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Introducción

Padre celestial, te ruego que este día yo pueda vivir en tu presencia y complacerte cada vez más.

Señor Jesús, te ruego que este día yo pueda tomar mi cruz y seguirte.

Espíritu Santo, te ruego que este día tú me llenes de ti y permitas que tu fruto madure en mi vida: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.

Esta fue la oración que John Stott hacía todos los días cuando se despertaba por la mañana. No debería sorprendernos, entonces, que muchas personas que conocieron a John Stott personalmente, decían que era la persona más parecida a Cristo que conocieron. Dios respondió a su oración diaria haciendo que el fruto del Espíritu madurara en su vida. Y lo que hace el Espíritu de Dios, sobre todo, es hacer que quienes ponen su fe en Jesús se parezcan cada vez más al Jesús que aman, en quien confían y a quien siguen. De hecho, podríamos decir que el fruto del Espíritu en Gálatas 5.22-23, con sus nueve cualidades, forma una bella imagen de Jesús. Porque Jesús ciertamente estaba lleno del Espíritu de Dios, y es Cristo quien mora en nosotros por medio del Espíritu. Entonces, cuanto más llenos estemos del Espíritu de Dios, y mientras el Espíritu más madure su fruto dentro de nosotros, más seremos como Cristo.

Esa también fue la oración del apóstol Pablo. No sabemos si, como John Stott, recitaba una oración así para sí mismo todos los días, pero ciertamente era lo que ansiaba ver en las vidas de todos a los que había llevado a la fe en Cristo. Pablo se sentía como una madre para los creyentes de Gálatas, «por quienes», dijo, «vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Gá 4.19; las cursivas son mías). Pablo anhelaba que los creyentes cristianos estuvieran tan llenos del Espíritu Santo que en realidad Cristo mismo moldearía sus vidas desde adentro hacia afuera. Y es exactamente eso lo que Pablo quiere decir cuando habla del fruto del Espíritu en el capítulo 5 de Gálatas.

Pero ya que estos famosos versículos acerca el Espíritu Santo están en Gálatas 5, necesitamos retroceder un poco y ver algo del contexto respecto a lo que Pablo dice allí. Entonces podremos ver que su hermosa imagen del fruto forma un claro contraste con otras dos cosas que son mucho menos atractivas —dos cosas que los seguidores de Jesús deberían rechazar completamente. Volveremos a eso en un minuto. Pero, primeramente, sería bueno asegurarnos de tener una Biblia a mano para que juntos podamos ver algunos pasajes bíblicos.

Pablo había sido enviado por la iglesia en Antioquía a predicar las buenas nuevas de Jesús entre los gentiles (no judíos) en las provincias de Asia Menor (la actual Turquía). Leemos la historia en Hechos 13–14. Personas de varios pueblos de la región de Galicia habían respondido a la predicación de Pablo. Se habían convertido en creyentes de Jesús de Nazaret y lo reconocían como Señor y Salvador, como aquel que Dios había prometido en las escrituras del Antiguo Testamento (que Pablo habría tenido que explicar, ya que estas personas no eran judías y no sabían nada respecto al «Antiguo Testamento»). Es claro que Pablo les enseñó acerca del Dios de Israel y de esa gran promesa que le había hecho a Abraham. Dios había prometido a Abraham que por medio de él y sus descendientes «todas las naciones en la tierra» serían bendecidas (Gn 12.1–3). Sabemos que Pablo les había enseñado a los nuevos conversos sobre estas grandes promesas bíblicas, porque se refiere a ellas muy claramente en su carta, aquella carta que conocemos como «la Epístola a los Gálatas». Pablo les aseguró a los creyentes de Galicia que, al poner su fe en el Mesías, Jesús, de hecho, se habían convertido en parte del pueblo de Dios. Ahora ellos también eran hijos de Abraham —no porque se habían convertido en judíos (cultural o étnicamente, o por conversión proselitista), sino porque se habían convertido en hijos de Dios, adoptados en la familia de Dios por la gracia de Dios y mediante la fe en Jesús el Mesías. Aunque eran gentiles, ahora se habían convertido en parte del pueblo del pacto de Dios. Ellos ahora estaban incluidos entre la simiente espiritual de Abraham. En esencia, Pablo les dice: si están en Cristo, entonces están en Abraham, y las promesas de Dios son para ustedes.

Así es como lo explica:

Por lo tanto, sepan que los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe. En efecto, la Escritura, habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio a Abraham: «Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones». Así que los que viven por la fe son bendecidos junto con Abraham, el hombre de fe…

Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús1, porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. Y, si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa (Gá 3.7-9, 26-29).

Eso es lo que Pablo les había enseñado, y es lo que les recuerda en esta carta.

Pero algo ocurrió.

Desde que Pablo trajo inicialmente a los gálatas a la fe en Jesús y plantó una iglesia entre ellos, otros habían llegado con un mensaje diferente. Eran judíos, como Pablo mismo. Y probablemente también eran creyentes en Jesús —como las personas de las que leemos en Hechos 15.5, que antes habían sido fariseos (también como Pablo). Pero, a diferencia de Pablo, pensaban que no era suficiente que estos gentiles depositaran su fe en Jesús. No, ellos decían que si estos gentiles querían las bendiciones de las promesas que Dios le había hecho a Abraham, entonces debían unirse al pueblo de Abraham convirtiéndose en judíos prosélitos. Los prosélitos era gentiles que se convertían a la fe judía circuncidándose y cumpliendo con la ley de Moisés, incluyendo especialmente las leyes relacionadas con el sabbat y con el consumo exclusivo de alimentos considerados limpios según las costumbres judías. Entonces, estos otros maestros intentaban persuadir a los creyentes gálatas que, además de depositar su fe en Jesucristo, debían convertirse en judíos, circuncidándose y cumpliendo con la ley de la Torá.

Pablo reacciona con mucha vehemencia. A lo largo de los primeros cuatro capítulos de su carta, insiste en que Cristo es lo único que necesitan. Nuestra salvación proviene por medio de la fe en la promesa de Dios, tal como sucedió con Abraham. La ley de Moisés funcionaba de manera adecuada y correcta para el pueblo de Israel del Antiguo Testamento durante esa era anterior a Cristo. Pero ahora que el Mesías ha venido, el camino ha sido abierto para que personas de cualquier nación logren la bendición de Abraham mediante la fe en el Mesías Jesús. Por ello, todos los que confían en Cristo —ya sean judíos o gentiles— no tienen la obligación de vivir bajo la autoridad disciplinaria de la ley del Antiguo Testamento. Más bien, deberían vivir sus vidas en libertad, viviendo para Dios, con Cristo morando de ellos, y «caminando» con la guía del Espíritu.

¿Pero ello no llevaría a la permisividad moral? Es decir, si las personas no están contenidas por la ley de Moisés, ¿qué impide que todos estos nuevos gentiles hagan lo que les dé la gana y, por ende, vuelvan a caer en su inmoralidad pagana. No, dice Pablo. Esa es una falsa polarización entre dos extremos. Estos son los dos peligros a los que nos referimos más arriba, y que ahora podemos nombrar —los extremos del legalismo por un lado y del libertinaje por el otro.

Ahora bien, es importante darnos cuenta de que la ley del Antiguo Testamento no era, en sí misma, de carácter legalista. Al contrario, estaba fundada sobre la gracia de Dios, que el pueblo recibió luego de que Dios los rescatara de Egipto. Pero fácilmente podía torcerse hacia una manera bastante legalista de pensar. Aquellos que insistían en que los cristianos también debían cumplir con la Torá, decían que lo que realmente importaba era que uno cumpliera con las leyes y las regulaciones de la ley (especialmente la circuncisión, el sabbat y las reglas de alimentación) —como una especie de verificación de la identidad étnica y afiliación en el pacto, como credencial para demostrar que uno estaba entre los justos, que pertenecía al pueblo de Dios y era un verdadero judío en todo el sentido de la palabra (como Pablo había dicho de sí mismo en Fil 3.4-6).

Pero la respuesta a aquella tergiversada insistencia en la ley no es irse al otro extremo y pensar que, ya que no estamos «bajo la ley», podemos hacer lo que nos da la gana y satisfacer cualquier deseo que tengamos. El legalismo es un extremo (mantener todas las reglas) y el libertinaje es el otro (rechazar cualquier regla): los dos ofrecen respuestas completamente equivocadas a la pregunta: ¿Cómo debe vivir un cristiano?

Es sorprendente que estos dos extremos y peligros todavía se encuentran en la iglesia hoy en día. Por un lado, hay algunos cristianos y algunas iglesias que son muy legalistas. Resaltan la importancia de obedecer todas las reglas. Insisten en que uno debe hacer tal cosa y jamás la otra si es que quiere demostrar que realmente es cristiano. Les encanta que todo sea estricto y claro, y por lo general tienen muy poca simpatía hacia aquellos que no pueden o no quieren adecuarse. Su actitud pareciera ser: «Si no puedes obedecer nuestras reglas, no eres de los nuestros». Por otro lado, y a menudo en reacción a ese tipo de legalismo, hay quienes rechazan toda idea de reglas o tradiciones en la iglesia. Todo el sentido de la fe cristiana, como ellos lo ven, es liberarnos de la carga religiosa institucionalizada. «¡Dios nos ama, así como somos!», dicen, y no tienen lugar para conceptos como disciplina y obediencia. Esto puede llevarlos hacia tentaciones y conductas inmorales y pueden terminar viviendo y pensando de las mismas maneras que el mundo que los rodea.

Al parecer, oscilamos entre los que quieren que todos cumplan las reglas y los que rechazan todo tipo de reglas. Pero se trata de una polaridad completamente equivocada y falsa. Pablo se enfrenta con ello en Gálatas 5 y nos muestra un camino mucho mejor —la manera verdaderamente cristiana de vivir nuestra vida— el camino del Espíritu de Dios que nos ha sido dado por medio de Cristo.

Ahora sería realmente útil que tengamos nuestras Biblias abierta en Gálatas 5 para seguir el bosquejo del argumento de Pablo.

Primeramente, Pablo está de acuerdo en que ¡efectivamente!, el evangelio de Cristo nos ha liberado. Así que les pide a los gálatas que no se dejen influenciar por aquellos que quieren imponerles toda la ley del Antiguo Testamento, a fin de que basen su justicia en esa ley —por haber adquirido la identidad judía. «Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud» (5.1).

Como habían confiado en el Mesías Jesús, no importaba si estaban circuncidados o no; lo que importaba era que su fe era real y que ellos demostraban esa realidad mediante su amor: «En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor» (5.6).

Pero inmediatamente después, Pablo insiste en que ser «libre» no significa libertad para complacer «a «la carne». En los escritos de Pablo, «la carne» no significa simplemente nuestros cuerpos físicos; en realidad es una forma abreviada con la que se refiere a nuestra naturaleza humana caída y pecaminosa (que, obviamente, incluye nuestros cuerpos, pero también abarca nuestros pensamientos, emociones, voluntad, deseos, sentimientos, etc.). «Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor» (5.13).

¿Vieron la doble referencia al amor al final de los versículos, 6 y 13 (y otra vez más en el versículo 14)? El amor es la respuesta frente al legalismo y al libertinaje.

• A los que buscan imponer el cumplimiento de la ley, Pablo dice que lo que realmente importa es la «fe que se expresa mediante el amor». El amor nos permite cumplir la ley de Dios de la manera correcta, sin legalismo.

• Y a los que rechazan las reglas, Pablo dice que debemos asegurarnos de servirnos, con humildad, «unos a otros con amor». El amor nos permite usar nuestra libertad de la manera correcta y sin egoísmo.

Permítanme ampliar ambos puntos. Por un lado, el amor del uno por el otro es la manera correcta de responder obediente y fielmente a la ley de Dios, como Dios mismo pretendía y como Jesús lo señaló. Pablo hace eco de las palabras de Jesús en el versículo 5.14, citando Levítico 19.18: «En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”» (5.14; ver también Ro 13.9-10). Pues ese es el versículo que Jesús había indicado como el segundo gran mandamiento de la ley (después del primero, que es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza —Dt 6.5).

Por el otro lado, el amor impedirá que usemos nuestra libertad para nuestra satisfacción egoísta. La libertad cristiana, a la vez que nos libera de un tipo de esclavitud (el de someternos a la ley), en realidad nos introduce a otro tipo de «esclavitud» muy diferente, una «esclavitud» por la causa de Cristo —sometiéndonos unos a otros, sirviéndonos «con amor».

Con razón, unos versículos más adelante, Pablo coloca el amor a la cabeza de su lista del fruto del Espíritu. ¡Es doblemente importante!

Y luego, justo antes de pasar al clímax de su argumento, Pablo lanza una advertencia a ambos grupos (5.15). Los que buscan imponer la ley y los que la rechazan pueden tratarse bastante mal unos a otros, con actitudes y palabras —expresadas tanto verbalmente como por escrito. Pueden terminar como perros de pelea, hiriéndose gravemente entre sí, y ese tipo de conflicto entre cristianos puede terminar destruyendo por completo a una iglesia. Pablo dice: «si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros» (5.15).

Al final Pablo llega a su «punto principal». Si no debemos dejarnos gobernar ni por la ley ni por la carne, entonces ¿qué debe regir nuestra manera de vivir? La respuesta: el Espíritu. Pablo coloca esto al principio, en el medio y al final de su siguiente sección, en los versículos 16, 18 y 25. «Vivan por el Espíritu… si los guía el Espíritu… andemos guiados por el Espíritu». Esa es la esencia, el alma de la vida cristiana. Ese es el centro y el secreto de lo que significa ser una persona «en Cristo».

Así como Pablo ha hablado del poder del amor que nos capacita para vivir en una relación correcta con la ley del Antiguo Testamento y también para superar el egoísmo de la carne, Pablo también explica que si permitimos que el poder del Espíritu de Dios gobierne cómo vivimos, evitaremos ambos extremos de legalismo y libertinaje. Esto es lo que explica en los versículos 16-18.

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque esta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren.2 Pero, si los guía el Espíritu, no están bajo la ley (Gá 5.16-18).

Así que cuando decimos «¡sí!» a Jesucristo, y «¡sí!» al Espíritu Santo, decimos «¡no!» a la carne (no haremos solo lo que nos dé la gana), y decimos «¡no!» a aquellos que nos quieren imponer el yugo de la ley como camino para demostrar nuestra propia justicia.

Ahora, en este punto, quisiéramos avanzar y descubrir qué significa caminar, vivir y ser guiados por el Espíritu. Pero Pablo quiere asegurarse, en primer lugar, de que tenemos muy en claro qué significa lo contrario: ¿hacia qué tipo de vida conducen los actos de «la carne»? Pablo ofrece una lista lúgubre en los versículos 19–21.

Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gá 5.19-21).

Es sombrío, pero revelador. Menciona cosas que son individuales, y cosas que son sociales y culturales. Abarca desde lo privado hasta lo público, desde actos exteriores hasta emociones internas. Y es un verdadero reflejo de lo que, a mayor o menor escala, vemos a nuestro alrededor. Este es el mundo en que vivimos. Y hemos sido llamados a ser distintos a este mundo. ¿Pero cómo?

Ahora, por fin, y en un deslumbrante contraste con esa lista, Pablo describe la vida del Espíritu. Aquí está el pasaje que será nuestro texto por el resto del libro:

En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas (Gá 5.22-23).

En primer lugar, prestemos atención a lo que este pasaje no es. No es una lista de virtudes que se contraponen a los vicios que acaba de enumerar como las «obras de la naturaleza pecaminosa». En los documentos griegos y judíos de aquel entonces, eran comunes los listados de vicios y virtudes correspondientes que supuestamente debían dar forma al comportamiento de las personas. Básicamente decían: «No hagan estas cosas (los vicios). Más bien, hagan estas cosas (las virtudes)». El énfasis estaba en lo que no se debía hacer y en lo que sí se debía hacer. Por supuesto que hay alguna similitud con la doble lista de Pablo aquí en Gálatas 5. Las listas de vicios y virtudes fácilmente podrían usarse como simples listas de reglas —la lista de «no hagan esto» y la lista de «hagan aquello». Y esto definitivamente no es lo que Pablo dice aquí. Pablo no está diciendo: «No trates de obedecer todas las reglas de la ley del Antiguo Testamento; aquí hay un conjunto de reglas mucho más fácil de obedecer». Se trata de reemplazar una actitud incorrecta con otra. Pablo ni siquiera se ha referido a «reglas».

No, la clave para entender lo que Pablo está diciendo aquí es la metáfora que utiliza: el fruto. Todas las hermosas palabras que escribe son, en conjunto, el fruto (singular) del Espíritu. Ahora bien, el fruto es el producto natural de la vida. Si un árbol está vivo, dará fruto. ¡Concuerda con el hecho de ser un árbol vivo! El fruto es lo que se obtiene cuando un árbol tiene vida en su interior.

¿Por qué un árbol da fruto? No es porque haya alguna ley de la naturaleza que dicte que deba hacerlo. Más bien, sencillamente se debe a la vida que tiene dentro, que surge del suelo y del agua que alimenta sus raíces y que fluye, por medio de la savia, por cada rama. Un árbol no da fruto porque obedece las leyes de la naturaleza (si podemos usar nuestra imaginación y «pensar como un árbol»), sino porque sencillamente es un árbol vivo, que se comporta según lo que es.

Entonces, lo que Pablo trata de decirnos con su lista de bellas cualidades es lo siguiente: Estas son las cualidades que Dios mismo producirá en la vida cotidiana y ordinaria de una persona, porque la vida de Dios mismo está obrando dentro suyo. La vida de Dios (por su Espíritu) dará fruto en el «árbol» de la vida de una persona, simplemente porque así es Dios y eso es lo que Dios produce. O, como dijimos anteriormente, el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Cristo, hará que las cualidades de la vida de Cristo crezcan en la vida de una persona para que se vuelva cada vez más como Cristo —que es el deseo de Dios para todos sus hijos e hijas.

O, en otras palabras, de lo que Pablo está hablando es del carácter cristiano. Lamentablemente, hoy en día este carácter está muy poco valorado en gran parte de la vida y las actividades de la iglesia. Preferimos desarrollar mejores técnicas, formular estrategias exitosas y celebrar (o criticar) el rendimiento. Miramos por fuera y evaluamos a las personas según «cómo están», prestando mucha menos atención al tipo de personas en que se han convertido o en que se están convirtiendo. Pero observemos las cualidades de la lista de Pablo. No se centran en el tipo de rendimiento que podemos lograr, sino en el tipo de persona que somos.

Dar fruto toma tiempo. Formar el carácter toma tiempo. Toda una vida en realidad. John Stott rogó a Dios por ello todos los días de su vida. Ahora pues, tomemos el tiempo para estudiar el fruto en el huerto del Espíritu de Dios, y luego tomemos el tiempo para que ese fruto madure en nuestras propias vidas, en el tiempo que Dios nos ha concedido.

1 Cuando Pablo invierte el orden normal «Jesucristo» y escribe «Cristo Jesús», es porque quiere enfatizar que «Cristo» no es solo un apellido. Es la traducción griega de la palabra hebrea «mesías», el ungido. Entonces, a veces, para ayudar a que este punto sea claro, es bueno traducir «Cristo Jesús» como «el Mesías Jesús» para resaltar toda la fuerza de lo que Pablo quiere comunicar al conectar a Jesús con las grandes promesas del Antiguo Testamento. Jesús, como Mesías, es quien personifica y representa a Israel como su rey, Señor, y salvador. Así, cuando pertenecemos al Mesías (es decir, cuando estamos «en Cristo»), pertenecemos al pueblo de Dios.

2 Nota del editor: El autor cita la niv, donde se ha traducido «you are not to do whatever you want» (no deben hacer lo que quieran), en contraste con la versión csb «so that you don’t do what you want» (para que no hagan lo que quieran). Se podría correr el riesgo de deducir conclusiones teológicas equivocadas si no se coloca este pasaje y sus posibles traducciones en perspectiva. Por ello, el autor explica lo siguiente:

«Lo que Pablo expresa aquí no es lo mismo que en Romanos 7.19, donde se lamenta de que aun cuando sabe lo que debería hacer y quiere hacerlo (en obediencia a la ley de Dios), se da cuenta de que no lo hace. Aquí en Gálatas, en cambio, el argumento es que el Espíritu impedirá que satisfagamos los deseos de la carne, es decir, sencillamente nos detendrá de hacer lo que nos dé la gana con nuestra egoísta y caída voluntad».

Ser como Jesús

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