Читать книгу 7 900 millas - Cris Ginsey - Страница 9

2 Kilómetros hacia Virginia

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Enero de 2011

Su madre le sonreía desde su cama, llevaba sentada allí desde que ella había empezado a vestirse tras salir de la ducha. Sentía que su cara no podía estar más roja y al final se giró para suplicarle que dejara de mirarla así, porque estaba dándole mucha vergüenza.

—Mamá, por favor...

—Estás muy guapa.

—Por favor —suplicó de nuevo.

—Vale, vale. —Su madre rio a la vez que levantaba las manos y alcanzó la revista que había al final del colchón para disimular, porque sabía que en realidad no la estaba leyendo.

Contempló su reflejo en el espejo y se puso los pendientes, mirando de reojo cómo su madre la observaba. Bueno, no iba a decirle nada más, porque la mujer estaba ilusionada con eso que llamaba «cita», lo que la ponía aún más nerviosa.

—Es muy mono —habló, sin poder estar un segundo más en silencio.

—¿Lo has visto acaso? —preguntó al girarse.

—Siempre te acompaña hasta la panadería, claro que lo he visto.

—¿Cómo sabes que ese es Corey?

—Porque no dejas de hablar de él.

Era cierto, casi siempre le hablaba a su madre de lo que Corey le contaba o de lo que hacía cuando le acompañaba a la panadería tras las clases de teatro. Y la verdad era que se había fijado en él y le gustaba un poco.

—Es mono, ¿verdad? —acabó cediendo, a pesar de la calidez de sus mejillas.

—¿Te gusta?

—Sí…

—Lo dices como si no estuvieras segura.

—Me da vergüenza hablar de esto… —confesó—. Sí, sí que me gusta. Es muy atento y divertido, y siempre intenta animarme cuando estoy triste.

—¿Ves? Ya me gusta para ti. —Le guiñó un ojo—. Sabes que puedes contármelo. No voy a juzgarte por que salgas con chicos, tienes quince años.

—Lo sé, mamá. —Se sentó a su lado en la cama y la mujer se acercó para colocarle bien un mechón de pelo.

—Estoy muy contenta por ti.

—Yo estoy contenta por las dos.

—¿Por las dos?

—La panadería —explicó—. Por fin tiene el reconocimiento que merecía.

—Ya sabíamos que si la gente les daba una oportunidad a los ingredientes secretos de tu abuelo, sería un éxito. —Se sonrieron—. Además de que tenemos a la mejor decoradora de interiores —dijo con cariño, acariciándole la mejilla.

—¿De verdad?

—La panadería está preciosa y es gracias a ti.

Sabía que no iba a aguantar demasiado, pero su recuerdo seguía muy presente en sus vidas, apenas habían pasado dos meses. Cada vez que hablaba de la panadería se ponía a llorar. Trabajaba allí por las tardes, porque su madre quería que terminara la educación obligatoria antes de sumarse a la plantilla definitivamente.

—Mamá…

—Chsss… no llores, cariño.

Su madre la abrazó y ella se aferró a su cuerpo, cerrando los ojos para poder sentirla más cerca. Estar así con su madre era perfecto, pero echaba de menos poder perderse en el abrazo conjunto de sus padres, y aunque trabajar, el colegio, el diario, el teatro y, en esos instantes, Corey la tenían demasiado ocupada como para hundirse en sus pensamientos más tristes, seguía pensando en él diariamente. Lo tenía presente siempre.

—Lo echo de menos —susurró y sintió los labios de su madre besándole la coronilla.

—Yo también, mi vida.

***

Septiembre de 2012

—Toma, no quiero que se me olvide dártelo —dijo Corey y ella puso una mueca de sorpresa al ver una pequeña cajita adornada con un lazo—. Dáselo a tu madre cuando la veas.

—¿Qué es? —preguntó con interés.

—Me dijiste que el martes fue su cumpleaños y le cogí algo, es una tontería.

Se llevó la cajita al pecho y lo miró con ilusión. Siempre siempre había sido así de atento con su madre, y con esas cosas conseguía que se enamorara un poco más de él.

—Es todo un detalle, Corey. Muchas gracias.

El chico le dedicó un gesto tímido antes de inclinarse hacia ella, acortando las distancias. Se lamió los labios, preparándose para recibirlo, y sonrió levemente al sentir cómo la besaba con suavidad. Siempre lo hacía así y a ella le encantaba. Le acarició la mejilla y deslizó la mano hasta perderla entre sus rizos. Se había dejado el pelo más largo y de un tiempo a esa parte no podía evitar acariciárselo, cuando se conocieron lo tenía rapado y le gustaba mucho el cambio.

Entreabrieron la boca y no tardó en sentir la lengua de su novio pidiendo permiso para entrar, ella se lo permitió y acompañó el movimiento con un pequeño suspiro. Escuchó su nombre escaparse de los labios de Corey y sus dedos apretados en su cintura. No era la primera vez que estaban así, los dos tumbados en la cama del chico y besándose, pero sí fue la primera vez que alargaron el momento, que se dejaron llevar, tal vez por eso terminó sintiendo algo distinto, algo nuevo.

—Dios, Mandy, lo siento. Lo siento mucho.

Corey se apartó de su cuerpo hasta arrodillarse en la cama y ella tardó unos segundos en reaccionar, porque no se lo había esperado. Cuando se incorporó lo vio ruborizado y con un cojín sobre su regazo. Suponía que tapaba lo que ella acababa de sentir en el muslo.

—N-no pasa nada, Corey…

Sentía cálidas las mejillas y no podía dejar de alternar la mirada entre las manos de su novio y su rostro ligeramente enrojecido por lo que había pasado.

—Mandy… Y-yo… No sé qué decir.

Ella se mordió el labio con el corazón acelerado y se acercó a él para volver a besarlo con suavidad, de la misma forma que siempre. Cuando se separó de él sentía nervios y vergüenza, y estaba segura de que Corey iba a decir algo, pero en el último segundo el chico cambió de idea y le devolvió el beso, esperaba que hubiese entendido lo que quería decirle, porque no sabía si le saldría en voz alta.

Nunca habían hablado sobre el sexo, llevaban más de un año saliendo y no habían ido más allá de aquellas minisesiones de besos. Cyndi ya lo había hecho, varias veces, de la primera hacía ya bastante tiempo… Quizás era hora de dar ese paso y sabía que con Corey iba a ser muy especial.

Volvió a tumbarse en la cama arrastrándolo con ella, y Corey se sostuvo sobre el antebrazo, evitando que sus anatomías entraran en contacto, y le acarició la mejilla.

—¿Estás segura de esto, Mandy? —preguntó en un tono tembloroso que le hizo estarlo un poco más.

Ella asintió con un movimiento de cabeza como única respuesta y recibió su boca en un nuevo beso.

***

Mayo de 2013

—Buenos días, Amanda —saludó Richard, el repartidor que acudía a la panadería con harina y otros ingredientes cada semana.

—Hola, Richard. ¿Cómo estás? —lo saludó y comenzó a hacer hueco para que pasara tras el mostrador.

—Muy bien, hoy hace un buen día. Ni frío ni calor. —Le sonrió—. ¿Y tu madre? ¿No está hoy?

—Sí, está dentro haciendo cuentas, queremos reformar esa parte… —señaló el lugar al que se refería antes de seguir hablando— y hacer una cafetería también.

—Ah, sí, me lo comentó la semana pasada. Me parece una gran idea.

—Gracias. Puedes dejarlo donde siempre.

Richard llevaba trabajando con ellas desde hacía varios años y estaba completamente colado por su madre. Escuchó la voz de la mujer saludándolo y sonrió para sus adentros antes de centrar su atención en un nuevo cliente.

Una vez terminó de despachar a la clientela, se sorprendió al ver entrar a Corey con esa sonrisa tan bonita y se acercó a él para darle un beso en los labios.

—¿Cómo estás?

—Me voy a volver loco, tienes razón.

—Te lo dije. —Le acarició la mejilla con cariño y él volvió a besarla.

—Te envidio porque no vas a la universidad.

—Y yo te envidio a ti porque vas la universidad. —Corey la atrajo hacia él para envolverla en un abrazo.

—Corey, me había parecido escucharte. —Su madre salió en ese momento, seguida por Richard, que se despidió de ellas antes de marcharse.

—Hola, Mariam, ¿cómo estás?

Ella lo abrazó por la cintura y Corey por los hombros.

—Muy bien, tengo que pedirte que vengas este fin de semana a cenar.

—¿Es una súplica? —bromeó el chico alzando las cejas y las dos rieron.

Corey había cogido mucha confianza con su madre después de tanto tiempo juntos.

—No me obligues a hacerlo —le respondió entre risas—. Por favor, estoy nerviosa —acabó suplicando, colocándose las manos bajo la barbilla para darle más efecto.

—¿Qué pasa este fin de semana? —preguntó interesada.

—Viene Richard a cenar.

***

—No puedo, Mandy.

Su madre lo confesó a medio arreglar, escondiendo el rostro entre las manos, sentada en el tocador de su habitación.

—Mamá…

—Voy a llamarlo y a decirle que no venga.

Se adelantó a ella y cogió su teléfono, alejándolo para que no lo pudiera alcanzar. Después se agachó y apoyó las manos en sus rodillas, mirándola con ojos tristes.

—Mamá, papá quería que…

—Pero no puedo —dijo a media voz y con lágrimas deslizándose por sus mejillas—. Todavía quiero a tu padre y no me siento bien haciendo esto.

—Vas a querer a papá siempre. —Se quedaron mirándose unos segundos en silencio—. Imagina que no es una cita, es un amigo que viene a cenar con tu hija y su novio, solo vais a conoceros mejor fuera de la panadería, no tiene por qué pasar nada entre vosotros hoy, ni nunca si tú no quieres.

—¿Por qué eres así?

—Así, ¿cómo? —dijo con timidez y bajando la mirada a sus manos cuando su madre las sujetó entre las suyas.

—Estás dándole consejos a tu madre.

—Porque quiero que seas feliz.

—Normalmente los hijos no quieren que sus padres conozcan a otras personas cuando…

—Sería absurdo ponerme en plan inmadura porque mi madre quiera estar con alguien. Además, era el deseo de papá, que volvieras a enamorarte, y Richard es muy simpático. Me cae bien.

—No estoy muy segura, Amanda.

—Date una oportunidad.

***

—Gracias por venir esta noche, mi madre estaba muy nerviosa… —dijo al meterse junto a Corey en la cama.

—Gracias a tu madre por invitarme. —Le sonrió y ella se acercó para besarle la frente.

—¿Estás cansado? —susurró, acomodándose en el colchón sin dejar de mirarlo mientras jugueteaba con sus rizos rebeldes.

—Mucho, pero me ha venido bien desconectar de los exámenes finales.

—Cuando tengas el título en Medicina vas a olvidar muy rápido estos días —dijo y le acarició con los dedos la frente y la nariz—. Estoy muy orgullosa de ti, ¿lo sabes?

—Lo sé. —Se sonrieron y Corey buscó sus labios en un beso rápido.

Después ella se colocó bocarriba y su novio se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza en su pecho. Sonrió y lo abrazó tras darle otro beso, esa vez en la coronilla. Le acarició la espalda para que se relajara y facilitar que se durmiera.

—¿Has puesto el despertador? —preguntó Corey de repente.

—Lo tengo siempre puesto.

—¿No puedes ponerlo para un poco más tarde? —La apretujó más con su brazo—. Por favor, así dormimos un poco más.

—Pero tengo que ir a trabajar…

—He traído el coche, te dejo en la puerta antes de irme.

—¿Seguro?

—Seguro. Solo media hora más.

—Está bien.

Estiró su brazo libre y cogió el reloj para atrasar la alarma antes de volver a abrazarlo, notando cómo se iba quedando dormido poco a poco.

***

Abril de 2014

Mandy, respira conmigo —dijo Corey al teléfono, pero ella no podía dejar de sollozar.

—¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Está pasando otra vez?

No, cariño, seguro que no. Tu madre tendrá una explicación, será una simple cualquiera.

—¿Cómo lo sabes?

Escúchame, mi amor, mándame las fotos y te digo. —Ella se limpió las lágrimas de las mejillas, pero enseguida fueron sustituidas por más—. Para algo he estudiado Medicina, aunque te aseguro desde ya que no será nada.

—V-vale, te las mando.

Y no te preocupes.

—Voy a colgar y te las envío, pero no tardes, por favor —pidió.

Te lo prometo y, si me necesitas, sabes que estoy allí en dos segundos.

—Lo sé.

Colgó el teléfono, miró la ecografía que había encontrado escondida en un cajón y se puso a llorar de nuevo. Y no habría pensado que se trataba de nada malo si no fuera porque, uno, estaba escondida y, dos, su madre no le había dicho absolutamente nada de que iba al médico. ¿Por qué no se lo había dicho si se lo contaban todo?

Le envió las fotos a Corey y justo en ese momento escuchó que llamaban a su puerta. Se sorbió la nariz y buscó un clínex a la vez que se giraba para ver a su madre entrar, distinguió media sonrisa en su rostro, pero al verla llorando enseguida desapareció dando pasó a un gesto preocupado y no tardó en tenerla al lado.

—Mandy, ¿qué ha pasado? ¿Por qué lloras? —Su madre la tomó por las mejillas, acariciándoselas con los pulgares, y ella sollozó de nuevo, porque ¿qué iba a hacer si ella se iba también?

—Mamá… —dijo en un hilo de voz y la abrazó por la cintura, escondiendo el rostro en su vientre.

—Dios… —la escuchó decir y cuando levantó la vista descubrió que miraba el escritorio—. Ya lo has visto…

—No he querido husmear, pero buscaba el reloj que me dejaste una vez y…

Se incorporó secándose las lágrimas y conectando sus miradas.

—¿Y qué piensas?

—Que no quiero que te vayas tú también.

Su madre frunció el ceño al oírla, como si no le encontrara sentido a aquella respuesta, y eso la descolocó, así que frunció el ceño ella también.

—Cariño… —dijo y observó la ecografía antes de volver a mirarla—. Estoy embarazada.

Por un momento le costó reaccionar y dejó que el alivio más grande de su vida levantase aquella pesada losa que llevaba horas aplastándole el pecho. Dos segundos después abrió la boca para hablar, pero no le salió la voz, así que cogió la ecografía y la contempló con sorpresa antes de empezar a llorar de nuevo por razones diferentes.

—¿D-de verdad? —preguntó repentinamente ilusionada.

—De verdad —confirmó la mujer y ella posó la mano sobre su barriga.

—¿Voy a tener un hermano?

—O una hermana. —Su madre a esas alturas también se había emocionado—. No te lo he dicho antes porque no sabía cómo ibas a reaccionar, sé que lo de Richard quizás está yendo demasiado rápido, pero es mi culpa, cariño, es mi culpa, porque a veces me siento débil y me da la impresión de que no estoy haciéndolo bien, de que mereces más, de que necesito ayuda…

—¿Ayuda?

—Quiero darte lo mejor, Amanda, quiero darte todo lo que tu padre quería darte, y ahora estoy embarazada y Richard vendrá a vivir aquí... Quizás pueda hacerlo ahora.

—¿Qué quieres decir?

—Siempre has querido estudiar, así que tu padre y yo abrimos una cuenta para poder pagarte la universidad, me hizo prometerle que seguiría ingresando dinero en ella, todo el que pudiera, pero tuve que usarla para pagar facturas y me sentí muy mal por ello, fatal —dijo en un hilo de voz—. Dios, tu padre se habría enfadado seguro. Cuando se trataba de ti… —suspiró entre lágrimas antes de sonreír, porque siempre lo hacía al recordarlo—. Luego la panadería empezó a ir muy bien y ya hace varios meses que hay dinero suficiente en esa cuenta y nunca me he atrevido a decírtelo, porque… —agachó la mirada.

—Porque… —la ayudó.

—Te necesitaba a mi lado, Mandy. —Se sostuvieron la mirada en silencio, le encantaba que tuvieran la confianza suficiente como para decirse esas cosas y llorar juntas, pero no se había esperado que su madre reconociera algo así tan a las claras—. He sido una egoísta, te quería aquí conmigo, pero no te mereces eso, cariño. Tú no.

—Mamá…

—Ese dinero es tuyo y vas a poder estudiar lo que querías, o si te interesa otra carrera ahora, aunque eso implique que te vayas de aquí. Seré una de esas madres pesadas que llaman a sus hijas a todas horas, porque necesito saber que estás bien, pero te doy permiso para colgarme e ignorarme de vez en cuando.

—No voy a ir a ningún lado.

—Demonios, Amanda, no te preocupes por mí, la madre aquí soy yo. ¿Sabes lo que me dijo tu padre? —preguntó con un sollozo y ella negó—. Estaba enfadado porque no podría verte graduándote en Periodismo, pero… —A su madre se le quebró la voz y ella la abrazó fuerte, con la garganta contraída y aquel dolor punzante en el pecho, cada vez que hablaban así de su padre terminaban llorando las dos, imposible de evitar—. Nos está viendo, Mandy, lo siento por todos lados.

—Yo también —confesó mientras su madre le acariciaba el pelo.

—Vas a tener un hermano, tengo que aprender a no quereros solo para mí. Es vuestra vida, no la mía… Y quiero que seáis felices. Quiero que seas feliz, Mandy.

—No quiero irme a ningún lado, mamá —repitió—. Es mi vida y está aquí —dijo y se apartó de su cuerpo para poder mirarla a los ojos—. Mi vida ahora está en la panadería, es lo que me hace realmente feliz.

Antes tenía otros sueños, muchos planes por hacer, hablaba de estudiar Periodismo y marcharse de allí. Antes no sabía lo que pasaría después, que los planes cambiaban y los sueños también. Que el suyo pasaría a ser cumplir el de su padre.

***

Enero de 2015

—¿Y cuándo dices que os casáis? —preguntó Cyndi.

—¿Qué?

—Corey y tú.

—¿Qué dices? Somos muy jóvenes para casarnos.

—¿Te quieres casar con él? ¿Tener hijos?

—Cyndi, no me planteo esas cosas ahora mismo…

Sonrió de forma tímida, dando un sorbo a su refresco.

—Vamos, Mandy, mientras yo te cuento que he dejado a mi vigesimoprimer novio, tú sigues con Corey en el paraíso. Esto se pone serio.

—Ha sido serio desde el principio.

Se rio mientras observaba a su amiga.

—Sí, bueno, ya me entiendes. ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?

—Desde 2011.

—¿Tanto?

—Sí.

—Tu primer beso, tu primer novio, tu primera vez, tu primer y último marido. Es idílico.

—Idílico. No me creo que tú hayas dicho eso.

—Lo sé, lo sé. —Cyndi descansó la barbilla sobre la mano inclinándose hacia ella sobre la mesa—. La universidad es lo peor.

—No bromees, estás pasándotelo bomba.

Ambas soltaron una risita.

—Ojalá estar pasándomelo bomba en la universidad contigo.

—Bueno, digamos que he sido afortunada y tengo trabajo.

—Me alegra que la panadería vaya tan bien…

—Y yo. Seguro que mi padre está moviendo hilos allí arriba para ponérnoslo fácil.

—Seguro. —Cyndi le sonrió—. Y seguro que a Corey le encanta.

Estaba a punto de contestarle que seguro que sí, pero su móvil empezó a sonar justo en ese momento, al comprobar quién llamaba descubrió que era Richard y descolgó al instante con el corazón latiéndole como loco. El novio de su madre no la llamaba casi nunca, así que estaba segura de lo que iba a decirle.

Mandy, vamos hacia el hospital. Tu hermano está a punto de nacer.

***

Enero de 2016

—¿Qué prefieres? ¿La ciudad o las Highlands?

Aquella pregunta llamó su atención y dejó el jarrón de flores a medio arreglar, dos interrogantes y ya estaba sonriendo. Desvió la mirada a Corey, que estaba tumbado en su cama, llevaba unos minutos extrañamente callado y jugueteando con su teléfono.

—¿Hablas de Escocia?

—Sí, claro. Las Highlands están en Escocia, ¿no?

Ella se levantó de la silla frente al escritorio y caminó hacia la cama.

—¿Estás planeando un viaje, Corey?

Demonios, es que la llevaba a Escocia y se desmayaba. Literalmente.

—¿Qué dices? Para nada.

—¿En serio? —preguntó y se miraron divertidos.

—Tienes que creerme.

—Pues no te creo —negó en tono risueño mientras se acomodaba sobre él.

—Vale, he estado pensando que cuando empiece a trabajar y ahorre suficiente dinero iremos a Escocia —dijo mirándola fijamente, y ella tuvo que sonreír al verlo tan serio, porque significaba que lo decía de verdad—. Pero tiene que ser un viaje largo, tenemos que verlo todo.

—Debes de ser el mejor chico del mundo.

Corey unió sus labios de forma muy suave.

—A lo mejor —murmuró antes de besarla de nuevo—. Creo que tengo mucha suerte de que quieras estar conmigo.

La frase activó una fibra sensible en su interior e iba a contestarle, pero el chico atrapó sus labios a la perfección.

—Te quiero —susurró Corey antes intercambiar posiciones colocándola cuidadosamente sobre el colchón.

Se miraron unos segundos antes de darse un nuevo beso.

—Y yo a ti —suspiró y cerró los ojos al sentir cómo le acariciaba la pierna por encima de las medias que llevaba ese día.

Se le agitó la respiración cuando su novio empezó a besarle el cuello y no tardó en sentir que Corey estaba excitándose. Se mordió el labio inferior y deslizó la mano entre sus cuerpos para acariciarlo sobre el pantalón, pero el chico la frenó, buscó el inicio de sus medias y empezó a bajárselas.

El móvil que había dejado hacía un rato sobre la mesilla sonó en ese momento, anunciando la llegada de una notificación, y su mente abandonó aquella cama por una décima de segundo para hacer una rápida visita al mundo online, ¿sería la escritora?

La voz de Corey la trajo de nuevo a la realidad.

—Llevo todo el día pensando en esto.

A pesar de que a veces intentaban hablar más durante el sexo para decirse qué les gustaría hacer, era algo que les seguía dando un poco de pudor a ambos, así que Corey no dio más detalles, pero lo dejó todo bastante claro cuando la desnudó de cintura para abajo y se deslizó sobre su cuerpo en dirección sur hasta quedar con la cabeza entre sus piernas.

Demonios.

***

Octubre de 2016

No se podía creer que hubiera llegado el momento, pero así era. Observó las llaves que tenía en la mano y sintió ganas de llorar al ver el llavero personalizado que le regaló Corey cuando alquiló ese piso, por un lado se veía la bandera de Escocia y por el otro simplemente ponía «Algún día».

Algún día.

Encajó la llave en la cerradura y abrió como normalmente hacía, pero con el corazón desagradablemente acelerado, porque en la panadería el trato entre ellos había quedado raro y seguro que Corey intuía que algo iba mal. Lo confirmó en cuanto se encontró con su mirada al entrar en el salón.

—Amanda… —dijo en tono inseguro y se levantó acercándose a ella, quiso saludarla como siempre, pero no encontró sus labios esa vez.

Por fin fue diferente, porque tenía que serlo, porque estaba cansada de disimular y de fingir que no deseaba saludar así a otra persona. Tras haber esquivado sus labios buscó de nuevo su mirada, quería ser valiente a pesar de que la opresión en su pecho le dificultaba respirar con normalidad.

—¿Podemos sentarnos? Necesito decirte algo.

El silencio que siguió a aquello le resultó muy incómodo, y eso era nuevo entre ellos. Nuevo y doloroso. Era difícil decirle adiós, pero tenía que hacerlo, porque hacía tiempo que sabía que quería estar con Virginia. Había ensayado miles de formas de hacerlo, pero en el momento más crítico no le salían las palabras, ¿cuáles eran las más adecuadas? ¿Habría algunas que no hicieran daño al chico con el que había compartido tanto?

—¿Ha pasado algo?

Casi no habían empezado y ya podía ver lágrimas acumulándose en los ojos claros de Corey, así que los suyos se humedecieron de inmediato.

—Lo siento —susurró mientras se sentaba en el sofá—. Siento mucho que haya pasado esto.

—¿Qué…?

Su forma de decirlo debió de confirmar sus miedos, porque al chico le cambió la cara y se puso pálido.

—No sé ni cómo decirlo, Corey, pero… —Tomó aire y se enfrentó a su mirada—. No podemos seguir juntos.

A aquellas palabras les siguieron varios segundos de silencio, en los que el chico procesó la información antes de preguntar.

—¿He hecho algo mal? Sea lo que sea puedo mejorarlo, Amanda, sabes que puedo… —El chico se levantó del sofá para arrodillarse frente a ella y apoyó una mano sobre su rodilla mientras con la otra le sujetaba una de las suyas—. Sé que últimamente no hemos pasado por nuestros mejores momentos, pero tenemos planes que… —A Corey se le rompió la voz y, por un segundo, escondió la cara en su brazo ahogando un sollozo, así que ella se echó a llorar también—. Podemos hacerlo juntos, cariño, siempre lo hemos conseguido todo juntos.

—Te debo tantísimo, Corey… —musitó, acariciándole la mejilla—. Pero no puedo, esta vez no podemos solucionarlo. He… conocido a alguien. Hay otra persona.

—¿Qué? —lo preguntó en un hilo de voz.

—Llevo meses hablando con alguien por internet y en verano la conocí en persona. No tenía planeado que esto pasara, Corey, pero… me he enamorado de ella. Lo siento.

El chico la miró sin decir una palabra, sin cuestionar aquel inesperado pronombre, no dijo nada. A lo mejor porque, de repente, el deterioro de su relación durante los últimos meses le encajaba mucho mejor y acababa de entender que no había sido culpa suya, que no había hecho nada mal, así que no podía deshacerlo. Que no había nada que arreglar. Aún en silencio, Corey escondió la cara en sus muslos, sin soltarle la mano, y sollozó. Ella se unió a su llanto y le acarició el pelo, buscando su consuelo.

No iba a conseguirlo, pero los dos se merecían que al menos lo intentara.

***

Diciembre de 2016

Era tonta, era muy tonta.

Se sentía nerviosísima y acababa de rechazar otro de los besos de Virginia. Se moría por que la besara, pero a la vez no la dejaba hacerlo y lo estaba estropeando todo. Le entraron ganas incluso de llorar, porque todo iba tan bien… hasta que empezó a ser así de tonta.

Virginia le acarició el dorso de la mano con la suya y ella la miró un segundo antes de obligarse a ser valiente y entrelazar sus dedos. Era tanto lo que sentía con aquellos gestos, excesivamente simples e inocentes, pero le disparaban las pulsaciones y le hacían cuestionarse qué pasaría cuando al final la besara. ¿Se quedaría paralizada? Seguro. No iba a estar a la altura y parecería una inexperta… Llevaba muchísimo tiempo esperando aquel momento y se lo había imaginado infinidad de veces, pero ahora que había llegado, no sabía cómo iba a reaccionar cuando pasase y le daba miedo.

Resultaba tan ridículo que ni siquiera podía explicarlo.

—Vale, ven aquí —escuchó la voz de Virginia a su lado al llegar al mirador y decidió dejarse llevar por todo aquello. Vivirlo y ya está—. ¿Puedo?

La californiana se colocó tras ella y le rodeó la cintura con un brazo, sintió un escalofrío al notar cómo se acercaba a su cuerpo apoyando la barbilla en su hombro. Todo era muy intenso, ¿qué iba a pasar cuando se besaran?

—Claro que puedes.

—Mira ese punto de ahí.

Virginia extendió el brazo al frente, señalando un punto concreto del firmamento, y ella se vio rodeada por el calor más alucinante del mundo, perdida en un semiabrazo que olía muy bien. Se obligó a asentir con la cabeza, para que supiera que estaba haciendo caso a sus indicaciones, pero tenía la boca seca y el corazón a mil, así que no estaba cien por cien atenta a aquella improvisada clase de Astrología.

—Es la Estrella Polar, si la encuentras, podrás ver las dos Osas. ¿La ves?

—Creo que sí.

Virginia se acercó un poco más, pegándose completamente a su espalda, y el calor a su alrededor aumentó un par de grados por lo menos. Sintió que perdía el equilibrio ante la invasión de su espacio y tuvo que agarrarse al brazo con el que la californiana la sujetaba por la cintura. Así se estaba mucho mejor, con ella le sobraba sitio por todos lados.

—¿Recuerdas el tatuaje de mi costado? Su forma.

—Sí.

—Si sigues mi dedo, verás cómo la dibujo… —susurró y su dedo empezó a delinear aquella figura invisible en mitad de un cielo plagado de estrellas.

Virginia se estaba equivocando de constelación y ella sonrió sin querer al percatarse de su error. Dudó de si debía avisarla, pero al final giró la cabeza lo justo para poder admirar su perfil y se decidió a corregirla.

—¿No es esa la Osa Menor? Tu tatuaje es la Osa Mayor.

—Mierda. —La chica soltó una carcajada—. Estoy nerviosa, lo siento.

Estuvo a punto de unirse a su risa, pero se limitó a sonreír con algo muy nuevo despertando en el interior de su cuerpo al ver cómo la americana se mordía el labio inferior, en ese momento se paró el tiempo, literalmente. Los ojos de Virginia brillaban divertidos y sus mejillas se chivaban de que estaba un poco avergonzada bajo aquel manto estrellado, todo a su alrededor se había vuelto aún más cálido y sintió que el brazo de Virginia temblaba ligeramente cuando lo tensó en torno a su cintura para acercarla a ella.

Los ojos se le cerraron de forma automática en cuanto aquellos labios que tanto había mirado a través de una webcam encontraron los suyos. Decidió no pensar y dejarse llevar, aquello era cosa de dos y las dos querían tanto que daría igual si alguna fallaba en algo, si algún detalle hacía que ese beso no fuera completamente perfecto. De momento lo estaba siendo.

Ay, que lo estaba siendo…

Virginia atrapó su labio inferior entre los suyos entreabiertos y al sentirlos así de húmedos le recorrió un escalofrío, le sorprendió la facilidad con la que respondió a su beso, buscando más contacto porque no quería que acabara tan pronto. Le devolvió movimientos igual de suaves y sintió frío en los labios cuando la californiana se separó apenas unos milímetros, pero su aliento se los calentó de nuevo cuando suspiró contra su boca así de cerca.

Se perdió en el marrón de su mirada, deseando que aquel instante pudiera durar para siempre.

—Demonios —dijo Virginia, y le regaló una sonrisa increíble.

Aquella imitación de su forma de hablar consiguió que se le calentaran las mejillas.

—Qué tonta eres —contestó, sonriendo sin querer, sospechaba que aquel gesto iba a permanecer muchas horas en su rostro.

Apartó la mirada, intentando asimilar que se habían besado y que había sido maravilloso, que quería repetirlo muchas veces más… Que lo necesitaba en ese mismo momento.

Miró de nuevo a la chica que conseguía hacerla sentir bien incluso estando a miles de kilómetros de distancia, Virginia acunó su mejilla con la mano y ella se dejó llevar al sentir que la invitaba a girar la cabeza en busca del ángulo perfecto para volver a besarla.

Demonios.

7 900 millas

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