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Los mitos sexuales

El presente capítulo ha tomado conceptos del libro “El alma del sexo”, de Thomas Moore, Plaza & Janés Editores, Barcelona, España, Barcelona, 1999.

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Si se busca en el diccionario de la Real Academia Española la definición de la palabra “mito”, se encuentran varias acepciones. La que nos interesa en este caso y que refiere al objetivo de este apartado es la que dice: “Persona, cosa o concepto al que se atribuye cualidades o excelencias que no tiene, o bien una realidad de la que carecen”.

En verdad, existen cientos de creencias sobre temas sexuales que carecen absolutamente de realidad. Fue la deformación a través del tiempo, la transmisión de conceptos que pasaron de mano en mano —mejor dicho, de mente en mente o de conciencia en conciencia— lo que provoca creencias limitativas que solo sirven para restringir posibilidades de contacto abierto, placentero y real entre las personas.

Es increíble, a manera de ejemplo, que aún en nuestros días se mantengan costumbres como las que sostienen quienes profesan de forma ortodoxa la religión judía, que impone tener relaciones sexuales con un lienzo —entre medio de la pareja— perforado para que el pene pueda atravesar ese orificio, y así penetrar a la vagina. Este ritual, que fue instaurado hace miles de años, no tiene base religiosa, a pesar de que esa gente crea que es un mandato de Dios. En realidad sí fue instaurado como un mandato de Dios, por los hombres que conducían y lideraban los grandes conglomerados de aquellas épocas, pero se debió a una manera de evitar el contagio de enfermedades de la piel, que abundaban en esos momentos. De esta forma, este concepto supuestamente religioso —pero práctico en aquella realidad— quedó instaurado definitivamente, y se lo utiliza aún en nuestros días.

La iglesia católica apoyó la sexualidad solo como un mecanismo reproductivo y, de esta forma, dejó de lado lo que sea placer, lo que está mal visto y con carácter pecaminoso ante los ojos de Dios.

De la misma manera, y por variados motivos, existen creencias que por determinadas circunstancias se instalan en la mente de las personas y deforman conceptos, ideas y prácticas que deberían ser naturales… mentes con simpleza y espontaneidad, pero que, por el contrario, se ven obstaculizadas o reprimidas por todo tipo de culpas o prejuicios basados en estos mitos. De hecho, uno muy difundido durante muchísimo tiempo es aquel que dice que cuando una mujer se baña durante los días en que está menstruando, corre serio peligro de que se corte su período, así como ocurriría lo mismo si tomara jugo de limón.

Ahora veremos en detalle algunos de los mitos más difundidos:

La ausencia de himen y la virginidad

El himen es un pliegue de tejido conjuntivo que, parcialmente, cierra el orificio externo de la vagina. Se encuentra a pocos centímetros del exterior. Si aún está entero, es roto o desgarrado completamente durante la primera o las primeras relaciones sexuales. Sin embargo, esta membrana se quiebra también por: andar en bicicleta, cabalgar, realizar gimnasia olímpica, entre otras acciones. Por lo tanto, un himen roto no resulta evidencia pura de que una mujer sea virgen.

Por otra parte, existen casos en los que el himen es tan flexible o plegable que puede realizarse el coito en forma repetida, sin ocasionar la ruptura de esta membrana. Uno intacto, en el momento del primer coito es extremadamente importante para algunas.

Cierta vez, a un amigo —omitiré el nombre, en este caso— que era médico de cabecera de una familia me comentó que aquí mismo, en la Argentina, se le presentó la hija de esta familia porque estaba preocupada: debía y ya no era virgen, se iba a casar con un chico cuyos padres eran amigos de los suyos.

Ambas familias eran italianas, y habían prácticamente arreglado el matrimonio entre los dos jóvenes. El doctor resolvió el tema: le dio un punto de sutura en la zona del himen con catgut (un hilo de sutura que se degrada dentro del organismo pasados unos días) y luego de cumplir el objetivo, la chica se casó “virgen” y nadie se enteró de la historia: salvo vos y yo, claro está.

En ciertas culturas, se espera la integridad del himen para poder entrar en la unión matrimonial, y los ginecólogos —en aquellos casos— colocan o reestablecen hímenes artificiales. Hay toda una serie de mitos y de fantasías en relación con el primer coito. Se supone que la ruptura del himen trae inmensos dolores, que luego de ello la mujer puede verse perturbada en su capacidad de goce. Obviamente, la presencia del himen no cierra completamente la entrada de la vagina, si no, no podría pasar el flujo menstrual.

Hay casos muy raros de imperforación del himen, el único en donde es necesaria una pequeña incisión quirúrgica que no trae consecuencias. Conjuntamente con un pequeño dolor, puede producirse o no una pequeña aparición de gotas de sangre posterior al momento de la primera penetración peneana. Si una mujer se encuentra relajada, confortable, en compañía agradable y tierna, no debe temer; aunque tenga experiencia, puede sufrir una tensión emocional fuerte que provoque contracción de los músculos de la entrada vaginal. Esta contracción espasmódica es la que genera dolor o molestias en las primeras penetraciones, y no el hecho de que se rompa el himen.

Hubo muchos pueblos en el mundo —como en el sur de Italia, a principios del siglo XX— en los que luego de la primera noche de casados la pareja debía exponer en su ventana la sábana sobre la que tuvieron esa primera relación, con las manchas de sangre producidas por la desfloración (otro modo de designar la primera relación sexual de la mujer).

El tamaño del pene y el cuerpo

El pene es un órgano cilíndrico compuesto, en su mayoría, por tejido eréctil. Durante la excitación sexual este tejido se llena de sangre y hace que el miembro masculino quede duro. En el adulto, el promedio en estado de flaccidez tiene una extensión que oscila entre los 5 y los 10 cm. Algo más de 2,5 de diámetro y alrededor de 8 cm de circunferencia. En cambio, en estado de erección, el pene promedio mide de 13 a 16 cm de longitud, con un diámetro de no más de 4 cm, y alrededor de 10 a 11 cm de circunferencia. En ambos casos el tamaño varía de persona a persona y de situación en situación.

En estado de flaccidez, no será lo mismo medir el pene en ambientes templados o cálidos, que en ambientes húmedos y fríos. Los tejidos genitales tienden a encogerse con el frío, y a dilatarse con el calor. La obsesiva preocupación por el tamaño lleva a los hombres jóvenes a consultar a especialistas en endocrinología o urología y a abandonar prácticas deportivas por temor a ser vistos y comparados en vestuarios. Ignoran, la mayoría de las veces, que en esos ambientes, fríos de temperatura se provoca una disminución significativa del tamaño. Además, los genitales son sensibles —diríamos, tienen vergüenza— a la exposición frente a los demás, a la mirada de los otros. Los jóvenes toman literalmente estos cambios, ignoran que son producto de situaciones absolutamente fisiológicas y normales.

Existe muy poca relación entre el tamaño de un pene fláccido y su tamaño cuando está en estado de erección. Y existe aún una menor relación entre el tamaño de este y el del cuerpo o determinadas zonas de él, como son las manos y los pies. También se dice que quienes tienen grande su nariz, son portadores de un gran pene, o que hay una ley invertida que hace que los petisos tengan pene grande, y los altos, pequeños.

En fin, ni manos, ni pies, ni nariz, ni la estatura son absolutamente determinantes en el tamaño del pene, ni siquiera resultan ser indicadores de su grosor ni de ninguna de sus dimensiones.

¿Tamaño = Placer?

La creencia de que un pene grande es lo que proporciona la satisfacción sexual de una mujer, se encuentra muy extendida y es la responsable de disminuciones sensibles de la autoestima de la gente, inhibiciones sociales importantes y angustias y preocupaciones que se extienden durante años. Es difícil hacerle entender, más que nada a los jóvenes, que las mujeres no se fijan en el tamaño o aspecto de los genitales, que ellas valorizan mucho más el modo, las diferentes maneras de acercarse, de ser acariciadas, de ser atendidas. Y además, que la satisfacción y el orgasmo de una mujer no están relacionados con el tamaño o >la forma peneana, porque la vagina carece de terminaciones nerviosas. Toda la sensibilidad femenina tiene que ver con el clítoris, que —a diferencia de lo que creen la mayoría de las personas— no es un órgano pequeño que asoma su punta en la parte superior de la entrada del aparato genital femenino, sino que se extiende por adentro de este; se asoma, haciendo relieve cuando se encuentra lleno de sangre —que es el momento de mayor excitación de la mujer—, sobre el techo del conducto vaginal. Esa es la parte principal que roza con el pene cuando es introducido.

La naturaleza es sabia y, como trato de explicarlo, penes cortos y delgados o largos y gruesos terminan rozando esta parte sensible sobre la vagina y producen la excitación sexual y el orgasmo femenino. Es decir, que no es importante lo lejos o profundo que llegue el miembro sexual masculino sino el roce que hace sobre la parte anterior de la vagina, donde asoma el clítoris.

Es muy común escuchar a una mujer en la consulta médica refiriéndose a la molestia, dolor, inflamación e irritación que le causan en su vagina las relaciones con alguien que tiene medidas fuera de lo común en su pene, tanto en el largo como en el diámetro. Algunos hombres hasta deben ponerse anillos de goma que presionan la base del aparato genital masculino para regular la penetración, de tal manera que esos anillos choquen contra los costados de la vagina y no permitan la completa penetración, y esto resulta doloroso e insatisfactorio para la mujer.

¿La marihuana es un afrodisíaco?

A semejanza de lo que ocurre con el alcohol, muchas otras sustancias disuelven las inhibiciones que provocan directa o indirectamente las disfunciones sexuales. Entre otras, la cocaína, el LSD, el opio y la morfina. Talt: vez la más conocida de todas, sea la marihuana. Su efecto de estimulación suele ser indirecto, en particular, al principio de su consumo. La droga distorsiona la percepción del tiempo y puede producir la ilusión de que el orgasmo se está prolongando. Además, el consumidor de marihuana se vuelve muy sugestionable. Por lo tanto, si le atribuye a la droga efectos afrodisíacos, con certeza, los tendrá; en particular durante las primeras veces que la fume.

Sin embargo, al igual que la mayoría de las drogas, como afrodisíaco, es un verdadero fracaso. Y su consumo reiterado produce dificultades de erección y del deseo sexual en ambos sexos.

La esterilización reduce el apetito sexual

Nos estamos refiriendo al procedimiento quirúrgico conocido en la mujer con el nombre de “ligar las trompas”, y en el hombre, “ligar los conductos deferentes” (o vasectomía). Lo que se consigue mediante estos procedimientos es impedir el traslado de los óvulos o el traslado de espermatozoide.

Existen algunos informes científicos que afirman que, tanto hombres como mujeres, experimentan aumento de deseo sexual y cierta desinhibición. Probablemente, sean consecuencias de factores psicológicos, como la reducción de la ansiedad, debido a que ha desaparecido el temor de provocar el embarazo. Estos procedimientos no afectan en absoluto la continuación del deseo sexual ni los mecanismos de erección o eyaculación. Tampoco perjudica a las mujeres en el mecanismo normal de la menstruación ni frecuencia de coito.

La menopausia o histerectomía: ¿fin de la vida sexual femenina?

Las mujeres presentan pocos cambios en el patrón de su respuesta sexual a medida que envejecen, su apetito en esto no disminuye ni siquiera si le extirpan los dos ovarios. La histerectomía (extracción del útero), al igual que la menopausia, tampoco terminan con sus deseos. Muchas experimentan un aumento de sus ganas de tener relaciones carnales porque pierden el temor a quedar embarazadas, lo cual les deja mucha más libre su mente de inhibiciones, para posibilitarles toda la capacidad de goce.

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