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Capítulo 1

El amor

En primer lugar, el amor.

Y no es para sorprenderse. Pablo ya ha afirmado que lo que realmente importa es «la fe que actúa mediante el amor» (5.6), que debemos servirnos «unos a otros con amor» (5.13), y que toda la ley del Antiguo Testamento se resume en el mandamiento «ama a tu prójimo como a ti mismo» (5.14).

Al ubicar al amor en primer lugar, Pablo repite lo que Jesús ya había dicho. Cuando alguien le preguntó a Jesús sobre el mandamiento más importante de la ley, respondió con dos, uno de Deuteronomio y otro de Levítico:

«Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente»—le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.3

Casi con toda certeza es ese segundo tipo de amor, el amor al prójimo, al que Pablo se refiere como el fruto del Espíritu. Es decir que el primer fruto del Espíritu no es tanto nuestro amor por Dios, sino nuestro amor mutuo como cristianos, por sobre todas nuestras diferencias y barreras. Y Pablo se refiere no solo a sentimentalismos por tratarnos con gentileza, sino de pruebas prácticas y reales de que nos amamos y nos aceptamos unos a otros, por la manera en que nos cuidamos, proveemos, ayudamos, animamos y apoyamos mutuamente, incluso cuando cueste o duela mucho hacerlo. El amor en acción, en otras palabras. El amor que disuelve divisiones. El amor que une a personas que de otro modo se odiarían, lastimarían o incluso se matarían.

¿Qué tan importante es amarse unos a otros de esta manera? ¿Por qué el amor aparece primero en la lista de Pablo sobre el fruto del Espíritu? Pablo mismo tenía bastante que decir sobre la importancia de que los cristianos se amaran mutuamente, pero es Juan quien lo enfatiza más que ningún otro autor del Nuevo Testamento.

Así que acudamos a Juan para que nos guie en este primer estudio.

Tres veces en su Evangelio, Juan registra a Jesús dándoles a sus discípulos el mandamiento de que se amen unos a otros:

• Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así com o yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros (Jn 13.34-35).

• Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado (Jn 15.12).

• Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros (Jn 15.17).

Cinco veces en su primera carta, Juan nos recuerda que este mandamiento es de Dios, y entra en mucho detalle explicando cómo deberíamos amarnos no solo con palabras, sino también con hechos y de verdad:

• Este es el mensaje que han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros (1Jn 3.11).

• Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él? Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad (1Jn 3.17-18)

• Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto (1Jn 3.23)

• Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4.7-8).

• Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente (1Jn 4.11-12).

Entonces, si se puede decir que hay algo primordial, central y esencial para ser cristiano y parecerse cada vez más a Jesús, debe ser esto. Por ello, Pablo habla sobre este tipo de amor como la primera evidencia de que Dios está trabajando en nuestra vida, el primer fruto del Espíritu de Dios dentro de nosotros. Juan también ve tal amor como evidencia. Da muestra de algo. De hecho, el amor demuestra varias cosas que podemos observar juntos. Cuando los cristianos se aman unos a otros, dice Juan, es evidencia de algunas realidades muy importantes: el amor es evidencia de la vida; evidencia de la fe; evidencia de Dios; y evidencia de Jesús. Analicemos cada una de estas evidencias.

1. El amor mutuo es evidencia de la vida

Juan se preocupa por reasegurarle a la iglesia a la que le escribe, que ellos son verdaderos creyentes y que comparten la vida de Dios, la vida eterna. Así que Juan lleva a sus lectores a los fundamentos de su fe, a la enseñanza que habían escuchado desde el puro principio, cuando oyeron y respondieron al evangelio.

Juan utiliza dos veces las palabras: «Este es el mensaje que hemos oído». La primera vez es en 1 Juan 1.5. «Este es el mensaje que hemos oído de él y que les anunciamos: Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad». Si caminamos en la luz, habiendo confesado nuestros pecados, y luego vivimos en obediencia como lo hizo Jesús y hacemos lo correcto, entonces conoceremos a Dios y sabremos que pertenecemos a él (1Jn 2.3–6).

Más adelante, por la mitad de su carta, Juan repite esta frase y la vincula a lo que acaba de decir sobre hacer lo correcto, y luego la expande con el mandamiento de amarse unos a otros: «Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano. Este es el mensaje que han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros» (1Jn 3.10-11).

Para Juan, caminar en la luz y caminar en amor son las dos partes más básicas y esenciales de ser un verdadero cristiano. Eran parte del mensaje original y la enseñanza del propio Jesús («desde el principio»). Y eran parte del evangelio en el que habían oído y creído.

Pero Juan va aún más lejos. Otra vez utiliza una de sus frases recurrentes: «sabemos que». Juan insiste en que podemos y debemos saber algunas cosas muy importantes en nuestra vida cristiana. Y posiblemente lo más importante que podemos saber es que tenemos vida eterna. Podemos estar seguros de ello. De hecho, Juan nos dice que esa es la razón principal por la que escribió su Evangelio (Jn 20.30-31), y también la razón por la que escribió su carta (1Jn 5.13).

Juan quiere que sus lectores sepan con certeza que tienen vida eterna. Pero ¿cómo puede uno saber que tiene la vida que Dios da? Cuando ve la evidencia: la evidencia del amor que Dios produce en su vida. «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte» (1Jn 3.14).

El amor cristiano es una cuestión de vida o muerte. Es así de serio. Es lo que prueba si uno ha pasado de lo uno a lo otro.

Ahora bien, ese versículo (1Jn 3.14) es muy similar a algo que Jesús dijo: «Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5.24). Así es que, cuando respondemos a Jesús y depositamos nuestra fe en Dios por medio de él, recibimos vida eterna (así dice Jesús). Pero, cuando nos amamos unos a otros, es que sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque vemos la evidencia (así dice Juan). Tener fe en Dios por medio de Jesús y amarnos unos a otros como cristianos van de la mano. Nuestra vida eterna se recibe por la fe y se demuestra por el amor.

¿Cómo sabemos si un árbol está vivo? Buscamos los brotes, las hojas y luego el fruto. El fruto es la evidencia de que el árbol tiene vida en su interior. Donde hay fruto, hay vida. Pero si no hay fruto, el árbol quizá esté muerto.

¿Cómo sabemos si un creyente o una iglesia están vivos? Buscamos el amor. Donde hay amor hay vida. Cuando los cristianos verdaderamente ponen en práctica el amor, eso es evidencia y confirmación de que la vida de Dios está presente entre ellos y en ellos. Pero cuando no ponemos en práctica el amor, cuando peleamos y discutimos, nos dividimos y nos denunciamos mutuamente… ¿eso qué dice de nosotros? Si no hay amor, dice Juan, no hemos vuelto a la vida en absoluto; más bien «permanecemos en la muerte».

El amor es cuestión de vida o muerte.

Para reforzar lo importante que es esto, Juan nos da dos ejemplos: uno a cada lado de su punto central en el versículo 3.14.

• El ejemplo negativo: Caín (vv. 12, 15). Caín estaba lleno de odio, y su odio lo llevó a la muerte. Así es como sucede. El versículo 15 ofrece una advertencia muy severa: odiar a un hermano cristiano es como cometer un asesinato (de nuevo, Juan repite las palabras de Jesús en Mt 5.21-22). Si las personas afirman ser cristianas, pero sus vidas, actitudes y palabras están llenas de odio hacia los demás, entonces Juan nos advierte que quizás ni siquiera tengan vida eterna, no importa lo que digan.

• El ejemplo positivo: Cristo (v. 16). Cristo estaba lleno de amor, y su amor lo llevó a entregar su vida (no a quitar la vida, como Caín). Así que la esencia del amor es autosacrificarse por los demás. Así es como el propio Jesús explicó su inminente muerte como el buen pastor (Jn 10.11, 15). Así lo dice Pablo: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5.8).

En resumen, Juan dice: no seamos como Caín (ni siquiera se lo imaginen). Seamos como Cristo (no solo en nuestros pensamientos, sino también en la vida practica, v. 18).

Y luego, por si se nos ocurre imaginar que el principio del autosacrificio, de entregar la vida por otros (v. 16), solo es para aquellos momentos muy raros y extremos, cuando quizás realmente pudiéramos tener que morir por otra persona, Juan inmediatamente, en el versículo 17, ilustra lo que quiere decir. Se refiere a oportunidades sencillas, comunes y cotidianas donde verdaderamente se demuestre la generosidad, el afecto y la bondad: «Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?». Se trata de una pregunta retórica potente, a la espera de la respuesta: «No es posible, no importa lo que diga la persona». No podemos afirmar que amamos a Dios, o que el amor de Dios está en nosotros, si no ayudamos a los necesitados cuando tenemos la capacidad de hacerlo. Bueno, podemos afirmar que amamos a Dios, pero se trata sencillamente de una mentira, como más adelante dice Juan con una lógica devastadora: «Si alguien afirma: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto» (4.20).

2. El amor mutuo es evidencia de la fe

Lo que expresa Juan sobre el amor (que necesita demostrarse con hechos concretos) es muy similar a lo que dice Santiago acerca de la fe en este conocido pasaje:

Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: «Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse», pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta (Stg 2.14-17).

Es obvio que Juan hubiera estado de acuerdo, y Pablo también. Pero Juan conecta la fe con el amor de una manera que los hace tan inseparables como la fe y las buenas obras. De hecho, los reúne bajo un solo mandamiento: «Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto» (1Jn 3.23).

Observen que Juan dice: «Y este es su mandamiento» (en singular). ¡Pero luego prosigue y afirma dos cosas! Hemos recibido el mandamiento de no solo creer en el nombre del Hijo de Dios, Jesucristo, sino también de amarnos los unos a los otros, y ambas partes forman un solo mandamiento. Si hacemos lo primero (creer), haremos lo segundo (amar). Si no estamos haciendo lo segundo (amarnos los unos a los otros), no estamos haciendo lo primero (creer en Jesús). No intentemos dividirlos, porque ambos son el mandamiento de Dios: creer en Jesús y amarnos los unos a los otros. Van juntos.

Así que el amor mutuo no es solamente evidencia de la vida de Dios dentro nuestro, también es evidencia de la fe por la cual hemos llegado a recibir esa vida en primer lugar. Santiago dijo que la fe sin obras está muerta. Juan expresaría su acuerdo, diciendo que la fe sin amor (amor que se demuestra en las buenas obras) también está muerta, es decir, que no es más que una afirmación sin valor. De hecho, ya que «este es su mandamiento», de allí se deduce que, si no estamos demostrando amor práctico los unos por los otros, estamos sencillamente desobedeciendo los mandamientos de Jesús en los que decimos que creemos. ¿Entonces qué clase de discípulos somos?

3. El amor mutuo es evidencia de Dios

Uno de los versículos más famosos de la Biblia, después de Juan 3.16, es «Dios es amor». Así como con todos los versículos de la Biblia, es importante leerlo en su contexto. Aquí esta, marcado en cursiva, en un pasaje maravillosamente rico sobre el amor de Dios.

Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente (1Jn 4:7-12).

Juan expresa tres cuestiones principales en este pasaje.

a) Dios es la fuente de todo amor (1Jn 4.7-8)

«El amor viene de Dios», dice Juan. Todo el amor humano fluye de Dios porque Dios es la fuente de todo amor verdadero, ya que el amor es su propia naturaleza y su ser. Esto nos dice algo sobre Dios. Podríamos decir que Dios es amor en todo sentido. Todo lo que Dios hace o dice es, en última instancia, una expresión de su amor. Cuando Dios actúa con justicia, es la manifestación del amor de Dios. Cuando Dios actúa con ira, es el amor de Dios que se defiende a sí mismo (y a nosotros) de todo lo que podría estropear o destruir al mundo y a las personas que él ha hecho con amor. Toda la actitud de Dios y su accionar con su creación es amor. O como dice el Salmo 145 dos veces, «El Señor […] es bondadoso en todas sus obras» (Sal 145.13, 17). El amor de Dios es la realidad más grande del universo, incluso superior al mismo universo.

Así que, efectivamente, este pasaje nos dice una verdad gloriosa acerca de Dios. Pero debemos recordar que Juan se dirige principalmente a sus lectores, y su punto principal es que quien no vive en amor con los demás no está conectado con Dios, quien es la fuente de todo amor. De hecho, tal persona realmente no conoce a Dios y no es su hijo.

b) Dios nos ha mostrado la evidencia y el ejemplo de su amor (1Jn 4.9-11)

Juan regresa a la esencia del propio evangelio. ¿Cómo sabemos que Dios nos ama? Porque Dios el Padre dio a su único Hijo, y Dios el Hijo voluntariamente se entregó a sí mismo, para salvarnos de la muerte eterna y darnos la vida eterna. La maravillosa verdad del evangelio de Juan 3:16 se encuentra bajo la superficie de estos versículos.

La cruz es la demostración definitiva del amor de Dios, el amor del Padre y del Hijo. Observen el hermoso equilibrio entre 1 Juan 4.9-10, que habla del amor del Padre al enviar a su Hijo, y 1 Juan 3.16, que habla del amor del Hijo al entregar su vida por nosotros. Pablo expresa exactamente el mismo punto equilibrado cuando habla de Dios el Padre como «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros…» (Ro 8.32), y del «Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí» (Gá 2.20).

Pero, una vez más, hay que recordar el punto principal. Juan nos dice todo esto respecto al amor de Dios no solo para enseñarnos una buena teología de la expiación. Su gran objetivo es motivarnos a imitar el amor de Dios Padre y Dios Hijo, amándonos unos a otros. Y eso nos trae al clímax del argumento de este párrafo, en el versículo 11: «Ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros». La cruz no solo es el medio por el cual somos salvos, sino también el ejemplo respecto a cómo debemos vivir.

Pedro expresa el mismo punto doble. Dice respecto a Jesús: «en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados». Así es como nuestros pecados pueden ser perdonados, por la muerte expiatoria de Cristo. Pero en el mismo pasaje Pedro escribe: «Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos», el ejemplo de sufrir sin represalias y contragolpes (1P 2.21-25). De manera similar, dice Juan, el amor de Dios, demostrado en la cruz, es un modelo y un ejemplo que debemos seguir. «Ya que Dios…, también nosotros...». Es tan simple como esto.

Entonces, si una persona está luchando con amar a otros cristianos (y sucede a menudo, por todo tipo de razones), hay dos cosas que debe hacer: primero, ir a la fuente del amor, a Dios mismo, y pedir que su amor divino le llene; y segundo, pensar en el modelo de amor, la cruz de Cristo, y seguir su ejemplo.

Pero luego Juan da un paso más, y hace una declaración aún más potente de lo que ocurre cuando los cristianos se aman los unos a los otros.

c) Dios se hace visible por medio de nuestro amor mutuo (1Jn 4.12)

Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente (1Jn 4.12).

«Nadie ha visto jamás a Dios». ¿Pero qué pasa con todas esas apariciones de Dios en el Antiguo Testamento a personas como Abraham y Moisés? Bueno, efectivamente, en ese sentido Dios sí se hizo visible a ellos en alguna forma humana temporal o mediante un ángel. Estos eventos se denominan «teofanías», que literalmente significa «apariciones de Dios». Cuando Dios quería hacer o decir algo particularmente importante para algún momento histórico, se le «aparecía» a alguien en la historia. Pero, aun así, había cierta cautela en torno a hablar de «haber visto a Dios». Sabían que Dios, como realmente es en sí mismo, es invisible. Dios no es parte del mundo físico que podemos ver a nuestro alrededor y en el cual vivimos. Dios no es un «objeto». Dios es Espíritu, el creador del universo, no es una «cosa» o un «cuerpo» que podemos ver con nuestros ojos físicos. Entonces, en ese sentido, Juan dice con acierto que «nadie ha visto a Dios».

Pero esta es en realidad la segunda vez que Juan escribe estas precisas palabras. La primera vez fue en su Evangelio. Justo al principio, cuando habla de la manera asombrosa en que la eterna Palabra de Dios ha ingresado en nuestro mundo de espacio y tiempo, dice esto: «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer» (Jn 1.18).

Jesucristo, la Palabra que se hizo carne, ha hecho visible a Dios. Dios, en la persona de Jesucristo, fue visto, oído y tocado. De hecho, al principio de su carta, Juan les recuerda a sus lectores este mismo punto: «Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida» (Jn 14.9).

Bueno, podríamos decir que aquello estuvo muy bien y fue muy lindo para los que pudieron ver a Jesús cuando vivió aquí en la tierra. Tuvieron esa maravillosa oportunidad de ver al Dios invisible hecho visible en la persona y la vida de Jesús de Nazaret. ¡Me alegra por ellos! ¿Pero qué pasa con el resto de nosotros?

¿Qué ocurre con el resto de la raza humana que nunca tuvo la oportunidad de ver a Jesús? ¿Hay alguna forma en que Dios pueda ser visto hoy?

Sorprendentemente, Juan empieza su segunda afirmación exactamente de la misma forma: «Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros» (1Jn 4:12). Juan parece dar a entender que nuestro amor mutuo hace visible el amor de Dios, que es otra forma de decir que Dios mismo se hace visible, ya que Dios es amor. Cuando los cristianos se aman los unos a los otros, de maneras concretas, con sacrificio, a un gran precio, de forma tal que logran destruir barreras, entonces el amor de Dios (o, más bien, el Dios que es amor) se llega a manifestar. El mundo debería poder observar cómo los cristianos viven y aman juntos, y ver demostrado en ello algo de la realidad de Dios. El Dios invisible se hace visible en el amor que los cristianos tienen los unos por los otros.

Ahora bien, por supuesto que ninguno de nosotros es perfecto, y todos fallamos de muchas maneras distintas. Por ello, a menudo nos protegemos un poco y decimos cosas como: «No me mires a mí o a los cristianos; mira a Jesús». Sí, claro, nunca debemos presumir. Y efectivamente, queremos que las personas se enfoquen en Cristo, no en nosotros. Pero, a veces aquella manera de pensar y expresarse puede convertirse en una excusa para que ni siquiera intentemos obedecer el mandamiento de Cristo respecto a amarnos los unos a los otros. Para Juan, el mundo debería poder observar a los cristianos y a las iglesias cristianas y ver algo de la realidad de Dios. Deberían poder ver a Dios en acción.

Y esto es especialmente cierto cuando personas que normalmente se odian y se matarían si pudieran, como aquellas que provienen de naciones con historia de guerras, pueden mostrar que se aman gracias al amor de Dios en Cristo. En 1994, durante el genocidio de Ruanda, un grupo de estudiantes del movimiento ifes de esa nación, que provenían de las tribus de los hutu y los tutsi, permanecieron unidos a pesar de las advertencias para que se separasen. En círculo y tomados de las manos oraban juntos diciendo: «Vivimos juntos, unidos por Cristo, y moriremos juntos si es necesario». Y así sucedió para muchos de ellos. Pero solo el evangelio del amor de Dios puede hacer que exista ese tipo de amor. Vemos ese evangelio cuando un judío mesiánico israelí y un creyente cristiano palestino pueden abrazarse y compartir una plataforma internacional (en el Congreso de Lausana de 2010, en Ciudad del Cabo). Dios mismo se hace visible cuando los hijos de Dios se aman, aunque el mundo les diga que hagan lo contrario.

Unos años atrás, las sociedades ateas del Reino Unido pagaron para colocar un cartel publicitario en los famosos buses rojos de Londres. El cartel decía: «Es probable que no haya un Dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida». Hay muchos cristianos en Londres. En teoría, una persona que no es cristiana, al leer el cartel debería poder decir: «No es cierto que Dios no existe, porque conozco a Sara y Nirmala y a Sam y Ajith, y todos ellos son cristianos, y Dios obviamente es real y vive en medio de ellos».

Se supone que debemos ser pruebas vivas de la existencia de un Dios vivo. Nadie puede ver a Dios. Pero la gente nos puede ver a nosotros. Y cuando nos amamos los unos a los otros, lo que ven es el amor de Dios.

Todo esto quizá suene muy positivo, y lo es. Pero también necesitamos hacer una pausa y reflexionar acerca de los efectos negativos cuando ocurre lo contrario, cuando los cristianos no se aman o no quieren amarse los unos a los otros, y en cambio encuentran toda clase de excusas para no obedecer el mandamiento de Jesús, y no muestran ninguna evidencia del primer fruto del Espíritu.

Según Juan, cuando aquellos que dicen ser cristianos no demuestran evidencias de este tipo de amor, amor como el de Dios y como el de Cristo, y que el Espíritu produce, entonces:

• ponen en duda si realmente han nacido de nuevo (1Jn 4.7);

• muestran que realmente no conocen a Dios (1Jn 4.8);

• están despreciando la cruz de Cristo, al vivir como si no tuviera nada que enseñarnos (1Jn 4.9-10);

• peor aún, mantienen a Dios invisible (1Jn 4.12). Esconden el amor de Dios. Ocultan al Dios que es amor, al Dios que no puede ser visto pero que anhela ser visto por medio de nosotros.

Así que, por todas estas razones, aquellas personas en realidad obstaculizan la misión de Dios e impiden que otros entren al reino de Dios, de la misma manera en que lo hicieron aquellos que se resistieron y rechazaron a Jesús en las historias de los Evangelios.

Cuando los cristianos no se aman los unos a los otros, no solo es trágico, es tóxico. Es venenoso y letal. Frustra la razón misma de nuestra existencia. Nuestra misión es ser discípulos y hacer discípulos, compartir y vivir las buenas noticias del evangelio del amor de Dios, y mostrar cómo transforma nuestras propias vidas y relaciones.

Bueno, todo ello proviene de la primera carta de Juan. Pero a manera de conclusión, podemos volver al propio Jesús para una reflexión final.

4. El amor mutuo es evidencia de Jesús

Jesús dijo: «Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13.34-35).

Cuando los cristianos se aman mutuamente, demuestran a quién pertenecen. Señalan a los demás el camino a Cristo. El amor cristiano es increíblemente transformador, y en muchos contextos es tan asombroso y contracultural que solo puede ser la obra de Cristo, el poder del evangelio, el fruto del Espíritu.

¡Que fruto tan vital es este amor! Es absolutamente primordial y principal. Cuando los cristianos se aman unos a otros,

• demuestran que tienen vida eterna

• demuestran que tienen una fe que salva

• demuestran que Dios es real

• demuestran que son verdaderos seguidores de Cristo

Pero cuando no aman… bueno ¿qué demuestra esto?

Preguntas para la reflexión personal o en grupo

1) ¿Qué historias bíblicas podrías usar que ilustren el tema del amor?

2) ¿Qué ejemplos de tu propia historia o contexto ilustran el poder del amor como evidencia de la verdad del evangelio (por ejemplo, la reconciliación entre enemigos)?

3) Si tuvieras que predicar o enseñar sobre el amor como el fruto del Espíritu de Dios, ¿qué tipo de reacción esperarías en tu iglesia o comunidad? ¿Que evidencia hay, ya sea de la presencia o la ausencia de tal amor?

3 Mt 22.37-40, que cita a Dt 6.5 y Lv 19.18.

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