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Jukka hizo memoria. Otoño de 2006. Academia Valenciana del Cine. Inaugurado dos años atrás, el Centro —como solían llamarlo— había surgido de la mente de unos cuantos profesionales del audiovisual y políticos de la Comunidad Valenciana. El proyecto tenía el ambicioso objetivo de formar a las nuevas generaciones de cineastas, desde directores hasta carpinteros. Una utopía desde luego, puesto que no había tejido profesional activo en la ciudad de Alicante. Al menos en la cantidad prevista como para mantener en funcionamiento un centro de enseñanza dotado de un enorme estudio de cine que permanecía vacío e inactivo durante demasiado tiempo.

El proyecto se había agigantado con la entrada en escena de una de las universidades públicas en entorno, que se empecinó en tutelar la carrera de Comunicación Audiovisual. Para ello efectuó una convocatoria para nombrar un responsable académico. Esa convocatoria se cruzó en la vida de Jukka. Desde que se doctoró en cine había estado trabajando en universidades de México y Colombia, pero cansado de la lejanía de su tierra —sus orígenes finlandeses siempre los consideró anecdóticos— decidió volver con lo puesto. Lo que incluía un abultado curriculum gracias al cual ganó por goleada a los otros pretendientes a la plaza. En consecuencia, era su tarea respetar la normativa y legislación universitaria vigente para con los alumnos y su título. Hasta ahí no había problema. La complicación surgió cuando la dirección general del complejo fue asignada a un tecnócrata, Adolfo Lábaro, cuya misión era rentabilizar las instalaciones y los recursos humanos.

Obviamente su elección no tenía nada que ver con líneas de curriculum, ni preparación académica, ni idoneidad para el puesto de trabajo. Se debía a un nombramiento de carácter político.

La opinión que se forjó Jukka fue la de que Lábaro era un cantamañanas embutido en un traje. Una prueba de ese carácter habían sido las numerosas reuniones con representantes de diversas universidades europeas y americanas en las que Lábaro había empleado una verborrea extraña que él consideraba inglés al cien por cien. Jukka había aguantado la risa, la carcajada en numerosas ocasiones, cuando había escuchado al director general emplear frases como “I arrive with my tongue out”, “this is the drop that fills the glass to the brim” o “look you for where”. Si había llegado al puesto de Director General no había sido más que debido a una llamada que alguien en un despacho de las altas esferas políticas había hecho a otro despacho y así sucesivamente.

Como responsable de la gestión, Lábaro presumía de ejercer el control de aquel lugar “con mano de hierro, pero con guante de seda”. También solía acabar numerosas frases con una coletilla que exasperaba a Jukka: “cuidado exquisito”. En realidad, sus acciones, palabras y actitudes tan solo reflejaban autoritarismo. Lábaro era un hombre de mediana estatura, pelo canoso que llevaba siempre engominado hacia atrás. Rostro redondo y con muestras de un prematuro envejecimiento. Fumador empedernido lo rodeaba un tufo a nicotina y humo que anunciaba con antelación su presencia. Sus ojos habitualmente, desde primeras horas de la mañana, reflejaban un brillo acuoso producto de su enfermiza adicción al alcohol. No obstante, era el jefe y había que acatar sus órdenes por extrañas y contradictorias que fueran.

Lábaro tuvo la genial idea de diseñar unos cursos de cine, actuación y aspectos técnicos por los que se cobraba una cifra desorbitada que constituían un claro ejemplo de competencia desleal no solo a la formación reglada de los módulos de formación profesional sino a la propia carrera universitaria que se impartía en la Academia. Pero, contando con la aquiescencia del gobierno autonómico, estaba claro que lo único importante era sacar dinero. Sin importar los medios. Cuando Jukka se empezaba a cabrear por alguna de estas cuestiones, se trataba de calmar a sí mismo recitándose a Quevedo: “Poderoso caballero es Don Dinero”.

Que tres años después de su apertura la realidad económica y profesional de la Academia era una ruina no era un secreto para nadie. De manera que la vida dentro de aquel fastuoso edificio mitad Bauhaus mitad Casa del Fascio había iniciado un vertiginoso descenso al infierno, arrastrando a los veinte profesores y un centenar de alumnos que acudían cada día. Pero, así y todo, Jukka vivía para su pasión: enseñar.

Jukka tenía la costumbre de llegar al aula antes que los alumnos. Le gustaba preparar la clase con metódica tranquilidad. Abría el armario donde se guardaba el ordenador, lo encendía, a continuación, el proyector, presionaba el interruptor para bajar la pantalla y probaba que los altavoces estuvieran encendidos. Una vez encendido el ordenador, introducía su clave en la cuenta de profesor buscaba la carpeta de archivos donde estaban las imágenes y videos que iba a utilizar ese día.

Pero ese martes en especial notó, cuando se encontraba a mitad de preparación de su típico protocolo, que había entrado alguien en la clase. Miró y vio a una chica que estaba sacando un portátil de su mochila y ocupando su sitio. No le dio mayor importancia y tras decir un “buenos días” al aire y sin esperar respuesta siguió preparando todo. Cuando terminó, se sentó, sacó los apuntes de la carpeta —aunque siempre terminaba abandonándolos— y los puso sobre la mesa. Se remangó las mangas y miró al frente esperando que llegara la veintena de alumnos que estaban matriculados ese año en su asignatura de Teoría del Arte. Se fijo que la chica que estaba en el aula lo estaba mirando. Tenía la cabeza ladeada apoyada en una mano. El flequillo de una larga melena castaña con algo de tinte rojizo le caía sobre la mitad de la cara. Sus labios eran finos y pintados de rojo vivo. Los ojos reflejaban algo de melancolía. Jukka dedujo que esa mirada debía encontrarse, en ese preciso momento, en el espacio etéreo de los sueños, ya que dio por sentado que la alumna estaba dormida con los ojos abiertos, un fenómeno que había detectado en más de un estudiante a lo largo de sus años como docente. Jukka se levantó, casi para experimentar su teoría, y se acercó a ella. Pero para sorpresa de Jukka se dio cuenta de que no estaba dormida ya que la mirada de la chica lo siguió. No tuvo más remedio que romper el silencio.

– ¿Qué tal? Dispuesta a una nueva semana de clases ¿no?

– Sí, claro.

– No recuerdo tu nombre.

– Lorena Melero López.

– Pues nada… —Jukka no sabía muy bien que decir, de modo que puso un tono burlonamente serio— Lorena Melero López espero que te guste la asignatura.

– Ya lo creo. Me gusta el arte —dijo ella de manera sincera, motivando que Jukka reflexionara—. «¡Vaya! Espero que sea verdad, siempre dicen lo mismo y al final vienen mendigando el aprobado”.

Jukka sonrió y salió del aula. A lo lejos del pasillo aparecieron los primeros alumnos y alumnas con sus mochilas en las que llevaban los portátiles. Sonrió para sí pensando en que la dirección del Academia Valenciana del Cine había prohibido el uso de los portátiles en las aulas ya que algunos profesores se habían quejado de que los alumnos no atendían las clases y se dedicaban a ver videos, a jugar online, a chatear con los amigos e incluso a descargar porno. Desde luego que Jukka no pensaba aplicar esa medida en sus clases. Como responsable académico debía dar ejemplo y acatar las órdenes de la dirección, pero si algo tenía claro es que por encima de todo estaba la libertad de cátedra, y que en virtud de esa libertad no iba a imponer medidas punitivas. Si alguien no atendía le daba igual, era responsabilidad de cada uno tomar decisiones y ser coherente con ellas. Sabía que Lábaro se enteraría enseguida de su actitud y le llamaría al despacho para tratar de convencerlo de lo importante que son las normas y las actitudes. Pero primero tenía que dar su clase. Las reprimendas vendrían luego.

Fue saludando a los alumnos y a alguno de los profesores que se dirigían a las aulas. Cuando estuvieron dentro, inició la clase que ese día analizaba las relaciones del expresionismo alemán con el cine. La hora y media de clase pasó aparentemente rápida. Fue de esos días en los que los minutos parece que tienen prisa por escapar. Al concluir la clase se produjo la típica estampida de los alumnos. Jukka recogió sus cosas, apagó el ordenador y se dirigió a la puerta. Allí coincidió con Lorena.

– Me ha gustado mucho la clase —dijo ella, sin apenas mirarlo.

–Me alegro —dijo Jukka pensando en si realmente era sincera o estaba tratando de hacerle la pelota.

– En serio. Me gusta mucho la arquitectura.

– ¿En serio? Bueno, pues espero que te aprendas bien este tema, por si cae en el examen.

– Vale —dijo inocentemente ella, tras lo cual salió del aula y apretó el paso para ir a reunirse en la cafetería con sus compañeros.

Jukka subió a su despacho. De camino se encontró con Victoria, una de las profesoras. Comenzaron a hablar de temas laborales ya que corrían rumores de que este mes se iba a retrasar el pago de las nóminas. La conversación fue interrumpida por la aparición, así podría describirse, de Mario, profesor de la asignatura de guión, que llegó anunciando a todo volumen que esa tarde presentaba su enésima novela en una librería del centro de la ciudad, vino gratis incluido en el acto. Jukka y Victoria prometieron solemnemente acudir, aunque luego no lo hicieran. Entraron en el despacho de Jukka, un pequeño espacio con paredes de cristal y láminas de madera en los laterales, una ventana enorme con una impresionante vista hacia el Mediterráneo que permitía la entrada de una luz desproporcionada. Continuaron la conversación sobre el preocupante tema de las nóminas para luego pasar a otros menos intensos como las prácticas de los alumnos. Terminados los temas del día, Victoria salió y Jukka iba a hacer lo mismo, pero al salir se topó de lleno con Lorena que se encontraba esperando fuera. Casi la arrolla.

– Hola —dijo ella—, he venido por lo del trabajo. El de tu asignatura.

– ¡Ah, eh… bien! Pasa al despacho.

– Si te pillo en mal momento…

– No, no, no… que va.

Luego él le explicó lo que tenía que hacer, que sí, que podía entregar una fotografía pero que fuera original a la hora de hacerla y que la acompañara de una explicación. Le recordó la obligatoriedad de entregar un trabajo sobre el libro Lo espiritual en el arte de Kandinsky y poco más.

Se sucedieron los días de clase, pasaron las semanas y sin darse apenas cuenta llegó el final del cuatrimestre con la evaluación. Los trabajos se acumulaban en su despacho, alguno de ellos realmente originales. Entre ellos estaba el de Lorena, cuidadosamente envuelto en papel. Lo abrió y se encontró con un retrato. Pensó que era de ella, pero luego se dio cuenta de que era de su hermana. Medio sorprendido Jukka se empezó a reír mientras pensaba: «¡Tiene bemoles la chiquilla! Entregarme como trabajo una foto de la hermana. ¡Anda que sí!” Pero poco a poco empezó a ver que en realidad el retrato era un maravilloso collage hecho a base de otros fragmentos de retrato. Le dio la vuelta y encontró una nota detrás explicando el porqué de ese trabajo.

– ¡Vaya cara más guapa! —escuchó Jukka que decían desde la puerta. No se había dado cuenta de que había entrado Concepción, otra de las profesoras encargada de la secretaría académica.

– Ya ves. Pido un trabajo creativo y una alumna me ha dado esto. Una foto de su hermana —respondió Jukka, aunque luego comenzó a matizar—. Pero bueno, la técnica es lo que importa.

Días después Jukka se encontró corrigiendo el trabajo de Kandinsky que había redactado Lorena. No salía de su asombro. Aparte del hecho de que empezaba asegurando que tenía una lámina de Kandinsky en su dormitorio —lo cual estaba fuera de lugar para un trabajo de asignatura—, la redacción era impecable. La parcelación de los contenidos estaba realizada con un esmero y una claridad que demostraban gran inteligencia. Jukka se resistió, por un momento pensó que se encontraba delante del típico trabajo fusilado de internet, pero tras hacer una comprobación escribiendo párrafos en Google, tuvo que claudicar con sus reservas y calificar el trabajo. Con el bolígrafo verde escribió en la parte superior derecha un 9,5. Pero no levantó el boli. Se quedó mirando y se dijo: «¡Qué narices! Lo que es justo es justo” y tachó esa calificación para poner un 10.

Se quedó pensativo. Se giró en su sillón y se puso a mirar por la ventana, viendo las nubes que se cernían sobre la costa y como el levante, enfurecido, agitaba las palmeras y las banderas que estaban en la entrada del edificio. La Senyera parecía pelearse con la bandera de la Unión Europea mientras que la de España, enredada por un giro inesperado de la tela, parecía ir en otra dirección. El estado ensimismado se rompió cuando del despacho de al lado se escuchó la voz, con acento andaluz, de Javier, el profesor de fotografía, que lanzó el típico alarido que solía emitir una vez a la semana: “¡San Viernes! ¡Fin de semana! ¿Quién se baja a por unas cañas?”. Jukka sonrió. Fin de semana. A desconectar.

Pero la sorpresa para Jukka no había terminado. Si había quedado impresionado por ese trabajo no menos quedó cuando la semana siguiente entregó otro de redacción y estructura perfecta. Un comentario sobre los espacios arquitectónicos en la película 2001 de Kubrick. Jukka, volvió a hacer una cata en internet y no encontró ningún rastro de plagio. Estaba tan escarmentado de la típica picaresca estudiantil que siempre tomaba esa precaución. Pero estaba encontrando una especie de diamante en bruto. Es más, pensó en una especie de némesis. Con mucho camino por recorrer, pero con el tiempo y los conocimientos adecuados, podría aprovechar ese talento que parecía innato. Pocos días después citó a Lorena a tutoría. La felicitó tanto por la foto como por los trabajos redactados. Le hizo la propuesta de ampliar el último trabajo que había realizado para poderlo convertir en un artículo. Para sorpresa de Jukka ella aceptó encantada.

A partir de ese momento, Jukka sintió que en las clases no podía parar de fijarse en ella, y ella tomaba notas sin apartar la mirada de él. Se sorprendía a ratos pensando en que estaba vampirizando sus conocimientos. A diferencia de otros profesores que confiaban en el dictado de apuntes obsoletos, o en la lectura en el aula del contenido de saturadas diapositivas de powerpoint, Jukka quería que sus alumnos buscaran y razonaran. Que discutieran. No entendía la docencia como una serie de conferencias —o una única conferencia de cuatro meses de duración en el peor de los casos— donde el profesor se lucía y presumía de sus conocimientos. Para eso estaban otros foros. Cada día al entrar en el aula se recordaba la máxima de Goethe: “Comprender significa ser capaz de hacer”. Sentía la mayor de las satisfacciones cuando los apuntes se transformaban en la realidad de una práctica bien hecha.

Pero en otros momentos no sabía cómo interpretar ese cruce de miradas. ¿Atracción? Jukka trataba de mantenerse al margen de ese tipo de situaciones por las que ya había visto pasar a algunos colegas de otros centros de trabajo. A veces sentía que se ahogaba y se decía hasta la saciedad: «¡Joder! Típicas bobadas de profesor alumna, a ver si me centro”. Pero cada vez costaba más. Había días que no podía. En cierta ocasión llegó al despacho presa del nerviosismo. Victoria le preguntó si le pasaba algo y él tan sólo pudo contestar algo muy vago: “Luchando con mis demonios. Todos tenemos demonios, ¿no?”. Ella inquirió, en realidad quería ayudarlo, bien sabía las presiones a las que lo sometía Lábaro, pero Jukka no quiso ahondar en el tema.

Además, para complicar aún más sus temores, de manera cada vez más frecuente Lorena iba a tutoría. Las conversaciones que al principio eran sobre cuestiones de las clases, las prácticas y las dudas ante la redacción del artículo que estaba preparando fueron derivando a otros temas más cotidianos y, era de esperar, a otros de índole personal. Así es como supo que había comenzado a estudiar arquitectura en Barcelona, obligada por la tradición familiar, ya que, si bien su padre no había estudiado dicha carrera, el resto de la familia provenía de una casta de arquitectos. Supo de cómo se aburría en las clases y como poco a poco fue perdiendo el interés por la carrera para abandonarla dos años después de haberla empezado. De cómo el desinterés se tradujo en distracción y en un noviazgo falto de afecto. De un regreso, obligado, al hogar familiar y una especie de ultimátum para que encarrilara su vida. La decisión de estudiar Comunicación Audiovisual fue un acierto ya que siempre había demostrado un talento especial para la fotografía.

Poco a poco, Jukka abandonó las tutorías de despacho por tutorías de cafetería, algo que había aprendido de su director de tesis unos años antes y que había resultado muy útil. Pero en realidad, aunque tratara de convencer al resto de colegas y al omnipresente director del centro de que eran tutorías, lo cierto es que no eran más que largas charlas a última hora de la tarde en las que iban y venían ideas, anhelos, planes de futuro, etc. Todo con la tutela y complicidad de Omar, el encargado de la cafetería, que les solía reservar una mesa que se encontraba discretamente escondida tras un panel de anuncios. En otras ocasiones se encontraban en la entrada del edificio, y mirando al mar, sintiendo la húmeda brisa del levante cargada de salitre, conversaban aprovechando los minutos hasta el final. En alguna ocasión caminaron siguiendo el perímetro del edificio y Jukka sonreía en su interior al imaginarse a Lábaro pidiendo que le hicieran una copia de las grabaciones de seguridad, pues el edificio estaba plagado de cámaras que vigilaban entradas, salidas y ángulos muertos. Aunque Jukka tenía la teoría de que en realidad esas cámaras no grababan nada.

También sabía Jukka que corrían rumores. La frecuencia de las tutorías, las conversaciones de cafetería o en el exterior despertaba la imaginación de más de uno. Pero en el fondo eran comentarios espurios fruto de mentes demasiado calenturientas y ociosas. Se convencía a sí mismo estructurando sus ideas: “Primero: no pasa nada entre nosotros. Segundo: si pasara algo somos dos personas adultas”.

Sin darse cuenta, tras las vacaciones del verano de por medio —lo que les obligó a estar distanciados, pero en contacto por medio del correo—, y una escapada de Jukka a Burgos, llegó un nuevo curso. Lorena se matriculó en la asignatura que Jukka impartía en el curso siguiente. Estética. La dinámica entre ellos fue similar al año anterior, aprovechaban cualquier oportunidad diaria para mantener alguna conversación. La asignatura comprendía prácticas de fotografía en las que se debían materializar las categorías y conceptos estéticos que explicaba. Rosenkranz, Nietzsche, Benjamin, Artaud, Baudelaire… Lecturas y reflexiones sobre bellezas no clásicas. Lorena parecía disfrutar. Las conversaciones se llenaron de nuevos conceptos.

La confianza entre ellos había aumentado y en ocasiones se intercambiaban sms durante el día. Se cruzaban en los pasillos y Jukka notaba como Lorena, si iba en compañía de otros compañeros bajaba el rostro y lo miraba esquivamente sonriendo, con una mezcla de picardía y nostalgia en la mirada. Sin embargo, por mucho cuidado que Jukka ponía en mantener un límite y no cruzar más allá de la amistad —insólita desde luego para un profesor y una alumna— lo cierto es que en algún momento algo podría torcerse.

Marzo suele ser un mes de viento. Aquel día en concreto, a pesar del radiante sol, hacía un vendaval de levante abrumador. Las pocas nubes que había en el cielo se desplazaban a gran velocidad. Jukka había estado esperando un día así para tener una clase especial. Vio el estado del tiempo y avisó a los alumnos de que la clase se iba a desarrollar en la playa.

A pocos kilómetros de donde se encontraba la Academia Valenciana del Cine había una playa. La Playa del Saladar, aunque todo el mundo la conocía por el complejo de viviendas que se construyeron allí en los años 70: Urbanova. El proyecto de reconvertir los humedales en zona urbanizada quedó estancado varias décadas atrás. Tan solo se construyeron unas decenas de edificios que en la actualidad mostraban, en la mayoría de los casos, un aspecto deslucido. Además, por encima de este lugar surcaban el cielo los aviones del cercano aeropuerto de El Altet, en una incesante procesión de aterrizajes y despegues que adornaban el ambiente con la cadencia de turbinas acelerando y decelerando. En el fondo, Jukka consideraba que aquel era un lugar tranquilo, ya que desde octubre hasta abril apenas había gente. Únicamente alguno de los residentes en las pocas viviendas habitadas que salían a pasear durante las primeras horas de la tarde, o los rezagados que alargaban la sobremesa en los pocos restaurantes que permanecían abiertos durante todo el año. Su hora favorita, desde luego, el atardecer. Cuando la jornada de trabajo había sido intensa, y normalmente lo era, se acercaba hasta allí y caminaba durante horas por el paseo o si el tiempo lo permitía cerca de la orilla.

Aquel día, Jukka quería ilustrar el concepto de la naturaleza en el Romanticismo y a falta de bosques frondosos, mares helados o picos cubiertos de nieve, le parecía sensato que un levante de furia infernal capaz de tragarse la costa sería un buen sustituto. Avisó a los alumnos para que se repartieran en coches y les dijo donde los esperaba. Se llevó además unos textos de Goethe y Turner. Cuando estuvieron todos en la playa Jukka inició su insólita clase, gritando al viento para hacerse escuchar y entender. Los alumnos, sentados en semicírculo alrededor de Jukka, estaban como hipnotizados al verse en la playa, luchando contra los elementos para poder entender algo. Jukka les insistía en lo importante que era sentir la naturaleza, la tierra, el mar, el viento para tener conciencia de uno mismo, de la libertad. Se dio cuenta que Lorena lo miraba electrizada, realmente hechizada. Jukka, en plena explicación les invitó a gritar al viento. Un grito vital, les dijo, “como si os fuera la vida en ello”. Veinte personas gritaron al unísono contra el viento. Un grito duró más que los demás. Jukka sonrió al ver a Lorena recuperando el aliento. Luego los invitó a que caminaran solos por la playa buscando una definición de belleza. Tras veinte minutos los llamó cerca de la muralla del paseo y les empezó a preguntar. Cuando llegó delante de Lorena y ésta iba a contestar, una inoportuna racha de viento le sacudió su larga melena poniéndose delante de su rostro y tapándole la boca. Ella intentó apartar la cabellera, pero solo estaba consiguiendo enredarse más. Jukka, en un gesto inconsciente, le apartó el pelo del rostro sosteniéndolo entre sus dedos. Ella se ruborizó, él sin soltar el pelo, miró hacia el suelo mientras escuchaba risas y comentarios en voz baja por parte del resto de alumnos. Un pensamiento pasó por su mente: “Acabo de cagarla, joder”. Miró a Lorena, quien estaba quieta mirándolo expectante, y anunció el final de la clase. Regresando a su coche le pareció escuchar la voz de Lorena que decía “belleza eres tú”, pero prefirió no cerciorarse, no volver la vista atrás y pasar de largo.

Desafortunadamente para Jukka, al llegar a la Academia, la recepcionista le dijo que el director quería verlo. Sospechó sobre qué iba a tratar la conversación, pero se dijo que era demasiado pronto para ello. Se acercó a la puerta y llamó antes de entrar.

– ¿Sí? Adelante. Pase usted señor Lehto —dijo Lábaro con amabilidad.

– Tú dirás Adolfo —dijo directamente Jukka tratando de agilizar la bronca que esperaba recibir.

– ¿Qué tal todo? ¿Las clases bien? ¿Alguna queja de los alumnos? ¿Los profesores están tranquilos? —esta pregunta molestó a Jukka ya que demostraba que sabía de antemano que el profesorado estaba inquieto— No deben de preocuparse por esos bulos que corren por ahí. Siempre hay alguien dispuesto a jodernos con tonterías sindicales.

– Todo bien.

– Perfecto —sacó un cigarrillo y lo encendió—. Me han informado que has ido con los alumnos a la playa. ¿Es cierto eso?

– En efecto.

– ¡Qué original! —dio una larga calada al cigarrillo y acto seguido expelió el humo envolviendo su rostro en una humareda. Jukka sabía que ese era el momento: “Ahora empieza el espectáculo” —. ¿No tenías otra cosa mejor que hacer? ¿Te imaginas que se nos ahoga uno de los alumnos? El lío en el que me metes es bestial, a ver que les digo yo a los padres.

– Adolfo… No hemos ido a bañarnos, tú has visto el día que hace. Ha sido una clase de Estética, ¡joder! Además: es una carrera universitaria ¿qué pintan los padres? Son mayores de edad.

– ¿Y qué historia es esa de que le has metido mano a una alumna? —eso es lo que esperaba Jukka. Las noticias de lo que había pasado había llegado de manera desproporcionada y antes de que él mismo llegara a su coche. “Absurdo que en este puto centro unos se dediquen a espiar a otros. Los alumnos y los profesores se despellejan a escondidas cada vez que pueden”.

– Llama a la alumna a tu despacho. Habla con ella. Sin que esté yo presente.

– Mira Jukka, tú estás aquí porque yo quiero, no te hagas el legal ahora.

– Te recuerdo, Adolfo, que estoy aquí porque la Universidad convocó una plaza para ser el responsable académico de esto, que mi curriculum fue el mejor valorado y el que mayor puntuación sacó. Mi contrato está firmado con la Universidad no contigo. Tú eres el que llegó aquí a golpe de teléfono y a dedo.

– ¡A mí ni se te ocurra faltarme al respeto o te largo a la puta calle! —explotó Lábaro cuyo rostro estaba cambiando del color rojo al color púrpura por motivo del enfado.

– Vale. Tú mismo. ¿Puedo irme ya?

– Mira… —Lábaro rebajó el tono en uno de sus típicos altibajos— Entiendo que tengas ganas de hacértelo con alguna alumna. Hay mucha niña mona ahí afuera. Pero ten un poco de cuidado. ¡Joder! En público no.

– Te repito que llames a la alumna. Que te cuente ella.

– Bueno, ya veré. Anda lárgate con tu estética y tus filósofos a otra parte. Piensa como de costumbre, tío, con la cabeza. No con la bragueta.

Jukka salió del despacho. Se fue al suyo notando como por el camino algunos alumnos hablaban en voz baja y lo señalaban con la cabeza. “Vale. Vamos bien” pensó.


El zumbido del móvil lo apartó de estos recuerdos y lo trajo de nuevo a la realidad. Mientras cogía el teléfono para contestar miró a Lorena que descansaba plácidamente. Nada parecía indicar que en su cuerpo se estaba produciendo una lucha por la vida, o por la muerte. No conocía el número. Contestó en voz baja.

– ¿Sí?

– Soy Sandra. ¿Cómo va todo?

– Tu hermana duerme. Lleva así quince minutos.

– Vale. Cualquier cosa me avisas.

– Descuida.

Nada más cortar la llamada se abrió la puerta y entró una enfermera. Saludó y realizó una serie de comprobaciones. Puso el termómetro a Lorena, miró los niveles del gotero, revisó algo en un bloc y tras apuntar la temperatura salió. En ese momento Lorena abrió los ojos y buscó con la mirada a Jukka, quien se había acercado a la ventana y miraba con ojos cansados al horizonte. El no se había dado cuenta de que ella estaba despierta, por lo que se sorprendió cuando escuchó su voz.

– ¿Recuerdas el día que quedamos para ensayar la exposición del video que iba a hacer?

– Claro que lo recuerdo —dijo él volviéndose.

Jukka recordaba ese día con una nitidez impresionante. Lorena había hecho un trabajo impresionante el año anterior analizando un videoclip, y se le ocurrió que podría explicar a los del curso actual lo que había hecho. El análisis plano a plano, las influencias que tenían, los elementos visuales. Era un videoclip realizado con la técnica de rotoscopía, algo que la fascinaba, y que esperaba poder hacer algún día. Aquella tarde de primavera Jukka quería que Lorena ensayara. Ella le había dicho que le ponía nerviosa hablar en público, y estuvo a punto de rechazar la oferta de exponer su trabajo, pero Jukka confiaba en las posibilidades de ella. Le dijo que cuando explicara a los otros alumnos él estaría en el aula, que controlaría desde el fondo el tiempo y le iría dando indicaciones. Finalmente ella accedió y se llegó esa tarde con todo el material previsto.

Jukka había reservado un aula y tras pedir la llave en conserjería se fue allí para preparar el proyector y el ordenador. En ello estaba cuando llegó ella. Cuando Jukka la vio se quedó mudo por su aspecto. Nunca la había visto vestida de esa manera. Lorena llevaba unos leggings negros que marcaban el contorno de sus piernas, sus caderas y sus nalgas como una segunda piel. Una camiseta ajustada de color rojo marcaba sus pechos. La melena castaña reflejaba los rayos de sol que entraban por la ventana. Jukka sintió una atracción inmediata pero súbitamente un pensamiento se instaló en su mente: “No hay que cruzar la barrera. Nunca. Con lo de hace un mes ya vale”. Ella comenzó a exponer su trabajo, mientras que Jukka, sentado en la mesa corrida frente al ordenador hacía anotaciones en un papel para luego comentarla con ella. En un momento que Lorena se detuvo por no saber qué decir, él le dio un consejo para hablar: “Toda aula tiene el punto de los mil metros. Se encuentra frente a ti. Mires donde mires ahí está. Su utilidad es buscarlo y relajarte cuando sientas que te pones nerviosa. Te obliga a no mirar a nadie”. La contestación que dio Lorena lo dejó desconcertado “Pero tú no lo usas. Me miras a mí”. Jukka no supo que decir. En ese mismo momento Lorena se acercó a la mesa para apuntar algo en un folio que tenía preparado. Se inclinó y con sus nalgas rozó a Jukka, quien no reaccionó. Ella, dándole la espalda, se incorporó y se acercó aún más, pegándose a él. Jukka notó como ella estaba nerviosa. El levantó las manos a media altura como para intentar cogerla por los hombros, pero se detuvo. Lorena se giró y quedó mirando fijamente a Jukka. Él notaba como la respiración de ella era jadeante, como el pulso se le había acelerado, se notaba como palpitaban las venas de su cuello, sus labios humedecidos. También él se sentía extrañamente excitado. Su corazón latía desbocado, sus sienes sentían una opresión que empezaba a doler, sus músculos estaban tensos. Pero un pensamiento se cruzó en su mente: “Pasar de largo. Aunque quieras. No te metas en líos. Aquí no”. Cogió a Lorena de los hombros y acertó a decirle que no.

A continuación, todo volvió a la normalidad. Lorena continuó con su explicación, más nerviosa de lo que había empezado. Terminó de manera atropellada y apenas prestó atención a lo que le dijo Jukka. Tan solo miraba la puerta como queriendo huir. Salió rápidamente, en cuanto pudo.

– Lamento lo que pasó —dijo Lorena sacando a Jukka de su recuerdo.

– No pasó nada —añadió él, pero pensándolo bien se corrigió— Créeme si te digo que siento que no pasara nada.

– ¿Jukka? —preguntó ella sorprendida— ¿Estás seguro de lo que dices?

– Ya lo creo.

– Lorena, lo siento. Iba hasta arriba de ansiolíticos —aclaró Jukka, intentando justificar en este momento algo que había ocurrido hacía ya dos años.

– Me lo podías haber explicado —dijo Lorena—, lo hubiera entendido. Te hubiera ayudado, lo sabes ¿verdad?

– Lo sé. Pero me costaba pensar, me costaba actuar. Me pasaban las horas muertas en el despacho, mirando por la ventana. Te aseguro que el mejor momento de la semana era cuando os daba clase a los de tu grupo y te tenía cerca. O cuando venías a tutoría y nos poníamos a hablar.

– ¿Te acuerdas cuando lo de la matrícula de honor? —preguntó ella con ojos brillantes.

– Claro. Como olvidarlo. Recuerdo que te dije “¿si te pongo una matrícula de honor que me das?” —Lorena comenzó a reír al recordar la escena—, me soltaste un “Lo que tú quieras” mientras me mirabas de una manera seductora. Te aseguro que me costó no saltar por encima de le mesa, a pesar de las pastillas, la pose que tenía y como dijiste la frase. ¡Joder! Me hubiera fundido contigo en un abrazo.

– Pero eso sí lo hiciste al día siguiente ¿no? Con Giovanna. —le preguntó entre la curiosidad y el reproche refiriéndose a una alumna italiana.

– ¿Celos, Lorena?

– Me dijeron que estuviste con ella en un aula y que luego os fuisteis juntos en tu coche.

Jukka también recordó este momento. Le vino a la memoria Giovanna, una joven italiana, alta, con cuerpo de modelo —de hecho, había desfilado en alguna pasarela en Italia— y un rostro marmóreo de perfil clásico adornado por dos ojos de color celeste. Los compañeros de Jukka le lanzaban puyas siempre que podían con frases como “tío, te has quedado con la tía más buena de la tercera promoción” a lo que él solía responder con un irónico “no es mía, pero si crees que tienes posibilidades con ella inténtalo”. Desde luego recordaba el día que le había indicado Lorena ya que tenía el coche aparcado al lado del de un colega y los vio meterse en el coche y salir en dirección a la ciudad.

– Te voy a contar lo que pasó —empezó Jukka—. Giovanna era la alumna a la que le dirigía el trabajo final de la carrera. Estuvo trabajando muy duro durante todo el curso. Al día siguiente de lo que me cuentas era su examen ante el tribunal. Simplemente preparamos la defensa. Cuando terminó me pidió si la podía bajar a Alicante y dejarla al lado del Puerto ya que yo pasaba por ahí.

– Y… ¿lo del día siguiente?

– ¿Lo del día siguiente? No entiendo a qué te refieres Lorena.

– Al acabar el examen. Ella se echó en tus brazos…

Jukka recordó que el día del examen de Giovanna uno de los compañeros de Lorena se presentó en el aula con una cámara para “tomar nota de cómo es el procedimiento para cuando me toque el próximo año”. Ahora recordó que el chico también grabó la reacción de Giovanna fuera del aula cuando emocionada de alegría al haber sido calificada con una matrícula de honor abrazó y dio varios besos a Jukka. “Ya podía haber grabado este chaval la misma situación quince días después cuando, tras la ceremonia de graduación, quien me daba abrazos y las gracias era el padre de Giovanna, agradecido por haber tutelado a su hija y haberla ayudado a evaluar con éxito”.

– Lorena… Sabes que lo que estás diciendo es una tontería. Sabes bien lo que pasó porque Alberto lo grabó todo y es más que evidente que una cosa es la alegría y otra muy distinta la pasión desenfrenada.

– Disculpa —dijo Lorena—. No tiene sentido salir con estas cosas ahora. Ha sido una bobada, una chiquillería.

No pensaba lo mismo Jukka, quien se argumentó a sí mismo que era lo normal. Seguro que Lorena sabía en su interior que estaba viviendo los últimos momentos de su vida y quería respuestas, quería sobre todo saber el por qué de tantas cosas que había vivido y la razón de las que no iba a vivir.

– ¿Y tienes alguna alumna especial ahora?

– ¡No! —contestó Jukka enfadado—, ¿Pero ¿qué piensas? Mira. Lo tuyo fue algo especial. No le des más vueltas. No sabes lo mucho que has significado para mí.

– Significado —dijo con tono melancólico—. En pasado.

– Y en presente. Tenlo por seguro. De verdad.

– Comprende que me sintiera confusa… Me había hecho ilusiones y desapareciste.

– No me siento orgulloso de ello ya te lo he dicho. ¿Sabes por qué me fui? Estaba harto. Lábaro no paraba de insistir en despedir profesores, en tomar medidas punitivas contra quien reivindicara algo por insignificante que fuera. ¿Te acuerdas el día que todos los alumnos pedisteis acceso a más equipos ya que los tenían guardados en un armario sin uso? Pues su respuesta fue que había que expulsar al delegado de los alumnos. ¿Sabes quién paralizó esta estupidez? —Jukka tomó aire. Lorena lo observaba en silencio—. ¿Te acuerdas de un compañero de cuarto curso, Javi, al que llamabais Obiwan? —ella asintió en silencio— ¿Recuerdas que en 2007 se fue de Erasmus a la Universidad de Leeds? Pues le pilló las inundaciones de ese año. Me puso un mensaje diciendo que había perdido todo, y que no tenía como volver. ¿Sabes cuál fue la reacción de Lábaro? “¡Que se joda! ¡Ese tío es un caradura!”, eso es lo que dijo. Me tocó contactar con la familia, y con la embajada española en Londres hasta que al final conseguimos traerlo de vuelta. ¿Sabes quién fue al aeropuerto a esperarlo junto a la familia para presumir de que la Academia cuida a sus alumnos?

– Tú —dijo Lorena con voz apenas audible.

– No, estimada, fue Lábaro. A sacarse una bonita foto —volvió a respirar profundamente y continuó—. ¿Te acuerdas de Julio, Manolo, Marían, Joan, Leyre? —Lorena miraba en silencio, recordaba que eran profesores que le habían dado clases—. Durante tres años, desde 2004, Lábaro me insistía en que había que despedirlos. No había motivos ¿sabes? Sólo porque a él le daba la gana. Esgrimía razones como el sobrepeso de alguno de ellos, o el físico de alguna profesora. ¿Sabes para qué? Para poder enchufar a algún amigo o devolver algún favor a sus amigos políticos. —instintivamente Jukka cogió una botella de agua que había en la mesita junto a la cama de Lorena y bebió—. ¿Te acuerdas de tus compañeros que fueron a Ucrania? Con ese absurdo convenio firmado con la Universidad de Sebastopol —Lorena asintió de nuevo— ¿Sabes lo que es recibir una llamada a las cuatro de la madrugada desde Ucrania, hecha por Nekane, la profesora que los acompañó, acojonada porque habían hospedado al grupo en un albergue ubicado en un polígono industrial lleno de tíos borrachos? Se suponía que iban a un hotel de lujo, pero los metieron en un tugurio. ¿Sabes lo que es escuchar a una colega diciendo que tiene miedo a que la violen una pandilla de los tipos que pululan por ahí? Que te cuenten con voz angustiada que su habitación no tiene ni puerta no es precisamente algo que desees escuchar. ¿Lo sabes verdad?

– Sí —contestó Lorena— mis compañeros nos contaban cosas y nos mandaron fotos. También que te avisaron.

– Pues entonces ya sabes quién buscó un hotel para que pudieran irse y al menos estar tranquilos. ¿Sabes la bronca que me cayó al día siguiente, que vine sin apenas dormir, por haber tomado esa decisión? ¿Sabes que Lábaro obligó a todo el grupo a dejar el hotel para que se trasladaran a otro que le buscó una agencia de viajes de un amigo? ¿Sabes que luego presumió ante las altas jerarquías de la Generalitat de haber arreglado una situación tensa que se había presentado? —Jukka tenía los ojos enrojecidos mezcla de la rabia y de la indignación que le producía recordar todo esto—. Cuando regresaron todos, Lábaro llamó a Nekane al despacho y ¿sabes que ocurrió? Los gritos de la bronca se escuchaban hasta en la cafetería. La conclusión era que debería haberse dejado violar si hubiese llegado el caso. Luego me llamó a mí y me empezó a abroncar. No quieras saber. Pero me levanté y lo dejé con la palabra en la boca. Dos días antes había conseguido la plaza que ahora ocupo en Burgos.

– Jukka, lo siento. Nunca me contastes…

– Lorena —repuso más calmado Jukka— eras una alumna. Tú no tenías porqué saber todo esto. Era parte de mi trabajo. Me afectaba, me consumía, me hundió. Un buen día acabé en el medico. Deshecho. Desorientado.

– Y… es cuando te dieron las pastillas para poder soportarlo.

– Así es.

Jukka volvió a sentarse junto a ella, en el borde de la cama. Sintió como la mano de Lorena rozaba la suya. Sintió paz. Tranquilidad. Sus dedos empezaron a entrelazarse y acabaron unidos. Ella lo miró fijamente.

– Quiero sentirte Jukka —dijo Lorena en voz baja.

– Lorena, mi estimada —repuso él acariciándole el cabello.

– Me refiero a algo más… —añadió ella con voz apagada.

Jukka se percató de ese detalle. La voz había sonado extraña. Casi como un quejido. También notó que estaba más pálida de lo que hasta ese momento se encontraba, resaltando el color de los moratones.

– ¿Te encuentras bien? —dijo él preocupado y sacando el móvil del bolsillo— ¿Llamo a una enfermera? ¿Llamo a tu hermana, a tus padres?

– No. Estoy bien. Estoy cansada.

– Duerme si quieres.

– Jukka… Es que… —Lorena titubeaba.

– Dime.

– No te lo tomes a mal… es que… Tengo novio.

Jukka sonrió. Volvió a acariciar la melena de Lorena y le habló.

– Pues lo normal. Alguien como tú, inteligente, guapa y simpática es normal que tenga a alguien a su lado ¿no?

– Sí. Pero… no sé si… —Jukka no la dejó terminar. Suavemente le puso el índice sobre los labios. Sabía lo que iba a decir y creía que era producto del shock, de la medicación, de la vida que se escapaba. No quería que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse o no tuviera tiempo de hacerlo.

– Vale —dijo ella—, pero por favor quiero sentirte. Muy cerca, por favor.

Jukka la miró. Reflexionó un momento “Y si… La responsabilidad del pasado hay que asumirla. Puede que sea una estupidez, pero si le hice daño en el pasado no hay que quedarse únicamente en un lo siento”. Sin decir nada acercó el sillón a la cama, se percató de la ubicación del gotero y de la vía que descendía hasta conectarse en la mano de Lorena. Mentalmente ensayó los movimientos con precisión milimétrica para no hacerle ningún daño. Cuando se sintió preparado retiró la sábana. Las piernas de Lorena quedaron al descubierto y ocultaban las brutales señales del accidente bajo unos vendajes. Su cuerpo, cubierto por la bata en la que aparecía el logo del hospital, parecía extremadamente frágil. Jukka notó que la respiración de Lorena era entrecortada, como aquel día en el aula. Ella lo miraba a los ojos, como aquel día.

Con mucho cuidado Jukka pasó los brazos por debajo de las piernas y la espalda de Lorena y la levantó poco a poco. La tomó en brazos y asegurándose de que la vía no se enredara ni se soltara de su mano, se sentó suavemente en el borde de la cama. Apoyó a Lorena contra su pecho y luego mientras con una mano sostenía su cabeza con la otra le acarició el rostro. Ella sonreía y Jukka notó como la palidez desapareció momentáneamente y su rostro se ruborizó. Aunque tenía el brazo escayolado, Lorena hizo el esfuerzo y con los dedos acarició la cabeza de Jukka. Ella intentó incorporarse un poco pero un gesto de dolor se dibujó en su rostro. Jukka entendió y acomodó mejor el cuerpo de ella sobre su pecho. La boca de Lorena, entreabierta permitía ver unos dientes blancos. Jukka acercó sus labios a los de ella y la besó. Sus labios se fundieron, sus lenguas se buscaban. Jukka notaba como el cuerpo de Lorena se erizó por un instante. Luego, se miraron a los ojos. Lorena sonreía y entornó los ojos. Tomó la mano de Jukka y la llevó a su pecho, para sentirla sobre el corazón. Jukka notaba los latidos y esa rítmica cadencia lo cautivó. Imitando a Lorena también cerró los ojos. Se quedó profundamente dormido, el cansancio pudo con él. Apenas unos segundos que le hicieron sentir como si hubiera dormido días enteros.

El ruido de pasos agitados, voces alteradas y gritos entrecortados, un lastimero quejido que poco a poco se convirtió en un llanto desolador lo volvió a la realidad. Abrió los ojos y se encontró con la causa de este panorama que había oído antes que visto. Se percató que su mano seguía sobre el pecho de Lorena. Pero no notaba los latidos del corazón. Bajó la vista y la vio. Con los ojos cerrados, pálida, inerte. Pero con una sonrisa en el rostro. Una expresión de felicidad. Jukka intentó moverse, pero en ese momento y sin que supiera muy bien cómo, Melero se acercó corriendo y le quitó el cuerpo de su hija de encima y entre lágrimas lo depositó en la cama. Observó como la madre se abalanzaba sobre ella y lloraba mientras repetía como una letanía la frase “mi pobre niña”. Sandra también lloraba, pero tuvo un momento para hacerle un gesto de aprobación a Jukka que estaba desconcertado. Despacio y tratando de pasar desapercibido recogió su cazadora y se dirigió a la puerta. No se había percatado que otra persona había presenciado la escena en la que él sostenía el cuerpo inerte de Lorena. Leopoldo, el novio de Lorena. Jukka lo miró y sin que mediara ni una sola palabra ni un gesto, éste le dio un puñetazo en el rostro al tiempo que comenzaba a insultarlo. Jukka sintió junto al golpe como empezaba a salir sangre que escurrió entre sus dedos y comenzó a gotear en el suelo.

Una enfermera entró en la habitación y con voz autoritaria puso orden en la habitación. Los únicos que parecían ajenos eran los padres de Lorena. Leopoldo seguía intentando encararse con Jukka y sólo la persistencia de Sandra consiguió detenerlo. La enfermera le indicó a Jukka que lo siguiera hasta la sala de urgencias donde le realizarían una cura.

Aturdido, dolorido, cansado, somnoliento. Cuando salió del hospital miró al cielo y dejó que el sol calentara su rostro.

Horizonte Vacio

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