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EL PRIMER LIBRO HISTÓRICO
III
ОглавлениеAl proponerse en el año de 1854 el gerente de la Sociedad editora de la Biblioteca Universal, D. Ángel Fernández de los Ríos, publicar una Historia general de España, á fin de vulgarizar su conocimiento, no halló otra más adecuada al fin que perseguía, que la del P. Juan de Mariana. Mas no alcanzando esta más que hasta la muerte del rey D. Fernando de Aragón, llamado el Católico, á los principios del siglo xvi, para completarla hasta nuestros días, vióse en la necesidad de unir á aquélla la continuación que dejó escrita el P. Fr. José Manuel de Miñana, fraile trinitario valenciano, que vivió de 1671 á 1730, la cual solo abarcaba los reinados de aquella centuria, hasta el comienzo del reinado de Felipe III5, confiando el resto del reinado de la dinastía austriaca al entonces joven batallador político, D. Antonio Cánovas del Castillo, que acababa de dejar la dirección de un periódico de partido que se tituló La Patria, órgano de aquellos moderados, avanzados y disidentes, á quienes se dió el apellido de los puritanos y que á la sazón se hallaban comprometidos en la trama revolucionaria que estalló en Julio de aquel mismo año; así como la del reinado de los Borbones de la Casa de Francia, á este mismo escritor y á su amigo y condiscípulo Don Joaquín Maldonado Macanaz. Otra obra histórica existía desde 1817, que basada en la reproducción también de la siempre clásica del P. Juan de Mariana, había sido proseguida, ilustrada y añadida con notas críticas y tablas cronológicas que alcanzaban hasta la muerte del Carlos III, y que llevaba en su portada el título de Historia general de España, compuesta, enmendada y añadida por el P. Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús: ilustrada con notas históricas y críticas y nuevas tablas cronológicas desde los tiempos más antiguos hasta la muerte del Sr. Rey D. Carlos III, por el Dr. D. José Sabau y Blanco, Canónigo de San Isidro (Madrid, 1817. – Imprenta de D. Lorenzo Núñez). Pero ni al editor, ni á sus colaboradores pareció esta bien, sobre todo, porque en las notas bibliográficas que Sabau puso al final de cada uno de los períodos en que la dividió, desgraciadamente, resaltaba que toda, ó casi toda su erudición histórica se fundaba en el concurso de la erudición ó consulta de libros extranjeros. Limitándonos á los tres reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, que son los que constituían el período austriaco de que se encargó Cánovas del Castillo, los textos y autoridades de que Sabau se había servido para formar sus Tablas cronológicas fueron, Gabriel Chapuis, Camboers, Greinstons, Leonard, La Neuvil y Leclere para el primero; St Creux, La Cled, Burnet, Montglat, Ramsay y Vertot para el segundo, y Riencourt, Brandt, Basnarg, Jenquières, Lamberti y Abrigny para el último, y como la mayor parte de estos autores eran, ó desconocidos, ó poco popularizados en España, entre el corto número de los eruditos de entonces, cupo la sospecha de que la obra total que Sabau daba por original y consecutiva de la de Mariana, no era otra cosa sino una mera traducción francesa disfrazada.
En realidad, el nuevo movimiento documental ó de archivo al empezar el año de 1854 era todavía bastante incipiente para que sus frutos pudieran derramar una nueva luz sobre los escritores españoles; y aunque D. Modesto Lafuente había tenido la plausible arrogancia de intentar desde 1850 una nueva Historia general de España, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, la empresa que acometió, y en diez y siete años llevó á termino con impertérrita perseverancia, buena intención y no escaso estudio, estaba muy á sus principios para que dejara de ofrecer interés y oportunidad la que la casa editorial de la Biblioteca Universal había empezado á dar á luz y para la que había querido contar como colaborador con uno de los jóvenes, que en pocos años, desde que residía en Madrid, había universalmente conquistado una reputación de docto y brillante escritor, temprano anuncio de lo que en el desarrollo de su vida, siempre activa, había de llegar á ser en el palenque de la inteligencia y en las supremas posiciones de la política.
Tenía D. Antonio Cánovas del Castillo veintiséis años de edad cuando publicó como continuación de las obras de Mariana y Miñana, su Historia de la decadencia de España, desde el advenimiento de Felipe III al trono, hasta la muerte de Carlos II. Nacido y educado en Málaga, en 8 de Febrero de 1828, de diez y seis, en el de 1844, vino á Madrid, huérfano de padre, á la continuación de sus estudios bajo los auspicios de su próximo pariente, el escritor distinguidísimo D. Serafín Estébanez Calderón. No tomó de éste ninguna de sus aficiones, aunque las encarnó todas, porque en tan temprana edad ya constituían todas ellas la ambiciosa inclinación de su espíritu. Estudió en las Academias de San Isidro con Castelar, con Martos, con otros que también llegaron á ser hombres insignes, y entre todos sostuvo siempre la noble emulación de la superioridad en todas sus facultades. De diez y nueve años se inició en los ensayos de la publicidad de sus precoces producciones literarias en periódicos literarios, afamados, como el Semanario Pintoresco Español y El Conservador, que tenía por únicos redactores á D. Joaquín Francisco Pacheco, D. Antonio de los Ríos y Rosas, D. Nicomedes Pastor Díaz y D. Francisco de Cárdenas. Y cuando en 1849, teniendo Cánovas veintiún años, fundó Pacheco con el mismo Ríos y Rosas, con D. Antonio Benavides y D. Fermín Gonzalo Morón, el periódico político La Patria, dirigido á hacer la campaña de la fracción de los llamados puritanos hacia la revolución de 1854, juntos entraron á colaborar en él como sus más jóvenes redactores D. Eulogio Florentino Sanz y D. Antonio Cánovas del Castillo. ¡Quién se había de figurar que un año después, al cumplir este último veintidós de edad, había de ser designado por aquellos publicistas tan esclarecidos para sustituir á Pacheco, nada menos que en la dirección política de aquella publicación!
El trabajo periodístico desgasta aceleradamente las facultades é impide la ampliación de los estudios profundos, pues no sólo el tiempo material que en él se emplea no deja vacancia para nada, sino que á la vez enajena el espíritu, cautivándole en una de las pasiones más vehementes que ciegan el corazón del hombre: la pasión política; mas si La Patria fué para el joven Cánovas del Castillo escuela absorbente de esta pasión que le había de acompañar ya toda la vida, la vida reducida á dos únicos años que aquel periódico disfrutó bajo su dirección, hasta 1852, no coartó la inclinación poderosa del novel periodista á la instrucción y al estudio. Acaso en él, el periodismo fué un acicate á su sistematización, porque desde que se empeñó en sus luchas, refrenando sus preferencias primeras á la poesía, al teatro, á las obras de imaginación, le empujó al palenque de la historia, la maestra suprema de la vida, en la cual los entendimientos políticos se adelgazan y avaloran, abriéndoles el horizonte del mundo de la realidad y de la experiencia en que toda la vida han de girar. Término crítico del paso de unas inclinaciones á otras, luego que La Patria dejó de publicarse en 1852, fué su expedición á las montañas aragonesas, so pretexto de la visita á un amigo de la infancia, y su concepción allí de su primera obra seria literaria La campana de Huesca, en la que, dejando á la imaginación correr por el campo romántico de la novela de entonces, comenzó á sentir el freno poderoso de la Historia. En esta obra se desplegaron instintivamente ya en él, cada una de las tres grandes facultades en que durante todo el curso de su vida había de dar empleo á la continua ebullición de su inteligencia calenturienta: la amena literatura, la austera historia, la batalladora política. Las tres pasiones á la vez le inundaban ya el alma, desde las discusiones académicas de las aulas de San Isidro, desde las conversaciones románticas de los amigos jóvenes del Café de la Esmeralda, desde las ardientes lides de su primer ensayo del periodismo, desde el cual tan temprano empezó á ocupar puesto en las maquinaciones secretas de los hombres de partido que tan pronto se agitaban en las intrigas de corte ó en las conjuras de club, como se preparaban para la acción del Gobierno y las iniciativas de la legislación. ¿Qué era, pues, en este punto, á los veintiséis años de edad Cánovas del Castillo?
¿Un literato? ¿Un periodista? ¿Un hombre político? Nada definida é individualmente, y todo en conjunto. Era periodista apasionado, que se ponía á escribir una historia con las ideas de partido de que se hallaba ya llena su alma; un historiador de episodios de antiguos tiempos, que con la imaginación exaltada trataba de convertir en novela; un joven de acción, que en las reuniones de sus antiguos maestros del periodismo tomaba parte en sus planes, se brindaba á secundarlos y apoyarlos, y caminaba con ellos hacia una revolución, como se camina en compañía de buenos amigos á los deleites de una romería. En esta edad y en esta situación de mente y de espíritu emprendió en las vísperas de la revolución de 1854 el joven Cánovas del Castillo la Historia de la decadencia de España, desde el advenimiento de Felipe III al trono, hasta la muerte de Carlos II.
Con solo echar una ojeada á las Cuatro palabras que encabezan la obra de entonces del autor, se profundizan bien cuáles eran, en realidad y substancia, sus intenciones bajo el aspecto general y ulterior de su trabajo. – «Hemos querido, dice, llenar en algo un vacío que se nota en nuestra Historia, y es la descripción de nuestra decadencia, no menos notable, no menos grande ni menos digna de estudio que la romana. Que no lo hemos conseguido ya lo sabemos; pero puestos á la obra, debíamos hacer de nuestra parte todo lo posible por conseguirlo. Nuestra decadencia no sólo no está narrada hasta ahora sino que está ignorada, obscurecida, envuelta en falsedades y calumnias de extranjeros y nacionales; de aquéllos, como autores; de éstos, como imitadores ó copistas. Sabau y Blanco hizo no más que recoger noticias de libros extranjeros sin crítica, sin examen, con notoria precipitación é injusticia y con manifiestos y continuos errores. Á este han seguido después los más de los escritores nacionales. Los que mejor explican nuestra decadencia son los dos extranjeros: Ranke y Weiss; pero ni uno ni otro quisieron hacer historias sino más bien disertaciones, y además, aunque ambos imparcialísimos, no son, al cabo, españoles, y su crítica no puede siempre ser aceptada. Algo de esto puede decirse también de nuestro buen amigo D. Adolfo de Castro, que ha escrito sobre la decadencia de España, sin pretender hacer una Historia. De todo esto nace el grande amor con que miramos la primera parte de nuestra tarea y al extendernos más en ella de lo que, al parecer, exigía la buena proporción del libro. Y al propio tiempo hemos procurado beber siempre en fuentes originales y españolas; para ello no hemos perdonado medio en el poco espacio de que hemos podido disponer. Los juicios, buenos ó malos, son nuestros siempre; los hechos los hemos tomado donde hemos podido hallarlos. No nos hemos fiado casi nunca de las versiones extranjeras, porque, ante todo, hemos querido hacer un libro español y para España, que era lo que hacía falta.» – Como se ve, la suprema aspiración del joven Cánovas del Castillo, al escribir la Historia de la decadencia, se concretaba: «primero, á llenar un vacío que, desde el siglo xvii, como antes se ha apuntado, existía en España; segundo, á rectificar los errores en que habían incurrido los que antes, nacionales ó extranjeros, se habían propuesto la misma empresa, no recibiendo para ello más inspiración que la de las fuentes originales y españolas; tercero, á hacer un libro enteramente español y para España.» Ahora bien, ¿cumplió el joven Cánovas todo lo que se prometió? ¿Pudo cumplirlo?
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Publicada por vez primera en una edición de la de Mariana en el Haya, el año 1733, en latín y la traducción castellana por D. Vicente Romero en otra de Lyon, de Francia, en 1737. Otra edición de la última se hizo en Madrid en 1804.