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Prólogo

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Existe el hábito de aceptar con total naturalidad que hay cosas de las que «no se habla» a pesar de que suceden ininterrumpidamente a nuestro alrededor. Una de ellas es la sexualidad de las mujeres que han superado los sesenta años. Tiempo atrás se trataba de una edad ya descartable e importaba poco lo que pudieran sentir y desear porque, salvo excepciones, habían sido marginadas de la vida social una vez cumplido con los roles que la sociedad asignaba al género femenino, fundamentalmente los de esposa y madre. En las últimas décadas se han producido cambios significativos y las mujeres de sesenta y más se sienten con disponibilidad de tiempos y espacios para disfrutar lo más plenamente posible de la vida habiendo ya cumplido con los mandatos sociales y las responsabilidades asumidas en la juventud.

Es sabido que la sexualidad es un don que la naturaleza ha otorgado a los humanos y, a diferencia del resto del mundo animal, no se reduce a la procreación sino que ofrece un amplio escenario de disfrute que se extiende hasta el límite mismo de la vida. Vida y sexualidad son inseparables. Sin embargo, esta unión entre ambas, que es una evidencia innegable a pesar de que a menudo se la niegue, ha sufrido a lo largo de los tiempos vicisitudes muy diversas. Una de las más frecuentes en la época actual ha consistido en afirmar, con fuerza de verdad científica, que la menopausia da por finalizado el deseo sexual y pone fin al disfrute del erotismo en las mujeres. Esta suposición tiene muy poco de cierto y mucho de tergiversación y ocultamiento. De eso, precisamente, trata este libro.

La propuesta de abordar este tema tiene por objetivo correr alguno de los velos que ya no ocultan nada pero siguen siendo utilizados para mantener en las sombras la sexualidad femenina. En este libro pretendo poner en evidencia algo de lo que «no se habla».

Sin ninguna duda, el tema es amplísimo y cubre un espectro que excede los límites de este abordaje. El objetivo en esta oportunidad no es dar por acabado el tema sino todo lo contrario, abrir una brecha que, es mi deseo, promueva el interés, tanto en hombres como en mujeres, para seguir corriendo otros velos.

La oportunidad de abordarlo surgió por el interés de la entonces editora de Paidós en México, quien me lo propuso y con ello prendió en mí una antorcha de entusiasmo que me llenó de empuje y alegría. Acepté dedicarme a investigar el tema y durante dos años llevé a cabo, ininterrumpidamente, entrevistas personales a partir de un temario abierto y según el eje en la sexualidad de las mujeres después de los sesenta. Evité el uso de encuestas totalmente convencida de que resultan muy limitadas porque, entre otras cosas, responden a lo que ya tienen en mente quienes formularon las preguntas. Además se trata de un tema sobre el que no me interesaba «cuantificar» sino correr velos que ocultan aquello de lo que «no se habla». Participaron de las entrevistas mujeres y varones heterosexuales, mayores de sesenta años que estaban dispuestos a hablar de su sexualidad. Esto significó que hubo algo así como una preselección espontánea por parte de los propios participantes. Evidentemente se trataba de personas para quienes la sexualidad había sido —y seguía siendo— una experiencia disfrutable sobre la cual estaban dispuestas a hablar. Estas dos condiciones, la edad y la buena disposición para hablar sobre ello, son en sí mismas una evidencia palpable de que la sexualidad sigue viva aún cuando muchos todavía insisten, como si fuese una ley biológica, que la menopausia arrastra consigo la pérdida del deseo sexual. Las entrevistas duraban entre dos y tres horas y se llevaron a cabo habitualmente en mi consultorio y, en ocasiones, en los lugares que proponían los entrevistados. Hubo casos en que las entrevistas se repitieron. La metodología utilizada consistió en preguntas muy abiertas que iban surgiendo a medida que progresaba la conversación, la cual era registrada en su totalidad en una grabación cuya desgrabación fue hecho por mí en la totalidad de las entrevistas. A posteriori comenzó el trabajo de sistematizar los temas que surgieron de las entrevistas y luego el análisis de aquellos que serían rescatados para la presente edición. Algunos quedaron a la espera de ver la luz en otro momento.

Uno de los tantos que aún quedan por indagar es el que tiene que ver con el autoerotismo. Es decir, con el placer que el propio cuerpo es capaz de brindar a aquellas mujeres que toman la libertad de incursionar en él y descubrir los múltiples matices que ofrece. El tema de la masturbación es un punto clave en la libertad erótica femenina pero ha sido sistemática y cuidadosamente reprimido. Es sabido que la masturbación femenina es tan antigua como la masculina pero mucho más llena de tabúes, prohibiciones y castigos. Si bien es cierto que hay profesionales de distintas disciplinas que han comenzado a incursionar intentando descorrer los velos con que la sociedad occidental judeocristiana oculta, reprime y castiga la masturbación femenina, también es cierto que sigue siendo aún un tema del que «no se habla» con espontaneidad en nuestro medio, fuera de los consultorios de sexualidad y de ciertos grupos vanguardistas que lo abordan de diferentes maneras. Eso fue justamente lo que sucedió en las entrevistas realizadas, tanto con las mujeres como con los varones. La masturbación fue un tema del que «no se habló» espontáneamente, lo cual puso en evidencia que la omisión del tema —y probablemente también de su práctica— ha formado parte de las represiones sexuales de no pocas mujeres que hoy transitan la sexta década. Los tiempos han cambiado y muy probablemente no sean pocas las mujeres que también hayan modificado sus hábitos, pero lo que suele seguir manteniéndose es el pudor para hablar de ello. Si hablamos de erotismo, es inevitable comentar que el primero y legítimo acceso es el que reside y provee el propio cuerpo. Sin embargo, no hace mucho que el tema ha comenzado a ser abordado desde una perspectiva de género. Este abordaje es algo muy distinto a las habituales publicidades que promueven supuestas «libertades sexuales» que de erotismo suelen tener poco y mucho, en cambio, de exhibicionismo al servicio de intereses ajenos al disfrute femenino. Es un tema que sigue aún pendiente.

Siempre hago hincapié en que lo que afecta a la mitad femenina de la humanidad, necesariamente afecta a la otra mitad. Negar esto es contribuir a mantener un modelo dicotómico de sociedad que resulta ser profundamente insalubre para unas y otros. Una sociedad más solidaria ofrece una mejor calidad de vida y ello requiere hacer cambios que beneficien a ambos géneros, limitando los privilegios de unos sobre otros. En lo que a sexualidad se refiere, para quienes son ya mayores, ambos géneros suelen padecer —innecesariamente— imposiciones socioculturales que generan no pocos conflictos. Los varones, que con el paso del tiempo reducen su capacidad eréctil, suelen sentirse exigidos a una potencia que sigue focalizándose en la erección de su miembro. Y las mujeres, a quienes ya se les ha modificado la imagen física del modelo de atracción «socialmente correcto», se ven obligadas a realizar malabares para combatir la marginación de la que son objeto a causa de la edad. Ambos suelen perderse de seguir disfrutando de una sexualidad que aún está a su disposición y que excede en mucho la mecánica genital.

Las entrevistas realizadas, ofrecieron riquísimas perspectivas, tanto femeninas como masculinas, cuya impronta se refleja en los comentarios que fueron incluidos literalmente. Dichos comentarios fueron utilizados por mí como un trampolín para desarrollar algunos de los puntos álgidos de la sexualidad después de los sesenta y, al mismo tiempo, fueron una evidencia contundente de todo lo que falta por seguir develando. El goce sexual es a mi entender, fundamentalmente, un acto de libertad que se resiste a ser condicionado por «otro» que no sea aquel que lo experimenta. Es una experiencia intransferible y pertenece en exclusividad a quien la vive. El partenaire es solo un compañero de ruta que adornará mejor o peor el trayecto compartido pero no es el «responsable» del goce ajeno. Creo que este es un punto clave que pone el foco en los juegos de poder que se instalan en la sexualidad. Y es aquí donde juega un papel importante la intolerancia a la libertad ajena, promoviendo mecanismos sociales para neutralizar la experiencia sexual y el goce correspondiente. Este es uno de los motivos por los cuales la sexualidad femenina ha padecido, a lo largo de los tiempos, un sinfín de represiones.

En los últimos treinta y cinco años me he dedicado, junto con el ejercicio de mi profesión, a investigar y escribir sobre temas que tienen la particularidad de ser «delatores» y en consecuencia, muy a menudo, han llegado a ser vistos como «transgresores». Es decir, temas que en la vida cotidiana —privada y pública— ocultan, a veces con disimulos muy sofisticados, profundos mecanismos de poder entre los géneros. Me ha fascinado entrar en los laberintos de estos temas y a través de ellos indagar sobre el dinero, el éxito, las negociaciones, el amor, el devenir del tiempo y ciertas dificultades femeninas para implementar límites a las demandas ajenas. Siempre lo hago desde una perspectiva de género que también incluye, inevitablemente, las problemáticas masculinas. Invito a transitar por estas reflexiones y a compartir los comentarios que las mismas puedan estimular.

Erotismo, mujeres y sexualidad

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