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Prólogo

Si hay algo que distingue a la innovación es su carácter colectivo. Ya sea si se analiza como un proceso, o bien, como un resultado, no es difícil notar que son muchos los responsables de que una idea potente termine cristalizándose en un nuevo producto o proceso. O en una nueva forma de organizar la producción, una nueva estrategia de marketing o simplemente en algo que crea valor.

Lo colectivo del proceso se explica por una de las principales características que tiene el conocimiento, lo tácito. Mirar el manual o leer el artículo científico no es suficiente para comprender un problema o entender su solución. Ni menos replicarlo. Quizá su máxima expresión sea la relación maestro aprendiz. Lo tácito del conocimiento justifica, entre otras cosas, la necesidad de estar cerca, físicamente cerca. Hay varios que sugieren que entre más temprano u original el conocimiento, más relevantes son las interacciones entre aquellos que lo desarrollan.

Hay, eso sí, un aspecto fundamental en la existencia y sobre todo la sustentabilidad de dichos lazos, y tiene que ver con la confianza. No es difícil intuir que para articular redes las partes se deben encontrar. En algún momento y contexto deben interactuar. No obstante, dado lo costoso y tedioso que es conocer a nuestro interlocutor previo a cualquier acto de interacción, debemos hacer un acto de fe sobre su conducta futura. Aquella que varias veces

sometemos a prueba durante la relación. Así, más allá de los incentivos detrás de la creación de dichos lazos, las redes descansan sobre esta base fundamental, la confianza. Lo anterior cobra especial relevancia en la innovación, por esencia incierta y con altas dosis de riesgo.

Obviamente que dichos vínculos van transformándose con el pasar del tiempo. Son intrínsecamente dinámicos. Y mientras los incentivos persistan, mientras las confianzas existan, los vínculos pueden perdurar en el tiempo. Ello a pesar de que tanto el contexto como los participantes puedan sufrir cambios. Y de hecho cambian. Tanto a nivel de las personas, de las empresas, de las regiones y de los países.

Esa es la invitación que nos hace este magnífico ensayo. A centrar la atención sobre los vínculos, las relaciones y los lazos bajo el prisma de la innovación. Mucho se ha escrito sobre los agentes que participan en la innovación, los roles y responsabilidades necesarias para su desarrollo. Pero poco se ha dicho sobre los vínculos entre quienes participan. En la creación de valor, que es a la larga la mejor definición de innovación, las redes dan justamente cuenta de dicho quehacer. Afinar la puntería en el análisis sobre estos elementos es uno de los grandes aportes de este ensayo.

Y dicho análisis no sólo puede ser llevado adelante cuando se estudia una empresa o una universidad sino también una región o incluso una nación. El concepto de Sistema de Innovación, extensamente tratado en este ensayo, tanto a nivel local como nacional, ha sido un marco de análisis de gran relevancia a la hora de caracterizar dinámicas innovadoras.

Ciertamente aun no sabemos las especificidades del cómo algunas naciones han logrado desarrollarse de la mano de la innovación. Quizá el secreto no sea sólo entender a los agentes que participaron en dicho proceso sino también centrar la mirada en los vínculos entre ellos. Esa es la invitación de este libro. Esa es su gran innovación.

José Miguel Benavente, Ph.D.

Director Centro Intelis

Depatamento de Economía

Universidad de Chile

Redes de innovación como factor de desarrollo

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