Читать книгу Las pulsaciones de la derrota - Damaris Calderón - Страница 8

A una mujer, en la mesa de disecciones, sin paraguas ni máquina de coser

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Ahora tú estás mirándome y yo también estoy mirándote.

Con un tazón de cerezas en la mano

con el privilegio de un tazón de cerezas en la mano

cuando otros no conocen la palabra cerezas

el sabor

el aroma

el color encendido de la palabra cerezas

durante años en tierra

estrechándose en secreto las raíces

ellas también hermanas apretadas

guardando la respiración

las cerezas comiéndome

devorándome

como si fueran amantes

plantas carnívoras

viendo cómo me convierto en semilla

en cuesco

en cáscara esparcida al sol.

En esta hora en que el bisturí entra en tu carne

vaciándote

los ovarios

el útero

con que concebiste a los hijos

en esta hora en que el carnicero te faena

como a otra res del cubículo

tú eres otra vez la hija

el cuerpo donde se encuentran los elementos

la vida y su fermentación.

Enkidu era un guerrero, no más grande que tú, y tuvo miedo.

Gilgamesch era un dios, no más grande que tú, y tuvo miedo,

pequeños niños asustados.

Toda la epopeya canta a las batallas de los guerreros, esos niños.

Yo canto la epopeya

de la mujer que pare sus hijos de la que los pierde

canto (escucho) sus gritos en el quirófano

como el ave guía que pierde a algún pájaro de su bandada

o el marinero una embarcación de su flota.

Yo canto a la parturienta y a la mujer estéril

a la que fue abrazada y besada en todas sus articulaciones

y a la que nadie miró.

Canto tu vida fuerte, hermana mía,

ese galopar incesante

que no detuvo nada

madre ni bridas.

Las pulsaciones de la derrota

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