Читать книгу Un plan B para la vida - César Landaeta - Страница 9

1. ¿Se puede hacer
un mundo más amigable?

Оглавление

La respuesta inmediata y concluyente es: ¡Sí, claro que puede hacerse!; pero en lugar de dejarnos llevar por la euforia o regodearnos en elucubraciones derivadas del anhelo por recibir buenas noticias, mantendremos los pies sobre la tierra y procederemos a revisar el panorama que nos presenta la realidad.

Un somero vistazo a la historia universal bastará para convencernos de que el mundo jamás ha sido un lugar de paz y grata convivencia. Antes bien, la actividad del Homo Sapiens en su tránsito terrenal se ha caracterizado esencialmente por la intolerancia y el empeño de unos individuos por sojuzgar o atropellar a otros a quienes ni siquiera tienen el gusto de conocer.

Bajo diversas consignas, amparadas en armazones ideológicas, políticas o religiosas, se ha cometido toda suerte de injusticias y barbaridades, muchas de ellas aún vigentes en regiones geográficas que merecerían un pasar menos calamitoso.

¿Y qué decir de las relaciones que suelen establecerse entre ciudadanos, residentes en una misma comunidad? ¿Es la amabilidad o el honesto reconocimiento de los derechos ajenos lo que tipifica el desenvolvimiento cotidiano? ¿Se alienta con énfasis notable la confianza y una generosa solidaridad entre los habitantes de las grandes ciudades?

Lamentablemente las respuestas a estas interrogantes suelen ser dubitativas cuando no, directamente negativas. A causa de la proverbial irresponsabilidad ―o banalidad― que han demostrado los especímenes humanos, cada nueva generación que hace su debut en la sociedad lo que encuentra es un ambiente de recelo y prejuicios entorpecedores de un contacto saludable con sus iguales.

A los pobres recién llegados no se les ofrece otro libreto más que el de repetir unos patrones cargados de sospecha o confrontación.

Contemplando el patético estado de cosas que hemos heredado de nuestros antecesores, tal vez la lógica duda que surja de tu reflexión sea: si no contamos con modelos éticos del pasado y si ―cómo luce a un primer vistazo― , viene con nuestra naturaleza el ser mal encarados y belicosos, ¿cuál es la probabilidad de que un proyecto para hacer un mundo más amigable, tenga un pronóstico de éxito? ¿No sería más sensato adherirme a la corriente general y armarme hasta los dientes, para defenderme de los enemigos que acechan tras una fachada de civilización?

Y yo responderé que es válido tu escepticismo. Ciertamente, un proyecto de incentivar mecanismos saludables de negociación y acuerdos del tipo Ganar-Ganar entre trogloditas dispuestos a matar o morir, no se percibe como la finalidad de alguien sensato sino de alguien que ha perdido por completo la chaveta.

Desde luego que no sería nada fácil amansar salvajes, si el propósito estuviese anclado en aspiraciones fantasiosas o montado sobre una base de estudios metafísicos. Pero el caso es que la ciencia psicológica ha probado que el hombre es un ser susceptible de trascender su origen animal y progresar hasta alcanzar grados muy superiores de evolución, siempre y cuando se le entrene del modo más adecuado.

Partiendo de tan estimulante premisa, la idea subyacente al plan de fomentar la amigabilidad corre sobre la línea de reforzar una de las mayores cualidades que poseemos todos los humanos: la necesidad de afiliación.

La hipótesis de trabajo que sustenta nuestro proyecto es que sembrando ciertos parámetros de consciencia, un grupo mayor de personas residentes en un determinado espacio terrenal estará más propensa a saludarse con la mano extendida que atizándole al otro un sopapo con la misma mano cerrada en puño.

Y en este punto no resisto el impulso de lanzarte la invitación más entusiasta:

¡Venga!, danos el beneficio de la duda, flexibiliza tu pensamiento y admite que es posible aumentar nuestro potencial amistoso para acercarnos sin animadversión a otros que, con total seguridad, esperan a que alguien les libre de sus pesados escudos protectores.

¿Por qué razón habrías de privarte de hacer amigos, si sabes que esa motivación está en el fondo de tu propia esencia?

Un insigne poeta y humorista venezolano del siglo XX, don Aquiles Nazoa, escribió una hermosa línea conclusiva a su emocionado Credo, la cual dejo aquí para tu reflexión:

Creo en la amistad como el invento más bello del hombre3.

Más allá del valor lírico que se le pueda adjudicar, esta sencilla frase encierra un contenido psicológico de gran importancia: que las relaciones amistosas representan a fin de cuentas, un desplazamiento de otras pulsiones que llevamos en el inconsciente y que forman parte activa de nuestra personalidad.

El psicoanálisis fue la primera elaboración teórica en revelar las vinculaciones emocionales que se asocian a la amistad verdadera y afirmar que están al servicio de transmutar en tolerancia, solidaridad y afectos sinceros, aquellos elementos eróticos que por razones diversas no son factibles de canalizarse hacia su fin primario (la genitalidad).

Puesto en términos precisos, los sentimientos o emociones que emanan del erotismo básico ―ese que viene en nuestro equipaje genético― cuando no tienen como fin una gratificación sexual directa, pueden ser canalizados hacia una satisfacción abstracta y convertirse en expresiones que rozan la espiritualidad. Esto es lo que se conoce como: mecanismo de «sublimación».

En este sentido la verdadera amistad, una pulsión erótica sublimada, viene a ser la herramienta por excelencia para establecer conexiones productivas entre las personas.

Conveniente es especificar, sin embargo, lo que aquí entendemos por una amistad verdadera.

A diferencia de lo que se cree comúnmente, el pacto tácito que suscriben los amigos que confían entre ellos no necesariamente deriva en una complicidad para cometer actos reprochables ni garantiza un apoyo incondicional a cuanto haga o diga el otro.

La alianza que identifica a los verdaderos camaradas se cimenta sobre la necesidad que sienta cada cual de una contraparte con la cual compartir vivencias y crear a mediano o largo plazo, una representación externa del propio Yo. Algo equivalente a mirarse en un espejo. El prodigioso efecto de descubrir en el otro una superficie limpia sobre la cual reflejar y contrastar lo que uno piensa de sí mismo.

De allí se desprende que un genuino sentimiento amistoso tiene como signo cardinal a la honestidad.

Así, dos o más personas unidas por el sentimiento de la amistad son capaces de señalarse mutuos defectos, hablar y decirse cosas a la cara sin que ninguno salga ofendido o maltratado. El afecto compartido pasa a ser una especie de contraseña secreta y por ello, la resistencia a aceptar discrepancias o críticas es casi nula.

A medida que los amigos van encontrando puntos de afinidad, se va consolidando entre ellos la noción del Alter ego, una imagen duplicada de cada individuo la cual les acompaña a todas partes como si del carné de pertenencia a un club privado se tratase.

Apoyados en la confianza que genera el «clon» diseñado por los afectos y los lazos indestructibles que les unen, se sienten capaces de afrontar calamidades o atreverse a emprender nuevos experimentos de vida en la convicción de que si fracasan, con total seguridad van a encontrar manos salvadoras que los rescaten del desconsuelo.

A pesar de la ironía con que nos recibirán los cultores del escepticismo, siempre listos a arrojar sombra sobre los distintivos más nobles de la humanidad, son abundantes los casos citables de individuos o grupos que han logrado recuperar un bienestar perdido, gracias a amigos dispuestos a meter el hombro cuando ha hecho falta.

La clave para que dos o más individuos se conecten de un modo tan particular, se denomina en lenguaje psicológico: «identificación proyectiva», un proceso mental que proyecta el Yo de una persona sobre otra y que las hace comunes, hasta el punto de confundirse una con la otra. (Puede haber modalidades patológicas, pero en este caso aludimos solamente a la modalidad «normal»).

Separados pero juntos.

Estudios sociológicos de diversa índole dan fe de que entre los miembro de nuestra especie no se cumple la ley física de atracción magnética entre polos opuestos. Una sencilla observación a lo que acontece en el medio social sirve para comprobar que los humanos tienden a reunirse de forma duradera con quienes se les parecen, y no solo eso, sino que además tienden a atribuirles rasgos positivos a quienes consideran sus semejantes. De hecho, me atrevo a asegurar que si durante la lectura de este libro encuentras que lo dicho por mí es idéntico a lo que son tus convicciones, me darás todo el crédito que en el fondo te atribuyes a ti mismo. Y es que somos así.

Aquellos con actitudes, creencias y valores similares son los más propensos a reunirse en una sólida confraternidad. No por casualidad el refranero popular, acuñó la sentencia: Dime con quién andas y te diré quién eres.

He allí la razón por la cual Alí Babá tenía sus cuarenta ladrones y Jesucristo sus doce apóstoles. Sería ilógico deducir que ambos bandos, facinerosos los primeros y bien intencionados los segundos, estuvieran integrados por personajes con cualidades completamente distintas o intereses situados en las antípodas de aquellos que llevaban a los demás a pertenecer al combo.

Si bien puede argüirse que a Judas no se le pueden reconocer mayores similitudes de carácter con Pedro, lo más probable es que en un principio existieran coincidencias que posteriormente, y por razones que no vamos a discutir ahora, se fueron transformando en divergencias.

Dado el nivel de intensidad que implica una vinculación afectiva con las cualidades descritas en la amistad, su permanencia en el registro emocional puede llegar a superar en el tiempo a la del amor romántico-erótico.

Si alguna vez te has detenido a observar la dinámica existente entre amigos de verdad, habrás visto que sus separaciones ocurren sin aspavientos o miedos añadidos. La seguridad que les confiere el sentimiento de pertenecer-en-libertad, les faculta para no caer en percepciones catastróficas si es que deben dejar de frecuentarse por un largo período y reencontrarse después, como si hubiesen conversado el día anterior.

Esto ocurre así porque el hilo invisible que les conecta no envejece ni sufre alteraciones causadas por demandas irracionales y chantajistas. Los celos, por ejemplo, o el exceso de suspicacia que atormenta a ciertas personas unidas en una relación amorosa, solo muy rara vez aparecen como causa de conflicto en las alianzas amistosas.

Si con este ya suficientemente extendido preámbulo he logrado despertar tu interés sobre la importancia de promover la amigabilidad en el mundo, mi próximo paso será preguntarte: ¿Resulta exagerado o artificioso aspirar a que un tipo de intercambio social fundado sobre ese pedestal, sea la norma y no la excepción? ¿Será una propuesta descabellada que, por encima de la variabilidad idiosincrática, llegues a disfrutar de contactos positivos con personas a las que en la actualidad te son desconocidas o aparentemente extrañas a lo que eres?

Vamos a explorar tu capacidad para visualizar imágenes a partir de las palabras. Mira por unos instantes a un conjunto de musulmanes cantando alegremente junto a un montón de judíos, con motivo de una celebración católica o protestante.

¿Ya? ¿Viste el espectáculo? ¿Escuchaste la algarabía festiva y el entrechocar de las copas en brindis amistosos? ¿No es acaso algo en lo que te provocaría participar o prefieres quedarte en casa, arropado con el pesado manto de los prejuicios?

Por supuesto, que si nos atenemos al tenebroso cuadro de discordia que reina en el mundo actual, inventarse algo semejante podría calificar como un brote psicótico.

De momento las escenas de coexistencia pacífica entre sectores enfrentados de un modo irreconciliable, estarían condenadas a llenarse de polvo en un armario de guiones descartados por el mismo Walt Disney; sin embargo, cuando uno evalúa los potenciales del ser humano para escoger una aproximación amistosa en vez de recurrir al odio, es preciso admitir que no hemos barajado todas las opciones.

La Primera Guerra Mundial (no sé por qué deben escribirse estas palabras terribles, encabezándolas con mayúsculas), nos dejó una enseñanza opuesta al criterio fatal de los maliciosos.

Te invito a que le echemos un repaso al momento crucial:

Día de Navidad en Flandes, 1914. Soldados alemanes a un lado y belgas, franceses e ingleses al otro.

Varios militares apostados en una zona del campo de batalla, comienzan a levantar carteles llamando a celebrar la festividad anual que conmemora el nacimiento de Cristo.

¿Consecuencia?... Un lógico estupor, unido a la sospecha de que se tratase de una añagaza mortal.

Poco a poco, un aire de tranquilidad va oxigenando la atmósfera cuando los militares de un lado se convencen de que las intenciones de los contrarios son sinceras.

¿El desenlace?, un puñado de jóvenes ―enemigos por obra y gracia de la estupidez política― deponen sus armas, se aprestan a enterrar los cadáveres que yacían esparcidos aquí y allá, sacan botellas de vino y comestibles para amenizar unos juegos de cartas y regalarse con inusitadas muestras de camaradería.

Los uniformados de un ejército visitan en sus trincheras a otros que, como ellos, luchan bajo una bandera nacional, hablan de sus orígenes, de familiares y noviazgos lejanos en sus respectivos países, departen dentro de las limitaciones que impone la diferencia de lenguas y entonan unos villancicos que aprendieron de niños.

Transcurren casi cuarenta y ocho horas de una improvisada paz en el frente, hasta que llegan las órdenes de suspender aquella «abominable confraternización» entre milicias y la matanza se reanuda con el consabido horror nacido de la vocación belicista.

Es cierto, no duró demasiado el cordial devaneo de las tropas; pero, pongámonos a meditar sobre lo que indujo a aquellos soldados sometidos a una disciplina criminal, a entenderse como iguales aunque solo fuera durante unas pocas horas.

Mi cándida conclusión es que, sobreponiéndose al férreo entrenamiento que se les había dado para la obediencia, en el fondo de sus almas se mantenía ardiendo el deseo de acercarse a aquellos que les emulaban en edad y condiciones de vida, un anhelo por demás natural y propio del animal que se considera a sí mismo como el rey de la Naturaleza.

Evocando esta anécdota risueña, de la cual se han hecho eco innumerables historiadores así como algunos fervientes activistas del pacifismo, me permito trasladarte a otra sala de proyección más cercana a lo que puedes experimentar en la cotidianidad.

Supongamos que el vecino del piso superior al tuyo es un hombre usualmente adusto y reticente. Un día, por arte de quién sabe qué, en vez de salir blindado cual armadillo para resguardarse de ataques externos, cayera en cuenta de que no necesita armadura alguna y que en su edificio lo que hay son personas comunes e inofensivas, sin la menor intención de aprovechar un descuido suyo para asaltarle.

Sumémosle ahora al joven inquilino del apartamento de al lado, quien decide descolgarse de la frente el cartel que pone: NO LOS VEO, para saludar con amabilidad a quien se tope por el camino y sigamos fabulando con la señora de alto coturno que vive en el Pent House, quitándose el corsé mental que habitualmente le aprieta el rostro para sonreírle a sus compañeros de residencia.

¿No sería interesante juntarlos en el pasillo y ver la reacción de estos tres personajes, al encontrarse frente a frente?

Si eligiendo un comportamiento distinto a balbucir un desafectado «Buenos días» o recogerse en un impenetrable mutismo, con las pupilas clavadas en las lucecillas numeradas que se encienden y apagan sucesivamente, se atrevieran a hacer algún comentario ligeramente jocoso sobre cualquier detalle insignificante, ¿no estarían sazonando sus vidas con algo más agradable que la espesa saliva del silencio?

Sin irme de bruces en la enunciación de un pronóstico amistoso, seguro estoy de que a partir de aquel momento se haría factible hallar vías para entenderse y acordar reformas comunitarias, colaborar en eventos que se programen para mejorar las instalaciones o celebrar cumpleaños.

Ni a primera ni a segunda vista contemplo esta posibilidad como una quimera inalcanzable o un triste despliegue de demencia febril.

Los combatientes de Flandes lo lograron. Quizá en aquellos días, ocurrió que un romántico irreductible se empeñó en intentar algo diferente a la cotidiana práctica de disparar su máuser contra las trincheras opuestas y dando una admirable demostración de osadía, dejó para la posteridad el recordatorio del magnífico poder que tiene la búsqueda de acercamientos amigables sobre la discordia asesina.

Aun con lo expuesto, no discuto que aumentar la tendencia a la amigabilidad en una sociedad competitiva y hostil como la que nos ha tocado vivir, es una faena hercúlea.

Acercarse a unos desconocidos sin llevar cubiertas protectoras requiere la superación de una inmensa cantidad de barreras, en particular aquellas que se arraigan en aprendizajes previos y que generan resistencias a la hora de extender nuestra mano aceptando el riesgo de que nos la muerdan.

Inspeccionar los temores aprendidos y resolverlos toma tiempo y sacrificio, es verdad; pero mientras se reúne el coraje para encarar conflictos, uno puede entretenerse desafiando aquello que le fue enseñado como estrategia preventiva de malestares.

Si algún audaz conquistador de la Edad Media no se hubiera arriesgado a ingerir un vegetal rojizo al que los aborígenes americanos llamaban «tomati» y si quienes contemplaron su hazaña se hubiesen abstenido de replicarla, ¿podríamos deleitarnos hoy en día con una soberbia y gustosa ensalada capresa?

Bueno, tal vez sí, aun cuando ese gusto nos lo habríamos dado muchos años más tarde.

En cualquier caso, mi invitación a quienes se empeñan en remar contracorriente al pesimismo, es a resistir el impacto de la desesperanza ― ¿o a la desesperación? ― y a fortalecer la idea de que SÍ es posible llevar a cabo un proceso de desintoxicación en las relaciones humanas.

Imprescindible es desechar el polvoriento inventario de creencias heredadas de gentes timoratas y enrolarse en las filas de los optimistas sensatos, así como también es importante otorgarse el permiso de descalificar las retahílas sermoneadoras que advierten contra una aproximación amistosa.

¿Que hay psicópatas, envidiosos y saboteadores de los que uno debe cuidarse? Sin duda; pero, ¿qué hay de la gente buena? ¿No existe acaso?

Como dijera un alumno que atendía a mis clases en la universidad: «Los buenos somos más. Lo que pasa es que los malos tienen mejor marketing».

Entonces, ¿estás de acuerdo en correr un albur, intentando ser más amigable?

¡Adelante, pues! Aparta el terco NO que suele dispararse desde el fondo de tus miedos primarios y activa un proceso de decisión independiente.

Verás el campo abierto que está allá afuera, pletórico de oportunidades para crecer y enriquecer tu vida con nuevas experiencias.

¡Basta ya de consejas oxidadas e inoperantes! Manda a hacer gárgaras a los escépticos militantes o mejor todavía, modélales la imagen de un ganador en salud y vida. Quién quita que unos cuantos de ellos opten por sacudirse las cadenas que los retienen y se encaminen hacia la senda de alegría que les marcas.

Sería una ganancia adicional para todos. ¿No crees?

Síntesis 1.

El mundo no es un lugar remoto y vagamente definido. Es tu ámbito más cercano. Te mueves en él, lo quieras o no. Vale la pena descartar la noción de que es una jungla salvaje en donde solo hallarás fieras dispuestas a atacarte.

La amistad es un instrumento efectivo para aumentar el disfrute de vivir.

Hacer amigos o cuando menos, esparcir semillas de amistad sin esperar retorno, puede ser tu mejor contribución para que otros imiten tu conducta.

El único requisito es que te liberes de restricciones mentales. Demanda tu derecho a pensar como dicte tu conciencia y a disfrutar de tu cosecha.

Ejercicio sugerido:

Sal un día de casa dispuesto a saludar al primer viandante que encuentres a tu paso.

No hace falta que le abraces con efusividad ni que le preguntes por la familia. Un simple movimiento de cabeza bastará. Mejor aún si añades una leve sonrisa o un simpático guiño.

Si eres correspondido, anótate un punto a favor y repite la conducta con cuantos te encuentres en la vía.

Si recibes desplantes o caras de reprobación, igualmente súmate un punto por haberlo intentado.

Antes de acostarte por la noche, evalúa lo obtenido. Si te parece que merece darle un chance al cambio de actitud, ponlo en práctica de nuevo al día siguiente.

Si decides que ha sido una pérdida de energía y tiempo, tranquilamente sigue actuando como lo has venido haciendo.

Ya encontrarás otras formas de agregar amigabilidad a tu andadura por este querido planeta.

Un plan B para la vida

Подняться наверх