Читать книгу Horizontes de la hipótesis tensiva - Claude Zibelberg - Страница 45
2.3 Dignidad de la concesión
ОглавлениеDesviando un tanto una observación de Vendryés (1958): «[El francés] es una fuerza que solamente se puede definir por la meta a la cual tiende; es una realidad en potencia que no llega al acto; es un devenir que no termina jamás» (p. 285), Merleau-Ponty en La prosa del mundo (1999) ve en esa imperfectividad21 definitiva, en esa «cavidad siempre futura», la antinomia inapreciable de un lenguaje con la posibilidad de estar siempre más allá de sí mismo:
El poder del lenguaje no está ni en ese devenir de intelección hacia el cual se dirige, ni en ese pasado mítico del que provendría; radica por entero en su presente, en cuanto que logra ordenar las pretendidas palabras clave para hacer que digan más que lo que han dicho jamás, que se superen como productos del pasado y nos den la ilusión de superar toda palabra y de llegar a las cosas mismas, porque, en efecto, sobrepasamos todo lenguaje dado. (p. 58)
Y, sin embargo, siempre más acá de sí mismo:
Hay, ciertamente, un interior del lenguaje, una intención de significar que anima los accidentes lingüísticos, y hace de la lengua, a cada momento, un sistema capaz de recuperarse y confirmarse a sí mismo. Pero esa intención se adormece a medida que se cumple; para que su deseo se realice, es preciso que no se lleve a término, y para que algo sea dicho, es necesario que no sea dicho absolutamente. (Merleau-Ponty, 1999, pp. 51-52)
Si no nos equivocamos, la mayor virtud del lenguaje tiene, en el espíritu de Merleau-Ponty, por principio espiritual su imperfectividad creadora.
A partir de estas relecturas rápidas y sumarias de los textos fundadores de la lingüística y de la semiótica, no se trata de designar un «ganador» descalificando a los otros como «perdedores». Si nos encontramos en presencia de una complejidad que oscila entre la profesión y la denegación, ¿cómo tratarla «prácticamente»? Creemos que la concesión permite convertir con todo conocimiento de causa, es decir, discursivamente, una contradicción exclusiva en coexistencia de hecho, o según una fórmula inigualable: «ménager la chevre et le chou» [«nadar entre dos aguas»]. En efecto, si el sistema controlase de parte a parte el proceso, todo estaría ya dicho, y la novedad solo sería apariencia: la ilusión disipada, que pareciera que no ha hecho más que disponer de otra manera las magnitudes ya establecidas en el repertorio. Conviene, pues, inscribir como recurso la posibilidad del proceso para superar, exceder el sistema que lo controla. ¿Cómo? El sistema admite en ascendencia el algoritmo elemental:
Es necesario que el redoblamiento sea recategorizado aspectualmente hablando. Esa recategorización —más exactamente, sin duda: esa sublimación— es aceptable a condición de movilizar simultáneamente la concesión y la recursividad: aunque el redoblamiento haya tenido lugar, yo reitero, según un pleonasmo22 legitimado por el credo baudelairiano relativo a la incondicionalidad de la progresividad23, el redoblamiento; en breve, yo redoblo el redoblamiento aplicándole a sí mismo la operación que él autoriza. Respecto a la tensión perenne entre el hecho y el derecho, admitiremos que, en esta circunstancia, siempre crítica, la concesión viene a restablecer el hecho en sus derechos: «[…] hablando o escribiendo, no nos referimos a cualquier cosa que está delante de nosotros, distinta de toda palabra, lo que tenemos que decir es el exceso de eso que vivimos sobre lo que ya está dicho […]» (Merleau-Ponty, 1999, pp. 158-159). Así como la narratividad excede la narración, del mismo modo admitiremos que la concesividad, término que resume un estilo relacional preciso, excede la concesión gramatical.
La concesión es valiosa porque participa de la alternancia mayor a nuestros ojos:
«llegar a» vs. «sobrevenir»
En efecto, para los gramáticos, la concesión está del lado del «sobrevenir»:
[…] cuando una acción o un estado parece que contienen cierta consecuencia, la oposición nace del hecho de que una consecuencia contraria, inesperada, se produce; a eso de le llama concesión o la causa contraria. Tipo: «A pesar de que tuvo fiebre muy alta, se salvó». (Wagner y Pinchon, 1962, p. 600)
¿Es preciso decirlo? Lo inesperado tiene aquí valor de marcado, y lo esperado, valor de no-marcado; sea ahora:
En estas condiciones, un oscuro principio de equivalencia o de compensación regula, más acá o más allá de la gramática expresada, el reparto de las valencias intensiva y extensiva:
Esta red puede ser proyectada en forma de diagrama:
Desde el punto de vista sistémico, la concesión viene a intercalarse entre la afirmación y la denegación: admite la coexistencia de hecho de magnitudes que la doxa, orgullosa de su superioridad numérica, tiene por incompatibles, como lo muestra el siguiente fragmento de Nietzsche (2012):
La creencia fundamental de los metafísicos es la creencia en la antinomia de los valores. Aun los más prudentes, aquellos que han jurado de ómnibus dubitandum [hay que dudar de todo], no se han preocupado de emitir una duda sobre este punto, mientras que aquí la duda era más necesaria. Porque uno se puede preguntar primeramente si existen antinomias, y en segundo lugar, si esas apreciaciones populares, esas antinomias de valores sobre las cuales los metafísicos han impreso su sello, no son tal vez simples juicios superficiales, perspectivas provisionales, tomadas desde un ángulo particular, de abajo arriba, «perspectivas de rana» en cierto modo, por usar una expresión familiar de los pintores. (p. 22)