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2.

LO QUE DAMOS A LOS QUE NOS RODEAN

Su nombre era Fleming, un agricultor pobre de Inglaterra. Un día, mientras trataba de ganarse la vida para mantener a su familia, escuchó a alguien pidiendo ayuda desde un pantano cercano. Inmediatamente soltó sus herramientas y corrió hacia el lugar. Allí, enterrado hasta la cintura en el lodo negro, estaba un niño aterrorizado, gritando y luchando, tratando de liberarse.

El agricultor Fleming salvó al niño de lo que pudo ser una muerte lenta y terrible.

Al siguiente día, un carruaje muy pomposo llegó hasta las tierras del agricultor inglés.

Un noble, elegantemente vestido, se bajó del vehículo y se presentó a sí mismo como el padre del niño que Fleming había salvado.

“Yo quiero recompensarlo”, dijo el noble inglés. “Usted salvó la vida de mi hijo”.

“No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice”, respondió el agricultor rechazando la oferta.

En ese momento, el propio hijo del agricultor salió a la puerta.

“¿Es ése su hijo?”, preguntó el noble.

“Sí,” respondió el agricultor lleno de orgullo.

“Le voy a proponer un trato. Déjeme llevarme a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre, crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso”.

El agricultor aceptó. Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming, el agricultor, se graduó en la Escuela de Medicina del

St. Mary’s Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje conocido a través del mundo, el notorio Sir Alexander Fleming, el descubridor de la Penicilina.

Algunos años después, el hijo del noble inglés cayó enfermo de pulmonía.

¿Qué lo salvó?... La Penicilina.

¿El nombre del noble inglés?

Randolph Churchill.

¿El nombre de su hijo?

Sir Winston Churchill.

Alguien dijo una vez: “Siempre recibimos a cambio lo mismo que ofrecemos”.


Reflexionar I

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