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2ª Predicación:

“Nuestros enojos: conflictos enigmáticos (2)

“El enojo y la metanoia” (2)

“El que disimula su odio tiene labios mentirosos,

y el que levanta una calumnia es un necio”.

Proverbios 10, 18

Esta enseñanza sapiencial nos conduce a poder develar que el odio es una forma encubierta del enojo. Si tomamos como situación ejemplificadora el enojo de San Pablo por aquellos que seguían al Señor, vamos a recordar que partió rumbo a Damasco y lo hizo dado que estaba “determinado por pensamientos negativos”, los cuales son la base de todo enojo. Es la mente la que experimenta una turbación negativa, por cierto. San Pablo respiraba aún “amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” (Hch 9, 1). Sin embargo, al tener un encuentro personal con el Cristo resucitado, su pensamiento fue transformado de negativo en positivo. Tengamos en cuenta que Pablo evangelizó en el Oriente en cuatro viajes misioneros, después de un arduo trabajo evangelizador-misionero. Entonces, deseando comenzar con la evangelización por el Occidente, es decir, por España, escribió una carta a los cristianos romanos anunciándoles su visita. Les dice: “Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a ustedes, cuando vaya a España, iré a ustedes” (Rom 15, 23-24). Esta escena nos ayuda a comprender que no hay evidencias de que haya sido un masoquista que gozara con el dolor, dado que él no ha vivido fácilmente. Tuvo muchos tropiezos de distinta índole: físicos, comunitarios, religiosos. Es admirable para nuestra formación de hoy poder rescatar que él supo encontrar algo positivo aún en las cosas que parecían totalmente negativas. En Damasco, los discípulos lo bajaron por el muro en una canasta para salvarle la vida (Hch 9, 23). Y si seguimos leyendo los Hechos de los Apóstoles, encontramos que Pablo fue apedreado en Listra, azotado y encarcelado en Filipos, debió apelar a César para abortar un complot para asesinarlo, sufrió un naufragio cuando viajaba a Roma, y demás dificultades…

Todos vamos comprendiendo, la necesidad que expresa el Apóstol en Rom 12, 1-2: cambiar la mentalidad o renovar el entendimiento. Quisiera conjuntamente a este texto, traer en paralelo la carta a los Filipenses:

“Entonces, la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos” (Fil 4, 7-8).

San Pablo ha sido un hombre aculturado, esto es, adoptó y adaptó, lo propio de la cultura como herramienta para sus predicaciones. Hoy nosotros hablamos de compartir los aportes de las ciencias humanas en nuestra vida; hablamos del inconsciente y los mecanismos de defensa, que no nos defienden, sino que nos engañan para que podamos ver plenamente la realidad en la que vivimos. Los mecanismos de defensa están en pugna con la acción del Espíritu Santo, quien nos convence de pecado que consiste en no haber creído en él (Jn 16, 8). Los pecados intentan persuadirnos de que no somos pecadores. Por tanto, los mecanismos no facilitan la humildad.

¿Qué sucede, por consiguiente, con nuestros enojos: los soterramos o los enfrentamos? Recordemos: “Lo que no es asumido no es redimido” (San Ireneo s. II).

Convengamos que todo enojo es una sobrecarga de energía psíquica que al no descomprimirse puede generar una astenia física y psíquica. Hay mucha gente que está estresada debido a sus enojos. Dicho de otro modo, el estrés es la relación entre la amenaza de nuestros conflictos (entre ellos, los enojos) y la capacidad de abordarlos

Tal sobrecarga, en lugar de contribuir a la resolución del problema, a menudo se convierte en un problema más.

Desde el punto de vista químico, ante la presencia de un obstáculo vivido como amenaza, el organismo segrega adrenalina y noradrenalina, los neurotransmisores que posibilitan los comportamientos de alerta y actividad, de confrontación y lucha. No sucede así cuando nuestros enojos se encausan en Dios a través de la Preciosa Sangre de Cristo.

En épocas primitivas de la humanidad, cuando la amenaza a la integridad territorial se dirimía en una confrontación física, en una lucha cuerpo a cuerpo, esta respuesta adrenérgica era, sin duda, la más adecuada, porque en tales casos se imponía incrementar la fuerza física para encarar la batalla. Todos conocemos, ya sea por experiencia personal o por los innumerables ejemplos de personas que así lo testimonian, cómo en una situación de ira se dispone de una fuerza mucho mayor de la habitual.

El desajuste se produce cuando seguimos utilizando una respuesta biológica de ira generada en situaciones antiguas para resolver situaciones actuales que no requieren tanta respuesta adrenalínica.

El enojo es útil para aumentar la fuerza física pero no es útil para aumentar la capacidad de coordinación necesaria para resolver un problema. Imaginemos a un cirujano que encuentra obstáculos durante una operación, se enoja y mantiene ese estado. Su ira entorpecerá, sin duda, su capacidad para resolver los problemas a que deberá enfrentarse durante la intervención quirúrgica. Lo mismo si le sucede a un sacerdote en pleno ministerio de la reconciliación… En ambos casos, podríamos llegar a pensar que el enojo da eficacia… Un conocido periodista deportivo, cuando retransmitía los partidos de Gabriela Sabatini, repetía frecuentemente: “Me gustaría verla a Gaby más enojada. Así jugaría mejor”. El, como representante de esta creencia, suponía que, enojándose con la rival, Gabriela ganaría en eficacia. Y en realidad se trata de lo contrario… La coordinación y la precisión necesarias para un buen desempeño en cualquier tarea compleja encuentran su mejor caldo de cultivo en la relajación y la calma…

Encontramos en San Atanasio aquello que escribe sobre San Antonio, lleno de admiración: “En el ascetismo de Antonio había una cosa grande, y es que, como ya he dicho, poseía el carisma del discernimiento de espíritus y diagnosticaba sus impulsos; no ignoraba el objetivo ni la tendencia de cada uno de ellos. Y no solamente no se convertía en juguete suyo, sino que enseñaba cómo rechazar sus ataques a aquellos a quienes acosaban, explicando las debilidades y engaños de los instigadores”.

Al oír algunos ruidos interiores tales como aquellos que sustentan el enojo bajo el nombre de celosía, rivalidad, reputación, fama, y otros… resultará más fácil acceder, a nivel consciente, y tomar la decisión de desdramatizar desde la humildad en presencia de Dios todo aquello que aún hoy nos mantiene enojados.

Los instigadores (que menciona San Antonio) pueden estar dentro o fuera de nosotros. Limitemos un poco a qué voces permitimos ingresar a nuestro ser.

Nos preguntamos, nos respondemos:

 ¿Se puede escuchar sin oír? (mundo exterior).

 ¿Podemos escucharnos sin oírnos? (mundo interior).

 Subraya la respuesta posible con la que te identificas y al lado el nombre de la/s persona/as con las que relacionas los calificativos respecto de tu enojo:- ¿Son voces extrañas?- ¿Son voces perturbadoras?- ¿Son voces cizañeras?- ¿Son voces acusativas?- ¿Son voces peyorativas?- ¿Son voces calumniadoras?- ¿Son voces esclavizantes?- ¿Son voces litigiosas?- ¿Son voces demandantes?- ¿Son voces inculpatorias?- ¿Son voces emocionalmente desestabilizantes?- ¿Son voces maliciosas?- ¿Son voces codiciosas?- ¿Son voces abandónicas?

“Ustedes saldrán gozosamente

y serán conducidos en paz”.

Isaías 55, 12

Nuestros enojos

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