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2. El cambio comienza en nosotros mismos. Combatiendo contra la neurosis, propia y colectiva.

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Para el tema que ocupará esta sección, será conveniente explicar de qué estamos hablando cuando empleamos el término, «Neurosis».

El Diccionario de Psicoanálisis4 lo define de la siguiente manera:

«Afección psicógena cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto y constituyen compromisos entre el deseo y la defensa».

Desde aquella formulación original hasta la actualidad, el concepto ha sufrido algunas variantes; pero dado que mi interés no es abrumarte con enrevesados constructos epistemológicos, nos quedaremos con la acepción psicoanalítica clásica.

El enunciado de los señores Laplanche y Pontalis da por sentado que la neurosis no es una disfunción psíquica heredada, sino que se trata más bien de un trastorno que arranca en la infancia y cuyas manifestaciones particulares dependerán de la «negociación» que haga cada individuo para entenderse con sus impulsos básicos y las restricciones que impone la realidad.

Así, existen los obsesivo-compulsivos, los fóbicos, los histéricos y una gama variopinta de modalidades conductuales que engordan los volúmenes del pesado catálogo DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales).

Si me pides un factor común que enlace a las diferentes tipologías neuróticas, te diré que el más generalizado es una marcada intolerancia hacia estímulos que a otros, con menor grado de alteración, les causan poca ansiedad.

La ansiedad ―manifiesta o latente― es el rasgo cardinal y omnipresente de la neurosis.

Asaeteado por las tensiones internas el neurótico asume actitudes intransigentes, invirtiendo una gran cantidad de energía mental en lidiar con pensamientos recurrentes y en despotricar contra un medio al que considera una birria.

Cuando algún obstáculo se atraviesa entre sus deseos y la satisfacción que anhela, la primera acción defensiva es el enfado. En especial cuando se ve obstaculizado por gentes que están allí «solo para estorbarle», su reacción puede ser desmedida y de consecuencias impredecibles.

Si la realidad le fuerza a reconocer limitaciones o si su ansiedad se eleva por cualquier motivo, suele volverse hostil y resentido. Usualmente es incapaz de renovar el estilo de pensamiento que ha venido utilizando y así, a pesar de los fracasos, prosigue ejecutando tercamente las tácticas que han probado ser inefectivas.

¿Recuerdas aquello de: El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra? Con toda seguridad quien acuñó la célebre frase se refería a los neuróticos con que había «tropezado» en su vida.

Como resultado de un manejo deficiente en sus estrategias resolutivas, las cuales se apoyan sobre patrones rígidos, el neurótico promedio se frustra con facilidad y por lo común, la causa de sus frustraciones son los demás.

Un mecanismo de defensa presente en casi todas las modalidades neuróticas es la racionalización5. Analizando en exceso y buscando explicaciones traídas por los pelos, buscan soslayar el verdadero origen de sus malestares y aliviar el torrente de angustia que les inunda.

―Le busca siempre las cinco patas al gato ―me decía una paciente acerca de su esposo, sentado frente a ella y con el rostro destemplado―. Es agotador. Si uno le pide que pare de investigar una cosa sin importancia, se defiende diciendo que no debe dejarse nada al azar.

Al finalizar el comentario de la señora el marido tragó grueso, me miró fijamente y la refutó:

―Mire usted de lo que me acusa. Le parece una locura que sea crítico y reflexivo. Ni siquiera entiende el significado de no dejar nada al azar. Eso hacen los científicos. Sin una profunda investigación y una observación de cada proceso, vamos directo al desastre… al caos.

El resto de la perorata, que acabó luego de unos minutos en los cuales se me entornaban los ojos por la modorra, aportaría un material invalorable sobre el discurso obsesivo; pero creo que ya tienes una idea aproximada.

Una estampa representativa del prototipo neurótico es el repetido personaje que encarna Woody Allen en sus películas: un hombre inseguro, nervioso, atormentado por dudas y temores de toda índole. Un cerebro que no descansa, produciendo teorías y argumentaciones intelectualizadas las cuales defiende con tenacidad hasta que otras nuevas vengan a sustituirlas.

El rasgo más destacable en una categoría que bien podríamos denominar como Alleniana (por Allen), es un inadecuado desempeño en el manejo de la agresividad.

Aquellos situados en la categoría del vacilante Woody suelen reaccionar con miedo ante situaciones que les causen una emoción rabiosa. ¿Miedo a qué?, ¿acaso a recibir una paliza o que se les castigue severamente si responden a la agresión? ¡Nada de eso! El miedo básico que les hace temblar es el que sienten hacia su propia violencia reprimida. La concepción que tienen de sí mismos ―y no se equivocan― es la de un potente petardo con una mecha muy corta. De ser llevados al límite, el estallido puede tener consecuencias nefastas y esto les lleva a meterse en un círculo vicioso que aumenta la represión, se produce una mayor acumulación de rabia y como resultado, el control de sus impulsos debe ser sometido a un mayor control por parte de la consciencia.

A la interferencia permanente entre «lo que quiere hacer» y «lo que debe hacer» se deben las indecisiones y el desasosiego que se le notan al pobre Allen. Desde luego, nada puedo afirmar acerca del director y comediante norteamericano en la vida real; pero las tribulaciones que le observamos en sus films, bastan para concluir que su manejo de la agresividad es el característico de un neurótico que se debate entre la rabia y la culpa.

En la acera opuesta a los allenianos, están los pasivo-agresivos. Estos se especializan es sabotear iniciativas, demorar trabajos y justificar una pereza patológica con excusas «válidas». En su descargo es bueno aclarar que conscientemente no desean perjudicar a nadie. Sus conductas de tortuga con reumatismo son motivadas por una rebeldía aprendida en la infancia, la cual se ha quedado estancada en aquellos tiempos cuando emitir una palabra de protesta era un gesto altamente riesgoso.

Temiendo a los castigos por retar la normativa de sus padres, decidieron colocarse una máscara de venadito inocente, resignados a una sumisa obediencia. Eso sí, ¡que no se descuiden los mandones! Apenas volteen la cabeza hacia otro lado, el pasivo-agresivo se saldrá con la suya.

Claro está, que después vendrá el látigo de la culpa internalizada a azotarles el lomo y comenzará nuevamente un círculo vicioso de muy difícil modificación.

Podría continuar abundando sobre el infierno emocional que representa la neurosis; pero estimo que con lo expuesto, el panorama queda bastante claro. Lo que viven unos individuos muy trastornados ―sin llegar a la locura―, es como para inducirlo a uno mismo a la crispación nerviosa.

¡Un momento!... ¿acabo de escribir «individuos muy trastornados», como si estuviésemos hablando de extraterrestres de un asteroide situado en el infinito?

¿He querido significar que tú y yo somos diferentes a ellos? ¿Por ventura he incurrido en la ligereza de animar una peregrina ilusión de que estás a salvo del temible diagnóstico?

Lamento bajarte de la nube y situarte en el árido campo de lo real.

Hace algo más de un siglo, el insigne Sigmund Freud nos condenó a cadena perpetua al afirmar que quien no está encerrado en la prisión psicótica, reside en el tembloroso vecindario de la neurosis.

Si dudas de los postulados psicoanalíticos y prefieres una revisión objetiva, antes de aceptar que se te incluya arbitrariamente entre los perturbados, sugiero que te arrellanes en un sillón confortable, cierres tus ojos y tomes una honda inspiración para que te sometas a un autoexamen.

Pregúntate:

¿De verdad, el tono de voz del locutor que vocifera en la radio es tan insoportable como parece cuando estás ofuscado(a) o molesto(a)?

¿Por qué te provoca apretarle el cuello a un transeúnte que se interpone en tu camino, cuando vas de prisa hacia alguna parte?

¿Tienes razón al irritarte porque la cajera del supermercado mastica feamente su chicle, aun cuando te dispense un trato cordial?

Ahora, responde con la máxima sinceridad: ¿Sientes un miedo cerval ―si quieres lo llamamos «aprehensión»― hacia algún bicho volador o rastrero?, ¿a las alturas?, ¿al encierro o a la oscuridad?

La culpa de que algunas cosas no marchen a tu gusto, ¿de quién es? ¿Tuya o de la inmensa corte de idiotas que pueblan la Tierra?

¿De verdad te sientes una persona sanísima a la que no le acogota la ansiedad?

Fin del cuestionario que considero prioritario. Quedas en libertad de proseguir la lista de ítems con otros de tu propia cosecha.

Evalúa luego lo realizado: ¿Cómo has llevado a cabo esta reflexión? ¿Te ha sido fácil o ha costado un arduo combate contra la negación y el sabotaje disfrazado de extravío mental? ¿Lograste dominar la tentación de reeditar en tus oídos al gritón de la radio y en tus ojos a la cajera masticadora?

De haber concluido el test con algunas conclusiones no autocomplacientes, te felicito. Eres un neurótico de tomo y lomo; pero al menos has tenido el valor y la fortaleza de reconocerlo.

Lo siguiente sería adoptar una posición de humildad y aceptar que un cambio no te vendría nada mal.

¿Cómo hacerlo? La vía ideal sería solicitar una ayuda psicoterapéutica. Te adelanto que esta clase de procedimiento no puede prometer un estado de salud impecable y felicidad eterna. A lo más es un medio para resolver temas pendientes y acceder a un razonable bienestar. Sobre todo, ayuda a deshacerte de fastidiosos rituales y actitudes que incordian tanto a ti mismo(a) como los allegados o desconocidos que ronden en tu entorno.

Otra medida posible para mejorar tu estatus emocional consiste en hacer revisiones periódicas de tu comportamiento, como la que te he recomendado arriba.

Los clínicos ortodoxos, lógicamente preocupados porque se instale una falsa creencia sobre la «autocuración», acostumbran dudar de la efectividad de este procedimiento. Sin embargo, el mismo Freud apoyaba la tesis de que un buen autoanálisis podía servir de instrumento para paliar las neurosis no muy graves.

La conflictividad que se manifiesta únicamente en tediosas quejas o moderados arrebatos de carácter, sin compromiso de zonas profundas del aparato psíquico, tiene un gran chance de ser superada mediante un serio y objetivo examen de conciencia.

Es innegable que sumergirse en la «caja de los traumas» y emerger incólume no es un asunto de coser y cantar. Se trata de una tarea que requiere de madurez y una estabilidad interna que muchos no poseen.

Y no hay que olvidar la resistencia que ofrecen los mecanismos de defensa, puestos allí para proteger a la consciencia de pensamientos incómodos.

Después de todo ―como dijera el ilustre Ortega y Gasset―, uno es uno y sus circunstancias… aún las enfermizas.

«Soy así y quien me quiere, me acepta con mis pros y mis contras», vendría a ser el clásico corolario de quien rehúsa destapar la olla de su intimidad y darse cuenta de lo mucho que hay dentro de ella.

Cuando los esquemas de funcionamiento emocional se han fosilizado y han sido integrados al esquema de identidad que uno considera propia, la oposición a un cambio es superlativa. Aun dentro de un plan de psicoterapia reestructuradora, el trabajo de remover escombros y limpiar el garaje mental es complicado. No obstante, si «la sangre no ha llegado al río», si la parte conservada de tu estructura emocional no se ha reducido grandemente y queda un margen recuperable, el pronóstico de evolución, sin recurrir al terapeuta tradicional, puede ser optimista.

Procedimientos alternativos, tales como los que ofrece la Programación Neurolingüística o el método hipnótico, cumplen cabalmente con el propósito de modificar costumbres molestas y alentar una disposición de acercamiento provechoso al medio social.

Dada la imposibilidad de sugerir una técnica específica para rebajar el impacto de la neurosis en cada individuo, me limitaré a aconsejar que le dispenses una visita a tu librero de confianza para que te recomiende una obra de tantas que se han publicado al respecto o consultar con un psicólogo dedicado a trabajar en la técnica de la PNL.

Lo importante a retener de esta sección es la necesidad de detectar aspectos problemáticos en tu conducta, limitantes de una conexión saludable con el mundo, antes de embarcarte en el proyecto de hacerlo más amigable.

Aferrarte a tus esquemas tradicionales, únicamente porque estás muy viejo(a) para cambiar, es como si en la niñez te hubiesen colocado unos grilletes y con el tiempo has llegado a creer que son parte de tu anatomía. De ser así, te pregunto: Con el tiempo transcurrido desde aquellos días, ¿no han engordado tus piernas y ya los dichosos aros de metal te aprietan en los tobillos? ¿A qué esperas para zafarte de ellos y ahorrarte una gangrena? ¿No será bueno que te mires al espejo y pienses sobre el grado de libertad que disfrutas en tu estado actual?

¡Adelante, entonces! Habla con esa persona que sale en el reflejo y dile algo parecido a lo siguiente:

«Muy bien, querido(a)… aquí pones tu nombre. En ocasiones te sientes un completo e incuestionable dechado de virtudes. En otras ―como ocurre a los del tipo Alleniano―, una completa basura. Vamos a ver, ¿quién eres REALMENTE? ¿Con quién tengo el placer de conversar? ¿Quién es esta entidad que habita dentro de mí?

Espera un rato, sin impacientarte ni disuadirte con argumentos timoratos.

De algún lugar recóndito de tu mente saldrá una vocecilla que te indicará la ruta para encontrar al auténtico ser del que has huido sin siquiera saber por qué.

Acógelo, ¡dale la bienvenida! Desata al niño espontáneo y deseoso de jugar con sus amigos. Tira a la cuneta el cargamento de estereotipos absurdos que atribuyen rasgos de supremacía a grupos, ideologías, credos o tradiciones, aborreciendo a quienes no concuerdan con un supuesto club de los «elegidos».

Enfrenta tus miedos con valentía. Sepáralos como si fueran piezas de un rompecabezas que se ha desarmado y dedícate a reconstruir otra figura menos compleja. Observa el parecido que tienes con un sinnúmero de terrícolas y no temas perder tu identidad. Descubrir similitudes con quienes te han venido produciendo un recelo injustificado será una fortaleza más que una debilidad.

Los prejuicios asociados a la neurosis son factores que enturbian tu entendimiento empujándote a creer que «por allá afuera» la gente anda mal y que solamente tú ―o los miembros del selecto club de nerviosos al que has pertenecido hasta ahora―, están bien.

Manda todo eso a paseo y regálate el chance de habitar en un mundo más amplio que aquel en que has venido residiendo.

Concédete el privilegio de escuchar otras voces e ideas diversas y hasta contradictorias. A lo mejor mediante la adquisición de un criterio flexible harás que esas diferencias lleguen a divertirte en lugar de enfadarte.

Si además incluyes en tu lista de tareas el firme propósito de aceptar las cosas tal como son y controlar el impulso de quejarte a cada rato porque la sopa no tiene la cantidad de sal que deseas o porque los autobuses no son del color que te gustaría, probablemente dispondrás de un precioso tiempo extra para disfrutar de aquellos detalles placenteros en los que hasta ahora no habías reparado.

¡Anda!... hazte el favor de convertirte en una mejor persona.

Verás cómo las minucias que hoy en día te exacerban, como si fuesen calamidades insoportables, reducirán su tamaño hasta desaparecer.

«La gente está loca». «¿Por qué nadie hace lo correcto?». «¡Qué mundo desastroso!» y otras exclamaciones arbitrarias por el estilo, se irán de tu vocabulario para ser sustituidas por frases más operativas. Es decir, por preocupaciones lógicas, apegadas a la realidad y sobre las cuales puedes actuar para modificarlas o soportarlas, si no queda otro remedio; pero ¡sin enloquecer ni a ti ni a los demás!

Piénsalo de esta manera: cuando te liberas de lastres colaterales a la neurosis, disminuyes el número de estímulos enervantes en el ambiente y como consecuencia, gastas menos energía en protestas que se pierden en el infinito con poco o ningún provecho para ti.

No importa si te tildan de egoísta al tomar la decisión de enviar menos elementos contaminantes a la atmósfera emocional de la Tierra, aun cuando esta se haya basado en el deseo de ahorrarte incomodidades.

Por mi parte y la de quienes estiman como muy bueno que hicieras algo al respecto, te estaremos muy agradecidos.

Síntesis 2.

No nos molesta tanto lo que hacen los demás, como lo que en ellos se refleja de nosotros mismos.

Todos podemos ser neuróticos y, aparte de reconocerlo, tenemos igualmente la potestad de mejorar nuestro estado emocional.

Si influimos positivamente en nuestra salud individual y proyectamos al exterior los beneficios obtenidos, contribuimos de manera no desdeñable al mejoramiento del ambiente común.

Como consecuencia, recibimos la gratificación de vivir en un ambiente mucho más agradable.

Ejercicio sugerido:

Disponte a valorar objetivamente tu funcionamiento cotidiano.

Calcula cuánto de ansiedad te produce el hecho de que alguien que tienes al frente en el autobús o en el Metro, hurgue su nariz como si fuera a sacar petróleo o siga con sus pies el ritmo de la música que escucha en los auriculares.

Si eres capaz de tolerar cualquier escena parecida a esta por más de un minuto sin dar señales de desesperación como serían una taquicardia severa, hiperventilación o deseos de romperle la crisma al otro, súmate un punto en tu escala de evolución mental.

De ser incapaz de resistir la carga de molestia que se te produce, plantéate una consulta psicológica que te ayude a aislar tus sentidos de tales percepciones o mejor todavía, a resolver los conflictos internos que dan origen a la marea ansiosa.

Un mal hábito de aseo nasal en público o el ruidoso acompasamiento musical son desde luego, conductas censurables; pero enardecerte por minucias que seguramente pasarán con rapidez, al final a quien más perjudica es a ti mismo.

Examina cada día, aunque sea por breves minutos, tu estado interno. Si comienza a divertirte el hecho de que ya no te exasperas tanto, suma 10 puntos diarios a tu récord como potencial ex-neurótico(a).

¡Vas muy bien!

Un plan B para la vida

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