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II. JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER:

TRAYECTORIA, RED DE PRODUCCIÓN Y RELATO HASTA 1982

1. Trayectoria y red de producción

Trayectoria temprana, antes de la universidad

José Joaquín Brunner Ried nace el 5 de diciembre de 1944, en Santiago, el segundo entre sus hermanos Bonnie y Cristián, siendo bautizado con el nombre de su abuelo paterno. Este abuelo era suizo, proveniente del Cantón de Turgovia, y “llegó al país muy joven, a comienzos del siglo XX, terminados sus estudios en un Instituto Politécnico, llamado por su tío […] para que lo apoyara en la fábrica de muebles que había establecido en Traiguén”. Su abuela paterna, Albertina Noerr, era alemana y arribó pocos años después58.

Su padre, Helmut Brunner Noerr (1915-2010), realizó sus estudios de leyes en la Universidad de Concepción, titulándose de abogado en la Universidad de Chile en 1939. Llegó a ser un reconocido jurista, con una destacada trayectoria pública. Asesoró a distintos gobiernos chilenos en temas de relaciones con países vecinos y especialmente en la defensa de los derechos chilenos en diversos litigios. De tal modo, junto con Julio Philippi, tuvo un rol protagónico en la asesoría al gobierno chileno en el conflicto del Beagle, integrando luego la comisión negociadora ante la mediación papal (todo ello ad honorem). Integró el Cuadro Permanente de Conciliadores del Pacto de Bogotá; fue representante de Chile en la Comisión Internacional de Solución de Controversias entre Chile y Estados Unidos (1960-1970); se desempeñó como abogado integrante del Tribunal Constitucional; bajo el gobierno de Frei, en 1997, fue designado miembro de la Comisión Permanente de Conciliación establecida en el Tratado de Paz y Amistad con Argentina59.

Tal como posteriormente su hijo José Joaquín, Helmut Brunner, conjugaba su labor profesional y de servicio público con una dilatada trayectoria académica. Tuvo a su cargo cátedras de Derecho Internacional en la Universidad Católica, realizó numerosas publicaciones y fue nominado, en 1993, como integrante de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile, honor que, pocos años después, el 2000, compartirá con su hijo.

Hombre de mucho capital social, Helmut Brunner perteneció a asociaciones internacionales, como la American Society of International Law, y a asociaciones locales, entre las cuales, junto con las del ámbito del derecho, se incluye la Sociedad de Bibliófilos Chilenos, que refleja el interés por los libros que había en el hogar.

La madre, Katina Ried Madge (1918-2011), era hija de Hilda Madge, “inglesa llegada a Chile a temprana edad con sus padres, ligados a la industria del salitre”, y del ingeniero Arnoldo Ried, de ancestros alemanes, quien muere siendo relativamente joven. Katina estudió en el Colegio Alemán de Concepción y conoció a Helmut participando en una organización juvenil, de tradición alemana, dedicada a la poesía y música60. Según una nieta suya, era “una alemana apasionada por las artes, ya fuera la música, la literatura, la poesía o la pintura” (Echeverría, 2016: 45). Un conocedor de la familia la describe como “una mujer cultísima” que transmitió a José Joaquín su gusto por la literatura61.

“Tuve –dice Brunner– un padre exigente y una madre cálida […]. Un hogar de padres obsesionados por la lectura; él de la historia y del derecho y ella de cuentos, poesía y arte”62. Ese ambiente hogareño contribuyó a desarrollar la sensibilidad intelectual y artística de José Joaquín, con una gran variedad y riqueza de estímulos culturales, aportándole conocimientos en literatura, música y otras materias, más allá de lo usual en el medio social local. De tal modo, consigue tener, tempranamente, una formación intelectual muy sólida. En los términos de Bourdieu, que el mismo Brunner después utilizará, ya en su infancia acumula un importante capital cultural que pronto comenzará a invertir.

Si bien sus padres se casan en la Iglesia luterana alemana, tomaron el acuerdo de educar a sus hijos en la religión católica. Su primera educación formal José Joaquín la recibe en el Colegio Alemán, establecimiento santiaguino de élite, donde la procedencia de sus ancestros hace que lo llamen “suizo”.

Su familia es calificada como de orientación conservadora. La opción inicial que Brunner toma respecto a sus estudios universitarios, ingresando a Derecho en la Universidad Católica, está en continuidad con la profesión paterna y elige la universidad en ese momento más tradicional y más concordante con su origen social. Será durante esos años universitarios que se producirá su gradual separación de las orientaciones normativas y valóricas de la familia. Esto, sin embargo, ni entonces ni después consiguió separarlos. Como dice su padre: “jamás tuvimos un choque; el plano afectivo y el de la Weltanschauung no se mezclaban. […]. Hasta hoy la política contingente […] sigue siendo entre nosotros res inter alios acta, cosa que atañe a otros”63.

Un importante espacio intelectual en donde despliega conversaciones múltiples y toman forma sus reflexiones sociopolíticas, tal como en el caso de Moulian, lo constituye el pensamiento social católico. Sus inquietudes serán fomentadas por el espíritu del Concilio Vaticano II, la actividad de la Acción Católica Universitaria, el debate que propicia la revista Mensaje, el dinamismo intelectual del Centro Bellarmino, la palabra de los continuadores del padre Hurtado, tales como Manuel Larraín, Bernardino Piñera y otros. Según un amigo cercano de Brunner, “es la Iglesia y esta apertura al mundo social del Concilio Vaticano II lo que lleva a Brunner a la sociología”64.

Para nuestros tres autores la Iglesia Católica ha tenido un rol importante en el encauzamiento original de sus inquietudes sociales. Sus espacios institucionales han dado cabida a sus discusiones tempranas y en ellos han encontrado interlocutores y textos que han contribuido a dar forma a sus primeras aproximaciones interpretativas. Los componentes de religiosidad han persistido en grados diferentes. Prácticamente nulos en Moulian, muy sólidos en Morandé y diluidos en Brunner. Como dice la hija de este último, mientras su hermano Cristián “es como súper católico, mi papá también es católico, según él, pero nunca he entendido yo muy bien su relación con Dios”65.

Estudios universitarios de pregrado

Inmediatamente luego de egresado del Colegio Alemán, en 1963 Brunner se incorpora a la Escuela de Derecho de la Universidad Católica, de donde egresa en 1967. Es un caso análogo al de Norbert Lechner, quien entre 1960 y 1964 también estudia Derecho, aunque este lo hace por razones instrumentales de índole económica. Ninguno de los dos ejercerá después la profesión jurídica. Brunner, si bien termina sus estudios, ni siquiera se preocupó por titularse; sí se preocupó, en cambio, de tomar cursos en la Escuela de Sociología de la universidad, por su interés sustantivo en la materia, aunque eso no tuviera ninguna proyección en materia de certificaciones y títulos.

Al mismo tiempo que inicia sus estudios universitarios, entre 1963 y 1965, es profesor en la asignatura de Educación Cívica del Colegio Alemán. Es un rasgo que caracterizará su trayectoria el de asumir múltiples responsabilidades, con una especie de sentido del deber público. Con esto, además, podría decirse que arranca su trabajo de reflexión sobre la realidad del país, en estas clases de Educación Cívica que comienza a dictar cuando apenas tiene 19 años.

Integrante del movimiento estudiantil de la reforma universitaria

A poco andar, alrededor de 1964, se involucra con el movimiento estudiantil que en la Universidad Católica desde principios de los años 1960 había comenzado a cuestionar la forma en que era conducida la universidad planteando la necesidad de hacer cambios. La FEUC estaba en manos de la Democracia Cristiana Universitaria. Los cambios generales que se inician en el país con el gobierno de Eduardo Frei Montalva y su “revolución en libertad” son un factor potenciador de la reflexión interna en la universidad, en la cual se hace aún más agudo el contraste de su aislamiento institucional frente a todo el quehacer sociopolítico en su entorno.

El cuestionamiento, al cual se suman académicos como Luis Scherz, de sociología, se intensifica en esos años. Ya en 1964, Manuel Antonio Garretón, siendo presidente de la FEUC, y uno de los líderes juveniles provenientes de la sociología que participan en el movimiento, afirmaba la necesidad de la reforma (Brunner y Catalán, 1985: 318). Sostendrá, ante el Consejo Superior, que la Universidad Católica, al igual que las restantes universidades del país, “viven a la deriva, sin principios claros”. Entre los cambios requeridos se plantea la necesidad de dar preeminencia a la investigación, contar con autoridades que sean representativas de la comunidad universitaria, democratizar el ingreso y desarrollar una investigación que responda a los problemas relevantes del país. Más de fondo, hay un cuestionamiento al catolicismo tradicional que imperaba en la Universidad Católica. El mismo Vekemans (1963), representando los nuevos aires del catolicismo, había caracterizado críticamente la mentalidad del catolicismo tradicional. Algunas de las posturas de este que Vekemans enumera: “(1) una representación de las estructuras sociales existentes como ‘queridas por Dios’ […], y por consiguiente, condenación de todo cambio más o menos ‘radical’; (2) desinterés por los bienes materiales, y concentración casi exclusiva en la vida venidera, con despreocupación por el presente; (3) resignación ante la miseria y la escasez propia y ajena, por considerarla consecuencia necesaria del pecado original; (4) fatalismo en lo que se refiere a la posibilidad del hombre para controlar y transformar el medio ambiente, con negligencia de la eficacia práctica […] de las buenas intenciones; (5) una caridad entendida en el sentido de ‘favorecer’ a determinadas personas en virtud de sus necesidades o de los lazos personales que a ellas atan […]” (en Brunner y Catalán, 1985: 323-325). Bajo esa orientación, la Universidad Católica había perdido sintonía con los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad. En los años 1960, había dejado de ser un centro de innovación intelectual y había perdido capacidad para proveer dirección cultural.

El mismo Brunner hará, años después, en 1981, un profundo análisis de lo que era la Universidad Católica a principios de los años 60, y del desarrollo del movimiento de reforma, detallando las diversas manifestaciones de la cultura católica tradicional que permeaba la institución y analizando el surgimiento de los planteamientos críticos que prepararon el movimiento por la reforma de la universidad. Tal trabajo posterior constituye un extraordinario ejemplo de análisis discursivo e institucional, exhibiendo las luchas por la hegemonía cultural que tuvieron lugar en ese período, respecto a un proceso del cual él fue agente importante. Es muy difícil resumir un proceso que Brunner despliega en más de cien páginas, y no lo intentaré, pero resulta ilustrativa la síntesis que él hace sobre las “influencias ideológico-intelectuales que confluyen en la formación de esa cultura generacional y estudiantil”, de la cual él formó parte:

Provenían, en lo principal, del humanismo cristiano a través de su traducción nacional hecha por la Democracia Cristiana; de la renovación católica, tal como la expresaban los jesuitas del Centro Bellarmino, los movimientos pastorales progresistas y las agrupaciones cristianas que vivían el compromiso de una fe tensionada por la autenticidad y el compromiso; y de la difusión de las ciencias sociales que proporcionaban un cierto marco de análisis y ciertas categorías para mirar el país y entender su realidad social y su inserción en la región latinoamericana. Los documentos estudiantiles de la época citan en abigarrada yuxtaposición a Maritain, Mounier, los documentos del Papa Juan XXIII, a Juan Gómez Millas y don Eugenio González, el crítico artículo de Atcon sobre la universidad latinoamericana y menos, pero a veces, a Max Scheler, a Ortega y Gasset y a Jaspers. En los años posteriores al 65, las lecturas habituales de esa generación estudiantil incluyen a la revista Mensaje y los estudiantes reciben asimismo los ecos de los debates democratacristianos sobre el país y su transformación; simultáneamente, los estudiantes de ciencias sociales difunden entre sus pares las nociones que provienen de sus lecturas iniciales de los clásicos del análisis social e histórico. Desde el ángulo más literario de su formación, los estudiantes viven bajo el doble embrujo de Neruda y de Rayuela (Brunner, 1981n: 118).

Esa descripción revela sus propias influencias. De tal modo, “el movimiento estudiantil de la UC desarrolló en esos años una fuerte identidad colectiva que fue haciéndose en contraste con el clima cultural imperante en los claustros; adversariamente frente a la autoridad universitaria y en resonancia más que en contacto estrecho con los procesos de movilización ideológica y política que experimentaba la sociedad chilena. Dicha identidad, nacida de una experiencia generacional compartida, encontró su proyección más nítida en una demanda por la reforma de la Universidad Católica que, con el trascurrir del tiempo, fue madurando en términos de una estrategia ofensiva” (Brunner, 1981n: 118).

Tal estrategia fue radicalizándose y, ya a principios de 1967, el movimiento estudiantil diagnosticaba una “crisis de autoridad” y levantaba una consigna de cambio sustancial: exigía “nuevos hombres para una nueva universidad” (Brunner, 1981n: 128). Rechazaba la vieja institución, en términos no solo intelectuales sino también valóricos, y exigía el cambio de sus autoridades. Brunner recordará más tarde, conmemorando los 40 años del evento, lo que animaba a este movimiento:

Reclamábamos cambiar los estrechos límites dentro de los cuales se desenvolvía la UC: su débil y obsoleta plataforma de conocimiento, sus pesadas rutinas docentes, la rigidez de sus jerarquías académicas, su enclaustramiento y lejanía de los ruidos de la ciudad, su distintivo clasismo e identificación con el catolicismo preconciliar. Anhelábamos otra formación; fuera de clases leíamos otros libros que los prescritos por el syllabus; nuestras conversaciones estaban pobladas por personajes –como la Maga y Oliveira– que no encontrábamos a nuestro alrededor y de autores y teorías excluidos de la reflexión universitaria. Nosotros, aprendices de brujo apenas, ansiábamos entrar en contacto con esas ideas que, sin embargo, apenas lograban penetrar los gruesos muros de la universidad. Igual como ocurría con los grandes sucesos de aquella época –la guerra de Vietnam, los ecos de la revolución cubana, el juicio a Eichmann, el movimiento por la igualdad de derechos y Martin Luther King, la descolonización de África… […]. Nos sentíamos comprometidos, además, con el ‘aggiornamento’ de la Iglesia Católica, la ventana abierta al mundo por el Concilio Vaticano II y, en el ámbito universitario católico, con el manifiesto de Buga, de febrero de 1967, que subrayaba el papel crítico de la comunidad académica ante las alienaciones sociales y rechazaba la conducción autocrática de las universidades católicas. En seguida, la reforma representó un movimiento de rebelión generacional. Significó la emancipación de los herederos, el cuestionamiento de la figura del padre, la ruptura –dentro de la cultura católica– con el principio de autoridad anclado en la familia, en las estructuras educacionales tradicionales, y en la represión sexual. Simbolizó, por decir así, el paso desde el principio de realidad y la sublimación al principio del placer, liberándose energías que pronto se manifestarían en los estilos de vida de los jóvenes católicos y en sus juicios morales. Al perder su legitimidad la Weltanschauung conservadora, surgieron modelos más diversos de convivencia, otras maneras de relacionarse con la naturaleza y la trascendencia, y otras apreciaciones estéticas66.

Estas palabras de Brunner sintetizan bien la forma de ver y de aproximarse al mundo a la cual él se incorpora, y las reverberaciones culturales del momento.

Brunner es uno de los dirigentes del movimiento estudiantil que habían participado activamente en el camino de reflexión y discusión sobre la universidad; es uno de los articuladores intelectuales. En las elecciones para dirigir la FEUC, en 1966, Brunner encabeza uno de los tres grupos que comparten la orientación de la DCU. En tal condición de precandidato es superado electoralmente por el grupo dirigido por Miguel Ángel Solar, quien luego será elegido presidente de la Federación. De los tres grupos en competencia, el de Solar era el más centrado en la universidad, mientras que el de Brunner vinculaba la situación de la universidad con la atención a la situación social externa, aunque sin supeditar la universidad a la política nacional. El tercer grupo, con vinculación orgánica a la DC que los otros no tenían, estaba orientado completamente hacia la problemática nacional (Cox, 1985: 21-22). Frente a la lentitud de respuesta de la universidad a sus demandas, los dirigentes estudiantiles deciden pasar a la acción y, el 11 de agosto de 1967, se toman la universidad. Brunner será uno de ellos. Allí estarán también Miguel Ángel Solar y Carlos Montes, el actual senador, entre otros.

Las luchas estudiantiles tenían una larga trayectoria en el país. Ya a comienzos de los años 1920, la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile había librado numerosas batallas en defensa de la autonomía de la universidad y a favor de la reforma de la institución, pero ello no había ocurrido en la Universidad Católica. La toma tuvo un precedente, poco antes, en la huelga y ocupación de la Universidad Católica de Valparaíso, la cual sin embargo no alcanzó las proyecciones de la toma en la universidad de la capital, dada la especial relevancia simbólica de esta institución.

El proceso, en ella, concita el interés y atención nacional, y genera réplicas en otras universidades, en que se producen tomas en apoyo al movimiento de la UC. Desde la derecha, la crítica es fuerte y toma lugar la ahora ya famosa publicación de El Mercurio atribuyéndole a este movimiento estudiantil ser una mera extensión de la estrategia comunista y de encontrarse infiltrado por elementos marxistas, afirmación que reitera insistentemente. Cuando se le exige al periódico que proporcione pruebas de lo que sostiene, apela a un artículo de una revista de las juventudes comunistas, publicado dos meses antes, en que se sostenían algunos de los planteamientos de cambio defendidos por los estudiantes de la Universidad Católica. No obstante, los planteamientos de estos habían venido siendo expresados desde mucho antes, apareciendo en diversos documentos, y bajo un marco de interpretación y fundamentación sustantivamente diferente. La ostensible falsedad de la prueba y la falacia del argumento llevó al famoso cartel de respuesta de los estudiantes: “chileno: El Mercurio miente”.

La acción estudiantil en la Universidad Católica, además, consigue un amplio apoyo, que se extiende más allá del ámbito universitario. Los secundarios organizan un paro de apoyo. Reciben el respaldo de la Central Única de Trabajadores (CUT). El Cardenal Silva Henríquez y el Comité Permanente del Episcopado expresan compartir las materias de fondo de las demandas del movimiento. El mayor eco, sin embargo, dice Brunner (1981n: 170), lo encontraron en la Juventud del Partido Demócrata Cristiano, por entonces dirigida por Rodrigo Ambrosio, expresado en términos “principalmente simbólicos y de movilización de opiniones y solidaridades”. Por su parte, el gobierno democratacristiano también mostró una actitud favorable.

En las semanas siguientes se llevan a cabo múltiples reuniones de estudiantes, profesores disidentes y administrativos, en los claustros y en la Parroquia Pedro de Valdivia. El presidente de la federación, Miguel Ángel Solar, aparecía como un líder carismático y lúcido. Otras federaciones universitarias del país demostraban su apoyo. Toman lugar diversas conversaciones buscando salidas frente a la toma. Brunner mismo viaja al Vaticano, en representación de los estudiantes, a plantear la posición del movimiento, sus propósitos y el alcance de sus demandas, frente a la Sagrada Congregación para la Educación Católica y “traer la bendición para el cambio”67.

Después de semanas de intensas negociaciones, en diciembre de ese año 1967, viene la renuncia del rector Alfredo Silva Santiago y la designación de Fernando Castillo Velasco como nuevo rector, elegido por estudiantes y académicos, ratificado por la Santa Sede, y del Cardenal Silva Henríquez como nuevo Gran Canciller de la universidad.

Brunner concluye su texto en que analiza este proceso diciendo que “se iniciaba un nuevo período en la vida de la UC. Habían llegado los ‘nuevos hombres’. Estaba por verse si surgiría, también, la ‘nueva Universidad’” (Brunner, 1981n: 198).

Integrante de la nueva institucionalidad universitaria

De hecho, Brunner es uno de esos “nuevos hombres” encargados de llevar la Universidad Católica por el nuevo rumbo. Brunner cuenta con la confianza tanto del movimiento estudiantil como de Fernando Castillo y, por las habilidades demostradas, es designado en un cargo de la estructura de la nueva universidad: Director de Estudios de la rectoría68. En ese cargo, su labor será asesorar en el proceso de implementación de la reforma, colaborando en el diseño y la gestión, desde el centro mismo de poder de la universidad. Así, de ser uno de los elaboradores del discurso crítico del movimiento estudiantil, pasa a formar parte de la administración de la institución, del grupo que gestiona el cambio de la universidad criticada.

El cambio proyectado era convertir una universidad conservadora, aislada, defensora de un pensamiento tradicional, en una universidad moderna, que genera conocimiento, que le otorga protagonismo a la investigación y en especial a las ciencias sociales. Una universidad reflexiva, abierta a la sociedad; una universidad flexible, diseñada para pensar la sociedad. Una universidad con una estructura que permite la participación de su comunidad.

En esta gran tarea, Brunner, desde 1968 hasta marzo de 1971, con el cargo de Director de Estudios, realiza un intenso trabajo tras bambalinas, asesorando directamente al rector, manteniendo contacto con académicos y dirigentes estudiantiles, colaborando en la elaboración de discursos importantes. Su red de conocidos y de interlocutores, que ya antes era amplia, ahora se extiende aún más. Una figura muy importante en el período inicial es la de Ernani Fiori, a quien el rector designa como nuevo Vicerrector Académico. Diversos actores del proceso coinciden en recalcar el aporte sustantivo que Fiori hizo a la reforma. Ernani Fiori (1914-1985), según señala Brunner en una entrevista (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1026), “tenía cierto prestigio, un cierto aura, entre los estudiantes vinculados a la FEUC e interesados en los asuntos académicos y la reforma universitaria. Se sabía que había llegado a Chile como parte del exilio de notables brasileros que en ese tiempo arribaron a nuestro país, que era amigo de Paulo Freire y que enseñaba una filosofía crítico-radical, en la que convergían nociones de cultura popular, liberación con base en el pensamiento marxista y católico, énfasis en la autoconciencia revolucionaria de los pueblos y procesos de aprendizaje y educación emancipadores en la línea en que también trabajaba Paulo Freire”. Ernani había sido expulsado por la dictadura en Brasil y en 1966 se integra al Instituto de Educación Rural, donde ya estaba Freire, el autor del enfoque de la pedagogía de la liberación, también exiliado. Este instituto era un organismo ligado a la Iglesia Católica, comprometido activamente con el proceso de reforma agraria.

Concuerdan el rector Fernando Castillo y Brunner en que “se deben a Fiori los fundamentos de una importante reforma académica que consideró la creación de institutos disciplinarios y centros interdisciplinarios dando fuerte impulso a la investigación, más allá de la docencia, realizada en las facultades y escuelas. Asimismo, Fiori promovió la flexibilidad curricular que daría a los estudiantes oportunidades de una formación académica más acorde con sus intereses diversos” (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1028). Brunner agrega: “su participación como Vicerrector Académico fue crucial para el ‘pensar’ de la reforma. Él delineó los conceptos, nos enseñó a reflexionar sobre el vínculo entre la academia y la sociedad, entre los claustros elitistas y las dinámicas populares […]”. Finalmente, en términos de organización, promovió cambios que tendrían importancia decisiva en la investigación social: “impulsó –dice Brunner– la departamentalización de la universidad que vino a sustituir la vieja estructura de las cátedras; abogó por los institutos de investigación y los centros interdisciplinarios en todas las áreas […]” (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1028).

En este trabajo de rediseño de la universidad, Brunner ya revela la gran eficiencia que lo va a caracterizar durante toda su trayectoria institucional. Como cuenta un testigo de esos momentos: “Fiori pensaba, daba ideas, y Brunner, al día siguiente en la mañana, aparecía con un texto redactado, totalmente listo”69.

Un notorio resultado de estos cambios organizacionales, en el espíritu de vincular la academia a la sociedad, fue la creación, en 1968, del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren), destinado a ser un espacio de reflexión social y conciencia crítica sobre la sociedad. Su primer director será alguien precisamente vinculado a los procesos de cambio en marcha en la sociedad y cercano a grupo de intelectuales brasileños exiliados: Jacques Chonchol.

En años siguientes se crearán otros centros interdisciplinarios de investigación, en similar perspectiva: el Centro de Estudios de la Planificación (Ceplan), el Programa Interdisciplinario de Investigación en Educación (PIIE), el Centro de Investigación en Desarrollo Urbano (CIDU) y el Centro de Estudios Agrarios (CEA).

Por su parte, desde 1969, Fiori se incorpora al Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad Católica, nueva unidad nacida en la reforma, donde trabajará con Norbert Lechner, con quien habría tenido gran afinidad (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1029).

No cabe duda que la involucración de Brunner en las reflexiones dentro del movimiento estudiantil y luego en torno al trabajo de rectoría buscando dar forma a la “nueva universidad” tiene gran fuerza formativa en él y marcará buena parte de las búsquedas e investigaciones que emprenderá en el futuro: universidades, trabajo intelectual, campo científico, lucha cultural, sistema educacional, etc. Estos años le proveen un inigualable conocimiento sobre la realidad universitaria, que comenzará a aprovechar en sus investigaciones desde fines de los años 1970.

Fue una experiencia privilegiada, viendo desde dentro, como observador participante, como actor destacado, un complejo proceso de cambio sociocultural y político. Los cambios que estaba experimentando la sociedad en su conjunto los pudo examinar en ese microcosmos, en ese modelo a pequeña escala, que era la Universidad Católica. Tiene además la peculiaridad de ser una experiencia de transformación institucional que resulta exitosa y emocionalmente satisfactoria; a diferencia, como veremos más adelante, de la experiencia vivida por Pedro Morandé.

Para Brunner, es la experiencia, simultáneamente, de las propias potencialidades. Sus capacidades reflexivas, así como sus habilidades expositivas y escriturales, son reconocidas y valoradas, tanto por los otros dirigentes estudiantiles como por académicos y directivos, desde el propio Rector, Castillo Velasco, y el Vicerrector Académico, Fiori. Es la validación de una forma de trabajo intelectual en que está fuertemente entrelazada una orientación normativa, valórica, con ideales de sociedad y de institucionalidad, que sirven de guía de la reflexión. Se podría pensar que aquí se forja su carácter de intelectual público. En términos de Bourdieu, son experiencias que marcan decisivamente su habitus intelectual, su sentido práctico como intelectual, con una fuerte conexión entre lo político, lo cultural y la reflexión intelectual. Es, además, una experiencia que probablemente influya en su disposición, cuando se recupera la democracia, a principios de los 1990, a integrarse al gobierno y asumir diversas labores públicas, pese a los costos académicos y personales involucrados.

En esto se asemeja a Moulian y a Garretón. Los tres participan en un proceso de transformación institucional exitoso, en el cual han aportado un trabajo intelectual y han probado su efectividad. Antes de leer a Gramsci, ya tienen la vivencia de lo que es el intelectual orgánico. Antes de las elaboraciones de Burawoy, ya practican una sociología pública. Se diferencian, en cambio, de Pedro Morandé, quien más bien tiene experiencias entre ambivalentes y negativas en esta participación, y de Norbert Lechner, quien no tiene el mismo tipo de involucración activa y comienza, por el contrario, con una experiencia netamente académica, dedicado a su investigación de doctorado, iniciada de inmediato que termina sus estudios de pregrado en Derecho en Freiburg.

Tal experiencia de cambio experimentó, no obstante, grandes turbulencias en los años siguientes, antes de su término abrupto con el golpe militar. En 1968 se produce un quiebre entre los dirigentes que representaban el movimiento de reforma. Un grupo está vinculado a la rectoría y es liderado por Miguel Ángel Solar. Ellos le dan forma al “Movimiento 11 de agosto”, que busca movilizar nuevamente a los estudiantes con nuevos objetivos que trascienden la universidad, que involucran mayor radicalización y politización. Entre ellos y el grupo directivo de la FEUC, presidida por Rafael Echeverría, se producen confrontaciones. El grupo de Echeverría, donde también está Morandé, manifiesta afinidades con los directivos del MIR y cuestionan a quienes tienen la posición institucional. Pese a que los planteamientos discursivos de unos y otros no son tan diferentes, se produce entre ellos una lucha de poder, en que cada uno busca ser el más radical y revolucionario, posturas con las que finalmente terminarán distanciándose de las masas estudiantiles. El discurso de este grupo es que el movimiento estudiantil debe politizarse, volcarse al campo social externo, comprometerse con la lucha de obreros y campesinos para transformar la sociedad capitalista. Pero esto “trascendía absolutamente […] a la conciencia posible de un estudiantado de clase media alta, católico, abocado a aprender una profesión y esperando desempeñarse en las mejores posiciones de una estructura social de clase” (Cox, 1985: 43). Este discurso era capaz de convocar a algún sector del estudiantado, particularmente de las ciencias sociales, pero era ajeno a una gran parte de él. Esta pérdida de realismo político de estos dirigentes los enajenó del conjunto de los estudiantes y llevó a perder la dirección de la FEUC, no solamente en las elecciones de fines de ese año 1968, sino también los siguientes, quedando ella en manos del Movimiento Gremial. La dictadura después reforzará este predominio, que se extenderá hasta 1985.

Ese discurso más radical es, en ese momento, un fenómeno extendido en la sociedad. En diferentes centros de reflexión sociopolítica, tales como la Escuela de Sociología y el Ceren de la Universidad Católica, el CESO de la Universidad de Chile, el IDEP y muchos otros, se comienzan a imponer los modelos que apelan a las categorías marxistas de análisis (Cox, 1985: 40). El discurso marxista que opone revolución a reforma se generaliza. Es ilustrativo de esto el discurso de la candidatura perdedora en la FEUC: “El Movimiento 11 de Agosto ha optado por encontrar su lugar junto a los explotados en su lucha contra los explotadores; ha optado por entrar a participar junto al proletariado en la construcción de la nueva sociedad socialista, ha optado por sumarse a la lucha de los grupos que hoy gestan la revolución en Chile y América Latina” (Cox, 1985: 44-45).

El gremialismo triunfante emprenderá una sostenida campaña de ataque a la rectoría y a la labor de centros como el Ceren, acusándolos de utilización política de la universidad. Esto llevará a numerosas escaramuzas, con declaraciones en la prensa, denuncias, etc. En 1970 el rector renuncia, para de inmediato repostularse y ser nuevamente elegido. Se producen choques internos entre autoridades de la Universidad Católica, que llevan a que, en marzo de 1971, el Rector opte por pedir la renuncia general a todos sus colaboradores, entre quienes se incluye Brunner.

Analista político de la contingencia

Paralelamente a sus actividades como dirigente estudiantil y luego como parte del staff de la rectoría de la Universidad Católica, en este período la labor intelectual de Brunner tiene además otra expresión. Recién iniciando sus estudios, en 1964 o 1965, le solicitan colaborar como redactor político en el diario La Nación. Comienza con ello la elaboración de escritos de contingencia que involucran un esfuerzo de análisis, en el marco de las condiciones de la labor periodística, que exigen prontitud y claridad expositiva. También escribe adicionalmente en el Diario Ilustrado.

Por esos mismos años, sus inquietudes sobre la universidad y sobre la transformación social lo llevan a establecer un vínculo intelectual y de amistad con Hernán Larraín (1921-1974), sacerdote jesuita, quien desde 1957 era director de Mensaje, la revista fundada en 1951 por Alberto Hurtado, otro jesuita preocupado por la reflexión pública sobre la sociedad desde la perspectiva de la fe católica. Uno de los artículos de Larraín, de 1964, había sido fuertemente inspirador para los jóvenes del movimiento estudiantil en la Universidad Católica: “Universidades Católicas: luces y sombras”70. En ese texto, como dice Brunner (1981n: 99), “la pregunta que está al centro de la reflexión de Hernán Larraín es si se justifica la Universidad Católica como institución moderna, en un mundo que había cambiado tan vasta y profundamente. La pregunta apunta, más hondamente, a la crisis de sentido que muchos percibían en esa empresa cultural que era una Universidad Católica dirigida por el tradicionalismo en un período de vigorosa renovación de la cultura católica universal y chilena”. En su análisis, Larraín, hace una severa crítica del estado de las universidades católicas: falta en ellas diálogo entre ciencia y fe; son “invernaderos”, sin comunicación con su circunstancia concreta; son anémicas, ritualistas, sin entusiasmo en profesores ni alumnos; son clasistas; son “monárquicas” y “paternalistas”; son de “camarillas” y redes personalistas; limitan su libertad para obtener subvenciones del Estado; son miedosas, cerradas y retrógradas (Brunner, 1981n: 100-102). Por contraste, Larraín planteaba el desafío de crear una verdadera universidad católica, que haga y enseñe ciencia y técnica, como toda auténtica universidad, pero que además establezca el diálogo con la ética, con la teología, filosofía y el arte.

Estas ideas sintonizaban muy bien con las inquietudes de los estudiantes, entre ellos de Brunner, y estimularon el diálogo. El conocimiento de las capacidades intelectuales de Brunner lleva a Larraín a proponerle que escriba en la revista Mensaje que él dirige. Así, a partir de abril de 1967 y hasta marzo de 1970, Brunner escribe el “comentario nacional” de la revista, que es el artículo de apertura, en el cual, sobre la base de elementos de la coyuntura sociopolítica, busca realizar un análisis que ilumine tal situación. Brunner analiza así, en sucesivos artículos, el avance y dificultades del gobierno de Frei Montalva, el inconformismo que reina en el país, la reforma en las universidades chilenas, la necesidad de cambios revolucionarios, las tendencias políticas, la nacionalización de la minería del cobre, las alternativas para la elección presidencial de 1970. En tres años, Brunner escribe una docena de estos artículos en Mensaje. Crecientemente en estos escritos de un estudiante de derecho van apareciendo más citas de textos de las ciencias sociales. Comparecen en sus páginas obras de Eduardo Hamuy, Jorge Ahumada, Ralf Dahrendorf, André Gorz, Osvaldo Sunkel, Aníbal Quijano, Celso Furtado, Fernando Cardoso y Gonzalo Arroyo, entre otros.

De tal forma, aún antes de tener una formación sistemática en sociología, ya hace análisis social y tiene una presencia pública. A los 23 años ya está escribiendo esos comentarios nacionales, que son un punto focal de Mensaje. Junto con proveerlo de una formación como intelectual público, con las demandas y desafíos que ello implica, su práctica escritural en La Nación lo entrena en una reflexión y forma de escritura que debe tener un cierre rápido, que debe hacerse no en días sino en horas. El mismo Brunner reconoce que este entrenamiento temprano le facilitó, posteriormente, su productividad, la cual será extraordinaria, muy por encima de los estándares nacionales71.

En lo inmediato, todo eso, su experiencia como dirigente estudiantil y sus artículos en la prensa y Mensaje, lo prepararán para otra significativa actividad de exposición pública. Desde 1972 y hasta abril de 1973 participa en el programa de televisión “A esta hora se improvisa”, conducido por Jaime Celedón, en el canal de la Universidad Católica72. Este fue el primer programa de debate político que tuvo la televisión chilena y que desde abril de 1969 hasta el 9 de septiembre de 1973, todos los domingos a las 10 de la noche, concentraba la atención nacional. Fue un programa sumamente popular que reunía a un grupo de panelistas estables con invitados que variaban según los temas de la semana y que llevaban a cabo extensos debates, con habituales controversias en los temas políticos. Entre los integrantes estables estuvieron José María de Navasal, Jaime Guzmán, Raúl González Alfaro, Jorge Dahm, Alejandro Magnet y José Miguel Insulza73. También Moulian participará en este programa, comenzando así su visibilidad pública amplia. Insulza y Brunner, quien en esta época adscribía al MAPU, aparecían como expresión de la visión de la izquierda, más específicamente la de la Unidad Popular. Junto a periodistas con años de trayectoria, Brunner era un joven con apenas 28 años, pero con la asertividad y claridad expositiva y argumentativa de alguien con mayor edad. Algo análogo ocurría con Jaime Guzmán, un par de años menor que Brunner, proveniente, como él, de la Universidad Católica, y quien había encabezado la resistencia a la ocupación de la universidad y la oposición a la reforma. Eran jóvenes brillantes que debatían frente al país.

Las últimas semanas de su participación en “A esta hora se improvisa” expondrán a Brunner a una experiencia de confrontación y violencia aún más aguda que la experimentada en el período de la ocupación de la Universidad Católica. Según cuenta Celedón, refiriéndose a la situación a medida que avanzaba el año 1973, “tengo muy malos recuerdos. Llegó un momento en que yo no salía a la calle; Jaime Guzmán tampoco. Había demasiados grupos extremistas y éramos muy conocidos. Salir sin protección era una locura. Las autoridades que convidábamos al programa llegaban escoltados con guardias armados […]”. Esa violencia fue un factor para que Insulza y Brunner renunciaran, en abril de 1973, a seguir en el programa, por razones de “falta de garantías”74.

Actividad académica

Entre 1971 y 1973, Brunner es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. Según lo relata él mismo, “fue mi primer cargo académico importante. Fui elegido varias veces mejor profesor de la Escuela de Periodismo; hacía análisis de medios de comunicación de masas”75. Participa, además, como profesor en el Ceren. En el primer semestre de 1970, por ejemplo, lleva a cabo el Seminario “Las universidades en América Latina”, ofrecido a alumnos y profesores de la universidad. Este es uno de los seminarios que ofrece este centro, los cuales están dirigidos a analizar la realidad social. Otros seminarios, cuyos nombres permiten captar la tónica prevaleciente en el Ceren, son: “Conciencia obrera y empresa”, de Guillermo Campero; “Tecnología y dependencia”, de Humberto Vega; “Ideología de la clase alta chilena”, de Guillermo Geisse; “Contenidos valóricos de los medios de información de masas”, de Armand Mattelart; “Análisis del pensamiento de la Cepal”, de Pedro Vuskovic, y “La teoría económica de El Capital”, de Franz Hinkelammert.

En la revista del Ceren, Cuadernos de la Realidad Nacional, publica sus primeros artículos que podrían considerarse más estrictamente académicos76. En enero de 1970, se edita un texto suyo sobre la reforma universitaria, en que, de manera abstracta y escueta, al modo de un informe técnico, sintetiza el diagnóstico y las líneas de acción emprendidas, concluyendo que “la reforma en marcha es solo el inicio de un proceso cuyas perspectivas no es posible aún prever”, “la reforma es todavía una hipótesis que necesitamos verificar” (Brunner, 1970a: 13).

En junio del año siguiente, aparece un segundo artículo: “Informe sobre un aspecto comúnmente no considerado por la revolución: el mobiliario” (Brunner, 1971). Si el primer texto era formal e impersonal, al modo de informe burocrático, este es todo lo contrario, de estilo libre y creativo, más bien literario, y de tono personal. Es una reflexión sobre los aspectos disciplinarios del mobiliario y de la necesidad de conquistar la libertad también en las materialidades del ámbito privado. El texto refleja el espíritu lúdico de Cortázar –autor muy admirado por Brunner– aplicado, al parecer, a su propia situación de nueva casa y vida de pareja. Es una exploración de la dimensión privada del cambio revolucionario y puede verse en sintonía con todo el gran cambio cultural expresado en el mayo del 68 en Francia y del movimiento hippie, aunque nada de esto es mencionado. Es un texto, de hecho, carente de citas y cuya presencia en esta revista parece casi fortuita. Es un artículo original e innovativo. Es el tipo de artículos que 20 años después serán frecuentes en los cultural studies, pero inexistentes en esta época en los terrenos de las ciencias sociales. La revista Cuadernos de la Realidad Nacional, es proclive, no obstante, a estas exploraciones por territorios no convencionales. En el mismo número hay un artículo de Ariel Dorfman que indaga en los rasgos de neocolonialismo encubiertos en las historias del elefante Babar y del pato Donald. También el año siguiente, 1972, la revista publicará varios trabajos sobre sexualidad y lucha de clases, de Lechner, Hinkelammert y otros. Dorfman sacará, muy poco después, junto a Armand Mattelart, su famoso libro Cómo leer al pato Donald. Brunner, por su parte, retomará estas indagaciones sobre tales terrenos psicosociales o esta subjetividad cultural, solo varios años después, y entonces empleando un amplio instrumental teórico. De cualquier modo, este texto sobre el mobiliario, llamativo e inclasificable, puede interpretarse como una proclama libertaria, y revela su voz literaria, que por lo general después someterá al yugo del discurso académico y sus convenciones; su interés literario lo enmarcará sólidamente en construcciones teóricas de las disciplinas científico-sociales.

En la Universidad de Oxford

Antes de cumplir los 30 años de edad, Brunner ya tiene una reconocida trayectoria pública, ha sido dirigente estudiantil y analista político, se ha comprometido en procesos de cambio y ha soportado embates críticos, ha asesorado a la rectoría de la Universidad Católica y ha constatado las complejidades del proceso de reforma. Como parte de todo ello, ha sido intenso lector de obras de las ciencias sociales y las ha hecho parte de sus discusiones, de sus reflexiones y de sus escritos. Pero anhela continuar su formación, para lo cual no estaban las condiciones en el país en esos momentos. Dada su permanente inquietud intelectual, la realización de estudios de posgrado era una etapa previsible. En 1973 consigue una beca para ir a realizar estudios de posgrado en Inglaterra, en la Universidad de Oxford, y a mediados de ese año viaja hacia allá. Esto le permitió evitar encontrarse en Chile en el momento del golpe militar. Según otro integrante del MAPU, que conocía bien su situación, “él se perdió el golpe, y por suerte se lo perdió, porque si no yo creo que a lo mejor no estaría vivo. Porque era muy odiado por la derecha. La derecha lo odiaba porque era muy articulado, porque era muy de argumentos […] [de pedir especificaciones]. Entonces, a la derecha le emputecía, porque [los derrotaba completamente en el debate]. Y sin sátira o ironía, digamos, muy como alemán […]. Argumentar con Brunner siempre es jodido, porque es un excelente argumentador […]. El destino estuvo bien, si no, lo hubieran detenido de todas maneras, porque a diferencia de muchos de nosotros él era un personaje que estaba saliendo en la televisión, todos los domingos. Entonces, era un personaje conocido, lo iban a agarrar; por eso estaba en las listas”77. Brunner era un exponente público de la Unidad Popular y era un blanco seguro para la represión.

Estando ya en Inglaterra, dice Brunner, “fui expulsado de la Universidad Católica por el rector interventor, a los pocos días del golpe militar, poniendo fin de inmediato a mi beca; recibí entonces el generoso apoyo del gobierno británico y de la Fundación Ford”78.

Su opción de posgrado fue desarrollar su formación académica en sociología, con foco en la educación; para ello, elige como tutor a Albert Henry Halsey (1923-2014), quien era director del Department of Social and Administrative Studies desde 1962. Ese departamento se encuentra en el Nuffield College, fundado en 1937, que es una de las unidades autónomas de Oxford y el primer college de esa universidad explícitamente de investigación en ciencias sociales, donde participaban solo estudiantes de posgrado.

La Universidad de Oxford, cuyas primeras actividades registradas son de 1096, es junto con las Universidades de Bolonia y París una de las más antiguas del mundo. En la actualidad es reiteradamente ubicada dentro de los cinco primeros lugares de los rankings de universidades. Su prestigio y exigente admisión la hacen una universidad de élite. Tanto más que ahora, lo era en el momento en que Brunner accede a ella.

Halsey, por su parte, era un profesor singular. Martin Trow, otro renombrado investigador, de la Universidad de Berkeley, líder en estudios de educación superior, destacaba en él su “amplitud de visión”, y su capacidad para ser “científico social, sensible a las fuerzas históricas y algo de psicólogo, etnógrafo, economista y cientista político”. Es además considerado uno de los “sociólogos de la educación líderes” en la segunda mitad del siglo XX (Smith y Smith, 2006: 105, 107). En contraste con la destacada posición de Halsey en la élite académica, su familia era de clase trabajadora. En la London School of Economics and Political Science se especializó en sociología de la educación y en el uso de estadísticas oficiales. Entre sus orientaciones éticas están sus continuas preocupaciones igualitarias y el rechazo a la injusticia social. Junto con eso, adhería a una cierta idea de hermandad cristiana (christian fellowship), que podría caracterizarse como “socialismo ético”, en el marco, como señala el mismo Halsey (1996: 40, 41), de la convicción de “que el acuerdo social es necesario, y necesariamente basado sobre la justicia o al menos la acomodación entre las clases”, en una posición consistentemente sostenida de reforma social a través de alguna forma de consenso79.

Halsey tuvo estadías como profesor visitante en universidades y centros de investigación de EE.UU. (Center for the Advanced Study of the Behavioral Sciences at Palo Alto y la Universidad de Chicago), que le facilitaron su conexión personal e intelectual con la academia norteamericana. Llevó a cabo un importante conjunto de trabajos de investigación vinculados a políticas, especialmente respecto a reforma educacional, no solo referidos a Inglaterra, sino también a otros países de la OECD, para la cual comienza a escribir informes en 1962. Halsey se consideraba a sí mismo como un académico cuya tarea como sociólogo es “comprender la sociedad” siendo, al mismo tiempo, los fines, medios y resultados de la política social preocupaciones legítimas para un académico; su aporte es iluminar la situación, establecer agendas, redefinir problemas y proponer soluciones (Smith y Smith, 2006: 120). Junto con sus labores académicas en el departamento, Halsey era muy activo en tales labores fuera de Oxford, nacional e internacionalmente, especialmente en el período 1965-1975 (Smith y Smith, 2006: 119).

Halsey estaba fuertemente dedicado a investigaciones sobre educación y política educacional cuando llega Brunner a Oxford. Poco después, en 1977, aparecerá su libro Power and Ideology in Education, escrito con Jerome Karabel. En materia de docencia, se caracterizaba por hacer clases sin valerse de apuntes, hablando en una prosa plenamente conexa y estructurada, logrando involucrar a la audiencia, atrayéndola como un actor, por el buen manejo y timing de su presentación. Según Smith y Smith (2006: 109), “en su peak, él estaba indudablemente entre los mejores expositores [lecturers] en el Oxford de la posguerra”, y esa habilidad la practicaba en todo tipo de reuniones, buscando generar una comprensión compartida de las materias a tratar.

Este fue el “maestro y tutor” de Brunner, quien, como dice este, “nos enseñó a muchos la mejor sociología de la educación”80.

Son llamativas las varias similitudes entre el perfil de Halsey y el de Brunner, particularmente de lo que este llegará a ser en los años 1990. Académico, con gran amplitud de visión, con un rol activo en el debate sobre política educacional en el país y luego consultor internacional en la materia, es una descripción que hoy se puede hacer de ambos.

Brunner encuentra en Oxford un ambiente plenamente a su gusto para realizar sus estudios y será un período fructífero para la ampliación de sus conocimientos. En este período seguirá, no obstante, conectado al acontecer en Chile. Mantiene responsabilidades políticas con el MAPU, estando a cargo de coordinar las actividades del partido en Gran Bretaña. Ayuda para que las redes de solidaridad con Chile funcionen. Especialmente crea redes con académicos de Inglaterra para facilitar el despliegue y vínculos de los exiliados. Según los entrevistados, ayudaba a la instalación de exiliados chilenos en el país y eso habría sido muy importante. Colabora también de otras formas con el trabajo clandestino en el país, particularmente se encargará de traer documentos escondidos en los viajes que hará a Chile, una vez que consigue asegurarse que puede reingresar sin problemas, para lo cual el prestigio de su padre, Helmut, vinculado a los litigios internacionales del país, intachable políticamente desde la perspectiva del régimen militar, será crucial.

También atiende, en este período en Inglaterra, a materias más específicas y prácticas referidas a la gestión universitaria, a la cual había estado tan dedicado, bajo la rectoría de Fernando Castillo. Así, obtiene un certificado del curso de Instrucción en Administración Universitaria del Gobierno del Reino Unido que, según Brunner, “es equivalente a lo que en Chile sería un título de nivel superior”81. Esto lo proveerá de conocimientos útiles para sus investigaciones futuras sobre universidades, pero además le aportará, a más corto plazo, competencias para su propio trabajo de gestión en la institución a la cual se incorporará al volver, la Flacso.

Cuando, en 1976, surge la posibilidad de volver a Chile, para asumir una significativa función académica y de gestión –hacerse cargo de la dirección de la Flacso–, Brunner retorna al país, “cuando estaba en plena redacción de la tesis”, aún sin haber completado formalmente el doctorado82. Terminar la tesis y dar el examen no habría representado dificultad intelectual para Brunner, pero su prioridad estaba en asuntos más sustantivos que ese cumplimiento oficial. Había realizado los estudios proyectados y había tenido una intensa actividad intelectual. Esos no eran tiempos en que tener el certificado del grado fuera materia de preocupación como lo será tres décadas después. Eran otras las prioridades. Es así como Brunner, al igual que Moulian y Garretón, volverá de su estadía de estudio sin el grado de doctor. Ya vimos que Moulian detuvo sus estudios de doctorado para volver y sumarse al proceso de la Unidad Popular, y después nunca se preocupará de sacar el grado, sin que ello le inquiete en lo más mínimo. Garretón vuelve en 1969, y prontamente se encargará de la dirección del Ceren y de diversas actividades políticas, y solo mucho después, en 1994, ya con una trayectoria de investigación recorrida, dedicará atención y tiempo a sacar el grado de doctor. Algo semejante hará Brunner, 30 años después, en una época en que el doctorado se ha convertido en certificación casi obligatoria para acreditar el estatus académico.

Redes de reflexión y discusión

En su trayectoria de estudios son numerosos los vínculos que Brunner establece, gran parte de los cuales dan pie a mucho diálogo, intelectual y político, y algunos permanecerán hasta la actualidad. Algunos son con amigos de juventud, como Carlos Catalán, con quien compartirá la trayectoria en el movimiento estudiantil, labores académicas en Flacso y, más tarde, diversas colaboraciones intelectuales. Establece numerosos vínculos con dirigentes estudiantiles, compañeros en el proceso de la reforma de la Universidad Católica. Varios de estos provenían de la Escuela de Sociología, que era un semillero de líderes intelectuales y políticos. Entre ellos, Rodrigo Ambrosio, Tomás Moulian, Manuel Antonio Garretón, Rafael Echeverría. Estos dos últimos, presidentes de la FEUC, en 1967 y 1968, respectivamente. Los estudiantes de sociología “eran los que aportaban más intelectualmente, más análisis científico y marcos teóricos”83. Con algunos de ellos, como Carlos Eugenio Beca, seguirá luego colaborando en la universidad de la reforma. Varios de estos dirigentes, además, como Ambrosio y Jaime Gazmuri, asumirán roles en el naciente MAPU, al cual, poco después, Brunner se sumará.

Otro espacio para el establecimiento de conexiones será, para Brunner, el centro jesuita Bellarmino, que durante estos años constituye un importante lugar de encuentro y discusión. Particularmente destacada es allí su amistad con el jesuita Hernán Larraín y su participación en la revista Mensaje.

Su rol formal en la Universidad Católica en la labor de la implementación de la reforma, asesorando a Fernando Castillo, le llevará a establecer un vínculo sólido y duradero con este y le ampliará su rango de interlocutores: desde Ernani Fiori hasta muchos otros académicos de la universidad y a los nuevos dirigentes estudiantiles de la Universidad Católica. Brunner se constituirá en uno de esos nodos centrales en la malla de comunicaciones de la universidad, con alta capacidad de intermediación y vinculado directamente al centro de poder de la institución. Si su capital cultural era elevado desde muy temprano, en este período su capital social se expande a todo vapor.

El período en Inglaterra sumará contactos internacionales a su red. Halsey era, de por sí, un nodo central en las redes académicas vinculadas a la sociología de la educación, amigo o interlocutor directo de muchos investigadores renombrados, tales como Basil Bernstein (University College of London), Martin Trow (Universidad de California, Berkeley) y Michel Young (University of London). Característica destacada de muchos de estos era tener una agenda que cubría simultáneamente la investigación académica y el debate político en torno a cambios en materias educacionales. Tiene también a compañeros destacados en la esfera pública; por ejemplo, se hace muy amigo de José María Maravall (1942-), sociólogo y político socialista español, quien será ministro de Educación y Ciencia (1982-1988) en el gobierno de Felipe González. Allí además mantiene vínculos y conversaciones con chilenos, entrecruzándose sus intereses académicos con su preocupación por la situación política en Chile. Son incontables los muchos encuentros de discusión a través de estos años universitarios, que alimentan la reflexión y búsquedas de Brunner.

Ya en la movilización para la reforma muchos de los debates eran acalorados, con fuertes confrontaciones con los opositores al movimiento, como era el destacado caso de Jaime Guzmán. Pero también entre las propias filas había numerosas discrepancias. Conocidas eran las frecuentes diferencias entre Brunner y Manuel Antonio Garretón: “se tenían aprecio, pero nunca estaban totalmente de acuerdo”84.

En resumen, a su retorno de Oxford, Brunner era ya un hombre con una enorme red de conexiones personales, que se extendían por la academia nacional e internacional y por ámbitos políticos. A ello cabría sumar la red potencial de aquellos que habían conocido su actuación como panelista de “A esta hora se improvisa”, dada la particular cercanía que genera la presencia televisiva.

Influencias intelectuales

Brunner y sus amigos más cercanos, como Carlos Catalán, eran, desde jóvenes, ávidos lectores. Importante en los primeros años fue la lectura de autores católicos como Teilhard de Chardin, luego de representantes de la Teología de la Liberación. Por otra parte, para su análisis del país, estudian los libros que diagnosticaban la realidad social y económica chilena, como En vez de la miseria, de Jorge Ahumada, y Chile: un caso de desarrollo frustrado, de Aníbal Pinto, y trabajos de la Cepal. Posteriormente, a fines de los 1960 y durante el gobierno de la Unidad Popular las lecturas sociológicas se amplían. Este es un período que Lechner (2007 [2004]: 17,18), con la mirada comparativa de quien es un extranjero instalado en el país, describe bien:

Santiago era un centro intelectual efervescente. En el debate intervenía desde luego la primera generación de cientistas sociales chilenos a la que pertenecían Eduardo Hamuy, Osvaldo Sunkel, Enzo Faletto, Raúl Urzúa. A ellos se agregaba un grupo de sociólogos brillantes en la Cepal (Fernando H. Cardoso, Francisco Weffort, Edelberto Torres Rivas, Aníbal Quijano), un fuerte grupo de exiliados brasileños en el CESO (Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos) y otros intelectuales destacados como André Gunder Frank y Armand Matellart. Otro polo de influencia eran los jesuitas en torno de Roger Vekemans, mientras que Flacso organizaba el primer y entonces único posgrado en ciencias sociales de la región, con profesores como Alain Touraine, Johan Galtung y Adam Przeworski […]. [S]in duda fue un momento estelar en la historia cultural chilena.

Son los años del cuestionamiento a la teoría de la modernización, de impronta norteamericana y parsoniana. Aparece una serie de libros que impulsan los debates: Desarrollo y subdesarrollo, de Celso Furtado (1961); Dependencia y desarrollo en América Latina, de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1969); Desarrollo del subdesarrollo, de André Gunder Frank (1967). Entre estos años y 1973 las publicaciones sociológicas en el país se multiplican. La apelación al marxismo se extiende por la academia.

Brunner usa eclécticamente algunos de estos textos para sus análisis sociopolíticos publicados en Mensaje. No obstante, ninguna de esas obras es tematizada por él en términos de precisar cómo contribuye a la construcción de su propia observación de la contingencia nacional. Eso comenzará a hacerlo solamente luego de su retorno de Inglaterra, en 1976.

La estadía en la Universidad de Oxford, desde junio de 1973 hasta fines de 1975, encauza de manera decisiva su trabajo intelectual. En tal período comienza una lectura atenta tanto de los clásicos de la sociología, Weber, Durkheim y Marx, y, conjuntamente, de variados otros autores que en esos años están en plena producción, tales como Goffman, Bernstein, Foucault y Bourdieu. Tales lecturas serán materiales fundamentales para su trabajo investigativo de los años siguientes. Por otra parte, sus muchas conversaciones son influencias variadas y significativas, aunque no registrables.

Trabajo académico y participación institucional en la Flacso

Los primeros artículos de Brunner en La Nación, Diario Ilustrado y Mensaje, junto a sus dos artículos en los Cuadernos de la Realidad Nacional, escritos entre 1965 y 1972, serán ensayos preparatorios para la obra que comenzará a constituir, ahora de modo sistemático, a partir de 1976 con su incorporación a Flacso. El ofrecimiento de hacerse cargo de la dirección de esta institución le llega cuando aún no ha terminado su trabajo de doctorado, pero es demasiado atractivo y plenamente coincidente con el tipo de trabajo que aspira a realizar, de manera que no duda en aceptar.

La Flacso, en su período inicial, fue concebida como una institución para la enseñanza de la sociología, a través de la Elas (Escuela Latinoamericana de Sociología) y, luego, de la ciencia política, a través de la Elacp (Escuela Latinoamericana de Ciencia Política). La Elas, en cuanto a sus orientaciones académicas, sigue un recorrido análogo al de otras instituciones sociológicas del país. Bajo la dirección de Peter Heintz (1960-1965) predomina en ella la sociología de EE.UU., con autores como Parsons y Merton, y el enfoque de la modernización, siendo muy influyente la obra de Gino Germani. Heintz también hace una primera propuesta para orientar la labor sociológica en Flacso hacia una formación de nivel superior, de doctorado, y hacia el trabajo de investigación. El siguiente director de Elas (1965-1968), el brasileño Glaucio Dillon Soares, mantiene la preeminencia del modelo de sociología norteamericana, con énfasis en la cientificidad y especialización. En estos años, sin embargo, el ambiente intelectual en el país ha ido experimentando un marcado cambio. Entre 1967 y 1968 ha ocurrido la reforma universitaria, que desde la Universidad Católica se ha extendido a la Universidad de Chile y a otras universidades del país. Paralelamente se ha difundido en los ámbitos académicos el uso de las categorías teóricas del marxismo. En la propia Cepal, entre 1966 y 1968, un grupo dirigido por Fernando H. Cardoso, en el cual participan Enzo Faletto, Osvaldo Sunkel, Aníbal Quijano, Theotonio dos Santos y otros, desarrolla una visión crítica de los planteamientos dominantes. Esa será fuente directa del famoso libro de Cardoso y Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina (1969), que contribuirá a la crítica de los enfoques de la modernización y del propio enfoque económico estructuralista de la Cepal, impulsando un giro sustancial en la reflexión e investigación sobre la problemática del desarrollo. Algunos de los mismos participantes de estas discusiones, como Theotonio dos Santos, junto con otros como André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, en este período profesores de la Universidad de Chile, en el CESO, irán aún más allá, elaborando versiones más radicales del problema de la dependencia, con mayor influencia de la teoría marxista (Pérez Brignoli, 2008; Franco, 2009).

Esas reorientaciones intelectuales y políticas, que acompañan la efervescencia sociopolítica en el país, se manifiestan en los estudiantes y profesores de la Flacso. Esto lleva al reemplazo de Dillon Soares, por un director más favorable al nuevo espíritu, el español Luis Ramallo (1969-1973). Esas reorientaciones también incentivan la creación dentro de Flacso, de un Instituto de Coordinación de Investigaciones (ICIS), que se acuerda en 1970 y se ratifica a mediados de 1971. La creación de este instituto va en la dirección de lo que ya antes proponía Heintz, de atender a la investigación, pero le agrega un mayor énfasis de conexión con los problemas sociales de la región y con una perspectiva interdisciplinaria. Sintoniza con las características de los nuevos centros constituidos en los años recientes: el Ceren, Ceplan, Cidu y otros, en la Universidad Católica, y el CESO en la Universidad de Chile. Es un cambio respecto a la atención fundamental a la enseñanza mostrada por la Flacso desde su fundación. Se proponía, así, un trabajo de producción de conocimientos que integrara la labor de diferentes investigadores, en una perspectiva interdisciplinaria. Esto, sin embargo, encontró dificultades para su puesta en práctica. Como señala uno de los participantes, “pronto quedó en evidencia que las diferencias filosóficas y metodológicas entre los miembros del instituto eran un obstáculo insalvable”; a ello, además, se sumaron problemas de gestión, convirtiéndose la toma de decisiones en “un proceso engorroso y largo”85. Paradójicamente, el golpe militar creará un cambio radical de condiciones que facilitarán esos acuerdos y concordancias necesarias para un trabajo de investigación integrado. Lo que no se pudo bajo las condiciones favorables de la Unidad Popular se logrará bajo el ambiente hostil y represivo de la dictadura militar.

Luego del golpe militar, la Flacso cesa su actividad docente y la planta de profesores e investigadores se desmantela. La institución decide instalar una sede en Buenos Aires (1974) y luego en Ecuador y México. En 1975 comenzarán a impartirse clases en Argentina. Por su parte, la situación de la sede chilena fue materia de discusión, entre 1974 y 1975, en cuanto a la conveniencia de su continuidad institucional (Franco, 2009: 144, 145).

Hasta 1969, la Flacso había contado con el apoyo financiero y participación directa de la Unesco, pero esto termina ese año, tal como estaba programado que ocurriera. En ese momento se gestionó, bajo los auspicios de ese organismo internacional, un acuerdo intergubernamental, el cual fue finalmente ratificado, en 1971, solo por los gobiernos de Chile, Cuba y Panamá. Cuba lo suscribió como una forma de apoyar los proyectos del gobierno de Allende. Por ende, luego del golpe, el representante del gobierno cubano proponía quitarle el patrocinio a la sede chilena, para manifestar el rechazo a la dictadura y contribuir a su aislamiento. Finalmente, luego de la activa defensa de los representantes chilenos, se optó por mantener el apoyo86. Se terminó aceptando que eso podría ser una forma de prestar apoyo a la disidencia democrática en el país, manteniendo el trabajo de elaboración de un pensamiento intelectual crítico.

Entre 1972 y 1973, el secretario general de la Flacso había sido Ricardo Lagos. Con la instalación de la Secretaría General en Buenos Aires, se designó en el cargo, primero interinamente y luego definitivamente, hasta 1977, a Arturo O’Connell, quien había trabajado con Fernando Flores, en el Ministerio de Economía, bajo el gobierno de Allende, y que estaba vinculado al MAPU. Según uno de los entrevistados, ya desde fines de los 1960 tenía importancia en la institución un grupo de brasileños, entre ellos Ayrton Fausto y José Serra, vinculados con Ernani Fiori, la Universidad Católica y el MAPU. De hecho, luego del golpe la dirección de la Flacso es encomendada a Ayrton Fausto, hasta la designación de Brunner 87. Estas afinidades y conexiones políticas orientaron la selección de nuevos integrantes de la Flacso e incidieron en la designación de Brunner, quien era parte de tales redes, como director de Flacso para el nuevo período. La pertenencia a esas redes era una condición de posibilidad para ser designado, pero lo que hace optar por él son las habilidades de gestión que ya había demostrado en su labor con el grupo de rectoría de la Universidad Católica. Sus capacidades diplomáticas, eran un invaluable aporte para el momento conflictivo que se vivía, en que habría que manejar la relación con el gobierno militar, hostil a la labor de la Flacso. El reconocimiento a su padre, Helmut, por otra parte, se confiaba que operara como aura protectora de Brunner, transferible por su vía a la institución. La designación también buscaba no provocar la ruptura con el gobierno de Chile. Este desconfiaba de la institución, pero no deseaba multiplicar sus conflictos con organismos internacionales y empeorar aún más su imagen internacional (Pérez Brignoli, 2009). Aunque aún no estuviera cabalmente probada, la potencialidad académica de Brunner era el otro factor que se sumaba. Quienes lo habían conocido, no dudaban de esto. Para los demás, tendría que demostrarlo.

La dirección de la Flacso

Cuando se designa a Brunner, a principios de 1976, ya existe un grupo de investigadores en Flacso, que ha estado trabajando y publicando durante un par de años, y que se ha cohesionado en respuesta a la adversidad de la situación. Entre ellos están Enzo Faletto, Norbert Lechner, Julieta Kirkwood, Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulian, Ángel Flisfich, Sergio Gómez, Rodrigo Baño, Eduardo Morales, Adolfo Aldunate y Augusto Varas. La llegada de Brunner al puesto de dirección sorprende y produce alguna incomodidad en quienes menos lo conocen. Al fin de cuentas, les están imponiendo como director a un joven de 31 años, que el último tiempo ha estado fuera del país, y cuya trayectoria académica, de investigación y publicaciones, todavía no despega. Para algunos que poco sabían sobre él no era tan fácil aceptar su conducción.

Algunas de sus primeras medidas, además, referidas a cambios de personal, provocaron la oposición del grupo de la Universidad de Chile. La materia, sin embargo, la confrontaron, y llegaron a un cierto acuerdo que satisfizo a las partes y estabilizó la situación. En cuanto a sus condiciones académicas, por su parte, pronto mostrará que tiene sobrados méritos académicos. Esto lo podrán apreciar sus colegas tanto en reuniones y discusiones, como en sus publicaciones que comenzarán a aparecer a un ritmo incesante. En su primer año y medio ya tendrá diez publicaciones, con un promedio de una cada dos meses. Los años siguientes ese ritmo no solo lo mantendrá, sino que lo acrecentará.

Brunner estará en la dirección de la Flacso durante doce años, entre 1976 y 1988, en un período crucial. Así como la Flacso tuvo una fase muy relevante en cuanto a la formación de sociólogos y cientistas políticos, entre 1958 y 1973, ahora tendrá un período en que destacará por su productividad investigativa, y durante el cual crecen sus actividades y aumenta su visibilidad, no tan solo nacional, sino latinoamericana. Años más tarde, en 1988, Lechner sucederá a Brunner en la dirección, hasta 1994, en un período en que quienes hasta ese momento habían integrado la institución comienzan a abandonarla. Una gran parte de sus miembros pasarán, con el retorno de la democracia, a organismos del Estado o universidades. Por otro lado, se reducirá drásticamente el financiamiento internacional. Así, el realce académico investigativo de la Flacso coincidirá, fundamentalmente, con el período de dirección de Brunner. Un aspecto importante para la visibilidad académica de Flacso está asociado a sus publicaciones, las cuales, Brunner desde su llegada se preocupará por incrementar y que, como ya anotamos, alcanzaron cifras significativas bajo su dirección (Bravo y Vargas, 1999).

Los primeros dos o tres años, Brunner debió apelar a sus competencias diplomáticas para tranquilizar al gobierno militar respecto al trabajo que se realizaba en la Flacso, a través de su comunicación con el coronel Alejandro Medina Lois, representante del gobierno frente a la institución. Según los testigos del período, aun viviendo momentos de gran tensión, Brunner supo manejar la relación con Medina Lois88. Tenía que ocultar el carácter político de actividades, crear una apariencia aceptable, cuidar la retórica de las publicaciones. Era una labor de traducción y apaciguamiento, lo que Brunner hacía con oficio.

Pese a las precauciones, la propia creciente efectividad investigativa crítica le juega en contra a la Flacso. Así, en 1979 la dictadura la priva de la personalidad jurídica de organismo internacional. Pero, a esas alturas, la institución se encuentra ya en un consistente curso de acción, con variedad de lazos nacionales e internacionales, y un reconocimiento que le facilitarán continuar sus actividades e incluso ampliarlas. Para ello, el financiamiento internacional fue fundamental. Los más significativos provinieron de la Fundación Ford (EE.UU.), IDRC (Canadá) y Sarec (Suecia). Brunner desarrollará una efectiva labor de obtención de fondos internacionales que permitirán mantener el dinamismo del centro hasta fines de la dictadura.

A principios de los años 1980, la Flacso, además, retomará las actividades docentes. A diferencia de la docencia realizada antes de 1973, orientada a estudiantes de toda Latinoamérica, ahora se enfocará a estudiantes chilenos, buscando ofrecerles una formación dirigida a comprender la realidad nacional, con un Programa de Formación de Jóvenes Investigadores, que otorgaba un diploma de posgrado. Ello servirá para transmitir y discutir los resultados del trabajo investigativo del centro. Entre sus profesores centrales estarán Brunner y Moulian. A estas actividades concurrirá una numerosa cantidad de jóvenes, quienes después difundirán estos análisis y discursos, convirtiéndose en importantes agentes propagadores, desde variadas posiciones en el ámbito político, periodístico, artístico y académico.

Hay amplia coincidencia en reconocer méritos a la gestión de Brunner. Moulian, por ejemplo, señala su aporte para hacer posible lo que hizo Flacso: “Brunner la dirige durante mucho tiempo y con mano muy firme. Y cuando los militares le dicen que no hay que publicar, él dice que somos un organismo internacional y nos hace publicar. Y nosotros empezamos a publicar acá en Chile, en tiempo de la dictadura, pequeños documentos de trabajo […]”89. Otro integrante del equipo señala: “él a la cabeza fue lo que explica, en buena medida, cómo logramos subsistir los últimos años de los 70 y todos los 80 […]. Si es que hay alguien a quien atribuirle el mérito de cómo esto subsistió es a José Joaquín, de todas maneras”90. Para quienes se incorporan a la institución en los 1980, esto resulta aún más evidente: “Brunner fue cabeza y cerebro de la Flacso durante toda la época de los 80”, dice uno de ellos91.

Redes en que produce: entrelazamiento intelectual, político y afectivo

En términos intelectuales, Brunner en la Flacso encuentra un espacio de diálogo e interlocución académico política privilegiado, y en el cual gozará una enorme libertad para seguir sus propias inquietudes. La preocupación compartida por dar cuenta de la situación del país bajo la dictadura y por explorar los caminos de salida será un aliciente para múltiples conversaciones y actividades colaborativas entre los integrantes del centro. Tales diálogos serán reconocidos y valorados por los involucrados, de manera especial por Tomás Moulian, Norbert Lechner, Carlos Catalán, Gonzalo Catalán y Manuel Antonio Garretón, y se expresarán en trabajos escritos en coautoría o editados en colaboración, por ejemplo, con Flisfisch y con Carlos Catalán.

Esa interacción académica es intensa y, más allá de los reconocimientos explícitos, se expresa en los textos mismos, en los que se encuentra la traza de los planteamientos de los otros interlocutores, sea acogiéndolos, sea discutiéndolos. En algunos textos esto resulta especialmente marcado; por ejemplo, entre textos de Brunner y Moulian, con influencias recíprocas que la lectura comparativa permite rastrear. También entre Moulian y Lechner.

Flacso, además, se constituye en un nodo destacado en la red de centros académicos independientes que se articula en el período, entre los cuales circulan sus publicaciones y cuyos integrantes suelen reunirse en seminarios y encuentros. Brunner es activo participante del Círculo de Educación, del cual forman parte integrantes del CIDE y PIIE, entre otros centros. También, por sus trabajos sobre cultura, Brunner tiene fuerte relación con ECO y Ceneca, centros cuyas temáticas se relacionan con comunicación y cultura. Ante los problemas compartidos de las dictaduras y reformulación política de la izquierda, Flacso también se une a encuentros para discutir la realidad latinoamericana. En esto la Clacso juega un papel destacado, organizando encuentros en diversos países de la región.

Aun manteniendo un foco académico, en los seminarios y encuentros también participan políticos, y Brunner, tal como Moulian y Manuel Antonio Garretón, hace una doble interlocución con los mundos tanto de la academia como de la política. Brunner además mantiene su participación en el MAPU, haciéndose cargo, en particular, de coordinar el frente cultural92.

Es, por tanto, un período en que las redes de Brunner siguen ampliándose, ahora con una proyección latinoamericana que antes no habían tenido, y se extienden significativamente en el espacio académico alternativo a las universidades, que es el lugar donde se ha concentrado el trabajo de reflexión e investigación de las ciencias sociales, y hacia el mundo de la política que, bajo las condiciones de represión, no va mucho más allá de la elaboración discursiva, la cual, sin embargo, será fundamental.

2. Obra y relato, 1970-1981: cultura y hegemonía

Obras tempranas

Su primer artículo académico, en Cuadernos de la Realidad Nacional, es “La Reforma Universitaria” (1970)93. En él analiza el estado de la universidad antes de la reforma y la política reformista, así como las condiciones para seguir avanzando en el caso de la Universidad Católica. Sostiene que en nuestro país la universidad desempeñó una función esencialmente conservadora respecto del cambio social. Confrontando eso, el proceso y política de reforma “constituye un intento deliberado por transformar –cualitativamente– el papel que la universidad desempeña frente al cambio social” (Brunner, 1970a: 3). La universidad es un espacio estratégico de la sociedad llamado a convertirse en “conciencia crítica del proceso histórico”. Es un texto sintético y abstracto, con planteamientos generales. Proyecta apariencia de neutralidad y academicismo.

Su segundo artículo, en la misma revista, será “Informe sobre un aspecto comúnmente no considerado por la revolución: el mobiliario” (Brunner, 1971). Tal como he comentado antes, revela un estilo completamente diferente: innovativo, exploratorio, literario. Recuerdo yo mismo haberlo leído en esa época y haberme sentido atraído por su idea central. Para mí, joven estudiante de sociología en ese momento, que seguía la aparición de los números de la revista, frente a buena parte de los artículos me costaba discernir qué buscaban decir. En este, en cambio, la idea central me pareció nítida y provocadora: el mobiliario es una expresión del orden y, objeto potencial, consecuentemente, de acción revolucionaria. “El mobiliario nos inmoviliza. Nos resta libertad […], nos determina en lo íntimo: señala caminos obligatorios a seguir”. El mobiliario tiene disposiciones que separan, oponen, apartan (Brunner, 1971: 283, 285). Si en el otro texto hablaba Brunner el asesor de rectoría, el Director de Estudios de la Universidad Católica, el gestor estratégico, aquí hablaba el Brunner creativo y literario, que aventuraba libremente sus ideas. Algunos cuentan que en estos años era bastante “hippie”. Este texto sería manifestación (y manifiesto) de ello.

Acompañan a este artículo de Brunner, en ese número de la revista, uno de Kalki Glauser, sobre el régimen de producción de Chile, que en largas 74 páginas aborda el problema desde el período colonial, discutiendo con Dos Santos y Gunder Frank; un artículo de un equipo del CIDU sobre experiencias de justicia popular en poblaciones; uno de Mattelart sobre lucha de clases y medios de comunicación masiva; y varios textos sobre “problemas del movimiento obrero chileno”.

Trabajo inicial de elaboración de herramientas teóricas

A poco de asumir la dirección de Flacso, comienzan sus publicaciones, en el formato de Documentos de Trabajo. La primera es “Formación de orden e integración social” (1976a). En ella inicia su elaboración teórica buscando sentar las bases para indagar lo que está ocurriendo en el país en el plano cultural. Lleva a cabo un análisis de la relación entre procesos de socialización, educación y autoritarismo. Primero atiende a los planteamientos de Durkheim sobre división del trabajo e integración social y luego incorpora nociones de Basil Bernstein, Mary Douglas, Jurgen Habermas y Erving Goffman, sobre control, socialización y posibilidades de disentimiento.

Entre sus conclusiones señala que “el control represivo en una sociedad sometida al dominio de un Estado de carácter autoritario crece y se hace más envolvente no solo ni principalmente como resultado de mayores volúmenes de represión directa o material, sino por el desarrollo de una especializada cultura de control social; por el incremento de la densidad simbólica del orden; por la eficacia de los agentes de socialización en producir conformidad” (Brunner, 1976a: 30).

Esto lleva a que se deba prestar atención a tales procedimientos de socialización y resocialización que promueven el conformismo con el orden a través de las operaciones de las instituciones educacionales, medios de comunicación, procesos informales de transmisión de mensajes, etc., y a la organización de la vida cotidiana, “pues es en las situaciones del cotidiano donde, en última instancia, ocurren las más frecuentes interacciones que sirven como contexto de socialización” (Brunner, 1976a: 26). Es en el estudio de tales procesos, formales e informales, de socialización y resocialización, que “será posible aproximarse a una comprensión más completa de lo que significa el tipo de control ejercido por un Estado autoritario […]. Asimismo, […] la emergencia del disentimiento y de alternativas de negación dentro de un orden autoritario de integración moral estarán estrechamente relacionadas con procesos de interrupción de la socialización del conformismo o, más profundamente, con procesos de socialización divergentes” (Brunner, 1976a: 27).

En este punto cita a su ex compañero de Oxford, J. M. Maravall, quien está preocupado de los mismos asuntos respecto a su patria, en artículo en la revista inglesa Sociology: “Political Socialization and Political Dissent: Spanish Radical Studentes, 1955-1970” (January, 1976). Probablemente ya venían discutiendo de estas materias en Oxford.

En cierta forma, Brunner sintoniza con las ideas que está desarrollando Habermas en cuanto a que por una parte opera una integración sistémica asociada a una racionalidad instrumental estratégica y, por otra, se tiene una integración que opera en el mundo de la vida, asociada a una racionalidad comunicativa. En todo caso, este año Habermas todavía no ha escrito su Teoría de la acción comunicativa, en la que expresará esto con mayor precisión y claridad, y Brunner va en esa dirección, pero por su propio camino.

En este primer texto, escrito bajo la dictadura, aparecen bosquejados los puntos sobre los que trabajará en los años siguientes. Para esta investigación que emprende apela extensamente al conocimiento sociológico. En este texto se encuentra profusamente citado Durkheim, así como Parsons94, y, por otra parte, Bernstein (1975), Goffman (1970), Mary Douglas (1966). Comienza también a conectar su reflexión con el trabajo de sus colegas en Flacso; aquí cita a Lechner y Faletto.

Entre noviembre de 1976 y enero de 1977 publica tres textos más (Brunner, 1976b, 1976c, 1977b), siempre como documentos de trabajo, que continúan en la misma línea de indagación. De un primer posicionamiento con respecto a la realidad cultural del autoritarismo, en el texto previo, en el segundo pasa a una extensa elaboración teórica sobre el tema de la acción de rol, socialización y procesos de comunicación, tema –afirma Brunner– postergado en la literatura sociológica de América Latina. La perspectiva es precisamente esa, abordar el problema desde América Latina, desde su propia realidad de clases y poder, entendiendo dichos microprocesos en conexión con sus condicionantes estructurales. A través de eso, dice, está el interés de acercarse “a un problema subyacente a la actual reflexión sobre procesos políticos en América Latina, cual es el problema de los mecanismos mediante los cuales sociedades con un alto grado de distorsión comunicativa producen, mantienen y transforman orden social, y los grupos que las componen negocian o imponen un ‘consenso’ de integración normativa. Sobre todo, nos interesa –dice– estudiar cuáles son las modalidades que adoptan esas formas de integración al nivel de las situaciones cotidianas de interacción social, y los condicionamientos estructurales que operan sobre ellas, moldeándolas y conformándolas en su especificidad propia” (Brunner, 1976b: i).

Para ello, hace una revisión sucesiva de perspectivas, que va buscando integrar. Su itinerario pasa, en 78 páginas, por: (1) la perspectiva de considerar la existencia de un sistema normativo de relativa estabilidad, con socialización de ese orden normativo moral, en que los individuos “asumen roles” (role taking); (2) la postura que entiende que en lugar de tal adopción de roles hay activos procesos de negociación moral; aquí Goffman tiene lugar central; (3) enfoques que consideran procesos de condicionamiento conductual (Skinner, Bandura, Bijou); (4) perspectivas que atienden al desarrollo de competencias cognitivas (Piaget) y morales (Kohlberg, 1971; Habermas, 1972); (5) enfoques que consideran el desarrollo de procesos interpretativos, en los cuales juega un rol fundamental el lenguaje (Hymes, 1974; Cicourel, 1973; Bernstein, 1973; Habermas, 1972).

De tal modo, Brunner está evaluando una arquitectura teórica. En su recorrido revisa aproximaciones normativistas, que hacen primar un orden moral, y otras que son interpretativistas; por otra parte, además, apunta a una perspectiva faltante, una que tome en cuenta las situaciones de poder. Esta perspectiva es la que están elaborando por estos años Habermas y Foucault, mientras que los interpretativistas, como Goffman o Blumer, no incluyen en sus conceptualizaciones nada con respecto a las redes o estructuras de poder que subyacen la acción cotidiana de los actores.

Asombra la competencia analítica y crítica con que Brunner maneja la discusión sociológica con Goffman, Cicourel, Chomsky y resto de autores, respecto a obras que estaban generándose casi en ese mismo momento. Por otra parte, pese a la actualidad y relevancia académica global de lo que está escribiendo, Brunner no lo hace para insertarse en el espacio académico internacional (que en tal época es fundamentalmente el de los países centrales), sino para traer tal debate al país, para hacerlo respecto o desde nuestra propia experiencia social y cultural95.

Es un documento con abundantes referencias, unas 70, casi todas en inglés y algo más de la mitad correspondientes a la década de los años 1970, con varios textos que habían sido publicados no más de cuatro años antes de su escritura. Es decir, está trabajando con material científico social de avanzada, sintetizando y debatiendo, asumiendo una postura propia y original. Brunner pretendía escribir una segunda parte de este texto, lo cual finalmente no ocurrió.

En esta labor, continúa sus lecturas y discusiones de Inglaterra combinadamente ahora con lecturas sobre la realidad del país y debates con interlocutores locales, entre los cuales cita a Lechner y Faletto, de tradiciones muy diferentes: Lechner con afinidades a la Escuela Crítica de Frankfurt y Faletto destacado en el enfoque dependentista.

Esta es una publicación académica, para público académico. Aunque tiene una orientación subyacente hacia la contingencia política, ella no es elaborada en este texto. No hay tampoco una aplicación a la realidad chilena. Los ejemplos que elige son literarios: de Robert Musil, Saul Bellow, Mario Vargas Llosa. Hay algo de virtuosismo en la escritura, mostrando un suelto manejo de diversidad de fuentes académicas y literarias.

El carácter y destinatario académico es sello de estos primeros textos. Aunque está produciendo una sociología que sería bien recibida en los circuitos internacionales centrales, son publicaciones que no llegan allá y Brunner tampoco busca hacerlo, en este primer momento. Estos documentos, de hecho, en los primeros años de la dictadura tienen circulación muy restringida. La principal audiencia, por ahora, son los propios colegas de Flacso y el circuito académico cercano.

El problema del orden social

La siguiente publicación de Brunner –“Consenso de orden y poder” (1976c)–, un mes después, continúa estos análisis, focalizándose en el problema del “consenso de orden” y su relación con el poder. La publicación reúne este texto con uno de Lechner sobre el concepto de crisis y ambos se vinculan con debates tenidos en torno a un seminario, que realizan los integrantes de Flacso, en el segundo semestre de 1976, sobre los escritos de Gramsci, con la participación de Juan Eduardo García-Huidobro, quien regresaba de Bélgica luego de haber hecho su tesis de doctorado sobre este autor. En este primer período se consolida la incorporación de Gramsci al debate académico político.

La atención tanto de Brunner como de Lechner está puesta en el problema del orden social en un contexto autoritario: la compleja combinación entre coacción y logro del consentimiento (la hegemonía, en los términos de Gramsci). Dicho en términos llanos, la inquietud es por cómo se las está arreglando la dictadura para mantenerse luego de ya tres años, sin dar todavía visos de debilitarse, como esperaba la gente de izquierda, sino que más bien pareciendo robustecida. Estos científicos sociales están buscando las herramientas interpretativas que les permitan hacer sentido sobre lo que ocurre.

En su texto, Brunner continúa revisando el enfoque de Parsons sobre el control normativo de la acción y el de Durkheim sobre distribución del trabajo y solidaridad, pero integrando ahora la concepción gramsciana de hegemonía, la cual será decisiva para su construcción teórica futura. Gramsci es un autor que ya Lechner, Moulian y otros habían comenzado a leer luego del golpe o a leerlo con otra mirada interpretativa. El seminario que realizaron ese año 1976 sobre el pensamiento de este autor potenció el interés del grupo de la Flacso en la obra gramsciana.

En cierta forma, Brunner está reiterando la crítica que en años previos se ha hecho, internacionalmente, a la teoría funcionalista parsoniana, por su a-historicismo y por dejar fuera el poder y el conflicto. Tal crítica ya ha aparecido en autores como Dahrendorf, Gouldner, Lockwood, durante los años 1960. Es una discusión también emprendida por su ex compañero de Oxford José María Maravall, a quien cita varias veces en este texto. Pero Brunner busca ir más allá que esos autores en el camino de clarificación e integración teórica. Para ello se apoya de manera importante en Habermas (Habermas y Luhmann, 1972; Habermas, 1975) y comienza a incorporar a Gramsci.

El foco central del artículo es mostrar que la integración involucra tanto instancias culturales (estructuras normativas, transmisión cultural, socialización, interacción comunicativa, etc.) como instancias económico-sociales (división del trabajo, clases, intereses materiales, poder). Así, simultáneamente remite a consenso y disenso, integración normativa y conflicto entre fuerzas antagónicas, estabilidad y crisis.

En Lockwood (1964) y Habermas (1975) se encuentra la distinción entre integración social e integración sistémica, pero una mayor fertilidad interpretativa la proporcionaría el concepto de hegemonía de Gramsci, que provee una dirección para conectar integración, poder e historia.

La hegemonía tiene la particularidad de traducir un interés de clase en un principio ordenador general de la sociedad y lograr el consentimiento de otros grupos. De tal modo, la integración “expresa, directamente, el momento de la hegemonía en cuanto consenso de orden (por tanto, referencia a estructuras de poder y a estructuras de comunicación que hagan posible el control social de orden)” (Brunner, 1976c: 21). “[La] integración social como momento en la construcción de hegemonía por actores sociales específicos significa siempre la capacidad de ciertos grupos para inculcar en otros un cierto sentido del orden como organización de la vida cotidiana. Desde el punto de vista de los individuos, esto significa apropiarse (y ser expropiados) por una forma particular de orden que así deviene en orden interior expresado como identidad individual. [Un ejemplo sería] la ‘ética protestante’ tal como Weber la introduce en su estudio sobre la formación del capitalismo” (Brunner, 1976c: 23).

Tal consenso de orden no dice relación primordialmente con el sistema político, sino que posee una proyección mayor como motivación para actuar en conformidad con un orden “que regula desde los actos menores de la vida diaria, a través de los encuentros ocasionales que determinan situaciones de interacción, hasta las formas culturales socialmente validadas por el orden y los aspectos políticos de su organización en cuanto a ejercicio de poder” (Brunner, 1976c: 22). Dicho consenso, por otra parte, no es un consenso racional, aunque incluya procesos de argumentación, y es siempre refutable y alterable.

Las relaciones de hegemonía no son unidireccionales. “No solo son ejercidas de dominante a dominado, de poseedores a desposeídos. Son, o pueden ser, relaciones conflictivas; formas de expresión, por lo tanto, del orden que existe pero también de las alternativas de orden que pugnan por imponerse como momento de una nueva hegemonía social”. Cabe, entonces, pensar en “pedagogías para la hegemonía en grupos en pugna en torno a sentidos diversos del orden” (Brunner, 1976c: 24, 25).

En este marco, Brunner retoma su crítica a Goffman, iniciada en su publicación anterior: “El ‘pequeño orden’ que Goffman estudia minuciosamente en sus escritos es […] tan solo una expresión concelebrada del consenso de orden prevaleciente en una sociedad determinada y [, más aún,] del modo como unos grupos determinados reviven ese orden a través de ritos de interacción, encuentros sociales, presentación de sí mismos en público, etc.” (Brunner, 1976c: 27).

Concluye diciendo que “hay elementos (todavía dispersos) en la perspectiva de análisis que aquí se ha avanzado que debieran permitir un estudio más comprensivo del fenómeno autoritario, sobre todo como sistema de orden con sus propios dispositivos para asegurar una organización coercitiva del cotidiano”. Y se plantea algunas interrogantes, conceptuales y empíricas: “¿Qué significa, en este contexto, sistema de orden por oposición a consenso de orden? ¿Cómo, concretamente, se mantiene un orden sin integración? ¿Cómo opera y se manifiesta la coerción en la organización autoritaria del cotidiano? ¿Cuáles son sus efectos sobre la socialización? ¿Cómo se constituye la matriz social de procesos de comunicación en una situación de esa naturaleza?” (Brunner, 1976c: 30).

Con un ritmo de producción de una publicación mensual, al mes siguiente aparece otra: De las experiencias de control social (Brunner, 1977b). Es una continuación de la anterior y en la cual procura precisar lo que está envuelto en la experiencia de orden. Considera los límites simbólicos (como los del pudor), que involucran un orden que nos limita. En esa perspectiva, entonces, la experiencia del orden es una experiencia de los límites simbólicos que regulan nuestra acción, comprensión y comunicación. “Orden es la disposición de esos límites […]; una red de clasificaciones entretejidas que demarcan un mapa cognitivo y moral de acuerdo con el cual transitamos, conversamos, definimos situaciones y negociamos sentidos” (Brunner, 1977b: 2).

Para este trabajo se basa especialmente en la obra de Basil Bernstein, Class, Codes and Controls (1975) y de Mary Douglas, Natural Symbols (1970) e Implicit Meanings (1975). Ambos son autores británicos cuya obra frecuentó en Inglaterra. Ambos eran profesores, en esa época, en la University College of London. Mary Douglas es una antropóloga formada en Oxford y seguidora de Durkheim, el de Las formas elementales de la vida religiosa.

Parte central del trabajo es la construcción de una tipología de situaciones de orden y control, lo cual hace cruzando la fortaleza de los sistemas de clasificación (fuertes con límites impermeables vs. débiles con límites permeables) con formas de control (mediante sistema internalizado de límites simbólicos vs. control a través de personas, con influencia directa).

Aquí comienza Brunner a hacer uso, en sus publicaciones, de las construcciones tipológicas a partir del cruce de ejes, procedimiento al que recurrirá con frecuencia en sus trabajos posteriores. Es un recurso visual, organizador del pensamiento y de la presentación. Como él reconoce (Brunner, 1977b: 21), los tipos ideales, en la práctica, siempre aparecen mezclados, pero son necesarios o, cuando menos, útiles para moverse dentro de los límites del discurso académico en la corriente interpretativa. El uso de tal código clasificatorio genera identidad y reconocimiento –de lo así ordenado y de su autor– y contribuye a la legitimidad y crédito científico.

Estos cuatro artículos previamente mencionados, con un total de 214 páginas, escritos en seis meses, dan cuenta del ímpetu creador con que Brunner se instala en su nuevo lugar de trabajo. Si ello ocurriera en la actualidad, segunda década del siglo XXI, en Chile, ellos habrían sido considerados artículos con potencialidad ISI y enviados a revistas internacionales, de países centrales del norte. En el espacio institucional y red de producción donde Brunner estaba, eso carecía completamente de importancia. En términos de audiencia, estos textos estaban fundamentalmente dirigidos al círculo cercano, de Flacso y otros centros académicos independientes, y en todas estas obras hay un doble vector, uno hacia la discusión intelectual de la producción internacional, y otro hacia la realidad nacional, hacia el esclarecimiento de la situación de la dictadura.

Durante el resto del año 1977, Brunner continúa armando su instrumental teórico de observación y análisis. De los siete textos que publica este año, cinco serán de carácter teórico. Este año suma a su análisis, de modo sustantivo, la obra de Foucault, particularmente Vigilar y castigar, libro que aparece originalmente, en Francia, en 1975, siendo traducida al castellano en 1976.

Son textos abstractos que se despliegan en un espacio de referencias y debates teóricos que los hacen difíciles de aprehender. En ellos está escribiendo para su grupo de referencia académica y para sí mismo. Reconoce estar revisando su propio enfoque, tal como lo había expuesto en “Formación de orden e integración social” (Brunner, 1976a), y menciona los aportes críticos de Faletto, Flisfisch y Lechner (Brunner, 1977c: 21). Al mismo tiempo, sin embargo, estos escritos están siendo pensados con respecto a la realidad chilena, bajo la preocupación por entender la contingencia autoritaria del país, con tres años de una dictadura que se va asentando en lugar de debilitarse como se esperaba en los círculos de oposición.

En “De la cultura liberal a la sociedad disciplinaria” (1977c), Brunner inicia su incursión foucaultiana. En el texto se pregunta por lo que caracteriza a la cultura en el contexto de una sociedad autoritaria. A ello subyace la pregunta sobre cómo la dictadura está manejando el orden social, en contraste a cómo se hace en una cultura liberal.

En la concepción liberal de cultura –dice Brunner– hay una apelación a competencias de interacción comunicativa, adquiere relevancia un discurso sobre el ciudadano y sus deberes y la cultura pone contenidos afirmativos como ideales de plenitud y felicidad individuales. Esta cultura, con sus idealidades y promesas, media entre la organización económica, el poder, la facticidad de la vida social, el orden real y los motivos para la acción. Eso es lo que lleva al “consenso de orden”.

En la concepción autoritaria del Estado y la sociedad, se rompe con esas “pretensiones de orden y felicidad”. “La cultura ya no sirve la función de mediar un consenso de orden, pues el orden deviene en objeto de las estrategias inmediatas del poder” (Brunner, 1977c: 9). El autoritarismo no es un mero fenómeno estatal, sino que constituye un proyecto orgánico de sociedad y, como tal, “cambia radicalmente la función de la cultura, y su relación con el orden que encauza el cotidiano”. Así, el orden autoritario se sostiene “a través del despliegue del poder como formas de disciplina” (Brunner, 1977c: 10), en una multiplicidad reticular de prácticas disciplinantes que se expresan “en la organización de la familia, en las instituciones pedagógicas, en la compleja estructura de las jerarquías y subordinaciones, en los ritos de la interacción social, en las menudas imposiciones del trato y las sutiles dominaciones de la comunicación diaria. De este disímil material es que se aprovechan las disciplinas para encauzar la obediencia y utilidad de los individuos: es en este nivel microsocial donde el poder asegura la efectividad de su imperio […]. Al mismo tiempo, el orden autoritario emergente suprimirá todos aquellos aspectos de la cultura liberal que, de una manera u otra, pueden entorpecer el advenimiento de esa sociedad disciplinaria (Brunner, 1977c: 18).

Brunner termina este artículo con una proyección investigativa: “Si se desea comprender el funcionamiento del orden autoritario habrá pues que ‘descender’ a ese nivel donde el poder se expresa en una aparente insignificancia, estudiar sus expresiones y desplazamientos, su articulación con la economía y la cultura, su capacidad estructuradora del cotidiano y los ritmos de su transformación” (Brunner, 1977c: 19). Ese será el programa de investigación en que él mismo se embarcará en los años siguientes.

Primer abordaje sobre los intelectuales

Paralelamente al trabajo anterior, Brunner junto con Ángel Flisfisch, durante un período de aproximadamente siete meses, elabora otro documento: “Los intelectuales: razón, astucia y fuerza” (1977). Es también una discusión teórica, en este caso sobre los intelectuales. En un inicio, la motivación provino de “problemas muy concretos, que apuntaban hacia las difíciles relaciones que parecen establecerse siempre en los contextos académicos entre el trabajo intelectual y la ‘autoridad’” (Brunner y Flisfisch, 1977: i). En estas reflexiones rondan las preocupaciones sobre el propio rol, como científicos sociales, en momentos en que la relación con el poder es ostensible y cotidiana. Las interrogantes sobre los intelectuales y el uso de sus conocimientos guiaron, durante estos años, reflexiones y publicaciones no solo de Brunner, sino también, de Moulian, como ya vimos, y de otros. En tal temática, sin embargo, este es un ensayo todavía muy preliminar.

Los autores dicen que su fin es abordar las “ideologías sobre los intelectuales”, refiriéndose con ello a los “modos en que los intelectuales se conciben a sí mismos” (Brunner y Flisfisch, 1977: 1)96. Precisan que su reflexión partió de una situación particular, la del “intelectual que se ve a sí mismo como un marginal que asume conscientemente su marginalidad”. Esto les hace plantear preguntas sobre las peculiaridades del “ser social” que determina esa conciencia, lo cual remite a las relaciones entre sus producciones intelectuales y la sociedad que habitan. Eso los lleva a distinguir entre un intelectual reflexivo-opositor, en una dinámica de contradicción con la sociedad, y un intelectual como custodio de un saber superior en progreso acumulativo, en armonía, sin rupturas o discontinuidades, con la sociedad o mundo. Ellos corresponderían a grupos de intelectuales en posiciones diferentes (Brunner y Flisfisch, 1977: 1-8).

La dinámica fundamental en que se mueve el intelectual, y que lo define –dicen ellos–, es la del debate; es un especialista en la materia. Sus restantes actividades –lectura, investigación, escritura, conversación, etc.– están referidas, habitualmente, explícita o implícitamente, a un debate. El discurso intelectual procura separar la lógica del debate de otras dos dinámicas que se le contraponen: las de la astucia y de la fuerza. En el debate se procura el convencimiento del otro, es el reino de la razón; la astucia o juego es el reino del cálculo estratégico; en la lucha se busca someter, eliminar o expulsar al oponente, es el reino de la fuerza. Son tres tipos de dinámica y de conflicto. Pese a ello, de una u otra forma, “en todo debate se encuentran presentes elementos de cálculo estratégico y, en muchos casos, probablemente elementos de fuerza” (Brunner y Flisfisch, 1977: 21)97. En la sociedad contemporánea, los conflictos combinan, en articulaciones diversas, las tres lógicas.

Una de las materias sobre las que opera la actividad intelectual son los sistemas de clasificación que se vinculan a experiencias de orden y que pueden expresarse en sistemas o pautas internalizadas de límites simbólicos. Ejemplo de ello son las categorías del discurso económico: empresa, consumidores, factores productivos, capital, trabajo, etc. En su referencia recíproca, tales categorías constituyen un sistema de clasificación. Las potencialidades performativas de este discurso lo hacen susceptible a conexiones diversas con las lógicas del cálculo estratégico y también de la fuerza.

Concluyen con una reflexión sobre el problema de la estrategia que cabe seguir al intelectual frente al poder, ejemplificada en el caso de Galileo, en la obra de Brecht. Muestran las combinaciones de cálculo estratégico y razón, con sus riesgos, ambivalencias y ambigüedades: los límites entre astucia, renuncia, disimulo, compromiso y concesión, son complejos de determinar y de evaluar, y no cabría imaginarlos en abstracto. Entre la estrategia del disimulo, como la seguida por Lukács frente a la censura del Partido Comunista a sus ideas, y el camino del martirio, en el caso de Giordano Bruno, hay una gama de alternativas discernibles. La confrontación con el poder, por otra parte, no es solo frente a la institucionalidad, sino que además, y muy decisivamente, contra el sentido común imperante en la vida cotidiana, el cual está asociado a una determinada hegemonía (Brunner y Flisfisch, 1977: 63).

Este texto representa el inicio de una de las líneas de investigación de Brunner: sobre los intelectuales, el campo científico social y el uso de los conocimientos producidos en este campo, a la cual sumará investigaciones y publicaciones, especialmente entre 1979 y fines de los años 1980.

Orden y poder

En su derrotero de posicionamiento teórico, “Hermenéutica del Orden” (Brunner, 1977d) es un hito destacable. Constituye un esfuerzo integrativo y revela la magnitud de sus pretensiones o, si se quiere, ambiciones, en el campo de la teoría. Es un texto de 90 páginas en que reorganiza algunos de los planteamientos expuestos en sus trabajos previos y construye una nueva articulación de ellos, usando en apoyo de sus argumentaciones a Gramsci, Ricoeur, Wittgenstein, Barthes y Habermas, entre otros, en el terreno internacional, y a Faletto, Flisfisch y Lechner, en el nacional, no sin hacer precisiones con respecto a lo que estos autores sostienen98. Por otra parte, cuestiona los planteamientos de Marcuse, Shils, Althusser, Goffman y, en el plano latinoamericano, de Zavaleta. Como se puede ver, se sitúa en conexión con grandes interlocutores globales y locales, en un diálogo que tiene un foco y proyección local. Brunner está así haciendo una labor de puente entre discusiones y elaboraciones teóricas que tienen lugar en los países centrales y la elaboración en Chile, frente a problemas de la sociedad chilena. Esto es algo que se reiterará en obras futuras, pero ya en esta aparece muy nítidamente y con resultados fructíferos.

Su intento es abarcar, “en un mismo movimiento hermenéutico”, el plano donde ciertos sentidos se comunican, con relativa opacidad, y “el plano donde tienen su referente de impresión e impulsión, es decir, el de la lucha de hegemonías políticas entre individuos, grupos y clases sociales por establecer un consenso de orden que asegure la integración y cohesión del todo” (Brunner, 1977d: i).

En su noción de niveles de sentido y de densidad semántica de lo que cotidianamente llamamos orden, sigue a Ricoeur (1969, 1975). El camino que se plantea es “tomar el sentido manifiesto, sea en obras, documentos, instituciones, ritos, lenguaje, interacciones y así por delante, para luego atravesar su opacidad y buscar –en el plano de su impresión e impulsión– el contenido de orden de que es portador, es decir, su sentido en la economía de la lucha por el predominio de un orden determinado”. De tal modo, una hermenéutica del orden, como se la plantea Brunner, al tomar el orden como objeto de análisis, rechaza asumirlo como instancia explicativa de sí mismo. En lugar de postular la clausura de este orden, lo aprehende como “universo abierto y coextensivo con el de la praxis social”, situándolo “en el seno […] de una política constitutiva de la simbólica” (Brunner, 1977d: ii, iii).

Cautamente, Brunner advierte que “el presente trabajo está más bien diseñado como un prolegómeno de esa hermenéutica del orden. En la doble connotación de preámbulo y anuncio anticipatorio” (Brunner, 1977d: iii).

Una pregunta general del trabajo es por la relación entre razón y orden, entre los sentidos puestos por la razón y los sentidos de orden; con esto último refiere a los sentidos de un orden socialmente vigente, con su aparente obviedad, tal como el privilegio, incuestionado, de la mano derecha sobre la izquierda. ¿Es la razón una categoría anterior y exterior al orden históricamente instituido en una sociedad específica? (Brunner, 1977d: 2). Una pregunta derivada es por el estatuto social de una razón crítica.

Una respuesta también general es que “razón y orden se relacionan […] en el proceso socialmente condicionado de su uso” (Brunner, 1977d: 6). “El orden es no solamente la condición de transmisibilidad sino ante todo la condición de realización de la razón”. La razón Brunner la concibe como “siempre un uso-de-la-razón, una actividad práctica, momento constitutivo del proceso por el cual una sociedad produce, mantiene y transforma sus sentidos de orden” (Brunner, 1977d: 7).

Siguiendo la lógica de su planteamiento, Brunner cuestiona la teoría crítica de Marcuse, en que la razón se opone a lo existente. Frente a un ordenamiento total, cerrado, Marcuse opone lo aún no alcanzado, que está fuera del orden social, que es solo refutación. “La razón crítica que inicialmente opone al orden el contenido de verdad que existe en la gran filosofía, sin mezclarse para nada en las luchas sociales, termina por ponerse fuera del orden social para no dejarse atrapar”. A una forma pura de dominación opone una forma pura de negación; al orden imperante opone algo totalmente contrapuesto. Con esto, la utopía “se vuelve irracional, con el propósito de servir de último refugio a la razón […]. Al separar razón y orden, termina por abdicar a ambos, dejando a la razón atrapada en su [dinámica] especulativa y al orden en su totalización”, lo cual acarrea, como derivaciones posibles, el sentido de impotencia o la radicalidad destructiva (Brunner, 1977d: 17, 18).

En su lugar, se tratará, por tanto, de una teoría crítica, reflexiva, consciente de su propia inserción en un campo de realidad social. “La razón crítica deja de ser, como es en la cultura liberal –aun en su versión marcusiana de izquierda– una cuestión de filósofos” (Brunner, 1977d: 22). Es una razón en lucha para definir la situación de orden de la sociedad, y que se constituye a través del enfrentamiento de hegemonías políticas. “Es la política, la lucha entre clases y grupos por definir la situación de orden de la sociedad, la que instituye y explica la relación específica entre razón y orden” (Brunner, 1977d: 24).

En esto, Brunner está siguiendo ideas gramscianas. Frente a la crítica distanciada, frente a la crítica elitista, que se enuncia desde una racionalidad superior, supuestamente libre de contaminación, Brunner habla de una racionalidad operante en la historia. Así como en el texto con Flisfisch presentaba al intelectual confrontando la lógica propia del debate racional con el cálculo estratégico y las luchas de poder, ahora plantea, en forma más amplia, estos procesos que relacionan razón y orden social y al intelectual con las luchas de hegemonía. En contra de una razón a-histórica, universal, supracontextual, Brunner sostiene que la razón se constituye en relación con el orden social, a través de la lucha de hegemonías políticas. Y la relación entre orden y razón está mediada por la política. “[…] La razón crítica es tópica (por oposición a utópica), es decir, que pertenece a un lugar, a una historia, en tanto que siempre expresa una relación socialmente condicionada con el orden vigente y con las posibilidades reales de su superación política” (Brunner, 1977d: 30).

En la racionalidad comunicativa, como la llamará Habermas, es donde toma forma el debate argumentativo sobre el orden social, sobre sus justificaciones. De allí surgen cristalizaciones, como el derecho, como normas diversas que siempre pueden ser retematizadas. A través de ella toman forma las luchas de hegemonía y se configuran formas críticas. La razón no está fuera de ese curso histórico, sino que se forma y desarrolla en él. Brunner previene insistentemente contra la razón convertida en abstracción desconectada del mundo, convertida en utopía, y contra su uso instrumental como herramienta de control.

Así como Brunner cuestiona la razón convertida en utopía racional, que persevera obstinadamente en su verdad, también cuestiona la concepción crítica que encarna la razón en el partido como portador de la conciencia de clase, vanguardia organizada y anticipatoria de la autonomía de la clase dominada. “El partido como razón ya alcanzada reproduce […] la idea de la razón constituida al margen de la historia […]. [Representa] la idea de la razón que, habiéndose constituido histórica y socialmente, ha logrado cristalizar un código de verdades que, a su vez, habrían trascendido todo lugar y todo tiempo, restando solo aplicarlas a la situación concreta” (1977d: 33)99. La proposición de Brunner es que “las relaciones entre razón y orden no pueden ser aprehendidas al margen de su propio modo de producirse en una sociedad específica” (Brunner, 1977d: 19). La razón es entendible históricamente, como proyecto y producto socialmente situado. El camino privilegiado por él, entonces, es la interacción comunicativa en las luchas por la hegemonía. “El principio constitutivo de una razón crítica con garantía y fundamento políticos debe encontrarse partiendo del extremo opuesto de la razón instituida filosóficamente. Es decir, del análisis de la historia de la sociedad civil, dentro de la cual las clases y grupos subalternos tienen una historia disgregada y discontinua […]” (38). En ese marco, “la política no puede concebirse meramente como acción instrumental orientada hacia el poder, sino que ha de representar aquella dimensión específica de toda actividad social en que se ponen en juego los sentidos de orden a través de los cuales se busca articular una hegemonía o sustituir la existente”. En esta perspectiva, el partido representa “un mecanismo para ampliar la comunicación intersubjetiva de sentidos que se comparten, para debatirlos, para elaborarlos y reforzarlos recíprocamente a través de la capacidad de integrar a cada vez más individuos y grupos en un consenso que manifiesta la dirección del desarrollo de la sociedad” (Brunner, 1977d: 34, 35).

Un consenso de orden logrado a través de una hegemonía de sentidos permite “‘convertir’ y ‘reducir’ al máximo el momento de fuerza o coacción que forma parte de todo proceso de integración en una sociedad dividida en clases antagónicas” (Brunner, 1977d: 37).

El proceso por el cual las clases y grupos subalternos unifican una concepción propia y coherente de mundo, haciendo valer una alternativa propia del orden en la lucha entre hegemonías, es lo que puede, al mismo tiempo, asegurar el surgimiento de una alternativa nacional-popular. Este tránsito está marcado por el logro de la “comunicabilidad de sentidos de orden alternativo” (Brunner, 1977d: 38).

Brunner rechaza, en cambio, “la tesis de que [el tránsito desde un orden vigente a un nuevo consenso de orden] estaría definido pura y simplemente, o aun preponderantemente, por las relaciones de fuerza que se establecen entre los grupos y las clases en pugna. Esta última visión solo puede acoger en su campo visual una definición reduccionista de la política, entendida como disputa por el poder organizado en los aparatos del Estado”. Contrariamente, esa deliberación ampliada de las clases o grupos subalternos es un proceso que va más allá de la dimensión política y que ocurre en las conciencias, en las instituciones de cualquier tipo y en el terreno de la cotidianeidad, “que es donde finalmente se resuelve el sentido de un orden” (Brunner, 1977d: 39). Esto, propugnado por Brunner, conlleva una aproximación democrática de la confrontación política, que trasciende la institucionalidad política e involucra un amplio debate entre racionalidades y orientaciones contrapuestas sobre las formas de vida colectiva. Involucra la existencia de “una arena donde ningún argumento pueda ser suprimido y donde todos los sentidos contradictorios de orden que conviven en la sociedad puedan enfrentarse, negociarse y negarse, hasta que se establezca un consenso predominante de orden” (Brunner, 1977d: 40).

Como una de las derivaciones de estos planteamientos, Brunner cuestiona la concepción de Althusser, la cual ya hemos visto que había sido destacada inspiradora del discurso intelectual de izquierda en el Chile de la Unidad Popular, en particular de movimientos como el MAPU, en que Brunner así como Moulian en estos momentos participan.

Rechaza así, categóricamente, “aquellas concepciones que ven en la dictadura el carácter necesario del Estado” (Brunner, 1977d: 51). En tal postura, que es la de Althusser, siguen estando, en esos años, sociólogos destacados de América Latina, como el peruano Zavaleta. Según este, “donde hay clases sociales habrá dictadura […] aunque puede manifestarse de manera democrática” (Zavaleta, 1977, citado en Brunner 1977d: 52). Así, se asume que la esencia del poder estatal es su naturaleza de clases, tal como la esencia del ser de las clases es, a su vez, su antagonismo irreductible; de ahí que su relación a través del Estado no pueda ser otra que la dictadura.

Concepción semejante, en cuanto al carácter del Estado, es la de Althusser, aunque este distingue dentro del poder del Estado entre el aparato represivo que puede, si se requiere, funcionar mediante la violencia, y los Aparatos Ideológicos de Estado –instituciones religiosas, escolares, jurídicas, políticas, sindicales, culturales, etc.– que operan mediante ideología, siendo la ideología, para este autor, la representación imaginaria y deformada de la relación entre los individuos y sus condiciones reales de existencia (60). De tal forma, “todo es pensado desde y a partir del Estado, ya sea bajo la forma de dominación represiva, ya bien de dominación ideológica” (55). Esto aparece como una forma o estructura invariante en que los sujetos se encuentran atrapados. “Nada de real importancia existe fuera del Estado. Hay en esta visión lo que Gramsci llama ‘una desesperada búsqueda de aferrar toda la vida popular y nacional’ bajo la forma del Estado. […] Consecuente con esta concepción ‘jacobina’, Althusser pone todo su énfasis en el Estado y concibe la política como su conquista: primero del poder del Estado, luego de sus aparatos, para de ahí pasar a la destrucción del viejo aparato y crear uno nuevo, propio de la clase (o alianza) triunfante” (Brunner, 1977d: 63, 64). Este es el camino para la dictadura del proletariado, incluyendo además el control de los aparatos de comunicación, cultura, educación, organización sindical, etc. Es la figura del estalinismo.

Brunner cuestiona tal concepción de orden como estructura formal e invariante, “construcción puramente formal y simple en sus elementos constitutivos, que pretende dar cuenta de cómo históricamente se realiza el orden en la sociedad. De esa visión hemos querido tomar distancia –dice–, pues nos parece equivocada y perniciosa en sus consecuencias. Igual como nos parece teóricamente pobre y prácticamente conducente a la parálisis el concepto althusseriano de ideología dominante que adquiere su forma en los Aparatos Ideológicos de Estado. Al final de cuentas, ese concepto excluye de la política la lucha por los sentidos posibles de orden de que son portadores clases y grupos que se enfrentan y excluye del sentido de la política la noción de una alternativa popular y nacional” (Brunner, 1977d: 64, 65).

De este modo, Brunner desemboca en críticas parecidas a las que, siguiendo otra línea de razonamiento, hace Moulian a los planteamientos de Lenin e, implícitamente, a través suyo, a Althusser. Al mismo tiempo, Brunner está enfatizando la relevancia de una lucha social que vaya más allá de los reductos político institucionales, los cuales, por lo demás, bajo la dictadura se encuentran inaccesibles. Está argumentando la importancia de la lucha cultural por los sentidos, la cual debe orientar la acción político institucional (cuando ella sea posible), más que a la inversa.

La postura de Brunner es contraria a tales esencialismos sobre el Estado y las clases. En sus planteamientos se va perfilando la epistemología que subyace a su construcción teórica. Es básicamente una epistemología constructivista –lo cual se evidencia en su consistente uso de las formulaciones de Foucault, Wittgenstein, Goffman y otros autores encuadrables en tal marco–, pero en la cual, por otro lado, los componentes de poder y hegemonía son fundamentales –Gramsci, Foucault y Habermas son en esto autores de influencia destacada–. El suyo es, si se quiere, un constructivismo crítico. Se diferencia de Moulian, cuya epistemología es más convencionalmente realista, en línea con el marxismo clásico; solo posteriormente, en los años 1990, puede reconocerse en Moulian un cierto giro, que acompañará a su creciente acercamiento, en tal época futura, al pensamiento de Foucault.

Crítica a la sociología de la vida cotidiana de Goffman

Un último punto destacado en la “Hermenéutica del orden” es la crítica a Goffman en la que Brunner continúa sus cuestionamientos previos. Sintéticamente, sostiene que la idea de orden de Goffman constituye una visión disciplinada de tal orden. Solo considera la dimensión de exis (ceremonias, ritos, costumbres, etc.) de la vida social y no la dimensión de praxis. El orden es vivido como acción ritual; es el acatamiento de las disciplinas entrelazadas y ritualizadas. La pregunta por el sentido es relegada: el orden es su sentido. Esta es una visión muy parcial e incompleta del orden social. Reflejaría, como ya Brunner lo había señalado antes, la vida de la clase media de EE.UU. Lo que prima es un conformismo radical –el modelo del buen escolar–, pero astuto u oportunista. En términos políticos, el orden y las vías de adaptación a él que presenta Goffman son “un llamado al inmovilismo”. “Lo importante es –como señala Goffman– ‘mantener un cierto tipo especificado y obligatorio de equilibrio ritual’, a cambio de vivir tácticamente ‘ajustado’, ganando sin apostar, salvando la cara sin exponerla más de lo exigido” (Brunner, 1977d: 72, 73).

En un texto publicado cuatro meses después –“El orden del cotidiano, la sociedad disciplinaria y los recursos del poder” (1977f)– Brunner seguirá analizando el enfoque de Goffman. Para constituir su propio instrumental teórico, los estudios de Goffman le “proporcionan un buen ejemplo sobre lo que ha sido hasta el presente el análisis de situaciones cotidianas”. La interpretación de Brunner, por su parte, está encaminada a poder analizar la situación en Chile; su interés, tal como precisa, está en la “sociedad disciplinaria” (Brunner, 1977f: i). De ese modo, la lectura que hace de Goffman la realiza en gran medida asumiendo el enfoque de Foucault. Relaciona, así, la organización social del cotidiano con la hegemonía, por la vía de los mecanismos disciplinarios.

Según Brunner, Goffman presenta el orden cotidiano como un orden moral acordado entre las partes. Es una noción ilusoria del orden, en la medida que muestra a sus participantes como libres e iguales y que a este orden no lo marca ninguna estructura de intereses ni de dominación. Además, sus protagonistas son fundamentalmente de clase media: empleados, profesionales, profesores, vendedores, policías, ascensoristas, y que no aparecen en el mundo del trabajo. Goffman describe eventos que transcurren en la calle, en restaurantes, en horas libres, etc. Los individuos no aparecen como homo faber ni como zoon politikon. Con eso, resulta un mundo artificial que no toma en cuenta las radicales asimetrías existentes entre los participantes, las cuales involucran que ellos tengan recursos de poder diferenciales para definir la situación. Brunner lo ilustra con el caso de Molloy, de la obra de Becket, descansando en muletas e interpelado por un policía por su “mala postura” sin que pueda defenderse e impedir ser llevado a la comisaría. No hay una efectiva negociación de la situación. Algo semejante es lo que podría decirse de la interacción laboral cotidiana entre un empleado y los gerentes de su empresa, o entre una secretaria y su jefe.

De tal modo, Goffman contribuye a otorgarle objetividad, junto con verdad y carácter moral, a un orden en que se oculta la subordinación al poder y la desigualdad (Brunner, 1977f: 99). En la interpretación de Brunner, la visión goffmaniana del orden cotidiano es: “Hay que hacer lo debido porque es bueno hacerlo, y es bueno porque es lo que hay que hacer” (Brunner, 1977f: 35). Plena circularidad del argumento moralista o normativista de Goffman.

Las obras fundamentales de Goffman son de los años 1960 y 1970. El análisis crítico que hace Brunner es contemporáneo a su producción y representa un tipo de cuestionamiento, conectado con enfoques europeos, que en ese momento no se está haciendo. Representa, además, un tipo de crítica que análogamente puede extenderse a otras obras con raíces en la fenomenología que en esta época adquieren gran difusión, como las de Schutz, Garfinkel, Cicourel, Berger y Luckmann. Los trabajos de Brunner podrían haber tenido acogida internacional si es que hubiera procurado posicionarlos en las revistas de países centrales. Brunner, no obstante, no estaba interesado en ello, como no lo estaban en general sus colegas de Flacso, ni los cientistas sociales chilenos en esos años. Lograr publicar en los países centrales no era ni buscado ni mayormente valorado. No tenía repercusiones en el campo científico local, ni era fuente de motivación o crédito para los investigadores.

Orden y disciplinamiento

El orden social del cotidiano es introducido, según Brunner, por las disciplinas. Ellas lo organizan y le dan su contenido de regulaciones. Se trata de formas de poder que no operan ni por medio de la violencia ni a través de las ideologías, sino por medio de una variedad de técnicas que actúan en el detalle de gestos, miradas, posturas, expresiones y movimientos, en el despliegue de las fuerzas del cuerpo. Sobre estos micropoderes, sobre este mundo de las disciplinas “se asienta toda la estructura de las dominaciones y explotaciones” (Brunner, 1977f: 54).

En la parte final de este texto, El orden del cotidiano, de 103 páginas, Brunner analiza el orden de lo que llama sociedad disciplinaria, es decir, de una sociedad que funda el orden directamente en las disciplinas, sin una mediación de consenso. Aunque habla en general, el referente permanente de Brunner es la sociedad chilena, y respecto a ella ejemplifica y hace alusiones.

Las disciplinas se convierten en prolongación del Estado y sus aparatos (Brunner, 1977f: 84). El Estado autoritario reorganiza la esfera pública de la sociedad, reduciéndola a un mero ámbito de orden público. Así, la esfera pública deja de ser espacio de acción común, de búsqueda de consenso y es, en cambio, objeto de relaciones disciplinarias donde no se acepta el conflicto. La política se vacía de contenidos comunicacionales y se asume como técnica, materia de expertos. Es lo que ocurre, por ejemplo, respecto a la pobreza (Brunner, 1977f: 90-94). Las mediaciones culturales se hacen superfluas. Expresión de los efectos que esto provoca es el llamado “apagón cultural” ampliamente comentado en la prensa de esos años.

Esta concepción de Brunner sobre un orden fundado exclusivamente en los micropoderes disciplinarios es su interpretación de un régimen que en sus primeros años se ha basado en la represión y en el control administrativo. Gradualmente, sin embargo, la dictadura irá diversificando su forma de acción y sus intelectuales orgánicos la irán proveyendo de nuevos mecanismos y procedimientos que también impactarán en la cultura y apelarán al consentimiento. En sus obras de dos o tres años después Brunner considerará otros elementos del régimen que expresan esfuerzos por el logro de hegemonía cultural y no solo el disciplinamiento.

En este texto, además, la noción misma de disciplina, pese a que es reiterada, queda en una cierta nebulosa en cuanto al contenido y operatoria precisa de los mecanismos disciplinarios en el caso chileno. Uno debe remitirse a los textos de Foucault para obtener mayor especificidad empírica. En sus estudios sobre la cultura autoritaria en Chile, Brunner especificará mecanismos de disciplinamiento. En sus trabajos sobre el período posterior a la dictadura, sin embargo, prácticamente desaparecerán las referencias al disciplinamiento

Brunner conecta la noción de hegemonía con la operación de las prácticas disciplinarias, pese a que, como reconoce, “en rigor, las disciplinas no internalizan nada, no apelan a la conciencia de los individuos, no forman parte de su ‘educación moral’. Operan directamente sobre los cuerpos a los que introducen en un aparato de producción y a los que sujetan a relaciones de poder” (Brunner, 1977f: 54). Hay en esto una incongruencia entre la forma de operación de la hegemonía y la de las disciplinas. En este momento, Brunner está sumando, abstractamente, a Foucault y Gramsci. El momento para afinar las conexiones y resolver los desacoples o desajustes será cuando realice trabajos sistemáticos de investigación empírica.

Conciencia de clase

Tal como en un texto anterior (1980k) Brunner había puesto especial atención en discutir el concepto de ideología, en “Conciencia de clase: I Problemas de la ontología marxista” (1980n), hace algo análogo con el de conciencia de clase. Uno tras otro va abordando, discutiendo y clarificando elementos conceptual teóricos que son parte de la organización de la cultura, que es su objeto general de estudio y sobre la cual ha estado armando su discurso sociológico. En este texto analiza la conciencia de clase desde la perspectiva de la ontología marxista, basándose en Marx, Lukács, Lenin y Mészáros, principalmente. Es un análisis crítico, que muestra las insuficiencias teóricas de tal enfoque y que Brunner –según declara– se proponía complementar, en futuros trabajos, con la perspectiva de Gramsci.

El punto de partida es que “para el marxismo no hay probablemente otra cuestión que dé lugar a tanta confusión y polémicas como lo es la cuestión de la conciencia de clase” (Brunner, 1980n: 1). En el marxismo inicial, hay una oscilación entre asumir clase y conciencia, con carácter ontológico y definidas abstractamente en cuanto realidades transhistóricas, y entenderlas con una existencia empírica, histórica. Con frecuencia, en estos primeros análisis, la lucha de clases parece ocurrir entre esas clases “puras, abstractas”, lógicas, pero ontologizadas. Se requería, así, una reconexión con la clase y conciencia empíricas.

El problema es precisado por Lukács, quien aporta una línea de solución con grandes repercusiones prácticas. El ser de la clase (obrera), determinada por su posición en la relación de producción, con su subordinación al capital, conlleva una conciencia de clase verdadera, consciente de su situación y de la necesidad de su liberación. Tal conciencia, sin embargo, es atribuida o imputada; es una posibilidad objetiva. Es una conciencia que percibe los objetivos finales, de largo plazo, que da cuenta de la totalidad social. La conciencia empírica o psicológica, por su parte, está sometida a determinantes históricos y se orienta a intereses momentáneos. Es el tipo de conciencia que conduce habitualmente a una orientación sindicalista, de reivindicaciones puntuales. Lukács es quien precisa el papel interconector del partido y sustenta, de tal modo, los planteamientos de Lenin. El partido es el medio que conecta la lectura del momento histórico y, por ende, la conciencia psicológica o empírica de clase con la visión del conjunto de la sociedad y con el tiempo largo; es decir, conecta con la ontología social, con la clase “objetiva” y con esa conciencia “verdadera” o atribuida. El partido es la entidad social que puede transportar e importar tal conciencia al proletariado.

El partido, a través de la teoría marxista, logra esa visión racional, totalizante, accede a esa captación del ser efectivo de las cosas, prefigura esa “conciencia verdadera”, y la lleva a la clase trabajadora, permitiéndole a esta superar su visión de corto plazo, meramente reivindicacionista. El partido, de tal modo, se convierte en portador de la teoría y de la racionalidad finalista de la clase (Brunner, 1980n: 25). Sobre esa base, puede asumir el rol de dirigir a esa clase y educar su conciencia. Se tiene así un fundamento ontológico del centralismo y disciplina del partido. Por su parte, otras clases (como las capas medias) no cuentan con el equivalente de la conciencia atribuida del proletariado. El supuesto teórico al respecto es que solo desde ciertas posiciones en el proceso de producción puede una clase tener conciencia de la totalidad y asumir una perspectiva de transformación de la sociedad entera (Brunner, 1980n: 24). Más allá de tal afirmación, este enfoque no agrega más: hay un vacío teórico respecto a la conciencia de otras clases.

Brunner cuestiona, sin extenderse, esta ontologización del ser de la clase, basada en una construcción teórica, que lleva a concebir la conciencia de clase como una derivación de ese ser y que le asigna al partido la propiedad y transporte de su conocimiento “verdadero”, con lo cual se constituye como intelectual colectivo, enunciador de la conciencia de clase y capaz de realizar un socialismo científico que supera el empirismo y el utopismo.

El recorrido de Brunner en esta materia muestra las insuficiencias de este pensamiento marxista con su reificación de planteamientos teóricos, supuestos de conocimiento verdadero, y consagración de una vanguardia iluminista. Podemos ver que tiene similitudes con los planteamientos que hace, por esta época, Moulian. Seguramente que este tema fue materia de conversaciones y discusiones entre ellos y otros integrantes de la Flacso, como Lechner. Moulian, en todo caso, lleva las reflexiones hacia la discusión sobre el marxismo y los partidos de izquierda en Chile. Brunner, por su parte, está elaborando una formulación teórica sobre cultura, poder, orden y comportamientos cotidianos.

Primeras investigaciones sobre educación

Paralelamente a los trabajos de carácter exclusivamente teórico, comienza Brunner sus indagaciones específicas sobre la educación, las cuales producirán variedad de publicaciones durante los próximos años. En una obra de 1977 –“Educación y cultura en una sociedad disciplinaria”– hace un análisis sobre la educación bajo la dictadura y, conjuntamente, “ofrece un esquema teórico de interpretación que en tal sentido aspira […] a un grado relativo de generalización” (Brunner, 1977e: 5).

Comienza analizando los enfoques prevalecientes sobre la relación entre educación y desarrollo, particularmente el enfoque funcionalista y el modelo de capital humano. Ellos habían sustentado la noción “de sentido común entre muy diversos grupos e instituciones del continente […] que la educación podía ser una importante palanca para promover la modernización de nuestras sociedades y ampliar o fortalecer procedimientos democráticos de gobierno” (Brunner, 1977e: 3). “Ese relativo consenso que existió durante la década del 60 […] fue sin embargo efímero”. Cambiaron los enfoques teóricos y cambió la situación en el continente. Para exponer tal cambio analiza el caso chileno durante el régimen militar.

Primero, muestra la expansión del control administrativo de la cultura y la educación, que busca la depuración ideológica y elimina el pluralismo. Para sustentar tal descripción proporciona numerosos ejemplos de documentos, circulares, reglamentaciones y bandos, en que se manifiestan medidas de tal tipo. Segundo, explica que detrás de esto hay procesos de fondo que afectan a la cultura y educación. Brunner los sintetiza en dos tesis, que luego explica y fundamenta en el resto del artículo.

Primera tesis: “El paso de un régimen político abierto –con presencia por lo tanto de un grado relativamente alto y sostenido de conflicto social y político institucionalizado en términos de la creación, mantención y transformación de un consenso de orden que permita reproducir la integración de la sociedad nacional– a un régimen político cerrado, donde ese orden es impuesto por virtud de mecanismos de control y disciplinamiento de la sociedad, produce un cambio radical en la función que desempeña la cultura en esa sociedad” (Brunner, 1977e: 13).

Se trata del relato sobre el paso a la sociedad disciplinaria, que ha estado elaborando en sus trabajos previos. En el régimen político abierto, la cultura es el ámbito de expresión de sus conflictos. Es en la cultura y por medio de ella que clases y grupos logran establecer su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. En un régimen político cerrado, en cambio, “el predominio ejercido por ciertas clases y grupos se funda […] en su capacidad de control del todo social a través de su disciplinamiento, sometiéndolo para ello a una política de Estado”. El Estado “invade la sociedad […] a través de una vasta, compleja y apretada red de disciplinas que controla –hasta el nivel más microscópico– la actividad de los individuos, de los grupos, instituciones, etc.”. Por tanto, “lo que caracteriza a un régimen autoritario es justamente esto: que el orden es obtenido no por un consenso expresado a través de una hegemonía cultural, sino que lo es por medio de una envolvente operación de poder”. Así, “la cultura es arrancada en buena medida de la esfera pública, y experimenta con ello una transformación mucho más honda que aquella que le viene impuesta por los controles administrativos a que se le sujeta” (Brunner, 1977e: 14, 15).

La segunda tesis es que, paralelamente, “la educación cambia también su función social: básicamente le corresponde cumplir con el papel de socializar en un mundo disciplinario a las nuevas generaciones; a la vez debe validar en términos de capacidades y talentos la desigualdad social que se genera por las posiciones diferentes que las familias y los individuos ocupan en la economía y la sociedad” (Brunner, 1977e: 18).

Por una parte, entonces, la educación socializa para el logro de “máxima obediencia y máxima utilidad”, para lo cual “le basta adaptarse a las formas que adquiere la comunicación social en un régimen político cerrado”. Por otra parte, la mercantilización de la educación oculta las relaciones de desigual distribución del capital humano, cultural y económico preexistente y las reproduce. Evade el problema de esa desigualdad previa (Brunner, 1977e: 25, 26).

Finalmente, concluye que “si nuestra interpretación es válida, la educación –que hace diez años se promovía en América Latina como un factor potencial de cambio social, modernización de las sociedades y de su democratización– hoy se encuentra afectada por un profundo cambio en la función que la cultura cumple dentro de regímenes políticos determinados. En esta nueva situación, el sistema educacional asume también otro papel: debe valorizar la educación como mercancía, sirviendo de esta manera a la reproducción del capital cultural, al mismo tiempo que recrea las condiciones de un orden que se expresa a través del movimiento de disciplinamiento total de la sociedad” (Brunner, 1977e: 30).

Este texto, junto con marcar el inicio de los estudios sociológicos de Brunner sobre la educación en la dictadura, es también el primer texto suyo publicado fuera del país. Con el título “La miseria de la educación y la cultura en una sociedad disciplinaria” aparece, en el mismo año 1977, en la revista venezolana Nueva Sociedad, en la cual seguirá publicando en los años venideros. Nueva Sociedad es una revista política fundada en 1976 en Costa Rica, como proyecto de la Fundación Friedrich Ebert, y desde 1976 radicada en Venezuela. Esta revista, “con los años llegó a convertirse en una de las referencias más estables de las ciencias sociales latinoamericanas” (Aranguren, 2010: 7). Entre 1976 y 1992, estuvo muy centralmente orientada a la izquierda que luchaba con las dictaduras de la región y que buscaba, luego, la consolidación democrática.

La figura del pobre

En términos de cantidad de publicaciones, la productividad de Brunner en 1978 es inusualmente reducida. En los 10 años siguientes publicará un promedio de 15,4 textos por año. No obstante, en 1978 publica solo uno de carácter académico: “Apuntes sobre la figura cultural del pobre” (1978a). El tópico podría parecer que se aparta de los que venía trabajando, pero esto no es del todo así. Su objeto es la pobreza como “hecho cultural”, en su constitución discursiva. Es una indagación profundamente foucaultiana. Ahora, sin embargo, ya no es solo el Foucault de Vigilar y castigar, sino también el de Historia de la locura (1976 [1964]), de la Arqueología del saber (1970 [1969]), de El nacimiento de la clínica (1973 [1963]) y de la recientemente publicada Historia de la sexualidad: La voluntad de saber (1977 [1976])100.

Es un texto de 99 páginas, escrito en diálogo con Foucault, pero también con Marx, revisando extensamente la obra de Braudel, Capitalism and Material Life, 1400-1800, obras de Hobsbawn y diversos otros autores que aportan al estudio de la pobreza.

Constituye otro original trabajo de Brunner que, de manera ambiciosa, se plantea una indagación histórica, en una perspectiva amplia, que cruza Europa, EE.UU. y América Latina, sobre la configuración discursiva de la pobreza. En cierta forma, anticipa lo que será la perspectiva del Análisis de Discurso Crítico, de los años 1990, pero incluso con mayor complejidad y riqueza analítica que muchos de los trabajos que usarán tal aproximación.

Contiene una construcción teórica sugerente y bien elaborada, aunque parte de ella debe leerse en largas notas al final del texto. Denotando su carácter de obra en proceso la llama “apuntes” y además especifica que es la “parte I”, aunque no llegó a existir la proyectada “parte II”. De hecho, el texto no incluye conclusiones y el término ocurre de modo abrupto. La enorme amplitud del objeto de estudio cabe pensar que dificultó la empresa. Por otra parte, sus objetos más habituales de indagación volverán a retener su atención y esta particular línea de investigación no la continuará. La elaboración teórica, sin embargo, seguramente le fue de provecho para clarificar su pensamiento. Así como textos anteriores representaron su confrontación con Goffman, este lo es con Foucault. En especial, le cuestiona asumir el discurso como un hecho meramente discursivo, inmanente a la práctica que lo produce. A ello, Brunner le contrapone abordar el discurso como resultado de prácticas discursivas al interior de una organización de la cultura (plano 1), situadas en un campo de relaciones de fuerza (plano 2), que a su vez expresan grandes movimientos estratégicos de esa organización cultural. Así, a través de esas prácticas discursivas, la sociedad produce y reproduce su orden social, sobre la base de unas relaciones de producción de la vida material de sus miembros (Brunner, 1978a: 86)101.

Cuánto de este planteamiento efectivamente difiera o no del de Foucault, tal como aparece desplegado, por ejemplo, en los Dits et Ecrits, que contienen el conjunto de la obra de este autor, probablemente no tenga mayor importancia. Lo importante es que Brunner logra una interpretación personal y coherente, que se apropia de las elaboraciones de Foucault, adaptándolas y, en algún grado alterándolas, haciéndolas adecuadas para los fines propios.

El argumento de Brunner, pues, es que la figura de la pobreza y del pobre se constituye como acontecimiento en el plano del discurso, “donde ciertas relaciones de poder y de saber se organizan y expresan a través de esa figura, que a su vez cumple unas ciertas funciones en la economía del orden de una sociedad” (Brunner, 1978a: 83). De este modo, en tal discurso, poder, sentido y orden se combinan. Discernibles en un segundo plano, diversas fuerzas, combinaciones de poder-saber, delimitan y demarcan esa figura: acciones legales, médicas, asistenciales, jurídicas, policiales, de difusión masiva. Estas, a su vez, históricamente adquieren configuraciones particulares, de carácter táctico o estratégico.

Entre estas configuraciones, o movimientos configuradores que han moldeado de una u otra forma la figura del pobre, alcanzando efectividad productiva (o performativa, como diríamos ahora), Brunner distingue cuatro: (1) La configuración de la pobreza como marginal a la sociedad, tal como la ha constituido la Desal en América Latina, derivándose de ello, por tanto, la tarea de re-inclusión de los pobres (o de mantenerlos a distancia). (2) La pobreza configurada como conducta individual desviada, peligrosa, constituyendo el desorden dentro del orden, frente a la cual se plantean acciones que pueden ser policiales o de re-socialización; en este último caso, el pobre es asumido como objeto de acción correctiva, preventiva o pedagógica. (3) La pobreza configurada como un tipo de carencia que constituye un problema objeto de políticas públicas (prácticas económicas, educacionales, judiciales, etc.). Esto involucra establecer relaciones asistenciales, ofreciéndoles algún tipo de ayuda concordante con cómo se definan las carencias de base que son problemáticas. (4) La pobreza como una particular cultura, como conjunto de orientaciones cognitivas, valóricas y de acción que impiden mejorar las propias condiciones de vida. Esta constituye una pobreza subjetivizada frente a la cual no basta la ayuda material y que es resistente al cambio.

La constitución de tales configuraciones es abordada empíricamente, por Brunner, en referencia a la historia de la pobreza en Europa y algo en EE.UU. y América Latina. Las referencias europeas son principalmente a Inglaterra, con abundantes citas de Marx, Engels, Hobsbawn y otros, sobre el período temprano del capitalismo. En el caso de América Latina, Brunner aborda especialmente el enfoque de la marginalidad de Desal, del cual Vekemans es la figura más destacada.

Una polémica en la izquierda: la condena de Brunner a los “pequeños dioses”

En enero de 1979 aparece publicado en Análisis, revista de izquierda, el artículo “Si solo ayer éramos dioses”, de Eugenio Tironi (1951-), joven dirigente del MAPU Garretón, que venía llegando al país después de tres años en el extranjero (octubre 1975-diciembre 1978), donde había estado dedicado a actividades políticas, aunque no exiliado102. El texto de Tironi, de breves siete páginas, tematizaba un cierto clima emocional y subjetivo de sectores de izquierda. Expresaba, en particular, los sentimientos de frustración de quienes, durante la Unidad Popular, habían experimentado sentimientos de “omnipotencia”:

“Fuimos dioses desde siempre […]. El mundo lo sentíamos en nuestras manos. Vivíamos cual protagonistas de una historia propia”. Hacia fines de los años 60, “nuestra generación sale a la palestra. No entramos pidiendo permiso: éramos los dueños del país. […] Si nos resultaba discutible el planteo de un profesor, lo interrumpíamos sin más y le rebatíamos; […] nos tomábamos las universidades, los liceos y hasta los colegios particulares si la educación nos parecía reaccionaria; si la antes sagrada jerarquía de la Iglesia Católica nos resultaba ajena, nos tomábamos la Catedral de Santiago; […]. Nuestra ‘omnipotencia’ no parecía encontrar límites sociales infranqueables […]; el carro […] avanzaba en el sentido que queríamos, aun cuando su marcha nos parecía irritantemente lenta” (Tironi, 1984 [1979]: 17-19).

“En septiembre de 1973 –seguía el artículo–, de pronto, de un día a otro, se puso fin a todo eso liquidando aquella tendencia histórica sobre la que se sostenía el universo de nuestra generación. Quedamos intempestivamente en el aire y a la deriva; quedamos como desamparados, sin más referencias confiables […]. Violentamente nos quitaron el camino, el paisaje, la luz, el horizonte, el universo entero. Todo se volvió desconocido, inmanejable e incomprensible, aterrorizante […]. De la noche a la mañana nos trasplantaron al vacío del sueño y del recuerdo. Nos arrebataron el presente. […]. Ya no somos dioses; no somos dueños, ni protagonistas, ni arquitectos, ni parte de nada” (Tironi, 1984 [1979]: 20, 21).

Concluía con un llamado a enfrentar la nueva situación sin desanimarse:

Nuestra generación no puede aceptar la encrucijada de seguir arrastrándose en la frustración o renunciar a su histórico sentimiento de ‘omnipotencia’, para integrarse a la ‘vida’ infantil que nos ofrecen bajo sones militares […]. Tenemos la obligación, entonces, de aprender a vivir […] en este nuevo universo […]. No para aceptar este universo, sino para cambiarlo […] (Tironi, 1984 [1979]: 23).

El texto concitó la atención en los círculos de oposición. El propio Tironi (2013: 70) dice, muchos años después, que “de todas las cosas que he escrito, nada ha tenido más repercusión y recordación que ese texto. Pienso que fue porque ponía en blanco y negro un duelo que no habíamos hecho”. Es un texto retóricamente atractivo, que sintoniza con los sentimientos de muchos de los jóvenes que vivieron la frustración de la derrota y el desalojo: “violentamente nos quitaron el camino, el paisaje, la luz, el universo entero” (Tironi, 1984 [1979]: 20).

El mismo día que Brunner leyó ese artículo, discutiéndolo con su amigo Carlos Catalán, se sintió impelido a contestarlo. En el próximo número de la revista Análisis aparece su artículo: “El ocaso de los ‘pequeños dioses’”. Es un texto de retórica incisiva que “descuartizaba sin misericordia” el artículo de Tironi, según reconoce este mismo (Tironi, 2013: 71).

Brunner ironiza sobre las fantasías sociales de omnipotencia de jóvenes pequeño burgueses, que elaboran su experiencia “en términos de un sentimentalismo pre ideológico; o de una ideología primitiva construida sobre sentimientos desarrollados sin mayor confrontación ideológica” (Brunner, 1979b: 13).

Dice tratar el testimonio de ETB, que es como aparecía el nombre del autor, como un texto que es “manifestación de una cierta conciencia social. La expresión de una actitud política. El recuentro de una experiencia colectiva. Y las formas de su elaboración” (Brunner, 1979b: 13). Así asumido, estima que representa la postura de “pequeños dioses” que contribuyeron a “barrenar” la hegemonía de la democracia y de las fuerzas progresistas y “la debilitaron en medio de sus querellas”.

Brunner es extremadamente duro y su enojo va más allá de lo dicho en el texto de Tironi. Sus palabras son, en cierta forma, un ajuste de cuentas con la irresponsabilidad demostrada en el período de la Unidad Popular por grupos radicalizados, con ese sentido de omnipotencia que no medía consecuencias y que se arrogaban un lugar especial en la historia por supuestos méritos propios. Era la postura adoptada por quienes sostenían la posición de “avanzar sin transar”, en la que había estado el MAPU Garretón, y del cual ahora Tironi era un dirigente destacado y en cuya calidad había sido su estadía de tres años en el extranjero, de la que venía llegando en diciembre de 1978. Brunner habla con la voz de los que sí medían las consecuencias, de los que no estaban seguros de lo que podía lograrse, de los que consideraban que las convicciones debían moderarse con una ética de la responsabilidad. Es una reprimenda a los jóvenes impetuosos que, por lo demás, parecían seguir creyendo en su relevancia, preservando “fantasías sociales de omnipotencia”. “Pequeños dioses” que continúan pensando “en términos de su importancia histórica, de su identidad histórica y su histórica misión”, planteada en términos “grandilocuentemente vagos”: “destruir el nuevo universo”, “contribuir al reencuentro de nuestro pueblo”, “hacer de Chile la obra diaria de su gente”. Brunner no hace ninguna concesión a esas expresiones retóricas de inspirado tono romántico. Concluye, elocuentemente, con una frase que también pone como epígrafe: “al pueblo lo que es del pueblo; a la pequeña burguesía sus ‘pequeños dioses’” (Brunner, 1979b: 12).

Este es un texto que, junto con mostrar la buena pluma de Brunner y la presteza de su escritura, revela sus sentimientos en asuntos políticos. En su artículo afloran sentimientos todavía intensos, a juzgar por la fuerza retórica, respecto al voluntarismo de ciertos sectores que “se radicalizan y adoptan un estilo definitivamente carismático y mesiánico de hacer política” y, de ahí, a esas “fantasías sociales de omnipotencia”, con una “ideología triunfalista”. Brunner condena esta postura que estima tuvo fatales efectos y advierte contra el riesgo de su persistencia y el retorno de esos pequeños dioses con su atractivo mesiánico.

El texto de Brunner también es una forma de autopresentación. A través de la asertividad de su crítica y estilo categórico se auto presenta implícitamente como un autor muy seguro de su posición y enjuicia a Tironi con la convicción de quien puede hacerlo y que cuenta con el reconocimiento de un público que lo avala. En palabras del mismo Tironi, en tal época Brunner era “uno de los más reputados intelectuales disidentes” (Tironi, 2013: 72). Escribe como tal. Su discurso es tajante, definitivo. De hecho, Tironi no respondió; con honestidad, reconoce que “no habría sabido cómo hacerlo. Estaba demasiado desmantelado como para reaccionar en el plano que él lo hacía, con alusiones a los ‘factores sociales’, a las ‘fuerzas populares’ y a la ‘pequeña burguesía’” (Tironi, 2013: 71).

El artículo de Brunner también expresa su compulsión a responder frente a planteamientos públicos en que se siente interpelado, frente a materias que para él son sensibles y relevantes. El sentido de la experiencia colectiva de su generación es una de ellas, y no acepta dejar que sea interpretada de cualquier manera, sobre todo por las consecuencias de las actitudes y posiciones asumidas. Para él es muy relevante ese trabajo de elaboración de sentido. Efectivamente, la respuesta de Brunner va más allá de Tironi. Es a la forma de interpretación que el texto de este manifiesta. Si bien la intención de Tironi pudo haber sido más bien catártica, Brunner se preocupa por su potencialidad orientadora de la interpretación colectiva. Tales interpretaciones no son inocuas. Brunner representa la conciencia reflexiva en la materia. En la misma línea, destinará gran esfuerzo en los años siguientes a revisar y analizar la experiencia colectiva de los jóvenes de su generación durante la reforma universitaria y las experiencias colectivas durante la dictadura. A su juicio, tales narrativas son importantes, son orientadoras, guían la autointerpretación colectiva; tienen efectos. Así, Brunner se siente forzado a intervenir. Para él, callarse no es una opción.

La organización liberal de la cultura y Gramsci

A principios del mismo año publica otro texto de discusión y articulación teórica –“La organización liberal de la cultura” (1979a, 115 pp.). Señala Brunner que para las ideas que expone aprovechó las discusiones que tuvo en 1978 en Ceneca, centro académico independiente dedicado a los estudios de comunicación, la realización de un seminario con alumnos del Instituto de Sociología de la Universidad Católica y “conversaciones e indicaciones” de Enzo Faletto.

El texto integra una gran cantidad de temáticas: racionalización, cultura liberal, capitalismo, hegemonía, esfera pública, cultura de masas y mucho más, buscando aumentar las conexiones teóricas que ha estado desarrollando en sus obras previas.

Así como antes había profundizado en la obra de Foucault, en el presente texto toma lugar una profundización en el trabajo de Gramsci. La obra de Gramsci le provee del principal tejido teórico interconector. El enfoque general es gramsciano. La categoría de la hegemonía cruza todo. Como señala Brunner en un punto, “aquí Foucault se deja orientar por Gramsci” (Brunner, 1979a: 13).

Como de costumbre, el texto está provisto de abundancia de referencias bibliográficas. Entre los numerosos autores citados y tratados destacan, además de Gramsci y Foucault, Weber, Hegel, Marx, Horkheimer, Adorno, Habermas, Arendt, Althusser y MacPherson.

Su objeto de estudio en el texto, la organización liberal de la cultura, corresponde, desde la interpretación de Brunner, tanto en su origen como evolución, a la formación y desarrollo de la hegemonía burguesa. La primera parte del trabajo la destina a dar cuenta teóricamente de esta relación entre hegemonía y organización de la cultura. Sigue la noción gramsciana de hegemonía en cuanto “dirección intelectual y moral” de la sociedad, que dispone para ello los medios de producción intelectual necesarios (Brunner, 1979a: 3, 4). Por su parte, “la organización de la cultura es el contenido de orden o consenso de orden de una época. Es la síntesis de un conjunto complejo de relaciones sociales de dirección, dominación, acatamiento, represión, persuasión, subordinación, obediencia y explotación que cotidianamente se manifiesta en el terreno de la producción, los modos de trabajar, de consumir, de saber y en todas las interacciones, aún las más rutinarias y, por eso mismo, densas de materia social” (Brunner, 1979a: 4, 5).

Destaca Brunner el carácter dinámico y conflictivo de tal organización de la cultura: “toda organización de la cultura […] expresará determinadas relaciones de fuerzas y el carácter específico de la lucha de hegemonías en una sociedad determinada, así como el peso relativo, en esa sociedad particular, de las organizaciones culturales transnacionales”. Por otra parte, “la organización de la cultura […] no se reduce a un complejo formidable de aparatos hegemónicos; los incluye, pero además los desborda”. De cualquier modo, el aspecto central destacado es que “la lucha de clases transcurre al interior de la organización de la cultura” (Brunner, 1979a: 7). En esta perspectiva, la distinción entre infraestructura y superestructura se diluye.

“Consiguientemente, hay que dejar atrás una visión puramente económica de la lucha de clases, o puramente enfocada desde el punto de vista de la posesión o no de un poder-objeto. La lucha de clases es, en la trayectoria larga, una lucha dentro de […] ‘la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de la violencia y la civilización’ [cita de Gramsci] […]. Hay que entender estos como momentos complejamente entrelazados de la lucha […]. La lucha de hegemonías es lucha de clases por el dominio y la dirección en todas las esferas de la vida social, y esa lucha, esa conflictividad tiene infinitas maneras de expresarse […]” (Brunner, 1979a: 11).

En la segunda parte del texto, Brunner se dedica a analizar los elementos fundamentales de la organización liberal de la cultura. Describe algunas características del contenido típico de ella: concepción articulada en torno a individuos como decisores racionales, igualdad formal de los individuos, etc., que ocultan las relaciones capitalistas de producción y los procesos y mecanismos a través de los cuales se configura esta organización cultural: racionalización capitalista del mundo de la vida, formación de un espacio público y una opinión pública, constitución y operación de circuitos y aparatos hegemónicos.

Respecto a esa distinción entre “circuitos” y “aparatos”, Brunner precisa que “un circuito hegemónico es a la vez algo más diversificado, movible, poco cristalizado en estructuras y diversificado que un aparato en cuanto a sus elementos constitutivos. El aparato tiene un carácter institucional más marcado, y puede delimitársele, por lo mismo, con mayor precisión. El circuito se asemeja más a una red abierta […]; mientras que el aparato tiende a identificarse con una organización formal” (Brunner, 1979a: 89). “Todo aparato hegemónico tiene una triple articulación: económica, en un modo de producción determinado […]; política, con una clase dominante […]; cultural, con las concepciones generales de la vida […], momento determinante de la unidad intelectual y moral de una clase” (Brunner, 1979a: 93).

“De todos los aparatos hegemónicos tal vez el más característico de la organización liberal de la cultura es el sistema educacional y su núcleo, la escuela” (94). Otro aparato hegemónico decisivo es el partido político. “Es un órgano principal de las luchas de hegemonías; un centro de formación y cohesión de la clase; un elemento de educación y de desarrollo de la conciencia colectiva, de un lenguaje político emancipado y capaz de responder a las experiencias sociales y de lucha cotidiana de la clase, etc.” (99). Otro aparato es la prensa, con sus potencialidades para administrar la opinión pública. La prensa opera como “órgano de orientación y conexión, de interpretación y cohesión, en fin, de elaboración de un lenguaje cotidiano para nombrar socialmente los sucesos en la lucha de clases” (Brunner, 1979a: 103).

En el texto, Brunner destina bastante espacio a su exposición sobre la esfera pública, “base esencial para el desarrollo de las luchas de hegemonía y para el empleo de procedimientos democrático-representativos en la conducción de la sociedad” (Brunner, 1979a: 42). El espacio público aparece como un mecanismo típicamente moderno y burgués, como lugar de mediaciones entre lo particular y lo público, que contribuye a la organización del orden político y cultural, y base para la formación de la opinión pública. Experimenta diversas transformaciones con la emergencia de la industria cultural y cultura de masas, y bajo modalidades autoritarias o democráticas. Es espacio, además, de luchas democráticas.

Lo anterior son solo algunas de las ideas que el texto desarrolla, pero en él hay mucho más. Hay una diversidad de puntos y en cada punto abundan los argumentos y comentarios, que se expanden haciendo difícil sintetizarlos. Junto con la riqueza de contenidos se presenta también el eventual inconveniente de la abundancia. El texto puede abrumar y no siempre es fácil de seguir. De cualquier modo, probablemente es al propio Brunner a quien más sirvió la escritura de este texto, “como paso esencial y necesario para continuar ahora con un análisis de la organización de la cultura en Chile” (Brunner, 1978a: 105)103.

Primeros análisis de la cultura autoritaria en Chile

En el resto del año 1979, Brunner continúa haciendo elaboraciones teóricas, pero ya directamente vinculadas al análisis de la situación en Chile. Sus trabajos en este año tienen dos focos principales: los cambios generados en la organización de la cultura o del modelo cultural y las transformaciones en el ámbito de la educación.

Tres textos están dedicados a la cultura, todos explorando la transformación cultural bajo el régimen autoritario y en los cuales va enriqueciendo su argumentación teórica y va elaborando análisis empíricos guiados o iluminados por su construcción teórica. Al mismo tiempo, va haciendo tipificaciones o afirmaciones generales sobre las transformaciones autoritarias. En ellos es marcada y explícita la impronta teórica de Gramsci con su noción de hegemonía, pero Brunner incorpora conjuntamente elementos de Habermas, Foucault, Touraine y otros, en una articulación propia. En estos textos Brunner comienza a citar una mayor cantidad de investigadores nacionales y se vale para sus análisis, de manera más sistemática y abundante, de fuentes directas: artículos de prensa, declaraciones, decretos legislativos, reglamentos, así como resultados de investigaciones nacionales diversas.

Comienza su artículo “La cultura en una sociedad autoritaria” (1979c) con una afirmación que remite a Marx, de que la sociedad se produce a sí misma. La base para tal autoproducción surge, históricamente, con la producción de un excedente, de algo más que lo necesario para la reproducción de la vida. El manejo del excedente va asociado a la división en clases sociales, básicamente entre quienes realizan el trabajo necesario para la subsistencia y quienes controlan y organizan el trabajo. Excedente y dominación van a la par.

Junto con la producción material y posibilitando su complejización, se desarrolla la comunicación, la interacción entre los miembros de la sociedad mediante el lenguaje y otras formas de simbolización. Esta es la dimensión de la creatividad social; es el espacio de la organización cultural, que permite a la sociedad mirarse a sí misma, conocerse y proponerse metas y orientaciones de acción. Así, la producción de la sociedad se apoya en esta dimensión comunicativa y en la dimensión de la producción de la vida material, ambas estrechamente interconectadas. Cómo haga la sociedad tal autoproducción es algo expresado en su peculiar forma de “organización cultural”, en su “modelo cultural”.

En Chile, el Estado de compromiso, esa entidad que hemos visto configurada y ampliamente descrita y analizada por Moulian, en que la burguesía, desde principios del siglo XX, comparte su dirección de la sociedad con otras fuerzas sociales a través del compromiso elaborado en el Estado, desarrolla conjuntamente una particular forma cultural. Esta constituye una “cultura de compromiso”, con un núcleo orientado políticamente y una “ideología distribucionista”. Esta es una lógica que “invade todas las esferas de la sociedad, todas las instituciones sociales, y, muy importantemente, la propia organización de la cultura” (Brunner, 1979c: 6, 7). El Estado, de tal modo, no es un típico organismo de racionalización (instrumental). Esta cultura de compromiso entra en crisis en el período 1970-1973. La creatividad reivindicativa desborda los mecanismos de respuesta a todo nivel. Se descompone la cultura de compromiso. Se desata un permanente enfrentamiento, degradándose los procesos de relación social. “El Estado mismo se vio impedido, en esas circunstancias, de continuar cumpliendo su rol fundamental en la construcción de los procesos de acumulación y comunicación […]”. Esto lleva a la crisis de todo un sistema de identidad nacional “que se fundaba en la integración social de la creatividad reivindicativa y en su eficacia como mecanismo de auto-formación de la sociedad” (Brunner, 1979c: 9, 10).

Brunner va aún más allá y sostiene que la crisis experimentada por la sociedad chilena en ese período 1970-1973 más que ser un mero fenómeno político o, más en particular, un producto de la insuficiencia en la dirección del gobierno de la Unidad Popular –lo cual hemos visto es afirmado por Moulian–, o un desajuste entre los procesos de democratización y de transformación de la economía capitalista, como afirman otros, es resultado de un problema más profundo. Es resultado de una crisis que “afectó el centro vital de la sociedad: su modo histórico de producción de sí misma” (Brunner, 1979c: 10).

La revolución capitalista autoritaria inaugurada con el golpe militar hace eso: rompe con el modelo de la cultura de compromiso, de conducción negociada de los procesos de acumulación y comunicación por medio de la intervención del Estado. Reorganiza los procesos de acumulación y creación sobre la base del disciplinamiento de la sociedad y reorienta los procesos de autoformación de la sociedad. El lugar central en la organización de la cultura, que hasta 1973 lo asumía la experiencia de creatividad reivindicativa ahora lo asume la experiencia disciplinaria.

En tal experiencia disciplinaria, Brunner destaca tres ejes: (1) La experiencia de atomización, de enfrentamiento individual a exigencias de subordinación y pasividad política. (2) La experiencia de supeditación a estrictas estructuraciones jerárquicas de las relaciones sociales. (3) La experiencia de acceso diferencial al mercado, que opera como un mecanismo aparentemente natural y neutral para administrar la desigualdad.

En gran medida, este modelo de organización cultural disciplinaria opera por medios de comunicación extralingüísticos, que no apelan a una argumentación persuasiva, que permita confrontación de argumentos y justificaciones, y las argumentaciones que hay son de poco espesor. Esto es lo que caracteriza la represión, la operación del mercado y la rígida imposición normativa de los que se vale el régimen. La configuración ideológico persuasiva es, en contraste, notoriamente reducida. Por otra parte, los mecanismos disciplinarios son externos al individuo. Se disocia el comportamiento del convencimiento; muchos comportamientos son meras respuestas adaptativas mientras los individuos que los efectúan preservan creencias y valoraciones acordes con pautas de acción diferentes. Esto genera un riesgo de vulnerabilidad para el orden autoritario (Brunner, 1979c: 23).

En una siguiente publicación, “La concepción autoritaria del mundo” (1979e), Brunner sigue desarrollando el análisis de esa nueva organización de la cultura en Chile, que aquí denomina “concepción autoritaria del mundo”. Este es un documento que envía a la Revista Mexicana de Sociología, medio académico prestigioso en América Latina y de amplia difusión, donde será publicado en julio del año siguiente. Cumple en él un objetivo de reflexión y difusión respecto a la situación chilena. Si bien la presentación teórica está reducida al mínimo, el texto busca hacer afirmaciones de carácter general. Va, así, desde afirmaciones más abstractas sobre hegemonía, configuración de consenso de orden y conformidad, hasta el análisis de las transformaciones que ha ido introduciendo el régimen militar. Sin circunloquios teóricos ni metodológicos, Brunner articula un análisis sobre lo que está pasando en Chile, organizándolo teóricamente y desplegando abundancia de referencias empíricas que operan como evidencias para su argumentación. Es un relato convincente y muy bien construido, si bien con cierta densidad.

Una nueva organización de la cultura, como la que está emergiendo en Chile en este período, dice Brunner (1979e: 1), incluye esquemas comunes de interpretación del mundo, un orden intelectual y moral; provee metas culturales; encauza la creatividad del bloque en el poder para intervenir en la sociedad y mantener la dirección del proceso de acumulación. En esta concepción, la cultura aparece vinculada “estructuralmente” a las clases sociales, a los procesos de poder, y al entramado organizacional e institucional que le da forma y la hace circular. Ella da vida a un consenso de orden.

La reorganización cultural en Chile ha requerido, en su primera fase, la negociación del sentido del orden al interior del propio núcleo de conducción –burguesía y Fuerzas Armadas–. Entre las fracciones de la burguesía que antes compartían lugar bajo el Estado de compromiso, ahora se ha impuesto el sector financiero-industrial por sobre el ala terrateniente, encabezando la conducción político económica del proceso de transformación. La burguesía ha apoyado la política represiva, justificándola en términos de defensa del orden, bajo una ideología de seguridad nacional que sostiene una lógica de “guerra no convencional”, con uso del poder represivo. Las declaraciones oficiales y la prensa han difundido ampliamente este discurso. Por otra parte, crecientemente se ha expandido, en este núcleo, la conciencia de la necesidad de aprovechar las circunstancias para consolidar el proceso de acumulación sobre nuevas bases.

La ideología de seguridad nacional ha ido pasando a segundo lugar y desapareciendo de escena a medida que se ha ido propagando y tomando lugar dominante la lógica e ideología de mercado. La aceptación gradual del primado del mercado libre de toda intervención del Estado requirió lograr el convencimiento dentro de la propia burguesía, acostumbrada a la protección estatal. El mercado, en su presentación ideológica, aparece poseyendo una serie de atributos: (1) Es un mecanismo de decisión eficiente y neutro vs. el sistema deliberativo democrático, conflictivo y lento, proclive a ser manejado por los intereses de los partidos. (2) Es un mecanismo asignador de recursos que opera automáticamente, libre de las arbitrariedades e ineficiencias de los funcionarios burocráticos del Estado. Es un procedimiento objetivo y universalista. (3) Permite a todos los individuos expresar libremente sus preferencias en el mercado.

En la medida que los individuos incrementan su vinculación con el mercado, en términos de inversión monetaria y emocional, esto opera, en cierto grado, como sustituto (ilusorio) de otras formas de conexión societal. El mercado crea un pseudo espacio público, donde rige la democracia del consumo. Es un espacio sin Estado, sin debate, sin demandas sociales, sin conflicto, que sustrae a los individuos de la participación política. El poder fáctico del mercado se difunde en las prácticas y en las conciencias. “La ideología del mercado constituye el esfuerzo más sistemático de la nueva concepción autoritaria del mundo por definir un planteamiento de desarrollo capitalista para Chile en las actuales circunstancias” (Brunner, 1979e: 36; 1980b [1979e]: 1025).

En contraste, la intelectualidad orgánica del nuevo núcleo de conducción de clase es poco densa culturalmente. Las apelaciones más significativas, en este terreno, han sido a la ciencia y técnica, que proporcionarían una “racionalidad más alta que el veredicto popular”, lo cual conduce a una visión tecnocrática del mundo (1980b [1979e]: 1023). Por otro lado, el contenido católico tradicionalista, que incide en los primeros años de la dictadura, se ha diluido. Aportó un cierto lenguaje a la retórica oficial y una particular sensibilidad trascendentalista y estamentalista, pero solo significó un aporte suplementario, no central.

De este modo, la concepción autoritaria con tal configuración es el “nuevo mapa cultural a través del cual la clase dominante interpreta su acción sobre la sociedad y busca influir sobre esta en el plano ideológico” (Brunner, 1980b [1979e]: 1029). Es una concepción que se irradia y genera conformismo, no por su grado de elaboración intelectual, que es más bien limitado, sino que principalmente por su capacidad de materializarse en prácticas e instituciones y en la vida cotidiana.

En este artículo hay un uso abundante de referencias empíricas al discurso circulante en el país. Este comparece en el texto a través de muchas citas a la página editorial de El Mercurio y a otras secciones de este diario (más de 30). También hay abundantes citas a lo que dicen autoridades de gobierno, a través de diferentes medios. Vías indirectas que emplea son, por ejemplo, los casos de empresarios, esforzados y exitosos, estudiados por el sociólogo Pablo Huneeus (1979) en su libro Nuestra mentalidad económica, que expresan la valoración del espíritu de empresa, concordante con las nuevas orientaciones culturales.

En “La estructuración autoritaria del espacio creativo” (1979h), Brunner agrega nuevos elementos a su análisis de la organización cultural del autoritarismo. Insiste desde el inicio en la relación de hegemonía, en la relación entre poder y cultura: “Toda clase social o grupo social que llega al poder, que se vuelve bloque dirigente a través del Estado, formula un modelo cultural. Expresa su predominio, por tanto, como influencia en el campo de la creatividad social […]. Busca transmitir y socializar una concepción del mundo, difundir un orden intelectual y moral, establecer el significado de las cosas y los sucesos, inspirar conformismo y el asentimiento de los gobernados, movilizar las constelaciones simbólicas de la nación, […] definir el derecho, orientar el consumo de signos, en suma, canalizar las infinitas relaciones de comunicación que es la materia cotidiana de que está hecha una sociedad” (Brunner, 1979h: 1).

Por lo anterior, “la lucha por la cultura representa la expresión más compleja de la política”. La lucha política orienta el proceso creativo que da forma al modelo cultural predominante. “Desde un punto de vista marxista, probablemente nadie ha contribuido tanto como Gramsci para precisar esta perspectiva política de la lucha cultural” (Brunner, 1979h: 3).

Brunner postula que el modelo cultural del autoritarismo en Chile ha venido realizándose a través de cuatro grandes conjuntos de políticas:

(1) Políticas de exclusión de los agentes disidentes. Esto involucra prácticas de eliminación, encarcelamiento, destierro, cierre de centros, exoneración, que eliminan formas de participación existentes en el pasado y, además, prohibición de actividades, censura previa, exclusión jurídica, que operan hacia futuro. Todo esto significa excluir del “espacio creativo” a clases y grupos sociales subalternos, y dificultar su organización cultural, impidiendo, así, la autodeterminación de individuos y colectivos.

(2) Políticas de control con el fin de clausurar el espacio público. Este es, dice Brunner, un fenómeno clave para entender la organización autoritaria de la cultura, dado que la formación del espacio público está “íntimamente ligada con la emergencia de la política como actividad social encaminada a legitimar el poder mediante el consenso” (Brunner, 1979h: 10). Esto obstaculiza que las clases subalternas recojan y elaboren su experiencia colectiva para volverla comunicable y usarla para desarrollar concepciones alternativas. La esfera pública es una condición de necesidad para el desarrollo democrático y la búsqueda de hegemonías alternativas. Puede asumirse que Brunner concibe su trabajo en la perspectiva de contribuir a este esfuerzo por desarrollar una hegemonía alternativa sustentada en las clases subalternas.

(3) Políticas de regulación por medio del mercado. “Clausurado el espacio público como espacio de representación comunicativa de la sociedad, el mercado viene a ocupar […] el lugar central como mecanismo de coordinación de los intercambios entre individuos” (Brunner, 1979h: 17). Esta supeditación de la creatividad social al mercado sustrae materias, como la educación y la salud, de la regulación política. Deja que sean reguladas por el mercado en lugar de que su regulación dependa de una comunicación abierta a la discusión, el conflicto y las demandas sociales. En el mercado solo rigen las demandas monetarias. El mercado sitúa la creatividad social al nivel del consumo; la sociedad pierde capacidad de actuación sobre sí misma. De esta manera, “su proceso de autoformación ha sido enajenado en beneficio de su clase dominante” (Brunner, 1979h: 20).

(4) Políticas de producción ideológico-cultural. Bajo el régimen autoritario se reorganiza esta producción de un modo que conduce a la concentración monopólica de la infraestructura material de tal proceso; se concentra la propiedad o control de diarios, semanarios, radios y televisión. Por otra parte, la intelectualidad adscrita al bloque autoritario, revela incapacidad para desarrollar influencia hegemónica. No emerge ningún movimiento ideológico o cultural significativo, salvo las concepciones en torno al mercado (una ideología del mercado).

Pese a esa relación de poder que configura la vida cotidiana, esta aparece bajo la ilusión de estar sujeta exclusivamente a las determinaciones de los individuos. Por otra parte, en concordancia con la tradición etnometodológica, Brunner sostiene que “el orden se reproduce, concretamente, a través de la actividad concreta de cada hombre. Es decir, el hombre reproduce el orden actuándolo: como ocupante de [posiciones diversas: marido, alumno, trabajador, etc.]”. En todos los momentos de la vida cotidiana, la cultura está presente como interioridad que existe en su actividad práctica, lingüística, etc. También “la conciencia es […] una producción práctica determinada por el ser cotidiano” (Brunner, 1979h: 2, 3).

Integración por vía del mercado (y no de la ideología)

Brunner sigue elaborando sus ideas sobre el régimen autoritario en “Ideología, legitimación y disciplinamiento en la sociedad autoritaria” (1980k). Particularmente discute con respecto a nociones de ideología de autores que la conciben en cuanto contenidos discursivos específicos. Así, por ejemplo, para Garretón (1978) el “contenido” central de la ideología de la dictadura chilena sería la doctrina de seguridad nacional. El Estado autoritario, entonces, actuaría mediante represión e ideología. No obstante, según el análisis de Brunner, es muy discutible que tal concepción de seguridad nacional haya pasado a formar parte de la conciencia social y que legitime el orden autoritario. Del mismo modo, dice Brunner (1980k: 4), los estudios sobre el autoritarismo latinoamericano “son débiles en el abordamiento de la ideología autoritaria. De allí que el énfasis se ponga, reiteradamente, en la eficacia de la represión. El estudio de la ideología tiende entonces a ser sustituido por una sociología del miedo”. En lugar de esa noción de ideología como contenidos, Brunner sostiene que lo ideológico se refiere a la continua producción de sentidos que tiene lugar en una sociedad mirada desde el punto de vista de las luchas de poder o, en sus términos, “desde el punto de vista de las situaciones estratégicas que resultan de una distribución (constantemente disputada) del poder” (Brunner, 1980k: 6).

En esa perspectiva, lo que adquiere centralidad, entonces, es la organización de la cultura que “se refiere a las condiciones sociales de producción, circulación y consumo (o reconocimiento) de esos sentidos. Ella expresa, con relativa permanencia, la distribución del poder y la conformación del Estado existente en una sociedad dada y ‘organiza’, […] lo que Verón (1978) denomina la ‘semiosis’ de la sociedad, esto es, su constante producción de sentidos. Apelando a otra terminología, se dirá que ella ‘organiza’ la dimensión comunicativa de la sociedad, es decir, aquella que se forma a partir de prácticas o interacciones situadas (situadas en cuanto ubicadas en situaciones estratégicas) que a su vez es el terreno donde molecularmente tiene lugar la producción de sentidos” (Brunner, 1980k: 6).

La organización de la cultura, en la interpretación de Brunner, media entre las clases y la distribución del poder entre ellas, con sus derivaciones en la conformación del Estado y la producción de sentidos que se manifiesta en las interacciones situadas.

Su análisis lleva a nuestro autor a argumentar que en la organización autoritaria de la cultura lo relevante no es la ideología, sino los mecanismos disciplinarios, dentro de los cuales el mercado es fundamental. Las disciplinas operan privadamente, atomizadamente, capilarmente, y su acción tiende a pasar desapercibida. Apelan a la desigualdad de los individuos y operan por la vía del sometimiento práctico. En el Estado autoritario, la integración social no se logra básicamente por vía ideológica ni por una apelación normativa, sino que fundamentalmente a través del mercado. “El mercado asume ahora tareas de integración social como sistema de autogobierno individualizado, anónimo y no político. De hecho, el mercado debe sustituir la política […]. Por un lado, le corresponde reproducir la estructura de desigualdades, dándole a esta una representación puramente monetaria. Por otro lado, tiene que sustituir al Estado, hasta donde sea posible, en la producción de bienes de uso colectivo, atomizando la demanda respecto a ellos y sometiéndolos al poder (de compra) de los individuos […]” (Brunner, 1980k: 11).

Por sus características propias, el disciplinamiento “excluye la posibilidad de construir un mundo de sentidos, y reduce la comunicación a un condicionamiento operante de los comportamientos a partir de los estímulos provistos por la situación disciplinaria. En estas condiciones, un problema principal que enfrenta la sociedad disciplinaria es un déficit de sentidos” (Brunner, 1980k: 20).

Frente a ello, en la sociedad autoritaria se desarrollan simultáneamente tres estrategias: (1) estrategia de neutralización de los agentes comunicativos, (2) estrategia de recuperación de los sentidos por vía del mercado, y (3) estrategia de producción ideológica. La segunda es una estrategia clave y que opera con una discursividad débil, a diferencia de la estrategia ideológica, pero con gran fuerza práctica, con capacidad para inducir motivaciones de comportamiento adaptativo. Bajo la dominación autoritaria, el mercado se convierte en “la esfera principal del intercambio de sentidos, bajo la forma del intercambio de objetos y símbolos consumibles […]. Se trata, en este caso, de crear una pseudo esfera de comunicación donde los individuos concurren todos dotados de un poder fáctico: el dinero” (Brunner, 1980k: 22). Conjuntamente con la operación y efectividad fáctica del mercado, es en torno a él que se construye el discurso ideológico central del autoritarismo, destacando sus potencialidades como mecanismo de asignación de oportunidades y recursos. Es un discurso con efectos prácticos. “El discurso del mercado es un poderoso instrumento ideológico [que] se identifica […] con una de las tradiciones ideológicas burguesas más arraigadas en la cultura de occidente: el liberalismo” (Brunner, 1980k: 23, 24).

Con tal concepción, Brunner dice que reservará la noción de ideología exclusivamente para los discursos intelectuales de elaboración racionalizada sobre determinados sentidos que generan cuerpos relativamente coherentes de enunciados, capaces de lograr reconocimiento y de fomentar la producción de sentidos en esa misma perspectiva interpretativa (Brunner, 1980k: 7). El discurso central del autoritarismo es el del mercado. Las construcciones ideológicas han sido de menor importancia, y más bien coyunturales, como es el caso de la doctrina de seguridad nacional o el discurso integrista católico.

Relato sociológico del mercado

De tal modo, en su análisis sobre la sociedad bajo la dictadura de Pinochet, Brunner progresivamente le va dando un lugar central al mercado, tanto por sus efectos prácticos como en cuanto a eje de un nuevo discurso que había ido adquiriendo mayor consistencia y difusión. Al respecto, cita, por ejemplo, el trabajo de Moulian y Vergara (1979a, 1979b), que hemos comentado previamente. Es una materia relevante para el discurso de la izquierda que hasta ahora tenía poco o nada que decir en la materia. El mercado carecía de presencia significativa en el relato. Brunner es uno de los intelectuales que contribuyen a incorporarlo a tal relato, a través de una elaboración discursiva en que lo conecta con diversos otros elementos: clases, poder, dominación, reproducción de la desigualdad, etc.

En los años 1970 y 1980, en Chile, Brunner es probablemente el más importante elaborador de un relato sociológico que pone como actor central al mercado, mostrando la profundidad y amplitud de sus efectos. Describe sus mecanismos que operan destruyendo un orden comunicativo que permitía el diálogo democrático y generando la ilusión de igualdad y de participación social, ocultando la desigualdad y contribuyendo a reproducirla.

Este relato sobre el mercado, en los años siguientes a su elaboración, tendrá amplia circulación. Fue parte de los relatos que contribuyeron al desgaste de la dictadura, aunque en tal momento no fue probablemente el discurso central. Pero seguirá difundiéndose y enriqueciéndose con otros relatos. Tendrá una larga permanencia como discurso crítico, aunque no dominante. El mismo Moulian apelará a él a fines de los años 1990. A mediados de la década del 2000 comenzará nuevamente a adquirir importancia, ahora no impulsado desde la academia, sino que desde el movimiento estudiantil. En manos de este adquiere el carácter de discurso de combate, confrontacional, con menor argumentación, usado en términos casi exclusivamente normativos y con bajo contenido analítico, como discurso acusatorio y tajantemente condenatorio.

Hacia una sociología de la educación

Desde fines de los años 1970, Brunner se embarca en investigaciones sistemáticas sobre la educación, que algunos años después concentrará fundamentalmente en el nivel de educación superior y que a fines del 2017 reunía más de 250 publicaciones104. Ya en sus textos más teóricos había comenzado a incluir referencias y análisis al tema educacional, pero en los dos textos que publica durante 1979 en la materia lo hace con mucha mayor focalización y con una compleja interpretación y análisis de materiales empíricos, cualitativos y cuantitativos.

En “El diseño autoritario de la educación en Chile” (1979f) hace una revisión de la situación de la educación desde 1960 hasta el momento en que escribe, es decir hasta 1979. Comienza posicionando la educación en relación a las clases y la cultura, y, como es típico en él, discute enfoques teóricos que estima pertinentes.

La educación, en los términos de Brunner, “es el conjunto de procesos por medio de los cuales una sociedad elabora y transmite el aprendizaje colectivo de su creatividad” (1979f: 57). En su visión sobre la sociología de la educación, esta ubica sus referentes teóricos en el terreno “donde se entrelazan complejamente hegemonía, creatividad y división social del trabajo”. En otras palabras, su interés es “explicar el papel de la educación por referencia a la economía y el poder, dejando atrás las interpretaciones simplistas que conciben la educación preferentemente como una adquisición individual” (1979f: 3). Sobre esa base, articula planteamientos de Durkheim; Althusser; Baudelot y Establet, Bowles y Gintis; Bourdieu y Bernstein.

De Bourdieu, quien hasta ahora no había aparecido más que secundariamente en sus obras, Brunner dice que es “quien más ha contribuido al desarrollo de la sociología contemporánea de la educación dentro de la perspectiva que aquí nos interesa” (1979f: 7). Dentro de los planteamientos suyos que incluye menciono un par, en las palabras de Brunner:

“Aquellos que han adquirido su formación cultural a lo largo de una carrera escolar y académica poseen un sistema de categorías de percepción, lenguaje, pensamiento y apreciación que los distingue netamente de aquellos cuyo único entrenamiento se debe al trabajo y los contactos sociales con sus pares del mismo grupo” (7, 8).

“Mientras la cultura escolarizada está organizada por referencia a un sistema de obras que la objetivan, la cultura ‘popular’ es eminentemente des-objetivada, y se funda en unas experiencias sociales que […] carecen de verdadera organización y se presentan, por lo mismo, como una vivencia subjetiva, desmembrada, fragmentaria” (Brunner, 1979f: 8).

El aporte de Bernstein lo ve en continuidad con Bourdieu.

“El argumento central de Bernstein es que el niño adquiere a través del desarrollo del lenguaje, del aprendizaje de su uso, un conjunto de reglas (código) que traduce los requerimientos de la estructura social y de su grupo de referencia […]. En otros términos, el niño adquiere un conocimiento práctico de la estructura social por medio del desarrollo de su capacidad para comunicarse en las diversas situaciones que forman su vida cotidiana. De esta manera, es a través de la relación familiar que, originariamente, el niño adquiere un específico código y las correspondientes competencias comunicativas, elementos ambos que moldean su potencial cognitivo, su percepción, su orientación social y, por ende, su propia capacidad de aprendizaje posterior […]. La educación juega, en la concepción de Bernstein, un papel central. Pues la educación, operando sobre la base de esos códigos primarios adquiridos por el alumno, los re-contextualiza en conformidad con los principios que organizan la comunicación y las prácticas escolares, que Bernstein analiza como diversas modalidades de clasificación y enmarcamiento del conocimiento educacional […]. En último análisis, lo que Bernstein postula es que a través de la relación pedagógica contextualizada por un determinado sistema de clasificación y enmarcamiento, el alumno percibe e internaliza, respectivamente, una estructura de poder (que es la que subyace al enmarcamiento) […]. En este esquema […], la lucha de clases en el plano de la cultura y, en general, el conflicto cultural, se libran en torno de los sistemas de clasificación y enmarcamiento y de sus relaciones. Pues estos son los portadores, en última instancia, de las relaciones de poder y las formas de control”. Constituyen “la estructura profunda del campo cultural en disputa” (Brunner, 1979f: 9, 10, 12).

Brunner usa estos referentes teóricos para “orientarse” en el estudio de la realidad educacional chilena, para lo cual, en sus palabras, “constituyen una suerte de sistema de señales que facilita el aterrizaje” (Brunner, 1979f: 13).

Es con esos elementos que Brunner aborda, en este artículo, la educación en sus conexiones con la reproducción cultural de la sociedad. Para ello, apela a datos sobre educación y estratificación social provenientes de diversas investigaciones nacionales, entre las que destacan las de Schiefelbein, Hamuy, Raczynski y Núñez.

En la interpretación que hace Brunner del desarrollo educacional en Chile, su eje, particularmente a partir de los años 1960, “es la específica dinámica de clases sociales que tiene lugar dentro del Estado de compromiso. En efecto, la educación jugará durante el período de modernización capitalista un papel básico en la transformación de la estructura de clases, con relativa autonomía respecto al movimiento de la base económica del país. El peso creciente que van adquiriendo las clases no propietarias en la sociedad se convierte, a través del papel mediador y redistributivo del Estado, en el principal motor de la expansión educacional […]. En ese cuadro histórico, la redistribución del excedente socialmente producido se realiza bajo la forma de una ampliación políticamente negociada de los servicios públicos […]” (Brunner, 1979f: 14, 15).

Con esa base histórica, la educación es concebida “como una modalidad de participación en la sociedad”. Esto contrasta con las “interpretaciones clásicas sobre el crecimiento de los sistemas de enseñanza”, que ven tal crecimiento vinculado a las demandas de una división del trabajo crecientemente compleja, para la que se requiere seleccionar y colocar a los individuos (Brunner, 1979f: 15).

La explicación para el crecimiento de la educación está, entonces, en el dinamismo social y político y no en el proceso económico. “Por esta vía, […], el sistema educacional se expande presionando él mismo sobre la división social del trabajo, y generando, a estímulo de su propia oferta, la demanda por individuos educados que necesitan encontrar empleo. La prematura tercerización de la economía chilena tiene que ver, entre otros factores, con ese crecimiento peculiar de la educación chilena, y con el hecho que los principales promotores del mismo son los grupos sociales ligados al sector servicios” (Brunner, 1979f: 19). Todo esto tiene efectos en la “movilidad estructural de una proporción importante de la población activa, en el sentido que sectores sociales completos lograron mejorar su perfil educativo” (Brunner, 1979f: 25). Así, la educación en Chile, hasta 1973, juega un papel central en la generación y constitución de la sociedad civil y de su peculiar organización cultural y política.

El mismo Brunner sintetiza las peculiaridades de esta “superestructura educacional”: (1) “Operaba con relativa independencia de la estructura económica del país. De esta forma, puede decirse que la educación contribuyó poderosamente a diversificar y volver más compleja la estratificación de la sociedad civil. […]”. (2) Pudo sostenerse por la canalización de parte importante del ingreso público por vía del Estado a satisfacer las demandas sociales, muy especialmente de educación. (3) Posibilitó “una suerte de movilidad estructural del conjunto de la población, con excepción de la mayoría de los trabajadores agrícolas y ciertos grupos subproletarios urbanos”, sin que esto impidiera el carácter selectivo de la educación. (4) La particular orientación del desarrollo educativo y la configuración del Estado de compromiso dieron lugar a la conformación de una clase media funcionaria y dentro de esta de una capa hegemónica asociada a la acción del Estado y a los procesos comunicativos y de reproducción cultural. (5) “Hizo posible una masificación de la creatividad social”. (6) Influyó sobre las formas de organización de la sociedad civil: sobre el funcionamiento de las organizaciones de base, la estructuración y orientación de los movimientos sociales, la circulación de ideas, la conformación de expectativas, etc. (Brunner, 1979f: 30, 31).

Desde septiembre de 1973, el bloque en el poder se ve enfrentado a “cómo proceder frente a la vasta y compleja superestructura educacional que se había desarrollado en Chile, para redimensionarla y ajustarla a las necesidades de un proceso de acumulación y de creación social que, de golpe (literalmente) se había concentrado en una sola clase” (Brunner, 1979f: 34). Brunner analiza los diferentes expedientes de control empleados: clausura de todos los mecanismos de participación, verticalización del sistema, rigidización del currículum, etc. Sin embargo, el cambio sustancial de esa estructura educacional asociada al Estado de compromiso, se inicia con la Directiva Educacional dada a conocer en marzo de 1979, la cual contiene, dice Brunner, “un claro diseño autoritario para la educación en Chile”. Este se articula en torno a tres grandes ejes: “(1) privatización del crecimiento educacional futuro; (2) adecuación del desarrollo educacional al modelo de acumulación impulsado por el bloque en el poder; (3) adaptación de la educación a las demandas de constitución de una sociedad disciplinaria y autoritaria” (Brunner, 1979f: 41).

Privatización

La expansión futura se basará de preferencia en la iniciativa particular. “El crecimiento de la enseñanza queda entregado al sector privado y, por ende, al funcionamiento de un mercado educacional a través del cual –idealmente– debería armonizarse la demanda individual por educación y la oferta escolar radicada en las escuelas. En la práctica, sin embargo, tenderán a armonizarse un cierto poder de compra, un cierto interés por vender servicios educacionales y una cierta dinámica de recursos y expectativas en los sectores de ingresos altos, que son aquellos capaces de constituir ese mercado privado de la educación”.

“De ser un hecho social, regido por un paradigma ético y legal (iguales oportunidades de acceso para todos a una enseñanza igualitaria) y, por lo mismo, constituido en lo central como un servicio público, la educación pasa a definirse dentro de un paradigma de base mercantil […]. En la práctica, a lo que esto lleva es, primero, a una disminución cuantitativa del crecimiento educacional y, en seguida, a una segmentación del mercado educacional […]”. De tal modo, “la educación cumple, como mecanismo orientado por un mercado segmentario, la función de legitimar y por ende ‘normalizar’ las desigualdades así reproducidas” (Brunner, 1979f: 42, 43).

“El esquema privatizado de desarrollo educacional permite que el crecimiento del sistema de enseñanza sea conducido a través del mercado, lo cual da lugar a que los grupos y clases que detentan los recursos puedan desarrollar, cada uno de acuerdo a sus propios medios, estrategias diversificadas en el campo de la educación. Se verá surgir así o consolidarse escuelas básicas privadas de primera, segunda, tercera y décima categoría, las cuales se ligarán estrechamente a escuelas igualmente jerarquizadas que imparten enseñanza media, desde donde se abren los canales de acceso a las carreras de primera, segunda, etc. en el sistema universitario”. La enseñanza pública se debilita y se ve forzada a estratificar de manera parecida sus servicios (Brunner, 1979f: 44).

Adaptación de la educación a las demandas de constitución de una sociedad disciplinaria y autoritaria

Con la directiva de 1979, se procuraba “incrementar la selectividad de la enseñanza media, subordinando el ingreso a ella a la productividad escolar del capital cultural adquirido por cada cual según su origen familiar y social. Simultáneamente, se sujetará el crecimiento de este nivel educacional al mercado. A partir de ambas dinámicas convergentes, lo que se obtiene es una identificación cada vez más grande entre la estructura de clases y la estratificación del sistema de enseñanza, que permite, al mismo tiempo, que este último opere como un dispositivo de filtro respecto a la destinación jerárquica de las personas hacia las posiciones superiores en la división social del trabajo”. Tal diseño, en su conjunto, “persigue simultáneamente redimensionar la superestructura educacional preexistente al 11 de septiembre, y orientar ese sistema de enseñanza redimensionado hacia la conformación de una sociedad disciplinaria, que se estructura sobre la base de una rígida jerarquización de las posiciones sociales de clase y sobre el control absoluto de la clase dominante sobre los procesos de acumulación y creación sociales” (Brunner, 1979f: 50, 51).

Con esas transformaciones “la educación está llamada a disciplinar al nivel básico; a seleccionar y filtrar al nivel medio, y a preparar, en el nivel superior, la capa de intelectuales y profesionales requeridos por el bloque en el poder para la conducción y el control de la sociedad; en el resto, se trata de que la educación se ligue estrechamente a las necesidades de las empresas” (Brunner, 1979f: 52).

En suma, se trata de un diseño educacional, coherente con la perspectiva de constitución y mantención de una sociedad disciplinaria, que “se opone a los intereses más generales de la sociedad civil y a los intereses específicamente educativos de casi todos los grupos y clases que la integran. Se trata, en efecto, de un diseño carente de sentido nacional, y que subordina el desarrollo de la educación en Chile al modelo estrecho de dominación burguesa y de concentración de los procesos de acumulación y creación bajo la dirección del bloque en el poder” (Brunner, 1979f: 56).

Frente a tal diseño, opone Brunner la lucha por democratizar el sistema de enseñanza, permitiendo la “reproducción ampliada de la creatividad social”, en “el horizonte del socialismo como proyecto de transformación cultural de la sociedad” (Brunner, 1979f: 58).

Transformación de la universidad

En “Universidad, cultura y clases sociales” (1979d), Brunner aborda la transformación de la universidad en el mismo período, empleando su aproximación teórica, que vincula educación, clases, cultura y poder. Se apoya en investigaciones realizadas por Tomás Vasconi e Inés Reca, Ernesto Schiefelbein, Manuel Antonio Garretón y otros.

Entre 1960 y 1973 las universidades chilenas experimentan un proceso de masificación: el número de estudiantes sube de 24. 000 a 145. 000 entre esos años. Se pasa de una retórica “clásica”, con apelaciones al saber superior y formación humanista, a una retórica modernizante, que invoca la democratización, investigación para el desarrollo y eficiencia.

A esta transformación de la universidad va asociada la emergencia de una “nueva clase media, de profesionales, técnicos y empleados superiores del Estado, que ocupará un rol central en la organización de la cultura y, por ende, en la dirección de la sociedad en su conjunto”. “La cercanía de la nueva clase media con el Estado, y su dependencia parcial de él, contribuyen a moldear la conciencia social de ese grupo, dotándole de un marcado carácter funcionario reivindicativo y de una aguda percepción de constituir, por su propia posición en la sociedad, ‘la clase política’ del país” (Brunner, 1979d: 1, 2). Los partidos de centro (PR y PDC) y de izquierda (PS y PC) reclutan a la mayoría de sus cuadros dirigentes en ella y son ellos los que desempeñan las funciones de gobierno del Parlamento. La universidad es, así, un espacio de autoafirmación social y política.

Tal como ocurre en general en el sistema educacional nacional, ese crecimiento de la matrícula universitaria responde principalmente a una demanda social antes que del desarrollo económico. Es un crecimiento universitario más bien “contra el mercado”, asociado al crecimiento de la clase media. Con ello se refuerza la “excentricidad de la universidad” con respecto al sistema económico-productivo y, en cambio, su centralidad para la organización de la cultura de compromiso. La universidad es un medio para la vocación hegemónica de las clases medias. “A través de la universidad, la nueva clase media –como clase política– se expresa frente y sobre la sociedad y aspira a convertirse en la conciencia de la nación” (Brunner, 1979d: 5).

Desde esta perspectiva, en la interpretación de Brunner (1979d: 7), la reforma universitaria de 1967 y años siguientes, “se puede entender como un proceso mediante el cual la universidad elabora los conflictos de la sociedad y los vuelve a su favor, esto es, los traduce en función de la expansión y fortalecimiento de una nueva clase media”. A partir de 1970, sin embargo, la nueva clase media se fragmenta y toma partido entre los grandes bloques político-sociales en pugna; más que traducir esos conflictos, los internaliza.

Bajo la dictadura y organización autoritaria de la cultura, la universidad es objeto de intervención, neutralización política, reducción de matrícula y control de sus procesos ideológico-culturales. Con todo esto, dice Brunner en 1979, “la universidad de la nueva clase media ha sido liquidada”. Ahora, una nueva organización, “de corte meritocrático, somete la enseñanza superior a los dictados del mercado, el control autoritario y la esterilidad de la purga ideológica”. Es una universidad con una “tremenda debilidad cultural, producto de una estrecha racionalidad subordinada al proyecto y al horizonte cultural del bloque en el poder” (Brunner, 1979d: 16).

El nuevo orden educativo bajo la dictadura

El artículo “Sociología de los principios educativos: un análisis de dos reformas de los planes y programas de la enseñanza básica chilena: 1965 y 1980” (1980j, 45 pp. ) es un texto que combina contenidos teóricos con análisis empírico y que conecta la transformación cultural general, de la que Brunner ha venido dando cuenta, con el cambio en la educación básica. Comenzó bajo la forma de un informe presentado a la Unesco con respecto a la reforma de 1965 a la Educación General Básica, a lo cual suma nuevos análisis que abordan la reforma de 1980. Finalmente, Brunner lo incluyó como capítulo del libro Cultura autoritaria (1981).

Es un análisis detallado del orden educativo derivado de ambos tipos de programas. Para ello, Brunner considera dos principios básicos: (1) el principio pedagógico, esto es, “el tipo de transmisión cultural predominante [en el orden educativo y que] se refiere por lo tanto al proceso de comunicación educacional, a su organización institucional y la relación que se establece en ese proceso entre el educador y el educando”; (2) el principio integrativo del orden educativo, esto es, “el tipo predominante de contenidos transmitidos por el proceso de enseñanza [y] se refiere por lo tanto a los mensajes de la comunicación educacional, a su organización programática y a la relación que se establece entre contenidos educacionales y aprendizaje” (Brunner, 1980j: 3, 4).

Cada principio es considerado por Brunner como una dimensión o eje y con ellos genera una tipología de órdenes educativos.

Gráfico 1. Órdenes educativos, según principios considerados


Cada tipo de orden educativo lo caracteriza en relación con diversos aspectos: roles comunicativos de profesor y alumno, control y orientación del proceso comunicacional, aprendizaje esperado, conductas favorecidas, y otros. Con ello, los órdenes educacionales correspondientes a ambas reformas quedan en zonas opuestas de tal tipología: el de la reforma de 1965 en el cuadrante A y el de la reforma de 1980 en el D.

El orden educacional cuyas bases introduce la reforma de 1965 es llamado por Brunner orden de expresividad social. “La Educación General Básica es concebida por la reforma del 65 antes que nada como un poderoso medio de desarrollo personal y como un medio para la socialización del ethos democrático. En seguida, se la concibe como un medio para difundir las motivaciones, valores y actitudes que permitirían al individuo adaptarse y participar en la transformación de la sociedad” (Brunner, 1980j: 14). El orden educativo de 1965 corresponde a “la concepción ideológica –hegemónica y educativa– de una nueva clase media que en Chile se desarrolló bajo el impulso del Estado de compromiso […]” (Brunner, 1980j: 18). Tal Estado de compromiso de los años 1960 está asociado a: (1) control del gobierno por una alianza articulada políticamente en torno a la nueva clase media y a la Democracia Cristiana; (2) creciente movilización de sectores sociales heterogéneos; (3) presiones por aumento del reparto del excedente. Así, la reforma educacional de 1965 busca la expansión del sistema, la ampliación del reclutamiento de élites a través del sistema universitario y la formación de un nuevo orden escolar para socializar principios y capacidades participativas (Brunner, 1980j: 24; 1981d: 142).

La reforma de 1980 emerge bajo un nuevo patrón de dominación, bajo un Estado autoritario-represivo. En él, una clase opera bajo la protección de ese Estado, controla los procesos de acumulación y creación. En esta forma de dominación el disciplinamiento de la sociedad reemplaza la legitimación comunicativa del orden. Esta reforma sustituye el orden educativo para la expresividad social por un orden para el disciplinamiento social. Este nuevo orden “se organiza […] en torno a un criterio de diferenciación social que debe hacer posible, durante el período de la primera socialización escolar, encaminar a los individuos hacia sus posiciones adultas previstas, que se hallan fijadas relativamente por el origen familiar y social de cada uno” (Brunner, 1980j: 30).

El nuevo orden educativo reproduce la desigual distribución de las competencias culturales. La enseñanza básica se vuelve primordialmente instrumental, en vinculación al mercado laboral, en lugar de incorporar a los estudiantes a un horizonte cultural más amplio, facilitando su participación en la creatividad social; solo cabe participar en la producción y en el mercado. La creatividad social queda restringida a un grupo de propietarios de capital y a ciertos aparatos estatales. De esto se deriva que “pueda decirse que el nuevo orden educativo emergente sirve al disciplinamiento de la sociedad, y que está siendo diseñado para reforzar el modo de dominación autoritaria” (Brunner, 1980j: 43).

Este es un artículo que, aun conteniendo la típica complejidad argumentativa de Brunner, incluye muchas referencias empíricas que remiten a la situación de la educación en el país. Es un texto con potencialidades para ayudar a los actores del sistema educacional a examinar su propia situación y a tener argumentos para cuestionar la reforma en curso. De hecho, Brunner dice que publica este texto “en la esperanza que pueda servir a los profesores de la enseñanza básica que hoy discuten vivamente sobre los cambios que está experimentando el sistema escolar chileno” (Brunner, 1980j: prólogo, sin número de página).

El sistema educacional en perspectiva larga: el siglo XX

Luego de los anteriores estudios sobre las reformas de la educación de 1965 y 1980, Brunner amplía su mirada histórica a todo el siglo XX. En “Educación y hegemonía en Chile: 6 proposiciones” (1981c) analiza la relación entre sistema educacional, hegemonía cultural y estructura social, en el período 1900-1980. En este texto, junto con la referencia a diversas investigaciones nacionales, hace extenso uso de cifras como evidencia de las transformaciones que describe.

En contra de lo que se afirma en cuanto a que hasta aproximadamente 1930 la educación proveyó una socialización tradicional para el mantenimiento del orden de acuerdo a los valores de la clase dominante, Brunner sostiene que posibilitó la lucha ideológica entre concepciones y fuerzas sociales y culturales en disputa. Frente a un proyecto oligárquico de integración nacional, se impone un proyecto nacional de integración democrático-burguesa, representado destacadamente en Darío Salas. Así, las reformas de 1920 y 1928 tienen un sentido progresista de construcción de una hegemonía no oligárquica. Por medio de esta educación aumenta la influencia social de profesionales, intelectuales y profesores, pero es una educación selectiva en el ingreso a la educación secundaria y universitaria, y que mantiene la estratificación.

Entre 1930 y 1950, se profundiza la perspectiva de un proyecto nacional de integración democrática en torno a un capitalismo de Estado. Se amplía la Enseñanza Media que acoge a nuevos sectores medios. Se mantiene, de todos modos, el predominio de la “alta cultura”, que excluye la cultura popular, y las escuelas se mantienen estratificadas de acuerdo a privilegios sociales. Al respecto, Brunner afirma que “el sistema educacional ha sido usado eficazmente como un instrumento de diferenciación social”, afirmando una hegemonía cultural mesocrático-burguesa aun en tiempo de gobiernos progresistas (Brunner, 1981c: 11).

Desde los años 1960, especialmente de la reforma de 1965, la educación será concebida y usada como mecanismo de construcción de la modernidad, de expansión democrática y de afirmación de una hegemonía mesocrática de integración popular (Brunner, 1981c: 14). Hay una notable expansión de matrícula hasta 1973, llegando hasta 95 % la cobertura de la educación primaria, 42 % la de Educación Media y 16 % la de educación universitaria. Pero persiste la selectividad diferencial por clase social.

Bajo la Unidad Popular, el proyecto de “Escuela Nacional Unificada” (ENU) busca realizar transformaciones culturales de acuerdo a un proyecto socialista, con énfasis en la clase trabajadora. Constituye un desafío a la posición hegemónica de las clases medias. Produce gran rechazo y, no contando con condiciones sociales de apoyo, el proyecto es abandonado.

A partir de 1973, se expresa en la educación el cambio profundo que experimenta la sociedad bajo el régimen autoritario. Los cambios son los ya abordados por Brunner en sus otras publicaciones, que ya he mencionado y no reiteraré.

Tal como hace Moulian respecto a la actividad política, Brunner va situando la educación en el proceso social de más larga duración. En este, como en otros textos que produce en años siguientes, las muchas referencias empíricas a cifras, documentos oficiales y declaraciones de actores sociales proveen un fuerte sentido de realidad. La argumentación de Brunner posee una significativa estructuración teórica, aunque en algunos textos esta se invisibilice, y se apoya en un sólido entretejido de “evidencia empírica”, a lo que se suma un estilo sobrio, que en buena medida se presenta como mera exposición de hechos. Con todo ello, la argumentación adquiere la fuerza de un convincente relato científico social sobre la realidad del país.

El modo de dominación del régimen militar

En “El modo de dominación autoritaria” (1980i), Brunner sigue buscando precisar conceptualmente el proceso social que se está viviendo. Ahora, en otra vuelta narrativa más general, reitera la noción foucaultiana del poder como una red dispersa, lo cual implica “analizar la dominación autoritaria como resultado de múltiples y cambiantes estrategias de poder, dispositivos de coacción locales” y otros procedimientos de poder descentralizados (Brunner, 1980i: 5; 1981d: 158)105.

En esa perspectiva, “en medio de la dispersión y multiplicidad a través de las cuales se expresa la dominación autoritaria, [Brunner discierne] los principales tipos de estrategia que están en juego” (Brunner, 1980i: 6; 1981d: 159). Tales estrategias son:

(1) Privatización del poder y las influencias. Esta estrategia facilita lograr la obediencia sin una elaboración comunicativa de motivos para ello. Así, el funcionamiento del poder se ancla, sencillamente, en la estructura de desigualdades, no en normas validadas mediante comunicación pública. Al sindicato, por ejemplo, se lo hace operar como organismo privado, con mínimo control público, al cual se vinculan individuos atomizados. El orden se sostiene, así, en una “legitimidad” puramente fáctica.

(2) Estrategia de creación de un espacio público administrado. En lugar de un efectivo espacio de confrontación discursiva y debate de pretensiones de validez normativa, se tiene un espacio administrado, con un amplio régimen de exclusiones, con un “poderoso sistema de control sobre los temas que pueden acceder a la comunicación extraprivada” (Brunner, 1980i: 16). De tal modo, solo un sector social restringido puede hacer elaboraciones de validez argumentativa, en un espacio público acotado, de lo cual resulta una opinión pública construida bajo esas limitaciones, una opinión pública de figuras, de eventos filtrados, de temas privados inocuos convertidos en “públicos”, escamoteando los temas más polémicos y conflictivos, de efectivo interés común.

(3) Estrategia de integración a través del mercado. Como contraparte a la minimización de la integración política a través de la esfera pública, se maximiza la integración vía el mercado. A diferencia de la primera, esta segunda es una integración de masas individualizadas y no requiere mayor elaboración comunicativa. Involucra la adaptación a un orden de gratificaciones y privaciones que no requiere legitimarse en la esfera pública, y que contribuye a reforzar la reproducción de la dominación autoritaria. Ideológicamente, por otra parte, el mercado es mostrado como un espacio de participación libre, en que todos son formalmente iguales. La participación en el mercado además tiene efectos diversos de despolitización. En la medida en que, por ejemplo, la educación es un servicio adquirido vía mercado, el estudiante sopesa el costo de dedicarse al activismo político que puede redundar en un alargamiento de su carrera con el consecuente mayor costo. Las decisiones de este estudiante son reguladas, anónima y privadamente, por el mercado, el cual le revela al estudiante, inserto en un sistema de educación pagada, los costos del activismo (Brunner, 1980i).

Relatos sociológicos y sociedad

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