Читать книгу Redes de innovación como factor de desarrollo - Daniel Goya - Страница 8

Оглавление

3. Competitividad, crecimiento y desarrollo

Tradicionalmente, los economistas no hacían distinción entre crecimiento y desarrollo, considerándolos prácticamente sinónimos. Actualmente, al ser evidente que la economía de mercado no convierte de manera automática el crecimiento económico en mejores condiciones de vida para la sociedad, nadie discute que el desarrollo va más allá del crecimiento económico, el cual es una condición necesaria, pero no suficiente para lograr el desarrollo.

En palabras de Mahbub ul Haq, creador del Índice de Desarrollo Humano del PNUD, “El propósito básico del desarrollo es aumentar las opciones de la gente. En teoría, estas opciones pueden ser infinitas y pueden cambiar en el tiempo. La gente a menudo valora logros que no aparecen en absoluto, o no inmediatamente, en los datos de ingreso o crecimiento: mayor acceso al conocimiento, mejor nutrición y servicios de salud, vecindarios más seguros, seguridad contra el crimen y la violencia física, horas de ocio satisfactorias, libertades culturales y políticas y un sentido de participación en actividades comunitarias. El objetivo del desarrollo es crear un ambiente que permita a la gente disfrutar vidas largas, saludables y creativas” (ul Haq, 1990).

Cómo se logra el desarrollo es la pregunta que ha estado intentando siempre responder la humanidad, y aunque hay ciertos países que parecen estar lográndolo, conjugando crecimiento económico con vidas “largas, saludables y creativas”, son aun una fracción ínfima de la población mundial. Además, el camino para hacerlo será necesariamente distinto para todas las sociedades en función de sus historias y culturas.

La dificultad del tema es inmensa, por la complejidad que existe en la interacción de mercados, políticas públicas de todo tipo, y los ya suficientemente complejos seres humanos y sus necesidades. Por esto, en este trabajo, como se hace en muchos otros estudios, se considerará sólo la variable más “simple” de la ecuación del desarrollo: el crecimiento económico.

El crecimiento económico es una precondición para el desarrollo humano, primero para lograr cubrir las necesidades básicas, y luego para ir subiendo –ojalá en manera relativamente similar todos los miembros de la sociedad– a satisfacer necesidades de más alto nivel.

Para analizar los factores que llevan al crecimiento, se tomará como base el Reporte de Competitividad Global, publicado por el Foro Económico Mundial en colaboración con el Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard y el Instituto para la Estrategia y Competitividad, de la Escuela de Negocios de Harvard. El reporte 2001-2002, en cuya elaboración participaron, entre otros, Michael Porter y Jeffrey Sachs, explica que el objetivo del Índice de Competitividad para el Crecimiento es evaluar la capacidad de las distintas economías del mundo de lograr un crecimiento económico sostenido en el mediano plazo, analizando sus estructuras, instituciones y políticas. Es decir, un enfoque más cualitativo que el modelo económico neoclásico analizado en el capítulo anterior, por lo que permitirá investigar en mayor detalle cuáles son los temas relevantes para economías en desarrollo como Chile.

Revisando los estudios existentes sobre crecimiento económico, se identifican tres mecanismos interrelacionados involucrados en este: la eficiente distribución de los recursos, lo que se basa en la competencia de mercado y una sofisticada división del trabajo; la acumulación de capital, el aumento de capital por trabajador (tanto físico como humano) tiende a una mayor productividad por trabajador; y el progreso tecnológico. Este último puede lograrse de dos formas, mediante la creación de nueva tecnología, o mediante la adopción y adaptación de tecnologías desarrolladas en otros países (McArthur y Sachs, 2002).

Los tres factores identificados son importantes, pero el progreso tecnológico ha sido el más importante en la historia moderna. Parte de su importancia puede entenderse por el hecho de que desplaza los límites a los cuales podría llegarse con los otros dos factores; si el nivel tecnológico permanece constante la distribución de los recursos y la acumulación de capital comenzarían a tener retornos decrecientes, tendiendo asintóticamente a un límite (McArthur y Sachs, 2002). El progreso tecnológico desplaza esta asíntota, permitiendo alcanzar niveles de crecimiento (y de desarrollo, si las políticas públicas son efectivas) cada vez mayores, mediante una mayor productividad de los recursos disponibles.

Como se vio en el capítulo anterior, el modelo de crecimiento neoclásico considera que el crecimiento no explicado por la acumulación de capital y trabajo se explica por un residuo denominado Productividad Total de Factores (PTF), el que depende de la productividad agregada de las distintas firmas participantes de cierta economía. En la figura 3.1 es posible observar la importancia de la PTF para explicar el crecimiento económico chileno entre 1986 y 2000.


Figura 3.1. Contabilidad del Crecimiento en Chile, 1961-2000.

Fuente: (Gallego y Loayza, 2002).

Se puede ir más allá y preguntar qué explica la PTF. Como es de esperar, la productividad de los países parece ser explicada por el esfuerzo en investigación hecho por las empresas. Benavente explica lo siguiente: “En un reciente trabajo empírico, Rouvinen (2002) muestra que efectivamente el gasto en Investigación y Desarrollo explica en buena medida cambios de la PTF en un grupo de 15 países de la OECD. Sin embargo, un aspecto de fundamental interés de este estudio es el hallazgo de que sería el gasto en I+D el que causa cambios en la PTF y no al revés. Este resultado elimina por tanto la posibilidad de que para aquellos países que han crecido más vigorosamente sea este último hecho el que explique tasas de inversión más alta de actividades científico-tecnológicas; es decir, la causalidad inversa” (Benavente, 2004).

Tomando la PTF y el gasto en I+D promedio durante los 90 para 55 países con información reciente, Benavente ajusta una regresión que sugiere que “para el caso de Chile, un aumento de un 10% en la proporción del gasto en I+D sobre el producto tendrían un impacto de mediano plazo (una década) de 1,8 puntos porcentuales en el crecimiento económico” (Ibíd.), como se aprecia en la figura 3.2. Esta es, sin embargo, sólo una primera aproximación al tema; en los dos capítulos siguientes se entrará en detalle de qué factores específicos están impulsando la productividad a nivel de la firma.


Figura 3.2. Relación entre Productividad Total de Factores y Gasto en I+D.

Fuente: (Benavente, 2004).

En Chile hace años se viene hablando de “dar el salto al desarrollo”. ¿Qué significa esto exactamente? Se supone que Chile tiene el potencial de pasar de ser un país “en desarrollo” a uno desarrollado, pero algo ha faltado, y sigue faltando. Ese algo es cuantificado en los últimos Reportes de Competitividad para el Crecimiento, en el reporte 2000-2001 mediante el “índice de creatividad”, y en el 2001-2002 mediante la distinción entre “economías núcleo” y “economías no núcleo”.

Basándose en el hecho de que lo que diferencia a los países que han logrado crecer sostenidamente a largo plazo de los que no, es la capacidad de tener altas tasas de innovación, se introduce este concepto en la elaboración del índice. Las economías “no núcleo” pueden lograr altas tasas de crecimiento mediante la inversión extranjera y la absorción de tecnología, pero a medida que se acercan en tecnología a las desarrolladas, la capacidad de crecimiento mediante absorción tecnológica va claramente disminuyendo, hasta llegar al punto en que el país necesita dar el salto y transformarse en un innovador, para no estar estancado esperando que le llegue la tecnología desde el exterior, sino que pueda sustentar su crecimiento en tecnología desarrollada dentro de la misma economía; esto es lo que caracteriza a las economías “núcleo”.

Para lograr este cambio, se han identificado una serie de factores importantes: la inversión en educación superior, una buena base de tecnologías de la información, altos niveles de gasto público en I+D, y leyes de propiedad intelectual efectivas que promuevan la investigación y el desarrollo (McArthur y Sachs, 2002).

Porter, con su “Ventaja Competitiva de las Naciones” planteó la idea de hablar de competitividad no sólo a nivel de firmas, sino que también de economías nacionales, lo que se ha continuado desarrollando por distintos autores. “Competitividad tiene distintos significados para la firma y para la economía nacional. La competitividad de una nación es el grado en el cual puede, bajo condiciones de mercado libres y justas, producir bienes y servicios que pasen la prueba de mercados internacionales y al mismo tiempo aumentar los ingresos reales de sus ciudadanos” (Cohen et al., 1985, citados por Castells, 2000).

En esta definición se conectan los bienes y servicios producidos por las distintas firmas con el nivel de competitividad nacional. Como lo complementa Castells, la competitividad, “tanto para firmas como para países, requiere reforzar las posiciones de mercado en un mercado en expansión. Así, el proceso de expansión de mercados mundial retroalimenta al aumento en productividad, dado que las firmas deben mejorar su rendimiento al encontrarse con competencia más fuerte de otras partes del mundo” (Castells, 2000). Acá entra en juego la globalización, como un factor crucial tanto por el hecho de que, inevitablemente, los países compiten unos con otros, como por el efecto amplificador sobre la productividad (y por tanto sobre la competitividad) causado por la participación en mercados globales.

De estos dos niveles de la competitividad se desprende que los Estados deben lograr crear condiciones de competitividad nacional, para que sus firmas sean competitivas a nivel internacional y de esta forma fomenten el crecimiento del país.

Sin todavía estudiar en detalle el tema de la innovación, lo que se hará en el capítulo 5, en términos de su potencial como impulsor del crecimiento, es posible distinguir entre los nuevos emprendimientos, que casi por definición está acompañado de ideas innovadoras, y las innovaciones realizadas por empresas ya establecidas, como forma de lograr ventajas competitivas.

El emprendimiento ha sido siempre una fuente de crecimiento; al crear nuevos puestos de trabajo, nuevos productos y servicios e incluso potencialmente nuevas industrias.

Es imperativo que una economía presente características facilitadoras del emprendimiento, de lo contrario no sólo se pierden posibles emprendimientos exitosos, sino que surgen las condiciones para el establecimiento de una cultura opuesta a este, apareciendo un círculo vicioso donde, en un caso extremo, el emprendimiento puede desaparecer y el país verse atrapado en una situación de estancamiento.

Las condiciones culturales explican en gran medida el nivel de emprendimiento en una sociedad, siendo la valoración del emprendimiento y la independencia asociada a este, la capacidad de la población de reconocer oportunidades de emprendimiento, y el considerar la toma de riesgos como un valor positivo y reforzarlo en el sistema educacional características comunes en los países con altas tasas de emprendimiento (OECD, 2000).

Si los factores culturales no son ya un tema suficientemente complejo, otro factor que debe considerarse a la hora de hablar del emprendimiento es la disponibilidad de capital de riesgo y la existencia de políticas públicas que lo hagan faciliten en vez de entorpecerlo. El capital de riesgo está siendo indicado como un factor clave en el crecimiento, al ser el único medio de emergencia y expansión para las firmas innovadoras que no pueden obtener financiamiento de la manera tradicional, en gran medida por su alto riesgo y dependencia de activos intangibles en vez de físicos (OECD, 2000). Las políticas públicas, a la vez, deben no sólo facilitar la existencia y distribución del capital de riesgo, sino disminuir los costos en la creación de nuevos negocios, simplificar sus trámites, y conectarlos a redes de cooperación tecnológica. Todos estos son temas poco conflictivos y en los que hay consenso, pero hay otros que se prestan para mucha discusión, como si pueden, y hasta dónde, relajarse las exigencias laborales para promover el surgimiento de nuevos negocios. Como queda claro, aunque el emprendimiento es claramente un potente impulsor del crecimiento, es quizás uno de los más complicados, por no depender exclusivamente de las personas y los mercados, sino de factores culturales y políticas públicas.

Volviendo a las empresas que ya están establecidas, es de ellas, y específicamente de sus laboratorios de I+D, nacidos durante la Segunda Revolución Industrial, de donde surgen la mayor parte de las innovaciones que llegan al mercado.

El esfuerzo en investigación y desarrollo se traduce en innovaciones que entregan ventajas competitivas a las empresas; la competencia las imita y esto hace necesario buscar nuevas innovaciones; y así sucesivamente; la competencia hace necesario innovar, y la innovación permite mantener el ritmo de crecimiento económico. Además, la competencia y la innovación permiten tener productos y servicios cada vez más baratos y mejores.


Figura 3.3. Porcentaje de firmas que se embarca en arreglos de cooperación para innovar (el año 2000) versus PIB per cápita (el año 2003). Fuente: (Fagerberg, 2006).

Pero no sólo hay innovación y crecimiento en la competencia, también en la cooperación. Un ejemplo concreto en Chile es el caso del Consorcio Vinnova (Consorcio tecnológico empresarial para la vid y el vino), donde dos universidades y más de cincuenta viñas se han unido para el desarrollo de proyectos de investigación, transferencia tecnológica y comercialización (Lavados, 2008).

La figura 3.3 muestra la relación entre el porcentaje de empresas que cooperan para innovar el año 2000 y el PIB per cápita el año 2003. Si bien hay ciertas consideraciones metodológicas; quizás sería mejor observar el cambio en el PIB para una mejor interpretación, y el autor no comenta nada sobre la dirección de la causalidad. Pero independiente de estas consideraciones, hay dos interpretaciones posibles, ambas importantes. La primera es que cuando los países tienen economías más grandes y desarrolladas las firmas deben empezar a cooperar para lograr cosas más complejas en materias de conocimiento e innovación. La segunda, es que el hecho de cooperar para innovar, puede tener un efecto positivo a mediano plazo –hay que notar la dimensión temporal en el gráfico– en el PIB per cápita.

A continuación se revisará brevemente la relación de los países en desarrollo con la competitividad, luego se estudiará el caso de Latinoamérica en general y Chile en particular, y por último, se hará referencia a países que han sido exitosos en dar el “salto” al desarrollo.

3.1 Competitividad y países en desarrollo

La heterogeneidad de los países en desarrollo hace difícil su caracterización, pero se pueden definir por oposición, tal como se hacía antiguamente con los países subdesarrollados, los cuales eran los que no lograron industrializarse. Ahora los países “en desarrollo” son “los que no logran hacer de la generación, transmisión y uso del conocimiento un vector fundamental de crecimiento económico y progreso social” (Arocena y Sutz, 2002), o sea, los que no logran hacer la transición a la sociedad del conocimiento, que se estudiará en el capítulo siguiente.

McArthur y Sachs en su capítulo sobre el avance tecnológico y las distintas etapas del desarrollo, en el Reporte de Competitividad Global 2001-2002, distinguen entre tres etapas. En la primera, los países muy pobres, con bajos niveles de salud y educación, no van a competir en base a la innovación tecnológica7, sino que su objetivo será atraer inversiones de capital, y evitar la salida de su propio capital.

En la etapa siguiente de desarrollo, el objetivo principal es acelerar el proceso de difusión tecnológica hacia el país, atrayendo inversión extranjera directa de alto nivel tecnológico. Para los países más avanzados, en la última etapa antes de lograr saltar a ser una “economía núcleo” el objetivo es la transición de difusión tecnológica a innovación tecnológica (McArthur y Sachs, 2002).

Estas tres etapas se basan en el trabajo de Porter (1990), en que habla del paso de una economía basada en los recursos a una basada en el conocimiento. Mientras las economías se desarrollan, también lo hacen sus bases estructurales de ventaja competitiva, pasando de la exportación de commodities y una mano de obra no calificada (etapa de recursos), a innovar en al menos algunos sectores de la frontera tecnológica global (etapa de innovación). Para llegar a esto primero hay que pasar por la etapa de absorción de tecnología y de inserción en los mercados globales, lo que requiere una fuerte inversión (etapa de inversión, o de eficiencia, según el reporte 2005-2006). Para esta evolución todos los actores de la economía nacional deben evolucionar de manera paralela, si alguno no lo hace, la economía no podrá pasar a la etapa siguiente.

Por ejemplo, para dar el salto de absorción a creación de tecnología, se requiere un Estado que potencie la investigación y la educación, y que permita la existencia de mercados de capitales y condiciones apropiadas para el nacimiento de startups basadas en tecnología. Al tiempo que el Estado garantiza estas condiciones, las empresas deben pasar a una estructura menos jerárquica, con redes flexibles que faciliten la innovación y la adaptación, y deben invertir permanentemente en la capacitación de su mano de obra. La aparición de clusters también parece ser importante en esta etapa, ya que fomentan una mezcla de cooperación y competencia, y tienden a desarrollar un mejor mercado de mano de obra especializada. Los clusters, además, permiten la diferenciación de los países, estableciendo cuáles serán las industrias en las que será un líder tecnológico a nivel mundial.

Los clusters además pueden ayudar a orientar el crecimiento económico de un país hacia las industrias donde este tiene una ventaja comparativa; independiente de en qué etapa de crecimiento se encuentra una economía, debe logar crecimiento basado en la innovación en las industrias en las que naturalmente posee ventajas.

El Reporte de Competitividad ejemplifica con Argentina el caso de un país que tenía, hace cuarenta años, todo el potencial para pasar a ser una economía desarrollada, pero no logró desarrollar su capacidad tecnológica. Por otra parte, destacan Islandia, Irlanda, Hong Kong, Corea, Singapur y Taiwán, países que lograron dar un gran salto en capacidad innovativa, pero aun no todos completan la transición de crecer en base a la difusión a crecer en base a la innovación. Otro caso destacado es el de Noruega, que sube casi 10 posiciones en el ranking debido a su inversión en desarrollo de TIC’s.

Pero estos son todos países que ya han alcanzado el desarrollo o están ya situados en el punto de inflexión para lograrlo, algo muy lejano a la realidad local.

3.1.1 América Latina

La situación de Latinoamérica en relación a competitividad y desarrollo no es en general muy alentadora, y aunque muchos países muestran significativas mejoras con respecto a la “década perdida” de los ’80, la velocidad con que se progresa no es suficiente para competir en los mercados globales, algo que se hace evidente al ver que Europa Central y Oriental, junto con India, China y algunas economías del Este asiático, todos superan el promedio de la región por amplios márgenes, y en todos los ámbitos (López-Claros et al., 2006). La excepción es Chile, que se sitúa bien en prácticamente todos los rankings, pero aun así sigue teniendo desafíos inmensos que se analizarán en la sección siguiente.

El “Latin America Competitiveness Review 2006” analiza punto por punto los resultados de América Latina en el Reporte de Competitividad Global 2005-2006, comparándola con otras economías emergentes (las nombradas en el párrafo anterior). Saltando los aspectos macroeconómicos y algunos de infraestructura, se analizarán los más directamente relacionados al tema de la innovación, la preparación tecnológica, la sofisticación de los negocios, y los elementos del índice de competitividad asociados directamente con la innovación.

En relación a la preparación tecnológica, se observa en general una baja penetración de TIC’s, pero al mismo tiempo una preocupación constante de los distintos gobiernos por el tema, que durante los ’90 lo fueron introduciendo en sus agendas. Uno de los inconvenientes para mejorar en el tema son los deficientes marcos regulatorios.

La sofisticación de los negocios analiza, a nivel de la firma, las capacidades competitivas. Se observan relativamente buenas capacidades de marketing (café colombiano, vino chileno, etc.), pero un bajo control de la distribución de los productos, y un bajo nivel de certificación internacional –8% de empresas con certificación ISO, en comparación a un 17% en el Sudeste asiático– y que los clusters, aunque son relativamente numerosos, tienen problemas para innovar y para escalar en la cadena de valor global. Las razones para esto parecen ser la poca habilidad de la mano de obra, la baja capacidad de absorción8, y la baja cantidad y calidad de conexiones entre firmas, que se rehúsan a cooperar con sus pares (Albaladejo, 2001, citado por López-Claros et al., 2006). Otro problema es la productividad de la mano de obra, que es significativamente menor que la de otras economías emergentes, y, según un estudio de McKinsey (1993), esto es causado por mala administración y no por falta de habilidad de los trabajadores. Un punto a favor de la sofisticación de los negocios en la región es la aparición de multinacionales latinoamericanas, principalmente brasileras, chilenas, mexicanas y argentinas.

En las variables relacionadas con innovación, la región está especialmente mal. A pesar de tener un nivel de preparación tecnológica similar a India y China, sus puntajes en innovación son respectivamente de 2.8, 3.9, 3.6 (en una escala de 0 a 7), lo que se explica esencialmente por mejores instituciones de investigación, mayores niveles de inversión en I+D, y mayor disponibilidad de mano de obra calificada. Como expresan en el mismo informe, “El cultivar un ambiente que conduzca a la innovación no es responsabilidad exclusiva del gobierno, sino que es compartida por el sector privado y las universidades e instituciones de investigación”.

Los puntos más débiles son el bajo nivel de colaboración entre privados y universidades, y la baja inversión en I+D del sector privado. Esta última llega a unos USD 50 per cápita en Brasil, Argentina y Chile, en comparación con los USD 200 a USD 700 invertidos por privados en países desarrollados.

El informe cierra este análisis recalcando que, aunque la región parece estar en la senda correcta, debido a la mejora que se ha tenido en relación a su propio rendimiento en el pasado, el progreso sigue siendo insuficiente al compararlo con otras áreas emergentes del mundo, como Europa Central y Oriental y el Sudeste asiático.

Y en estos temas claramente no hay que hacer benchmarkings complacientes, la competencia es global, y mejorar no sirve mucho si no se hace de manera proporcionalmente significativa con otros países que luchan por llegar al desarrollo.

Chile actualmente corre el riesgo de seguir el camino de Argentina hace cuarenta años, y estancarse en su nivel de competitividad global. Si bien Chile en comparación con Argentina tiene una estabilidad y confiabilidad institucional muy superior, no se sitúa bien comparativamente (con el mundo, no con la región) en los temas relacionados con la innovación y la sociedad de la información, que no eran tan cruciales en el momento en que Argentina falló en dar el salto. Ahora las instituciones y la estabilidad macroeconómica son condiciones umbral o mínimas, y las que permiten lograr la diferenciación a nivel de país son las que Chile no ha desarrollado bien.

3.1.2 Chile

Uno de los indicadores más usados para medir la innovación es la cantidad de patentes inscritas en EE.UU. por cada millón de habitantes de un país. Chile presenta 0,9, contra más de 270 de Japón o 260 de Taiwán (López-Claros et al., 2006). Hay una serie de consideraciones sobre el uso de patentes para medir la innovación que no serán analizadas, pero, de todas formas, los números son claros.

Es extraño ver cifras tan malas, después que todos los reportes internacionales destacan la excelente situación de Chile. Pero basta entrar a mirar la primera descomposición del Índice de Competitividad para el Crecimiento para descubrir que la realidad de Chile no es tan buena. El índice, en que Chile ocupa la posición 27 de 75 países el año 2002 (McArthur y Sachs, 2002), se descompone en tres factores (cada uno de los cuales se descompone en otros subfactores): Tecnología, Instituciones Públicas y Ambiente Macroeconómico. La posición 27 de Chile se obtiene al promediar los tres, pero al verlos por separado, Chile está 21 en los últimos dos, y en una mucho menos honrosa posición 42 en Tecnología.

Y este es precisamente el que más se relaciona con la capacidad de los países de pasar a integrar el grupo de países desarrollados, o sea, la buena posición se debe a la política macroeconómica y a la solidez institucional, y no al estar preparados para crecer en base al desarrollo tecnológico.

Siguiendo con los datos, en Chile la inversión en I+D alcanza un 0,7% del PIB, contra, por ejemplo, un 2,8% de EE.UU. o un 4,7% de Israel. Pero al analizar en detalle ese gasto, se encuentran cosas más preocupantes. En Chile el 64% del total viene del gobierno, en EE.UU. es un 30,2%, Israel un 24,7%, Corea del Sur un 25%. Hay otra pregunta más, ¿en qué tipo de investigación se invierte? En Chile el 55,3% es investigación básica, vs. un 12,7% en Corea del Sur o un 18,4% de EE.UU. (Takoma y Zahler, 2004, citados por Benavente, 2004). Esto es de suma importancia, la investigación básica, si bien puede servir para acercarse a la frontera de la ciencia en ciertas disciplinas, por sí misma no se traduce en innovación; se requiere investigación aplicada para que la ciencia se convierta en tecnología comercialmente explotable.

Como dijo Porter en su visita a Chile el año 2005, “El problema de Chile es que no se está impulsando la productividad a la tasa necesaria... y la ciencia y tecnología tienen un rol fundamental en ello”9. En enero de 2005 José Miguel Benavente comentaba: “¿Cómo lo han hecho los otros países? todos los países de la OECD, todos, lo han hecho con un plan y una estrategia”10.

En noviembre del año 2005 se dio un paso crítico para la competitividad y desarrollo nacional, por mandato del Presidente de la República se constituyó el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC), con el objetivo de “definir los lineamientos que se requieren para generar las bases de una estrategia de innovación nacional”11. Se comprendía entonces que, tal como había ocurrido en muchos de los países que ya están acercándose al desarrollo, el Estado debía preocuparse de generar una estrategia nacional a largo plazo para mejorar la competitividad nacional, fomentando la innovación para lograr el desarrollo.

Como indica el primer informe del CNIC, “estamos obligados a seguir un camino alternativo de mayor esfuerzo –también de menos certidumbre– y aprovechar la explotación y exportación de nuestros recursos naturales que nos ha favorecido hasta hoy para perfeccionar y dar coherencia a nuestro sistema de innovación e invertir en capital humano, aumentar nuestro esfuerzo en Investigación y Desarrollo (I+D) e Innovación y generar un círculo virtuoso entre ambas. Para ello, se hace necesario aprovechar las ventajas de los incipientes clusters basados principalmente en recursos naturales, para generar en torno a los mismos prácticas de innovación que, aumentando la productividad primaria, nos permitan transformar nuestras ventajas estáticas en dinámicas” (CNIC, 2006).

El mismo informe recalca sin embargo que “Chile es aun un país en desarrollo emergente, limitado en dimensión y recursos, por lo cual resulta inevitable que la mayor parte del nuevo conocimiento científico y tecnológico se seguirá produciendo más allá de nuestras fronteras.[…] Los procesos de adaptación y adopción tecnológica tendrán un significativo componente de transferencia tecnológica local, de una empresa innovadora a otras, y entre regiones del país, todo lo cual liga la transferencia tecnológica a los procesos de información y difusión tecnológica” (Ibíd.).

Y en relación a esto último, el informe nombra entre los criterios estratégicos la promoción de la “asociatividad entre empresas, y entre estas, universidades y entidades tecnológicas y de investigación“, el “difundir las mejores prácticas y tecnologías ya en uso en una o más de nuestras empresas líderes al resto de las empresas nacionales, en particular a la pequeña empresa emergente” (Ibíd.), y al considerar las fallas de coordinación que dificultan la innovación (oferta y demanda tecnológica, masa crítica de recursos humanos, infraestructura e inversión), propone “priorizar el esfuerzo de innovación en torno a clusters existentes en que ya se han creado las masas críticas de los factores necesarios para el éxito de la innovación empresarial”(Ibíd.).

Estos criterios estratégicos coinciden claramente con lo aquí planteado sobre la necesidad de intercambio de conocimiento entre empresas. Por otra parte, los clusters son precisamente uno de los prismas que se considerarán para estudiar el tema de las redes de innovación.

A continuación se comentarán algunos casos de países que han logrado dar el salto que Chile necesita.

3.1.3 Nuevas economías “núcleo”

La excelente situación en que está Chile en relación a la región no debe llevar a la complacencia, al compararse con los países que realmente debería hacerse la situación es preocupante. Alfredo Piquer, Presidente de la Asociación Chilena de Empresas de Tecnologías de Información, comenta que “si vemos otros países como Corea o Taiwán la innovación es un tema obvio, no es un tema que haya que discutir, y se destinan grandes cantidades de recursos a innovación; acá en cambio es un tema irrelevante para la población en general” (Piquer, 2005).

Hay una serie de países que han ido más allá de ser promesas, y han salido del montón para ocupar los primeros puestos en innovación y competitividad a nivel mundial, como Irlanda, Singapur o Hong Kong12.

Finlandia es quizás el ejemplo más espectacular, a comienzos de los noventa tuvo una crisis que hizo caer en 10% el PIB y aumentar del 3% al 17% el desempleo. Diez años después estaba en el primer lugar de competitividad mundial. Si bien la presencia de Nokia en el país es un factor clave –representa el 20% de las exportaciones, y poco menos de la mitad del 10% del PIB destinado a I+D– no debe desmerecerse el esfuerzo de la economía en su conjunto. Las industrias tradicionales también aumentaron su productividad, y surgió un gran cluster de industrias tecnológicas (Pekka, 2005).

Dentro de los factores que explican este cambio están un altísimo nivel educacional, buenas instituciones públicas, apertura internacional de la economía, inversión en infraestructura tecnológica de alto nivel, y otros menos obvios, como la cohesión social, sustentabilidad ambiental, y la existencia de redes de cooperación tanto en la sociedad en general, como en particular en los negocios y entre empresas y universidades. Esto ha sido posible al cambiar el énfasis de las políticas macroeconómicas a corto plazo a las políticas microeconómicas a largo plazo, donde se sientan las bases de la competitividad (Ibíd.).

El reporte de competitividad 2001-2002, donde Finlandia llega al primer lugar, también destaca que se llegó a un alto nivel de competitividad y al mismo tiempo de equidad social, ubicando los primeros puestos en equidad en educación y salud, además de una buena posición en los índices de cumplimiento de la ley y corrupción (McArthur y Sachs, 2002). Finlandia parece haber dado el increíble salto de pasar de depender de su industria forestal –recursos naturales– directamente a la innovación.

Otros países que han dado grandes saltos cuantitativos y cualitativos en su crecimiento, en base a las tecnologías son Taiwán y Corea del Sur, que han aumentado su competitividad gracias a grandes inversiones en infraestructura y capacidades tecnológicas, ubicándose entre los diez primeros en innovación a nivel mundial. Noruega y Nueva Zelanda también son países que han invertido fuertemente en tecnología durante los últimos años, y con esto han recuperado el terreno que estaban empezando a perder en materia de innovación, en relación a su situación durante las últimas décadas.

Irlanda, que en los años setenta tenía un PIB per cápita similar al chileno, actualmente lo cuadruplica. Aunque tienen ciertas ventajas, como una ubicación geográfica privilegiada y el hecho de hablar inglés, las claves fueron un excelente sistema de educación, financiado en su totalidad por el Estado, y la atracción de inversión mediante fuertes rebajas tributarias (Lavín, 2007). La gran cantidad de inversión que se atrajo, además de crecimiento, les ha permitido a través de industrias de alta tecnología como la farmacéutica entrar al grupo de “economías núcleo”. Pero su capacidad estructural de innovación no es todavía coincidente con el gran aumento en los ingresos y los costos de vida que ha tenido lugar, por lo que de no dar el salto definitivo podrían estancarse (McArthur y Sachs, 2002).

Algo parecido pasa con Hong Kong y Singapur, han entrado al “núcleo” pero están en el límite entre ser buenos absorbedores de inversión y conocimiento y ubicar a la innovación como su principal fuente de crecimiento, lo que muestra que ni siquiera estas naciones que han dado grandes saltos económicos tienen el camino totalmente recorrido.

Al mirar en detalle el índice de competitividad, se puede ver que todas estas economías superan a Chile en las tres áreas: tecnología, instituciones y ambiente macroeconómico. Sólo en instituciones públicas Chile se ubica cerca del último del grupo en esa área (Irlanda, a 3 posiciones); en ambiente macroeconómico Chile está a 6 posiciones de Taiwán; y en tecnología, a 9 de Hong Kong y 14 de Irlanda, las peores del grupo en ese aspecto. El siguiente de abajo hacia arriba en el ranking de tecnología es Singapur, coincidentemente otra de las economías que todavía no logran despegar totalmente, mostrando que este es un esfuerzo en varias etapas, donde la clave parece ser la capacidad tecnológica.

Es posible llegar a conclusiones similares observando otro indicador, el Índice de Economía del Conocimiento del Banco Mundial (figura 3.4). Como se ha hablado a lo largo del capítulo y se verá con el desarrollo del trabajo, no sólo las condiciones macroeconómicas son importantes, sino también la educación, la infraestructura tecnológica y la capacidad de un país de innovar. Estos cuatro componen este índice desarrollado por el Banco Mundial, que muestra cómo Latinoamérica está bajo el promedio mundial, y Chile por sobre este, pero se ve la diferencia que hay con Irlanda en innovación, educación y tecnología, la que es mayor todavía con Finlandia, que a diferencia de Irlanda, ya se convirtió plenamente en una economía impulsada por la innovación.


Figura 3.4. Índice de Economía del Conocimiento para Finlandia, Irlanda, Chile, y los promedios del mundo y Latinoamérica. Fuente: (Banco Mundial, 2007).

Además de caracterizarse por altas tasas de innovación, otro factor que se manifiesta en las sociedades desarrolladas es que están más avanzadas en los temas relacionados con la “Sociedad del Conocimiento”. Sin embargo, tal como ocurre con otras de las relaciones que se estudiarán, no sólo es complicado, sino muchas veces imposible asignar relaciones causales simples, por la inherente interrelación de los distintos conceptos y la naturaleza sistémica de estos fenómenos. ¿Qué significa esto? Que no se está diciendo que el ser sociedad basada en el conocimiento sea una causa ni un resultado del desarrollo ni de la innovación, sólo es posible decir que son cosas que van juntas; las sociedades desarrolladas parecen ser al mismo tiempo sociedades del conocimiento13. Qué ocurre antes (la dirección de causalidad) es algo que habría que estudiar en cada caso, pero en términos normativos es claro que deben tomarse medidas estratégicas tendientes al establecimiento de Sociedades del Conocimiento.

Redes de innovación como factor de desarrollo

Подняться наверх