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I.

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La idea de sociología filosófica que se despliega en este trabajo busca delimitar de mejor forma una rica historia de interconexiones entre la sociología y la filosofía durante los últimos 200 años. Como lo hace desde el punto de vista de la sociología, podemos distinguir tres estrategias para observar sus interrelaciones. Primero, una vía positivista entiende la tradición filosófica como la herencia pre-científica de la sociología, mientras que su futuro pertenece al trabajo empírico y estrictamente científico. Dentro del canon clásico, esta actitud es mejor representada por Emile Durkheim, quien dedicó mucho trabajo a la especulación filosófica y planteó que una separación estricta entre sociología y filosofía era en sí misma una proposición filosófica que, en última instancia, resultaba imposible (Durkheim 1960, 1982). Pero el rasgo característico de este punto de vista es que, aunque importante, el trabajo con fuentes filosóficas no es una tarea sociológica en sentido estricto (Luhmann 1994; Merton 1964).

Una segunda corriente queda constituida por intentos explícitos de auto-clarificación epistemológica. Aquí, el foco está en dilucidar la lógica de los argumentos científicos de la sociología en un argumento que podemos retrotraer a los debates metodológicos de Max Weber (1949). Debates como idealismo vs. materialismo, individualismo vs. colectivismo, o realismo vs. constructivismo, todos pertenecen a esta corriente, y también podríamos incluir aquí la meta-teoría sociológica así como descripciones más historicistas de la historia de la sociología, escritas a fin de iluminar sus compromisos cognitivos más amplios (Benton 1977; Levine 1995; Ritzer 1988). La tercera aproximación es cercana a la filosofía social y utiliza la tradición filosófica para clarificar las motivaciones normativas de la sociología (Ginsberg 1968; Hughes 1974). La influencia de Karl Marx (1975) sobre el desarrollo futuro de la sociología es posiblemente paradigmática de este tipo de vinculación, en tanto la teoría crítica posterior entiende que la reconfiguración de las preguntas normativas es la contribución clave de la filosofía a la sociología científica (Adorno 2000; Habermas 1987; Marcuse 1973). Pero este movimiento más normativo no lo encontramos solo en la tradición crítica, sino que está también disponible para posiciones «nostálgicas» o conservadoras (Nisbet 1967; MacIntyre 2007). Es posible que estas tres aproximaciones a las relaciones entre filosofía y sociología no agoten todas las opciones disponibles, pero sí capturan las actitudes más representativas. La sociología filosófica toma elementos de las tres posiciones: contribuye al proyecto científico de la sociología al mantener las demandas normativas y cognitivas separadas pero en constante interacción (versiones 1 y 2), así como contribuye también a la infraestructura filosófica de la sociología porque la propia investigación sociológica es siempre susceptible de un escrutinio normativo posterior (versión 3).

El uso que hago aquí de la idea de sociología filosófica tiene poco que ver con la aplicación del análisis de redes a la historia intelectual, como en la Sociología de las Filosofías de Randall Collins (2002). Más bien, se inspira en la idea general de la antropología filosófica. Ella puede ser definida como una interrogación sistemática sobre conceptos generales de humanidad en su relación con nuestros rasgos antropológicos fundamentales (Hacker 2010)3. Sin embargo, la sociología filosófica es distinta de la antropología filosófica en tanto busca desentrañar las relaciones entre concepciones implícitas de naturaleza humana y concepciones sociológicas explícitas del orden social, para así reflexionar sobre el problema de lo normativo en la vida social. Es un tipo de sociología filosóficamente informada más que una aproximación estrictamente normativa o una reflexión sobre los condicionamientos sociales de la reflexión filosófica4.

La idea de sociología filosófica alcanzó una modesta notoriedad en la sociología alemana a inicios del siglo XX. En el contexto de una disciplina que intelectual e institucionalmente aún estaba en desarrollo, la sociología filosófica no tuvo nunca la intención de reemplazar la investigación social empíricamente orientada. Más bien, estaba pensada para clarificar los supuestos que eran constitutivos, aunque no directamente centrales, al establecimiento científico de la propia sociología. En su exposición durante la Primera Conferencia de Sociología en Alemania en 1910, Ferdinand Tönnies definió la sociología filosófica como una indagación sobre la organización lógica de los conceptos sociológicos, tanto dentro de la propia sociología como en sus relaciones con otros campos científicos. Más aún, dadas sus raíces históricas en la filosofía, la sociología moderna era vista como una respuesta a preocupaciones normativas en la sociedad contemporánea, por lo que debería mantenerse fundamentalmente conectada a preguntas sobre «conducta ética y la vida buena» (Tönnies 2005, 57). Plantea que la sociología debe asirse a la invitación del Oráculo de Delfos, conócete a ti mismo: la sociología debe convertirse en «el intento imparcial por hacer justicia a esta proposición» (Tönnies 2005, 72). En este sentido, la referencia temprana a la sociología filosófica en Tönnies es en parte epistemológica y en parte normativa: se pregunta cómo se usa el conocimiento sociológico a la vez que sostiene que la contribución normativa esencial de la sociología a la sociedad radica en la orientación reflexiva de conocerse a uno mismo5.

También Georg Simmel (1909) tomó la idea de una sociología filosófica como parte de su bien conocida interrogación kantiana sobre los supuestos «trascendentales» que hacen posible la sociedad. Simmel sugirió además que hay una dimensión metafísica en la sociología filosófica: para poder avanzar como ciencia, la sociología debe estar preparada para superar las restricciones que emergen del ritmo más lento con el que de hecho evolucionan todas las ramas de la ciencia. Para que la sociología se pueda hacer verdaderamente significativa en debates públicos de mayor alcance, necesita moverse no sólo más rápido sino que de modo más radical que la ciencia. Es solo gracias a este trabajo de anticipación filosófica, plantea Simmel, que dotamos de significado cultural a los fenómenos sociales que estudia la sociología. Las preguntas sociológicas más apremiantes son precisamente aquellas para las que respuestas exclusivamente científicas resultan a todas luces insuficientes:

¿Es la sociedad el propósito de la existencia humana o es un medio para el individuo? ¿Yace el valor último del desarrollo social en el despliegue de la personalidad o de la asociación? ¿Son el sentido y el propósito inherentes al todo en los fenómenos sociales o exclusivamente en los individuos? (Simmel 1950, 25)6.

Simmel y Tönnies comparten motivos epistemológicos y normativos para el proyecto de una sociología filosófica, pero no buscan ni socavar la sociología científica ni hacer de la sociología una suerte de superación dialéctica de la filosofía.

Es posible argumentar que la intervención de mayor importancia en esta delimitación temprana de la sociología filosófica proviene de la obra de Karl Löwith, sobre todo de su texto Max Weber y Karl Marx (2003). Publicado por primera vez en 1932, el libro plantea que ambos autores lograron reunir con éxito los dos géneros intelectuales en los que él estaba interesado: la filosofía, antigua y venerable, y la radical y novedosa ciencia social. En términos empíricos, Weber y Marx estaban interesados por igual en el capitalismo y ofrecieron interpretaciones radicalmente distintas de su emergencia y funcionamiento. Pero hay otra dimensión en sus escritos, la que para Löwith resulta más significativa y en la que sus elementos comunes se hacen visibles: el corazón «de sus investigaciones es uno y el mismo […] qué hace ‘humano’ al hombre dentro del mundo capitalista» (Löwith 2003, 42-43). De seguro, esta indagación filosófica no era el objetivo explícito de ninguno de los dos autores, pero ahí se encuentra sin duda «su motivo original» (Löwith 2003, 43). Weber y Marx ofrecen un nuevo tipo de trabajo intelectual que está, simultáneamente, informado empíricamente y orientado normativamente, y esto es justamente lo que los hace «sociólogos filosóficos» (Löwith 2003, 48). Es justamente mediante la combinación de enfoques científicos y filosóficos que ellos abordaron preguntas intelectuales fundamentales: la interrelación de factores materiales e ideales en la vida humana, la condición inmanente y trascendental del tiempo histórico, las relaciones entre la acción social y el destino humano, la desconexión entre las preocupaciones existenciales que todos compartimos como seres humanos y nuestros contextos sociohistóricos particulares. De este modo, la sociología se vuelve un programa en el cual su desafío científico fundamental, comprender el capitalismo moderno, solo es posible sobre la base de una búsqueda filosófica de un principio de humanidad que es fundamentalmente normativo7.

Sociología filosófica

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