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3 No es fácil decir adiós

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Diciembre 2016

Nada más abrir los ojos se encontró con los de Virginia fijos en ella y el corazón le dio un pequeño salto en el pecho. Miró a su alrededor para poder ubicarse y recordó que la noche anterior habían terminado en la autocaravana, en aquellos momentos los rayos del sol la iluminaban completamente. Las dos seguían desnudas y observó a la californiana, se fijó en su anatomía tapada a medias por una sábana y al levantar la vista en busca de sus ojos la descubrió sonriendo de esa forma.

Seguro que estaba roja otra vez.

Le dio un golpe en el brazo antes de acurrucarse escondiendo la cara en su cuello y respiró profundo al sentir que le rodeaba la cintura con el brazo. Se quedó unos segundos de más con la nariz apretada contra su piel, sin ganas de separarse de su cuerpo, no podía creerse que hubiera llegado el día de la despedida.

Malditos kilómetros, maldita distancia.

Minutos después salió de su escondite, apoyó la mejilla en su hombro y disfrutó de las caricias de las yemas de sus dedos en la espalda. Habían sido los mejores días de su vida, eso lo tenía muy claro, y no solo por ella, sino también por el viaje familiar y por haber conocido mejor a Liv y a Teri. A pesar de los múltiples aspectos positivos, tenía que admitir que lo mejor de todo había sido poder descubrir a Virginia en una faceta mucho más íntima, el sabor de sus labios y la forma en la que besaba. Las dos últimas noches.

Demonios, lo hacía todo muy bien.

Cerró los ojos al sentir cómo presionaba los labios sobre su sien y de repente aquella sensación de vergüenza desapareció, dando paso a la tristeza. ¿Cómo iba a estar tanto tiempo sin sus besos y sin poder sentirla de esa manera?

—Buenos días, Mandy.

—Buenos días, Virginia.

Se medio incorporó para ver su rostro, apoyando la barbilla sobre su pecho aún cubierto por la sábana.

—¿Has dormido bien?

Ay, seguro que se estaba ruborizando otra vez, lo sabía por la forma en la que la estaba mirando.

—Muy bien.

Dormir habían dormido poco, a decir verdad. Le daba vergüenza admitir que tenía agujetas. Quizás debería empezar a hacer ejercicio si quería estar a la altura de la californiana la próxima vez.

—Qué tonta eres —protestó cuando la vio adoptar aquella expresión insinuante, pero lo dijo sonriendo, no podía evitarlo.

Con Virginia era así siempre, le resultaba imposible no sonreír con cada payasada que se le ocurría.

No le dio tiempo a decir ninguna más, porque la californiana tiró con suavidad de su nuca y atrapó sus labios en un beso de buenos días. Aguantó un suspiro y se centró en disfrutar de aquel contacto que tanto iba a echar en falta los próximos meses. La forma en la que se besaban le recordaba a la de la mañana anterior, cuando se despertaron después de hacer el amor por primera vez.

Sí, con Corey fue feliz y cada vez que se besaban ella confirmaba lo enamorada que estaba de él, pero nunca se había sentido como se sentía con Virginia. Aquel pensamiento la invitó a sonreír en mitad del beso y cuando se separaron se perdió en el marrón de su mirada.

—No sé cómo voy a vivir sin esto —susurró la californiana mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar, le encantaba la forma tan delicada en la que la tocaba siempre y adoraba que pensaran así de parecido—. Creo que es lo que más voy a echar de menos.

—¿Besarme? —preguntó y deslizó las yemas de los dedos por su hombro y parte de su cuello, sonriendo al verla estremecerse—. Yo también voy a echar de menos besarte.

—También, pero me refería al contacto ocular. Tengo escalofríos cada vez que miro tus ojos directamente.

—A mí también me pasa —confesó, y era cierto, porque sin una pantalla de por medio la sensación era muy diferente.

Sonrió automáticamente al ver la dentadura perfecta de Virginia. Fue en lo primero en lo que se fijó al conocerla, en lo increíble que era su sonrisa, y adoraba sentirla entre besos. Aún no sabía si creerse eso de que nunca había llevado aparatos.

—Virginia… —susurró agitada al sentir cómo la recostaba contra el colchón mientras le besaba el cuello muy lento. Sin necesidad de nada más ya estaba excitada.

En varias ocasiones se había preguntado cómo sería la californiana en la intimidad, sobre todo cuando empezó a leer sus escenas eróticas, se la imaginaba sexi, dominante y casi brusca, pero en su primera vez con ella no fue así. Hubo muchos besos y toneladas de mimos por parte de las dos, pero la noche anterior la cosa cambió un poco, Virginia se dejó llevar y le enseñó su cara más insaciable. Le daba vergüenza incluso pensarlo, pero jamás había disfrutado tanto en la cama, y eso que Cyndi no dejaba de insinuar que quizá echaría de menos algo en concreto entre las sábanas. Bobadas. Ni una sola vez sintió que faltara nada en el cuerpo de Virginia.

—Esto también lo voy a echar de menos, Mandy.

Dios… su voz era increíblemente erótica cuando la escuchaba así de cerca del oído.

Quién le iba a decir que el acento americano le haría sentir aquellos escalofríos.

Virginia paseó los labios sobre su piel, ascendiendo por su cuello y recorriendo su mandíbula hasta acabar de nuevo de lleno en su boca, besándola con profundidad.

—¿Y si nos escuchan?

Se preocupó, porque seguro que Liv y Teri estaban en algún lugar de la caravana.

—Si te sientes incómoda, paro. Solo tienes que decirlo.

Ay, era tan mona, tan atenta…

La sujetó por la nuca y la atrajo de nuevo hacia ella, las dos entreabrieron los labios a la vez para no perder el tiempo y ella suspiró contra su boca al sentir que Virginia apartaba la sábana y se colocaba bien sobre su cuerpo, quedando piel con piel.

***

Llevaba roja un rato, porque Teri no dejaba de mirarla con media sonrisa insinuante mientras las cuatro desayunaban juntas en la mesa de comedor de la caravana.

Dios, lo que le gustaba avergonzarla.

Virginia le había asegurado que sus amigas no las habían escuchado ni la noche anterior ni aquella mañana, pero esa mirada azul con sonrisa pícara a juego estaba poniéndola nerviosa.

Liv, en cambio, estaba algo seria, decía que le dolía la cabeza y tenía una pequeña herida en el labio, al parecer habían bebido demasiado la noche anterior y ella no se acordaba de nada, pero Teri aseguraba se lo había hecho en una pelea en el casino. Parece ser que Liv se había pasado un poco exigiendo más fichas e insultando a todos los que se le ponían a tiro, aunque no se pronunció ante las palabras de la ojiazul.

Se sentía culpable, porque habían pasado la noche fuera para darles intimidad a Virginia y a ella, y entre copa y copa decidieron dormir en el hotel del casino para no molestarlas. Casino, bebidas, labios partidos y una resaca de las que no te dejan recordar nada. Casi parecía sacado de una película.

No podía estar tranquila pensando en su viaje de vuelta a San Francisco. Dos de tres tenían resaca y la que no había bebido la noche anterior estuvo demasiado ocupada con otros asuntos como para dormir lo suficiente.

Sonrió al sentir que Virginia la tomaba de la mano y la mantuvo sobre su muslo por debajo de la mesa. Buscó su mirada y casi no le dio tiempo a encontrarla antes de que los ojos se le cerraran solos cuando los labios de la californiana se fundieron con los suyos en un beso suave. Al separarse de ella conectó con el marrón de su mirada y notó que su corazón comenzaba a latir desbocado, cada vez un poco más rápido.

—Me encanta cuando te sonrojas —le dijo al oído, y ella le propinó un pequeño golpe en el brazo antes de permitir que la rodease con él y la apretara contra su cuerpo.

Se iniciaba la cuenta atrás para la despedida y estaba segura de que le sería imposible contener las lágrimas. Tenían que separarse tras el desayuno e iba a echar mucho de menos poder abrazarla de esa forma cada vez que le apeteciera. Sabía que Virginia intentaba mantener el tipo, pero se estaba aguantando las ganas de llorar incluso más que ella, quería jugar el papel de la dura, pero ya le había dicho que no hacía falta que se esforzara, que podían llorar juntas.

—Terminamos de recoger y te acompaño al hotel.

—Te vamos a echar de menos, australiana —dijo Teri.

—Mucho —añadió Liv.

—Ay… —se quejó mientras se limpiaba unas lágrimas que se le habían escapado—. Lo siento. Yo también os voy a echar de menos.

Virginia le besó la sien y Liv la envolvió en un caluroso abrazo. Sentía que había creado un vínculo nuevo con la mejor amiga de Virginia, uno bastante intenso, se inició en el momento en el que se quedaron hablando a solas la segunda noche que pasaron allí, cuando Teri se enteró de que a Liv le gustaban las chicas. De una forma u otra las dos habían vivido una historia parecida, ella también se enamoró de una chica al mismo tiempo que mantenía una relación seria con un chico. Ambas aprendieron que el género de las personas era lo menos importante para llegar a enamorarte de ellas.

Virginia y ella se levantaron de la mesa a la vez y dejó que la californiana la abrazase mientras caminaban hacia la habitación, donde estaba su maleta a medio hacer, y entre las dos buscaron los pijamas que perdieron durante la noche. Seguro que estaba roja otra vez.

¿Se acostumbraría alguna vez a aquellas situaciones?

—Toma, Mandy —escuchó la voz de la americana a su espalda y, tras girarse, sonrió al ver lo que le tendía, a pesar de que estaba llorando.

—No seas tonta.

—Quiero que te los quedes.

La muy boba había doblado un jersey, uno de los que ella había dicho que le encantaban, y cuando Virginia le contestó que se los regalaba pensó que era una de sus bromas. Comparó el color de sus pantalones con la prenda y lo eligió como sustito del que se había puesto aquella mañana. Le estaba un poco grande, pero olía a Virginia, así que era perfecto, la sensación de estar rodeada por ella provocó que se le escaparan unas cuantas lágrimas más. La californiana la estrechó entre sus brazos y ella se escondió en su cuello mientras lloraba abrazada a su cintura.

—No sé cuándo voy a poder dejar de llorar.

—Sí, a mí también me pasa, que una vez que empiezo no puedo parar…

—De momento estás aguantando —susurró—. Te envidio.

—Ya verás cómo me voy a poner cuando te vayas.

—No quiero irme.

—Ni yo que te vayas, Mandy.

Se separó de ella y sonrió a duras penas cuando Virginia deslizó los pulgares por sus mejillas para secárselas, a pesar de que seguía llorando. Siempre le acariciaba de forma delicada —en cualquier situación—, pero algo se le removió por dentro al sentir aquella suavidad. Se puso de puntillas y la besó, la americana siempre parecía sorprenderse si era ella quien tomaba la iniciativa de aquella forma, y le gustaba notarlo. Tenía razón al decir que el contacto directo entre sus labios y sus miradas iba a ser lo que más echaría de menos en esos largos meses que les esperaban.

Acarició su espalda sobre la camiseta que llevaba y recibió su lengua cuando pidió permiso para introducirla en su boca. Se encontraban en mitad de la cuenta atrás y cada vez quedaban menos besos que darse hasta la próxima. Atrapó su labio inferior con los suyos antes de separarse, manteniendo las frentes unidas y los ojos cerrados.

—Mierda. —Se sorprendió al escuchar aquella palabrota y, al mirarla, se encontró con que Virginia estaba llorando—. Menuda mierda —se quejó de nuevo mientras se restregaba el rostro con el antebrazo.

Llevó las manos a sus mejillas, esta vez fue ella quien se las secó con los pulgares y se preguntó si Virginia había sentido lo mismo al acariciarla de esa forma hacía unos segundos. Se sonrieron, a pesar de que ambas seguían llorando, y la californiana le besó la muñeca y cubrió con la mano la que ella mantenía sobre su mejilla.

—Vale, creo que está ya todo listo —le salió la voz un tanto rota—. No quiero que lleguemos tarde al aeropuerto por mi culpa.

—Tendré que despedirme de Micky, Mariam y Richard.

—Y yo de Liv y de Teri.

Hizo pucheros y Virginia la besó una vez más.

—Me encanta que te lleves tan bien con Teri y Liv, muchas gracias por quedarte hablando con ella la noche que empezó esta tensión entre Teriv.

—Tienes unas amigas increíbles.

—Tú también. —Virginia le rodeó la cintura con los brazos—. Cyndi estará loca por saber todos los detalles.

—Es muy cotilla, pero no le voy a contar nada.

Virginia se rio y ella se quedó unos segundos enganchada a su sonrisa antes de permitirle atrapar sus labios de nuevo, y se dejó llevar a donde quisiera llevarla. Buscó aire cuando su espalda se encontró con la pared de aquella pequeña habitación y deslizó los brazos por los hombros de la californiana para rodearle el cuello. Ese beso fue algo más intenso y menos delicado que los anteriores, pero no podía quejarse, porque también iba a añorar esos momentos en los que se buscaban de forma mucho más necesitada.

***

—Te voy a echar de menos —dijo en un murmullo mientras escondía la cara en su cuello.

—Joder, y yo a ti.

A esas alturas Virginia ya no se molestaba en disimular que estaba llorando, y aquello provocaba que ella lo hiciera el doble, entre las dos habían construido un círculo vicioso en el que se retroalimentaban con más y más lágrimas.

—¿De verdad que no puedes quedarte? En mi cama cabemos las dos. Apretadas, pero cabemos.

Al separarse de Virginia, se rio flojito por lo tonta que era y después volvió a besarla rápido, porque su madre, su hermano y Ricky saldrían en cualquier momento del hotel, pero tenía algo muy claro, y era que su último beso antes de regresar a Australia no iba a ser el que se dieron en la autocaravana.

—Te prometo que nos vamos a ver mucho antes de lo que pensamos —murmuró Virginia y ella la estrechó más fuerte entre sus brazos.

—Puedo volver yo —le dijo, acariciándole el pelo—. No gasto nada viviendo con mi madre y Richard. Podría intentar cogerme vacaciones en… ¿junio? ¿julio?

—A veranear en California, qué lista eres.

—¿Te parece bien?

—Solo deja que pague la mitad del viaje con el dinero que gane…

—No, Virginia, tú vives con tus amigos y tienes muchos gastos.

—Pero…

—¡Aquí estáis! —la voz de Mariam las sorprendió y a ella le hizo gracia ver cómo Virginia adoptaba ese gesto nervioso y daba un paso atrás para separarse de ella.

¡Ya era hora de verla avergonzada! Y se estaba poniendo un poco roja.

—Hola, Mariam.

Su madre había salido del hotel sola, seguramente para que Richard no las sorprendiera en aquella actitud cariñosa, hablaría con el novio de su madre sobre su relación en cuanto se le presentara la ocasión, porque no tenía motivos para ocultarla.

—Tranquilas, chicas, que en nada os volvéis a ver.

—Ojalá —dijo al tiempo que alcanzaba la mano de Virginia y entrelazaba sus dedos.

La notó fría y sudada, signos inequívocos de nerviosismo.

—Micky tampoco quiere irse, está arriba llorando mientras Richard lo termina de vestir —explicó—. No sé por qué tardan tanto.

Su madre miró la puerta de salida del hotel con el ceño fruncido.

—¿Quieres que suba yo?

—Subid para ver cómo van, yo voy llamando al taxi.

—Insisto, Mariam… —dijo Virginia, refiriéndose a llevarlos en la autocaravana.

—Vuelvo a rechazar tu oferta, Virginia. —Su madre le sonrió—. Ni loca os hago entrar al aeropuerto en ese bicho enorme.

—De verdad que Teri está encantada de poder trastear con ese bicho.

—De verdad que os lo agradezco. —Su madre le dio un suave apretón en el brazo—. Id arriba y decidles que aligeren el paso, que al final llegamos tarde.

Tiró de la mano de Virginia y subieron a la habitación donde Richard debía de seguir peleándose con Micky para que terminara de vestirse.

—Me parece muy tierno que te pongas tan nerviosa con mi madre.

—Chsss…

La californiana la miró divertida y aprovechó para besarla entre risas mientras subían en el ascensor, ella la llamó tonta una vez más. Se notaba por todos lados que habían llorado, pero intentaban disimular lo mejor que podían

—¡Gina! —Su hermano se enganchó a la pierna de la californiana nada más cruzaron la puerta—. Llévame a tu tasa.

Le encantaba verlos interactuar, se derretía por dentro cuando Virginia lo cogía en brazos o cuando se agachaba frente a él para quedar a la misma altura. Y no sabía si se comportaba de esa forma con él porque ella estaba delante o porque, efectivamente, los niños se le daban así de bien. Se fijó en la expresión de su rostro y supo que era una mezcla de ambas, con más cantidad de la segunda opción.

—¿Quieres venir a California, Micky? Te enseñaré a hacer surf.

—¿Sabes surfear? —preguntó Richard con interés y Virginia puso esa sonrisita traviesa que adoraba.

Richard no tenía el mismo efecto en ella que su madre.

—No, pero por Micky aprendo.

—Si vienes algún día a Melbourne, te enseño yo —dijo el hombre de forma amable.

—¿De verdad?

—Por supuesto.

—Genial, ahora tengo tres motivos para ir a Melbourne. —Virginia sonrió ahora ampliamente—. El surf, Mandy y el pequeño Micky —dijo mirando a su hermano.

Quizás no fue consciente de que lo dijo en voz alta, pero Ricky debió de captar el mensaje, porque la miró por unos segundos en silencio y aparentemente extrañado antes de seguir guardando cosas del niño en la maleta. Cuando devolvió la vista a Virginia la vio un poco más seria mientras paseaba a Micky en brazos, rodeada por el ambiente sutilmente tenso que acababa de invadir la habitación.

—Micky, tienes que ponerte este abrigo. —Terminó con aquel incómodo paréntesis enseñándole la pequeña prenda a su hermano—. ¿Te acuerdas de los aviones?

—¡Sí!

—¿Quieres volver a verlos?

—¡Quiero entrar!

—Ponte el abrigo y entramos en uno.

Se acercó a ellos y cogió en brazos a Micky para dejarlo de pie sobre la cama.

—¿Gina viene a tasa?

Señaló a la californiana y Virginia soltó una risita que trataba de sonar ligera, pero era evidente que escondía tras ella unas ganas gigantescas de volver a llorar. A ella casi se le escapó una lágrima sin querer.

Ya se imaginaba que la despedida sería difícil, pero no estaba preparada para aquella intensidad.

—Algún día vendrá a casa, ¿vale? —le prometió al pequeño.

—¡Vale!

Micky lo exclamó con la felicidad escapándosele hasta por las orejas, ojalá fuera tan fácil. Se limpió disimuladamente la mejilla y decidió cambiar de tema.

—¿Te acuerdas de cómo se llama donde guardan los aviones?

—Alporto.

—Ae… —lo ayudó mientras estiraba el abrigo para que metiera los brazos.

—Aelporto.

—Aeropu…

—¡Puerto!

—Muy bien, Micky. —Sonrió orgullosa y le dedicó una rápida mirada a Virginia, que los contemplaba con un brillo especial en los ojos.

Nada más abrocharle el abrigo, la americana se acercó al niño.

—¿Quieres que vayamos volando?

—¡Sí!

Lo cogió en brazos emitiendo lo que se suponía que era el sonido de un avión y lo hizo volar por la habitación. Ella se mordió el labio mientras los miraba, con un nudo en la garganta de emoción, cuando cayó en la cuenta de que Richard la observaba con el ceño ligeramente fruncido. Le dio la impresión de que el hombre empezaba a darse cuenta de ciertas cosas, que estaba atando los cabos que no le convenía que atara en aquellos momentos. Aún no. Apartó la mirada de él y cogió la mochila de su hermano, antes de salir de la habitación junto a Virginia y un Micky volador.

—Te esperamos abajo, Richard. No tardes, mamá se está poniendo nerviosa.

Se apresuró en cerrar la puerta tras decirlo y se dirigieron hacia el ascensor.

—¿Demasiada tensión? —preguntó la californiana mientras esperaban que llegara a su planta—. Lo siento, no he pensado antes de hablar.

—Tranquila, quizás no lo ha entendido así.

—Menuda cara ha puesto, me ha dado miedo.

Se tuvo que reír y le acarició el brazo con que sostenía a su hermano, su bíceps estaba tenso... Demonios, iba a echar de menos eso también.

Menuda obsesión.

Qué vergüenza.

—¿Por qué te sonrojas? ¿Te dará vergüenza hablar con él? —preguntó en tono burlón.

Si ella supiera…

—La verdad es que Richard no suele meterse demasiado en mi vida —confesó, entrando en el ascensor—. Las conversaciones serias las tengo con mi madre, y en este caso está contenta.

—Eres muy valiente, ¿lo sabes? —dijo mirándola fijamente—. Supongo que debería darme prisa y decírselo a mis padres yo también… Sospecharán con tantos viajes no justificados a Melbourne, ¿no? Eso o podría clasificarme para más campeonatos en Australia.

—No, que apenas tuvimos tiempo para vernos. —Se apoyó en su hombro, rodeándole el brazo con los suyos. No quería separarse de ella.

—Te advierto que quizás me vuelva loca esperando hasta verano.

—Y yo —confesó, soltando un suspiro bastante obvio.

—Ey, mírame —le pidió la californiana y ella alzó la cabeza para conectar sus miradas desde muy cerca.

Se estremeció al sentir que atrapaba sus labios con delicadeza y ambas rieron cuando Micky depositó uno con sonido incluido en la mejilla de Virginia.

—Te ha manchado. —Tuvo que limpiarle, porque los besos de su hermano eran un poco babosos.

Virginia la besó en la mejilla estilo Micky y ella protestó entre risas limpiándose el exceso de humedad de la cara.

¿Cómo iba a poder estar tanto tiempo sin ella?

***

La cabezota de Virginia insistió en acompañarla en un taxi a pesar de sus protestas, porque era evidente que a la americana no le sobraba el dinero. Al final consiguió pagar ella el de ida y le coló un billete en el bolsillo del abrigo para el de vuelta sin que se diera cuenta, ya que estaba muy ocupada llevándole la maleta hacia el interior del aeropuerto.

Demonios, a excepción de las palabrotas, aquella chica era prácticamente perfecta.

—No vamos a poder besarnos una vez que crucemos esta puerta, ¿verdad? —preguntó la chica.

—Si estuviera solo mi madre … —dijo intentando que no notara que volvía a llorar, pero debió de resultar demasiado evidente porque Virginia se giró hacia ella nada más escucharla.

—Joder, Mandy, no llores —pidió frenando su avance y acunando una de sus mejillas con la mano.

—Lo siento, pero es que… —La miró directamente a los ojos—. Demonios, voy a echarte mucho de menos desde el momento en el que me suba a ese avión y… —Suspiró antes de morderse el labio al ver que los ojos de la californiana se humedecían también—. Virginia…

Su sollozo fue acallado por sus labios, que atraparon los suyos firme y suave, de forma lenta y delicada. ¿Aquel iba a ser su último beso? Tenía que ser una broma de mal gusto, ¿por qué dolía tanto aquella despedida? Nunca se había sentido así por dentro, desesperada por poder parar el tiempo y así evitar lo inevitable. No podía respirar bien, pero le daba igual, porque necesitaba mucho más su boca, así que respondió a su beso acercándose más a su cuerpo, sujetándola por el brazo y la cintura. La sintió sollozar contra sus labios y cerró los ojos con fuerza, uniendo sus frentes. Le tocaba a ella ser la fuerte, porque a esas alturas la conocía a la perfección y sabía que Virginia, por muy segura de sí misma que pudiera parecer, tenía miedo.

—Los días pasarán volando, ya lo verás —dijo antes de darle un corto beso en los labios.

—Pero tú tienes que esperar un día menos que yo, no es justo —bromeó entre lágrimas.

¿Cómo podía ser tan tonta y adorable al mismo tiempo?

Cuando le habló a Cyndi de cómo era Virginia, le dijo que le gustaba cada pequeño detalle que la convertía en ella, le contó lo mucho que se reían juntas y la facilidad que tenía para hacerla sonreír y su amiga decidió que si existían las almas gemelas, Virginia era la suya.

Ese pensamiento hizo que su corazón se acelerara un poco más, si era posible, y observó aquellos ojos marrones cubiertos de lágrimas y aquella sonrisa entristecida, diferente a las que la tenía acostumbrada, pero seguía siendo suya. Se mordió el labio y se armó de valor para decírselo, porque tras meses conociéndose en profundidad a través de internet y después de aquel fin de semana tan perfecto, lo sentía muy intenso. Estaba perdidamente enamorada de ella a pesar de la distancia.

—Te quiero —susurró sin apartar la mirada de sus ojos, aunque empezaba a notar que sus mejillas quemaban.

A veces pensaba que era una locura eso de admitir que la quería o que estaba enamorada de ella, porque llevaban hablando casi un año, pero en total no habían estado juntas ni una semana completa, si contaban los días de ambos viajes. Pero en ese momento le parecía lo más honesto que había dicho en su vida, aquel último encuentro le había dejado todo muy claro.

Virginia la besó de nuevo y susurró lo mismo contra sus labios antes de volver a atrapárselos con el doble de energía, mientras volvía a secarle las mejillas con los pulgares. Sus lenguas se encontraron en el interior de su boca y le apretó los brazos con los dedos, seguramente Virginia se daría cuenta de que estaba temblando.

—Tenemos que entrar ya —se obligó a decir tras unos minutos más de besos y caricias, de intentos por memorizar cada sensación y movimiento—. Voy a perder el avión.

—Es un truco para que no tengas que irte —susurró Virginia, acariciándole la nariz con la suya—. Si se va el avión, te tienes que quedar.

—Ojalá.

—Ojalá.

Se sonrieron y se besaron una vez más, la última.

Caminaron de la mano hasta que divisaron a sus familiares a lo lejos y de inmediato echó de menos el calor de su palma, ya la echaba de menos a ella y eso que aún la tenía a la vista. ¿Cómo iba a ser cuando ya no la tuviese al lado?

Virginia se despidió de su madre y de Richard, por la cara de este último supo que aquella conversación pendiente ya no era del todo necesaria. Tenía pensado contárselo una vez estuvieran en Melbourne, durante alguna de sus cenas, quizás, pero ya estaba dicho, sin palabras y con evidencias de las innegables. Intentó aguantar el tipo con todas sus fuerzas, pero cuando Virginia se agachó frente a Micky para darle un abrazo de despedida su hermano le limpió un par de lágrimas con las manos abiertas y ella se puso a llorar, una vez más, como una tonta ante aquella escena. La abrazó con mucha fuerza tras incorporarse y quedaron frente a frente, respiró el olor de su piel y sollozó bajito contra su cuello mientras Virginia le acariciaba la espalda. Le dio lo mismo confirmárselo a Richard todavía más alto. Necesitaba aprovechar hasta el último segundo con ella.

Al separarse de su cuerpo, tomó a californiana por las mejillas y la besó, notó que se sorprendía, pero tras un par de segundos se lo devolvió igual de suave. Apostaba a que se sentía como ella, el mismo nudo en la garganta y aquella desagradable presión en el estómago.

—Te quiero —le repitió y volvió a unir sus labios—. Te voy a echar mucho de menos —dijo antes de besarla de nuevo—. Tened mucho cuidado en la carretera. Avísame de todo, por favor.

—Te lo prometo —susurró la californiana y la besó por última vez—. Te quiero.

La miró unos segundos, intentando memorizar su rostro visto así de cerca, quería poder evocar aquellas facciones cada día que estuvieran separadas. La abrazó fuerte una última vez, se separó de su calor y caminó hacia atrás sin soltar su mano hasta que fue estrictamente necesario.

—Adiós, Virginia.

—Adiós, Mandy.

Demonios, tenía la sensación de llevar despidiéndose días, le dolía el cuerpo entero, de verdad. No sabía cuántas despedidas les quedaban por delante, pero estaba segura de que en ninguna de ellas estaría preparada para decirle adiós.

7 900 millas

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