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Con Nelson Venegas desaparecen los bellos cuadernos

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Me conmueven las menudas sabidurías que con toda muerte se pierden. Jorge Luis Borges

La noticia llegó brutal con el teléfono

la voz desconocida

quebrada

al otro lado.

Estabas tendido en tu casa, Maipú, Pajaritos, paradero 15.

Pero tú nunca tuviste una casa.

Pajaritos habían en tu lengua

y tal vez un sabor desconocido

que no acallaba el alcohol.

Te gustaban el tacto del papel

el tacto del pelo de algunas mujeres

los colores fuertes que ponías

en aquellos cuadernos que creaban tus manos.

(Las imagino ahora en reposo, ajenas a ti, y me estremezco).

–¿Para qué quieres plata, Nelson? –Para seguir haciendo cuadernos,

cuadernos como cofres, con cerraduras inútiles.

Descubrías una palabra en griego, en alemán,

el follaje de un pájaro desconocido

que cantaba como tú, gratuitamente,

la dicha de estar solo.

Sé que más de alguna vez me deseaste

y yo también, alguna vez, te deseé.

Y vi que te parecías, con tu cabeza calva, a Henry Miller

y me pregunté si harías el amor como él

o como decían que hacía el amor él.

Y alabé esa cabeza intocada

bajo un sombrero de paño

(te vi)

hermoso como nunca.

Y tus pies en sandalias me parecieron tan libres

el mismo día que un auto te arrojó sobre una cuneta horas después.

El abrazo hondo del reencuentro

era también

(no lo sabíamos)

el de la despedida.

Me diste la contraseña el sitio en que buscarte:

Bellezainútil@hotmail.com.

Belleza inútil.

Te rompieron la cara las rodillas

te abofetearon groseramente.

Pero conseguiste lo que pocos en una vida:

juntar tus hojas dispersas

y coserlas con tu propia mano.

Las pulsaciones de la derrota

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