la falta de concentración que había tenido como resultado un choque a alta velocidad.
–Acepto que esa historia en particular fue incierta, pero tu imagen de playboy no es buena para Karelis Corp –musitó Stelios–. Deberías estar pensando en casarte con una mujer adecuada y sentar la cabeza.
Andreas lanzó un bufido de protesta. Stelios se puso de pie y sacudió la cabeza cuando Isla se puso de pie también a su lado.
–Siéntate y termina tu desayuno, querida –le dijo con voz dulce–. Tengo que llamar a mi abogado, por lo que voy a ir a mi despacho para realizar la llamada.
Isla pareció querer protestar, pero se limitó a observar cómo Stelios entraba en la casa. Después de unos instantes, volvió a tomar asiento y miró con desaprobación a Andreas.
–Tu padre te quiere mucho, ¿lo sabes? –le dijo muy suavemente–. Me ha dicho muchas veces que le gustaría que la relación entre los dos fuera más estrecha.
Andreas se enojó por el hecho de que Stelios hubiera hablado sobre él con Isla. Le parecía una traición.
–Con todos mis respetos –replicó–, la relación que yo tenga con mi padre no es asunto tuyo.
–Tan solo estaba tratando de ayudar. Quiero mucho a Stelios…
Andreas lanzó un bufido de burla.
–Suenas convincente, pero, al contrario de lo que le ocurre a mi padre, a mí no me engañas con el papel de ingenua que tan bien representas. Afrontémoslo, Stelios no es el primer hombre rico de cierta edad que es susceptible a tus encantos. Hace unos años, heredaste una sustancial suma de dinero de un tal comandante Charles Walters, del que eras amiga.
–Es cierto que era amiga de Charles y de su esposa Enid. Me quedé muy sorprendida cuando supe que me habían dejado una cantidad de dinero, pero no hay nada malo ni deshonroso al respecto –replicó ella con las mejillas ruborizadas–. Eran una pareja de ancianos sin hijos que poseían la casa más importante del pueblo en el que crecí. Eran mecenas de la escuela. Cuando yo era una adolescente, trabajé de limpiadora a tiempo parcial en su casa y Charles y Enid me animaron a ir a la universidad. Murieron con pocos meses de diferencia y dejaron legados a varios jóvenes del pueblo con la condición de que el dinero se dedicara a pagar estudios universitarios. Sin su generosidad, yo me habría graduado con una deuda enorme y hubiera tenido dificultad para seguir con mis estudios. ¿Cómo has sabido que me habían dejado dinero? –añadió frunciendo el ceño.
–Has sido investigada –le espetó él, observando cómo sus ojos grises se teñían de ira. A Andreas le dio una cierta satisfacción saber que la había turbado–. Mi familia es una de las más ricas de Grecia y, aunque la seguridad aquí en Louloudi es discreta, le pedí a uno de los agentes que te investigara un poco. Existe el riesgo de que mi padre sea secuestrado por alguna banda criminal a cambio de un rescate.
–Yo no soy ninguna delincuente –repuso Isla arqueando las cejas con indignación–. ¿Sabe Stelios que me has investigado?
–¿Y sabe él que tú heredaste dinero de otro hombre rico?
–Tu padre lo sabe todo sobre mí.
Isla se puso de pie de repente.
–Ojalá creyeras que no le deseo a tu padre daño alguno.
–Stelios no parece él –repuso Andreas poniéndose de pie también. Frunció el ceño al recordar lo agotado que le había parecido su padre al final de la fiesta.
Isla dudó.
–Ha estado trabajando mucho.
El afecto que se reflejó en la voz de Isla evocó un sentimiento en Andreas que él se negaba a reconocer como envidia. Su propia madre no le había mostrado ni ternura ni afecto cuando era un niño y, desde que alcanzó la madurez, había evitado relaciones en las que hubiera sentimientos de por medio, asegurándose que ni quería ni necesitaba amor. Lanzó en silencio una maldición, irritado de que Isla le hiciera cuestionar el estado de su vida, una vida con la que había estado perfectamente satisfecho hasta entonces.
–Tal vez Stelios esté cansado por otra razón –gruñó. Isla lo miró atónita–. Tú eres mucho más joven que mi padre y él podría estar agotándose por tratar de mantenerte satisfecha en el dormitorio.
–Tu padre y yo no somos amantes –dijo ella secamente.
–¿Por qué no? –le preguntó Andreas–. Tengo curiosidad sobre tu relación con Stelios. Os estuve observando a los dos durante la cena de anoche y hubiera jurado ante cualquiera que tú no sientes atracción sexual alguna hacia mi padre.
–No todo tiene que ver con el sexo –le espetó ella–. Las relaciones, las que importan, no la clase de relaciones de las que tú solo pareces capaz, tienen que ver con el respeto mutuo, la amistad y la confianza.
Andreas frunció el ceño, turbado por aquellas fervientes palabras. En una relación ideal, esas serían las cualidades que él querría, pero no creía en los finales felices. Isla parecía muy convincente, pero Andreas estaba seguro de que había algún motivo para que quisiera casarse con su padre.
–Creo que estás decidida a hacer esperar a Stelios hasta después de casarse para permitirle que se meta en tu cama. Como esposa suya, tendrás acceso a su fortuna.
Isla realizó un gesto de contrariedad con el rostro y levantó la mano para abofetearle. Sin embargo, Andreas fue más rápido y le agarró la muñeca antes de que ella pudiera golpearle.
–Yo no lo haría…
–Tienes una mente depravada –le espetó ella muy alterada. Tenía los ojos oscurecidos por la ira y Andreas podía sentir cómo el pulso le latía en la muñeca. El aire entre ellos restallaba de tensión sexual–. No me sorprende que Stelios no… –se interrumpió antes de poder seguir y apartó la mirada de la de él.
–Mi padre no aprueba mi comportamiento. ¿Es eso lo que ibas a decir? –le preguntó. No le debería doler tanto como le dolía.
–No se siente capaz de confiar en ti –musitó Isla–. Ojalá pudieras hablar con Stelios y resolver las diferencias que hay entre vosotros antes de que…
–¿De qué? –le preguntó él frunciendo las cejas.
Isla guardó silencio. Evidentemente, había pensado que era mejor así. Se zafó de él y se dio la vuelta para marcharse. Andreas observó cómo se alejaba de él y lanzó una maldición en voz muy baja.
No resultaba fácil resolver las diferencias que había entre su padre y él. Stelios había sido un padre prácticamente ausente durante la infancia y la juventud de Andreas. Se había pasado la mayor parte de su tiempo ocupándose de Karelis Corp y después con su amante inglesa. Sin embargo, Andreas ya no era un adolescente que lo veía todo blanco o negro. Comprendía cómo la mala salud de su madre, que ella atribuía al ictus que le había dado debido a las complicaciones durante el parto de Andreas, había puesto mucha tensión entre sus padres. Sin embargo, él nunca se había sentido amado por ninguno de los dos. Era el heredero de los Karelis, el que debía hacerse cargo de la empresa que creó su bisabuelo. Su padre no le había perdonado por haber antepuesto su carrera en el mundo del motociclismo a su deber, tal y como el propio Stelios había hecho, poniendo el deber a su familia antes que su felicidad personal.
Estaba deseando que pasara el cumpleaños de Nefeli. Se sentó de nuevo y se obligó a comer la spanakopita que Toula le había preparado. Dentro de unos pocos días, regresaría a California y se concentraría en Aeolus Racing. Tal vez buscara a la pelirroja que había estado flirteando con él en un bar antes de que se marchara a Grecia. Llevaba semanas sin sexo y el celibato no era un estado natural para él. La frustración era sin duda la razón por la inconveniente atracción que sentía hacia la prometida de su padre.