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I. TOMÁS MOULIAN:

TRAYECTORIA, RED DE PRODUCCIÓN Y RELATO SOCIOLÓGICO HASTA 1983

1. Trayectoria y red de producción

Familia de inmigrantes y figura del padre admirado

Tomás Moulian Emparanza nace el 21 de septiembre de 1939, siendo el mayor de cuatro hermanos. Su padre, también de nombre Tomás, era un vasco, de Guipúzcoa, que se vino a Chile a probar suerte luego de la llegada del franquismo. En el barco, este joven de recursos modestos conoció a Laura Emparanza, hija de un próspero comerciante vasco instalado en Chile que volvía al país. Se enamoraron y casaron. Pronto, sin embargo, Laura contrajo una meningitis y aunque sobrevivió fue confinada, como relata Moulian, “a la categoría de mujer enferma, que no era otra cosa que una persona tonta, que estaba siempre ahí sentada, tejiendo, rezando el rosario o en silencio”11. Pese a la desafección entre ambos, tuvieron cuatro hijos y nunca se separaron.

Tomás hijo concentra su afecto y admiración hacia su padre. “Él fue –dice– una figura muy positiva para mí. Un hombre de muy poca educación, que no debe haber llegado más allá de cuarto básico, pero autodidacta, inteligente, una figura estimulante y decisiva en mi carrera”12. El interés por leer, el imperativo de entrar a estudiar a la universidad, esas fuerzas impulsoras de su futuro intelectual, Moulian las ve asociadas a ese gran ídolo que era su padre. “Él también me admiraba a mí en forma aplastante –agrega–. Yo era su éxito”13.

En contraste, a todo ese respeto y admiración por su padre, el joven Tomás “a ella [su madre] la despreciaba […]. Ella era beata, de misa, silenciosa y débil, todo lo contrario de mi padre […]. Él la consideraba un lastre”. Ese distanciamiento en la pareja contribuyó a que Tomás padre mantuviera una relación con la empleada de la casa, Laura Suárez, con la cual tuvo dos hijos y respecto a los cuales negó toda responsabilidad. De esa relación los hermanos de Moulian se enteraron mientras ella tenía lugar, siendo testigos de sus manifestaciones, pero Moulian, seguramente obnubilado por la visión idealizada que tenía de su padre, dice haberse enterado solo muchos años después, al saber del fallecimiento de uno de esos hijos extramatrimoniales. A su vez, solo en los últimos años de su madre, teniendo él que preocuparse de ella, reconoció que “había estado maltratada y estigmatizada”14.

Según Moulian, su padre era un nacionalista vasco, no un republicano, que toda su vida añoró volver a su patria. Moulian señalará esta experiencia como razón para evitar su propia salida al exilio durante la dictadura. Dice que nunca quiso irse exiliado porque había visto como sufrió su padre por el desarraigo15.

Pese a que sus padres habían llegado solo a los estudios primarios y vivían modestamente, habiendo perdido los recursos provenientes de la familia paterna, Tomás y su hermano Luis entrarán a la universidad. Luis a historia y Tomás a filosofía, inicialmente. El padre trabajaba como comerciante y nunca logró juntar muchos recursos. La familia residió primero en Vicuña Mackenna y luego cerca del Estadio Nacional, teniendo una vida que se puede caracterizar como de clase media, relativamente modesta16. Algo de ese modo de vida lo mantendrá Moulian a través de los años, rechazando cualquier forma de ostentación, y siendo característico en él una ropa informal que connota sencillez y desatención de la apariencia.

En cuanto a sus primeros estudios, según cuenta el mismo Moulian:

Tengo una muy diversificada formación escolar. Primero, estudié en un colegio inglés, mis preparatorias; el colegio se llamaba Rainbow School que era un colegio inglés de barrio, en Ñuñoa. Después entré a estudiar en un colegio religioso, que se llamaba Instituto de Humanidades Luis Campino y allí repetí un curso, como demostración del mal alumno que era, y me fui a un liceo, el liceo Thomas Jefferson que, tras ese nombre, era un liceo totalmente chileno, que recogía estudiantes que habían tenido alguna mala andanza en su educación secundaria. Entonces estaba yo ahí, con los que habían tenido algún fracaso. Yo creo que ese liceo me salvó. Me fomentó el gusto por el estudio, gusto que no había logrado adquirir en los otros colegios en los que había estado. Entonces esa ida al liceo de los niños fracasados fue para mí sumamente útil17.

El otro aspecto destacado de su juventud es la formación católica. Estuvo en un colegio católico –el Luis Campino– y entrará a participar en la juventud obrera católica, muy influido por el pensamiento social cristiano, en la línea de la encíclica Rerum Novarum18. Este movimiento será la base para la conformación de su primera red de interlocutores político intelectuales.

Tempranamente, a los 15 años, ya se había ido de la casa a vivir a una población, con un amigo del barrio, Joel Becerra. Mientras este tenía una vocación de tipo religioso católica, la suya era secular y política, según él la recuerda.

Una experiencia constante en su vida, comenzada cuando muy joven, será la de sumergirse en la lectura de textos literarios. Uno de los autores que le interesaron tempranamente es Albert Camus, del cual leerá no solo sus novelas, como El extranjero, sino también ensayos filosóficos, como El mito de Sísifo, pese a que reconoce que su lectura le tomó esfuerzo19. Esto, junto con lecturas de Jean-Paul Sartre, lo atrajeron hacia el pensamiento político intelectual. Los intelectuales públicos franceses aparecen como tempranos modelos de referencia. Sartre será una figura que le seguirá inspirando a través de los años, con sus ideas y con su forma de vida que conjuga pensamiento abstracto, literatura y reflexividad política.

Estudios de sociología en la Universidad Católica

Sus lecturas lo motivan a entrar, en 1957, a estudiar filosofía, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Deja, sin embargo, esos estudios al cabo del primer año, a causa, según explica él, de “una caída en los ingresos de su padre”. Esto lo lleva a trabajar de bibliotecario en el Centro Bellarmino de la Congregación Jesuita, en 1958, al cual llega a través de sus contactos en la Acción Católica. Este centro, creado recién el año anterior, será en los años siguientes un importante foco de reflexión científico social en vinculación con la Doctrina Social de la Iglesia. Su director, el jesuita belga Roger Vekemans, ese mismo año había acordado con la Universidad Católica la creación en ella de una Escuela de Sociología que entraba a competir con su homóloga, recién fundada en la Universidad de Chile. Este es justo un período crucial de institucionalización de la sociología en el país, en que se establece una sociología científica. La otra gran escuela, era la Escuela Latinoamericana de Sociología, de la Flacso, fundada un año antes, en 1957, y abierta a estudiantes de toda América Latina.

Las conversaciones sostenidas en el Centro Bellarmino, en particular con Vekemans, lo orientan hacia esa nueva escuela de sociología de la Universidad Católica, y en 1959 ingresa como parte de los 28 alumnos de la primera promoción. Ahí será compañero, entre otros, de Rodrigo Ambrosio (1941-1972), fundador y líder del MAPU, y de Claudio Orrego Vicuña, quien será importante figura intelectual y diputado de la Democracia Cristiana. De Ambrosio será amigo cercano, e incluso compartirá casa con él durante un tiempo. Poco después conoce a Manuel Antonio Garretón, quien ingresa en 1961, con quien mantendrá una extensa trayectoria de colaboración, diálogo y debate. También se hace amigo de una joven estudiante de psicología vinculada afectivamente con Ambrosio: Marta Harnecker, quien llegará a ser una gran difusora de las ideas del marxismo en versión althusseriana.

Aunque Moulian era agnóstico, “reconoce que el catolicismo reformista lo ‘convirtió’ y estuvo en la base de lo que llegaría a ser el proceso que culmina en la creación del MAPU”. De ese grupo con el que compartía, Ambrosio y Harnecker tenían sus raíces formativas en la Acción Católica, donde habían sido dirigentes (Valenzuela, 2014b: 106). Según dice el propio Moulian, “fue en contacto con este grupo [del cual además de Ambrosio y Harnecker forman parte Raimundo Beca y Claudio Orrego] donde me fui convirtiendo, hasta llegar a presidente de la Acción Universitaria Católica, después de la Marta […]. Es un período de grandes mutaciones en el pensamiento católico, en una línea de tipo testimonial, a través de la inserción en el mundo obrero, buscando la redención del proletariado”20.

En los primeros años, la docencia realizada en la Escuela de Sociología de la Universidad Católica estaba en manos de profesores extranjeros, principalmente de Bélgica, Holanda y Francia. Su director, Roger Vekemans (1921-2007), estaba embarcado en un proyecto de vinculación entre el catolicismo y los aportes de la ciencia social para el conocimiento de la realidad social. El suyo es un intento de complementación entre fe y racionalidad científica, de discernimiento doctrinal y racionalidad científico teórica, de uso de las ciencias sociales al servicio de las orientaciones de la Iglesia Católica (Beigel, 2011: 86). Se trata de un proyecto de ciencia social con un contenido normativo fundamental. Vekemans mismo tiene estudios en filosofía, teología, en las universidades de Lovaina, Munster y Nimega (Países Bajos). Con ese horizonte había llegado Vekemans a Chile, a principios de 1957, con la misión encomendada por la congregación jesuita de crear un Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) en Chile. Era parte de una labor jesuita de transferir conocimiento al servicio de los fines de la Iglesia.

Desde mediados de la década de 1950 la Compañía de Jesús había impulsado la formación de estos centros, CIAS, como una manera de promover el conocimiento reflexivo de la realidad y la formación social de la conciencia cristiana. En 1966 ya existían 23 CIAS en todo el mundo, once en América Latina, con 87 jesuitas trabajando en ellos, con diferentes énfasis (López, 2013: 17-19). El CIAS de Chile, con una peculiar articulación de unidades organizacionales, adquirió un marcado carácter intelectual, científico social-político. Vekemans conforma un equipo de expertos, internacionales y nacionales, que elaboran investigaciones, proyectos de acción social y seminarios de discusión. El CIAS chileno pasa a ser conocido bajo el nombre de Centro Bellarmino, el cual también incluye la revista Mensaje y el Instituto de Humanismo Cristiano, más otras unidades, integrando y ampliando lo que había sido la obra del padre Alberto Hurtado. Entre sus integrantes internacionales se contaba con Franz Hinkelammert y Armand Mattelart, y entre los nacionales con los jesuitas Hernán Larraín, quien será un destacado director de la Revista Mensaje, primer director de la Escuela de Psicología en la Universidad Católica y figura intelectual de la Reforma Universitaria, y Renato Poblete, quien dirigirá durante largo tiempo un centro de investigaciones sociorreligiosas (Cisoc) integrado al Centro Bellarmino.

En 1960 Vekemans crea un nuevo instituto articulado con el Centro Bellarmino, el Centro para el Desarrollo Económico y Social de América Latina (Desal), el cual desarrollará proyectos de investigación social y acción pastoral de gran envergadura, con importantes financiamientos internacionales gestionados por el mismo Vekemans. Es un centro regional de discusión de políticas de desarrollo y reforma social. Dentro suyo, luego de dejar, en 1962, la Escuela de Sociología de la Universidad Católica, Vekemans elaborará una narrativa sociológica, que alcanzará amplia difusión, sobre la marginalidad y planteará modelos de integración social mediante la promoción popular que cada vez más combativamente irán siendo presentados en oposición a las formulaciones marxistas (Beigel, 2011: 87). En 1965, se agrega al Centro Bellarmino una nueva unidad con fines de docencia, Ilades, que realiza seminarios y ofrece una Licenciatura en Ciencias del Desarrollo con alumnos de toda América Latina. Vekemans concibe al CIAS y a la Escuela de Sociología de la Universidad Católica, y luego al Desal, como instrumentos para favorecer, desde el mundo intelectual católico, el desarrollo del país y la transformación de la sociedad (Brunner, 1988a: 270).

El Centro Bellarmino pronto se constituye en un foro para la juventud católica, particularmente de la Acción Católica, y para dirigentes demócrata cristianos, siendo un lugar “dinamizador de la militancia social católica” que influirá en el movimiento demócrata cristiano (Beigel, 2011: 84). La Democracia Cristiana es creada en 1957 y la Iglesia, en 1962, declara su apoyo a involucrarse en la implementación de reformas estructurales que garantizaran la justicia social y evitaran el comunismo, en lo cual habría influido este grupo de sociólogos jesuitas (Correa Sutil, 2004).

En la Universidad Católica, junto con diversos catedráticos europeos, Moulian tiene como profesor en economía a Sergio de Castro, y en historia a dos destacados historiadores, Ricardo Krebs y Gonzalo Vial; este último hace un curso de Historia Social de Chile, y de cuya obra su estudiante mantendrá una alta valoración durante toda su vida. Moulian es uno de los alumnos destacados de la escuela y ya en tercer año, en 1961, está a cargo de seminarios. En 1964 sale Vekemans de la dirección, por controversias internas respecto a la orientación de la Escuela y la asume Raúl Urzúa, integrante como Moulian de la primera promoción y quien había sido apoyado para realizar estudios en la University of California, Los Ángeles (UCLA) (Brunner, 1988a: 287). Urzúa, junto con otros profesores educados en EE.UU., incorpora una orientación más positivista en la formación, generando inicialmente una extraña mezcla con la orientación normativa original. Junto con la salida de Vekemans, en todo caso, el énfasis en la doctrina social de la Iglesia irá también desapareciendo. Se produce, en pocos años, una “norteamericanización” de la formación, prestándose una especial atención al dominio de métodos y técnicas de investigación que antes no había estado (Brunner, 1988a: 273), minimizándose el componente normativo católico.

Con el apoyo de Vekemans, en 1963, Moulian obtiene una beca para ir a estudiar a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, donde estuvo hasta principios de 1966. Allí estudia en el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales y obtiene el grado de licenciado en Ciencias Sociales del Trabajo. A su retorno a Chile, es contratado por la Escuela de Sociología como profesor medio tiempo. Tiene 27 años. Ese año 1966 ingresa Pedro Morandé a la Escuela de Sociología. Al año siguiente, a Moulian se le asigna jornada completa y sigue de profesor en la Escuela hasta 1971.

En 1968, en uno de sus comportamientos impulsivos, viaja a Francia, siguiendo a Giselle Munizaga, socióloga de la generación siguiente a la suya, llegando justo para presenciar las protestas universitarias de mayo de ese año, cuyo recuerdo le quedará muy grabado.

Entre 1966 y 1971 dicta cursos de “Sociología industrial”, “Ideologías Políticas”, “Sociología política”, “Sociología del movimiento obrero”, “Clases sociales y populismo” y “Problemas políticos de la transición chilena”. Comparte el curso de “Teoría sociológica clásica” con Luis Scherz, encargándose Moulian de Marx. Los suyos son los primeros cursos de teoría marxista y Moulian usa como material de trabajo los manuscritos de Los conceptos elementales del materialismo histórico, la obra de Marta Harnecker, quien la publica en 196821.

En 1969 obtiene una beca de la Fundación Ford para ir a estudiar a París y con esa beca viajará nuevamente a Europa, en 1970, a realizar estudios de doctorado en Francia. No obstante, el triunfo de Allende en las elecciones presidenciales le hace finalmente desistir de continuar sus estudios, ya que no quería perderse un proceso con el cual se sentía muy comprometido. A París lo acompañó su, por entonces, pareja, Giselle Munizaga. Estaban esperando un segundo hijo, que nació multiplicado por dos, en Europa. Eso retardó su retorno22. Así, al cabo de cinco meses está de vuelta en Chile, y nunca más retomará la intención de realizar estudios de doctorado. Es otro de los distinguidos intelectuales de esta generación que para lograr su prestigio no han requerido la consagración académica expresada en el grado de doctor.

Redes e interacciones políticas tempranas: de la Acción Católica al MAPU

Cuando viaja a realizar sus estudios en Bélgica lo hace simultáneamente con Rodrigo Ambrosio, quien va a hacer un doctorado en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad de París, y de Marta Harnecker, quien va a un doctorado en Psicología Social en Universidad de La Sorbona, donde estudia con Louis Althusser. Esta psicóloga es una de las primeras alumnas de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica, formada por Hernán Larraín, sacerdote jesuita. Llegará a ser una de las más importantes divulgadoras del marxismo en América Latina. Ya su tesis de licenciatura anticipaba sus inclinaciones: “Fenomenología del acto libre”. Su obra Los conceptos elementales del materialismo histórico, publicada por primera vez en 1968, tiene hoy más de 70 ediciones, siendo uno de los textos sobre el marxismo más leídos a nivel mundial. Ese mismo año se incorpora a la Universidad de Chile, haciendo clases en materia de marxismo. Allí participará, entre otras cosas, en seminarios de lectura de El Capital, en el CESO. Entre junio de 1972 y septiembre de 1973, será directora del semanario Chile Hoy, revista de análisis sociopolítico que buscaba acoger los distintos puntos de vista existentes en la izquierda y el movimiento popular (Cárdenas, 2015).

Moulian tiene participación activa en el movimiento de reforma de la Universidad Católica, en 1966 y 1967, donde también se involucran, entre otros, Manuel Antonio Garretón, José Joaquín Brunner, Enrique Correa y Carlos Catalán. Esas experiencias y las reflexiones dentro del grupo van llevándolos a una postura de mayor radicalidad en cuanto al cambio social buscado dentro de la Democracia Cristiana, a cuyo alero se encontraba la mayor parte de ese grupo, conduciendo finalmente a la ruptura y a la opción de armar una organización política diferenciada. Moulian, en todo caso, dice no haber integrado nunca la DC, pero pertenecía a tal grupo.

Compartían ellos una fuerte motivación social en la que había incidido su participación en la Acción Católica y tenían una preocupación intelectual alimentada por sus lecturas y constantes conversaciones y discusiones. La formación en Europa, de algunos de ellos, además había enriquecido la reflexión intelectual, incorporando un fuerte componente marxista, fundamentalmente por vía de Althusser. Si bien la que participaba directamente en la relación con Althusser era Marta Harnecker, a través suyo asimilaban sus ideas. En esos momentos, años 1963-1966, Ambrosio y ella estaban en París, aunque asistiendo a universidades diferentes, y eran pareja. Moulian, en Bélgica, según él mismo declara, compartía la discusión del pensamiento de Althusser a través de ellos.

La experiencia exitosa de la reforma universitaria cristaliza los diversos componentes, de motivación y acción política, reflexión intelectual y crítica política. El núcleo de este grupo de jóvenes pertenecía a la Universidad Católica, pero se le habían unido, especialmente en función del movimiento por la reforma, algunos nuevos integrantes como Jaime Gazmuri, de agronomía de la Universidad de Chile.

En mayo de 1969 se funda el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria), con la activa participación de un conglomerado de jóvenes encabezado por Rodrigo Ambrosio y que incluía a Tomás Moulian, Jaime Gazmuri, Óscar Guillermo Garretón, Manuel Antonio Garretón, Enrique Correa y Carlos Catalán (Viera Gallo, 2013: 91). Moulian tiene participación activa. Según señala Jaime Gazmuri23, quien reemplazará a Ambrosio luego de su muerte en 1972, Moulian era uno de los ideólogos del partido. Este es encabezado oficialmente por parlamentarios rebeldes de la Democracia Cristiana, como Rafael Agustín Gumucio, Julio Silva Solar, Alberto Jerez y Jacques Chonchol, exvicepresidente de Indap. Sus miembros, en su mayoría, habían participado en la Democracia Cristiana. Fundamental en su base de apoyo era ese contingente de jóvenes, con una identidad ideológica marxista que irá ganando progresivamente más visibilidad y relevancia. Entre ellos, Ambrosio era un líder significativo. El primer secretario general es Jacques Chonchol y el subsecretario Jaime Gazmuri.

El MAPU se constituye con el carácter de movimiento, planteándose el objetivo de contribuir a unir a la izquierda para avanzar hacia la construcción de una sociedad socialista, lo cual se expresará en elaborar las respectivas bases programáticas para las próximas elecciones presidenciales, integrando líneas de acción que buscan profundizar la transformación de la sociedad. Con tal fin, se asume como un movimiento de cuadros y no de masas, y crecientemente busca perfilarse como una vanguardia de la izquierda.

Con el triunfo de la Unidad Popular y su programa, los integrantes del movimiento, que ven en algún grado conseguidos sus objetivos, se proponen su transformación en partido político, en partido de masas. En ello, los jóvenes son los principales impulsores, buscando encontrar espacios de acción e influencia en el proceso en marcha. Las discusiones internas concluyen con la elección, en octubre de 1970, de Ambrosio como nuevo secretario general. Luego darán los pasos respectivos, durante 1971, para institucionalizarse como partido. Según Ambrosio, el MAPU se definía como un partido proletario y destacaba que la herramienta más importante para comprender la realidad social en que vivían era el marxismo. Precisaba que “necesitamos que todos nuestros militantes aprendan a manejar esa herramienta de análisis de la lucha de clases que el marxismo entrega” (Moyano, 2009: 135).

Como señala Moyano (2009: 135, 136), “la apropiación del marxismo a nivel teórico, entendido más como herramienta de análisis que como dogma, fue un elemento importantísimo en la historia del MAPU a posteriori y demostró el influjo que Althusser, a través de Rodrigo Ambrosio, tuvo al interior de la colectividad”, aunque la forma de uso del marxismo se iría gradualmente rigidizando.

Ambrosio era un líder con un gran atractivo. “Se caracterizaba por actuar racionalmente, pero con una pasión que paradójicamente bordeaba lo irracional”24. Luego de su estadía en Francia, incorporó nuevos temas y nuevos lenguajes en la JDC, y comienza a producirse un acercamiento de estos jóvenes al marxismo, un marxismo diferente al sostenido por los partidos tradicionales de la izquierda (PC y PS). El marxismo comienza a ser proclamado como herramienta de análisis, de carácter científico, útil para hacer el cambio revolucionario (Moyano, 2009: 204).

En la trayectoria sociológica de Ambrosio es destacable su temprana participación en la investigación realizada por Alain Touraine, a fines de los años 1950, en conexión con el instituto de investigaciones sociológicas de la Universidad de Chile, sobre la conciencia obrera en los sindicatos mineros del carbón en Lota y en los obreros siderúrgicos de Huachipato, en Talcahuano. Se concluía en ella que en la zona de industria tradicional del carbón los obreros eran en su mayoría comunistas, mientras en la zona de Huachipato, más moderna, eran demócrata cristianos y socialistas. Esto mostraba espacios de clase a los cuales convocar (Viera Gallo, 2013: 90). Fue una primera conexión con el campo intelectual francés, que luego retomarán tanto él como Moulian.

En su estudio sobre la experiencia subjetiva de los militantes del MAPU, Moyano (2009) describe una especie de doble cara, o doble nivel de existencia del MAPU, que parece haber sido más clara en sus inicios: un componente más político institucional, reflejado en dirigentes ya incorporados al aparato político institucional, como era el caso de Jacques Chonchol o Gumucio, y otro componente, menos público y menos visible medialmente, expresado en grupos de jóvenes con una intensa actividad de discusión y crítica intelectual, y fuertes vínculos personales, dentro de los cuales Ambrosio era un eje crucial. Este segundo componente será el verdadero motor de su accionar, que persistirá más allá del golpe militar y más allá incluso del futuro fraccionamiento y posterior desaparición formal del partido. En su caracterización de los integrantes del MAPU, esta autora destaca: (1) “El MAPU representa […] a los jóvenes de los sesenta, jóvenes radicalizados provenientes mayoritariamente de sectores acomodados y profesionales, de origen cristiano […]”. En ellos incide de manera decisiva un espíritu contestatario, de rebeldía, con fuerte carácter generacional y con “marcado talante intelectual”. (2) “Los militantes de esta colectividad compartieron esos intensos años de su juventud con un compromiso absoluto”. (3) “Las redes sociales más íntimas, las amistades, las parejas y toda la vida cotidiana se mezclaron con la vida política, no existiendo una barrera definida entre ambas”. Esto cimentó las relaciones entre ellos y robusteció su imagen externa de consistencia. (4) De la formación católica retuvieron sentido de entrega y negación personal y sentido de culpa (Moyano, 2009: 273-275).

De tal forma, sintetiza ella, “el MAPU fue una construcción de los jóvenes de la élite para hacerse públicamente del poder político. Esa confesada vocación de poder, que en los años setenta estaba orientada a la transformación de la sociedad capitalista en una socialista, no parecía muy común en la élite chilena, donde las redes hacia lo político eran bastante más ocultas” (Moyano, 2009: 275).

Influencias recibidas

Una influencia compartida por Moulian, Brunner y Morandé es una sen­sibilidad católica de la Iglesia de mediados de siglo, con una preocupación por la situación social, marcada especialmente por la renovación derivada del Concilio Vaticano II. Los tres, siendo jóvenes, estuvieron en un medio en que circulaba tal discurso social católico. En contacto con Marta Harnecker, Claudio Orrego y Rodrigo Ambrosio, imbuidos de tal pensamiento católico que busca conectarse con el mundo obrero –dice Moulian– “me fui convirtiendo, hasta llegar a presidente de la Acción Universitaria Católica, después de Marta”25. Además de su experiencia en la Acción Católica, Moulian menciona entre sus lecturas tempranas, previas al período althusseriano, a Henri Desroche, sociólogo de la cooperación con una perspectiva de intervención en el ámbito de la empresa, fundador del Colegio Cooperativo, de París y de la Universidad Cooperativa Internacional, y también a Louis-Joseph Lebret, cura dominico de esa misma orientación, ambos franceses que buscaban conectar economía y humanismo. Una publicación cuya lectura lo atraía en su juventud es la revista Esprit, fundada por Emmanuel Mounier, inspirado por Jacques Maritain, cuya lectura compartía con sus compañeros demócratacristianos. Esas eran fuentes que estaban en la línea del catolicismo social.

Ya en la universidad, Moulian se siente atraído, según declara, por “los cientistas sociales críticos de esa época: Erich Fromm, en primer lugar, también Martín Buber con ese maravilloso libro Caminos de utopía, que era una reivindicación del socialismo utópico y que conversábamos animadamente con los compañeros, con Ambrosio, con Orrego, porque estábamos, también, constituyendo nuestra visión de mundo”26.

Mientras está en Lovaina recibe la influencia intelectual que lo marcará en los años siguientes y que ya hemos mencionado: la obra de Althusser, con una versión renovada de marxismo, receptivo a las influencias del estructuralismo, que procuraba superar el economicismo del marxismo ortodoxo. Moulian hace este contacto a través de sus amigos Rodrigo Ambrosio y Marta Harnecker que estaban en París. Según él cuenta, Althusser “hace un seminario los días jueves donde iban Ambrosio y Marta Harnecker, entonces yo en Lovaina recibía, podemos decir, los dichos de ese seminario. Yo participaba en ese seminario a distancia, por los rumores, por las conversaciones. Cuando iba a París me contaban todo lo que pasaba, entonces yo me sentía casi en la tercera fila, detrás de ellos. Althusser fue muy importante, porque nos mostró un marxismo que para nosotros se presentaba muy reflexivo […]. [Ya de vuelta en Chile,] nosotros nos reuníamos con Ambrosio, con José Joaquín Brunner, con otros intelectuales de por acá, a discutir sobre Althusser. Y a partir de Althusser comenzamos a leer a Marx”. Cuenta que tanto en París como en Santiago organizaban lecturas colectivas de El capital. En Santiago, dice, “se hacían en torno a la figura de Rodrigo Ambrosio. Porque Rodrigo era un dirigente político demócrata cristiano, pero que llegó de Francia con la idea de romper con la juventud demócrata cristiana y crear una opción de izquierda que surgiera del ámbito cristiano27. Y entonces, tanto Brunner como yo leíamos un poco para Ambrosio, leíamos Althusser para Ambrosio y discutíamos con él, estábamos formando al líder, así decía él. ‘Ustedes ayudan a formar al líder’. Bueno, empezamos por Althusser, y cuando leemos Althusser conocemos a Marx, aunque directamente muy poco. Conocíamos, evidentemente, el Manifiesto Comunista, pero el Manifiesto, por ejemplo, no fue estudiado como fue estudiado ‘Contradicción y sobredeterminación’, ‘Ruptura epistemológica’ y demás conceptos de Althusser de un modo minucioso”28. “Mi generación […] se sintió atraída por el marxismo revitalizado por Althusser. Este lo despojó de los residuos mecanicistas y economicistas, lo dotó de un nuevo rigor conceptual y además abrió puertas al diálogo con otras tendencias culturales” (Moulian, 1983a: 9,10).

Detrás de la fuerza y claridad de los planteamientos de Ambrosio en estas materias intelectuales estaba este trabajo de grupo, esta labor colectiva, que era expresión de motivaciones sociales parecidas, de una amistad fuerte y prolongada, y de una exploración colectiva sobre ideas novedosas, uno de cuyos centros estaba en París.

Junto con la construcción argumentativa de Althusser, otra faceta suya que atraía a Moulian era su “capacidad de escritura”. “Yo creo, dice Moulian, que Althusser escribe muy, muy bien. Esa es una de sus capacidades por las cuales es capaz de seducir […]. Es un leninista que busca rescatar el leninismo a través de la creación de un modelo distinto y en un lenguaje distinto”. La atención al lenguaje es algo que también caracteriza a Moulian y que va asociada a su gusto por la literatura. Esta faceta, sin embargo, no se manifiesta en sus primeras obras, de escritura más bien árida literariamente.

Una lectura que después acaparará su atención, especialmente en los años 1970, durante la Unidad Popular, mientras está en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren), de la Universidad Católica, será la obra de Lenin, a quien, según dice, leyó obsesivamente. Lenin aparecerá reiteradamente en su obra en estos años, en dos sentidos principales. Primero, en cuanto analista político, que puede servir de orientación para las interpretaciones de coyuntura, un Lenin práctico antes que de principios teóricos generales y a-históricos. Segundo, el Lenin de una particular interpretación, que lo muestra sosteniendo la concepción, como principio general, del Estado como mero instrumento de dominación. Esta interpretación, de un Lenin estalinizado, será reiteradamente criticada por Moulian en lo que escribe entre el golpe y mediados de los años 1980.

En cuanto a analistas de la realidad nacional, quienes más lo influyeron, según su propio juicio, fueron “los ensayistas del diagnóstico: Aníbal Pinto, Julio César Jobet y Jorge Ahumada”. Pinto, con su libro Chile: un caso de desarrollo frustrado, de 1959; Ahumada, con En vez de la miseria, que en 1958 hace una crítica al desarrollo capitalista chileno. Los reconoce como autores importantes, ambos sin encasillamientos teóricos.

Una influencia no expresada en libros específicos, sino de carácter más bien atmosférico, fue la revolución cubana. Moulian lo ve como otro foco de enseñanza. Era tema de prensa, de artículos de revistas, de conversaciones. Además, Ambrosio y Harnecker, en su condición de dirigentes políticos de la juventud demócrata cristiana tuvieron la oportunidad de viajar a Cuba. Aparecía como una experiencia inspiradora. Representaba la posibilidad de transformación revolucionaria en el propio continente americano, por la vía violenta. Era un modelo que no se apartará de las discusiones hasta el golpe militar, luego de lo cual se irá extinguiendo.

Un interlocutor reiterado de Moulian, durante esta década y la siguiente, es su amigo Manuel Antonio Garretón. Este había trabajado primero como ayudante de investigación en Desal, llevado por Vekemans, entre 1963 y 1964. Será, luego, uno de los actores destacados del movimiento de reforma de la universidad. En 1966 es nombrado profesor de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica. En 1967, Garretón emprende viaje a París para hacer estudios de doctorado en sociología en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, donde estará tres años, aunque no obtendrá el grado; no había mayor preocupación al respecto: no obtener la certificación formal del grado en esos tiempos no desvelaba a nadie. Allá compartirá las influencias teóricas canalizadas por la vía de Marta Harnecker, pero también recibirá la influencia, que para él será muy significativa en su trayectoria, de Alain Touraine. El énfasis de este en el sujeto y la acción social histórica, y en los movimientos sociales, lo apartan del marxismo. Por vía de Garretón, Moulian, a su vez, toma contacto con las ideas de Touraine más allá de los libros. Es una recepción relativa. No será un autor al que Moulian siga. Y con Garretón mantendrá diferencias de enfoque, expresadas en los reiterados debates entre ambos.

Durante el gobierno de la Unidad Popular, Moulian realiza variadas actividades. Ante la intensa confrontación política junto con otros miembros del partido crearon un diario mural, El Alerta, del cual Moulian fue director. Era un diario que se pegaba todos los días en las murallas, a la salida de fábricas, en universidades y diversos sitios públicos. Un “típico instrumento de agitación y propaganda”, dice Gazmuri29.

En ese período, además, Moulian asumió como Jefe del Departamento de Libros de Quimantú, la editorial del Estado, quedando a cargo de las obras de ficción. Para ello fue asesorado por Alfonso Calderón, escritor y profesor universitario que años después, en 1998, obtendrá el Premio Nacional de Literatura. Bajo su dirección nacieron las colecciones “Quimantú para todos”, “Nosotros los chilenos” y se publicaron obras de noveles autores, como Walter Garib y Germán Marín30. Aunque su participación solo duró seis meses, le significó involucrarse en un significativo proyecto cultural político de la Unidad Popular, que buscaba el acceso de las clases subordinadas a la cultura (Moulian, 2018: 8).

Trabajo académico y participación institucional: Ceren y Flacso

En 1971, Moulian se integra al Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren), en donde permanecerá hasta que es disuelto como resultado del golpe militar e intervención de la universidad, en 1973. El Ceren es un centro interdisciplinario de la Universidad Católica creado en 1968 como producto de la reforma universitaria. Su fin era contribuir al estudio y reflexión crítica sobre la sociedad chilena y latinoamericana a través de un trabajo interdisciplinario. Esto incluía labores de investigación y docencia para los alumnos de toda la universidad. Junto con Moulian participan, entre otros, Franz Hinkelammert, Norbert Lechner, Armand Mattelart, Andrés Pascal Allende, José Joaquín Brunner, Juan Enrique Vega, Kalki Glauser, Ariel Dorfman, Rafael Echeverría y Pilar Vergara. Su dirección es encomendada, en un primer período, a Jacques Chonchol, y luego, cuando a fines de 1970 Allende lo designa ministro de Agricultura, el rector Fernando Castillo nombra en su lugar a Manuel Antonio Garretón, quien a principios de ese año había llegado de Francia. Mientras Garretón está en el cargo es nombrado, además, presidente del Centro Académico Progresista de la universidad. Las facetas académicas y políticas están fuerte y manifiestamente entrelazadas en este centro.

El Ceren contaba con pleno apoyo del rector, Fernando Castillo, para su desarrollo, ya que respondía a la misión de la universidad reformada que él encabezaba. Por su parte, la universidad contaba con el respaldo del gobierno31. Eso lleva a que en 1973 llegue a tener más de 20 profesores de tiempo completo y otros tantos de tiempo parcial, cumpla con una activa agenda de cursos y seminarios, y saque una revista, Cuadernos de la Realidad Nacional, que congregará una gran parte de las publicaciones de ciencias sociales más destacadas del período en los 17 números que alcanzaron a publicar32.

Con el golpe militar la intensa actividad del Ceren llega a un abrupto fin. Junto con muchos otros profesores comprometidos políticamente, el trabajo académico de Moulian en la universidad se corta en ese momento. Su lugar de trabajo, desde el año siguiente será la Flacso, donde permanecerá por veinte años, hasta 1994, siendo este un período de significativo trabajo académico, muy decisivo en su obra.

La Flacso es un organismo internacional creado en 1957, como iniciativa de la Unesco y en convenio con gobiernos de América Latina, con el objetivo principal de promover las ciencias sociales en la región. En Santiago se funda la primera sede y será la única hasta 1973. En 1957 se creó también, como parte de Flacso, la Escuela Latinoamericana de Sociología, iniciando la formación en esta disciplina en el país y siendo seguida en los dos años posteriores por la Universidad de Chile y la Universidad Católica. Esta escuela, con una fuerte orientación hacia la sociología del desarrollo y buscando abordar la problemática social de la región, formará a las primeras generaciones de sociólogos de América Latina. Entre sus alumnos más destacados se cuentan a Enzo Faletto (primera promoción), Hugo Zemelman, Manuel Mora y Araujo, Rubén Kaztman, Edelberto Torres Rivas (Franco, 2007). En 1966 se agrega una Escuela Latinoamericana de Ciencia Política. Poco antes del golpe, se había intentado articular el trabajo de investigación en el centro y en 1971 se había creado el Instituto Coordinador de Investigaciones Sociales (ICIS), pero, por diferencias internas, cuando llega 1973 la iniciativa no había rendido frutos. Con el golpe militar se suspenden las clases, se desbandan sus estudiantes, y se reducen las actividades, incluyendo el término del ICIS. Como organismo internacional, la Flacso gozaba de privilegios que protegían a sus integrantes, sin embargo, el gobierno de Pinochet vigilará sus publicaciones y desahuciará el convenio en 1978, reduciendo así su protección y financiamiento.

La salida de personal internacional de la Flacso, ante las nuevas condiciones, produce un recambio en su composición. Los integrantes de la época reconocen el carácter político que tuvo la selección de nuevos integrantes, especialmente la coloración mapucista que ella tuvo. El secretario general de la Flacso en 1973 era Ricardo Lagos, y entre los nuevos integrantes que se incorporan están, entre otros, Tomás Moulian (1974), Manuel Antonio Garretón (1975), José Joaquín Brunner (1976), Augusto Varas, Jorge Chateau, Carlos Catalán, todos militantes MAPU provenientes de la Universidad Católica. Algunos de los miembros de la Flacso caracterizan esto como una especie de “captura de la Flacso” por el MAPU. Esto fue experimentado así particularmente en un primer período. No obstante, conviven con otro grupo significativo, que es socialista y no de la Universidad Católica, en el cual se encuentran Enzo Faletto, Ángel Flisfisch, Julieta Kirkwood y Rodrigo Baño. Otro distinguido integrante será Norbert Lechner, que se suma en 1974. Este también venía de la Universidad Católica, en cuanto había trabajado en el Ceren, pero su militancia MAPU había sido corta: entró en 1972 y se retira en 1973, cuando el partido se escinde. Posteriormente, no volverá a militar en ningún partido. Probablemente él sea un importante elemento neutralizador de las diferencias entre ambos grupos. Como señala el mismo Lechner (2007 [2004]: 26), esa no solamente era una diferencia de partido, sino que de “mundos culturales muy distintos que cuesta poner a interactuar”.

Durante la dictadura, la Flacso se convertirá en uno de los centros académicos de pensamiento alternativo más destacados. A principios de los años 1980 ya existía una diversificada malla de tales centros: Cieplan, dedicado a estudios económicos y con un mayor acceso público que los otros centros; SUR, con marcada orientación hacia los movimientos sociales y educación popular; Vector y PET, con investigaciones en áreas de trabajo y economía; Ceneca, con estudios en área de la comunicación; CIDE y PIIE, en el ámbito de la educación; GIA, en el ámbito agrario; entre otros. Flacso es el que asumió un carácter más intelectual académico, con mayor atención a la reflexión teórica.

A fines de los años 1980, la Flacso tendrá un prestigio intelectual no solo en Chile, sino a nivel latinoamericano, y se percibe en este centro académico “la existencia de un núcleo innovador del pensamiento político social sobre América Latina” (Calderón, 2000).

Los Documentos de Trabajo que este grupo comienza a producir en 1974 son un buen indicador, al menos cuantitativo, de su productividad. Entre 1975 y 1984 publican 226 documentos, y para 1995 la cantidad total ya llega a 825. El más prolífico de todos es Brunner, quien publica 111 de tales documentos. Le siguen, en cantidad, Garretón, con 76; Augusto Varas, con 55; Lechner, con 47; Ángel Flisfisch, con 41; Moulian, con 26 (Bravo y Vargas, 1999). Estas publicaciones, no obstante, constituyen solo una parte de la productividad de estos investigadores. Además, se suman libros y artículos en revistas diversas33.

Red de producción: entrelazamiento intelectual, político y afectivo

Moulian opta por permanecer en Chile, mientras muchos en condiciones similares a la suya optan por el exilio. Una razón que él destaca es la experiencia de su padre, refugiado de la Guerra Civil española: “yo viví toda mi infancia y juventud, mientras viví en mi casa paterna, viendo a mi padre acercarse al mapa, al mapa y a la foto ya desvaída de su ciudad natal, Zarauz, al lado de San Sebastián, y mirarla, y suspirar, y leer el periódico España Republicana que conseguía que se lo trajeran de Buenos Aires […]. Yo sabía que Chile tenía [para mí] el mismo significado que tenía España para mi padre y ya lo había [experimentado] cuando estuve en Lovaina, sentir que la vuelta a Chile era volver al paraíso. Entonces, yo sabía que no podía dejar de estar aquí y preferí no moverme. […] y eso fue posible porque estaba la Flacso”34.

Moulian vive la dictadura bajo el alero de la Flacso. Su primer foco de trabajo fue un análisis crítico sobre la Unidad Popular, en el cual se alía con Manuel Antonio Garretón, quien tenía un proyecto en la materia y un equipo trabajando con él, que en 1974 se había adosado a Flacso, aún sin estar contratado por la institución, usando fondos de Clacso35. El grupo hace, como dice Moulian, “una gigantesca cronología de la Unidad Popular, día por día, diario por diario, con un resumen de lo que había pasado”. Esos materiales les servirán de base para su análisis, el que saldrá como documentos de trabajo y, finalmente, como un libro, en 1983.

Los integrantes de la Flacso, desde los primeros años bajo la dictadura, estimulados por la necesidad de analizar lo que estaba sucediendo, lo cual a todos les había significado un remezón emocional e intelectual, realizan un intenso diálogo, tanto en grupos de trabajo, reuniones periódicas, como en espacios informales. A ello contribuye, sin duda, el clima represivo que fue muy intenso al menos hasta 1977. Ante la continua incertidumbre, el enclaustramiento institucional opera como mecanismo defensivo. Se reúnen para hacer análisis político, para discutir sobre enfoques teóricos. Las conversaciones más intensas de Moulian son con Lechner, Brunner, Garretón y Juan Enrique Vega. Son muy amigos y, sin embargo, con Brunner y Garretón tiene continuas discrepancias, las que a fines de los ochenta se acentuarán, particularmente con Brunner. De cualquier modo, el diálogo es intenso; se leen recíprocamente lo que escriben y suman las reflexiones de los otros al propio trabajo, en un proceso de acumulación colectiva.

En este período, Moulian realiza varios trabajos en colaboración. Además de la labor con Garretón, investiga en conjunto con Pilar Vergara, otra socióloga de la Universidad Católica, quien había sido investigadora del Ceren y participante de Cieplan. Por otro lado, Moulian lleva a cabo trabajos con jóvenes que se vinculan a Flacso. Lo hace con Germán Bravo, un sociólogo de la Universidad Católica, que era visto como muy promisorio, pero que murió tempranamente, por propia decisión, y con Isabel Torres, una joven historiadora. Ella participa y debate activamente en seminarios impartidos por Moulian y este la invita a participar en un artículo sobre la derecha; luego, se embarcan en un trabajo sobre la trayectoria político ideológica de la derecha que producirá varias obras, y solidificará en Moulian una orientación histórica que había ido gradualmente adquiriendo mayor importancia.

En el plano de su vida privada, Moulian tiene como pareja en este período (1968-1989) a otra socióloga, Giselle Munizaga, de la segunda promoción de la Universidad Católica. La línea de interés de ella es sociología de la comunicación y durante la Unidad Popular había trabajado con Armand Mattelart y, más tarde, bajo la dictadura, participa en el Ceneca, un centro de estudios sobre cultura y comunicación, dirigido por Carlos Catalán, quien antes también había estado en Flacso.

Alrededor de 1972, Fernando Castillo Velasco, en sus exploraciones creativas como arquitecto, inició la construcción de conjuntos habitacionales, que fueron llamados “comunidades”, un tipo de condominio pensado para gente que compartía cierto estilo de vida y que deseaba tener una vida en conjunto, compartiendo espacios, lo cual, en esa época, era una idea novedosa. Esto lo pensó Castillo Velasco para grupos de profesionales y, a la primera comunidad, construida en terrenos de su familia y donde él mismo hizo su casa, invitó a profesores de la Universidad Católica, entre los que estaban sus cercanos compañeros de travesía en la reforma y en los primeros pasos de la universidad reformada. A esta primera comunidad, la Quinta Michita, llegarán, así, a partir de 1974, Brunner, Garretón, Moulian, Julieta Kirkwood, Jorge Chateau e Isabel Gannon, entre otros36.

Durante la dictadura, estas comunidades serán no solo lugar de convivencia, sino también un lugar de protección. Como cuenta una de las hijas de estos profesores, “siempre tenía la sensación de que en cualquier minuto podía pasar algo terrible […]. Yo era amiga de […] que le habían matado al tío y a los abuelos. En los años que me acuerdo, que yo estaba en la enseñanza media, todavía había una sensación de que el trabajo que se hacía era peligroso. Por eso también se vivía en estas comunidades, que eran un ambiente de protección, de seguridad”37. También invitarán a ellas, más adelante, a estudiantes de la Flacso.

Además de esa convivencia cotidiana, varios de ellos pasaban vacaciones juntos. Acostumbraban ir a una gran casa de campo en Melipilla, de la familia de Giselle Munizaga, donde ella y Moulian compartían con la familia de Brunner, Lechner y otros. Antes del golpe también iban a ese lugar con Rodrigo Ambrosio, Juan Enrique Vega y sus parejas38.

En este grupo de la Flacso se fue cultivando, de tal modo, una fuerte sociabilidad, dando forma a un grupo de amigos, pero en los cuales estaba la particularidad del común interés intelectual y político, que era el centro y motor de sus discusiones, en las cuales, como señala una observadora de la época, “era como que competían quién era más inteligente, quién era capaz de tener los mejores argumentos”39. Tienen en común, al mismo tiempo, cierto estilo de vida, con desapego del dinero y aspectos mundanos, pese a que vivían bien, y una trayectoria compartida, en mayor o menor grado, con una juventud vinculada a la Iglesia Católica, estudios o trabajo en la Universidad Católica, trabajo en el Ceren y militancia en el MAPU. Esas características forjaron un cierto ethos grupal, que se mantuvo buena parte del período de la dictadura.

Entrelazamiento político

La forma en que Moulian se vincula con el partido, con el MAPU, será muy diferente en los períodos previo y posterior al golpe militar. Luego del golpe, una de las materias que justamente hará objeto de su reflexión y crítica será la vinculación entre el trabajo intelectual y la actividad política partidaria.

Durante el período de la Unidad Popular, Moulian era miembro del Comité Central del MAPU. Su trabajo como intelectual, según él mismo lo relata, era dependiente de las definiciones del partido, sin efectiva independencia crítica. “El partido ordenaba tu agenda intelectual y tú pensabas al ritmo del partido. En mi caso por lo menos fue así […]. En la Unidad Popular nosotros pensamos lo que los partidos piensan. Yo pienso lo que mi partido piensa. Le escribo a Jaime Gazmuri sus informes según los lineamientos nuestros […]”. Por petición del secretario del partido “yo redacté todos los diarios murales del paro de octubre [de 1972] que sacamos, y bueno, eso significaba ir al partido, saber cuál era la política de la dirección y transformarla en un lenguaje de calle”40. “No nos ufanábamos […] de nuestra capacidad de elaboración sistemática de la práctica colectiva, de lo que escribíamos. Nuestro orgullo era constituir un engranaje en el trabajo de la organización. Ser verdaderos militantes era salir a pintar con las brigadas de propaganda, hablar en los mitines, ser capaces de una constante disciplina” (Moulian, 1983a: 8).

El mismo Gazmuri, al ser entrevistado, ratifica esa concepción del intelectual militante, como alguien en quien no prima la actividad intelectual41. “Los intelectuales militaban, salían a pintar las murallas, y después hacían clases […]. Hacen una clase sobre Hegel en la mañana y se van a pegar panfletos en la noche”. Gazmuri asumía, en esa época, según él cuenta, que todos los cuadros del partido deberían incorporar un contenido intelectual en su labor, ser “cuadros integrales”. En cada célula se debía hacer análisis de la realidad, de la composición social de la comuna, de sus fuentes productivas principales, de sus organizaciones, etc. Esta forma, claro, tiene el inconveniente, al cual después se referirá Moulian en sus trabajos luego del golpe militar, de que desaparece la función reflexiva intelectual de pensar la totalidad, quedando limitada la reflexión al encuadre proporcionado por el partido. Con esta sujeción a las rutinas partidarias, tal función de desarrollar una meta perspectiva no tiene lugar y no es valorada. Esto, en ese período, Moulian no lo cuestionaba. Supeditaba sus habilidades intelectuales a las demandas del partido. “El requisito [para el intelectual] era la fidelidad, no solamente la menor, la disponibilidad para las pequeñas tareas, sino la mayor, la del pensamiento. El intelectual debía dejar personalmente pruebas de su transformación, debía exigírsele el máximo porque en su interior vivía agazapado el pequeño burgués”. Todo eso se justificaba dado que “teníamos la nítida y alegre conciencia de haber elegido el lado bueno de la historia” (Moulian, 1983a: 8). Es el gesto de entrega a la voluntad de la entidad que administra el conocimiento verdadero, renunciando a su propensión intelectual, la cual reflejaría un sesgo pequeño burgués. Parece operar ahí una mezcla entre la valoración leninista del partido, producto de sus muchas lecturas y conversaciones políticas, y un sentido de culpa con raíces en su formación católica. Solo el golpe militar le permitirá desprenderse de ello, pero será fruto de mucha reflexión y escritura justificatoria (y autojustificatoria)42.

Por esa dedicación a las muchas tareas prácticas del militante y a las labores de agitación y propaganda, es que en ese período las publicaciones académicas de Moulian son reducidas. Está escribiendo para el partido. No obstante, en el período de la Unidad Popular, aunque hubiera una dependencia intelectual de la política, hubo una abundante producción de ciencia social. Tanto el Ceren, de la Universidad Católica, como el CESO, su análogo de la Universidad de Chile, produjeron diversidad de obras que fueron ampliamente divulgadas y discutidas. Aparecen obras como la Dialéctica del desarrollo desigual, de Hinkelammert; Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales, de Caputo y Pizarro; Chile, hoy, de Aníbal Pinto et al.; Transición al socialismo y experiencia chilena, de varios autores. El mismo Moulian saca un par de textos en los cuadernos del Ceren que hacen planteamientos inquisitivos, uno sobre Lenin y otro sobre el camino hacia el socialismo. ¿Qué ocurre entonces? Moulian dice que los partidos “no nos preguntaban nada, nos daban órdenes”. O sea, habría una disociación entre reflexiones, como las de Moulian, y lo que los partidos estaban buscando o demandando. Norbert Lechner (2007 [2004]: 14) tiene una apreciación coincidente con la de Moulian: “en aquel momento la discusión teórica aparece subordinada a la posición político-ideológica de los autores. Su autoidentificación político-partidista suele definir el punto de vista a partir del cual abordan los fenómenos sociales. Tales presuposiciones valóricas son premisas (tácitas o explícitas) de todo análisis social. Pero en los años sesenta, la polarización política agudiza y rigidiza tales presuposiciones. Se conforma una especie de ‘academia militante’ donde los intelectuales tienden a racionalizar y justificar las posiciones políticas tomadas de antemano”.

El gran debate dentro de la Unidad Popular, cuya polarización se va agudizando hacia el final, se dio entre la postura de no apresurar el proceso de cambio, sino que primero consolidar lo logrado, “consolidar para avanzar”, sostenida por el sector allendista del Partido Socialista, el Partido Comunista y un sector del MAPU, y la postura revolucionaria de “avanzar sin transar” y “crear poder popular”, lo que implicaba robustecer los cordones industriales y prepararse militarmente, sostenida por el MIR, otro sector del MAPU y el sector del PS encabezado por Altamirano. En tal debate, los textos teóricos y las interpretaciones eran usados instrumentalmente para justificar la posición adoptada. No ocurría una efectiva confrontación argumentativa, ni se hacía un análisis empírico sistemático capaz de ratificar o refutar afirmaciones. En esa confrontación política los intelectuales iban definitivamente en el vagón de cola.

En el MAPU la tensión entre esas dos posiciones pronto se hizo insostenible. A fines de 1972, en el pleno del partido sale elegido Óscar Guillermo Garretón, propulsor de la tesis de radicalización, de promoción del “poder popular” y de la defensa armada del proceso. Ante eso la fracción defensora de la tesis de consolidar aglutinando fuerzas se separa. De ella forman parte Jaime Gazmuri, Enrique Correa, Fernando Flores, Juan Enrique Vega, Tomás Moulian y José Joaquín Brunner, grupo que comparte orientaciones políticas y lealtades. Este MAPU será conocido como MAPU Obrero Campesino, o MAPU OC, por la idea de ser un partido no solo obrero, sino que pretendidamente aglutinador de sectores populares y sectores medios. Su secretario general será Gazmuri. Manuel Antonio Garretón opta por no incorporarse a ninguna de las dos fracciones del MAPU; posteriormente se incorporará al Partido Socialista, cuyo Comité Central integrará entre 1985 y 199543.

Amistades políticas

En sus diferentes involucraciones políticas fueron importantes para Moulian las relaciones afectivas. Según sus propias palabras, “yo me metí [en el MAPU] porque era amigo de Ambrosio y me parecía que con ese núcleo, con esa gente, podía militar en política y me podían oír”. También con Gazmuri, que luego reemplazará a Ambrosio en la dirección del MAPU, mantendrá una relación estrecha, con amistad entre sus familias y visitas a las casas. Otra amistad fuerte era la que tenía con Enrique Correa. En posteriores decisiones políticas también habrá fuertes componentes emocionales involucrados. Ellos, si bien no explican las decisiones, contribuyen a gatillarlas o a reforzarlas. Imprimen el impulso final, a veces dirimente, que falta a las puras argumentaciones teóricas.

Mientras trabaja en la Flacso, Moulian mantiene su militancia en el MAPU OC, al cual también pertenecen los restantes integrantes mapucistas de la institución –Brunner, Augusto Varas, etc.–. Seguirá en el MAPU hasta 1983, luego de lo cual no volverá a militar, aunque a principio de los años noventa se acerca al PC, lo que, sin embargo, según él, lo hará solo instrumentalmente, “de un modo que no afecta mi pensamiento”. De todos modos, además, en las elecciones senatoriales de 1993 votará por Gazmuri.

En su militancia bajo dictadura, seguirá vinculado orgánicamente al partido, contribuyendo a las actividades clandestinas de este, pero ya sin la dependencia de antes ni tampoco prestando los servicios escriturales de difusión que había dado en el pasado. En la orgánica partidista del período, Augusto Varas será el encargado del frente intelectual, que hace el nexo con las instancias directivas del partido. Él se comunicaba con Gazmuri e informaba de lo que estaban produciendo. En esas conversaciones decidieron sobre la revista Umbral. Esta fue una revista clandestina, para los sectores más intelectuales, que existía junto a la revista Resistencia, pensada para el conjunto de los militantes44. Además, según dice Moulian, cumplía una labor política de mediación: “el partido me encargaba las relaciones con la Democracia Cristiana, que eran muy importantes porque a través del MAPU la Democracia Cristiana estaba interesada en llegar al Partido Socialista. Nosotros triangulábamos en la relación”45.

Esa involucración partidaria, aunque le era fuente de inquietud, por su necesaria clandestinidad, no era mayormente demandante de tiempo. Tampoco estaba supeditado a la relación de dependencia que había tenido en el pasado. De tal modo, ahora sí asumirá una función reflexiva investigativa. Su primer foco será explicar las causas de la derrota de la Unidad Popular, tarea que emprende en la investigación con Garretón. Un segundo foco será estudiar las relaciones entre socialismo y democracia, discutiendo las tesis leninistas-estalinistas del Estado como mero instrumento de dominación. Eso sentará las bases para su aporte a la llamada “renovación socialista”, una revisión del pensamiento de izquierda que irá facilitando la convergencia de las fuerzas de oposición. De ello surgen diversos textos que comentaremos en la sección siguiente.

2. Obra y relato, 1965-1983: crisis política y revisión del relato de la izquierda

Para el análisis de la producción intelectual de Moulian comenzaremos con una primera fase que se extiende desde su primer trabajo, en 1965, hasta 1983, año en que aparecen dos obras que recogen aspectos centrales del trabajo previo: La Unidad Popular y el conflicto político en Chile, en coautoría con Manuel Antonio Garretón, y Democracia y socialismo en Chile.

En las referencias bibliográficas al final del libro incluyo el listado completo de las obras de Moulian. Revisaré aquí el contenido de las correspondientes a este período, buscando los argumentos, conceptualizaciones y características centrales del relato que va articulando sobre la realidad social chilena, así como sus conexiones intertextuales y los modos de establecer el enlace referencial. En lo que sigue, me referiré a los más de cuarenta textos de este período en referencia a los ejes principales de la construcción que realiza el autor.

Desarrollo político en Chile entre 1949 y 1973

La producción sociológica de Tomás Moulian se inaugura cuando tiene 26 años, al inicio del gobierno de Eduardo Frei Montalva, en 1965, con un libro de título inespecífico: Estudio de Chile, pero donde ya aparecen los temas que reiterará una y otra vez en los años futuros: partidos políticos, relación con clases sociales, conducta política de clases y sectores de clases, régimen de partidos, orientaciones ideológicas. El prologuista, a su vez, lo presenta como un “sociólogo joven y no conformista”, anticipando con esta última caracterización un rasgo que a futuro volverá a ser reiteradamente mencionado.

En particular, lo que estudia es la relación entre ideologías y comportamiento político. El comportamiento político lo analiza a través de su expresión electoral, tomando datos de elecciones parlamentarias y presidenciales entre 1949 y 1965. Analiza las orientaciones ideológicas y la conducta política de la clase obrera, clase media y clase alta. En concordancia con el momento político en que escribe, le presta particular atención a la trayectoria ideológica de la Democracia Cristiana que consigue atraer a la clase media, logrando un continuo crecimiento desde 1957 hasta elegir a su candidato presidencial en 1964. Según plantea, si bien este partido “surgió como un intento de reemplazar el orden capitalista […] poco a poco ha ido derivando hacia el reformismo, siendo quizás justamente esta evolución la que ha permitido su ‘encuentro’ con la clase media” (48). En tal encuentro incidiría la afinidad con el catolicismo prevaleciente en estas clases, la visión global, mesiánica, de renovación, que posee el partido, su carácter de movimiento nacional abierto a todas las clases y su condición de alternativa frente a movimientos más radicales (49-52). Al paso, Moulian señala otro factor de atracción entre universitarios y profesionales jóvenes, frente al cual parece él mismo haber sido sensible: “la capacidad teórica, el aspecto de seriedad y conocimiento de los líderes y organizaciones de la Democracia Cristiana […] y la pretensión de pureza, de no corrupción” (Moulian, 1965: 50).

En este trabajo no se visualiza una orientación teórica clara, ni aparece el marxismo. Aunque usa profusamente el concepto de clases sociales, su concepción sobre ellas es todavía weberiana. Se trata, dice (Moulian, 1965: 21), de “todas las personas que se encuentran en un mismo nivel de prestigio y estimación social. Igualmente, la conciencia de clases la entiende como sentirse participante y afectado por los modelos de conducta de la clase, e incorporarse a la organización que expresa a la clase (55). Su concepción de sociedad y cambio social, por su parte, aún está dentro del modelo de la modernización, con el paso de sociedad tradicional a sociedad desarrollada.

Entre los autores destacados que cita está Vekemans, de quien, por ejemplo, acoge su definición de las clases altas como “clases herodianas”, o sea, “como grupos sociales que viven con el standard de vida de las clases altas de los países desarrollados en una sociedad con recursos económicos escasos” (Moulian, 1965: 63). También cita a Medina Echeverría y su concepción sobre la relevancia cultural de la hacienda, con sus derivaciones de dependencia clientelar. En tal cultura hacendística, las lealtades al patrón estarían siendo reemplazadas, en sectores obreros, por la solidaridad de clase, pero se mantiene en sectores agrarios (Moulian, 1965: 67).

Un último punto del libro, de relevancia solo anecdótica, contiene su análisis sobre la “neutralidad política de los militares”, donde sostiene que los grupos militares “están neutralizados como órganos de presión política”, pero tiene la cautela intelectual de cerrar el capítulo, y el libro, diciendo que, al respecto, “no es posible profetizar [su comportamiento] para momentos distintos del actual” (Moulian, 1965: 148).

Están allí los temas sobre los que Moulian seguirá escribiendo en el futuro, pero todavía no hay un relato integrador. De hecho, el texto tiene un cierre abrupto y no hay conclusiones. La introducción, por su parte, es meramente formal, sin ningún anuncio sobre el contenido sustantivo que se va a encontrar en la obra.

Esto cambiará radicalmente en sus obras siguientes, todas las cuales tienen tesis muy claras.

Durante el período de la Unidad Popular, como ya hemos visto, Moulian principalmente escribe textos de ocasión, frente a las demandas del partido, para enfrentar las contingencias políticas. Tienen así más una función de difusión que de elaboración de una interpretación original. Uno de los dos textos de carácter reflexivo y académico que aparece en estos años es un denso artículo publicado, en diciembre de 1971, en la revista Cuadernos de la Realidad Nacional, del Ceren, donde trabajaba y hacía clases: “Algunos problemas teóricos de la transición al socialismo en Chile”, escrito en conjunto con Guillermo Wormald, sociólogo también de la Universidad Católica, más joven que él.

Este texto aborda un problema que hoy parece bizantino: ¿cuál es la correcta caracterización del período iniciado con el gobierno de la Unidad Popular? ¿Se está efectivamente en una fase de transición al socialismo? Esta, en verdad, era una materia de alta relevancia práctica. En ese momento la discusión política estaba muy marcada por un discurso teórico marxista y de este se derivaban tipificaciones que orientaban la acción. Estar en la transición al socialismo involucraba tener el control del Estado y el poder suficiente para emprender la transformación socialista de la antigua formación social, modificando desde el Estado la estructura económica, destruyendo gradualmente las estructuras capitalistas tanto económicas como políticas e ideológicas.

Un influyente relato que circulaba en la izquierda afirmaba que tal era el caso. Chile estaba en la fase de transición al socialismo, así entendido. Dado eso, tenían sentido y justificación una serie de acciones de radicalización. Moulian y Wormald (1917) discuten tal planteamiento. Para ello, el medio que usarán no son los datos. Lo que enfrentan es una narrativa. Así, gran parte del texto es para discutir teóricamente lo que es la “transición al socialismo” y cuál es el carácter de la “ruptura” que abre paso a la transición, en el contexto de la teoría marxista.

Apoyándose en diversos autores de la tradición marxista (Marx, Lenin, Sweezy y Dobb, Bettelheim, Althusser, Poulantzas y otros), Moulian y Wormald precisan que tal transición es entendida como la etapa socialista hacia el comunismo, en la cual conviven rasgos de diferentes modos de producción. La ruptura que marca el paso a la etapa de transición es un cambio en la hegemonía política de clases, el cual asegura el cambio en el carácter de clases del Estado. Esto es lo que define la ruptura (103-106). Tal ruptura, en todo caso, no debe confundirse, aclaran los autores, con una de sus modalidades: la acción armada; la pertinencia o no de esta forma de acción colectiva dependerá de las particulares condiciones históricas (Moulian y Wormald, 1971: 113). Cabe precisar que el concepto de hegemonía está usado no en el sentido gramsciano, del logro del consentimiento por vía ideológico-cultural, sino en el sentido de control político institucional del Estado46. La hegemonía de clase es la capacidad de dirección autónoma del Estado por parte de una clase, permitiendo la realización de sus intereses (106-112). Por otra parte, si una clase comparte la dirección del Estado, no puede decirse que cuente con poder hegemónico. Así, es con la hegemonía política de la clase obrera que puede afirmarse que comienza la etapa de la transición al socialismo. Es el control del Estado la condición que permite asegurar la transformación socialista de la antigua formación social (Moulian y Wormald, 1971: 117).

Con esa argumentación sientan las premisas para caracterizar la situación del proceso chileno. Con el gobierno de la Unidad Popular, el control del Estado es compartido. Si bien el poder ejecutivo posee cierta libertad de acción, por las características históricas del Estado chileno, los partidos obreros no poseen poder hegemónico, sino que solo un control parcial del Estado. No se ha producido una transformación del carácter de clase del Estado. Ese control parcial del Estado logrado por la UP, sumado a la correlación de fuerzas existentes, es incompatible con la realización de un programa socialista. Por tanto, no se ha producido la ruptura que señalaría la transición al socialismo. El proceso ha recorrido todavía no más que los primeros estadios de la fase democrático-popular, sin garantías de irreversibilidad. Se está recién en un “período de transición hacia la transición” (Moulian y Wormald, 1971: 126).

Se cuidan, no obstante, de indicar que, aunque el proceso no sea socialista, el programa contiene un conjunto de importantes medidas socialistas y que el poder obtenido provee la capacidad suficiente para realizar transformaciones en la “formación social” chilena.

Esa conclusión es muy significativa en el debate político del momento. Se suma a las narrativas circulantes durante esos años que apoyaban a las posturas allendistas y de un sector de la izquierda que luchaba contra los intentos de acelerar el proceso de cambios. Los que defendían la postura de radicalización, de avanzar sin transar, percibían la realidad desde dentro de un marco interpretativo que los convencía de contar con las condiciones para hacerlo: se sentían como los bolcheviques controlando el Estado ruso, en 1917, o como el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, en 1959, luego de la derrota de Batista. Esta contribución textual de Moulian y Wormald será, sin embargo, solo otra voz en la cacofonía interpretativa reinante en esos momentos. Es, además, un texto abstracto, de forma muy académica, y la argumentación, pese a su precisión lógica, se ve oscurecida por la densidad de la construcción académica. En años siguientes, a sus trabajos más académicos, Moulian, en la exposición de sus ideas, agregará versiones alivianadas para difusión más amplia, y reiterará sus planteamientos en múltiples versiones o traducciones. En este período, en cambio, eso no ocurre. Su actividad intelectual no logra tal canalización.

Aunque no tienen lugar destacado en el argumento, hay dos afirmaciones que aparecen y que en obras posteriores se expandirán. Una es sobre un rasgo que cruza medio siglo: el debilitamiento de la hegemonía burguesa desde 1920; la otra, sobre el período de Allende: la incapacidad de la Unidad Popular, ya constatada a fines de 1971, cuando los autores escriben, para movilizar al conjunto de las clases populares; la DC congrega un sector de ellas, atraídas por motivaciones diversas o repelidas por la UP.

Este texto provee una caracterización teórica de la situación. Sobre esa base, cuestiona otras interpretaciones como inadecuadas, como ilusorias. Busca una “lectura real” usando el instrumento de la teoría (Moulian y Wormald, 1971: 99). Fuera de esa mejor lectura, en las conclusiones no provee otras orientaciones para la acción que vayan más allá de la afirmación ostensiblemente vaga de que “el avance del proceso chileno requiere, por lo tanto, el desarrollo creciente del poder obrero en sus múltiples formas y dimensiones”, de acuerdo con las posibilidades de la correlación global de fuerzas, y de que tales formas de poder deben “prefigurar las relaciones sociales socialistas” (Moulian y Wormald, 1971: 129). Lo que ello signifique, fuera de mostrar que los autores están alineados con el imaginario político prevaleciente en la izquierda, no es especificado.

La trayectoria que lleva a la “totalización de la crisis” de 1973

El primer texto de análisis político que ya no es meramente para difundir las ideas del partido y que muestra solidez reflexiva y académica es “Lucha política y clases sociales en 1970-1973” (Moulian, 1975a [1973]). Lo escribe inmediatamente después del golpe, entre octubre y noviembre de 1973, y es un primer esfuerzo, todavía sobre caliente, por dar cuenta de lo ocurrido y explicar el fracaso del gobierno de la Unidad Popular. No obstante, la publicación original recién pudo hacerla en 1975 y obligadamente tuvo una circulación restringida, dada la censura política existente en la época. En él ya comienza a combinar análisis de clases y actores políticos con examen histórico de los procesos. Las ideas de este texto reemergerán una y otra vez, con mayor desarrollo y especificidad, en obras de los años siguientes, en especial en los trabajos en coautoría con Manuel Antonio Garretón. Además, lo incluirá como capítulo de su destacada y difundida obra Democracia y socialismo, de 1983.

Es un esfuerzo por explicar lo que pasó en el período 1970-1973, a través del análisis de la lucha de clases. Para ello se remonta a la crisis de lo que llama el Estado oligárquico –la configuración sociopolítica que imperaba hasta principios del siglo XX–. Desde alrededor de 1930 se abre paso una nueva fase en la configuración del Estado. La burguesía se ve obligada a una política de alianzas y deja de tener, a nivel político, una dominación absoluta. La riqueza del salitre había generado en décadas previas una creciente importancia del Estado, que se apropiaba por la vía de impuestos de una parte del excedente. Esto proveerá al Estado de una fuerza propia, con capacidad de intervención en la economía. El propio aparato administrativo del Estado se convierte además en una capa social influyente. La minería del salitre también contribuirá al desarrollo cuantitativo del proletariado y en torno suyo se constituirán organizaciones de clase con fuerza suficiente como para presionar al Estado.

Todo ello lleva a que, con el gobierno del Frente Popular, en 1938, se constituya un capitalismo de Estado, que fomenta una industrialización sustitutiva de importaciones en reemplazo del modelo primario exportador del Estado oligárquico. Al mismo tiempo, en la medida que articula intereses de las clases obreras y medias, este Estado canaliza institucionalmente su participación, democratizando el sistema político, e interviene para mejorar su bienestar social, un componente destacado de lo cual es el mayor acceso a la educación, que contribuirá al desarrollo de un vasto sector medio. Este Estado, que combina desarrollo capitalista y democratización, sustentado en una alianza de clases, logrará una significativa estabilidad que se prolonga hasta fines de los años 1960. Es el Estado de compromiso47. Esta será una entidad que en obras posteriores de Moulian alcanzará un rol central.

Los sectores medios tendrán su representación política primero en el Partido Radical, partido pragmático, cuyos integrantes poseen intereses que mantienen cruces diversos con los de la burguesía. Este partido oscilará entre alianzas con la derecha y con la izquierda.

La Unidad Popular conquista el gobierno de este Estado, que mantiene su carácter. Lo que llegara a poder hacer para alcanzar un control efectivo del Estado dependía de una adecuada dirección del proceso, dice Moulian (1975 [1973]: 26, 27), que cuide los efectos de clase. Pero, según él, “durante la UP nunca se resolvió el problema de la dirección” (29). Este problema, que termina haciéndose crítico, se expresa en (1) una dualidad de líneas estratégicas y (2) en la incapacidad de cada una de ellas de imponer su hegemonía.

Las dos líneas son las que ya había indicado antes Moulian en su texto de 1971 en el Ceren. Una que sostiene el período de gobierno como de tránsito institucional, con un copamiento progresivo del aparato estatal. Asume que se está en una “etapa democrático nacional”. Su principal promotor inicial es el Partido Comunista. Según su análisis, Moulian dice que esta es una línea que no logró una adecuada consistencia en sus planteamientos, que fue “incapaz de demostrarse a sí misma su propia naturaleza” (Moulian, 1975 [1973]: 35). Es decir, que no logró un relato convincente que articulara bien los elementos de la situación. La segunda línea promueve la ruptura del Estado burgués y asume el carácter socialista de la etapa. Se trataría entonces de constituir “poder popular”: un relato simplista y maniqueo, pero atractivo. Según Moulian, estos planteamientos no reconocían las peculiaridades del Estado chileno ni atendían bien a las condiciones del momento, en 1972, en cuanto a las efectivas posibilidades de desarrollo de ese poder popular.

Al segundo año del gobierno de la Unidad Popular, el discurso sobre el poder popular ya se había diseminado y su uso se intensificó. Esto tuvo efectos no anticipados de movilizar a los adversarios. “Aunque lo que se quería crear no podía crearse, fue combatido como si existiera”, sostiene Moulian (1975 [1973]: 34). El discurso agitador del polo insurreccional, junto con su escenografía de marchas y tomas, creó un fantasma amenazador que lograba un efecto atemorizador mayor que el del propio discurso de la derecha con sus imágenes sobre el peligro comunista. A los autores de este discurso se les escapaban los efectos de su narrativa.

Con esa dualidad estratégica que se fue acentuando y sin capacidad de ninguna de las dos líneas para imponerse se produjo un empate paralizante, con políticas erráticas y un gobierno aislado (36). Tal falla en la dirección del proceso revelaría, según Moulian, una crisis teórica de la izquierda chilena en 1970. La línea de radicalización vive el proceso como socialista; con un discurso sin suficientes enlaces en la realidad social, genera demandas y expectativas para las cuales no está en condiciones de responder, y antagoniza no solo a la burguesía sino también a los sectores medios. Concibe la legalidad burguesa como mero instrumento y no reconoce los logros de democratización obtenidos a lo largo de medio siglo. La línea de institucionalización, por su lado, no logra una interpretación con suficiente coherencia y fuerza para enfrentarse al discurso de la radicalización.

Parte significativa del fracaso de la Unidad Popular, que es derivado de lo anterior, es que las medidas más radicales del programa requerían, para su viabilidad, de la alianza con los sectores medios. Sin embargo, no hubo inicialmente una estrategia para atraerlos. Más bien hubo un distanciamiento discursivo; el discurso de la izquierda era reticente a lo que pareciera “reformismo” y a los acercamientos a las clases medias (Moulian, 1975 [1973]: 67, 69). En 1972 ya era tarde, habían sido movilizados por la derecha en su favor.

Esta será, finalmente, la que Moulian plantea como su hipótesis o argumento central: “la única alternativa viable para la Unidad Popular era la aplicación de un programa democrático-nacional sobre la base de una alianza efectiva con los sectores medios” (Moulian, 1975 [1973]: 109). Esto habría sido posible al inicio del período, pero no había claridad al respecto, no existía un discurso que lo fundamentara, no se contaba con el sustento teórico.

Lo que no logró la Unidad Popular lo consiguió la “burguesía monopólica”, que generó un movimiento social amplio, movilizando a las capas medias. La Democracia Cristiana quedó ante la disyuntiva de apoyar a esas capas medias movilizadas en conexión con la burguesía y en un cierto apoyo del orden institucional o establecer una alianza con la izquierda, que competía por sus bases sociales de apoyo y con una relación ambivalente con la institucionalidad.

En este texto aparecen formuladas buena parte de las líneas analíticas de Moulian. Obras posteriores profundizan en cada uno de los planteamientos en él contenidos: las fallas de dirección de la Unidad Popular (en Garretón y Moulian, 1977, 1978, 1983), la debilidad hegemónica de la derecha (Moulian y Bravo, 1981), las debilidades en el discurso de la izquierda (Moulian, 1983c), la estrategia de los partidos de centro y de la izquierda desde los años 1920 (Moulian, 1982a, 1982b, 1982c), etc.

El texto “Teoría de la crisis política y situaciones de crisis: Prolegómenos de una investigación” (Moulian, 1975b) estaba destinado a reflexionar sobre el instrumental teórico que empleaba. Es una discusión al interior de la teoría marxista. Su foco directo es cómo estudiar las crisis políticas y está ciertamente pensando en las crisis de la Unidad Popular. Toma como base el análisis de Marx en su obra “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”. En esta obra de Marx encuentra el predominio de la noción de interés, estrechamente ligada a las posiciones estructurales de clase. Frente a ello, Moulian agrega el rol mediador crucial de la esfera ideológica. En ello emerge la perspectiva gramsciana. “El vínculo entre las relaciones de producción y lo político está fuertemente mediatizado por las ideologías”. Las estructuras de reproducción social involucran la articulación entre (1) una dimensión político estatal que reposa en un orden legal o en la obtención de consensos instrumentales logrados por la vía de la negociación y agregación de intereses y (2) concepciones éticas o religiosas que engendran valores (libertad, soberanía popular, justicia, igualdad, etc.), alimentadas por “una cosmovisión o una doctrina que le confieren trascendencia a la estructuración histórico-concreta de la sociedad” (Moulian, 1975b: 28). La mantención o cambio de un orden social no se sostiene solo en el control legal y acuerdos instrumentales, siempre sujetos a contingencias que dificultan su cumplimiento, sino también en el logro de acuerdos ideológico culturales. Junto con el poder político institucional está en juego la hegemonía, en el sentido gramsciano. Lo que ocurre en el período 1970-1973 es una crisis de hegemonía (Moulian, 1975b: 33). Se llega al triunfo de la Unidad Popular por una crisis de la hegemonía de la burguesía. El proyecto de la UP fracasa ante la incapacidad de establecer una hegemonía alternativa; más aún, ante la incapacidad teórica de plantearse con claridad tal objetivo de lograr una hegemonía ideológico-cultural.

El trabajo analítico para entender el proceso político y las crisis requiere por tanto no solo indagar en los diversos intereses de clase, diagnosticando las situaciones económico-sociales, sino también indagar en las concepciones ético-filosóficas. Eso, por ejemplo, le permite a Moulian ver los méritos de Frei Montalva como actor político en cuanto logra vincular un análisis doctrinario con el análisis de los factores a abordar para el desarrollo, introduciendo para esto en el discurso político temas centrales del ensayismo y de las ciencias sociales de la década de 1950 (Moulian, 1975b: 44). En contrapunto, muestra a la derecha como incapaz hasta el período de la UP para constituir un proyecto societal, apareciendo en cambio como mera defensora de intereses particulares.

Es, por tanto, necesario el estudio de esta constitución ideológica, de este mundo cultural de las clases (su “historia ideológica”), “sin cuyo conocimiento quedan inexplicadas u opacas sus actividades, intereses y proyectos” (Moulian, 1975b: 62).

Con esos trabajos Moulian establece algunos de sus planteamientos teóricos y fácticos (socio históricos) fundamentales, que luego serán elementos estructuradores de la narrativa sociológica que desarrollará en conjunto con Manuel Antonio Garretón a lo largo de varias obras dedicadas al estudio del período de la Unidad Popular.

En 1974, Manuel Antonio Garretón había gestionado fondos para estudiar el período de la Unidad Popular con el Social Science Research Council, proyecto que se realizó entre 1975 y 1977, contando también con fondos de la Fundación Ford. En el proyecto general, “Ideología y procesos sociales en la sociedad chilena 1970-1973”, participaron, junto con Garretón y Moulian, Leopoldo Benavides, Cristián Cox, Eugenia Hola, Eduardo Morales y Diego Portales. El proyecto comienza instalado primero informalmente en la Flacso, pero luego se formaliza siendo contratado Garretón, en 1975, en la planta de este organismo. Este grupo produjo una detallada Cronología, en siete volúmenes, y una bibliografía completa sobre el período, además de documentos de análisis. Es un gran trabajo de recopilación y ordenamiento de material, de suma utilidad para análisis posteriores. La principal síntesis interpretativa está en los textos escritos en conjunto por Garretón y Moulian. Sacan inicialmente “Análisis coyuntural y proceso político”, que presentan al Primer Taller de Coyuntura de Clacso, en Lima, Perú, en enero de 1977, el cual después será publicado en Costa Rica, en 1978. Poco después publican como documento de trabajo “Procesos y bloques políticos en la crisis chilena, 1970-1973”, en abril de 1977. Este texto posteriormente será editado en la Revista Mexicana de Sociología, en 1979. Estos dos textos, con sus ideas ya socializadas en las redes más cercanas, aparecerán más tarde, en 1983, en la forma de libro, La Unidad Popular y el conflicto político en Chile, destinado a alcanzar un público más amplio.

El primero, “Análisis coyuntural…” (Moulian y Garretón, 1978), contiene un análisis muy detallado de lo ocurrido en el terreno político. Reconstituyen acciones, tácticas, negociaciones, discursos de los principales actores políticos: partidos, gobierno, El Mercurio, FF.AA., etc. e identifican períodos en tal dinámica política marcados por ciertos hechos que generan inflexiones. Es un texto con un gran nivel de detalle historiográfico que, por momentos, puede hacerse cansador.

En su análisis, los autores destacan que en el núcleo de la lucha política está la confrontación entre un proyecto de democratización no capitalista, traído por la Unidad Popular, el cual es promovido discursivamente como proyecto socialista, y la reacción de los sectores económica, ideológica y políticamente afectados, los cuales gradualmente hegemonizan a los sectores medios, incluyéndolos en el rechazo ideológico a ese proyecto y sus derivaciones. Esto hace que a la larga terminen enrolando en la reacción también a la Democracia Cristiana, que no puede enajenarse de sus sectores sociales de base. El paro de octubre de 1972 es un buen exponente de los resultados de esa inclusión ideológica, con sectores medios movilizados y confrontados a la Unidad Popular (109). La estrategia de la derecha que al inicio del período no consigue el apoyo del centro político para impedir por la vía legal el acceso de Allende al gobierno, no reconociendo el triunfo y pidiendo una segunda vuelta, en 1973 ya habrá logrado ese apoyo para impulsar el derrocamiento.

En el desenlace final los autores ven tres procesos en operación: (1) polarización política, que viene ya desde el gobierno demócrata cristiano, (2) deslegitimación del sistema político, a lo cual contribuyeron diversas decisiones del gobierno y el accionar del polo radical, y (3) desinstitucionalización política, expresada en movilizaciones que desbordan los cauces legales y en violencia política, que dificulta las soluciones negociadas. Estos tres procesos se refuerzan entre sí hasta llegar a una “totalización de la crisis” (Moulian y Garretón, 1978: 111), la cual es vivida como cataclismo, para unos, o como momento de redención, para otros; para todos como cambio en un modo de vida.

Junto con las dinámicas políticas que están en el centro de la atención de los autores, al final, como excusándose por no haberle prestado más atención, señalan que “a nivel popular, el período 70-73 significó una explosión de los niveles de participación y, más que eso, de su identidad como sujetos históricos”; ocurre una “masificación de la participación que desborda el carácter elitario de la política tradicional” (Moulian y Garretón, 1978: 112).

Terminan diciendo que “la sociedad chilena en el período 1970-1973 era mucho más que una sociedad convulsionada. Era también una sociedad en activo y dinámico proceso de autogestación” (Moulian y Garretón, 1978: 113). Pero que finalmente abortó; ese dinamismo contribuyó a la multiplicación de los conflictos y la conducción política no logró conciliarlos y encauzarlos productivamente.

Fracaso de la Unidad Popular: responsabilidades de la conducción política

El documento “Procesos y bloques políticos en la crisis chilena, 1970-1973”, publicado por primera vez en 1977, es el que contiene más análisis y es el que tiene mayor importancia en la elaboración de un relato sobre la sociedad. De hecho, los autores plantean su trabajo en una “perspectiva que intenta recuperar el significado de un proceso para el movimiento popular y repensar su proyecto ideológico-político” (Moulian y Garretón, 1977: 2). Está orientado a una audiencia particular y con un explícito destino de uso sociopolítico.

El texto comienza trazando algunos lineamientos analíticos más generales y luego analiza la racionalidad de los bloques políticos. En cuanto a los lineamientos generales, Garretón y Moulian dicen que en 1970 se está en presencia de una doble crisis. Por una parte, hay una crisis parcial de desarrollo, de un capitalismo dependiente incapaz de asegurar un crecimiento constante. Por otra parte, hay una crisis del Estado de compromiso, incapaz de asegurar una dirección política estable que resuelva la crisis de desarrollo económico.

No obstante, no hay una crisis del régimen político democrático, el cual posee legitimidad y estabilidad que se han mantenido desde 1938 hasta 1970. El Estado de compromiso ha mostrado la capacidad de articular, desde arriba, intereses variados, institucionalizando el conflicto. Esta modalidad de gestión del Estado permite, comenzando con el gobierno de Pedro Aguirre Cerda hasta el de Frei Montalva, una compatibilidad general entre un esquema de democratización que involucra participación y movilización creciente con un modelo capitalista de desarrollo económico basado en la industrialización sustitutiva de importaciones.

Estos gobiernos de centro lograron significativa estabilidad apoyados en cuatro características: (1) fueron capaces de responder a la crisis del desarrollo hacia afuera, impulsando la industrialización y transformando al Estado en un agente económico activo; (2) desarrollaron una política de democratización económica, social y política que le aseguró la lealtad de los sectores medios; (3) tuvieron, hasta el gobierno de Frei Montalva, una gran flexibilidad en materia de compromisos y alianzas, permitiendo una significativa agregación de intereses, y (4) permitieron el acomodo de los grupos capitalistas (Moulian y Garretón 1983 [1977]: 136)48.

Esta situación se ve alterada por las líneas de acción del gobierno de la Democracia Cristiana (1964-1970). La modernización industrial, la Reforma Agraria y la ley de sindicalización campesina enajenan a ciertos sectores de la burguesía industrial y de la oligarquía agraria, cuyos intereses hasta ese momento se habían visto protegidos por los acuerdos del Estado de compromiso. Esto lleva a una mayor combatividad de clase y a un reagrupamiento político de la derecha, bajo el nuevo Partido Nacional. Hasta antes del gobierno de Frei, la iniciativa política había estado en un centro político expresado en el Partido Radical, que pragmáticamente había contribuido a un entendimiento entre burguesía, clase obrera sindicalizada y sectores medios, negociando sus intereses, sin modificar las relaciones sociales campesinas. El Estado de compromiso respondía a los intereses de la oligarquía agraria, que socialmente se entrecruzaba con la burguesía, y dejaba fuera de la mesa a un sector sin fuerza política para presionar: el campesinado.

La Democracia Cristiana con su proyecto de reformas, con su sentido de misión histórica y con su “Revolución en libertad”, rompe el esquema que había facilitado la estabilidad del Estado de compromiso. Por otra parte, para realizar su proyecto político carecía de una estrategia razonable que se lo permitiera, dada la institucionalización del sistema partidario, con una gran estabilidad del voto de la derecha y de la izquierda. Sin quebrar el esquema de tres fuerzas, no podía avanzar por sí sola. De allí sus grandes dificultades después de 1967 (Moulian y Garretón 1983 [1977]: 135).

En todo ese período, las políticas de ese Estado, en el que el Partido Radical juega un papel clave y el apoyo a la educación es privilegiado, contribuyen al desarrollo cuantitativo de las capas medias. Tal crecimiento cuantitativo se ve acompañado del aumento de su relevancia política.

En ese panorama, en 1970, dos son las alternativas que se muestran viables: (1) Frenar el proceso de democratización y darle más impulso a las dinámicas de acumulación capitalista, sin interferencias de participación o redistribución. Este es el proyecto de la derecha, frenado por el triunfo de Allende, pero que luego podrá imponerse bajo la dictadura. (2) Alterar el esquema de desarrollo capitalista, cambiando la composición de clase de la conducción del Estado, pero manteniendo el desarrollo del proceso de democratización. Este es el proyecto de la UP asumido como “vía chilena al socialismo”.

En cuanto a la “racionalidad” de los bloques políticos entre 1970-1973, algunos aspectos que destacan Moulian y Garretón (1983 [1977]: 57-63) son los apuntados a continuación.

El comportamiento de la Democracia Cristiana es de gran importancia en la evolución del proceso político del período. Su defensa identitaria, con su núcleo ideológico católico y su alternativismo ideológico, le dificultan avanzar hacia un compromiso con la Unidad Popular, pese a las convergencias existentes. Menos aún es proclive a una alianza con la derecha. Será la aguda polarización del fin del período y la capacidad de la derecha de movilizar a sus bases lo que la forzará a terminar facilitando el camino de la estrategia de la derecha.

La derecha, desde 1938, con un poder limitado, lleva a cabo una política más bien defensiva. Hasta 1964 es muy significativo en ella el peso de la fracción latifundista, que mantiene vinculaciones con los capitales financiero, comercial e industrial. El latifundio, dicen estos autores, era un espacio común a todos los sectores capitalistas, e imponía su sello en la conducta de las clases dominantes. La Reforma Agraria y la sindicalización campesina son un ataque frontal a este sector social tradicional. Con ello, este sector se ve debilitado socioeconómicamente, pero también induce una “resurrección” política de la derecha, fusionándose los partidos Conservador y Liberal, dando forma al Partido Nacional, que será activo agente en las luchas políticas de años siguientes.

Durante el período 1970-1973, la derecha lleva a cabo una ofensiva política continua, y juega cartas más allá de la institucionalidad política. “A través de los gremios patronales de grandes industriales y comerciantes y a través de la coordinación de la Confederación de la Producción y del Comercio, dirigida por personeros ligados al gran capitalismo, la derecha logra dirigir políticamente a las organizacionales gremiales patronales o profesionales de capas medias” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]: 63). En su accionar pone netamente sus intereses de clase por sobre sus intereses políticos. La disolución de los partidos que acompañará al régimen militar no le preocupa en la medida que ello favorece sus intereses de clase. Desde 1971 su foco es definidamente el derrocamiento de Allende y obtiene un gran éxito con el paro de octubre de 1972, que irá preparando el terreno para una salida extrainstitucional.

La izquierda también se mueve, declaradamente, en una lógica de clases, pero prima la orientación de preservar el orden político institucional. El programa de la Unidad Popular, en el cual a la izquierda se suma el Partido Radical, tiene un contenido de “preparación de las condiciones del socialismo”. Lo que ya veíamos que era enfatizado por Moulian en su publicación de 1971. No obstante, esto se ve combatido internamente por el Partido Socialista, que juega un papel crítico sosteniendo la idea de una rápida transformación socialista, avalada en interpretaciones de la teoría marxista y con el apoyo emocional de la revolución cubana. Esta alternativa rupturista se plantea, dicen Garretón y Moulian (1983 [1977]), sin un suficiente análisis de la dinámica de las clases sociales, del universo ideológico cultural y de la naturaleza del Estado chileno. Así, contribuirán al desenlace final, con un resultado totalmente opuesto al buscado. Por un lado, llevarán a la polarización ideológica interna de la izquierda, obstaculizando una acción coherente del gobierno; por otra, alentarán la vía extrainstitucional, también rupturista, de la derecha.

En esta dinámica interna de la izquierda, Garretón y Moulian identifican y destacan un factor explicativo que llaman el “problema del vacío teórico-ideológico de la izquierda”. En la evolución que tuvo el régimen político de la Unidad Popular, con sus dinámicas de polarización, desinstitucionalización y degradación de la legitimidad, “es evidente que tuvo un papel importante el modo como la UP concibió, semantizó y realizó ese proyecto [el programa de la UP]” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 70). Hubo una importante debilidad en la construcción teórico-discursiva que diera cuenta de lo objetivamente posible y guiara la práctica. En las polémicas internas de la UP durante el período, destacadas aproximaciones cognitivas provenían directamente de una teoría marxista consagrada y eran aplicadas sin mayor criticidad, para el análisis del proceso en marcha. “Se trata de un fenómeno de ‘fetichización’ de la teoría”. Faltó una teoría adecuada a las características del proceso49. De tal modo, los problemas de las alianzas, de los compromisos y del carácter mismo del gobierno y del proceso fueron analizados desde “una perspectiva muy insuficiente” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 71, 72). Eso lleva a que, desde mediados de 1972, no se cuente con un discurso coherente que responda a los problemas necesarios de abordar y la conducción se haga errática. A ello se suma el proceso de polarización ideológica interna de la izquierda. A su vez, la propia semantización del proceso, por parte de la Unidad Popular, como socialismo y revolución dirigida por la clase obrera apartó a la clase media y fue un factor de polarización con resultados negativos (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 152).

Conjuntamente, hay una incapacidad teórica y práctica para entender las dinámicas autónomas del movimiento popular. No se produce un adecuado procesamiento partidario, político institucional, de los intereses y aspiraciones presentes en la base social. En consecuencia, la conducción política no logra ajustarse bien con tales dinámicas (74, 75). Como señalan en su texto, “la crisis o frustración de un proceso social es también la crisis de las categorías con que fue analizado” (Moulian y Garretón, 1983: 22).

La obra, así, concluye con una clara responsabilización del fracaso a la forma en que operó la izquierda. Hubo un problema de conducción y parte muy importante de ello fue un problema de análisis y comprensión de la realidad que se enfrentaba. Los autores hacen una evaluación crítica de la falta de alianzas políticas con el centro así como de la fuerza que adquirió el proyecto de ruptura armada, asumido al interior de la Unidad Popular por una parte del Partido Socialista.

En el resultado final, a esas debilidades se suma la efectividad lograda por la derecha en sus esfuerzos por cuestionar la institucionalidad, agudizar la polarización y deslegitimar al gobierno, con un discurso en que apela a los valores de libertad y democracia. Su estrategia logra la adhesión de las capas medias y el apoyo o neutralización de la DC para terminar con el gobierno de Allende. La derecha, cohesionando a la burguesía y capas medias, logra la hegemonía ideológico-cultural que no consigue la UP.

En la introducción agregada en el libro de 1983 al texto de 1977 se dice que la izquierda aprendió “que ningún proyecto de envergadura puede encararse en Chile sin constituir una sólida mayoría dentro de las reglas del juego político. Que el país no se agota en la clase trabajadora y que un proyecto de transformación debe ser popular, pero debe ser también nacional, desbordando los márgenes clasistas y dando cabida genuina a vastos sectores sociales. […]” (Moulian y Garretón, 1983: 17).

Luego de ese trabajo conjunto con Garretón, Moulian continúa investigando en ese tipo de procesos políticos, por una parte, con respecto al período de la dictadura militar, a lo cual me referiré más adelante, y por otra parte explorando en lo ocurrido en el período previo procurando afinar la caracterización e interpretación sobre el comportamiento de los actores políticos.

En “Debilidad hegemónica de la derecha chilena en el Estado de compromiso”, que Moulian escribe junto con Germán Bravo y presenta en un seminario organizado por Ceneca, Flacso, SUR y Vector en enero de 1981, profundiza en la derecha política chilena. Moulian y Bravo analizan las limitaciones de la derecha para realizar una política hegemónica en el Estado de compromiso, entre 1938-1970, y su carencia de un proyecto de carácter nacional, no llevando a cabo reformas burguesas, las cuales son impulsadas por otras fuerzas sociales.

En ese período, según los autores, la derecha sigue una lógica de “guerra de posiciones” con momentos defensivos y ofensivos. La acción defensiva de acomodación, tiene por objetivo moderar los proyectos de reforma del bloque gobernante. La modalidad ofensiva se despliega como consecuencia de los problemas provocados por los intentos reformadores. En la derecha prima una orientación corporativa, cuyo foco principal es resolver los problemas de la propia clase dominante. Esto restringe la capacidad hegemónica de la derecha (13). Conjuntamente, hasta 1973 las clases dominantes carecieron de un proyecto que articulara diferentes sectores sociales, que recogiera las demandas y problemas planteados por otros sectores sociales, y no tuvieron capacidad para reestructurar la acción del Estado de acuerdo con una racionalidad burguesa “pura”; no poseen un proyecto de modernización propio (6). Deben aceptar los límites impuestos en el Estado de compromiso, con una industrialización capitalista regulada por el Estado y con una democratización política y social. De tal forma, “la incapacidad hegemónica inicial de las clases dominantes permite que sean otras fuerzas las que asuman las tareas de modernización” (Moulian y Bravo, 1981: 26).

La nueva clase que va surgiendo con la industrialización sustitutiva dependiente del Estado se ve absorbida por el antiguo bloque oligárquico y bajo su dirección ideológico-cultural. No se crea, entonces, una burguesía manufacturera como segmento social diferenciado. “Las clases dominantes de la industrialización y del Estado de compromiso siguen manteniendo y reproduciendo una cultura oligárquica, que expresa mejor el mundo señorial del latifundio que las categorías específicas de la ideología burguesa. Esos elementos están absorbidos y re-elaborados por la constelación oligárquica”. “El conservantismo de la derecha es la expresión política de una cultura/sentido común aristocratizante, para la cual es más fundante de las jerarquías sociales el par linaje/dinero que el par dinero/mérito. Hasta avanzada la década del 50, se desarrolla un tipo cerrado de clases dominantes” (Moulian y Bravo, 1981: 18) y no se produce el enfrentamiento entre el terrateniente sustentado en relaciones sociales precapitalistas y el industrial “moderno”.

Hasta 1964 se mantienen el problema agrario, con un sector que no accedía al mercado de bienes y que obligaba a mantener altos niveles de protección arancelaria. Estos elementos formaban un círculo vicioso que Moulian y Bravo (1981: 20) sintetizan: estrechez del mercado interno → obliga a mantener tasas muy altas de protección → disminuye la competitividad de la industria nacional → esa competencia limitada regulada por la fijación de precios asegura tasas de ganancia altas → no necesidad de innovación → sectores manufactureros no necesitan modernizarse.

Tal concepción conservadora y visión de mundo tradicionalista de las clases dominantes chilenas no deriva de alguna capa de intelectuales que la impusiera. “Más bien sucede lo contrario. La capa de intelectuales de las clases dominantes chilenas, durante el período estudiado, no son un segmento que dirige, sino un mero reflejo de las características semiburguesas de las clases dominantes. Su papel es el de meros difusores del sentido común clasista. El conservantismo político es secretado por la misma constitución material e histórico-social de esas clases y es la ‘expresión’ de esa cultura-sentido común aristocratizante que proviene del latifundio. La hacienda marca culturalmente a las clases dominantes más que la fábrica” (Moulian y Bravo, 1981: 21, 22).

El texto “Desarrollo político chileno entre 1938-1973”, de 1982, sintetiza los argumentos que ha ido tejiendo Moulian, con su relato sobre el Estado de compromiso, desde el Frente Popular hasta la UP y su fracaso. Este relato muestra los principales factores que llevan al desarrollo del Estado de compromiso y a su mantenimiento, y los del fracaso del gobierno de la UP, buena parte del cual deriva de fallas de diseño y conducción por parte de la izquierda.

Es una publicación de importancia para la difusión a mayor escala de la construcción narrativa de Moulian. El texto aparece en la revista Apsi. Esta es una destacada publicación de izquierda, uno de los escasos medios periodísticos que en este período abren espacios para la reflexión política de la oposición al régimen. Es un texto denso en contenido histórico y analítico, que se extiende por casi 30 páginas, más allá de lo usual en una revista destinada a un público amplio. Para facilidad de los lectores se publicó en tres partes, entre julio y septiembre de 1982.

Moulian justifica el abordaje histórico diciendo que “para entender la realidad actual es necesario buscar las raíces de contradicciones históricas que en 1973 se intentaron resolver” y precisa que el discurso histórico “nos acerca a una ‘comprensión sensible’ más valiosa que un descarnado análisis conceptual” (Moulian, 1982a: 12). En esta nueva versión del recorrido histórico reitera puntos, pero también agrega matices y énfasis. Señalaré algunos que tienen más claridad y fuerza narrativa.

El Estado capitalista de compromiso es una entidad central del relato y resulta de la acción del Frente Popular a la cual se suma la izquierda en la década de 1930. Constituye una solución simultánea a la crisis del modelo primario exportador y a la “cuestión social”, frente a todo lo cual habían fracasado esfuerzos previos, de derecha. La política frentista aborda tres tareas fundamentales, que caracterizarán a este Estado de compromiso: (1) el fomento de una industrialización sustitutiva de importaciones, desde el Estado, apoyándola con créditos, protección arancelaria, infraestructura, etc.; (2) el desarrollo de la democracia política, especialmente favoreciendo a los sindicatos; (3) la expansión de funciones estatales de bienestar y de disminución de desigualdades (Moulian, 1982a: 17). Con ello, la izquierda se incorpora a una tarea modernizadora del capitalismo.

Dada la fuerza de sector terrateniente y de la oligarquía minera, no se aborda el desarrollo capitalista de la agricultura ni la nacionalización de las riquezas básicas. Además, la protección estatal aseguraba a la burguesía una ganancia suficiente aún sin esfuerzos en productividad ni innovación. Esto es lo que Moulian caracteriza como un “reformismo incompleto”, que mantiene relaciones agrarias precapitalistas, empresarios parasitarios del Estado y miseria urbana (Moulian, 1982a: 19).

Los virajes de gobierno entre 1938 y 1964 no alteran el carácter básico del Estado de compromiso. El viraje a la derecha de González Videla, en 1946, no lleva a intentar, de modo autoritario, transformaciones capitalistas significativas. No existe nada parecido, en la derecha, al proyecto nacional que encabezará el equipo de economistas de gobierno bajo la dictadura de Pinochet (Moulian, 1982b: 13-15).

Con Ibáñez reaparece un discurso populista y antipartidista, y se ganan beneficios en democratización. Con Jorge Alessandri se asumen desde la derecha el discurso de la técnica y ciencia para avalar las decisiones. Intenta una política de profundización de la industrialización sustitutiva de importaciones, pero el empresariado no contribuye al esfuerzo de modernización industrial.

La primera embestida significativa al Estado de compromiso ocurre con el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Este presenta un “programa de reformas completo y coherente” (Moulian, 1982c: 15, 16): reforma agraria, sindicalización campesina, recuperación de parte del excedente del cobre, nacionalización de la banca, industrialización pesada, reforma educacional, etc. Involucra un incremento de la democratización dentro de los marcos del capitalismo. No obstante, su doctrinarismo y “purismo” la hace reacia a las alianzas y cae en el aislacionismo, y su programa resulta frenado en la mitad del período de gobierno.

Desde los años 1960, los partidos de izquierda sostienen, a su vez, un diagnóstico de que el centro representa fuerzas pequeño burguesas o que es instrumento de la burguesía. Rechazan así alianzas con el centro, y a su “reformismo” le oponen el camino de la rápida transformación de la revolución democrática en socialista.

De tal modo, ni de la izquierda ni del centro hay propensión a las alianzas, pese a que ellas son indispensables para el logro de cambios de la envergadura que ambas fuerzas buscan. Esto según Moulian es una “distorsión perceptiva” (Moulian, 1982c: 18). Ambos actores colectivos no perciben que sin un bloque por los cambios no es posible realizarlos.

En esa misma perspectiva para enfocar la realidad sociopolítica, la Unidad Popular llega al gobierno con un “programa de medidas democratizadoras, antiimperialistas y anticapitalistas que fue verbalizado como forjador casi inmediato del socialismo”. Se plantea en lucha “contra el fantasma del reformismo” y propugna un discurso que opone “reforma” a “revolución”, discurso que contiene “semantizaciones (copiadas de otros procesos) que tornaban amenazante la propuesta de democratización sustantiva”. Moulian no escatima calificaciones críticas a este discurso polarizador, portador de “ideologías excedentarias” y un “verbo jacobino” (Moulian, 1982c: 20).

La Unidad Popular requería formar un “bloque por los cambios”, una mayoría social y política amplia, pero su discurso y su accionar lo obstaculizaron. Insiste Moulian en los factores condicionantes que ya había venido señalando en obras previas. Junto con la capacidad política desplegada por la derecha y un centro tensionado que no busca acuerdo, tras la derrota de la Unidad Popular hubo errores de diseño y dirección. Su estrategia de reformas no negociadas dentro del marco institucional alimentó la polarización política. La UP no tuvo la visión de un “compromiso histórico” que unificara segmentos populares. Enarboló mitos de política revolucionaria maniqueamente opuesta a una política reformista. Insistió en un discurso obrerista, derivado de la matriz teórica marxista-leninista. Moulian reitera aquí la idea del vacío teórico ideológico, con otras palabras. La Unidad Popular no contaba con una teoría elaborada a partir de la experiencia chilena, que fuera original y nueva. En su lugar, pensaba el proceso en curso desde la lógica de los “modelos revolucionarios”. “La izquierda toma prestada las teorizaciones existentes, con sus premisas y su lenguaje” y no percibe las posibilidades efectivas que tenía delante suyo (Moulian, 1982c: 21).

Crítica al relato teórico de la izquierda

La principal fuente de carácter conceptual teórico para la construcción analítica de Moulian es el marxismo. Dentro de este, un autor al cual destina muchas lecturas, interpretaciones y referencias es Lenin. Comienza con un temprano trabajo, que ya mencionamos, escrito en 1972, mientras trabaja en el Ceren, y continúa después en varios otros textos, tales como “Un debate sobre eurocomunismo y leninismo” e “Idolatría de la ciencia y teoría de la ideología”, ambos de 1978, y “Cuestiones de teoría política marxista: una crítica de Lenin”, publicado por primera vez en 1980 y después incluido en su libro Democracia y socialismo, de 1983. En ese recorrido mantiene algunos de sus planteamientos iniciales, pero desarrollando una elaboración crecientemente crítica.

En “Acerca de la lectura de los textos de Lenin: una investigación introductoria” (1972), que aparece en los Cuadernos de la Realidad Nacional, verdadera vitrina de la producción de las ciencias sociales de izquierda del período de la Unidad Popular, su objetivo es dilucidar el aporte de Lenin. La preocupación, no declarada en el texto, es por los usos que se le da a los planteamientos de Lenin en el debate político dentro de la Unidad Popular y de la izquierda en general. Su conclusión es que en los textos de Lenin es posible encontrar un conocimiento abstracto, generalizable, sobre la acción política, y este se articula a través de la noción de coyuntura. En torno a ella caben los análisis de relaciones entre clases, correlaciones de fuerzas, contradicciones, política de alianzas, ideologías, tipos de racionalidad, etc. Es, dice Moulian, una teoría de la estrategia y táctica. En cuanto tal, “proporciona una orientación científica a la práctica política de la clase obrera” y el esfuerzo de Moulian es por extraer “la ciencia de la política que hay [en esos textos]” (Moulian, 1972: 188, 190).

Esto se opone a las interpretaciones dominantes sobre la obra de Lenin: una visión empirista y otra dogmática. La primera reduce la obra de Lenin al estudio científico de un período particular de la historia rusa, a partir del cual no es posible extraer generalizaciones teóricas que vayan más allá de esa realidad concreta. La segunda le asigna a los análisis históricos de Lenin el carácter de verdades científicas ahistóricas, que pueden tener validez en cualquier contexto sociohistórico. Ambas serían, según Moulian (1972: 187), “lecturas incorrectas”.

Este es un texto de árido estilo académico, abstracto y poco invitante para un lector más general. Sus derivaciones de aplicación no son explicitadas ni ejemplificadas. No obstante, en sus obras de los años siguientes aparecerá reiteradamente ese tipo de análisis, para el cual Moulian encuentra su modelo en la obra de Lenin, como enfoque conceptual metodológico de análisis. Es lo que le hemos visto aplicar respecto al período del Estado de compromiso y, en particular, al período de la Unidad Popular.

A fines de los 1970 retoma sus análisis del pensamiento de Lenin ya no para rescatar su potencialidad para el análisis político coyuntural, sino que para cuestionar los usos de su obra que se hacen, según Moulian, de manera fundamentalmente distorsionada. En esta crítica, Moulian mantiene su defensa de una potencialidad del pensamiento de Lenin que se pierde en la interpretación que de él llevan a cabo sus continuadores, particularmente Stalin. En estos años, Moulian ya ha leído y estudiado la obra de Gramsci y su mirada está dirigida no solo hacia la historia pasada, sino que también a las posibilidades políticas futuras. Sus construcciones interpretativas buscan señalar caminos a seguir.

La narrativa del eurocomunismo

Uno de los discursos de izquierda que Moulian revisa e incorpora en sus análisis es el del “eurocomunismo”. Este discurso, que se aparta de la línea soviética, se había expandido en Europa, particularmente en Italia y Francia, en paralelo a la crisis de los “socialismos reales”. Moulian (1978a) en una de sus publicaciones, “Un debate sobre eurocomunismo y leninismo”, en una postura concordante con la del eurocomunismo, muestra la radical separación que este tiene con el leninismo50.

Moulian sostiene, en lo que según él es la tesis central del artículo, que “el leninismo como ortodoxia es una construcción teórica y política del estalinismo”. Stalin deshistoriza los planteamientos de Lenin que estaban referidos a coyunturas particulares, los generaliza, y los termina convirtiendo en una perspectiva teológica, usándolos para legitimar su propia forma de conducción del Estado soviético y del partido (30, 31). Stalin transforma los planteamientos de Lenin en “teoría y táctica universal del movimiento obrero en la época imperialista”; los convierte, según las palabras del propio Stalin, en “teoría de la revolución proletaria en general” (Moulian, 1978a: 29).

Esa fijación ortodoxa que hace el estalinismo del marxismo ya estaba en germen en Lenin. Este concibe la obra de Marx como ciencia “acabada”, con potencialidad de proveer todas las respuestas. Con respecto al Estado, materia que será crucial en las discusiones de la izquierda en la segunda mitad del siglo XX, hace afirmaciones generales; así, la necesariedad de la dictadura del proletariado es asumida con tal carácter de ley científica general y Stalin la usará para justificar la represión en la URSS.

En Lenin, según la lectura de Moulian, hay diferencias entre un Lenin inicial más determinista y de leyes generales y un Lenin del período del Qué hacer, que le presta más atención a diferentes variantes tácticas para la acción dentro del Estado preexistente. Esto, sin embargo, Lenin no lo llega a formular en términos generales, no emerge de ahí una “teoría de la transición legal democrática” (Moulian, 1978a: 35).

El eurocomunismo, por su parte, plantea un camino diferente al de ese leninismo estalinizado que afirmaba el paso necesario por la dictadura del proletariado. Ello va acompañado de una concepción diferente del Estado, ya no mero instrumento coactivo, en manos tradicionalmente de la burguesía, y luego del proletariado, sino que como una entidad más compleja. Tal complejidad es la que lleva a atender a sus particulares contenidos positivos en referencia especialmente a la “democracia burguesa”. El camino a seguir, por tanto, ya no es la toma violenta del Estado, ese instrumento represivo de las clases dominantes, para usarlo del mismo modo coactivo con el fin de lograr la transformación social radical. El camino es el señalado por Gramsci, de conseguir por la vía ideológico-cultural el apoyo mayoritario a las transformaciones emprendidas, es decir, lograr lo que él llama “hegemonía”, entendida en términos amplios, ideológico culturales y no exclusivamente político institucionales. Esto lleva a redefinir la teoría del tránsito al socialismo, asignándole a la democracia un valor y un rol que antes no tenía, como forma institucional y como criterio normativo.

La teoría leninista del Estado, con su metáfora del garrote, tuvo enorme influencia. Fue una narrativa con el apoyo teórico del marxismo y con referentes históricos de apoyo que se difundió extensamente por el mundo y marcó también la interpretación que la izquierda hizo de la realidad chilena. Esa teoría anula las diferencias entre tipos de Estado. No tiene capacidad para discriminar, por ejemplo, en la variedad de elementos del Estado de compromiso chileno y sus potencialidades. Limitó, así, el análisis de la llamada democracia burguesa, que fue menospreciada. Afectó el modo de plantear el camino hacia el socialismo, asumiendo un Estado dictatorial y represivo, como dictadura del proletariado, en la que se anulan los derechos democráticos de los mismos trabajadores.

Es, por tanto, una teoría o una narrativa con gran fuerza pragmática, con repercusiones performativas. Moulian es de los que contribuyen a desmontarla, cuestionarla y armar, de a poco, una teoría o narrativa alternativa. Gramsci es uno de los apoyos teóricos fundamentales. Además, el mismo Gramsci, con su historia política personal, se hace parte, tal como en el caso de Lenin, de la narrativa general. Contribuye simbólicamente a su atractivo, a su fuerza de convicción.

Este texto sobre el eurocomunismo Moulian lo publica en la revista Estudios Sociales, que es de la Corporación de Promoción Universitaria (CPU), dirigida por la Democracia Cristiana, lo cual revela el interés de Moulian de abrir diálogos hacia ese sector. Polemiza, al mismo tiempo, con Fernando Moreno, un autor de derecha que busca mostrar que el eurocomunismo no es más que el mismo lobo con otro disfraz.

Rol del intelectual y de la ciencia marxista

Esa crítica que Moulian hace a las versiones estabilizadas y ortodoxas del marxismo se repite en varias de sus obras de este período. Junto con la crítica a la concepción del Estado de Lenin, también cuestiona el rol que tales discursos le atribuyen a la ciencia (marxista) y a la vanguardia.

En Lenin hay un tránsito intelectual entre su obra inicial, que Moulian ve reflejada en Quiénes son los enemigos del pueblo, de 1894, y en el Qué hacer, de 1902. En la primera todavía no hay una distinción nítida entre praxis y estructura, más aún, la primera es subsumida en la segunda. La praxis era un derivado del movimiento de la estructura. El conocimiento de las relaciones de producción provee el patrón explicativo. Ese es el principio explicativo verdadero; cultura, subjetividad e ideología son distorsiones. Prima la base material de intereses y hay una cierta ineluctabilidad del desarrollo social. La ciencia, por tanto, consiste en una operación cognitiva de reducción a esos principios estructurales básicos. Por ello en Lenin no hay una teoría de la ideología y de la cultura. La praxis, así, parece como “la ejecución de un libreto, donde la acción humana realiza lo que la estructura produce como posibilidad” (Moulian, 1978b: 237). Así, tampoco aparece en este libro la idea de partido. El aporte de la ciencia marxista era proveer el conocimiento de las leyes de su desarrollo histórico. Aportaba el conocimiento de esa verdad.

En el Qué hacer, Lenin reconoce que la situación material de clase no determina directamente la conciencia. La ideología burguesa conforma la conciencia obrera, haciendo que se le oculte su situación de explotación estructural. Su conciencia “espontánea” propendería hacia una búsqueda sindicalista, economicista, de búsqueda de reivindicaciones puntuales –simple lucha por la repartición dentro del marco capitalista–. Esto significa reconocer un ámbito de la praxis que no es mero derivado de la estructura.

Para superar esa conciencia empiricista se requiere una acción externa que oriente esa praxis, que transforme esa conciencia. Así, “en Qué hacer, la ciencia es un requisito constituyente de la praxis revolucionaria”. Y este conocimiento científico requiere ser importado, llevado a la clase obrera (Moulian, 1978b: 242). Tal rol lo juega la vanguardia, depositaria de la ciencia marxista, que ella interpreta. Se trata de un conocimiento externo a la propia clase51. La política, de tal modo, ya no es mero reflejo de la estructura, sino que un efectivo campo de acción histórica, pero donde los principios de sentido y orientación vienen desde fuera de la acción histórica de las clases. Vienen desde la construcción teórica marxista, interpretada por el partido.

Con esto, el enfoque leninista es notoriamente opuesto al de Gramsci. “Para Lenin la formación de la voluntad colectiva se hace mediante la difusión de la ciencia: el proceso educativo consiste en vaciar la ideología para introducir la verdad, el conocimiento [marxista]. En [Gramsci] se trata de recoger una acción histórica que tiene ya una dirección, haciéndola llegar hasta donde ella quiere ir sin saber: el proceso educativo es una catarsis, una purificación, donde la acción histórica no cambia su sentido a través del conocimiento de una verdad externa, sino que descubre un sentido interior y previo”. De tal modo, sigue Moulian, “al faltar [en la obra de Lenin] una teoría de la cultura, la concepción de la política revolucionaria se ‘estatiza’. Todo en ella se juega a la conquista previa del poder estatal, a la destrucción del poder enemigo encarnado en aparatos cosificados de dominación. La política se hace fuerza, más que permanente crítica y construcción (reconstrucción) de la sociedad” (Moulian, 1978b: 245, 246).

Esa oposición tajante entre la conciencia espontánea, prisionera de la cultura burguesa que tiene la clase trabajadora, y la conciencia lúcida del partido tiene consecuencias decisivas para la concepción de la “política revolucionaria”. Servirá de base y justificación para el estalinismo y el control burocrático de los socialismos reales, y llevará a sustituir la experiencia histórica de los sectores sociales populares de otros lugares del mundo por una interpretación maqueteada por modelos teóricos generados en un contexto y momento histórico particular.

Moulian ve un avance entre el Lenin determinista de 1894 y el de 1902, que le reconoce autonomía a la praxis y visualiza la importancia de los factores culturales e ideológicos. Sin embargo, Lenin no va más allá de ese reconocimiento; no alcanza a hacer una elaboración teórica al respecto. Ese avance queda inconcluso. Podría decirse que el paso siguiente en tal dirección lo dará Gramsci. Pero el marxismo que llega a América Latina hasta la década de 1960 será el de Lenin, el Lenin de 1894 o 1902, no el marxismo de Gramsci.

En “Cuestiones de teoría política marxista: una crítica de Lenin”, de 1980, que reaparece en su libro Democracia y socialismo, de 1983, Moulian hace una crítica radical a la forma de uso del pensamiento marxista y leninista. Es una crítica general al congelamiento de las ideas de Lenin, Marx y Engels, convertidos en un “corpus ya establecido de conocimiento”, entendido como ciencia marxista, que es gestionado autoritariamente. Es un conocimiento frente al cual ninguna prueba lógica o confrontación histórica parece capaz de refutar, y cuyo cuestionamiento suele ser calificado como “desviación”. Se plantea la concepción materialista de la historia como una tesis científicamente comprobada. Moulian califica esto como “idolatría de la ciencia” (Moulian, 1980b: 184, 198, 199)52.

Además de fosilizado, es un pensamiento endogámico, que rechaza la incorporación de conocimientos procedentes de otras tradiciones. Se niega, así, a recibir el aporte de las ciencias sociales. Aislado y convencido de su superioridad, se sostiene en una “hermenéutica exegética” de los textos clásicos de los tres padres fundadores, que se hace en reemplazo de la investigación sobre la historia concreta y los procesos sociales efectivos. Esta ortodoxia marxista-leninista se constituye ya desde 1924-1926, “al ritmo de los procesos de centralización del poder”. Para Stalin, la lucha por imponer su interpretación de Lenin constituye un componente de su estrategia de poder. El leninismo es una narrativa que usa para legitimar su política. Luego será el gran relato de los gobiernos socialistas para justificar gobiernos autoritarios que suprimen la disidencia y anulan toda forma democrática de participación.

Moulian cuestiona “esa forma sacralizada de la hermenéutica que ha primado en el marxismo como vía de construcción de teoría. Debemos renunciar –dice– a la exégesis, tanto a la de Lenin como a la de Gramsci”. La teoría debe ser realizada no como un saber establecido sino como una crítica. “Nuestras lecturas deben ser irreverentes” (Moulian, 1983a [1980]: 190).

En “Por un marxismo secularizado”, de 1981, Moulian insiste en su análisis de la dogmatización del marxismo, que lleva a propugnar la existencia de un único marxismo, contenedor de una especie de saber total, con una filosofía general, contraria a la variedad competitiva de ideas que existía hasta el tiempo de Lenin. Esta dogmatización del marxismo se produce en asociación con la constitución de los socialismos históricos, los cuales se valen de esta sistematización ortodoxa para su propia legitimación y para combatir otras formas de pensamiento. Es una teoría convertida en razón de Estado (Moulian, 1981b: 567). Con esto, dice Moulian, Marx, un intelectual crítico, develador, pleno de historicidad, es convertido en el dios de una especie de “religión científica”, frente a la cual se exige fidelidad, condenando los cuestionamientos internos como “desviaciones”. Frente a ese fundamentalismo, es necesario “secularizar el marxismo”. Un marxismo abierto al diálogo, capaz de analizarse a sí mismo, es necesario para avanzar en la lucha por la hegemonía cultural y es necesario para acceder a un socialismo democrático (Moulian, 1981b: 571).

Crítica al relato sociopolítico de la izquierda

Lo que en el texto de Moulian de 1975 era una crítica a la conducción y discurso de la izquierda bajo el gobierno de la Unidad Popular, y que se continúa en los textos escritos en colaboración con Manuel Antonio Garretón, a principios de los años 1980 se ha expandido a una crítica sistemática al pensamiento de la izquierda. Por una parte, Moulian lleva a cabo el cuestionamiento teórico al pensamiento marxista leninista, tal como se lo asume en el país, y, por otra, en relación con ello, profundiza históricamente en el pensamiento de la izquierda. Revisa históricamente las narrativas a las que han adherido los partidos de izquierda en el país, desde los tiempos de Recabarren y desde la fundación del Partido Comunista, en 1922, hasta la actualidad. Esto se ve expresado especialmente en trabajos de los años 1982 y 1983, años en los que se produce una coyuntura crítica en la organización política de la izquierda, que se encuentra fragmentada y enfrentada a una dictadura que se ha consolidado. Estos textos de Moulian directa o indirectamente contribuyen a interpretar esta situación.

El texto “Evolución histórica de la izquierda chilena: la influencia del marxismo” (Moulian, 1982d) tiene como tema central “la naturaleza de los sistemas teóricos en uso por parte de la izquierda: el análisis de su estructura conceptual, su relación con los militantes, su relación con la cultura popular”. Ello en la perspectiva de la construcción de hegemonía (Moulian, 1983a [1982d]: 72). El texto fue presentado, en 1983, en un Seminario de Clacso, realizado en Punta de Tralca, publicado en un libro editado por Norbert Lechner, que recoge los trabajos de ese seminario, e incluido en el libro de Moulian Democracia y socialismo (1983a).

Aun sin declararlo en esos términos, lo que procuraba hacer era un análisis pragmático del discurso de la izquierda y sus efectos sobre la interpretación de realidad en los integrantes de los partidos. En tal sentido indaga aquí en la teoría marxista en cuanto “teoría en uso” en conexión con el aparato partidario.

Para orientar su acción, desde la fundación de los partidos de la izquierda chilena el marxismo fue el principal sistema teórico utilizado. Esto, según Moulian, contrastaría con otros países de América Latina, como Argentina y Perú, donde, al menos en los casos de Perón y Velasco Alvarado, habría primado un populismo sin consistencia teórica. En Chile, el marxismo llegó a constituir un componente importante de la cultura política nacional, marcando a las élites partidarias y mundo intelectual de izquierda, pero al mismo tiempo con gran alcance en los sectores populares.

Así como la DC, para su penetración cultural, contó con el apoyo de los aparatos de la Iglesia, la izquierda tuvo a “intelectuales difusores”, incluyendo el mismo aparato de los partidos políticos (Moulian, 1983a [1982d]: 74).

La circulación inicial más significativa del marxismo fue por la vía del Partido Comunista, el cual desde el principio, en la década de 1920, se vinculó a la III Internacional Comunista (Comintern), organización comunista fundada en Moscú en 1919 por Lenin y que durará hasta 1943. El Partido Comunista, siguiendo sus orientaciones, se proclama marxista leninista y adhiere a sus postulados, incluyendo el postulado fáctico que el Comintern planteaba en esa época, de que el capitalismo mundial se encontraba en una “fase de crisis aguda”. A través de esa vinculación con la Internacional, el Partido Comunista, que “era todavía una prolongación del movimiento obrero de las salitreras y de las mancomunales […], recubrió superficialmente ese esqueleto con los ropajes de las teorías y polémicas elaboradas en el movimiento obrero europeo”. Desde el comienzo se creó “un hábito de dependencia intelectual y política respecto a las instancias de dirección del movimiento comunista internacional” (Moulian, 1983a [1982d]: 77).

El Partido Socialista, fundado una década después, en 1933, adopta una postura más flexible del marxismo, como guía teórica, con una orientación nacional popular más amplia que la del Partido Comunista.

En 1935, cuando ya la Internacional había lanzado la consigna de los “frentes populares”, aceptando la posibilidad de un momento democrático burgués, en vez del paso directo a la revolución, se suman a ella tanto el PC como el PS.

Moulian analiza múltiples interpretaciones que circulan esos años sobre el estado del capitalismo y las formas correctas de acción, así como los acomodos interpretativos que hacen estos partidos bajo el marco de los gobiernos radicales de Pedro Aguirre Cerda y Gabriel González Videla y luego de Ibáñez. La interpretación teórica no les impide una flexible participación en el Estado, como parte del Estado de compromiso.

Sin embargo, gradual y crecientemente se rigidizan los esquemas interpretativos. En el Partido Comunista, “desapareció esa tensión de la fase previa, entre las viejas tradiciones ideológicas de origen popular y el marco eurocéntrico que imponía la Internacional. El partido se reorganizó y se eliminaron los vestigios de ese leninismo ‘incompleto’ de la etapa precedente. Asimiló las versiones estalinianas del marxismo-leninismo como su propio marco interpretativo y su perspectiva de análisis” (Moulian, 1983a [1982d]: 80). El Partido Comunista aceptó ciegamente la tesis del partido como guía iluminado y la existencia de leyes generales de la revolución.

En el Partido Socialista, por su parte, hacia 1958 ocurre una progresiva leninización, con el paulatino abandono de la perspectiva original, produciéndose de tal modo una zona de concordancia cognitiva con el Partido Comunista. Más tarde, el MAPU, que surge de la Democracia Cristiana, en 1969, también adoptará el marxismo como principal referencia teórica y como método de análisis de la realidad, abandonando la tradición cristiana y las orientaciones doctrinarias de la DC.

En esa forma, el encuadre teórico interpretativo del marxismo se impone en los partidos de izquierda, se lo valora y privilegia, y se populariza como concepción de la política y de la sociedad.

Este relato teórico interpretativo genera, según Moulian, un importante efecto de bloqueo de la potencialidad hegemonizadora de la izquierda. En el relato que se difundió, el marxismo fue “una versión reduccionista y simplificadora de la teoría original […] estragada por múltiples subordinaciones a las necesidades políticas, a la razón de partido o de Estado”, sin capacidad articuladora “para integrar dentro de su visión del mundo otros elementos culturales de base popular”. No permitía “vincularse, de una forma flexible, con los elementos fecundos de la experiencia popular”. No posee “capacidad hegemónica expansiva” (Moulian, 1983a [1982d]: 94, 95).

Por otra parte, su forma de producción descansa en dos tipos de trabajo intelectual. Uno, de aclimatación de categorías, realizado por “intelectuales secundarios”, que fueron simples adaptadores de un discurso, cuyos elementos estructuradores ya estaban formulados. Esto es lo que Moulian llama “elaboración secundaria”. El otro tipo de trabajo intelectual era la mera adopción acrítica, en una postura “fideísta”, de las ideas transmitidas por el partido a través de sus intelectuales secundarios. A través de estos “intelectuales pasivos” lo “teórico” se popularizaba en la forma de principios de fe. “La relación cognitiva del militante con la realidad se hacía bajo la forma de una adhesión ‘fideísta’ [a un sistema de creencias]. Se suponía la existencia de una ‘revelación’ que se materializaba en ‘textos sagrados’ y exigía la intervención de ‘intérpretes legítimos’” (Moulian, 1983a [1982d]: 95, 96). Con ello, insiste Moulian en la caracterización cuasi teológica que, como hemos visto, ha hecho en otros de sus textos sobre la forma que asume el marxismo. En tal tipo de proceso productivo no tenía cabida un trabajo reflexivo e investigativo de carácter crítico. El cuestionamiento condenatorio que hace Moulian es categórico y contundente.

Entre los componentes de tal sistema de creencias que fueron generalizándose durante la década del 1960 Moulian menciona: “la creencia de que el marxismo constituía la ciencia única o el método de todas las ciencias; la creencia en la necesidad de la ‘hegemonía obrera’ en todas las etapas de la revolución democrática, lo cual significaba la dirección de los ‘partidos obreros’; la creencia de que el socialismo se definía como ‘dictadura del proletariado’ y que esta era per se la democracia más perfecta; la creencia de que el principio constituyente del ‘partido de vanguardia’ era la adhesión al marxismo-leninismo más que la capacidad de dar sentido a las luchas populares; la creencia de que los ‘socialismos históricos’ eran reales”. De estas creencias se derivaban otras hasta tener un relato completo sobre la acción política que servía de orientación cognitiva y normativa para los partidos y sus periferias.

Ese cuadro se acentúa en los años 1960. Desde aproximadamente 1958 el relato sobre el fundamento teórico de la izquierda se homogeniza y se produce su difusión ampliada. “Se profundiza el carácter ‘leninista’ de la teoría en uso por parte de la izquierda y las pautas de adhesión ‘fideísta’ por parte de los militantes encuadrados en los partidos. La izquierda acentúa su carácter obrerista y su discurso clasista, así como desarrolla su perspectiva anti reformista […]. La izquierda se enclaustró en un tipo de discurso que oponía reforma y revolución”. Esto dificultaba aglutinar fuerzas y llevaba a “pensar el ‘gobierno popular’ como una preparación de la ruptura revolucionaria” (Moulian, 1983a [1982d]: 96).

Todo esto es el camino preparatorio para lo que ya a fines de 1973 Moulian diagnosticaba como causa del fracaso de la Unidad Popular. Ahora, a principios de los años 1980, ha rastreado todo el recorrido del discurso de la izquierda que lleva a la rigidez interpretativa de ese momento. Muestra la historia de la construcción de ese relato y la operatoria partidista en la cual se ha gestado. De tal modo, Moulian desmonta tal discurso, junto con procurar contribuir a la elaboración de uno alternativo.

Por otra parte, “la eficacia ideológica de la izquierda no provenía del marxismo como sistema teórico, sino de la capacidad simbolizadora que adquirió el discurso obrerista y anti reformista dentro del sector más radicalizado del ámbito popular […]. Dicho discurso operaba como principio de identidad”, configuraba el sector popular consciente. “El discurso marxista en uso sirvió para separar lo popular-revolucionario-obrero de lo popular-reformista-pequeño burgués” (Moulian, 1983a [1982d]: 97). Este discurso crea ideas fuerza que forjaban identidad, ejes estratégicos de significación: lucha popular; emancipación, justicia social; igualdad, democratización real; libertad efectiva. A ello se suma la elaboración artística –Neruda, Violeta Parra, los Quilapayún– y el heroísmo de las luchas populares –Santa María de Iquique, Ranquil, Ramona Parra, etc.–. Estos elementos de memoria colectiva tendrían más efectividad que elementos del marxismo teórico supuestamente fundante.

Esta contrapartida positiva de la crítica que hace Moulian al pensamiento de la izquierda no asume, sin embargo, un rol central en la narrativa que construye. En ella lo central es esa rigidización de la teoría marxista en uso y los bloqueos que genera en la acción de los partidos de izquierda.

Un texto en el cual reaparece la mayor parte de los cuestionamientos que ha estado haciendo es “Sobre la teoría de la renovación”, de 1982. Este texto es relevante en el trabajo que el mismo Moulian hace con su obra de comprimirla y exponerla en una forma que facilita la aprehensión de sus ejes centrales y su reiteración y difusión. Este texto fue presentado en uno de los encuentros de la izquierda en el exterior, en la perspectiva de discutir su renovación política: el encuentro de Chantilly, realizado en septiembre de 1982, en las cercanías de París, organizado por el Instituto para el Nuevo Chile. Este instituto, radicado en Holanda y bajo la dirección de Jorge Arrate, buscaba contribuir al diálogo en la oposición y a la renovación del socialismo. El encuentro congregó a más de un centenar de profesionales e intelectuales provenientes de Chile y del exilio. Entre los expositores también estuvieron Brunner y Eugenio Tironi. Este texto, además de haber sido presentado en Chantilly, apareció en un dosier de la revista Chile-América que circulaba internacionalmente, difundiendo la crítica a la dictadura desde el exilio, y posteriormente en el libro Socialismo: 10 años de renovación. 1979-1989: El adiós al marxismo-leninismo, publicado en 1991, que, en su acumulación de textos, muestra la propagación de esta crítica al pensamiento de la izquierda realizado desde dentro de la izquierda y del cual Moulian es uno de los autores cruciales.

Este texto aborda el problema de la renovación teórica que requiere hacer la corriente de la Renovación Socialista. Esta consistió, en palabras de Manuel Antonio Garretón, en un proceso “teórico y práctico, de crítica al socialismo de corte clásico vivido por la izquierda hasta 1973 y de reformulación y actualización de su bagaje intelectual y político” (Garretón, 1991: 52). Moulian, en ese escrito, diagnostica los errores de las concepciones marxistas aplicadas en Chile durante la Unidad Popular, que llevaron a una apreciación errada de oportunidades, posibilidades y peligros. Al respecto, reitera que la línea rupturista desconocía el efectivo carácter del Estado chileno, en cuanto Estado ampliado, articulador de intereses y con una cultura de compromisos. Además, esta línea proponía acciones radicales para las cuales no contaba con apoyo militar ni fuerza propia. La otra línea tenía contradicciones internas. Suponía poder movilizar a las capas medias bajo dirección obrera. Según Moulian, la fuente teórica de esto es la concepción bolchevique de la alianza obrero-campesina. De tal modo, “el fracaso de la Unidad Popular no se debió a la pura crisis de dirección que impidió que se realizara a fondo la estrategia de la ‘vía chilena’. Esa estrategia estaba impregnada de una visión obrerista y estrecha”, que no era capaz “ni de movilizar a las capas medias ni de unificar a los sectores populares” (Moulian, 1991e [1982i]: 104). Esto llevaba a la inviabilidad de ese proyecto histórico concreto. “Conducía sin remisión a una crisis estatal, porque con él no se podía organizar un bloque nacional-popular compatible con la profundidad del programa de cambios” (Moulian, 1991e [1982i]: 111, 112). Al respecto, Moulian llama a asumir esta “responsabilidad histórica”, conjuntamente con la “capacidad de automodificación” (Moulian, 1991e [1982i]: 106), la cual se hace especialmente relevante atendiendo a la nueva coyuntura crítica que se enfrenta.

La segunda línea argumental del texto es la crítica a los marxismos en uso, que antes había hecho en varias de sus obras, y que ya hemos expuesto. Destaca que desde la década de 1960 primó un marxismo-leninismo que representa la forma soviética de teorizar los problemas de la revolución y de la transición. Además, se impuso la idea de un único marxismo, al cual se le atribuían virtudes de cientificidad absoluta. De esa idea de ciencia (marxista) como saber absoluto se deriva una noción de partido de carácter iluminista. El partido es el portador de la Verdad, exterior a la práctica de una clase concreta y particular, y el vigilante de esa Verdad (Moulian, 1991e [1982i]: 109, 110). El marxismo le proporciona a la clase obrera los recursos cognitivos que necesita para luchar por la transformación de la sociedad, y el partido le transfiere esos recursos cognitivos. Esta concepción frena la criticidad, se opone al pluralismo político, favorece la centralización burocrática y se opone a la libertad política. Así, junto con un discurso libertario, contiene elementos totalitarios. Todo esto, por tanto, es lo que requiere ser repensado. Es un requisito necesario para el esfuerzo de “renovación socialista”.

Junto con los textos que recoge en Democracia y socialismo (1983), otro texto suyo, “La crisis de la izquierda” (Moulian, 1983e), se puede decir que termina de enlazar este tejido interpretativo crítico sobre el discurso operante de la izquierda, conectándolo con la situación en ese momento. Aparece en un libro, Chile 1973-198?, que congrega a un conjunto de autores que han estado investigando sobre la realidad social chilena bajo la dictadura: Brunner, Eugenio Tironi, Manuel Antonio Garretón, Augusto Varas, Pilar Vergara, Sergio Gómez y otros. Originalmente estos artículos fueron publicados en la Revista Mexicana de Sociología, en 1982. En su presentación al libro, Norbert Lechner lo califica de texto con “importancia histórica”, que documenta la “recomposición intelectual e institucional del trabajo sociológico en Chile”. Sería, según Lechner, junto con el dosier preparado por la revista Chile-América (donde ya hemos visto que también se incluían trabajos de Moulian, Brunner y Tironi), “la primera obra colectiva de sociología hecha en el país después de 1973”. Ajeno a algún toque de exageración que pueda haber en las palabras de Lechner, sin duda que estos textos eran aportes importantes e insumos demandados en el debate del momento, en el cual la izquierda aún no salía del período de tinieblas a que la había llevado el golpe y, luego, la efectividad disciplinaria y hegemónica de la dictadura.

Este texto sostiene la existencia de una crisis de la izquierda, que se expresa en una marcada fragmentación organizacional, política y de interpretación sociopolítica, frente a un régimen dictatorial que se ha institucionalizado, que ha profundizado su programa económico de reformas liberales y que ha despolitizado a la sociedad.

En las raíces de esta crisis de la izquierda, según el análisis de Moulian, están fundamentalmente los factores que él ha estado señalando críticamente: (1) Concepción estatista de la política, con partidos populares asociados desde el inicio al Estado de compromiso y a sus posibilidades y restricciones. Esto lleva a una “concepción cupular” de la política y a una “movilización institucionalizada de masas” (Moulian, 1983e: 308). (2) Una relación de mitificación o culpabilidad con el período de la Unidad Popular, en lugar de análisis de errores y responsabilidades políticas, entre los que se cuenta la “obsesiva creencia en la actualidad inmediata del socialismo”. El fracaso fue así el “efecto catastrófico de la aplicación parcial y defectuosa” de la estrategia del tránsito al socialismo mediante profundización democrática (Moulian, 1983e: 309). (3) Los falsos diagnósticos del autoritarismo, que le atribuyen debilidades que en la práctica no se constatan y que comprenden la complejidad del proyecto que ha estado instaurando el régimen militar. (4) Líneas políticas irreales, sea en una perspectiva militarista, como la asumida por el Partido Comunista en 1980, sea esperando una fragmentación del bloque dominante. Ambas subvaloran “la capacidad de penetración cultural o de disciplinamiento social que ha conseguido la dictadura”. La línea militar, a su vez, carece completamente de análisis comparativo de recursos que pudiera avalar la viabilidad de tal forma de acción (Moulian, 1983e: 312, 313). (5) El tradicionalismo teórico marxista, que ha estado detrás de las insuficiencias de comprensión. (6) La concepción centralista, burocrática e iluminista del partido, que no elabora la experiencia práctica de las masas.

Todo eso, dice Moulian, lleva a “una forma anacrónica de hacer política que no se adapta a las nuevas condiciones de la dominación burguesa”. Se manifiesta en una perspectiva “agitativa” y cortoplacista de la política, con una visión partidista que no atiende a las dinámicas del movimiento social y que manifiesta debilidad en el trabajo cultural (Moulian, 1983e: 315, 316).

Lo referente a la concepción estatista o estatizante de la política es un rasgo que ha reiterado en la caracterización de la actividad política de la izquierda. En este texto comienza a hacerlo con una acentuación crítica. Puede verse en esto un germen de los cuestionamientos que hará en la década siguiente, dirigidos específicamente a la Concertación.

Refundación capitalista y nuevo discurso ideológico

Aproximadamente desde 1978, Moulian emprende un trabajo de investigación similar al llevado a cabo con respecto a la Unidad Popular, ahora con respecto al régimen militar en el período 1973-1978, concentrando la atención en la política económica. Este trabajo lo realiza en colaboración con Pilar Vergara, quien es licenciada en sociología de la Universidad Católica de Chile y tiene un Magíster en Ciencias Económicas de Escolatina, de la Universidad de Chile. Ella había trabajado en el Ceren y en Ceplan, convertido luego este en Cieplan. Esta investigación se hizo como parte de un proyecto sobre “Políticas de estabilización en América Latina”, y contó con financiamiento de la Fundación Ford, IDRC, Sarec y SSRC.

Una presentación detallada de resultados se encuentra en “Políticas de estabilización y comportamientos sociales: La experiencia chilena, 1973-1978”, publicado en Cieplan, en noviembre de 1979. Este es un minucioso trabajo de revisión y análisis, desplegado en 200 páginas. En él Moulian y Vergara revisan las medidas económicas tomadas por el régimen y las reacciones que generan en empresarios en general, agrupaciones empresariales, grandes empresarios, dirigentes sindicales, empresarios agrícolas, confederaciones de la industria y del comercio, y otros. El objetivo analítico es “examinar las diferentes fases de la política económica entre septiembre de 1973 y marzo de 1978, desde el punto de vista de los determinantes sociopolíticos de las diferentes medidas aplicadas y las respuestas societales suscitadas” (Moulian y Vergara, 1979a: 2). Las fuentes de información son documentos, especialmente del Banco Central, y prensa, destacadamente El Mercurio, y revistas de opinión, como Ercilla, Hoy, Qué Pasa y Política y Espíritu.

Una interpretación general la expondrán en un texto siguiente, “Estado, ideología y políticas económicas en Chile: 1973-1978”, también de 1979. Allí, los autores caracterizan como revolucionarios los objetivos del régimen autoritario. En el período toma forma la modernización capitalista radical que la burguesía en Chile no había emprendido. La crisis de la industrialización sustitutiva de importaciones había provocado un estancamiento, pero la protección estatal aseguraba elevadas tasas de rentabilidad. Es recién bajo la Unidad Popular que los sectores dominantes comienzan a percibir la necesidad de una revolución burguesa (Moulian y Vergara, 1979b: 66, 67). La política económica del período pasa por un proceso de progresiva radicalización, cuyo punto crucial, según Moulian y Vergara, fue la aplicación del programa de shock, en abril de 1975, que da cuenta de la progresiva asunción de un proyecto de refundación capitalista. Así, dicen los autores, “nuestra conclusión principal es la imposibilidad de entender la lógica del proceso de radicalización de la política económica sin tener en cuenta que esa política forma parte de un proyecto de dominación y de un proceso revolucionario a través del cual se pretende refundar el tipo de sociedad existente hasta 1973”. Esa refundación incluye la transformación de la modalidad de desarrollo capitalista, así como del tipo de Estado y, complementariamente, de “las formas culturales e ideológicas que predominaban y que habían conformado un ethos cultural igualitarista y reformador” (Moulian y Vergara, 1979b: 114).

Esta transformación radical emprendida involucra la necesidad de lograr un consentimiento amplio, primero entre las filas de las propias clases dominantes, y luego en el conjunto de la población. Ello requería una elaboración discursiva que lograra incorporar intereses y una justificación ética. Vale decir el desafío emprendido por la burguesía era un desafío de construcción de hegemonía (Moulian y Vergara, 1979b: 106).

En otro artículo, “Política económica y proceso de hegemonía”, en un libro editado por Sergio Bitar y publicado en Lima, en marzo de 1980, Chile: liberalismo económico y dictadura política, ambos autores se extienden en ese aspecto de la hegemonía. Se trata, claro, del concepto gramsciano de hegemonía, “usado ampliamente en la actualidad para estudiar los problemas de consentimiento activo o de creación de consenso” (Moulian y Vergara, 1979b: 106), de la “capacidad de ejercer dirección político-intelectual” (Moulian y Vergara, 1980: 112). El proyecto de transformación capitalista que ya en 1977 termina imponiéndose favorecía de modo inmediato a una fracción reducida del empresariado. Un buen conjunto de empresarios enfrentaría turbulencias serias y requerirían problemáticas adaptaciones, con el riesgo de quedar en el camino. La concepción de manejo de la política, del rol del Estado y de desarrollo global que finalmente se impone no correspondía a la que había predominado hasta 1973, no coincidía con la perspectiva nacionalista proteccionista que habían tenido las Fuerzas Armadas. ¿Cómo, entonces, logró prevalecer? En tal dificultosa construcción de hegemonía asume un papel destacado un grupo de economistas, con su trabajo tecnocrático dentro del aparato del Estado, elaborando el conjunto de medidas que darán forma a esta revolucionaria modernización capitalista y, al mismo tiempo, un discurso, un relato, que va adquiriendo creciente fuerza persuasiva, tanto hacia el interior de la burguesía, como hacia las Fuerzas Armadas, las capas medias y otros sectores de la población. El equipo económico de gobierno, en especial, asumiendo la condición de intelectuales orgánicos del bloque dominante, logró movilizar adhesión al proyecto en marcha.

Moulian y Vergara (1980) revisan diversas “invocaciones ideológicas” presentes en el discurso económico del gobierno a través de las cuales se busca mostrar las medidas en cuanto orientadas al logro del interés general. Se presenta, en ellas, la política económica como la única forma de salir del estancamiento y como vía para superar la dependencia externa. Se la muestra como el camino para crear condiciones que sostengan una democracia estable, combinando libertad económica, es decir, libre funcionamiento del mercado, y libertad política. Se argumenta el carácter técnico y científico de los análisis que sustentan las medidas. Los efectos negativos son presentados como sacrificios generales (Moulian y Vergara, 1980: 113-115).

Contrariamente al discurso de la Unidad Popular, que apela solo a un sector de la población (“gobierno de los trabajadores”), este discurso del equipo económico se exhibe como universalista y no de clases. Eso tiene potencialidad ideológica. Por otra parte, efectivamente el equipo económico en sus decisiones actuó siguiendo una racionalidad capitalista global y de largo plazo, no siendo instrumentalizados por fracciones particulares de la burguesía (Moulian y Vergara, 1980: 119).

En términos ideológicos, el discurso que se hace dominante es el del liberalismo económico, de los “monetaristas ortodoxos”. Ante su avance fueron rápidamente perdiendo espacio las apelaciones iniciales de la Junta de Gobierno a concepciones del tradicionalismo católico. Lo mismo ocurrió con la ideología de Seguridad Nacional, muy apreciada por las FF.AA., que fue relevante en los primeros años y empleada para caracterizar a los grupos marxistas como enemigo interior y para proclamar la amenaza del comunismo internacional. Estos contenidos pierden después toda relevancia. El discurso que se impone, dicen Moulian y Vergara (1980: 123-125), tiene un núcleo constituido por cuatro ideas: “(1) la verdadera libertad es la que se realiza en la esfera económica; (2) la libertad económica consiste en el derecho a desplegar iniciativas económicas sin ser coartado por el Estado; (3) la libertad económica de todos es realizada en el mercado, pues allí todos son formalmente iguales, y (4) la libertad política solo puede ser la derivación de la libertad económica”. Esta sería así una ideología global que sirve simultáneamente de justificación de la “economía social de mercado” y de la estrategia política de la “democracia protegida”. El régimen autoritario sirve para eliminar esas fuerzas que limitaban la libertad económica y que procuraban una coerción política en nombre de clases particulares.

Así como Moulian revisa el relato propio que la izquierda había sostenido por décadas, cuestionándolo, destacando sus derivaciones práctico performativas y proponiendo alternativas para su reconstrucción, en estos textos con Pilar Vergara realiza el estudio del nuevo relato de las clases dominantes con sus enlazamientos operativos. Ambos relatos son herramientas fundamentales en la lucha por la hegemonía. La construcción de los proyectos de la izquierda no puede llevarse a cabo sin atender paralelamente a los cambios que han generado sus rivales estratégicos. Buscando así incorporar en el juego propio las movidas que hacen los otros jugadores, Moulian presta atención en sus investigaciones del período a unos y otros. Posteriormente, continuará con ese doble foco de atención, seguirá con investigaciones sobre la derecha, en la segunda mitad de la década de 1980, y realizará estudios sobre el Partido Comunista.

Los autores que citan son fundamentalmente nacionales (Alejandro Foxley, Ricardo Ffrench-Davis, Brunner, Augusto Varas, etc.). También entablan alguna discusión con autores latinoamericanas que han estudiado los nuevos regímenes autoritarios en la región, especialmente con O’Donnell y Graciarena (82, 83).

Paralelamente a estos trabajos, Moulian, como autor único, elabora otro documento, “Fases del desarrollo político chileno entre 1973 y 1978” (1982h), usando el mismo material empírico y la misma lógica de análisis de coyuntura de “Políticas de estabilización…”. En él le presta más atención a eventos y actividades de carácter político: problemas derivados de violación de derechos humanos, el asesinato de Letelier, la acción del movimiento sindical opositor, la relación con la Iglesia, etc. Esto agrega mayor textura a la descripción de lo ocurrido durante el período y, por otra parte, incluye un análisis del período 1964-1973. En términos analítico interpretativos, sin embargo, no aporta nuevos ejes interpretativos a los ya enunciados, aunque contribuye a entender mejor la lógica política de los acontecimientos.

Democracia, socialismo y violencia

Desde muy temprano luego del golpe militar Moulian comienza a escribir sobre la redefinición del proyecto de la izquierda. Junto con sus análisis históricos de lo ocurrido y con la crítica al discurso y acción de la izquierda, reflexiona sobre las características que debería tener un “proyecto nacional-popular”, como él lo llama, en el lenguaje de la época. Un texto inicial, de julio de 1977, enuncia los lineamientos básicos de lo que será una propuesta que desarrollará y reiterará en los años siguientes: “Democracia, socialismo y proyecto nacional popular”. Este texto aparece en un libro publicado en el Centro de Investigaciones Socioeconómicas del Centro Bellarmino, y con artículos de Edgardo Boeninger, Patricio Aylwin, Enzo Faletto y otros, con introducción de Claudio Orrego. Dadas las especiales condiciones políticas que se vivían, el libro aparece como “edición privada” y del cual está prohibida su comercialización. Él, además, aparece bajo el nombre de Tomás Mouletto, tal como Faleto bajo el de Enzo Falien, ya que “el nombre del autor, debido a obligaciones contractuales, no puede aparecer en trabajos no aprobados por la institución contratante” (Moulian, 1977a: 17). Precauciones formales de tiempos de máxima represión.

En este texto, que después también incluye en el libro Democracia y socialismo en Chile, como en varias otras publicaciones en los años siguientes, va elaborando esta argumentación más normativo propositiva de lo que debería ser el proyecto de la izquierda.

En esta redefinición necesaria del proyecto socialista un componente o eje central es la democracia. Uno de los grandes errores de la izquierda, dice Moulian, fue pensar la democracia solo en términos instrumentales, como un recurso para la toma del Estado. “Aunque no existe una clara visibilidad histórica de la conexión, socialismo y democracia no pueden ser pensadas como categorías separadas, sino como partes de un mismo movimiento de emancipación. Así, el elemento democrático debe ser concebido como constitutivo de un orden político socialista, de modo que ningún imperativo de la necesidad aniquile la libertad como requisito” (Moulian, 1977a: 31).

Lo anterior, apunta Moulian en ese texto de 1977, hace necesario emprender la crítica de la tradición teórica de la izquierda en la materia, tarea que, como hemos visto, él mismo emprenderá trazando el recorrido histórico que lleva a la desvalorización de la democracia, tildada de democracia burguesa.

Según Moulian, este nuevo proyecto debe entender la política como búsqueda racional de consenso. “La política […] como el reino de la razón mucho más que como el reino de la astucia o de la fuerza”. El socialismo, así, “será el resultado de un constante esfuerzo de hegemonía, de una obstinada batalla por convencer-persuadir sobre la racionalidad del socialismo como creación de libertad”. La política se plantea como “adquisición de conciencia sobre la relación entre libertad, democracia y socialismo”. Por otra parte, debe incluir una perspectiva utópica, “como realización de grados cada vez mayores de democracia, por lo tanto como proceso que debe conducir al socialismo, concebido como sistema que permite la máxima libertad real de todos” (Moulian, 1977a: 33).

Será así “el consenso obtenido [el que determinará] en cada momento los límites del programa de cambios”. Muy consciente de las limitaciones que tuvo el Estado de compromiso y la política frentista, Moulian advierte que “la obtención del consenso representa mucho más que la articulación de intereses económicos y políticos […]. No se trata de un simple acuerdo de intereses, sino de un pacto social en función del cambio concertado”. Recordando la situación del campesinado, agrega que “es evidente que el consenso como pacto social no permite la existencia de clases excluidas dentro del campo político”. Por otra parte, en cuanto al procedimientos, “el consenso debe ser el fruto de una abierta discusión de masas que las direcciones políticas solo deberían sintetizar” (Moulian, 1977a: 34) y debería buscar la formación de bloques movilizables y unificados.

En varios textos publicados entre 1980 y 1981 reflexiona en torno a estas ideas, teniendo de trasfondo histórico la tensión dentro de la izquierda: por un lado, grupos embarcados en la “renovación socialista” y, por otro, sectores que vuelven a asumir la línea rupturista militar, ahora apoyada por el Partido Comunista. Algunos de estos textos serán presentados en foros de debate en el exterior, en México y Perú (Lima), a donde concurren militantes de la izquierda en el exilio.

En “Dictadura, democracia y socialismo” (Moulian, 1980a), publicado en Umbral, revista de difusión política del MAPU, analiza el menosprecio de la democracia que se fue desarrollando en la izquierda, hasta llegar a concebir las reivindicaciones democráticas como una contaminación reformista, lo cual se expresó durante el período de la Unidad Popular.

Posteriormente, el discurso de la izquierda habría experimentado cambios, según Moulian. Entre ellos señala: la importancia asignada a los derechos humanos y a la libertad política; la revaloración de la democracia como espacio de lucha política, en torno a reivindicaciones populares, y como espacio de lucha por la hegemonía ideológico cultural; la reevaluación, aunque con ambigüedades y tensionamientos, de los socialismos históricos. Un aspecto central es la revaloración de la democracia. La izquierda había perdido de vista todo lo que ella permitía, lo cual, por lo demás, había sido fruto de una larga historia de luchas sociales durante el siglo XX. El relato teórico leninista, ampliamente divulgado y asimilado, había llevado a ver la democracia como mero instrumento de la burguesía, sin valor de por sí.

Tales cambios, dice Moulian, ocurren asumiendo una nueva “historicidad”. Tres elementos se conjugan en la articulación del nuevo relato que emerge: (1) las redefiniciones teóricas y políticas derivadas del análisis del fracaso de la Unidad Popular; (2) la experiencia del régimen militar, con sus manifestaciones de represión y pérdida de libertades políticas; (3) el cuestionamiento a nivel internacional a los socialismos históricos que se desarrolla desde los años 1960, y que pone en duda su carácter de modelos (Moulian, 1980a: 15, 16).

Aquí está afirmando como hecho, como transformación producida, aquello que, precisamente a través de sus textos, está tratando de contribuir a que se produzca. La afirmación de su efectiva consumación contribuye a darle más fuerza performativa, en un texto que no es de carácter académico, sino que está destinado a la masa de los militantes. Moulian está, en este texto, en la función de divulgador de sus propios planteamientos.

En “Crítica a la crítica marxista de las democracias burguesas”, publicado en 1981, en Desco, Lima, y presentado en un seminario en dicha institución, critica la versión marxista leninista que reduce el Estado a un aparato de fuerza y que no permite comprender las posibilidades contenidas en las formas históricas de democracia burguesa. La concepción instrumental del Estado, que lo identifica con la voluntad de la clase dominante, impide captar que el Estado democrático moderno incluye complejas luchas de hegemonía. El uso de esta concepción de Estado como dictadura ha servido para justificar, en la URSS, la centralización del poder, la desaparición de los Soviets, y racionalizar la ausencia de libertades políticas (Moulian, 1981a: 50-52).

En contra de esa visión, Moulian destaca que en los Estados democráticos las clases subalternas están en condiciones de conseguir espacios para constituirse como sujetos políticos y para desarrollar un proyecto popular nacional que tenga capacidad para articular las concepciones e intereses de otros sectores sociales, es decir, que pueda desarrollar capacidad hegemónica. Con ello, cabe concebir al socialismo como “el resultado de la lucha del movimiento popular por la profundización de la democracia, más que como resultado de un asalto del poder” (Moulian, 1981a: 56).

En “Democracia, socialismo y soberanía popular” (1981c), presentada como ponencia en un seminario organizado por CIDE, en Ciudad de México, entre octubre y noviembre de 1981, cuestiona la asunción, típica de los socialismos históricos, de concebir la soberanía popular como ya real, como ya realizada, por virtud de la mera presencia de la clase proletaria en el poder, en lugar de percibirla como una empresa por realizar y por ende como tarea de una lucha política continua. En el caso de la URSS, hasta 1930 se admite todavía discrepancia y debate político dentro del partido. Después, se elimina toda discrepancia. Los peligros totalitarios de esto serán objeto de las tempranas críticas de Rosa Luxemburgo a Lenin. La libertad política, dirá ella, es el correctivo a las imperfecciones congénitas de las instituciones sociales (Moulian, 1981c: 7-15).

En una segunda ponencia en el mismo seminario, luego publicada como artículo en San José de Costa Rica, “Dictaduras hegemonizantes y alternativas populares” (Moulian, 1981d), resalta la necesidad que hay, para definir la alternativa de la izquierda, de atender a las características asumidas por el régimen militar. El bloque dominante que hasta el gobierno de la Unidad Popular había sido incapaz de consolidar un proyecto de modernización capitalista y que había mantenido las tensiones entre el sector agrario latifundista y el urbano industrial, ahora se articula en torno al régimen militar y a su revolución capitalista, que modifica drásticamente las relaciones entre el Estado y la economía, y que gradualmente va articulando un discurso justificatorio con potencialidades legitimadoras. Hasta ese momento los relatos generales sobre la sociedad habían sido el de la transición al socialismo, de la izquierda, y el de la reforma o de la “revolución en libertad”, de la Democracia Cristiana. Esos eran los discursos portadores de alternativas de sociedad. La derecha no había articulado nada parecido. Existía un arrinconamiento ideológico cultural de las clases dominantes.

Esta instalación ya duradera del régimen militar ha generado la despolitización de la sociedad por la vía fáctica del desmantelamiento de la antigua institucionalidad política democrática. Pero al mismo tiempo ha ido extendiendo un relato descalificador de la política, mostrándola como portadora de demagogia, clientelismo y particularismo. Frente a ese particularismo de la política, el régimen enfatiza el universalismo del mercado. Inicialmente, los integrantes del gobierno autoritario buscaron su justificación en el catolicismo y en la ideología de seguridad nacional, pero a fines de la década de 1970, la principal lógica de justificación ética presente en el discurso y mayormente difundida era la del discurso neoliberal, que de ideología del sector económico había pasado a convertirse en ideología global (Moulian, 1981d: 8-12).

Frente a esa consolidación de la dictadura, con su efectividad hegemónica y ya no solo coactiva, Moulian evalúa las “alternativas populares”. Rechaza las concepciones militaristas, “presas del espejismo de que el autoritarismo se condensa en el Estado” (Moulian, 1981d: 25). Esas son estrategias con una concepción elitaria de la política, que apelan a organizar un aparato especializado en la violencia, que tiene el peligro de reproducir las prácticas de represión e impiedad, siendo el terrorismo una “fuerza degeneradora de la política”, además de ser predeciblemente ineficiente, Rechaza también las concepciones “cupular-agitativas” de la política, sin suficiente capacidad articuladora y expansiva.

El enfrentamiento de esta dictadura con capacidad hegemonizante, requiere recomponer la capacidad hegemónica popular. Ella necesita, dice Moulian, un “sujeto históricamente constituido”, pero esto es dificultado por las condiciones de estrechamiento del espacio político. Por tanto, la tarea fundamental es la reconstitución de tal sujeto. Junto con el trabajo de reconstitución del tejido social y el trabajo cultural, esto involucra la necesidad de redefinir el concepto de pueblo, superando los reduccionismos que, en nombre de las condenas al reformismo o al populismo, o asumiendo un estrecho obrerismo, han excluido sectores sociales, y han impedido la constitución de un bloque popular amplio (Moulian, 1981d: 16-20). Esto involucra un desplazamiento a una convocatoria primariamente democrática, buscando una “constelación diversificada de oposiciones antiautoritarias” (Moulian, 1981d: 22). Vale decir, lograr la unidad inicial por negación antiautoritaria. Después vendrá el momento de la lucha interna por la hegemonía, entendida en términos democráticos.

En el documento publicado por la Flacso, “Violencia y política: reflexiones preliminares” (Moulian, 1981e), aborda específicamente uno de los componentes de las opciones políticas en juego para luchar contra la dictadura: la violencia. El tema es de gran relevancia contingente, pues al sumarse el Partido Comunista a la opción militarista, le ha dado nuevo vigor.

La argumentación de Moulian revisa los planteamientos teóricos en la materia. En Lenin, la reflexión sobre la violencia remite esta a condiciones particulares y restringidas en que ella es eficiente y aparece solo como una opción extrema. En el marxismo no está presente el misticismo de la violencia que exhibe Fanon.

De cualquier forma, “el marxismo se desarrolló muy imperfectamente como teoría de la lucha de clases”. Privilegió el análisis de las estructuras antes que los procesos sociales, culturales y políticos. Es muy limitado su desarrollo teórico sobre la acción histórica abordando la política como vía de conexión entre estructuras y sujetos (Moulian, 1981e: 2). Será con Gramsci que estos procesos obtengan mayor atención.

La visión simplificadora del Estado, y de la transformación social, reducida a la toma del Estado, también lleva a una visión estrecha de la revolución, que no considera los efectos de la violencia en cuanto a destrucción de sociabilidad política. Involucra una lógica pragmática, de cálculo medios-fines, para la obtención del poder, sin consideraciones morales. Vale decir, no atiende a la dimensión ético-cultural (Moulian, 1981e: 7, 16).

De tal modo, más allá de su potencial inefectividad instrumental, la violencia militar revolucionaria disemina tendencias autoritarias, genera un retroceso en el terreno cultural, crea crisis en el discurso y debilita sus posibilidades legitimadoras, aparta a los sectores medios, y, en general, destruye la credibilidad necesaria para construir hegemonía (Moulian, 1981e: 24, 25). Es un factor de aislamiento del sector militar revolucionario, en lugar de ayudar a construir hegemonía en el terreno político cultural. Conlleva una lógica elitista estatizante estrecha.

En sus palabras finales, Moulian afirma que “una política popular nunca debería desligar el problema de los medios del de los fines”. Esto involucra “condenar la concepción de la política como guerra […]”. “El gran drama de la violencia política es que sobrepasa las buenas intenciones, actúa como partera de sí misma, se reengendra”, permanece siempre amenazada por una violencia de réplica (Moulian, 1981e: 25, 26).

Llegada de libros y publicaciones de Moulian

La indagación crítica sobre el sustento teórico tras el pensamiento de la izquierda, desde la propia izquierda, es escasa hasta los años del golpe del 1973. Hay algunos desarrollos en el trabajo inicial de Lechner, La democracia en Chile (1970). Hay también, por cierto, algunos otros elementos entre quienes escriben desde fuera de la izquierda, como Claudio Orrego, en Chile, el costo social de la dependencia ideológica o el libro de Álvarez et al., Ciencia y mito en el análisis social. Una crítica a las categorías marxistas de análisis (1972). Pero no hay un análisis sistemático que rastree históricamente el tejido discursivo de la izquierda y sus usos y derivaciones. Cuando menos, no hay ninguna investigación con la consistencia y con la fuerza de los planteamientos de Moulian. Estos, por otra parte, tienen interacciones múltiples con las obras de Lechner y Manuel Antonio Garretón de la misma época, y con quienes compartía lugar de trabajo y conversaciones frecuentes. En estos, se encuentran algunos contenidos relacionados, aunque no basados en un trabajo histórico sistemático como el de Moulian. Luego de sus obras, en cambio, estas indagaciones se multiplican y son numerosos los autores que escriben sobre tales temáticas. Él contribuye a posicionar el tema en el campo nacional, como foco de estudios académicos con relevancia sociopolítica.

Entre dichas investigaciones de continuación o profundización se encuentran los trabajos de Augusto Varas (1988), de la misma Flacso, quien explora las relaciones entre ideales socialistas y teoría marxista en Chile, atendiendo de manera especial a Recabarren y el Comintern, y de Jorge Vergara E. (1988), con su estudio sobre la teoría política de la izquierda en los años 1960. Las obras de Moulian en la materia, y las discusiones suscitadas por ellas, son evidentes inspiradoras y facilitadoras de estas nuevas obras, así como de muchas más escritas posteriormente. La influencia de Moulian, como hemos dicho, se expande en reiteraciones de sus ideas que van más allá de la lectura de sus libros. En cuanto a publicaciones específicas, sobre todo citan Democracia y socialismo en Chile, libro que congrega un conjunto de textos previos de Moulian.

Por otro lado, las críticas de Moulian al pensamiento de la izquierda son contemporáneas a otras que surgen en América Latina por la misma época. Destacable al respecto es la obra de José Aricó, de temprana participación en el Partido Comunista hasta su expulsión. Su obra Marx y América Latina (1982), explora los desajustes del pensamiento marxista en su imposición forzada en América Latina. Tal como Moulian, Aricó recibe la influencia de Gramsci. Aricó es uno de los fundadores de la revista Pasado y Presente, continuada luego en Cuadernos de Pasado y Presente que divulgará obras de un pensamiento marxista de amplia gama, con textos sobre el partido político, la revolución cultural china, la división capitalista del trabajo, la teoría del imperialismo, etc. (esto a fines de los años 1960 y durante los 1970).

Difusión y efectos del relato

Jaime Gazmuri, basado en su experiencia en la dirección del MAPU, señala que “Tomás tuvo una importancia grande en nuestros primeros debates sobre la Unidad Popular, sobre las causas de la derrota, en el debate post golpe que vive toda la izquierda”. Lo ve como “una de las figuras que más influyeron en el pensamiento de la revisión, de la crítica al leninismo, lo que Tomás hizo de manera brillante y que era muy difícil hacer, porque el peso del leninismo en la izquierda chilena desde los sesenta era abrumador. Entonces, no era un asunto simple y afectaba a uno de los elementos de identidad de la izquierda revolucionaria chilena. Éramos todos leninistas; de izquierda o de derecha da lo mismo, porque el pensamiento de Lenin lo permitía, es muy dúctil […]. Tomás fue de los primeros que en Chile enfrentaron ese dilema teórico y político [de la relación entre socialismo y democracia], que era identitario y cambiar las identidades es un asunto muy difícil, porque ahí entran no solo las ideas, entran las emociones, entran las lealtades. Estamos en otro plano. Y Tomás en eso tuvo una importancia muy grande y nosotros como dirección política íbamos más atrás de ese pensamiento…”53. Es una apreciación que se repite en otros entrevistados y actores políticos de la época.

Tal incidencia de la narrativa de Moulian es parte de una acción y elaboración intelectual colectiva. Los aportes de Moulian, que aquí hemos detallado, junto con los de Brunner, que revisaremos en el capítulo siguiente, y que en esta época son complementarios a los de Moulian, aunque destacados, son componentes de una amplia red de actores, de académicos, políticos, centros y revistas54. El efecto que logran es derivado de la combinación interactiva de todos ellos. Por un lado, está la acción de los otros integrantes de la Flacso, donde destacan Norbert Lechner y Manuel Antonio Garretón. Por otro, la de integrantes de otros centros, como SUR –donde en esta época trabajan Gabriel Salazar, Eugenio Tironi, Vicente Espinoza y Javier Martínez–, Vector, ILET, CED –donde estaba Gabriel Valdés–, el CERC, Cieplan, etc. Adicionalmente, está la acción de los centros en el extranjero, como el Instituto para el Nuevo Chile. Entre las revistas, están Análisis, Apsi, Krítica, Convergencia, Mensaje y Chile-América55.

Puryear (1994: x), en su libro sobre los intelectuales y el proceso político chileno entre 1973 y 1988, habla del “extraordinario rol jugado por los intelectuales en el proceso de transición a la democracia”, el cual sería distintivo del caso chileno. Según él, no es usual que los intelectuales, término con el cual se está refiriendo básicamente a los científicos sociales, asuman tal relevancia como la que tuvieron en el proceso de renovación socialista, tránsito a la democracia y primeros gobiernos de la Concertación. Entre 1973 y 1984, una vía destacada del debate político de la oposición tomó lugar a través de la academia, de los centros académicos independientes que se habían constituido en el país, con apoyo del financiamiento internacional. Flacso, donde primaba un grupo relacionado con el MAPU Obrero Campesino, fue uno de los más importantes. Otros de ellos fueron Sur, con vínculos al MAPU Garretón; Cieplan y CED, asociados a la Democracia Cristiana, ILET y ECO (Educación y Comunicación). La circulación de ideas en estos centros tuvo efectos significativos en la cúpula política de la transición (Puryear, 1994; Walker, 1990; Moyano, 2011; Gárate, 2012b).

La crítica, con base en investigaciones, elaborada de manera sistemática en centros como Flacso y SUR, contribuyó de manera importante a la renovación del pensamiento de la izquierda, al proceso llamado de “renovación socialista”, desde poco después del golpe. Luego de 1979 estos intelectuales también aportarán a las rearticulaciones organizativas de la denominada “convergencia socialista”. Estos procesos han sido investigados en diversas obras, entre ellas las de Moyano (2010, 2011), Puryear (1994), Valenzuela (2014a, 2014b)56. Hay ciertas coincidencias básicas entre estas investigaciones, en cuanto a mostrar la incidencia que tuvo en ellos la labor intelectual realizada en estos centros académicos, en los cuales Moulian y Brunner son actores destacados. Los investigadores de esos centros someten a crítica las posiciones ortodoxas de la izquierda, aportan nuevas elaboraciones, orientan la reflexión y el debate de la “renovación socialista”. De hecho, producen la mayoría de los análisis y documentos que alimentan la discusión, participando directamente en los debates (Puryear, 1994: 62).

Esta labor intelectual en el campo político se ve facilitada, además, porque una buena parte de estos investigadores tienen roles políticos, de mayor o menor envergadura. Manuel Antonio Garretón y Ángel Flisfisch, por ejemplo, integran el Comité Central del Partido Socialista; Moulian y Brunner tienen militancia activa; otros como Tironi han tenido cargos y responsabilidades en las estructuras partidarias. Y, poco después de este período de los 1980, un gran conjunto de ellos, como Ricardo Lagos, Alejandro Foxley, Enrique Correa, Jorge Arrate y Brunner, pasarán a ocupar cargos de alto nivel en la conducción estatal bajo los primeros gobiernos de la Concertación, llevando consigo ese conocimiento acumulado, siendo portadores de las narrativas generadas; ostentarán esa doble condición de experto o intelectual y político, que ha sido sintetizada con el término de tecnopol.

Puryear, en su investigación realizada muy cercanamente a los acontecimientos de esos años, recoge la magnitud del efecto generado por esos entrecruzamientos entre la labor intelectual y la labor política. Algunas citas de las entrevistas que realiza lo expresan:

“Los líderes del socialismo renovado fueron inspirados básicamente por ideas provenientes de Flacso. De tal modo, los intelectuales tuvieron una enorme influencia en política” (Edgardo Boeninger, entrevista 29 de enero, 1991).

“Este sector renovado, que fue quizás una minoría en términos de la cantidad de militantes comparado con el otro sector, donde la presencia de intelectuales en su liderazgo era mínima, llegó a ser exitoso… porque impuso sus ideas, [por] su capacidad de articular un nuevo pensamiento socialista, una nueva imagen socialista –más pragmática y realista, más sintonizada con el sentimiento popular… Creo que esa presencia de intelectuales, esa capacidad de visión, nos permitió terminar siendo la fuerza principal” (Heraldo Muñoz, entrevista 19 de agosto, 1991).

“El Partido Socialista cambió completamente su discurso debido a que un grupo de intelectuales –sociólogos, filósofos, historiadores– en parte haciendo eco de la discusión europea, pero básicamente abordando seriamente el problema de la democracia, comenzó a cuestionar las bases del pensamiento marxista leninista y comenzó a construir una nueva versión de la política de izquierda para el país” (Javier Martínez, entrevista 6 de marzo, 1991).

“Estoy absolutamente convencido de que el tipo de transición que tuvimos –el tipo de gobierno que tenemos– no habría sido de ninguna manera lo mismo sin la existencia de estos centros privados de investigación” (Sergio Bitar, entrevista 16 de enero, 1991).

“Los intelectuales fueron la fuente de acuerdos de política que más tarde constituyeron la plataforma de la oposición para la elección presidencial de 1989. […] La ‘ideología’ de la Concertación, si ese es el término, fue elaborada en un largo proceso por intelectuales en los centros de investigación […]” (Alejandro Foxley, entrevista 14 de marzo, 1991).

“La estrategia seguida por la Campaña por el No estuvo basada sobre un diagnóstico de la sociedad chilena elaborado durante años por la comunidad de las ciencias sociales. El triunfo de esa opción en el plebiscito reveló que su interpretación era correcta” (Eugenio Tironi, La invisible victoria, 1991)57.

Tanto la obra de Moulian como la de Brunner, así como la participación activa de ambos en presentaciones y debates, fueron insumos importantes para los procesos de “renovación socialista”, de reformulación y rediseño del marco intelectual y de las orientaciones prácticas dentro de la izquierda, y otro de carácter más orgánico, de reunificación del campo socialista. Son dos procesos que ocurren articuladamente aunque, como señalaba Garretón (1987), conviene diferenciarlos analíticamente. Ellos preparan el terreno para la unión de la oposición frente a la dictadura en el plebiscito de octubre de 1988, donde triunfa el No, lo que dará paso, un año y cuatro meses después, a los gobiernos de la Concertación.

Junto con la acción de tales centros, fueron influyentes otros entes colectivos: las revistas, que servían como espacios de debate, tanto para quienes estaban dentro del país como para aquellos en el extranjero. Entre las de difusión más amplia están APSI, vinculada originalmente al MAPU OC y luego al Partido Socialista de Núñez y Arrate; y Análisis, revista abierta tanto a la izquierda como a la Democracia Cristiana y, por ende, lugar de debates (Valenzuela, 2014a: 82). Ambos medios lograron alcance nacional y difusión masiva. Entre las revistas con alcance más limitado se encuentra Convergencia, lugar de expresión de las corrientes renovadoras del Partido Socialista, con fuerte vocación latinoamericanista. Convergencia primero fue publicada en México, entre 1981 y 1983; luego en Chile, desde 1986 hasta 1991. Buscaba ser un espacio de diálogo para los diferentes sectores de la diáspora socialista interesados en la reintegración. Atendía al debate internacional: en ella se debatía sobre la experiencia polaca y el sindicato autónomo Solidaridad (a principios de los 1980), sobre las críticas de Norberto Bobbio al Partido Comunista Italiano y sobre las interpretaciones de Gramsci (Santoni, 2013: 157-162). Otra revista que se debe mencionar es Krítica, la cual, según Valenzuela (2014a: 79), “fue de gran influencia en la dirigencia joven que se quedó en Chile, especialmente vinculada a la Izquierda Cristiana y al MAPU, y a las ONG que trabajaban directamente con movimientos sociales populares”. Se relacionaba con organizaciones como ECO, GIA (Grupo de Investigaciones Agrarias), Vicaría de la Pastoral Obrera, etc. Otra revista que abría un espacio de reflexión y análisis sociopolítico era Mensaje, de los jesuitas. Entre las publicaciones internacionales, destaca la Revista Chile-América, fundada en Roma por un grupo de exiliados, que incluía a José Antonio Viera-Gallo, Jorge Arrate y José Miguel Insulza. Fue un importante foro de debate, que recogía las reflexiones en el exilio (Puryear, 1994: 74).

Moulian y Brunner publican, durante los años 1970 y 1980, en varias de esas revistas, y sus obras son citadas, directa o indirectamente, en ellas. La acción combinada de estos medios, centros académicos, con sus publicaciones, seminarios, talleres y conferencias, así como las revistas, permitieron que se generara “una conversación común, un marco analítico común, un diagnóstico de lo que estaba sucediendo” (Puryear, 1994: 86), que incidió en las decisiones y en las acciones colectivas, y que contribuyó a dar forma a los gobiernos de la Concertación y a su cultura política.

Relatos sociológicos y sociedad

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