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Introducción

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La representación del Pesebre de Cogoleto tal como se ofrece a la mirada del visitante del manicomio responde al principio según el cual debe haber plena correspondencia entra realidad y transfiguración artística. De allí que la sucesión de los cuadros del pesebre no solo no es arbitrariamente fantasiosa sino que reproduce la organización espacial, la distribución funcional y la topología de las distintas partes constitutivas del manicomio con un grado de precisión notable. Además, el juego de luces y la perspectiva permite acceder emocionalmente al clima de atemporalidad y abandono que caracterizaba la vida en el interior de las distintas secciones.

Después del portón, irremediablemente cerrado, estaban los edificios de la dirección y de la inspección, dentro de los cuales se encontraban las salas de los médicos, las oficinas administrativas, la biblioteca y parte de los aposentos de los médicos residentes. Era la zona habitada y frecuentada por las personas dedicadas a la asistencia y a la administración, vecina a la salida, con la posibilidad de fuga al exterior, un exterior que en los momentos críticos podía confirmar la identidad del médico (por lo tanto, normal), en oposición a la del paciente (por lo tanto, diferente). Todo alejado de los pabellones de internación, lugares de sádica segregación, de los que los médicos trataban de distanciarse lo más posible por seguridad.

Luego comenzaba un amplio territorio con varios pabellones de internación diseminados, todos invariablemente cerrados y sin comunicación entre sí. Cada uno de ellos estaba equipado con cámaras de aislamiento para los alterados o para aquellos que perturbaran el inhumano orden institucional, ya fuera en la anónima y desadornada sala, lugar de incomunicación en vez de socialización, o en la plaza, prolongación externa de la sala, espacio abierto rigurosamente cercado.

Cada una de las secciones tenía una sala de electroshock, llena de angustia y misterio, generalmente contigua a la sala médica, a menudo en el centro del pabellón, una suerte de memento para todos los internados; las caras asustadas, los gritos de dolor tenían un valor de prevención y de disuasión contra cada disturbio del orden del manicomio.

La sección infantil y la escuela adjunta estaban separadas de los otros pabellones para evitar el contacto con los adultos y los riesgos de que los niños pudieran ser víctimas de agresiones, pero presentaban las mismas características de abandono y de aislamiento relacional.

Después de los pabellones comenzaba la colonia agrícola, con sus campos cultivados, con los olivos y los árboles frutales, con el chiquero, los animales domésticos y las granjas bovinas. En esta área se encontraban también la carpintería, el taller, la lavandería, los atelieres y la mayoría de los lugares de trabajo.

La sucesión de los cuadros del pesebre sigue la idea arquitectónica y funcional del Manicomio de Cogoleto, que se diferencia del resto de los manicomios por no tener ni una estructura falensterial (o sea, con un cuerpo central del que parte una serie de brazos como rayos, con lo cual basta estar en el centro del complejo para controlar todo con la vista) ni una estructura con círculos concéntricos, donde los internados se disponen como en los balcones infernales más terribles, acercándose gradualmente desde la periferia al centro (para entendernos, de la sección observación a la sección agitados).

El portón y el puesto de los médicos de un lado y el extenso territorio de la colonia agrícola, por el otro, marcan los confines de la villa con los pabellones diseminados. Estos límites no eran evidentes como en las otras estructuras, más bien estaban camuflados y embellecidos por altos setos, pero absolutamente infranqueables. Al final se encuentra el cementerio netamente dividido en dos secciones: una para los habitantes de Cogoleto al que los internados del manicomio no pueden acceder y otra para los locos, tristemente igualadora, con cruces anónimas idénticas, marcadas por un número que el tiempo se encarga de borronear y después hace desaparecer completamente.

Las variantes más importantes que los artistas aficionados (pacientes, enfermeros, operarios, médicos) se permitieron en la creación del pesebre fueron: colocar el nacimiento al comienzo del recorrido del pesebre, en tamaño natural, para recordar el profundo significador emotivo-afectivo que los temas de la Navidad y de la pertenencia revisten para los internados y al final del trayecto una gran vista de Génova que desde el puerto se eleva sobre las colinas, fascinante por los colores tenues de sus construcciones, expresión de la esperanza de un retorno al lugar de los orígenes siempre latente pero largamente frustrada y remota.

Si el tema del viaje en el pesebre tradicional es “intenso como recorrido lineal hacia una meta: la gruta donde se verificó el misterioso encuentro entre lo humano y lo divino, entre nuestra finitud y la promesa de nuestra redención”,3 el viaje a través del Pesebre de Cogoleto comienza en el Nacimiento para adentrarse en los meandros del laberinto del manicomio, mostrarnos los errores y los horrores, enfrentarnos con una sutil fascinación y finalmente aparecer ante la espléndida ciudad anhelada, contenedora de todas las esperanzas de libertad y socialización, una ciudad donde sea posible la convivencia con los hombres sin sociológicos cambios de las diferencias pero también sin rígidas e inhumanas separaciones.

La construcción del itinerario narrativo quiso respetar lo más posible la marca realista del pesebre y de sus cuadros y, a menudo, el recorrido original del interior del Manicomio de Cogoleto. También quiso subrayar la posibilidad de una luz al final de un largo camino inquietante y doloroso, una llegada posible para el deseo de libertad y para la esperanza, a veces expresada o aparentemente inexpresada.

Cada cuadro del pesebre es un capítulo, una pequeña monografía autónoma, que se transforma en didascalia y se propone describir los aspectos históricos, antropológicos y psicoanalíticos que reclama la representación artística. De este modo, los cuadros del pesebre no resultan figuras fijas del pasado sino que buscan transmitir la sensación de movimiento, de evolución, de proyección. Una cierta discontinuidad, que en algunos puntos se convierte en verdadera y auténtica arbitrariedad en la selección y en la presentación de los cuadros, es el precio a pagar para evitar el riesgo de que todo se vuelva un catálogo de museo y no un instrumento vivo, utilizable para conocer la historia pero también para enfrentarse con opciones, ideas, proyectos, abandonados en el conflictivo presente de la psiquiatría, en las diversas hipótesis científicas en uso para calmar o curar el sufrimiento mental sin recurrir a la institucionalización.

Después de esbozar la historia del Manicomio de Cogoleto desde sus orígenes hasta nuestros días, describir los proyectos actuales de modificación y recordar la historia del pesebre, su diseño y realización, pasamos a la descripción de los cuadros más significativos.

La representación de la Navidad permite pasar de la ilustración de los aspectos antropológicos del nacimiento a las hipótesis psicoanalíticas sobre lo vivido y sobre el recuerdo del nacimiento. El cuadro del nacimiento expresa toda la necesidad de maternidad pero también de paternidad, de calor familiar que la experiencia del manicomio tiende brutalmente a reiniciar.

El portón inexorablemente cerrado, las habitaciones de aislamiento para los más inquietos, la sala del pabellón y la plaza son las representaciones de la segregación, de la incomunicación, de la sustracción radical de las dimensiones de tiempo y espacio.

La sala de los médicos se constituye en emblema de las groseras medidas adoptadas por los cuidadores para defenderse no solo de compartir sino también del contacto con el sufrimiento mental: los batas blancas tienen necesidad de reconocerse iguales entre sí y diferentes de los internados, para no poner en crisis una identidad que podría mostrarse frágil y postiza. En la novela de Chéjov La sala número 6,4 el protagonista, médico, comete el error de interesarse demasiado con los sentimientos e ideales de un paranoico recuperado y termina encerrado con él.

La sala del electroshock es el lugar donde las defensas de los pacientes se vuelven aparentemente más sofisticadas, sustanciándose en el ejercicio de una técnica que anula todo contacto con el Otro, que se convierte en víctima de la prevaricación y de la arbitrariedad. Sin embargo, es la ocasión para una reflexión sobre las raíces históricas de un instrumento terapéutico todavía muy usado en el mundo y que, como veremos, parece todavía sensato, al menos como extrema ratio, en el tratamiento de algunas formas como los gravísimos estados depresivos que no responden ni a la farmacoterapia ni a la psicoterapia y en los que es muy elevado el riesgo de suicidio.

Los cuadros de la sección niños y de la escuela permiten una reflexión sobre la poca atención que la sociedad dedicó a ellos y, en particular, a los niños con grave discapacidad psicofísica, sobre los culpables retrasos asistenciales y, más en general, sobre la falta de una cultura que privilegie la ayuda a la familia del niño con problemas psíquicos de distinta índole, antes que recurrir a la institucionalización.

Los muchos cuadros dedicados al trabajo dan la oportunidad para describir el paso de la laborterapia institucional (con sus implícitos ideológicos de encierro y frustración) a la rehabilitación psicosocial con la fundación de cooperativas (lo privado social) para componer una dimensión a la vez terapéutica y social de la actividad laboral.

El cuadro del cementerio dividido en dos secciones netamente separadas, una para los muertos “normales” y una para los muertos “locos” y el cuadro del transporte del cuerpo del paciente sobre un carro (que se hace secretamente de noche para no perturbar la cotidianidad de las relaciones con el exterior del manicomio y para no escandalizar) nos advierten sobre la fuerza del prejuicio y la intensidad del temor al contagio que evoca el sufrimiento mental.

Los cuadros de la ciudad de Cogoleto −que reúne finalmente en su interior la colina del manicomio con la de Génova la magnífica, bella, grande y lejana− ofrecen la ocasión para elevar la mirada y apuntarla hacia el futuro, hacia los ambiciosos y sustanciosos proyectos terapéuticos y de rehabilitación que prevén la modificación del manicomio. Los proyectos deben comenzar con el enriquecimiento de la sustancia emotiva como base de la relación terapéutica; deben ser individualizados y no masificados para evitar peligrosas e ideológicas fugas hacia adelante, racionalizaciones sociológicas para evitar la comparación con las angustias profundas que el paciente crónico comunica y traslada al curador, junto al sentido de aridez, de impotencia, de error.

Los pacientes del exHospital Psiquiátrico de Cogoleto tienen derecho a ser resarcidos con un futuro tan digno como realmente transitable e intentan mostrarlo a través de su pesebre.

3 Riolfo Marengo, S., Prefacio en (1996) I Presepi di Liguria. Milán: Scheiwiller, pp. 9-11.

4 Chéjov, A. (1892). La sala número 6. Madrid: Eneida, 2011.

El pesebre de los locos

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