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El hermano del empresario
Anahid estuvo toda la mañana dándole vueltas a la conversación que había mantenido con el señor Aguilera, repasando sus errores y repreguntándose para sus adentros. Sabía que, por más que quisiera, nunca estaría contenta porque era muy exigente consigo misma. Había repasado todas las fuentes habidas y por haber de la prensa malagueña y granadina, así como se había documentado en el registro mercantil. Por más que le daba vueltas había algo que no le cuadraba de la conversación. No sabía si eran paranoias de entrevistadora primeriza o una especial intuición para la mentira que los años pegados a un comerciante curtido en mil batallas le habían inculcado. Cuando preguntó al señor Aguilera sobre su hermano deseó por un instante que la tierra le tragase, pues un error así no se lo podía permitir. De hecho, sabedora de aquel accidente, se había hecho la tonta para que el interpelado no se sintiese incómodo. El caso es que en todas las biografías que había leído solo mencionaban a sus padres como víctimas de aquel incendio, pero no recordaba haber leído que su hermano fuera víctima de aquello. Iba en el coche, meditabunda, y decidió llamar a su novio, pues tenía que descargar tensión contándole cómo le había ido.
―Hola, nene, ¿dónde andas?
Javier, que había tenido que darle al botón de pause y estaba con el teléfono en la oreja mientras sostenía el mando de la PlayStation, contestó con muestras evidentes de querer zanjar aquella conversación en un abrir y cerrar de ojos.
―Cari, estamos en plena final, y tengo que remontar dos goles.
―Joder tío, siempre estás igual, para una vez que necesito hablar… buff… venga adiós.
―No, espera, vamos, cuéntame, que estos pueden esperar, ¿cómo te ha ido?
―Así asá, pero en medio lo han interrumpido y, aunque me ha dicho que continuemos otro día, a este hombre va a ser difícil pillarle. Pero creo que, aunque sea por teléfono, voy a tener que repreguntarle un par de cosas.
―Si él te ha dado la opción, pues no te cortes.
―Ya, pero es que hay una cosa que me tiene toda rayada, ¿te acuerdas del incendio que te comenté de sus padres?
―Sí, claro.
―Pues ha salido el tema y, al parecer, el hermano también la palmó en el incendio. Tengo que repasar lo que tengo, pero juraría no haberlo leído por ningún lado.
―Qué raro, tía… ¿quieres que te eche una mano?
―¿Cuál mano, la que tienes pegada al mando de la play?
―No, tía, te juro que termino esta partida, que ya está perdida, echo a estos mamones y me siento en el ordenador a buscar como un loco.
―Te lo agradecería porque estoy que me como las uñas. Además… no sé cómo explicarlo… le he visto unos ojos de trolero que me tienen en ascuas… creo que algo raro hay.
―Lo dicho, me pongo a ello. Un beso.
―Otro.
Kiko salió casi con ganas de vomitar de aquel despacho. No paraba de darle vueltas a lo que había escuchado. Le embargaba una mezcla de impotencia, miedo y vergüenza que le aprisionaba el pecho. Estaba henchido de rabia. Aún recordaba la mañana que había aparecido aquel miserable de Morales en su despacho. Cuando Kiko captó al grupo de empresas Aguilera, casi le hacen un monumento en su entidad. Una firma así solo se consigue por dos vías, o por perseverancia o por agenda. En este caso fue la amistad de su padre con el señor Aguilera la vía de entrada. Pero casi desde que empezaron las relaciones, la persona con la que estuvo bregando siempre fue el contable, Morales, y en negociaciones de más ceros de la cuenta, Ripollet. No soportaba a ninguno de ellos, pero esto no dejaba de ser algo habitual, ya que los contables y los directores financieros eran los encargados de apretarle las clavijas en las negociaciones de precios. Todo el día exigiendo y sacando decimales a los costes financieros, algo que atentaba directamente contra el margen de su cartera y, por ende, su bonus por objetivos. Ese estúpido de Morales era el peor de todos; con su aire de timidez presionaba y presionaba hasta la extenuación. Pero cuando vino aquella mañana cruzó una línea que antes no había cruzado.
Entró, como de costumbre, sin llamar a la puerta. Soltó el puñado de pagarés para descontar encima de la mesa y se sentó, esperando y casi exigiendo con la mirada que dejase aquello que tenía entre manos para ponerme con su empresa.
―Mira, Kiko, tengo que pedirte un favor.
―Lo que quieras, Hugo.
―Hemos empezado a trabajar con unos clientes armenios y necesito que les abras una cuenta. Aquí tienes todo el expediente con la documentación. El administrador, Nicolai, vendrá a firmar la semana que viene. También tienes la documentación de la empresa que vamos a abrir para esta línea de negocio, que va a dedicarse al desarrollo de programas para videojuegos.
―No os pega, la verdad, pero si creéis que tenéis que diversificar tanto la línea de negocio, vosotros mismos. ¿Vais a necesitar algo de extranjero?
―Nada de financiación.
―Ok, pero ya sabes que este tipo de países requieren de una vigilancia reforzada en materia de prevención de blanqueo… espero que esté bastanteado para la semana que viene.
―Kiko, a mí no me des explicaciones de cómo trabaja tu empresa. Yo solo sé que estas dos cuentas deben estar abiertas para la semana que viene.
Cuando ese prepotente se marchó, echó un vistazo a la documentación y, aunque todo parecía estar en regla, algo le olía mal. Además, en la cuenta del grupo no figuraba como apoderado Ripollet ni había solicitado banca en línea, por lo que no pudo evitar llamar a Morales de nuevo al día siguiente para indagar.
―Kiko, no me toques los cojones.
Desde ese momento, supo que esa cuenta le daría quebraderos de cabeza. Pero lo que no se podía figurar es que ese cabrón estuviera metiendo mano en la caja. Eso sí que no. «Ese cabrón va a acabar con mi carrera, mi vida». Iba caminando sin rumbo con una punzada en el pecho que no le dejaba respirar. «¿Qué hago? ¿El SEPBLAC? ¡Joder! Estoy bien jodido», pensó con desesperación. «Tengo que pillarlo con las manos en la masa y ajustarle las cuentas. Sí, eso, voy a pillarle», se dijo enfurecido.
Salió lanzado hacia no sabía dónde buscando a ese bastardo. Pensó en ir a su empresa, pero no, allí no conseguiría nada. Volvió a su despacho y empezó a mirar las cuentas, para ver desde que sucursal había sacado el dinero. Observó que, tal como decía Robles, había transferencias entrantes de extranjero, después transferencias nacionales de la cuenta de Hishev a la de Budi Animados, así como posteriores retiradas de efectivo desde la sucursal de Teatinos. “Claro, por allí vive él”, se dijo. Decidió ir a aquella sucursal y hablar con la cajera.
―Hola, Clara, me gustaría hacerte un par de preguntillas.
―Que sean facilitas, please.
―Para ti, chupadas. Bueno, te cuento. Hay un cliente de mi cartera, la sociedad Budi Animados, del que me gustaría saber algunas operaciones que ha hecho últimamente.
―Si te refieres al contable del grupo Aguilera, siempre quiere billetes grandes y dice que es para atender pagos de minorista del sector de los videojuegos.
―Ah, bien. ¿Y cada cuanto viene, más o menos?
―Los viernes a última hora, antes de irse a su casa.
―O sea, que hoy debería venir a retirar el dinero.
―Supongo. Aunque hoy solo ha venido el amigo, o cliente, o lo que sea.
―¿Cómo el cliente?
―Sí, ese ruso.
―Pero de qué ruso me hablas.
―Pues el de la empresa que hace los traspasos, Hishev Entertainment. Siempre se toman un cafelito en el Bar de la Plaza.
―Ah, vale.
La cara de estupefacción de Kiko debió irradiar extrañeza porque la cajera cambió su expresión, con desconfianza.
―La verdad que son de un raro que no se les puede aguantar. Pero ¿es que no sabías tú estos tejemanejes? Pues está la cosa como para hacer tonterías con los rusos.
―No, no, si están más que controladas esas empresas.
―Ya, ya, bueno chico tú verás, es tu negocio, yo me limito a hacer la operatoria que deberíais hacer vosotros, lo que no quiero es problemas encima.
―Descuida.
―Por cierto, si quieres que te aclare algo el ruso pregúntale tú mismo, casi te lo cruzas.
―¿Cómo?
―Sí, justo antes de llegar tú ha dejado la cuenta tiritando. Vamos, que como le casquen la comisión de mantenimiento se va a quedar en negativo.
―¿Pero es que anda por aquí?
―Pues en el bar de la plaza debe estar, ya que ha salido para allá directo.
―Vale, Clara, muchas gracias.
La “s” del gracias casi no se le escuchó, pues ya estaba saliendo por la puerta de la sucursal.
―Pase y siéntese ―dijo Adánez, visiblemente cansado―. Vamos a ver, Simón. Como ya sabrá, le hemos traído aquí para hacerle varias preguntas acerca de lo sucedido a Hugo Morales.
―Pobre hombre ―dijo Simón, suspirando.
―Bueno, tengo entendido que usted es el vigilante del Centro de Empresas Aguilera en el turno de noche.
―Correcto.
―¿Cuánto tiempo lleva allí trabajando?
―Pues verá, humm… ocho años, aproximadamente.
―¿Y cómo podría usted catalogar a su empresa?
―Sobre todo es una empresa muy formal, tanto en los pagos como en la atención del empleado.
―¿Ha tenido usted algún percance digno de mención en todo este tiempo?
―¿Percance? No sé a qué se refiere.
―Vamos a ver, ¿ha habido algún intento de robo o algo parecido en este tiempo?
―Bueno, los habituales, pero más bien niñatos descarriados o gamberros, no hemos tenido ningún robo de gran calibre.
―¿Y ha habido algún robo digamos… interno?
―En todo este tiempo ha habido algún hurto de empleados… miles, pero, sobre todo, material de oficina. No suele haber dinero en efectivo ni material de mucho valor, salvo los ordenadores, impresoras y tabletas. Ahora que lo dice, hace un par de años hubo un empleado, Altolaguirre, que se afanó una tableta y lo pillamos. Al día siguiente de patitas en la calle, pero poco más, ya le digo que los empleados suelen estar contentos. Además, si algo ocurre, es más normal que ocurra en el turno de día… supongo que habrá hablado con mi compañero.
―Sí, por descontado. ¿Cuántos empleados solían quedarse en su turno?
―Pocos, la verdad. Aunque en determinados momentos del año suele haber saturación en según qué departamento. Por ejemplo, a mediados de julio, con el impuesto de sociedades, que ves a los de contabilidad a todo trapo.
―¿Qué relación hay en ese departamento?
―Pues la normal, no crea que yo puedo ver nada raro, y menos con el poco tiempo que comparto con ellos.
―¿Nunca ha visto nada fuera de lo normal, alguna tensión mayor de la cuenta entre compañeros?
Simón recobró toda la zozobra que había perdido a medida que avanzaba en la conversación. Sin quererlo se había visto obligado a mentir, algo que le repugnaba.
―Las tensiones normales propias de las fechas, el trabajo acumulado y el agotamiento, pero lo normal en cada empresa… supongo.
―¿Cómo se llevaba usted con el señor Morales?
―Era una excelentísima persona, lo mejorcito de esta casa.
―¿Mejor que su jefe?
Simón tragó saliva, aunque supiera que no le iba a escuchar tenía pánico a decir una palabra malsonante del señor Aguilera.
―Bueno, usted ya sabe, mi jefe es caso aparte. Es quien paga mis facturas. Para mí es Dios.
Por un momento, Simón cantó victoria, pero, rápidamente, aquel hombre volvería a indagar donde él no quería.
―Bueno, ¿cómo catalogaría su relación con el señor Morales?
―Eeeh… ya le he dicho que me parecía una gran persona. Era muy atento conmigo y siempre tenía una buena palabra. Me ha dado mucha pena, la verdad.
―¿Y la relación de Morales con el señor Aguilera?
―Entiendo que buena, ya sabe, si el patrón hubiese tenido algún problema con él no hubiese durado nada en la empresa.
―¿Y con Ripollet? Tengo entendido que había muchas discusiones entre ellos.
―Bueno, era su jefe directo, era normal que tuvieran discusiones. Además, ya le habrán contado lo exigente que es el señor Ripollet.
―No mucho, cuénteme cómo es de exigente.
Simón quería meter la lengua bajo tierra, iba a plegar velas ya, no podía dejarse llevar más por el inspector.
―Bueno, muy perfeccionista, lo quiere todo inmaculado y no tolera ningún fallo. Morales soportaba mucha presión, pero me parece lo normal en un puesto como el suyo. En cualquier caso, yo solo soy un simple vigilante.
―En el ejercicio de sus funciones, ¿ha notado algo más de tensión entre el señor Ripollet y el señor Morales estos últimos días o últimas semanas?
―No.
―¿Ha visto algo que le haya extrañado, algún detalle sin importancia pero que usted pudiera considerar fuera de lo normal?
―No caigo. ―Simón intentaba mantener la compostura, pero temía que su cara indicara todo lo que le estaba pasando por la cabeza. Mientras soltaba palabras por la boca iba rememorando toda la secuencia de aquella noche, hasta caer en la cuenta de algo que no se percató en aquel momento. Un dolor de estómago le invadió de repente.
―Simón, ¿se encuentra usted bien? Le veo mala cara.
―No, no, siga.
―Le recuerdo que todo lo que omita podrá ser considerado obstrucción a la justicia o encubrimiento.
―Sí, sí, me queda claro.
―¿De verdad que no ha visto nada raro? ¿Fue a trabajar el señor Morales la noche del miércoles?
Ese mamón no pararía hasta provocarle un infarto. En aquel momento se acordó de sus hijos y se hizo fuerte enrocándose.
―Sí, se marcharía como a eso de la una de la madrugada.
―¿Iba en su coche?
―Creo que sí.
―¿Cree?
―Sí, no creo recordar haberlo visto salir pero, desde luego, el coche después de la una no estaba en el aparcamiento.
―De acuerdo, muchas gracias por su colaboración. En un rato irá un compañero a por las cintas.
―¿Qué cintas?
―Pues las de las cámaras de seguridad, obviamente.
―Ah, claro. Sin problemas. Mi compañero se las dará.
Simón salió de aquel tercer grado sabiendo que debía darse mucha prisa, aún con el dolor de estómago pinzándole.
Javier despidió a sus amigos entre risas y bromas, sobre todo después de haber sido vapuleado en la final por cuatro a cero. No paraba de darle vueltas a lo que le había dicho su novia, con una mezcla de desgana ante el encarguito y excitación ante la posibilidad de que finalmente tuviera razón y pudieran destapar algún trapillo sucio de uno de los personajes más notables de la sociedad malagueña. Realmente, aunque la periodista era su novia, le llamaba poderosamente la atención todo lo relacionado con su profesión, algo lógico proviniendo de un devorador de series y novelas policiacas. Anahid dominaba bastante los ordenadores, pero disfrutaba rebuscando en el papel. Era capaz de zambullirse entre informes periciales y documentación bibliográfica largas horas sin disminuir su atención. Javier, por el contrario, se pasaba la mayor parte de su vida delante de la pantalla de un ordenador.
Lo primero que hizo nada más sentarse fue darle al buscador de Google y poner “hermano Andrés Aguilera incendio buscar”. Salieron no pocos enlaces de noticias relacionadas con diversos incendios, así como unos pocos Andrés Aguilera y sus respectivas páginas de Facebook. Incluso un enlace con una historia del Madrid antiguo, y se dio cuenta de que la tarea no iba a ser sencilla. Fue acotando las palabras clave en el buscador, incluyendo Santa Fe, tocando esto y lo otro, rebuscando entre las diversas biografías publicadas en soporte digital, hasta que al final dio con algo que parecía hacer referencia al incendio de Andrés Aguilera. Era algo así como un foro de vecinos de la localidad granadina de Santa Fe. El blog de referencia, con imágenes de una calle dominada por un arco, rezaba “Amigos de Santa Fe”. En uno de los hilos, donde se estaba recordando y elogiando la bondad de la gente “malita” del pueblo, el Nick iker63 decía: “Como el pobre de Luisito Aguilera, que después del accidente ya no fue el mismo”. Fue buscando más referencias, pero no había contestación a su entrada en el foro. Una tremenda oleada de impotencia le recorrió el cuerpo, ya que por fin había visto algo y se había quedado con la miel en los labios. Era una sensación parecida a cuando te metes de lleno en una película, la saboreas, y termina, dejándote con ganas de continuar viendo la evolución de los personajes. Decidió tomar un sándwich y continuar después con ganas reforzadas.
A falta de un bocado para terminarlo sonó el móvil. Era Anahid.
―Hola, nena, ¿Qué tal tu búsqueda?
―Wouwouwou… alarma infundada.
―¿Por?
―Resulta que no me lo había inventado. Hay una noticia de un periódico local, que publicó que el hermano sobrevivió al incendio, por eso me había equivocado.
―¿Equivocado?
―Sí, ahí está la cosa. Es que he repasado todas las biografías y reportajes y no hay ninguno que indique la supervivencia del hermano… pobre hombre.
―¿Cómo se llama el periódico?
―¿Qué periódico?
―El que publicó la noticia.
―Santa Fe hoy. Pero ya sé a dónde quieres llegar. Desapareció en el noventa y seis, y no hay manera de dar con su archivo.
―¿No tenías a ese compi del Ideal?
―¿Braulio? ¿Para qué, para que vuelva a tirarme los tejos y te vuelvas a enfadar?
―Business is business.
―Pero a ver si te crees que El Ideal es omnipotente en Granada. Disponen de muy buen archivo, pero no tiene por qué haber sido el depósito del periódico de Santa Fe. Aunque ahora que lo dices, es posible.
―¿Ves? ¿Qué harías tú sin mí?
Por un momento Anahid se había ilusionado, pero pronto volvió al derrotismo que le había invadido horas antes.
―Pero, ¡qué estoy diciendo! Vamos a ver, si me he leído mil biografías que dicen lo contrario, ¿por una errata voy a ir contracorriente? Es más, puede que no fuese ni siquiera eso, que sobreviviese en un primer instante y falleciese en el hospital… vete tú a saber.
―Tú, aparte de esa entrevista, ¿qué tienes que hacer los dos próximos días?
―Poca cosa, la verdad. ¿Qué estás pensando, loco?
―En darnos una mini escapada a la ciudad de la mala follá.
―Anda ya, no te emparanoies con eso, que no hay nada que rascar.
―Bueno, pues si no hay nada que rascar, al menos nos habremos tomado unas tapitas y hecho un viajecito romántico.
―Eres de lo que no hay. No te digo que no me guste la idea, pero mañana quería dejar terminada la entrevista.
―Ya, cari, pero es que yo creo haber encontrado algo…
Cuando Javier le contó esa mísera frase de aquel blog, la coraza de sensatez y objetividad de Anahid fue dando paso a un pequeño hilo de curiosidad e intriga. Al fin y al cabo, esas tapas granadinas la volvían loca…