Читать книгу El contagio de la amabilidad - César Mejía Acosta - Страница 10

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Lo que las abuelas nos enseñaron mal: lo bueno sí se muestra

Por décadas, en algo que ya es parte de nuestro acervo cultural, se ha planteado que mostrar lo bueno que hacemos por los demás obedece más a la vanidad y al ego y, por ende, es incorrecto; sin embargo, ese camino, si se busca llegar al contagio de la amabilidad, no es precisamente el más indicado, y por tal motivo es algo que, para dolor espiritual de muchos, hoy debemos derrumbar.

Es decir, la frase “Que la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha”, tomada del Evangelio de Mateo, y convertida en un refrán popular por nuestras abuelas, tendrá que ser revaluada, o por lo menos desde su visión más conservadora, esto porque fue mal enseñada, o mal entendida, pues dudo que la biblia indicara que el amor por los demás no se deba enseñar.

Esto merece explicarse un poco mejor. Les propongo esta reflexión: el punto de partida de la Biblia, y de muchos otros libros sagrados, es el amor, de ahí que tantos credos y distintas formas de fe lo transmitan sin cesar en sus sermones, rituales y demás prácticas. Según esto, ¡debemos derramar amor!

Si se tiene en cuenta como punto de partida lo anterior, ¿creen ustedes que esa misma fe les diría que no muestren el amor? Realmente lo dudo, hay que practicarlo, mostrarlo para contagiarlo, y lo llevaré aún más allá, si no lo mostramos iríamos contra todos los preceptos que esa misma Biblia profesa.

Eso sí, es posible mostrar ese amor, en nuestro caso esa amabilidad, sin que sea la vanidad la real motivación, el ancla y punto de partida.

Esto si queremos que la amabilidad de los buenos se contagie y cada espacio se llene de personas solidarias y cooperativas, muy a diferencia del individualismo que hoy se vive en cada rincón del planeta, en el que solo competir y ganar vale.

Debemos revaluar esa posición de silencio si el deseo real es habitar un mundo en el que reine el buen trato y todos resolvamos mejor nuestras diferencias. Claro, ¿cómo se derrumba? Contando, mostrando lo bueno que se hace, muy a pesar de lo que nuestras abuelas hubieran pensado.


Y es que, probablemente, alimentar el ego sea el motivo de algunos para hacer eco de sus “regalos para la humanidad”; sin embargo, aquí habría que decir que quizá sea mejor contarlo por ego que callarlo por ley, esto si se busca que más personas bondadosas ocupen el espacio que hoy llena el egoísmo. Aunque, claro, lo más recomendable no sería hacerlo desde la vanidad, como ya dijimos, sino más bien desde un sentido honesto y franco de ayudar, que es donde las emociones reales fluyen y se contagian.

Esto porque prácticas como la bondad, la amabilidad, el altruismo, entre otras, deben ser presenciadas para ser contagiadas; es decir, guardar ese buen acto en el diván de los recuerdos individuales solo sirve a los intereses propios, para la “egoteca” y quizá a una paz espiritual personal, mas no sirve al contagio.

Esta lección es bien sabida por otros movimientos globales no tan recomendables como el terrorismo y tal vez podríamos usar sus mismas herramientas: mostrar el acto, mas no quién lo realiza.

Ellos contagian terror sin identificar al actor individual que lo genera; en estos términos, si lo que se busca es no tener protagonismo, las formas de hacerlo sin evidenciar un rostro se cuentan por decenas: mostrar la donación y no a quien dona, contar los efectos de los hechos en la comunidad beneficiada, entre otros.

Aunque con todo esto, valga decirlo, no hacemos una apuesta por la superación personal o el best seller de moda, el contagio de la amabilidad ha sido estudiado por la ciencia y comprobado por la realidad y aquí hablaremos de ambos, todo para que el lector pase de pasivo a activo, de observador a practicante, pues si bien todo en lo humano parte de un pensamiento, la realidad se construye de hechos, no de deseos.

Lo demostrado por la ciencia y comprobado en la realidad

Un estudio del 2016, realizado por el profesor de psicología en la Universidad de Stanford, Jamil Zaki, y publicado por la prestigiosa revista Scientific American3, demostró que un alto porcentaje de quienes presenciaban una donación se veían “obligados”, no solo a actuar de igual manera, sino a ser mucho más generosos multiplicando el dinero que aportaban con respecto al primer bienhechor.

¿Por qué hablamos de este estudio? Simple, porque en él, para que el segundo se sumara y multiplicara, tuvo que observar al primero, “se contagió”. De mantenerse en secreto el hecho, el contagio de la bondad no se habría llevado a cabo. Por básico que hoy suene, la clave para transmitirlo fue verlo, que se conociera.

Una prueba de esto, en la realidad, sucede en Colombia. Cada Navidad, un grupo de individuos se reúne en su segunda ciudad, Medellín, con un fin: llevar un regalo a niños que difícilmente acceden a esta posibilidad como consecuencia de sus condiciones socioeconómicas. Ellos, que se hacen llamar la Liga de la Justicia, visten trajes de Batman, Superman, Mujer Maravilla y otra serie de superhéroes del mundo del cómic para con ello llevar, además, una tarde de diversión a los niños que recibirán el detalle en épocas decembrinas.


No obstante, no está ahí el chiste, la clave y la historia que buscamos narrar radica en los momentos previos. Esta sucede en las redes sociales de una propuesta llamada Proyecto Conscientia, que tiene presencia en una decena de países.

Hasta aquí suena como muchas campañas de solidaridad; no obstante, presenta una variable en la manera como obtiene los más de cuatrocientos regalos, provenientes de diez países, que reúnen en cada encuentro: cuando alguien dona lo promueven en las redes sociales del proyecto, lo que motiva a muchos más a aportar, en un crecimiento casi exponencial, pues por cada donación publicada y contada, tres personas más hacen llegar regalos para los niños. Y con ello la regla de la ciencia anteriormente mencionada se ve corroborada en la dura realidad de estos chicos, para su bienestar, claro.

Para resumir el hecho, de manera previa se convoca a aquellas personas que quieran donar regalos para los niños, las fotos e imágenes de estos juguetes, que llegan desde todas partes, se publican tan pronto son recibidos y el efecto es bastante claro: cada regalo lleva a más y cada persona que decide usar un traje trae otras. Todo sucede porque los hechos se narran, no porque se silencien en nombre del buen hacer.

Es simple, lo que se muestra se contagia, aquel que observa una donación actúa de manera muy similar y, en la mayoría de los casos, aporta más que el anterior.

Primer mito borrado: “Mostrar lo bueno que se hace es incorrecto ya que obedece a un acto de vanidad”. Es al contrario: mientras más y mejor se muestre, es más efectivo puesto que lleva a más personas a actuar de la misma manera, lo que se enseña se contagia.

Muchos podrían verlo como “un proyecto vanidoso”, aunque está lejos de eso, de ahí que quienes asisten, usan traje y máscara. Así, se puede contar sin hacer gala de nuestro ego, se puede “mostrar sin mostrar”, ya que para el contagio lo que se rescata, principalmente, no son las personas, sino el acto, el cual genera a su vez emoción y lleva a la movilización.

Dicha movilización se da, principalmente, porque mostrar el acto genera emociones en quienes lo presencian, ¿o no se conmoverían ustedes con un montón de locos que, en trajes de Superman, Batman, Mujer Maravilla o Robin, llevan regalos y alegría a niños en camas de hospital? Sí, también se visitan clínicas y lugares que acogen niños enfermos. Esas emociones “movilizan” la acción, pero esas emociones jamás llegan a aparecer si nunca se convierten en historias, en hechos que las personas necesitan conocer, es ahí donde aparece la voluntad de actuar, la voluntad de ayudar.

Ustedes dirán: “¿Cómo este escritor conoce tan bien el caso?”. La respuesta es simple: ¡Yo soy Batman! Soy uno de los que se ponen el traje de superhéroe y no solo llevo regalos, sino que los uso como práctica que demuestra el contagio; además, apelo a lo que la psicología ha definido como “Efecto Batman”4, el cual causa un positivo y singular resultado en los más pequeños.

Este, sin embargo, no es el único experimento social realizado con el Contagio de la Amabilidad. Esta se ha puesto en práctica en el Metro, en semáforos, en empresas, escuelas y muchos lugares que, con el paso de la lectura, se describirán en este libro.


Solo resta pedir una cosa: ¡A derrumbar el mito del silencio en los buenos actos! No porque algo se haya dicho histórica y culturalmente es lo más recomendable, para crecer y mejorar, a veces es necesario poner en duda lo establecido.

De hoy en adelante, entonces, ¡que la mano izquierda sí sepa lo que hace la derecha! Si se quiere llevar el planeta hacia la amabilidad no solo debemos practicarla, también debemos comunicarla y compartirla, ya que mostrarla es la más efectiva de las maneras para llegar a contagiarla.

Lo que sí debemos aprender de las abuelas

Las abuelas, sin embargo, y en su inmensa sabiduría, sí estuvieron acertadas en algo, enseñaron con el ejemplo. ¿O acaso olvidan el cariño en un abrazo de bienvenida o hasta en ese “Quédate esta noche y te preparo tu plato favorito”? Los invito a recordar aquellas navidades guiadas por su comportamiento amable, y, salvo excepciones, todas llegan a la mente con la calidez de ellas y de todos aquellos que disfrutábamos a su alrededor.

No hay que dar muchas vueltas para comprenderlo: todos nos contagiábamos de su cálido actuar, de ahí que el querer pasar las buenas épocas a su lado nunca fue gratuito, lo amable es grato, lo agradable invita a permanecer.

Y no lo digo yo, lo dice la ciencia, que las abuelas son más amables no es un mito, pues tiempo atrás se demostró que las mujeres pueden llegar a ser más generosas que los hombres5, y aunque muchos discuten esta posición, es evidente que las porciones alimenticias son más abundantes cuando las sirve la abuela. Suena a una generosidad un poco riesgosa, aunque muy, muy disfrutable.

Lo mejor de todo esto es que ellas terminan siendo cálidas, al igual que nosotros. Claro, todo esto se da porque también las emociones se contagian6. Si en casa existe un padre que grita y desata su ira con frecuencia, muy posiblemente el niño y el futuro el adulto se comporten igual.

¿Quieren que su familia salga del ciclo de violencia?, pues sean ustedes el inicio y paren de gritar, las generaciones venideras lo agradecerán.

A pesar de esta última parte, en este libro nos enfocaremos en lo positivo, se trata de dar lo bueno para obtener lo bueno, y eso lo sabían bien las abuelas. ¡Y sí, ellas con su amabilidad también son culpables de esos kilitos de más que quedan luego de las abundancias decembrinas!


El contagio de la amabilidad

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