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División y origen de las artes

No es necesario empezar aquí por el elogio de las artes en general; sus bondades son suficientemente patentes por si mismas: llenan todo el universo. Las artes son las que han construido las ciudades, han unido a las personas dispersas, las han refinado, templado, hecho capaces de vivir en sociedad. Destinadas unas a servirnos, otras a hacernos agradables y otras a ambas cosas a la vez, en cierto modo se han convertido para nosotros en un segundo orden de elementos, cuya creación había reservado la naturaleza a nuestra industria.

Se pueden dividir en tres especies de acuerdo con los fines que se proponen.

[6] Unas tienen por objeto las necesidades de la persona, a la que la naturaleza parece abandonar a sí misma en cuanto nace; expuesta al frío, al hambre, a mil males, la naturaleza ha querido que los remedios y prevenciones necesarias fueran el premio de su industria y trabajo: de ahí han surgido las artes mecánicas.

Otras tienen por objeto el placer; éstas no han podido nacer más que en el seno de la alegría y de los sentimientos que producen la abundancia y la tranquilidad; son las llamadas bellas artes por excelencia: la música, la poesía, la pintura, la escultura y el arte del gesto o danza.

La tercera especie incluye la artes que tienen por objeto la utilidad y el recreo a la vez; tales son la elocuencia y la arquitectura; lo que las hace salir a la luz es la necesidad y el gusto las ha perfeccionado; son [7] una suerte de término medio entre las otras dos especies, pues comparte el recreo y la utilidad.

Las artes de la primera especie utilizan la naturaleza tal como es, únicamente para el uso. Las de la tercera, la utilizan refinándola, para el uso y el recreo. Las bellas artes no la utilizan en absoluto: no hacen más que imitarla, cada una a su manera, cosa que necesita una explicación, que se dará en el siguiente capítulo. Así que la naturaleza es el objeto de todas las artes: contiene todas nuestras necesidades y placeres y las artes mecánicas y liberales no están hechas más que para extraerlas de ella.

Aquí no hablaremos más que de las bellas artes, es decir, de aquellas cuyo primer objeto es agradar; y para conocerlas mejor, nos remontaremos a la causa que las ha producido.

Son las personas las que han hecho las artes [8]; y las han hecho para sí mismas. Aburridas de un disfrute demasiado uniforme de los objetos que les ofrecía la pura naturaleza y encontrándose, además, en una situación propicia para recibir el placer, recurrieron a su genio para procurarse un nuevo orden de ideas y de sentimientos que despertara su espíritu y reanimara su gusto. Ahora bien, ¿qué podía hacer este genio limitado en su fecundidad y en sus perspectivas, de forma que no podía ir más allá que la naturaleza y, además, teniendo que trabajar para las personas cuyas facultades estaban encerradas en las mismas limitaciones? Necesariamente todos sus esfuerzos tuvieron que reducirse a elegir las partes más bellas de la naturaleza para configurar un todo exquisito, que fuera más perfecto que la misma naturaleza, pero sin que dejara de ser natural. He aquí el principio sobre el que, necesariamente, ha tenido que [9] erigirse el plan fundamental de las artes y que los grandes artistas han seguido en todos los siglos.

De ahí concluyo: primero, que el genio –que es el padre de todas las artes– debe imitar a la naturaleza; segundo, que no la debe imitar en absoluto tal como es; tercero, que el gusto –para el que están hechas las artes y de las que él es el juez– debe quedar satisfecho cuando escogen e imitan bien a la naturaleza. Así, todas nuestras pruebas deben tender a establecer la imitación de la naturaleza bella: 1) por la naturaleza y conducta del genio que las produce; 2) por la del gusto, que es su árbitro. Esta es la materia de las dos primeras partes. Añadiremos una tercera, en que se hará la aplicación del principio a las diferentes especies de las artes: a la poesía, a la pintura, a la música y a la danza.

Las bellas artes reducidas a un principio único

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