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11.

LA BICICLETA DE LITO

A los 8 años recibí en herencia la bicicleta de mi hermano Lito, ya le quedaba pequeña tanto es así, que sus rodillas casi le tocaban el pecho al pedalear; éste a su vez la obtuvo de Toni, el mayor de los 3 hermanos quien me dijo fraternalmente: “Espero la disfrutes tanto, como nosotros lo hicimos”, mi alegría fue tan grande, que les contagié mi sonrisa “come orejas”, a ambos.

En aquél entonces mi grupo de amigos tenían cada uno su bici, saliendo juntos a investigar alegremente el vecindario.

De la ventana de mi casa los veía jugar y divertirse haciendo carreras y practicando piruetas, soñando en ser parte del grupo y disfrutando con ellos “Allí estaré con mi propia bici” me decía confiado, y en aquella tarde de verano del ’74, mi sueño al fin se hizo realidad.

Era de tamaño mediano y sin cambios, el cuadro de color azul marino un tanto oxidado, todavía conservaba el cromado del manubrio en buen estado, la bocina no sonaba bien y uno de los frenos no funcionaba pero nada de eso detalles eran importantes, tenía mi bici y en ese momento era el niño mas afortunado del mundo.

Mi primer impulso fue mostrarles a todos el obsequio recibido, ¡Y así lo hice! , salí orgulloso a la calle para contarle a mis amigos, y sumarme al grupo de ciclistas para divertirme con ellos.

Los chicos se entusiasmaron al verme e inmediatamente Claudio, uno de mis mejores amigos, me dijo intrigado “Genial Ricardo pero dime, ¿Ya sabes andar?”, “Aún no, recién la saco a la calle y no creo que sea difícil así que, ¡Aprenderé mientras estoy con ustedes!”, dicho esto me acomodé en el asiento e intenté pedalear como si supiera... A los dos metros me encontré desparramado en el suelo, se asomaron algunas risas por causa de mi torpeza, y me alentaron a intentarlo otra vez y así lo hice... En la segunda oportunidad, fue mas corto el tramo que anduve dibujando ondas en el aire, hasta chocarme de cara al piso.

¡Mientras practicas estaremos en la plaza! me dijeron, y se fueron todos a disfrutar el día.

Como te imaginarás sentí una gran desilusión al fracasar en mi primer ensayo de montar en bici, y entré a mi casa comprendiendo que me iba a costar mas de lo pensado el dominarla.

Si algo le ofuscaba a mi madre era mi aparente alejamiento de la realidad, al mirar la tele o leer algún libro o revista. Ella siempre creyó que me sumergía en un trance profundo al disfrutar las películas continuadas de los sábados, o con la revista “Billiken” que mi abuelo religiosamente me compraba todas las semanas. “Cuéntenme que no escucha, está mirando la tele” les decía displicentemente a mis hermanos creyendo que la caja boba me tenía hipnotizado, sin captar la realidad de mis circunstancias.

No se enteraron hasta mi adolescencia de mi fuerte curiosidad y ganas de saber todo, impulso que sostuvo mis “antenitas” firmes para captar hasta el más mínimo detalle que a mi alrededor, acontecía.

“¡Menos mal que no pudo! Si sale con esos locos en bicicleta seguro lo atropellan”, decretó hostilmente con ese estilo tan particular que aún hoy la caracteriza, sin un ápice de maldad claro, aunque ignorando el efecto dañino que podrían causar sus palabras.

Claro está, la rebeldía se asomaba en esos años y al escuchar el comentario mi respuesta no se hizo esperar. A partir de ese momento, confrontando al peso de los mandatos familiares, comencé a practicar durante las horas de la siesta en el patio de mi casa.

“Yo quiero, Yo puedo”. Esta frase nació a modo de ritual previo de cada práctica, tenía tan arraigada la imagen del disfrute con mis amigos por las calles del barrio mientras domaba la máquina, que en pocos días casi sin darme cuenta, dominé el arte del equilibrio en dos ruedas.

El alcanzar cualquier meta que nos propongamos realizar, está íntimamente ligado al convencimiento interno de poder lograrlas.

Los intentos para conseguir dichas metas forman parte de la estrategia previa formulada, y al contrario de frustrarnos en los que resultan fallidos, los aprovechamos sumando experiencia y acercándonos a la “imagen del logro realizado”, que sostiene nuestro entusiasmo en alto, durante todo el trayecto.

El desarrollo de la confianza personal para alcanzar los sueños, nos exige conformar un esquema desde el plano racional, que direccione nuestros actos hacia la concreción de los mismos, pero la clave del éxito radica exclusivamente en la creencia interna que sostengamos de poder o no, realizarlo.

Estimulando la confianza, sembrando entusiasmo en nuestro enfoque del logro obtenido, internalizando el concepto “Yo quiero, Yo puedo” , nos abrirá las puertas a niveles de éxito nunca antes imaginados.

Recuerda: “Tu quieres, Tu puedes”, esa es la clave.


Reflexionar II

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