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Presentación

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por Lorena Preta

Quizás se esté presentando un tiempo nuevo en el cual las profundas intuiciones del psicoanálisis, desde Freud en adelante, liberado al fin del estigma como psicoanálisis aplicado o como teoría incompetente fuera de sus fronteras, o como producto sucedáneo de un doctrina “alta” que no soporta contaminaciones de lo real, puede, finalmente, re-encontrar (porque en el pensamiento original del fundador este intento era, sin duda, evidente) el significado profundo de su peculiaridad.

El sentido de un compromiso que consiste en la aplicación de su método para la comprensión de los hechos individuales y colectivos, sin esconder la problemática sino presentándola como objeto imprescindible de consideración.

Es un tiempo hecho de la valoración atenta de una realidad compleja, de los varios niveles que la definen y que nunca pueden perderse de vista sin el agostamiento del pensar y su alejamiento de la práctica de la vida. De la vida tal como se nos presenta hoy −más que nunca− como un proceso peligroso, lleno de ambigüedad y de riesgos, vertiginoso, rápido, también doloroso, que no da tregua ni al pensamiento ni a la acción.

El libro de Cosimo Schinaia literalmente nos arroja dentro del tema más urgente por excelencia: el del medioambiente. Nos arrastra en la problemática ecológica a través de citas cultas pero entendibles, como realidad que tocamos con la mano y que nos afecta a todos.

No quisiera repasar aquí las etapas del pensamiento psicoanalítico y de las demás disciplinas que el libro examina, claramente establecidas y distintas, pero quisiera hablar del sentimiento que me ha suscitado escribiendo esta breve presentación, porque me parece que es representativo de la postura que el autor implícitamente invita a asumir respecto del tema ecológico.

Generalmente, cuando se escribe o se piensa acerca de un tema propuesto, hay necesidad de moverse, en cierto modo, para recuperar referencias personales, lecturas propias, opiniones consolidadas −tal vez actualizándolas. Sin embargo, reflexionando sobre este libro, ese procedimiento resulta casi imposible.

Es necesario entrar en el texto, estar al día, sentir que se ha elegido un campo preciso, comprometido y que los problemas que surgen de la lectura no son eludibles.

La sensación es que el libro es “necesario”, que no podemos movernos de ahí, ganar tiempo, tergiversar. Que estamos frente a una brutalidad de las cosas que nos enfrenta a la realidad tal como es, sin vuelos retóricos o invasiones arbitrarias.

La falta de límites en el estilo es continua, pero solo en el sentido de que el lector es invitado a reconstruir, ampliándolo, su mapa de referencia respecto del medioambiente.

Dentro-fuera, individuo-grupo, naturaleza-cultura son algunos de los binomios para entrar en el viaje ecológico que nos espera. Vínculos que ayudan entre realidad de base que encuentran su sentido solo puestos en relación, porque es su interdependencia la que puede dar cuenta de la complejidad de las cosas. Si se prescindiese de uno de los dos términos o incluso de la interrelación entre todos los mencionados, se haría una amputación, una parcialidad limitadora.

Resulta imposible, entonces, hablar de un imaginario individual sin considerar el colectivo que lo sustenta y que, en realidad, lo determina en una relación de codeterminación recíproca.

Como no deberíamos descansar sobre la imagen de un medioambiente separado de la representación que de él tenemos en nuestro interior y sin poder construir, por ejemplo, una ciudad o una habitación o cualquier objeto que el hombre produce, sin pensar que no sea, de cierta manera, la proyección de nuestras partes psíquicas más o menos conscientes.

No es posible invocar la vieja disputa entre naturaleza y cultura sin considerar que esta contraposición de por sí ya resulta asfixiante si no logra presuponer en este caso la bidireccionalidad que la co-construye. Temas ampliamente tratados en el libro desde varios ángulos.

Sin embargo, esta estructura que conecta, para usar la definición de Gregory Bateson que Cosimo Schinaia cita y destaca, no siempre resulta evidente. Muchas veces vivimos las problemáticas ambientales como desenganchadas una de la otra o las negamos violentamente −y esta parece ser la solución colectiva prevaleciente hasta ahora.

Más que a otro tipo de práctica y de teoría, al psicoanálisis se le ha confiado la tarea de entender por qué, frente a la evidencia de un daño tan grande y peligroso causado al medioambiente, el hombre todavía no quiere darse cuenta de lo que ha sucedido y de lo que vendrá.

Son actualizados los mecanismos de defensa, tan bien descriptos en el libro, como la escisión, la intelectualización, la supresión, el desplazamiento, la represión, la negación. Cada una de estas soluciones, cubriendo la angustia llevada por el conocimiento del peligro, hace imposible la reparación del daño, tanto psicológico como moral, si por ética podemos entender una función específica de la mente que la hace precisamente humana.

Pareciera que se debería esperar que venga de afuera, quizás de civilizaciones extraterrestres, la conciencia del peligro que se cierne sobre nosotros, como en el clásico filme de ciencia-ficción The Day the Earth Stood Still (1951), dirigido por Robert Wise.

Allí la misión extraterrestre es la de convencer a la humanidad de su propia destrucción y buscar soluciones. En realidad, no es eso lo que sucede en el filme, pero lo que nos interesa considerar es que el conocimiento del peligro y la conciencia del daño causado a la biosfera son obstáculos para nosotros mismos, para nuestro interior, en mil modos conscientes e inconscientes, tanto como para hacernos imposible abrir los ojos a la realidad.

La angustia que conmocionaría al individuo, lo aleja de la conciencia y es una forma de defensa, recuerda Schinaia, además de individual, también colectiva. Sin embargo, sería necesario integrar “los sentimientos angustiosos de pérdida” y de finitud para “relacionarnos auténticamente de un modo dinámico e incierto”.

Además, es necesario evitar la exaltación acrítica del mundo natural que termina en “una adhesión fanática a la ideología ecologista” en una suerte de “alucinación” grupal.

Los temas tratados en el libro son muchísimos. Los vértices de observación se cruzan, a veces se oponen, para no descuidar nada en la intención de dar una explicación que respete las tantísimas facetas del problema.

En el transcurso de la lectura encontramos ejemplos clínicos que mezclan las reflexiones, comparando caracteres y vivencias humanas que ilustran claramente cómo en la psicología y en la experiencia de cada cual se pueden crear nudos psíquicos que inducen los comportamientos −como despreciar el agua y otros recursos o el de protegerse de manera obsesiva de los agentes externos vividos como contaminantes− que dan cuenta del entramado entre la esfera personal y la colectiva y aclaran cómo el psicoanálisis puede hacer más que otras disciplinas, cuando la experiencia personal y la dinámica psíquica puedan reflejar los nudos problemáticos de la relación con el medioambiente.

También golpea mucho la referencia personal del autor en un hecho doloroso de la historia italiana, el de la Sociedad ILVA, que provocó muertes por contaminación en la ciudad de Tarento que aún hoy no han sido aclaradas.

Cosimo Schinaia viene de esa tierra y a través del recuerdo de un antes que no está más y que ya solo puede formar parte de la narración de su pasado, nos hace entender no sólo los efectos desagradables de la contaminación y del envenenamiento del agua, de la tierra y del aire sino también la cuestión de la relación de todo esto con las cuestiones del trabajo y el empleo, que no pueden ser descuidados. La paradoja de salvarse de la pobreza y lograr el bienestar promovido por la industria entre la población, al mismo tiempo la condena a generar muerte en la naturaleza y en los hombres.

En las novelas y en los filmes de ciencia-ficción los extraterrestres a veces son conquistadores agresivos y guerreros (a nuestra imagen y semejanza), otras veces son atentos observadores intergalácticos que se dan cuenta de la belleza y de lo extraordinario de nuestro planeta, hecho de agua, de riquísima vegetación, de una variedad desmesurada de vidas biológicas.

Klaatu, Barada, Nikto! sonaba la frase del filme antes mencionado pronunciada en lengua extraterrestre para impedir la represalia contra los humanos agresivos y obtusos. Allí funcionaba, pero nosotros, que todavía tenemos dificultades para encontrar un sistema de traducción que permita la comunicación entre culturas de pueblos diversos en el mundo que habitamos, que incluso en nuestro mundo interno tenemos dificultades para contactarnos con diferentes y múltiples niveles de organización psíquica, ¿seremos capaces de encontrar una fórmula que nos permita detener nuestros propios ataques a la supervivencia de la humanidad?

Quizás conocemos la frase, pero no entendemos que es a nosotros mismos a quien debemos dirigirla.

Inconsciente y emergencia ambiental

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