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3. DEL ARTE POLÍTICO A LA ERA DE LOS PROYECTOS

No se puede decir bien si la década del 2000 en el arte argentino comienza ese año o al siguiente, con la insurrección popular y la fuga del presidente Fernando de la Rúa, que el 21 de diciembre firmó la renuncia al poder ejecutivo en su despacho y minutos después montó el helicóptero en el techo de la Casa Rosada mientras la Plaza de Mayo, a pocos metros, todavía estaba atestada de manifestantes en lucha con la policía. Hay una historia de estos años que comienza en 2001 con la crisis; otra, un año antes, con el calendario y las distintas coincidencias que repasamos en el capítulo anterior; y una más que comienza en 1998 con la segunda visita de Catherine David a Buenos Aires. No fue solo la parada triunfal que la ciudad le consagraba tras Documenta X y que coincidió con uno de sus viajes a São Paulo, donde David administró el programa de video de la conocida bienal de la Antropofagia55. Tampoco fue solamente un viaje preparatorio para la muestra de David en Fundación Proa, City Editing, que inauguró al año siguiente. El viaje de David fue algo más: fue el comienzo de un interrogante. Catherine David fue escuchada por muchos con atención y sus palabras produjeron hipnosis colectiva. Dos palabras sobre todo, un sustantivo y un adjetivo: espacio público. En 1997, un año antes de la visita magistral, yo era un disciplinado izquierdista de quince años que leía siempre su Página 12 dominical y del que incluso a veces sacaba recortes. Y era uno de los primeros en leerlo: generalmente lo compraba al volver de una celebración con mis compañeros de escuela, a eso de las cuatro o cinco de la mañana, y con la lucidez de una persona sobria comenzaba a leerlo en la parada del colectivo de regreso a casa. Pero en 1998 perdí la disciplina: dejé de leer el diario y de volver sobrio a casa. Me perdí entonces el artículo de Daniel Link con Catherine David en el suplementoradar: paseo por la Recoleta, charla en la confitería La Ideal, visita al tumultuoso barrio de Constitución56. Si ella hubiera mostrado mayores caprichos, el artículo habría terminado en una habitación de hotel dada vuelta, como pasa en los reportajes con músicos. Pero David se limitó a mantener la línea orgánica de Documenta X y Link enmarcó sus ideas con claridad y modestia. El reportaje es así un testimonio del último paseo relevante por la ciudad elegante y genérica de la década de 1990, una ciudad más marcada por las obras de infraestructura del intendente Grosso de unos años atrás que por el primer jefe de gobierno electo por los porteños que estaba en funciones en aquel entonces, justamente Fernando de la Rúa, que poco iba a tardar en pasar a la presidencia y de allí al helicóptero de escape retratado en una fotografía periodística tan contundente que ningún presidente desde entonces volvió a utilizar el helipuerto de la casa de gobierno. Dice David, en conversación con Daniel Link:

Para un europeo, Buenos Aires es previsible: sabemos que venir acá no es venir a la jungla. Buenos Aires nunca me sorprendió porque […] siempre supe qué iba a encontrar. En ese sentido Argentina es muy diferente de México o Brasil. Por supuesto, es una ciudad muy mediada, […] sobre todo por su literatura, desde Borges a Macedonio Fernández57.

Acompañada por el cronista, la curadora recorre la ciudad en auto. Mirando por la ventana y dejando pasar el tiempo, se despacha sobre distintos temas como parte de una acción profesional que se juega también en los entredichos y las declaraciones a la prensa. Es una de las figuras dominantes del arte del mundo entero; expone su cabellera al viento, mezcla de intelectual y dignataria de primer nivel. Elogia la bienal de São Paulo de la que viene de participar pero también baja línea: “Hoy por hoy, es evidentemente la mejor bienal del mundo, muy superior a la de Venecia. Pero una vez alcanzado un nivel de excelencia tan alto, lo que habría que discutir es el concepto mismo de bienal”58. En el Rosedal de Palermo hace otra declaración que Link engasta en una atmósfera deliciosa:

“Es [el Rosedal] un parque muy bien peinado”, sentencia y agrega [...]: “Lo que se nota en Buenos Aires es el enfrentamiento de dos velocidades radicalmente opuestas: el último café, las últimas librerías […] y, chocando con eso, el desenfreno modernizador”. [...] “Estuve dos veces en el [viejo café] Tortoni, la segunda me quise llevar la carta porque pensé que en cualquier momento pueden cerrarlo. Para los argentinos, el café es como un relicario. Hay que fundar una asociación civil en defensa del café tradicional”59.

Por aquella época el espacio público porteño recibía las sucesivas olas de una especie de modernización conservadora. A diferencia de la marea de inversiones extranjeras de la primera presidencia de Menem, entre 1989 y 1995, y cuya encarnación son las grandes obras de Grosso y su particular alquimia entre sector público y privado (entre otras obras vale mencionar la inauguración de la feria arteBA, en 1991), a finales de los noventa no se llevan a cabo grandes transformaciones en la ciudad pero sí se pone en práctica un empeño morboso por el mantenimiento y la conservación. La ciudad era entonces un circuito de paseos prolijos, punteado de parques con el pasto bien cortado, “peinado”, como dice David. Esa ciudad también aspiraba a conservar sus viejos edificios como ruinas decentes. De ahí el llamado de David a cuidar los cafés a través de una organización civil. Pero ni ella ni Link, tal vez ni siquiera sus lectores, parecían saber que los desafíos de la ciudad en poco tiempo iban a ser muy distintos.

Catherine David se despidió de una ciudad que pronto iba a quedar sepultada por la crisis económica; y también se chocó con un antiguo mundo del arte cuyo cerebro lo formaban instituciones anquilosadas como el Centro Cultural Recoleta y el Museo de Bellas Artes, ambos en la encrucijada de las avenidas Pueyrredón y Libertador. Esa era la vieja ciudad coqueta, la de las cebollas que criticaba ramona. Allí afincaba el viejo mundo del arte; sus protagonistas (Federico Klemm, Jorge Glusberg y otros retratados oportunamente por los Mondongo) eran en su mayoría personas que habían despuntado en la vida pública varias décadas atrás. A ellos, directores de espacios y museos, gestores de la cultura, les habla David; a ellos les pide poner todo en discusión nuevamente. Sus ideas circulan en una poblada comida en el Club Francés, un rancio edificio con pretensiones Belle Époque, y en varias visitas a los museos del sistema público, donde la reciben unos ancianos tan desactualizados que hasta tienen la costumbre de fumar en las salas de exhibición. El mensaje de David se da de frente con un mundo del arte recalcitrante, que no quiere saber nada de abandonar el mundo del arte y volcarse al espacio público.

Entrando en la confitería Ideal, Catherine David […] pide un jerez, encantada de haber descubierto otro lugar que [...] sobrevive a los embates modernizadores. [...] Y hablando de estética y política: “En Buenos Aires es muy difícil organizar a la gente en proyectos colectivos. Y eso empobrece el debate. ¿A qué hora van mañana las Madres a Plaza de Mayo?”, pregunta por fin60.

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